domenica 24 maggio 2020

tr35: Isabella di Castilglia- Capitúlo 20.

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Sommario:

Isabel - Capítulo 20


La infanta Juana ha nacido. Es un bebé sano y despierto. No obstante, el físico de la reina teme las consecuencias de un nuevo embarazo e impone una dura prueba a los reyes. Fernando, por su parte, desea reanudar la relación adúltera con Beatriz de Osorio, a pesar de la aparente oposición ella. Más tarde descubrirá que la sobrina de la Bobadilla oculta peligrosas intenciones. En Granada, Muley Hacén pretende convertir en heredero a Nasr, el hijo que ha engendrado con Isabel de Solís. Para ello, llama a la corte a su hermano, El Zagal, consciente del rencor que acumula Aixa y temeroso de la reacción que pueda provocar su decisión.

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Transcripción completa.
Es un varón, alteza, un varón sano.
¡Cerrad esa puerta!
¿No veis lo que un mal aire puede hacer a un niño pequeño?
Decís cosas que nunca antes habían escuchado mis oídos.
Porque os amo.
Yo no soy contrario a la Inquisición.
Entonces, prestad este servicio a Castilla.
El problema, reverencia, no es instaurarla,
sino en manos de quién estará.
¿Pretendéis suplantar a la Iglesia?
Solo nombrar a los inquisidores, y que la Corona lleve las riendas.
Mermando el poder de abades, obispos y arzobispos,
evitaríamos que hubiera más Carrillos.
Su cautiverio ha terminado.
Y en este tiempo se ha convertido en la estrella que me guía,
en mi apoyo,
y he decidido hacerla mi esposa.
El rey Luis aboga por recuperar las relaciones de amistad
que se quebraron por la aventura de Portugal.
¿Va el rey Luis a devolver el Rosellón y la Cerdaña a mi padre?
Aragón y Castilla son reinos distintos.
No voy a traicionar a mi padre.
No tengo intención de asesinar al emir,
ni de ser asesinado por los míos.
Lo primero lo daba por hecho,
lo segundo solo lo evitaréis confiando en las personas adecuadas.
Sin la amenaza de Francia, Castilla nos aislará.
Hay que alertar al rey, que pida explicaciones;
debe evitar que firmen.
Buscad el encuentro con el obispo de Albi,
pero hacedlo con total discreción.
Nada debe saber mi esposo de esto por ahora.
Tenéis un día para salir de mi reino.
¡Decidme que a mis espaldas no estáis negociando con Francia!
Dejadnos solos.
¡Me habéis traicionado!
¡A mí, a mi padre, y con vos lo traiciono yo!
¡A mi padre, que se está muriendo!
Sé defenderme de lo que no deseo.
Antes de partir, firmaré el tratado con Francia,
y después solicitaréis la bula para implantar la Inquisición.
Nunca me habéis decepcionado.
Recuperaré para la Corona el Rosellón y la Cerdaña.
No habrá Inquisición
hasta que fray Talavera dé por concluida su labor.
¿Queréis que el rey sea derrotado?
En vuestras manos está alteza, aprovechar la debilidad portuguesa
y controlar la batalla, o pactar.
¡Pretenden casar a mi hijo con Juana!
Ese matrimonio es una victoria vuestra, señora,
es el único camino para que seáis reina de Castilla.
Vais a casar con el príncipe de Portugal.
Y un día compartiréis reino con él.
Señora, recordad que ante Dios ya no soy vuestro esposo.
He tomado mi decisión.
Si la muchacha quiere ser monja, que lo sea,
pero yo me encargaré de que sea más monja que ninguna.
Señora, el príncipe.
La calentura va a más. -La ventana debió abrirse.
¿Dónde está el físico? Está avisado, señora.
Subtitulado por TVE.
(Ríe): ¡Eh, acercaos!
Acercaos y escuchad a aquellos a quienes Fortuna
privó del disfrute de la lectura. -Calla y lee.
"Talavera, fray Hernando, por Sevilla paseando,
y el catetismo enseñando a quien os anda burlando.
Decid a doña Isabel que vuestra labor es vana,
si el marrano muda piel, la Virgen es barragana".
(Risas).
"No debería reinar quien no sabe gobernar,
pues no hay hereje que tema a soberana tan mema.
Y vos, por ser tan beato, no merecéis mejor trato,
que conversos y ladrones hay en la Iglesia a montones".
(Risas). -¡Fuera de aquí, pecadores!
¡Largo, largo!
Su alteza, el príncipe, no camina, corre.
Me alegro, pero cuidad de que no coja frío,
es propenso a las fiebres.
¿Cómo se encuentra la recién nacida?
Sana y fuerte;
parece tener prisa por hacerse una mujer.
Su ama puede dar fe,
Juana come con el mismo brío con el que llora.
Así debe ser, ¿me permitís?
¿Cuándo podré levantarme? Castilla no espera.
Alteza, armaos de paciencia,
vuestras piernas están aún muy inflamadas.
Tardaréis en retomar vuestras tareas.
Os aplicaré un ungüento, y tomaréis unas tisanas,
os daré cuenta de cómo se preparan.
Concebir dos veces en tan breve plazo
ha supuesto una dura prueba para vuestro cuerpo.
Es nuestro deber tener descendencia.
También debería serlo demostrar prudencia.
Otro embarazo resultaría fatal para vos.
Altezas, es vital, vital que guardéis abstinencia.
¿Por cuánto tiempo?
Hasta que estéis restablecida.
Entonces, hablaremos.
Aceptad nuestras condolencias, reverencia.
Con la muerte de vuestro hermano don Diego,
Castilla ha perdido uno de sus hombres más leales.
Os agradezco vuestras palabras de corazón,
en mi nombre y en el de mi familia.
Esto anda circulando por Sevilla.
Veo que os interesa estar al corriente.
"No debería reinar quien no sabe gobernar".
Así que este es el fruto de la evangelización de Talavera.
Si llegara a manos de la reina, se llevaría un gran disgusto.
¿Me podéis explicar qué es esto?
A buen seguro,
su reverencia os habrá dado hasta el último detalle.
Sois vos quien debería haberme informado.
Disculpad.
Mi error ha sido querer evitaros quebraderos de cabeza.
Estoy escribiendo una respuesta en la que rebato una a una
todas las infamias.
No se trata de una disputa sobre la doctrina de la Iglesia,
es una ofensa contra mí y contra la Corona.
Si queda sin castigo seguirán otras.
Mi señora,
purificar la fe de los conversos es una misión llena de obstáculos.
Lo sabíamos todos desde el principio.
Apena hemos dado los primeros pasos.
Os ruego me permitáis... No porfiéis.
Continuad vuestra labor si os place,
aunque dudo que así podáis acabar con la herejía.
Ahora retiraos, fray Hernando.
Quizás ha llegado la hora de emplear instrumentos más eficaces
para acabar con la herejía.
(Indignado): Así hace el papa su guerra santa,
sin mover un dedo para liberar Otranto.
Poco queda por liberar,
ya han pasado a cuchillo a todos los habitantes:
dos mil almas.
Hay que detener al turco.
Que la flota aragonesa parta hacia Nápoles,
llevaréis mis órdenes a vuestro regreso.
No podéis vencer sin apoyos. Pues habrá que conseguirlos.
No es solo Otranto, Peralta,
está en juego el dominio del Mediterráneo.
¿Qué pasaría si todos los infieles firmaran una alianza?
La cristiandad estaría en peligro.
El emir de Granada no tardaría en atacar Castilla.
Muley Hacen no es el gran turco. Cierto,
pero con el respaldo de los suyos quién sabe de lo que se vería capaz.
Acabemos con la amenaza antes de que exista.
Salam Aleikum, hermano. -Aleikum Salam.
Gracias por acudir a mi llamada.
Algo grave sucede si requerís que abandone Málaga así.
Grave no es, pero sí importante.
Os necesito a mi lado.
Se os ve fuerte, como hace 20 años, y más juicioso si cabe,
¿en qué podría ayudaros?
He decidido que Nasser, el hijo de Zoraida,
sea mi sucesor.
Como arzobispo de Sevilla,
sabemos que os complacerá nuestra elección.
Sé cuánto os ha costado tomar esta decisión,
os lo agradezco; sabéis que contáis con mi apoyo.
Veo que la reina os ha comunicado que será en vuestra diócesis
donde la Inquisición iniciará su labor.
Es nuestra intención nombrar al inquisidor general
lo antes posible.
Aunque tengamos potestad para designar a quien nos plazca,
recordemos que el papa aceptó tal condición a disgusto.
Cierto, nos conviene limar asperezas con Roma.
Estos son los candidatos de la Santa Sede.
Si no halláis al hombre adecuado en esa lista,
buscadlo en otra parte.
¿Cuáles han de ser sus virtudes, en vuestra opinión?
Debe ser un clérigo sin ambiciones mundanas,
austero, devoto y de voluntad inquebrantable,
dispuesto a luchar sin desmayo contra la herejía,
y a la par piadoso; capaz de perdonar.
No son pocos los requisitos.
Ha de reunirlos todos, pues actúa en nombre de la Corona.
A la vista de lo sucedido en otras partes,
quiero estar segura de que no se producirán desmanes
en mi nombre.
Quizá Roma nos haya facilitado la tarea.
Van a ser muchos los que se opongan, empezando por Boabdil y su madre.
Por eso os necesito aquí, seréis mi mano derecha,
y si algo me ocurriera, vos asumiréis la regencia.
¿Qué habría de ocurriros?
Ningún hombre conoce los designios de Alá.
Estad preparado para gobernar y para cuidar de los míos.
Ojalá el fin de mis días esté lejos.
Que así sea.
De lo contrario, reinaréis
hasta que mi sucesor tenga la edad adecuada.
Hermano, confío en que le educaréis para ser un emir digno de Granada.
Contad conmigo.
Altezas, me presento ante vos con toda humildad.
Una cualidad muy necesaria
en quien ha de juzgar los errores ajenos.
Todos somos pecadores,
y un día responderemos ante el único juez verdadero.
Entre tanto, otros responderán ante vos,
y vos ante la Corona.
Fray Tomás, por la gracia de Dios
os nombro inquisidor general del reino de Castilla.
Será un gran honor
combatir la herejía en vuestro nombre
y en el de la Santa Madre Iglesia.
Así habrá de ser.
Que los inocentes puedan demostrar su inocencia,
y los culpables reciban justo castigo.
Vuestra labor empieza mañana mismo,
y, creedme, consumirá todo vuestro tiempo.
En Sevilla muchos conversos perseveran
en sus prácticas heréticas.
Unos por error, otros por contumacia.
Mis señores, con el debido respeto,
mientras haya judíos en Castilla, será difícil acabar con la herejía.
En Sevilla hace tiempo que viven apartados,
no así los falsos cristianos.
Ellos son los que amenazan la fe verdadera,
no lo olvidéis.
Serán perseguidos y ajusticiados, os doy mi palabra.
Fray Tomás, vuestra misión es lograr su arrepentimiento,
no ejecutarlos.
Puede que en otros reinos cristianos
el fuego de la hoguera asegure la pureza de la fe,
pero no habrá en Castilla condenas a muerte.
Vuestra misericordia es encomiable.
Quienes por propia voluntad se declaren culpables de herejía
ante el Tribunal,
y demuestren arrepentimiento, obtendrán el perdón.
La Corona lo garantiza.
Mis señores, velaré porque así se cumpla.
En nombre de sus señorías, los reyes Isabel y Fernando,
hago saber que a día de hoy el Tribunal de la Santa Inquisición
comienza su labor en Sevilla.
Durante los siguientes 30 días,
quienes se arrepientan por propia voluntad
de sus prácticas heréticas,
recibirán el perdón y la bendición de Cristo,
conservarán sus bienes y nada se hará contra ellos.
Cuánta misericordia, no creo una palabra.
Quienes perseveren serán perseguidos,
recibirán justo castigo por sus pecados,
hasta que demuestren arrepentimiento
y voluntad de profesar la fe verdadera.
Los condenados serán desposeídos de sus propiedades,
ellos y sus descendientes.
No habrá piedad para los contumaces.
Todo cristiano que conozca o sospeche de alguien que judaíza,
deberá denunciarlo.
Su identidad se guardará en secreto.
Ningún perjuicio sufrirá quien ayude a combatir...
la herejía.
Águeda, ¿adónde vais?
A arrepentirme, ¿qué otra cosa podemos hacer?
¿No veis que es una trampa?
Vamos.
¿Así que vos sois los futuros reyes de Portugal?
¿Quién sois? -Vuestra prima Juana.
No sabía que tuviera una prima. -Porque no os han hablado de mí.
Es curiosos conocernos aquí,
donde las dos vivimos por culpa de vuestra madre.
¿No os parece?
¿Qué sucede aquí?
Vuestra protegida suspira por Castilla, como yo.
Pero me temo que no conoce bien a su madre.
No le hagáis cao.
Esperadme en vuestros aposentos, vamos.
Vivís a su merced,
y os hará desgraciada, tenedlo por seguro.
Vamos.
Cómo tenéis el descaro... -Señora, por más que procuro,
el convento no deja de parecerme un lugar frío y húmedo.
Oídme bien y recapacitad.
No os pido que permanezcáis entre cuatro paredes,
pero si no pasáis desapercibida, tendréis problemas.
Jaque.
Dudo que Badoz se tome sus remedios.
Por Dios, señora, quien se distrae ante vos lo paga.
Alteza.
Es de la infanta. Podéis retiraros.
¿Qué le han hecho a nuestra hija?
Dice que se presentó su prima ante ella, Juana.
¿La muchacha ha dejado el convento?
Pediremos explicaciones al rey Alfonso.
No hay explicación que valga.
Han incumplido el contrato que se atengan a las consecuencias.
No dejéis que la ira nuble vuestro juicio.
Antes de tomar una decisión tan grave...
¡Nos burlan!
¡Y todos en Portugal son cómplices!
¡De no ser por la infanta, ni nos hubiéramos enterado!
Vos no deseáis otra guerra.
Queréis que Juana viva recluida, ¿no es así?
Tal fue el trato.
Entonces, dejemos que la diplomacia resuelva el asunto, no las armas.
No cederé. No será necesario.
Conseguiremos que Juana vuelva al convento
y se quede para siempre.
Padre, no sufriréis daño alguno. -Mucho os fiáis del inquisidor.
Aún estáis a tiempo,
después, de nada valdrá arrepentiros.
Temo por vos.
De nada he de arrepentirme, bien tranquila tengo la conciencia,
más que otros.
¿Y si os pidiera que lo hicierais por mí?
(Llora): Yo no he hecho nada. -Es en casa de Águeda.
Por amor de Dios, os lo suplico, dejadme ir.
Estoy bautizada, y soy tan cristiana como vosotros.
Cerrad la casa, ahora pertenece a la Inquisición.
¿Qué sucede? ¡De qué se le acusa!
¿Quién lo pregunta?
Disculpad a mi padre, fray Tomás.
A vos os he visto en palacio.
Estoy al servicio de su alteza la reina.
Vámonos, padre, esto no nos incumbe.
¡No, no por favor!
Boabdil es vuestro heredero,
es el que tiene que estar junto a vos y no vuestro hermano.
¡Escuchadme! -No, escuchadme vos.
Boabdil no sabría gobernar ni la tierra sobre la que pisa.
¿Cómo podéis insultar así a vuestro hijo?
¿Acaso miento?
La culpa es mía
por dejar su educación en vuestras manos.
Lo habéis convertido en un títere que manejáis a vuestro antojo.
Y admitidlo, estáis deseando hacer lo mismo con Granada.
Miserable...
Solo veis lo que os conviene, y todo por esa perra cristiana.
(Grita).
¿Qué ocurre?
(Lee): Si hoy presto oídos,
escucho una música que viene de muy lejos,
del pasado también.
De cuanto ha muerto,
de horas y signos distintos a los de hoy,
y de otras vidas.
Hermoso poema, hijo mío.
¿A quién queréis engañar?
Peligran vuestros derechos y perdéis el tiempo con estupideces,
¿es que no tenéis sangre en las venas?
Aunque no reine en Granada, no dejaré ser hijo del emir.
¡No haréis que me vuelva contra mi padre!
Si Alá no os quisiese como emir, no hubierais nacido de mi vientre.
¡Plantad cara a esta infamia!
¿O acaso esperáis que lo haga yo por vos?
Lo siento, vuestro hijo os buscaba.
No hay puerta que contenga a mi pequeño,
¿verdad que no?
Moraima, tratamos asuntos importantes.
Debéis ir con vuestra madre ahora, pero estaré con vos enseguida,
os lo prometo.
(Suspira): Hijo mío, poseéis una gran imaginación;
usadla.
Si Zagal y la infiel hacen y deshacen en Granada,
vuestra sola presencia recordará que han usurpado el trono.
Seréis un estorbo, ¿qué será de vos?
¿Y de vuestros hijos?
Dejadlo en mis manos, yo os ayudaré.
¡Beatriz!
Beatriz, ¿estáis ahí?
¿Dónde estabais? La reina reclama su tisana.
Ahora mismo la preparo.
Os he puesto miel, para suavizar el sabor amargo.
Sois un ángel.
Fray Hernando, me alegra veros.
Alteza, sé que os he fallado, y lo lamento, pero...
No lo penséis más, actuasteis de buena fe.
Y ahora no me mueve otra cosa que la justicia.
Detened esta locura, os lo ruego.
En los calabozos de la Inquisición no cabe ni una aguja,
hay familias enteras...
Son muchos los conversos que judaízan.
Y muchos los inocentes detenidos.
Si son inocentes, nada deben temer,
Dios les ampara.
En cuanto a los herejes, tiempo tuvieron de arrepentirse,
¿no es así?
Pero, mi señora,
abundan las denuncias fruto del rencor y la avaricia.
Pasan por herejes víctimas del pecado ajeno.
Debéis confiar en los Tribunales de la Iglesia.
Si están libres de culpa, lo averiguarán.
Pero mientras las denuncias sean anónimas,
los acusados están indefensos ante la calumnia.
Fray Hernando, agradezco vuestro celo.
Trasladaré vuestras cuitas a fray Torquemada, os lo prometo.
Nadie tiene más interés que yo
en que la Inquisición sea tan eficaz como ejemplar.
Pero no os he hecho llamar
para juzgar la labor del inquisidor general,
sino para encargaros una tarea: quiero que vayáis a Portugal.
¿Me pedís que abandone Sevilla?
Porque confío en vos como en pocos.
Necesito que me prestéis un servicio.
¿Qué puedo hacer por vos, mi señora?
Juana vive en la Corte de Portugal,
ni Beatriz de Braganza ni el rey atienden mis quejas.
Os aseguraréis de que la muchacha hace sus votos
y regresa al convento.
¿Y si no obedece? Habrán roto el tratado de paz.
De ser así, regresaréis con mi hija a Castilla.
No he renunciado a mi primogénita para que Juana haga lo que le plazca
El emir ha perdido la cabeza
por esa cristiana que le calienta el lecho;
piensa nombrar heredero al hijo de esa perra.
¿Granada gobernada por el hijo de una infiel?
Primero ofende a los castellanos,
y ahora piensa entregar el trono al hijo de una cristiana.
Creedme, su hijo es su locura.
Si no lo impedimos,
nuestros hijos y nietos se avergonzarán de nuestra cobardía.
Ha llegado el momento que esperábamos.
¿Qué planeáis?
Boabdil debe suceder a su padre, es el elegido de Alá.
Bajo su mando, Granada recuperará la cordura.
¿Y pensáis negociar con Castilla?
Conseguiremos un trato que nos sea favorable,
apaciguaremos a los cristianos mientras hacemos acopio de fuerzas.
Por fin os habéis convencido de que la guerra es inevitable.
Boabdil sabrá aunar voluntades: es cauto y generoso,
y a nadie ha agraviado,
pero precisa de hombres como vos para defender Granada con las armas.
Y para defender sus derechos al trono.
Hablad con los caudillos de vuestro clan,
y buscad el apoyo de los abencerrajes.
Lo tendréis.
Mientras yo viva, nunca gobernará un infiel en Granada.
Venid, quiero que conozcáis a mi hijo.
Se os declara culpable de ungir a los muertos
según los ritos de la ley hebraica.
de celebrar las fiestas del Sabbath,
y de no respetar el ayuno en cuaresma.
Como penitencia, vuestros bienes serán confiscados,
vestiréis saco bendito durante seis meses,
y asistiréis a la procesión de Pascua para suplicar vuestro perdón.
Gritos y abucheos
¿Quién la habrá denunciado? -Un cobarde hideputa.
¿Y si vos fuerais el siguiente?
Moisés, no os acerquéis.
si os ven con un judío, acabaréis vistiendo vos un saco.
La reina no sabe lo que hace, los conversos sois gente de bien,
las familias más prósperas de la ciudad,
y muy leales, me consta.
Muchos pensamos solo en abandonar Sevilla.
¿Y adónde pensáis ir?
A Portugal.
Más, para preparar el viaje,
necesitamos un refugio fuera del alcance de la Inquisición.
Tan solo serían unos días.
Contáis con el favor de la reina, nada debéis temer.
Mi buen dinero me cuesta ese favor.
Es arriesgado,
son muchas bocas que mantener y muchas familias;
haría falta una fortuna.
Como decís, somos gente de bien, próspera y también agradecida.
No correréis el riesgo en balde.
Susón, siempre nos hemos entendido, haré cuanto esté en mi mano.
En nombre de la reina Isabel de Castilla,
os exijo el cumplimiento de los tratados firmados en Alcazovas
¿Acaso no los cumplimos?
Vuestra prima, doña Juana,
debe abandonar inmediatamente la Corte
y regresar al convento de las clarisas de Santarém.
Mi prima no está en la Corte, os lo aseguro.
¿Tengo vuestro permiso para comprobarlo?
Si doña Juana evita su reclusión,
mi señora está dispuesta a anular todos los acuerdos.
Por supuesto,
la infanta Isabel regresará a Castilla de inmediato.
Dadme tiempo.
Todas vuestras demandas quedarán satisfechas,
os doy mi palabra.
Lo celebro,
pero no me iré hasta que doña Juana procese sus votos como monja.
¿Dónde está Juana? Tengo que hablar con ella.
No habéis faltado a la verdad, salió temprano hacia Santarém.
Por Dios, !esa joven es ingobernable!
¿Al Sarray?
¿Estáis seguro?
En Málaga tengo abencerrajes a mi servicio,
no hay la menor duda.
Veo demasiada ira en vuestros ojos,
mala consejera es en asuntos tan delicados.
Lo sé mejor que vos.
Aún estamos a tiempo.
Hablaremos con Boabdil,
que comprenda de qué lado le conviene estar.
¿Y vuestra esposa Aixa?
Dejadla de mi cuenta.
Alteza, admito que gracias a vos, en Sevilla se vive mejor que antes.
Cuesta creer que pronunciéis esas palabras.
He sufrido vuestro rigor,
pero también me ha beneficiado vuestra magnanimidad.
Solo quiero que haya paz y justicia en Castilla.
Por eso me es difícil comprenderos ahora.
La Inquisición tiene a los conversos atemorizados.
Nada han de temer quienes no judaícen.
Son gente de bien, merecedores de vuestra misericordia,
¿tan terrible es su pecado? Teneos, marqués.
La herejía es un delito contra nuestro Señor Jesucristo.
Acabarán huyendo, y con ellos nuestra prosperidad.
Tal vez, si levantaseis un poco la mano...
Hablad claro.
¿A qué habéis venido?
Algunos sospechosos han solicitado mi ayuda,
pero antes de decidirme a concederla o no,
quería estar seguro de vuestro parecer.
¿Quizá teméis más
un nuevo desencuentro con la Corona que la ruina de Sevilla?
Quizá.
Escuchadme entonces,
aquellos que persistan en la herejía,
no obtendrán mi clemencia, os lo aseguro.
Y quienes les brinden protección, rendirán cuentas ante el Tribunal.
¿Sabéis ya vuestra decisión?
(Suspira).
Está todo preparado,
saldremos para Chipiona pasado mañana.
Solo me consuela saber que allí estaréis a salvo.
Hija, venid conmigo.
Aquí, en Sevilla, os ata lo mismo que a mí:
nada.
¿Cómo podéis decir eso?
Aquí he nacido,
y aquí están enterrados madre y Samuel.
Alteza, si no disponéis nada más.
Id en paz, marqués.
Señora, estáis lívida.
Alteza...
¡Ayuda!
¡Alteza! -¡Avisad a Badoz!
Mi padre insiste en cenar conmigo, ¿qué debo hacer?
Sabrá de vuestros manejos.
Nada sabe, o no estaría hablando con vos.
Vuestro padre os tiene en gran aprecio,
no os teme como enemigo.
Pero vos me advertisteis... -Mientras viva el emir,
no debéis preocuparos.
Disfrutad de su compañía y estad atento a cuanto os dice.
Haced que esté tan orgulloso de su hijo como yo.
Y cuando vuestro padre muera,
nadie se atreverá a enfrentarse a vos;
nadie, ni siquiera Zagal,
porque habrá quien os proteja.
¿Toma las tisanas?
Tres veces al día, como ordenasteis.
Tranquilizaos,
nada tiene que ver el desmallo con el parto.
Gracias a Dios.
Os indiqué ser paciente, y no me habéis hecho caso.
Vuestra debilidad se deberá a que os habéis entregado
demasiado pronto a las tareas de gobierno.
Os aseguro que descanso cuanto puedo.
No lo suficiente.
Permaneceréis en la cama hasta que yo os de permiso.
¿Vos decidís por la reina de Castilla?
Dejad por una vez que así sea,
no hay nada que no pueda hacer en vuestro lugar.
Alteza.
Señora.
¿Os estáis reservando para el asado?
Comed, comed.
Me alegra sentarme de nuevo con vos,
dejad que disfrute el momento.
No debéis dudar nunca de mi afecto, hijo mío,
aunque otro ocupe vuestro lugar, y sea mi sucesor.
Frágiles son los afectos en la política, entonces.
Confiad en el emir, actúa con sabiduría.
Boabdil, tenéis muchas virtudes,
y quizá en otro tiempo habríais sido un excelente emir,
pero ahora Granada no necesita un poeta;
necesita un guerrero.
Con la misma madera se construye un laúd
o un arco con sus flechas.
Vos, sin duda, sois el laúd.
Siempre seréis mi hijo, Boabdil, y yo siempre seré vuestro padre,
pero tengo otros planes para este reino, aceptadlo.
Sé que no prestaréis oídos
a los que vengan a vos con maledicencias,
al contrario, que sean ellos los que os escuchen.
Decidles que quienes se vuelven contra mí
e intrigan a mis espaldas,
pagan por su traición.
Servíos, hijo mío.
El marqués de Cádiz no va a ayudarnos.
Estamos solos.
(Escucha): Poco podemos hacer contra la Inquisición,
pero sé cómo podemos defendernos.
Hay que golpear a quienes nos denuncian,
¡porque sin denuncias no habrá detenciones!
Y puede que haya una manera de conseguir los nombres.
Les daremos un escarmiento,
así otros se lo pensarán dos veces antes de señalar a nadie.
(Llora): ¡Salvajes!
¿Qué sucede? -¡Son unos salvajes!
(Llora): Mi padre no puede...
No he dormido en toda la noche pensando en vos.
Prometedme que no estáis haciendo ninguna locura.
Os lo prometo.
Nada debéis temer.
Venía a traeros esto.
Era de vuestra madre, prefiero que lo tengáis vos.
Con él os sentiréis más protegida.
Lo guardaré como un tesoro.
Permaneced en la Corte, aquí estaréis a salvo.
Y ahora, continuad con vuestras tareas,
no quiero entreteneros.
Solo de ver la comida, se me va el apetito.
Esforzaos un poco, Isabel, comer os hará bien.
Llaman a la puerta
Pasad.
Altezas, altezas, han robado en mi despacho.
¿En palacio?
Venían en busca de algo muy preciso, y es lo que se han llevado.
Documentos en los que constan la identidad de algunos denunciantes.
Pensad el peligro que corren quienes nos ayudan en nuestra labor,
si esos papeles caen en malas manos.
Susana. ¿Sí, mi señora?
Reunid a la servidumbre en el patio, interrogadles;
averiguad quién ha entrado o salido de palacio.
Quien haya cometido este ultraje, lo pagará, tenéis mi palabra.
Dadme eso.
Padre...,
¿cómo habéis podido?
Cuanto menos sepáis, mejor para vos.
Devolvedme los documentos. -No.
Tendréis que quitármelos por la fuerza.
No me obliguéis... -No os tengo a miedo,
ni a vos ni a cien como vos.
No dejaré que caigáis en la ruina.
Sois lo único que tengo.
Susana.
¡Susana, hija!
¡Susana!
Beatriz,
¿qué hacéis aquí?
Deberíais haberme avisado de vuestro estado,
me apena no haber venido antes.
Vuestra sobrina no se separa de mí.
Estoy en buenas manos.
Sí, pero dudo que le hagáis caso.
y yo me aseguraré de que no cometáis imprudencias.
Llaman a la puerta
Pasad.
¡Sobrina! Qué alegría veros.
Qué sorpresa, ¿cuándo habéis llegado?
Apenas hace un rato.
He hecho que suban mi equipaje a vuestra alcoba.
Dormiremos juntas,
y así me explicaréis qué tal os va en la Corte.
Qué cambiada estáis.
¿Habéis tenido respuesta de Juana?
Sospecho que disfruta con todo esto.
Cada día que pasa, el problema se torna más grave.
Esta tarde fray Hernando ha visitado a la infanta Isabel.
Lo sé, pero no encuentro la solución.
Si pudiéramos encontrarle un matrimonio lejos de Portugal
no dudaría en casar a Juana.
La reina Isabel nunca lo permitiría.
Hay otra solución,
y es definitiva.
No creáis que no lo he pensado,
pero no podemos decidirlo sin la autorización del rey.
Hablad con vuestro padre, la paz de Portugal está en juego.
¿Beatriz?
"Ave María, gratia plena, Dominus tecum.
Benedicta tu in mulieribus,
et benedictus fructus ventris tui, Iesus.
Sancta Maria, Mater Dei, ora pro nobis peccatoribus, nunc,
et in ora mortis nostrae. Amen".
¿Dónde estabais?
Me tenéis muy preocupada.
¿Quién es?
Miradme.
Le habéis entregado vuestra honra,
no os importa nada vuestra familia,
ni el respeto que le debéis a la reina.
Le amo.
Y él se aprovecha de eso para llevaros al lecho.
Decidme, ¿de quién se trata?
No insistáis, no puedo.
No voy a permitir que os perdáis.
Hablaré con la reina,
dejaréis la Corte y os reuniréis con vuestra familia.
No os atreváis.
Beatriz, cómo osáis... -Haced algo contra mí,
y os juro que lo pagaréis.
Desde niño admiro vuestro talento para la caza.
Ya no soy el que era, os lo aseguro.
No os creo, vuestros golpes son certeros:
os anticipáis a la presa para ganarle en su terreno.
¿De qué estamos hablando? -Sois un gran estratega,
aunque nadie está libre de errar un golpe.
Nos hemos librado de al Sarray, y Aixa se ha llevado un escarmiento,
y todo con el mismo golpe; no me parece errado.
Mientras no alimente otra conjuras...
Hablad claro.
Entre los nuestros, muchos ven con malos ojos
que el hijo de una cristiana herede vuestro trono.
Con él, Granada brillará con el esplendor de otros tiempos.
Sí...,
pero de momento solo ven que es hijo de una cristiana.
¡Alto!
¡Algo, guardias!
¡Guardias, prendedla!
¡Soltadme!
Bastantes muertos tengo ya sobre mi conciencia.
Tiene que haber otra solución. -Ninguna que acepte Castilla.
Hablad con Juana, arregladlo como sea;
pero ni se os ocurra hacerle daño.
Prometí que la protegería, soy el rey.
Mientras viva, me debéis obediencia.
Jurad sobre la Biblia que velaréis por su vida,
¡jurádmelo!
Si Juana sufre daño alguno,
vos responderéis ante mí y ante Dios.
Zoraida, mi vida,
he de pediros algo,
por el bien de nuestro hijo y por el de Granada.
No sabría negaros nada.
Decid,
¿qué puedo hacer para que olvidéis eso que tanto os aflige?
Estoy bordando unas flores,
corred e informad a mi tía.
La reina solo exige lo que está firmado;
vos elegisteis libremente profesar como clarisa.
¿Libremente?
Se respetó vuestra voluntad.
Debéis cumplir,
por vuestro honor y por la paz de Portugal.
Pero, ¿por qué insiste?
Lo he perdido todo. -La reina es justa y piadosa.
¿Qué he de hacer entonces?
Habladla en mi nombre,
os juro que no haré nada contra Castilla,
¡lo juro!
Dios y vos sois testigos. -Teneos, señora.
Firmaré lo que sea, pero que me permita vivir;
casarme algún día, tener hijos.
Os lo suplico, a vos os escuchará.
Confiad en el Altísimo, Él os protege.
Nunca,
nunca más confiaré en nadie.
Lo juro por Dios.
Ha sido ella, no hay duda, llevaba los documentos encima.
Nunca lo hubiese imaginado; de Susana, nunca.
Por eso la traición es aún mayor.
Es una de vuestras damas, ¿qué disponéis que haga?
No debo hacer distinciones, ¿qué haríais vos?
Que la justicia siga su curso.
Ha cometido un delito contra la Inquisición,
que sea la Inquisición quien la juzgue.
Y que Dios me perdone.
¿Estáis bien? Tengo frío.
Llaman a la puerta
He de hablar con vos.
En realidad, no tiene importancia;
hablaremos cuando os encontréis mejor.
Giro de poleas
"Pater noster, qui es in caelis,
sanctificétur nomen Tuum"...
(Grito).
¿Con qué fin robasteis los documentos?
No los robé..., no los robé.
Soy inocente, lo juro.
Lo juro..., no.
No, no, ¡no! (Aullido de dolor).
¿Con qué fin robasteis los documentos?
¡Dios mío, Dios Todopoderoso; ayúdame, por favor!
Yo os creo, no fuisteis vos.
Pero entonces,
¿quién lo hizo, a quién protegéis?
No sé, no sé nada..., yo solo quería devolverlos.
¡No, por favor! ¡No, no, no!
Puedo hacer que cese el tormento,
pero antes debéis decirme lo que sabéis.
¡No, no, no...!
(Grita).
Mi padre..., mi padre..., mi padre.
Disculpad mi atrevimiento, alteza. Pasad, pasad.
Retiraos.
No hemos hablado desde vuestra llegada.
¿Cómo está vuestro esposo? Bien.
Está bien, mi señor.
Veréis, he de pediros algo.
Por poco que de mi dependa, contad con ello.
Sabéis cuánto os apreciamos, tanto la reina como yo.
Por nada del mundo querría contrariaros,
os tengo en gran respeto,
y si no estuviera segura de que es necesario,
nunca osaría hablar con vos.
¿Qué sucede, Beatriz?
Conseguiréis preocuparme.
Es sobre mi sobrina, Beatriz.
Dejad que la lleve conmigo, os lo suplico;
ella es apenas una niña, pero vos sois un hombre.
¿Cómo os atrevéis?
Porque solo vos podéis remediarlo.
Beatriz ha perdido la cabeza, no atiende a razones.
Nada le importa, ni su honra ni su futuro;
os lo suplico. Callad.
Si no lo hacéis por Beatriz,
pensad en la reina,
en el amor que os profesa.
¿Osáis hablar en nombre de mi esposa?
Os lo suplico, alteza,
acabad con esta locura antes de que sea demasiado tarde.
(Gritos).
Yo robé esos documentos.
Ya me tenéis, soltad a mi hija.
Imposible, los tenía en su poder.
Quería devolverlos.
Dejadla libre, es inocente.
Decidme antes, qué pretendíais hacer con ellos.
Quería que esos cobardes que delatan a los míos
pagaran con sangre sus felonías.
Que la hija de este hombre quede libre.
¿Vos dirigíais la conjura?
No hay tal.
Decidme, ¿quienes son vuestros cómplices?
Tenéis mi palabra
de que nada más le ocurrirá a vuestra hija.
A cambio, quiero sus nombres. -Me sobreestimáis.
Ningún hereje tuvo valor para seguirme.
Padre, perdónales, ¡porque saben lo que hacen!
(Grita).
¡Bastaaa!
¡Basta!
¿En qué pensáis?
Hace mucho que conozco a vuestra tía.
¿No sospecha nada de vuestras ausencias a media noche?
Nada me ha dicho.
Tranquilizaos.
Jamás tendréis que preocuparos por mí.
No me engaño, sé muy bien cuál es mi lugar.
Estáis llamados a gobernar junto a vuestra esposa,
y ese vínculo, solo el Altísimo puede separarlo.
Cada día, desde que la reina cayó enferma,
rezo para que recupere la salud y Dios la guarde muchos años.
Pero sea cual sea la decisión de Nuestro Señor,
sabed que siempre estaré a vuestro lado.
Ya despunta el día.
Os lo ruego,
dadme sus nombres, y salvaréis la vida.
¡Dios!
Ese hereje morirá antes que delatar a los suyos.
Muerto poco más os dirá.
Mi señora,
sé que es vuestra voluntad que nadie sea ejecutado,
pero en este caso deberíais reconsiderarlo.
Pero no hay delito de sangre.
Porque lo detuvimos a tiempo.
Pretendía asesinar a los buenos cristianos
que colaboran con el Tribunal.
¿Qué delito puede haber más infame?
¿Habéis dado con el resto de los conjurados?
No, alteza, Susón debe morir.
Que el castigo haga desistir a quienes comparten sus intenciones.
Debo pensarlo, os haré saber mi decisión.
Torquemada tiene razón.
Sabíamos que este momento llegaría.
Hemos hecho todo lo posible por evitarlo,
pero es menester mostrarse firmes.
Conocía a ese hombre,
comerciante prudente y educado.
Os hablo como emir del último reino musulmán de la península,
pero no busquéis resignación en mi corazón
ni nostalgia de esplendores perdidos.
Al contrario,
la ambición de un futuro más próspero para Granada
inspira todas mis decisiones.
Grandes son los retos que nos aguardan.
Volverán los días de gloria, os lo prometo,
y en ese camino me acompañará mi esposa Zoraida.
Por mi propia voluntad y la merced de Alá,
es mi deseo abrazar la fe verdadera.
Juro que mis hijos respetarán los preceptos del Corán,
y se educarán según las enseñanzas del profeta.
Que Alá nos guíe y nos proteja.
¡Alá es grande! -(Todos): Alá es grande.
(Saluda en árabe).
En este día feliz, decidnos, ¿qué está escrito en las estrellas?
El hijo nacido del vientre de Zoraida
será fuerte como el acero.
Con su espada ganará mil batallas.
Decidme algo que no sepa,
¿qué más nos depara el porvenir?
Señor, el futuro no está en mis manos,
ni en las vuestras,
sino en las de vuestro hijo Boabdil.
La aflicción anegará Granada cuando él sea emir,
y la media luna mudará en cruz cristiana.
¿Pero qué disparates son esos?
Explicaos.
Boabdil entregará Granada a los infieles.
No sucederá tal cosa.
Boabdil nunca será emir.
Mi hijo Nasser, él es mi heredero.
Él es el futuro de Granada,
¿me oís?
¡Alá es grande! -(Todos): Alá es grande.
(Voz muy débil): Susana, ¿por qué no acudisteis a mí?
Sé que vuestra intención era buena,
hubieseis evitado el tormento y vuestro padre no estaría...
Solo vos
podéis concederme esta gracia, alteza.
Os suplico clemencia para él.
Vos sois misericordiosa.
Mi padre ha cometido muchos errores, pero no es malo.
Tened piedad.
No merece una muerte tan terrible.
Permitiré que le veáis,
pero nada más puedo hacer por él,
salvo rezar a Dios para que le perdone.
Os juro por la memoria de mi madre que nos iremos de Castilla.
Basta ya, ya habéis oído a la reina.
Podréis despediros de vuestro padre,
no esperéis nada más.
Que Dios os bendiga.
Guardias, ocupaos de ella.
(Se ahoga). ¡Isabel!
¿Qué sucede, qué pasa?
(Susurra): Avisad a Badoz.
¡Ayuda, ayuda!
¡Qué hacéis ahí parada!
Ya me quedo yo con ella.
(Respira con dificultad). Alteza, ¿qué os ocurre?
Alteza...
(Iracundo): ¿Dónde está el veneno? No sé de qué habláis.
Estáis envenenando a la reina.
No, eso no es verdad.
Vais a morir por esto.
Es solo un filtro de amor para complaceros, nada más.
Sabéis que jamás le haría ningún daño a la reina.
Bebéoslo.
¡Bebéoslo!
Manteneos lejos de la reina,
¡y de mi vista!
(Llora): Tendríamos que habernos ido.
Todo esto es culpa mía,
no vuestra, padre.
Todo esto es culpa mía.
¿Qué sucede? Algo os aflige.
Es vuestra costumbre procurar
que vuestras damas tengan un matrimonio conveniente.
Así es.
Deberíais buscar marido para una de ellas.
Decid, ¿quién es la afortunada?
Beatriz de Osorio.
No podía ser otra, la sobrina de mi mejor amiga.
Me encargaré enseguida.
¿Algún candidato?
¿La queréis cerca o lejos de la Corte?
Haced como os plazca,
os he dicho lo que tenía que decir.
Es más que suficiente.
(Grita).
En agradecimiento a vuestros servicios,
he decidido premiaros con un matrimonio digno de vos.
No pretendo otra gracia que servir a vuestra alteza.
Es mi voluntad.
Mía y de mi esposo, el rey.
He escogido personalmente a vuestro esposo.
Es un noble de la más alta alcurnia:
Hernán Peraza, virrey de las Canarias.
Enhorabuena a los dos.
Campanadas
Señor, acoged el alma de este pecador.
Estáis a tiempo de arrepentiros ante Dios.
Sí, me arrepiento.
Me arrepiento de haber sido cristiano,
y de haber confiado en la bondad de sus clérigos.
(Todos le insultan): ¡Hereje, hideputa, Judas!
El fuego purificará tus pecados.
Que Dios se apiade de ti.
Malditos seáis.
¡Vosotros sois los pecadores, los impíos!
¡Dios os castigará!
¡Os azotarán las siete plagas y se cumplirá la ley de Moisés!
¡Ojo por ojo; yo os maldigo!
¡Yo os maldigo; ojo por ojo!
(Grita).
Vámonos, venid conmigo.
¡Parad, no!
"Pater Noster, qui es in caelis,
sanctificétur nomen Tuum,
adveniat Regnum Tuum,
fiat volúntas tua, sicut in caelo et in terra.
Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie,
et dimitte nobis débita nostra".
(Narra): "Arrepentíos los tibios, arrepentíos los necios,
porque cuando era tiempo,
os negasteis a erradicar la amenaza de la faz de la Tierra.
Padeced ahora la plaga que el siervo judío del diablo
esparce casa por casa,
de hombre a mujer,
de madre a hijo.
La peste, la peste judía que asola a la cristiandad...
¡La peste!".
Isabel, debéis perdonar.
Sois el heredero, vuestro destino se halla escrito;
confiad en él...,
y en vuestra madre.
¿Quién sois que osáis mirar así a vuestro rey?
¿Acaso no me reconocéis?
Viajaremos a Aragón cuando yo lo crea conveniente.
Es voluntad del rey
que nunca más sean aplicados los malos usos señoriales.
Nunca jamás.
Aniquilad a los cristianos. -Así lo haré.
Es mi deseo
que mis hijos aprendan a leer y escribir
lo antes posible.
Encargaos de encontrar al preceptor adecuado.
Os presento a Beatriz de Galindo.
Marchaos, haced el favor.
¿Cómo decís?
Que salgáis de la alcoba.
¡Guifré de Prades, el infierno te espera!
Si no me respetáis como vuestra esposa,
por lo menos respetadme como vuestra reina.
Sitiaremos la ciudad.
Atraeremos la atención cristiana hacia otro punto de la muralla,
mientras un grupo de nuestros mejores hombres
se deslizan por ese pasadizo.
Hemos sido llamados a luchar por la cristiandad
contra el invasor musulmán, como hicieron nuestros antepasados.
Habréis de demostrar en el campo de batalla
vuestra lealtad a la Corona
y vuestra fe en Cristo, Nuestro Señor.
Se me ha encomendado la misión divina
de hacer la guerra a los infieles
y devolver Al-Ándalus a los musulmanes.
Al Sarray no habrá muerto en vano si continuáis lo que no terminó.
Ayudadnos a deshacernos del emir.
¡Abrid las puertas a las tropas de Alá!
(Griterío).
Subtitulación realizada por Cristina Rivero Moreno. 
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NOTIZIE STORICHE.
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PERSOAGGI.
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LUOGHI E ATLANTE STORICO.

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