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Sommario:
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Isabel - Capítulo 20
La infanta Juana ha nacido. Es un bebé
sano y despierto. No obstante, el físico de la reina teme las
consecuencias de un nuevo embarazo e impone una dura prueba a los reyes.
Fernando, por su parte, desea reanudar la relación adúltera con Beatriz
de Osorio, a pesar de la aparente oposición ella. Más tarde descubrirá
que la sobrina de la Bobadilla oculta peligrosas intenciones. En
Granada, Muley Hacén pretende convertir en heredero a Nasr, el hijo que
ha engendrado con Isabel de Solís. Para ello, llama a la corte a su
hermano, El Zagal, consciente del rencor que acumula Aixa y temeroso de
la reacción que pueda provocar su decisión.
Transcripción completa.
Es un varón, alteza,
un varón sano.
¡Cerrad esa puerta!
¿No veis lo que un mal aire
puede hacer a un niño pequeño?
Decís cosas que nunca antes
habían escuchado mis oídos.
Porque os amo.
Yo no soy contrario
a la Inquisición.
Entonces,
prestad este servicio a Castilla.
El problema, reverencia,
no es instaurarla,
sino en manos de quién estará.
¿Pretendéis suplantar a la Iglesia?
Solo nombrar a los inquisidores,
y que la Corona lleve las riendas.
Mermando el poder de abades,
obispos y arzobispos,
evitaríamos
que hubiera más Carrillos.
Su cautiverio ha terminado.
Y en este tiempo se ha convertido
en la estrella que me guía,
en mi apoyo,
y he decidido hacerla mi esposa.
El rey Luis aboga por recuperar
las relaciones de amistad
que se quebraron
por la aventura de Portugal.
¿Va el rey Luis a devolver
el Rosellón y la Cerdaña a mi padre?
Aragón y Castilla
son reinos distintos.
No voy a traicionar a mi padre.
No tengo intención
de asesinar al emir,
ni de ser asesinado por los míos.
Lo primero lo daba por hecho,
lo segundo solo lo evitaréis
confiando en las personas adecuadas.
Sin la amenaza de Francia,
Castilla nos aislará.
Hay que alertar al rey,
que pida explicaciones;
debe evitar que firmen.
Buscad el encuentro
con el obispo de Albi,
pero hacedlo
con total discreción.
Nada debe saber mi esposo
de esto por ahora.
Tenéis un día
para salir de mi reino.
¡Decidme que a mis espaldas
no estáis negociando con Francia!
Dejadnos solos.
¡Me habéis traicionado!
¡A mí, a mi padre,
y con vos lo traiciono yo!
¡A mi padre,
que se está muriendo!
Sé defenderme
de lo que no deseo.
Antes de partir,
firmaré el tratado con Francia,
y después solicitaréis la bula
para implantar la Inquisición.
Nunca me habéis decepcionado.
Recuperaré para la Corona
el Rosellón y la Cerdaña.
No habrá Inquisición
hasta que fray Talavera
dé por concluida su labor.
¿Queréis que el rey
sea derrotado?
En vuestras manos está alteza,
aprovechar la debilidad portuguesa
y controlar la batalla,
o pactar.
¡Pretenden casar
a mi hijo con Juana!
Ese matrimonio
es una victoria vuestra, señora,
es el único camino
para que seáis reina de Castilla.
Vais a casar
con el príncipe de Portugal.
Y un día compartiréis reino con él.
Señora, recordad que ante Dios
ya no soy vuestro esposo.
He tomado mi decisión.
Si la muchacha quiere ser monja,
que lo sea,
pero yo me encargaré
de que sea más monja que ninguna.
Señora, el príncipe.
La calentura va a más.
-La ventana debió abrirse.
¿Dónde está el físico?
Está avisado, señora.
Subtitulado por TVE.
(Ríe): ¡Eh, acercaos!
Acercaos y escuchad a aquellos
a quienes Fortuna
privó del disfrute de la lectura.
-Calla y lee.
"Talavera, fray Hernando,
por Sevilla paseando,
y el catetismo enseñando
a quien os anda burlando.
Decid a doña Isabel
que vuestra labor es vana,
si el marrano muda piel,
la Virgen es barragana".
(Risas).
"No debería reinar
quien no sabe gobernar,
pues no hay hereje que tema
a soberana tan mema.
Y vos, por ser tan beato,
no merecéis mejor trato,
que conversos y ladrones
hay en la Iglesia a montones".
(Risas).
-¡Fuera de aquí, pecadores!
¡Largo, largo!
Su alteza, el príncipe,
no camina, corre.
Me alegro,
pero cuidad de que no coja frío,
es propenso a las fiebres.
¿Cómo se encuentra la recién nacida?
Sana y fuerte;
parece tener prisa
por hacerse una mujer.
Su ama puede dar fe,
Juana come con el mismo brío
con el que llora.
Así debe ser, ¿me permitís?
¿Cuándo podré levantarme?
Castilla no espera.
Alteza, armaos de paciencia,
vuestras piernas
están aún muy inflamadas.
Tardaréis en retomar vuestras tareas.
Os aplicaré un ungüento,
y tomaréis unas tisanas,
os daré cuenta
de cómo se preparan.
Concebir dos veces
en tan breve plazo
ha supuesto una dura prueba
para vuestro cuerpo.
Es nuestro deber
tener descendencia.
También debería serlo
demostrar prudencia.
Otro embarazo
resultaría fatal para vos.
Altezas, es vital, vital
que guardéis abstinencia.
¿Por cuánto tiempo?
Hasta que estéis restablecida.
Entonces, hablaremos.
Aceptad nuestras condolencias,
reverencia.
Con la muerte
de vuestro hermano don Diego,
Castilla ha perdido
uno de sus hombres más leales.
Os agradezco
vuestras palabras de corazón,
en mi nombre y en el de mi familia.
Esto anda circulando por Sevilla.
Veo que os interesa
estar al corriente.
"No debería reinar
quien no sabe gobernar".
Así que este es el fruto
de la evangelización de Talavera.
Si llegara a manos de la reina,
se llevaría un gran disgusto.
¿Me podéis explicar qué es esto?
A buen seguro,
su reverencia os habrá dado
hasta el último detalle.
Sois vos
quien debería haberme informado.
Disculpad.
Mi error ha sido querer evitaros
quebraderos de cabeza.
Estoy escribiendo una respuesta
en la que rebato una a una
todas las infamias.
No se trata de una disputa
sobre la doctrina de la Iglesia,
es una ofensa contra mí
y contra la Corona.
Si queda sin castigo
seguirán otras.
Mi señora,
purificar la fe de los conversos
es una misión llena de obstáculos.
Lo sabíamos todos desde el principio.
Apena hemos dado
los primeros pasos.
Os ruego me permitáis...
No porfiéis.
Continuad vuestra labor
si os place,
aunque dudo que así
podáis acabar con la herejía.
Ahora retiraos, fray Hernando.
Quizás ha llegado la hora
de emplear instrumentos más eficaces
para acabar con la herejía.
(Indignado):
Así hace el papa su guerra santa,
sin mover un dedo
para liberar Otranto.
Poco queda por liberar,
ya han pasado a cuchillo
a todos los habitantes:
dos mil almas.
Hay que detener al turco.
Que la flota aragonesa
parta hacia Nápoles,
llevaréis mis órdenes
a vuestro regreso.
No podéis vencer sin apoyos.
Pues habrá que conseguirlos.
No es solo Otranto, Peralta,
está en juego
el dominio del Mediterráneo.
¿Qué pasaría si todos los infieles
firmaran una alianza?
La cristiandad estaría en peligro.
El emir de Granada
no tardaría en atacar Castilla.
Muley Hacen no es el gran turco.
Cierto,
pero con el respaldo de los suyos
quién sabe de lo que se vería capaz.
Acabemos con la amenaza
antes de que exista.
Salam Aleikum, hermano.
-Aleikum Salam.
Gracias por acudir a mi llamada.
Algo grave sucede si requerís
que abandone Málaga así.
Grave no es,
pero sí importante.
Os necesito a mi lado.
Se os ve fuerte, como hace 20 años,
y más juicioso si cabe,
¿en qué podría ayudaros?
He decidido que Nasser,
el hijo de Zoraida,
sea mi sucesor.
Como arzobispo de Sevilla,
sabemos que os complacerá
nuestra elección.
Sé cuánto os ha costado
tomar esta decisión,
os lo agradezco;
sabéis que contáis con mi apoyo.
Veo que la reina os ha comunicado
que será en vuestra diócesis
donde la Inquisición
iniciará su labor.
Es nuestra intención
nombrar al inquisidor general
lo antes posible.
Aunque tengamos potestad
para designar a quien nos plazca,
recordemos que el papa
aceptó tal condición a disgusto.
Cierto, nos conviene
limar asperezas con Roma.
Estos son los candidatos
de la Santa Sede.
Si no halláis
al hombre adecuado en esa lista,
buscadlo en otra parte.
¿Cuáles han de ser sus virtudes,
en vuestra opinión?
Debe ser un clérigo
sin ambiciones mundanas,
austero, devoto
y de voluntad inquebrantable,
dispuesto a luchar sin desmayo
contra la herejía,
y a la par piadoso;
capaz de perdonar.
No son pocos los requisitos.
Ha de reunirlos todos,
pues actúa en nombre de la Corona.
A la vista de lo sucedido
en otras partes,
quiero estar segura
de que no se producirán desmanes
en mi nombre.
Quizá Roma
nos haya facilitado la tarea.
Van a ser muchos los que se opongan,
empezando por Boabdil y su madre.
Por eso os necesito aquí,
seréis mi mano derecha,
y si algo me ocurriera,
vos asumiréis la regencia.
¿Qué habría de ocurriros?
Ningún hombre conoce
los designios de Alá.
Estad preparado para gobernar
y para cuidar de los míos.
Ojalá el fin de mis días esté lejos.
Que así sea.
De lo contrario, reinaréis
hasta que mi sucesor
tenga la edad adecuada.
Hermano, confío en que le educaréis
para ser un emir digno de Granada.
Contad conmigo.
Altezas, me presento ante vos
con toda humildad.
Una cualidad muy necesaria
en quien ha de juzgar
los errores ajenos.
Todos somos pecadores,
y un día responderemos
ante el único juez verdadero.
Entre tanto,
otros responderán ante vos,
y vos ante la Corona.
Fray Tomás,
por la gracia de Dios
os nombro inquisidor general
del reino de Castilla.
Será un gran honor
combatir la herejía
en vuestro nombre
y en el de la Santa Madre Iglesia.
Así habrá de ser.
Que los inocentes
puedan demostrar su inocencia,
y los culpables
reciban justo castigo.
Vuestra labor
empieza mañana mismo,
y, creedme,
consumirá todo vuestro tiempo.
En Sevilla
muchos conversos perseveran
en sus prácticas heréticas.
Unos por error,
otros por contumacia.
Mis señores,
con el debido respeto,
mientras haya judíos en Castilla,
será difícil acabar con la herejía.
En Sevilla hace tiempo
que viven apartados,
no así los falsos cristianos.
Ellos son los que amenazan
la fe verdadera,
no lo olvidéis.
Serán perseguidos y ajusticiados,
os doy mi palabra.
Fray Tomás, vuestra misión
es lograr su arrepentimiento,
no ejecutarlos.
Puede que en otros reinos cristianos
el fuego de la hoguera
asegure la pureza de la fe,
pero no habrá en Castilla
condenas a muerte.
Vuestra misericordia es encomiable.
Quienes por propia voluntad
se declaren culpables de herejía
ante el Tribunal,
y demuestren arrepentimiento,
obtendrán el perdón.
La Corona lo garantiza.
Mis señores,
velaré porque así se cumpla.
En nombre de sus señorías,
los reyes Isabel y Fernando,
hago saber que a día de hoy
el Tribunal de la Santa Inquisición
comienza su labor en Sevilla.
Durante los siguientes 30 días,
quienes se arrepientan
por propia voluntad
de sus prácticas heréticas,
recibirán el perdón
y la bendición de Cristo,
conservarán sus bienes
y nada se hará contra ellos.
Cuánta misericordia,
no creo una palabra.
Quienes perseveren
serán perseguidos,
recibirán justo castigo
por sus pecados,
hasta que demuestren arrepentimiento
y voluntad de profesar
la fe verdadera.
Los condenados serán desposeídos
de sus propiedades,
ellos y sus descendientes.
No habrá piedad
para los contumaces.
Todo cristiano que conozca
o sospeche de alguien que judaíza,
deberá denunciarlo.
Su identidad
se guardará en secreto.
Ningún perjuicio sufrirá
quien ayude a combatir...
la herejía.
Águeda, ¿adónde vais?
A arrepentirme,
¿qué otra cosa podemos hacer?
¿No veis que es una trampa?
Vamos.
¿Así que vos sois
los futuros reyes de Portugal?
¿Quién sois?
-Vuestra prima Juana.
No sabía que tuviera una prima.
-Porque no os han hablado de mí.
Es curiosos conocernos aquí,
donde las dos vivimos
por culpa de vuestra madre.
¿No os parece?
¿Qué sucede aquí?
Vuestra protegida
suspira por Castilla, como yo.
Pero me temo
que no conoce bien a su madre.
No le hagáis cao.
Esperadme en vuestros aposentos,
vamos.
Vivís a su merced,
y os hará desgraciada,
tenedlo por seguro.
Vamos.
Cómo tenéis el descaro...
-Señora, por más que procuro,
el convento no deja de parecerme
un lugar frío y húmedo.
Oídme bien y recapacitad.
No os pido que permanezcáis
entre cuatro paredes,
pero si no pasáis desapercibida,
tendréis problemas.
Jaque.
Dudo que Badoz
se tome sus remedios.
Por Dios, señora,
quien se distrae ante vos lo paga.
Alteza.
Es de la infanta.
Podéis retiraros.
¿Qué le han hecho a nuestra hija?
Dice que se presentó
su prima ante ella, Juana.
¿La muchacha
ha dejado el convento?
Pediremos explicaciones
al rey Alfonso.
No hay explicación que valga.
Han incumplido el contrato
que se atengan a las consecuencias.
No dejéis que la ira
nuble vuestro juicio.
Antes de tomar
una decisión tan grave...
¡Nos burlan!
¡Y todos en Portugal
son cómplices!
¡De no ser por la infanta,
ni nos hubiéramos enterado!
Vos no deseáis otra guerra.
Queréis que Juana viva recluida,
¿no es así?
Tal fue el trato.
Entonces, dejemos que la diplomacia
resuelva el asunto, no las armas.
No cederé.
No será necesario.
Conseguiremos
que Juana vuelva al convento
y se quede para siempre.
Padre, no sufriréis daño alguno.
-Mucho os fiáis del inquisidor.
Aún estáis a tiempo,
después,
de nada valdrá arrepentiros.
Temo por vos.
De nada he de arrepentirme,
bien tranquila tengo la conciencia,
más que otros.
¿Y si os pidiera
que lo hicierais por mí?
(Llora): Yo no he hecho nada.
-Es en casa de Águeda.
Por amor de Dios,
os lo suplico, dejadme ir.
Estoy bautizada,
y soy tan cristiana como vosotros.
Cerrad la casa,
ahora pertenece a la Inquisición.
¿Qué sucede?
¡De qué se le acusa!
¿Quién lo pregunta?
Disculpad a mi padre,
fray Tomás.
A vos os he visto en palacio.
Estoy al servicio
de su alteza la reina.
Vámonos, padre,
esto no nos incumbe.
¡No, no por favor!
Boabdil es vuestro heredero,
es el que tiene que estar junto a vos
y no vuestro hermano.
¡Escuchadme!
-No, escuchadme vos.
Boabdil no sabría gobernar
ni la tierra sobre la que pisa.
¿Cómo podéis
insultar así a vuestro hijo?
¿Acaso miento?
La culpa es mía
por dejar su educación
en vuestras manos.
Lo habéis convertido en un títere
que manejáis a vuestro antojo.
Y admitidlo, estáis deseando
hacer lo mismo con Granada.
Miserable...
Solo veis lo que os conviene,
y todo por esa perra cristiana.
(Grita).
¿Qué ocurre?
(Lee): Si hoy presto oídos,
escucho una música
que viene de muy lejos,
del pasado también.
De cuanto ha muerto,
de horas y signos
distintos a los de hoy,
y de otras vidas.
Hermoso poema, hijo mío.
¿A quién queréis engañar?
Peligran vuestros derechos
y perdéis el tiempo con estupideces,
¿es que no tenéis
sangre en las venas?
Aunque no reine en Granada,
no dejaré ser hijo del emir.
¡No haréis
que me vuelva contra mi padre!
Si Alá no os quisiese como emir,
no hubierais nacido de mi vientre.
¡Plantad cara a esta infamia!
¿O acaso esperáis
que lo haga yo por vos?
Lo siento,
vuestro hijo os buscaba.
No hay puerta
que contenga a mi pequeño,
¿verdad que no?
Moraima,
tratamos asuntos importantes.
Debéis ir con vuestra madre ahora,
pero estaré con vos enseguida,
os lo prometo.
(Suspira): Hijo mío,
poseéis una gran imaginación;
usadla.
Si Zagal y la infiel
hacen y deshacen en Granada,
vuestra sola presencia recordará
que han usurpado el trono.
Seréis un estorbo,
¿qué será de vos?
¿Y de vuestros hijos?
Dejadlo en mis manos,
yo os ayudaré.
¡Beatriz!
Beatriz, ¿estáis ahí?
¿Dónde estabais?
La reina reclama su tisana.
Ahora mismo la preparo.
Os he puesto miel,
para suavizar el sabor amargo.
Sois un ángel.
Fray Hernando, me alegra veros.
Alteza, sé que os he fallado,
y lo lamento, pero...
No lo penséis más,
actuasteis de buena fe.
Y ahora no me mueve
otra cosa que la justicia.
Detened esta locura, os lo ruego.
En los calabozos de la Inquisición
no cabe ni una aguja,
hay familias enteras...
Son muchos
los conversos que judaízan.
Y muchos los inocentes detenidos.
Si son inocentes,
nada deben temer,
Dios les ampara.
En cuanto a los herejes,
tiempo tuvieron de arrepentirse,
¿no es así?
Pero, mi señora,
abundan las denuncias
fruto del rencor y la avaricia.
Pasan por herejes
víctimas del pecado ajeno.
Debéis confiar
en los Tribunales de la Iglesia.
Si están libres de culpa,
lo averiguarán.
Pero mientras las denuncias
sean anónimas,
los acusados están indefensos
ante la calumnia.
Fray Hernando,
agradezco vuestro celo.
Trasladaré vuestras cuitas
a fray Torquemada, os lo prometo.
Nadie tiene más interés que yo
en que la Inquisición
sea tan eficaz como ejemplar.
Pero no os he hecho llamar
para juzgar la labor
del inquisidor general,
sino para encargaros una tarea:
quiero que vayáis a Portugal.
¿Me pedís que abandone Sevilla?
Porque confío en vos como en pocos.
Necesito
que me prestéis un servicio.
¿Qué puedo hacer por vos, mi señora?
Juana vive en la Corte de Portugal,
ni Beatriz de Braganza ni el rey
atienden mis quejas.
Os aseguraréis de que la muchacha
hace sus votos
y regresa al convento.
¿Y si no obedece?
Habrán roto el tratado de paz.
De ser así,
regresaréis con mi hija a Castilla.
No he renunciado a mi primogénita
para que Juana haga lo que le plazca
El emir ha perdido la cabeza
por esa cristiana
que le calienta el lecho;
piensa nombrar heredero
al hijo de esa perra.
¿Granada gobernada
por el hijo de una infiel?
Primero ofende a los castellanos,
y ahora piensa entregar el trono
al hijo de una cristiana.
Creedme,
su hijo es su locura.
Si no lo impedimos,
nuestros hijos y nietos
se avergonzarán de nuestra cobardía.
Ha llegado
el momento que esperábamos.
¿Qué planeáis?
Boabdil debe suceder a su padre,
es el elegido de Alá.
Bajo su mando,
Granada recuperará la cordura.
¿Y pensáis negociar con Castilla?
Conseguiremos un trato
que nos sea favorable,
apaciguaremos a los cristianos
mientras hacemos acopio de fuerzas.
Por fin os habéis convencido
de que la guerra es inevitable.
Boabdil sabrá aunar voluntades:
es cauto y generoso,
y a nadie ha agraviado,
pero precisa de hombres como vos
para defender Granada con las armas.
Y para defender
sus derechos al trono.
Hablad con los caudillos
de vuestro clan,
y buscad el apoyo
de los abencerrajes.
Lo tendréis.
Mientras yo viva,
nunca gobernará un infiel en Granada.
Venid,
quiero que conozcáis a mi hijo.
Se os declara culpable
de ungir a los muertos
según los ritos de la ley hebraica.
de celebrar las fiestas del Sabbath,
y de no respetar
el ayuno en cuaresma.
Como penitencia,
vuestros bienes serán confiscados,
vestiréis saco bendito
durante seis meses,
y asistiréis a la procesión de Pascua
para suplicar vuestro perdón.
Gritos y abucheos
¿Quién la habrá denunciado?
-Un cobarde hideputa.
¿Y si vos fuerais el siguiente?
Moisés, no os acerquéis.
si os ven con un judío,
acabaréis vistiendo vos un saco.
La reina no sabe lo que hace,
los conversos sois gente de bien,
las familias
más prósperas de la ciudad,
y muy leales, me consta.
Muchos pensamos
solo en abandonar Sevilla.
¿Y adónde pensáis ir?
A Portugal.
Más, para preparar el viaje,
necesitamos un refugio
fuera del alcance de la Inquisición.
Tan solo serían unos días.
Contáis con el favor de la reina,
nada debéis temer.
Mi buen dinero me cuesta ese favor.
Es arriesgado,
son muchas bocas que mantener
y muchas familias;
haría falta una fortuna.
Como decís, somos gente de bien,
próspera y también agradecida.
No correréis el riesgo en balde.
Susón, siempre nos hemos entendido,
haré cuanto esté en mi mano.
En nombre de la reina
Isabel de Castilla,
os exijo el cumplimiento
de los tratados firmados en Alcazovas
¿Acaso no los cumplimos?
Vuestra prima, doña Juana,
debe abandonar
inmediatamente la Corte
y regresar al convento
de las clarisas de Santarém.
Mi prima no está en la Corte,
os lo aseguro.
¿Tengo vuestro permiso
para comprobarlo?
Si doña Juana evita su reclusión,
mi señora está dispuesta
a anular todos los acuerdos.
Por supuesto,
la infanta Isabel
regresará a Castilla de inmediato.
Dadme tiempo.
Todas vuestras demandas
quedarán satisfechas,
os doy mi palabra.
Lo celebro,
pero no me iré hasta que doña Juana
procese sus votos como monja.
¿Dónde está Juana?
Tengo que hablar con ella.
No habéis faltado a la verdad,
salió temprano hacia Santarém.
Por Dios,
!esa joven es ingobernable!
¿Al Sarray?
¿Estáis seguro?
En Málaga tengo abencerrajes
a mi servicio,
no hay la menor duda.
Veo demasiada ira
en vuestros ojos,
mala consejera es
en asuntos tan delicados.
Lo sé mejor que vos.
Aún estamos a tiempo.
Hablaremos con Boabdil,
que comprenda
de qué lado le conviene estar.
¿Y vuestra esposa Aixa?
Dejadla de mi cuenta.
Alteza, admito que gracias a vos,
en Sevilla se vive mejor que antes.
Cuesta creer
que pronunciéis esas palabras.
He sufrido vuestro rigor,
pero también me ha beneficiado
vuestra magnanimidad.
Solo quiero que haya paz
y justicia en Castilla.
Por eso me es difícil
comprenderos ahora.
La Inquisición tiene
a los conversos atemorizados.
Nada han de temer
quienes no judaícen.
Son gente de bien,
merecedores de vuestra misericordia,
¿tan terrible es su pecado?
Teneos, marqués.
La herejía es un delito
contra nuestro Señor Jesucristo.
Acabarán huyendo,
y con ellos nuestra prosperidad.
Tal vez,
si levantaseis un poco la mano...
Hablad claro.
¿A qué habéis venido?
Algunos sospechosos
han solicitado mi ayuda,
pero antes de decidirme
a concederla o no,
quería estar seguro
de vuestro parecer.
¿Quizá teméis más
un nuevo desencuentro con la Corona
que la ruina de Sevilla?
Quizá.
Escuchadme entonces,
aquellos que persistan
en la herejía,
no obtendrán mi clemencia,
os lo aseguro.
Y quienes les brinden protección,
rendirán cuentas ante el Tribunal.
¿Sabéis ya vuestra decisión?
(Suspira).
Está todo preparado,
saldremos para Chipiona
pasado mañana.
Solo me consuela
saber que allí estaréis a salvo.
Hija, venid conmigo.
Aquí, en Sevilla,
os ata lo mismo que a mí:
nada.
¿Cómo podéis decir eso?
Aquí he nacido,
y aquí están enterrados
madre y Samuel.
Alteza, si no disponéis nada más.
Id en paz, marqués.
Señora, estáis lívida.
Alteza...
¡Ayuda!
¡Alteza!
-¡Avisad a Badoz!
Mi padre insiste en cenar conmigo,
¿qué debo hacer?
Sabrá de vuestros manejos.
Nada sabe,
o no estaría hablando con vos.
Vuestro padre
os tiene en gran aprecio,
no os teme como enemigo.
Pero vos me advertisteis...
-Mientras viva el emir,
no debéis preocuparos.
Disfrutad de su compañía
y estad atento a cuanto os dice.
Haced que esté
tan orgulloso de su hijo como yo.
Y cuando vuestro padre muera,
nadie se atreverá
a enfrentarse a vos;
nadie, ni siquiera Zagal,
porque habrá quien os proteja.
¿Toma las tisanas?
Tres veces al día,
como ordenasteis.
Tranquilizaos,
nada tiene que ver
el desmallo con el parto.
Gracias a Dios.
Os indiqué ser paciente,
y no me habéis hecho caso.
Vuestra debilidad se deberá
a que os habéis entregado
demasiado pronto
a las tareas de gobierno.
Os aseguro
que descanso cuanto puedo.
No lo suficiente.
Permaneceréis en la cama
hasta que yo os de permiso.
¿Vos decidís
por la reina de Castilla?
Dejad por una vez que así sea,
no hay nada que no pueda hacer
en vuestro lugar.
Alteza.
Señora.
¿Os estáis reservando para el asado?
Comed, comed.
Me alegra
sentarme de nuevo con vos,
dejad que disfrute el momento.
No debéis dudar nunca de mi afecto,
hijo mío,
aunque otro ocupe vuestro lugar,
y sea mi sucesor.
Frágiles son los afectos
en la política, entonces.
Confiad en el emir,
actúa con sabiduría.
Boabdil,
tenéis muchas virtudes,
y quizá en otro tiempo
habríais sido un excelente emir,
pero ahora Granada
no necesita un poeta;
necesita un guerrero.
Con la misma madera
se construye un laúd
o un arco con sus flechas.
Vos, sin duda, sois el laúd.
Siempre seréis mi hijo, Boabdil,
y yo siempre seré vuestro padre,
pero tengo otros planes
para este reino, aceptadlo.
Sé que no prestaréis oídos
a los que vengan a vos
con maledicencias,
al contrario,
que sean ellos los que os escuchen.
Decidles
que quienes se vuelven contra mí
e intrigan a mis espaldas,
pagan por su traición.
Servíos, hijo mío.
El marqués de Cádiz
no va a ayudarnos.
Estamos solos.
(Escucha): Poco podemos hacer
contra la Inquisición,
pero sé cómo podemos defendernos.
Hay que golpear
a quienes nos denuncian,
¡porque sin denuncias
no habrá detenciones!
Y puede que haya una manera
de conseguir los nombres.
Les daremos un escarmiento,
así otros se lo pensarán dos veces
antes de señalar a nadie.
(Llora): ¡Salvajes!
¿Qué sucede?
-¡Son unos salvajes!
(Llora): Mi padre no puede...
No he dormido en toda la noche
pensando en vos.
Prometedme que no estáis haciendo
ninguna locura.
Os lo prometo.
Nada debéis temer.
Venía a traeros esto.
Era de vuestra madre,
prefiero que lo tengáis vos.
Con él os sentiréis más protegida.
Lo guardaré como un tesoro.
Permaneced en la Corte,
aquí estaréis a salvo.
Y ahora,
continuad con vuestras tareas,
no quiero entreteneros.
Solo de ver la comida,
se me va el apetito.
Esforzaos un poco, Isabel,
comer os hará bien.
Llaman a la puerta
Pasad.
Altezas, altezas,
han robado en mi despacho.
¿En palacio?
Venían en busca de algo muy preciso,
y es lo que se han llevado.
Documentos en los que constan
la identidad de algunos denunciantes.
Pensad el peligro que corren
quienes nos ayudan en nuestra labor,
si esos papeles
caen en malas manos.
Susana.
¿Sí, mi señora?
Reunid a la servidumbre
en el patio, interrogadles;
averiguad quién ha entrado
o salido de palacio.
Quien haya cometido este ultraje,
lo pagará, tenéis mi palabra.
Dadme eso.
Padre...,
¿cómo habéis podido?
Cuanto menos sepáis,
mejor para vos.
Devolvedme los documentos.
-No.
Tendréis que quitármelos
por la fuerza.
No me obliguéis...
-No os tengo a miedo,
ni a vos
ni a cien como vos.
No dejaré que caigáis en la ruina.
Sois lo único que tengo.
Susana.
¡Susana, hija!
¡Susana!
Beatriz,
¿qué hacéis aquí?
Deberíais haberme avisado
de vuestro estado,
me apena no haber venido antes.
Vuestra sobrina
no se separa de mí.
Estoy en buenas manos.
Sí, pero dudo
que le hagáis caso.
y yo me aseguraré
de que no cometáis imprudencias.
Llaman a la puerta
Pasad.
¡Sobrina!
Qué alegría veros.
Qué sorpresa,
¿cuándo habéis llegado?
Apenas hace un rato.
He hecho que suban mi equipaje
a vuestra alcoba.
Dormiremos juntas,
y así me explicaréis
qué tal os va en la Corte.
Qué cambiada estáis.
¿Habéis tenido respuesta de Juana?
Sospecho que disfruta con todo esto.
Cada día que pasa,
el problema se torna más grave.
Esta tarde fray Hernando
ha visitado a la infanta Isabel.
Lo sé,
pero no encuentro la solución.
Si pudiéramos encontrarle
un matrimonio lejos de Portugal
no dudaría en casar a Juana.
La reina Isabel
nunca lo permitiría.
Hay otra solución,
y es definitiva.
No creáis que no lo he pensado,
pero no podemos decidirlo
sin la autorización del rey.
Hablad con vuestro padre,
la paz de Portugal está en juego.
¿Beatriz?
"Ave María, gratia plena,
Dominus tecum.
Benedicta tu in mulieribus,
et benedictus
fructus ventris tui, Iesus.
Sancta Maria, Mater Dei,
ora pro nobis peccatoribus, nunc,
et in ora mortis nostrae. Amen".
¿Dónde estabais?
Me tenéis muy preocupada.
¿Quién es?
Miradme.
Le habéis entregado vuestra honra,
no os importa nada vuestra familia,
ni el respeto
que le debéis a la reina.
Le amo.
Y él se aprovecha de eso
para llevaros al lecho.
Decidme,
¿de quién se trata?
No insistáis, no puedo.
No voy a permitir
que os perdáis.
Hablaré con la reina,
dejaréis la Corte
y os reuniréis con vuestra familia.
No os atreváis.
Beatriz, cómo osáis...
-Haced algo contra mí,
y os juro que lo pagaréis.
Desde niño admiro
vuestro talento para la caza.
Ya no soy el que era,
os lo aseguro.
No os creo,
vuestros golpes son certeros:
os anticipáis a la presa
para ganarle en su terreno.
¿De qué estamos hablando?
-Sois un gran estratega,
aunque nadie está libre
de errar un golpe.
Nos hemos librado de al Sarray,
y Aixa se ha llevado un escarmiento,
y todo con el mismo golpe;
no me parece errado.
Mientras no alimente
otra conjuras...
Hablad claro.
Entre los nuestros,
muchos ven con malos ojos
que el hijo de una cristiana
herede vuestro trono.
Con él, Granada brillará
con el esplendor de otros tiempos.
Sí...,
pero de momento solo ven
que es hijo de una cristiana.
¡Alto!
¡Algo, guardias!
¡Guardias, prendedla!
¡Soltadme!
Bastantes muertos tengo ya
sobre mi conciencia.
Tiene que haber otra solución.
-Ninguna que acepte Castilla.
Hablad con Juana,
arregladlo como sea;
pero ni se os ocurra
hacerle daño.
Prometí que la protegería,
soy el rey.
Mientras viva,
me debéis obediencia.
Jurad sobre la Biblia
que velaréis por su vida,
¡jurádmelo!
Si Juana sufre daño alguno,
vos responderéis ante mí
y ante Dios.
Zoraida, mi vida,
he de pediros algo,
por el bien de nuestro hijo
y por el de Granada.
No sabría negaros nada.
Decid,
¿qué puedo hacer para que olvidéis
eso que tanto os aflige?
Estoy bordando unas flores,
corred e informad a mi tía.
La reina solo exige
lo que está firmado;
vos elegisteis libremente
profesar como clarisa.
¿Libremente?
Se respetó vuestra voluntad.
Debéis cumplir,
por vuestro honor
y por la paz de Portugal.
Pero, ¿por qué insiste?
Lo he perdido todo.
-La reina es justa y piadosa.
¿Qué he de hacer entonces?
Habladla en mi nombre,
os juro
que no haré nada contra Castilla,
¡lo juro!
Dios y vos sois testigos.
-Teneos, señora.
Firmaré lo que sea,
pero que me permita vivir;
casarme algún día,
tener hijos.
Os lo suplico,
a vos os escuchará.
Confiad en el Altísimo,
Él os protege.
Nunca,
nunca más confiaré en nadie.
Lo juro por Dios.
Ha sido ella, no hay duda,
llevaba los documentos encima.
Nunca lo hubiese imaginado;
de Susana, nunca.
Por eso la traición
es aún mayor.
Es una de vuestras damas,
¿qué disponéis que haga?
No debo hacer distinciones,
¿qué haríais vos?
Que la justicia siga su curso.
Ha cometido un delito
contra la Inquisición,
que sea la Inquisición
quien la juzgue.
Y que Dios me perdone.
¿Estáis bien?
Tengo frío.
Llaman a la puerta
He de hablar con vos.
En realidad, no tiene importancia;
hablaremos
cuando os encontréis mejor.
Giro de poleas
"Pater noster,
qui es in caelis,
sanctificétur nomen Tuum"...
(Grito).
¿Con qué fin
robasteis los documentos?
No los robé..., no los robé.
Soy inocente, lo juro.
Lo juro..., no.
No, no, ¡no!
(Aullido de dolor).
¿Con qué fin
robasteis los documentos?
¡Dios mío, Dios Todopoderoso;
ayúdame, por favor!
Yo os creo,
no fuisteis vos.
Pero entonces,
¿quién lo hizo,
a quién protegéis?
No sé, no sé nada...,
yo solo quería devolverlos.
¡No, por favor!
¡No, no, no!
Puedo hacer
que cese el tormento,
pero antes
debéis decirme lo que sabéis.
¡No, no, no...!
(Grita).
Mi padre...,
mi padre..., mi padre.
Disculpad mi atrevimiento, alteza.
Pasad, pasad.
Retiraos.
No hemos hablado
desde vuestra llegada.
¿Cómo está vuestro esposo?
Bien.
Está bien, mi señor.
Veréis, he de pediros algo.
Por poco que de mi dependa,
contad con ello.
Sabéis cuánto os apreciamos,
tanto la reina como yo.
Por nada del mundo
querría contrariaros,
os tengo en gran respeto,
y si no estuviera segura
de que es necesario,
nunca osaría hablar con vos.
¿Qué sucede, Beatriz?
Conseguiréis preocuparme.
Es sobre mi sobrina,
Beatriz.
Dejad que la lleve conmigo,
os lo suplico;
ella es apenas una niña,
pero vos sois un hombre.
¿Cómo os atrevéis?
Porque solo vos
podéis remediarlo.
Beatriz ha perdido la cabeza,
no atiende a razones.
Nada le importa,
ni su honra ni su futuro;
os lo suplico.
Callad.
Si no lo hacéis por Beatriz,
pensad en la reina,
en el amor que os profesa.
¿Osáis hablar
en nombre de mi esposa?
Os lo suplico, alteza,
acabad con esta locura
antes de que sea demasiado tarde.
(Gritos).
Yo robé esos documentos.
Ya me tenéis,
soltad a mi hija.
Imposible,
los tenía en su poder.
Quería devolverlos.
Dejadla libre, es inocente.
Decidme antes,
qué pretendíais hacer con ellos.
Quería que esos cobardes
que delatan a los míos
pagaran con sangre sus felonías.
Que la hija de este hombre
quede libre.
¿Vos dirigíais la conjura?
No hay tal.
Decidme,
¿quienes son vuestros cómplices?
Tenéis mi palabra
de que nada más
le ocurrirá a vuestra hija.
A cambio, quiero sus nombres.
-Me sobreestimáis.
Ningún hereje
tuvo valor para seguirme.
Padre, perdónales,
¡porque saben lo que hacen!
(Grita).
¡Bastaaa!
¡Basta!
¿En qué pensáis?
Hace mucho
que conozco a vuestra tía.
¿No sospecha nada
de vuestras ausencias a media noche?
Nada me ha dicho.
Tranquilizaos.
Jamás tendréis
que preocuparos por mí.
No me engaño,
sé muy bien cuál es mi lugar.
Estáis llamados a gobernar
junto a vuestra esposa,
y ese vínculo,
solo el Altísimo puede separarlo.
Cada día,
desde que la reina cayó enferma,
rezo para que recupere la salud
y Dios la guarde muchos años.
Pero sea cual sea
la decisión de Nuestro Señor,
sabed que siempre estaré
a vuestro lado.
Ya despunta el día.
Os lo ruego,
dadme sus nombres,
y salvaréis la vida.
¡Dios!
Ese hereje morirá antes
que delatar a los suyos.
Muerto poco más os dirá.
Mi señora,
sé que es vuestra voluntad
que nadie sea ejecutado,
pero en este caso
deberíais reconsiderarlo.
Pero no hay delito de sangre.
Porque lo detuvimos a tiempo.
Pretendía asesinar
a los buenos cristianos
que colaboran con el Tribunal.
¿Qué delito puede haber más infame?
¿Habéis dado
con el resto de los conjurados?
No, alteza, Susón debe morir.
Que el castigo haga desistir
a quienes comparten sus intenciones.
Debo pensarlo,
os haré saber mi decisión.
Torquemada tiene razón.
Sabíamos que este momento llegaría.
Hemos hecho
todo lo posible por evitarlo,
pero es menester mostrarse firmes.
Conocía a ese hombre,
comerciante prudente y educado.
Os hablo como emir del último
reino musulmán de la península,
pero no busquéis
resignación en mi corazón
ni nostalgia
de esplendores perdidos.
Al contrario,
la ambición de un futuro
más próspero para Granada
inspira todas mis decisiones.
Grandes son
los retos que nos aguardan.
Volverán los días de gloria,
os lo prometo,
y en ese camino me acompañará
mi esposa Zoraida.
Por mi propia voluntad
y la merced de Alá,
es mi deseo abrazar la fe verdadera.
Juro que mis hijos respetarán
los preceptos del Corán,
y se educarán
según las enseñanzas del profeta.
Que Alá nos guíe y nos proteja.
¡Alá es grande!
-(Todos): Alá es grande.
(Saluda en árabe).
En este día feliz, decidnos,
¿qué está escrito en las estrellas?
El hijo nacido
del vientre de Zoraida
será fuerte como el acero.
Con su espada ganará mil batallas.
Decidme algo que no sepa,
¿qué más nos depara el porvenir?
Señor,
el futuro no está en mis manos,
ni en las vuestras,
sino en las de vuestro hijo Boabdil.
La aflicción anegará Granada
cuando él sea emir,
y la media luna
mudará en cruz cristiana.
¿Pero qué disparates son esos?
Explicaos.
Boabdil entregará Granada
a los infieles.
No sucederá tal cosa.
Boabdil nunca será emir.
Mi hijo Nasser,
él es mi heredero.
Él es el futuro de Granada,
¿me oís?
¡Alá es grande!
-(Todos): Alá es grande.
(Voz muy débil): Susana,
¿por qué no acudisteis a mí?
Sé que vuestra intención era buena,
hubieseis evitado el tormento
y vuestro padre no estaría...
Solo vos
podéis concederme esta gracia,
alteza.
Os suplico clemencia para él.
Vos sois misericordiosa.
Mi padre ha cometido
muchos errores, pero no es malo.
Tened piedad.
No merece una muerte tan terrible.
Permitiré que le veáis,
pero nada más
puedo hacer por él,
salvo rezar a Dios
para que le perdone.
Os juro por la memoria de mi madre
que nos iremos de Castilla.
Basta ya,
ya habéis oído a la reina.
Podréis despediros de vuestro padre,
no esperéis nada más.
Que Dios os bendiga.
Guardias, ocupaos de ella.
(Se ahoga).
¡Isabel!
¿Qué sucede, qué pasa?
(Susurra): Avisad a Badoz.
¡Ayuda, ayuda!
¡Qué hacéis ahí parada!
Ya me quedo yo con ella.
(Respira con dificultad).
Alteza, ¿qué os ocurre?
Alteza...
(Iracundo): ¿Dónde está el veneno?
No sé de qué habláis.
Estáis envenenando a la reina.
No, eso no es verdad.
Vais a morir por esto.
Es solo un filtro de amor
para complaceros, nada más.
Sabéis que jamás le haría
ningún daño a la reina.
Bebéoslo.
¡Bebéoslo!
Manteneos lejos de la reina,
¡y de mi vista!
(Llora):
Tendríamos que habernos ido.
Todo esto es culpa mía,
no vuestra, padre.
Todo esto es culpa mía.
¿Qué sucede?
Algo os aflige.
Es vuestra costumbre procurar
que vuestras damas
tengan un matrimonio conveniente.
Así es.
Deberíais buscar marido
para una de ellas.
Decid,
¿quién es la afortunada?
Beatriz de Osorio.
No podía ser otra,
la sobrina de mi mejor amiga.
Me encargaré enseguida.
¿Algún candidato?
¿La queréis cerca
o lejos de la Corte?
Haced como os plazca,
os he dicho
lo que tenía que decir.
Es más que suficiente.
(Grita).
En agradecimiento
a vuestros servicios,
he decidido premiaros
con un matrimonio digno de vos.
No pretendo otra gracia
que servir a vuestra alteza.
Es mi voluntad.
Mía y de mi esposo, el rey.
He escogido personalmente
a vuestro esposo.
Es un noble
de la más alta alcurnia:
Hernán Peraza,
virrey de las Canarias.
Enhorabuena a los dos.
Campanadas
Señor,
acoged el alma de este pecador.
Estáis a tiempo
de arrepentiros ante Dios.
Sí, me arrepiento.
Me arrepiento
de haber sido cristiano,
y de haber confiado
en la bondad de sus clérigos.
(Todos le insultan):
¡Hereje, hideputa, Judas!
El fuego purificará tus pecados.
Que Dios se apiade de ti.
Malditos seáis.
¡Vosotros sois los pecadores,
los impíos!
¡Dios os castigará!
¡Os azotarán las siete plagas
y se cumplirá la ley de Moisés!
¡Ojo por ojo;
yo os maldigo!
¡Yo os maldigo;
ojo por ojo!
(Grita).
Vámonos, venid conmigo.
¡Parad, no!
"Pater Noster, qui es in caelis,
sanctificétur nomen Tuum,
adveniat Regnum Tuum,
fiat volúntas tua,
sicut in caelo et in terra.
Panem nostrum cotidiánum
da nobis hódie,
et dimitte nobis débita nostra".
(Narra): "Arrepentíos los tibios,
arrepentíos los necios,
porque cuando era tiempo,
os negasteis a erradicar la amenaza
de la faz de la Tierra.
Padeced ahora la plaga
que el siervo judío del diablo
esparce casa por casa,
de hombre a mujer,
de madre a hijo.
La peste, la peste judía
que asola a la cristiandad...
¡La peste!".
Isabel, debéis perdonar.
Sois el heredero,
vuestro destino se halla escrito;
confiad en él...,
y en vuestra madre.
¿Quién sois
que osáis mirar así a vuestro rey?
¿Acaso no me reconocéis?
Viajaremos a Aragón
cuando yo lo crea conveniente.
Es voluntad del rey
que nunca más sean aplicados
los malos usos señoriales.
Nunca jamás.
Aniquilad a los cristianos.
-Así lo haré.
Es mi deseo
que mis hijos aprendan
a leer y escribir
lo antes posible.
Encargaos de encontrar
al preceptor adecuado.
Os presento a Beatriz de Galindo.
Marchaos, haced el favor.
¿Cómo decís?
Que salgáis de la alcoba.
¡Guifré de Prades,
el infierno te espera!
Si no me respetáis
como vuestra esposa,
por lo menos respetadme
como vuestra reina.
Sitiaremos la ciudad.
Atraeremos la atención cristiana
hacia otro punto de la muralla,
mientras un grupo
de nuestros mejores hombres
se deslizan por ese pasadizo.
Hemos sido llamados
a luchar por la cristiandad
contra el invasor musulmán,
como hicieron nuestros antepasados.
Habréis de demostrar
en el campo de batalla
vuestra lealtad a la Corona
y vuestra fe en Cristo,
Nuestro Señor.
Se me ha encomendado
la misión divina
de hacer la guerra a los infieles
y devolver Al-Ándalus
a los musulmanes.
Al Sarray no habrá muerto en vano
si continuáis lo que no terminó.
Ayudadnos a deshacernos del emir.
¡Abrid las puertas
a las tropas de Alá!
(Griterío).
Subtitulación realizada
por Cristina Rivero Moreno.
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NOTIZIE STORICHE.
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PERSOAGGI.
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TERMINOLOGIA STORICA.
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LUOGHI E ATLANTE STORICO.
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