domenica 24 maggio 2020

tr45: Isabel - Capítulo 30

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Sommario:

Isabel - Capítulo 30


La primogénita de Isabel y Fernando es la elegida por Manuel de Portugal para convertirse en reina del país vecino, destino que se vio truncado años atrás por la temprana viudedad de la princesa Isabel. No obstante, ella recalca su deseo de tomar los hábitos, poniendo en riesgo la necesaria alianza con Portugal. Muy diferente es el talante de Juana quien, a pesar de un frío recibimiento en Flandes, queda prendada de su esposo Felipe nada más conocerlo. Las continuas disputas por el trono de Nápoles se recrudecen al morir su soberano sin herederos. El Papa intervienen en contra de los intereses de Fernando y, en compensación, nombra Reyes Católicos a los monarcas de Castilla y Aragón.

Temporada 3 - Capítulo 4


"Atracción fatal"

El encuentro entre Juana 'La Loca' y Felipe 'El Hermoso' no puede ser más intenso y pasional. La hija de los Reyes Católicos pronto olvida sus raíces castellanas... la vida en Flandes le parece maravillosa...de momento.
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    No recomendado para menores de 12 años
    Transcripción completa
    Don Cristóbal partió hace más de tres meses,
    y no se ha sabido de él desde entonces.
    ¡Comprometí mi palabra!
    No pienso traicionar al almirante sin saber si está vivo o no.
    El cardenal Mendoza ha fallecido.
    No puedo ser arzobispo de Toledo.
    El propio Mendoza insistió en que fuerais su sucesor.
    Quiero que el rey de Francia me reconozca públicamente
    como papa, rey de Roma y vicario de Cristo en la Tierra.
    ¡Avisad a la guardia!
    Que lo busquen y lo traigan cuanto antes.
    Pongo el destino de nuestros hijos en vuestras manos.
    Que el sacrificio que les exigimos
    sea por el bien de Castilla y Aragón.
    Comunicad al embajador mi compromiso con Juana.
    Vosotros, hijos de reyes,
    estáis destinados a sellar y fortalecer
    las relaciones de nuestros reinos con nuestros aliados.
    Es nuestra intención formalizar vuestro compromiso
    con los herederos de las casas reales.
    Fernando no es el único apoyo del papa.
    No podemos enfrentarnos a la vez a Castilla, a Aragón y Maximiliano.
    ¡Malditos sean todos!
    Que Fonseca redacte la cédula,
    firmaré esas licencias.
    Traigo nuevas del almirante, sigue en vida, gracias a Dios.
    Nada debe saber la reina de esto.
    Que nadie le de nuevas de Colón hasta que haya firmado las licencias
    ¡Liberadlos de sus cadenas!
    No es posible, son prisioneros de guerra.
    Ninguna otra expedición saldrá de Castilla
    hasta que tenga noticias del almirante.
    ¿Os habéis ocupado de los hombres rojos?
    Serán enviados a las Canarias,
    donde tendrán trato de hombres libres.
    Buscad a los compradores lejos de la Corte, sed discreto.
    Descuidad.
    Olvidad que me habéis visto.
    Nunca hemos hablado.
    Subtitulado por TVE.
    Tiene la palabra su eminencia reverendísima,
    Francisco de Busleyden, arzobispo de Besançon.
    Aquí, en mi persona,
    se presenta a vuestras altezas Felipe de Habsburgo.
    Es él quien os reclama
    a la que desde hoy será su esposa y duquesa de Borgoña.
    Juana de Castilla,
    os tomo como mi esposa delante de Dios y mis súbditos,
    y os pido que os entreguéis a mí.
    Altezas, si tenéis a bien,
    dispondremos la firma de las capitulaciones
    del santo matrimonio
    de vuestros hijos Juana y Felipe.
    Proceded.
    Recios paños usáis en Castilla.
    Espero que la infanta no haya de venir llagada.
    ¡Señores, silencio!
    Debéis respeto a quien ahora es mi esposa y vuestra duquesa.
    (Delirante): Acercaos, don Manuel.
    Vos sois mi heredero,
    así lo dispuso Dios arrebatándome a mi único hijo legítimo.
    Dos consejos he de daros antes de que os ciñáis la corona.
    Continuad explorando los océanos
    y preservad la alianza con Castilla.
    Haced de Portugal
    el reino más importante de la cristiandad.
    Perdonadme.
    Sé cuánto daño he infligido a vuestra familia,
    pero sois buenos cristianos.
    Permitid que abandone este mundo en paz.
    Ni cien coronas comprarían nuestro perdón.
    ¡Madre!
    ¿Vais a traicionar en esta hora la memoria de vuestros muertos?
    Oídme bien, miserable.
    Solo siento no haber podido acabar con vuestra vida
    con mis propias manos.
    Preparaos para arder en el infierno por toda la eternidad.
    Nunca olvidaré la sangre que trajo esta Corona a mis manos.
    Juro que honraré a los míos y a mi reino.
    Que Dios tenga al rey Juan en su gloria.
    No sé si pudo ser mejor rey, pero sin duda pudo ser mejor hombre.
    Dejemos que los muertos descansen en paz.
    Hagámoslo,
    Dios nos bendice con un nuevo rey que será mejor aliado.
    Algo pronto para dar tanto por seguro.
    Mucho nos debe: le acogimos en nuestros reinos
    cuando su vida y la de su madre corrían peligro.
    ¿Dudáis de las intenciones de mi sobrino?
    No, alteza, pero quedan conflictos por resolver.
    El reparto del océano está firmado.
    Hemos de mejorar los acuerdos en el norte de África.
    Pero el entendimiento con Portugal asegura la retaguardia
    en nuestra guerra con Francia.
    También hay asuntos menores.
    Como el contrabando con los bienes de los judíos que se exiliaron.
    De esos rescoldos puede brotar la llama
    que incendie nuestros reinos.
    ¿A qué os referís?
    A la amenaza que supone para la fe
    que un reino vecino se convierta en refugio de herejes y judíos.
    Para la fe y la economía.
    Está bien.
    Don Manuel aceptó su enlace con nuestra hija María.
    Celebremos cuanto antes las nupcias
    y discutamos todos estos asuntos con ellos.
    Muy cierto, señora.
    No demos tiempo a que lo que aplaudió como heredero
    deje de aprobarlo siendo rey.
    ¡Volvamos! Ese jabalí ha huido.
    ¿Os rendís? Esa pieza ya era nuestra.
    ¡Sigamos!
    Sois la princesa más obstinada de la cristiandad.
    Compadezco a mi cuñado Felipe.
    Confundís perseverancia con obstinación.
    Y vuestro cuñado tendrá que aguantar lo que le toque en suerte,
    al igual que habré de hacerlo yo.
    Decid, ¿creéis que amaremos a nuestros esposos?
    ¿Nos amarán ellos?
    Rezad porque tengamos la misma suerte que nuestros padres.
    Ellos demuestran que a veces Dios endereza
    lo que los hombres se afanan en torcer.
    Vos contáis con ventaja.
    Si Margarita no os ama,
    podréis encontrar consuelo en vuestra familia
    y en todos los que desde siempre os han rodeado.
    ¿Teméis que en Flandes la vida sea tan diferente?
    Habrá palacios y gentes,
    ríos y montañas, caballos y cacerías...
    (Juana grita).
    ¡Ayuda!
    ¿Estáis bien? -Sí.
    ¿Estáis bien? -Sí, tranquila.
    ¿Y vos? -Sí.
    Gracias.
    De lo que ha sucedido aquí, nadie ha de saber una palabra.
    La muerte de Ferrante ha complicado las cosas en Nápoles.
    Por desgracia, es habitual cuando un rey muere sin hijos.
    Su tío Fadrique es el pariente más cercano.
    Si no lo impedimos, el papa le entregará la Corona.
    Pocos derechos tenía el hijo de un bastardo,
    y menos aún su tío.
    Que no deja escapar ocasión
    de mostrar sus simpatías hacia el francés.
    De nada sirve que Gonzalo eche a los franceses de Nápoles
    si permitimos que el trono lo ocupe un títere afín a sus intereses.
    ¿Estáis pensando en reclamar la Corona?
    Mis derechos son incuestionables.
    Ya es hora de que Nápoles y Sicilia vuelvan a ser un solo reino.
    El papa tiene potestad para designar al rey, ¿os apoyará?
    Todos los triunfos están en nuestra mano;
    no habrá mejor momento.
    Entonces, presentad al santo padre vuestros derechos bien argumentados,
    no basados en las victorias. Descuidad.
    No es mi deseo obligarle a coronarme, como el francés.
    De modo que ya trabajabais en ello.
    ¿Acaso hay tiempo que perder?
    Pronto otra corona adornará vuestra frente.
    La reina está maldita,
    otro hijo se me va.
    ¿Y vos qué me traéis?
    ¿Otra derrota más en Italia?
    Señor, en el campo de batalla ya todo está perdido.
    Queda la política.
    Fadrique hará lo que yo dicte.
    Primero habrá de coronarse.
    Fernando intentará evitarlo. -No podrá.
    Señor, ya subestimamos su capacidad para maniobrar en el pasado.
    Estamos en un momento crucial, debemos tomar la iniciativa.
    ¿Y qué puedo hacer?
    Nos vence en cada batalla.
    ¡Mi ejército ha de replegarse cada vez más al norte!
    Negociemos o se perderá lo que conservamos aún.
    ¿Negociar, de derrota en derrota?
    Me exigirá la rendición, yo en su lugar haría lo mismo.
    Fernando concentra sus fuerzas en Italia, ataquemos el Rosellón.
    Obtengamos una ventaja que nos permita plantear una tregua
    y exigir condiciones.
    Haced como estiméis.
    No es esto lo que ahora preocupa al rey de Francia.
    El físico sabe de la dolencia que afecta a vuestro hijo.
    El delfín estará bien en unos días.
    Por si acaso, no dejéis de rezar, señora.
    Vuestra suerte y la del reino están unidas
    a la salud de esa criatura.
    ¿Es costumbre desnudar a la novia delante de la corte?
    Costumbre extraña pero antigua que pude sobrellevar
    pensando que mi vergüenza evitaba la que hubiese pasado la infanta,
    de no estar yo.
    ¿Y mi esposo qué hizo?
    El duque de Borgoña cumplió con la ceremonia
    llenándola del respeto que os debe y muestra.
    Os traigo una carta de su puño y letra.
    Y también este obsequio.
    Soberbio presente,
    grande ha de ser el respeto que encierra.
    Y ahora, hija mía, retiraos y dejad que le escuchemos.
    ¿Creéis, padre, que está de más
    que la duquesa de Borgoña escuche cómo es su esposo
    y las tierras que van a ser su nuevo hogar?
    Hacéis bien en recordarnos
    lo que más que curiosidad es vuestro deber.
    Continuad, Fuensalida.
    El emperador Maximiliano no asistió.
    No hay duda de que su influencia en la corte de su hijo
    es menor de lo que quisiéramos.
    ¿Otros ejercen ese ascendiente sobre su alteza?
    El duque parece hombre capaz y cuenta con experiencia de gobierno.
    Está bien aconsejado, pero decide según su propio criterio.
    No hay mejor cualidad en un gobernante.
    Si todos sus consejeros son como el arzobispo Busleyden,
    podremos entendernos con él.
    Solo hay una pequeña sombra en el cuadro que os acabo de pintar.
    Así como Maximiliano nos es muy favorable,
    su hijo, el duque Felipe,
    muestra alta estima y querencia hacia nuestro enemigo,
    el rey de Francia.
    Por haber recibido sus dominios de manos de los franceses.
    El duque entenderá
    que no encontrará mejor y más fiel aliado que nosotros.
    Ni más poderoso.
    La flota que llevará a Juana hasta Flandes se lo demostrará.
    Me ha costado reconoceros por cuanto habéis cambiado.
    ¡Padre, padre!
    ¡Hijo! -¡Padre!
    ¡Hijo!
    Acabo de regresar, quería veros antes que a nadie.
    Pensé que...
    Todos os dieron por muerto, padre. -¿Vos también?
    Espero que vuestro corazón no os llevase a engaño.
    Dudé, pero no me dejé convencer.
    La corte rebosa de malas lenguas.
    Y lo peor es que tanto las oyen los pajes como los reyes.
    ¿Qué es eso, padre?
    La prueba... que coserá muchas bocas.
    Son para la reina,
    pero aún no ha llegado el momento de que las reciba.
    ¿Qué os ocurre, hija mía?
    Es por la carta del duque de Borgoña, señora.
    ¿Cómo es eso?
    El duque exige que deje de montar a caballo.
    Me costaría menos cortarme una pierna.
    ¡No lo haré!
    Ha sabido de la afición de la infanta
    y teme que pueda poner en peligro su futura maternidad.
    ¡Cómo si ya estuviese embarazada! Calmaos.
    ¿No veis que solo es una muestra de la preocupación por vos?
    María de Borgoña,
    la madre de vuestro esposo, murió al caer de un caballo,
    dejándole huérfano a muy corta edad.
    Solo trata de protegeros.
    Esperad a estar junto a él.
    No os falta ni carácter ni encanto para, una vez allí,
    conseguir el favor y el apoyo de vuestro esposo en lo que deseéis.
    Beatriz tiene razón,
    pero ahora debéis obedecer.
    Sois la duquesa consorte, no debéis hacer nada
    que pueda poner en entredicho vuestro matrimonio.
    ¿Qué nos habrá preparado esta vez nuestro almirante?
    ¿Veremos de nuevo una procesión
    de hombres rojos, animales, plantas exóticas y nada de oro?
    ¿O esperáis vos otra cosa?
    Sí, una explicación.
    El almirante de la Mar Océana, don Cristóbal Colón.
    Mucho nos alegramos de vuestro regreso.
    ¿Qué nos traéis de este viaje, almirante?
    Nos sorprendéis.
    Aunque poco, algo más esperábamos.
    También yo esperaba, alteza, que respetarais nuestros compromisos
    y mantuvierais vuestra confianza.
    ¡Pero qué farsa es esta, cuando tanto tenéis que aclarar!
    Mi señora,
    para todas vuestras preguntas habrá respuesta.
    ¡No esperamos menos! ¡Ni otra cosa nos debéis!
    Buscad a Diego Colón y que ensille mi yegua.
    Me reuniré con él en las caballerizas.
    Esperad.
    Que nadie más sepa lo que os he mandado.
    ¡Provocáis una revuelta,
    los propósitos de evangelización quedan en nada, es más,
    convertís a los nativos en esclavos, no en cristianos!
    Los quinientos nativos enviados se esclavizaron como buena presa,
    ya que se capturaron durante la guerra.
    ¿Pero qué guerra es esa?
    ¿Desde cuándo emprende Castilla guerras que yo desconozco?
    ¿Qué habéis hecho en esas tierras? ¡Buscar oro, únicamente!
    ¿Y dónde está el fruto de todos vuestros desvelos?
    Viendo que he perdido vuestra confianza,
    entiendo que no hayáis respetado nuestros compromisos.
    ¿Cómo voy a seguir confiando en vos?
    Desgobierno, luchas, represión...
    ¡No os envié al otro lado del océano para eso!
    A la revuelta se añadió la desobediencia de los colonos.
    Obré para mantener la autoridad que vos me otorgasteis.
    ¿Qué hubieseis hecho en mi lugar?
    ¿Pretendéis que me ponga a vuestra altura?
    No, alteza.
    Vos sois reina y obedeceros es natural.
    Pero tan lejos de Castilla los hombres cambian,
    y las leyes no se cumplen si no se imponen primero.
    Admito mis errores,
    pero he mantenido las tierras bajo vuestros dominios.
    Todo estuvo a punto de perderse, mi señora.
    De haber estado mejor acompañado, hubieseis podido hacerlo mejor,
    eso os lo concedo.
    Firmé la cédula creyéndoos muerto.
    Cuando supimos de vos, ningún viaje fue autorizado.
    Lo hecho, hecho está, tanto aquí como allí.
    Os garantizo que en la próxima expedición
    las cosas serán de otra manera. Eso tendrá de esperar.
    Alteza, urge partir cuanto antes, todo pende de un hilo.
    No insistáis, no es momento para más viajes.
    Permitidme entonces que os haga dos peticiones.
    Instituid un mayorazgo
    para que mis hijos hereden legalmente mis títulos y beneficios.
    ¿Cuál es vuestra otra petición?
    Nunca vi dama que montase como vos.
    Apreciáis a mi yegua más que a vuestro propio caballo.
    Siempre la he cuidado.
    Yo uso la montura que me autoriza el caballerizo mayor cada día.
    Pero tendré mi propio caballo
    antes de ir a los dominios de mi padre.
    Vos aún habréis de viajar más lejos que yo.
    Todo lo que quiera tendrá que venir conmigo,
    pues de nada se dispone allí.
    Uno ha de adaptarse a lo que encuentra
    en el lugar que le recibe.
    Pero allí no hay caballos,
    ni mujeres que puedan esposar a un caballero.
    Difícil será que encontréis a una esposa dispuesta a seguiros.
    No.
    El amor nos habrá unido
    y nos impulsará a estar siempre juntos.
    Habrá de ser pues una mujer valiente.
    Lo es, y buena amazona.
    Y compañera con la que hablando florece el entendimiento
    y vuelan las horas.
    ¿Ya la conocéis?
    Sí, alteza,
    pero no es libre.
    Pronto partirá a conocer al hombre con el que la han esposado.
    Hemos de irnos, se hace tarde.
    ¿Pediríais a vuestra amada que hiciese suyo el destino
    de Helena de Troya o la reina Ginebra?
    Ese destino las impulsó a conocer el amor.
    La compadezco, entonces.
    Y ruego a Dios que me proteja y nunca llegue a conocer un amor así.
    En él solo parece haber destrucción e infortunio.
    El almirante ha hecho una petición que considero razonable.
    Es su deseo que participe en la administración
    de los asuntos de las Indias alguien que los conozca.
    Yo también lo creo conveniente.
    Así pues, contaréis con la ayuda de otra persona a vuestro lado.
    ¿Consideráis necesario que alguien supervise mi labor?
    Alteza, si en algo he errado...
    Monseñor, nadie os aparta de vuestra responsabilidad.
    Confío ciegamente en vuestra diligencia.
    Siendo así,
    lo cierto es que me vendrá bien algo de ayuda.
    Es esta una tarea que un hombre de Iglesia no ejercería
    salvo por lealtad y sentido del deber.
    Y por ello os estamos muy agradecidos.
    ¿Y cómo elegiremos a ese hombre
    con el que habremos de colaborar de forma tan estrecha?
    Es Antonio de Torres.
    Ah, sí, sí, el secretario de Colón...
    Muy apropiado, en verdad, muy apropiado.
    Despreocupaos, alteza,
    yo mismo le pondré al corriente de todos los asuntos.
    Querida tía.
    Mucho dolor nos ha producido la pérdida
    que ha sufrido vuestro reino.
    Sé que tanto como yo sufren vuestras altezas
    la muerte del rey Juan.
    Pero una nueva era se abre para Portugal,
    y lo hace de la mano de vuestro hijo.
    Por tanto, pese al dolor del momento,
    mucho nos alegramos de ello.
    Señor, en este momento florecerá sin reservas
    la amistad entre nuestros respectivos reinos.
    Así sea, pues nunca debió ser de otro modo.
    El rey don Manuel es joven;
    piensa más en el porvenir que en el pasado.
    Hablemos pues del matrimonio que sellará nuestra unión.
    Mi señor,
    mi hijo tiene buenas razones
    para desear que este asunto prospere,
    pero de manera diferente a lo hablado.
    ¿Pone el rey de Portugal alguna objeción a la alianza?
    Ninguna,
    salvo que desea desposar a otra de vuestras hijas.
    ¿Yo, por qué no mi hermana María como estaba dispuesto?
    El rey de Portugal da dos razones: el amor que sus vasallos por vos
    y vuestra edad, que os permitirá darle un heredero sin tardanza.
    Mi vida está solo al servicio del Señor.
    Cumplí vuestros deseos de no tomar los votos,
    pero no me casaré. ¡Haréis como se os ordene!
    ¡Me disteis vuestra palabra!
    No debisteis comprometeros a algo que no sabíais si podríais cumplir.
    Era preciso para evitar un mal mayor.
    ¿Y qué pensáis hacer para solucionar este despropósito?
    El matrimonio con Portugal es indispensable.
    O cede el rey o tendrá que ceder la princesa.
    Alteza, os agradezco
    que hayáis podido relajar el peso que recae sobre mis hombros.
    ¿De qué estáis hablando?
    La reina... pensaba que estabais al tanto.
    Ha puesto a otra persona a mi lado para llevar los asuntos de Indias.
    Para mí será un alivio,
    ahora que las cuestiones son tan inciertas.
    Lo único cierto es que el almirante no está saliendo muy caro.
    Cartógrafos reputados aseguran que es imposible
    que haya llegado a las costas de Asia.
    ¿Y dónde fondean nuestros barcos, entonces?
    En un archipiélago en medio del océano.
    Es decir, en ningún sitio; así poco ha de conseguirse.
    Menos aún si Colón sigue teniendo el monopolio de los viajes.
    Y temo que su secretario vele celosamente por ello.
    ¿Qué tiene que ver su secretario en esto?
    La reina tiene en tanta estima al almirante
    que ha puesto a mi lado a su hombre de su confianza.
    Escuchadme bien, Fonseca.
    Vuestra misión es controlar a Colón, no que él os controle a vos.
    ¿Queda claro?
    Ocupaos de que así sea, tenéis mi bendición.
    Mucho han cambiado las cosas desde la última vez que nos vimos.
    Gracias sobre todo a mi señor, don Fernando,
    que os liberó de vuestro encierro en el Castillo de Sant’Angelo.
    Y expulsó al francés de los territorios pontificios.
    Siempre le estaremos agradecidos.
    Sin duda, es vuestro mejor siervo y aliado, y en ello se complace.
    Por eso ahora os envía a pedir una compensación.
    ¿Qué espera de Roma?
    La concesión de la corona de Nápoles.
    Estos documentos demuestran la legitimidad de mi señor
    para ser llamado rey de Nápoles.
    Ya hay un rey en Nápoles.
    Aún no lo habéis coronado.
    ¿Y qué hay de sus derechos? ¿He de saltármelos?
    ¿Por qué habría de conceder a Fernando
    lo que denegó al rey de Francia?
    Las razones las tenéis en vuestras manos:
    es el legítimo heredero del último rey legítimo de Nápoles.
    Este nunca debió dejar la Corona a un hijo bastardo.
    Vuestro rey es un Trastámara.
    Todo el mundo sabe que su dinastía la fundó un bastardo.
    Decid al rey que estudiaremos su petición.
    Pensad, en cuán sólida sería vuestra alianza con el rey Fernando
    si accedéis.
    Roma nunca volvería a conocer el peligro.
    ¿Pensáis darle lo que pide?
    Hemos de reflexionar.
    Sin el contrapeso francés estamos en manos de Aragón.
    Cierto, y si le entregáis Nápoles, ¿qué será lo siguiente?
    Sois como una madre.
    Hablad con vuestro hijo, os lo ruego;
    No es mi voluntad volver a casarme.
    El rey tiene sus razones.
    Mi hermana ya está en edad fértil, no entiendo ese empecinamiento.
    Sois la princesa de Portugal.
    Nunca habéis dejado de serlo, y allí os tienen en gran estima.
    Tened en cuenta que Manuel es el primer rey de su dinastía.
    Pero es el heredero legítimo, ¿acaso alguien lo cuestiona?
    No, pero vuestro matrimonio es signo de continuidad.
    Afianzará su reinado y unirá a todos en torno a la Corona.
    Vuestro hijo porta la corona que debió heredar mi querido Alfonso.
    ¿Ha de yacer también con la esposa que tanto le amó?
    No puedo volver, no lo resistiré.
    El rey no ignora cuánto dolor os causará revivir vuestra pérdida.
    Él y yo os ayudaremos.
    No, mi señora.
    He entregado mi vida a Dios y no voy a torcer mi destino.
    Tengo la palabra de mi madre.
    Alteza, vos y yo sabemos que vuestra boda es decisión tomada.
    Decidir una boda es una cosa, que se celebre, es cosa distinta.
    ¿Cómo elegisteis a vuestro esposo?
    Lo hizo mi padre por mí, yo solo tuve que obedecer.
    Al igual que mi madre,
    tuvisteis la fortuna de que la elección fuese acertada.
    Así fue,
    y así será con vuestra alteza.
    Amor y enamoramiento son cosas distintas.
    Si no os sentís enamorada de vuestro esposo,
    viviendo con él día a día, el amor nacerá.
    ¿Y si no es así?
    Tratad de que así sea, pues sois mujer.
    ¿Para un hombre es distinto?
    El hombre...
    suele buscar amor fuera del matrimonio.
    En cambio la mujer... -Entiendo.
    Sé cuántos bastardos andan por este mundo de Dios.
    Yo nunca consentiría algo así.
    Pero...,
    ¿no es cierto que hay mujeres que no han vuelto el rostro
    cuando el amor se ha presentado ante ellas?
    Unas perdidas...
    También ha habido reinas entre ellas.
    ¿No conocéis la historia de Helena y Paris,
    o la reina Ginebra y Lanzarote?
    ¿Pero qué ideas son esas?
    Solo temo que en asuntos del corazón
    Dios escriba con renglones mucho más torcidos que en otros.
    Al parecer, para una mujer casada
    solo hay una cosa peor que salir montar,
    y es que lo haga sola.
    Pero hay ciertas cosas
    sobre las que no hemos de volver a hablar.
    ¿Estáis de acuerdo?
    Entonces, id a buscar una montura y seguidme.
    No es ahora de Francia de quien debéis cuidaros.
    Contener al aragonés os conviene tanto a vos como para mi señor,
    el rey Carlos.
    Pero perdiendo el favor del rey de Aragón
    nos pondremos a vuestra merced.
    Esto no tiene fin.
    No, Santidad.
    El rey Carlos cree
    que ha llegado el momento de acabar esta guerra.
    Pero no puede consentir que Fernando se proclame vencedor.
    ¿Qué os proponéis?
    Conseguir que el rey Fernando se siente a negociar la paz,
    de igual a igual.
    ¿Pensáis que si Roma se lo exige nos complacerá?
    No le conocéis como yo.
    Mi señor solo os pide
    que no hagáis nada para fortalecer su posición.
    ¿Como por ejemplo?
    Coronarle rey de Nápoles.
    De nada sirve hostigarle en el norte de la península
    si todo lo tiene ganado en el sur.
    ¿No teméis que le contemos esto
    y pongamos vuestros recelos a nuestro servicio?
    No, santidad.
    Sé muy bien que no deseáis ser gobernado por el aragonés.
    Mi señor, los franceses han tomado Salses en el Rosellón
    y amenazan Asti.
    Han aprovechado que el grueso de vuestro ejército
    sigue en Nápoles.
    El sur lo dan por perdido.
    Pero tomando Asti, amenazan directamente a Milán.
    ¿Pretenden conquistar el Rosellón, ya que no han podido tomar Nápoles?
    ¿O solo que lo dejemos desprotegido para volver a hacerse con él?
    Mientras Fadrique siga en Nápoles, no estaremos seguros allí.
    Con él, el francés siempre encontrará apoyo.
    Lo sé.
    Urge conseguir la Corona.
    Cabrera, escribid a Fuensalida.
    El papa debe dar satisfacción a nuestra demanda.
    ¿De lo contrario?
    Quizá la artillería de Gonzalo sea más persuasiva que la francesa.
    Despedid a estos hombres y atendedme.
    Esperad fuera.
    Aceptaré mi matrimonio, si se cumple una condición.
    Vuestro esposo en todo querrá complaceros.
    Una condición tan grata al Señor que, si es aceptada,
    iré incluso feliz al matrimonio.
    Y si no, nadie podrá decir que, eludiéndolo, falto a mi deber.
    Desposaré a Manuel
    solo cuando haya expulsado a los judíos de su reino.
    Alteza, no es fácil cumplirlo de un día para otro.
    Puedo esperar.
    ¿Y cuáles son las razones de vuestra petición?
    Quizá perdí a mi esposo
    como castigo a que su reino fuese refugio de herejes.
    No volveré a desatender los mandatos del Señor.
    ¿Por qué oponer una condición, cuando está en vuestra mano
    que esa idea prenda como propia en la mente del rey?
    Como temo que el arzobispo Cisneros la haya prendido en la vuestra.
    ¿Acaso lo que es bueno para vuestro reino
    deja de serlo para aquel al que queréis enviarme?
    Es solo un artificio para eludir su deber.
    ¿Pensáis ceder?
    Sabéis cuánto me importa este enlace.
    Y a Castilla le conviene que María quede disponible para otra alianza.
    Pero cumplió cuando le tocó,
    y es cierto que le di mi palabra.
    Ved como están las cosas.
    María no es menos hija nuestra que Isabel.
    El rey ha sido determinante.
    Solo casará con la princesa Isabel.
    Llaman a la puerta
    Adelante.
    Mi señora..., necesito hablaros de algo.
    Decidme.
    Es sobre la infanta Juana.
    ¿Permitís que os acompañe?
    ¡La infanta tenía prohibido salir a montar!
    ¿Cómo podía saberlo?
    ¿Veis apropiado estar con la infanta sin otra compañía, siendo vos varón?
    Es mi condición la que protege a una dama
    de peligros a los que no podría hacer frente.
    (Grita): ¿Aún os mostráis insolente?
    ¡No volveréis a acercaros a la infanta! ¿Me oís bien?
    Perded cuidado, señora.
    Decid a la reina que yo me ocupo de este asunto del que nada sabía.
    ¿Estáis loco?
    Sabéis cuán delicada es mi situación, ¿y me comprometéis de esta forma?
    Es que nada de malo he hecho, padre.
    Tampoco nada irreparable, espero.
    Padre, yo la amo.
    La amo y no sé cómo evitarlo.
    (Suspira): Queréis llevarnos a todos a la ruina.
    Debéis borrarla de vuestra memoria.
    Hay cosas que nadie nunca podrá cambiar.
    Escuchadme bien,
    si de verdad la amáis, debéis protegerla.
    Pronto irá a reunirse con su esposo,
    ¿queréis que viajen con ella las habladurías
    y comprometan su nueva vida?
    Sacrificaos por ella, evitad los encuentros.
    Es...
    Es lo que haría un buen caballero.
    Tengo miedo, madre.
    Es la única y triste excusa que puedo daros por mi desobediencia.
    ¿Qué es eso que tanto teméis?
    Verme sola y lejos de todo lo que amo.
    Vais a un lugar extraño, pero nunca estaréis sola.
    Con vos irá gente de confianza que os servirá y acompañará.
    ¿Me amará mi esposo?
    ¿Acaso no tendréis vos parte para que eso ocurra?
    Sois fuerte e inteligente.
    No es mi deseo engañaros.
    El amor no es lo más importante en un matrimonio como el vuestro.
    ¿Vos habríais podido vivir sin amor?
    Todo hubiese sido mucho más difícil,
    pero habría podido.
    Como vos, si llega el caso.
    Porque os he educado para que os apoyéis en la dignidad
    y en el amor a Dios.
    Os habéis comportado como una niña.
    No sé si volveré a montar ni qué otras cosas se me prohibirán.
    Solo he querido se... Lo entiendo.
    Pero espero que hayáis disfrutado de nuestro paseo a caballo,
    pues no habrá más hasta que salgáis de Castilla.
    No temáis,
    no os desobedeceré.
    Señor de Torres, en buena hora os envía Dios.
    Gracias monseñor.
    Vengo dispuesto a poner mi experiencia
    al servicio de sus altezas y del almirante.
    Yo os pondré al corriente de todos los asuntos.
    Espero que pronto estéis listo para tomar el relevo.
    Probad este vino,
    no hay otro igual en Castilla.
    No está mi paladar acostumbrado a caldos como este.
    Todo llega en esta vida.
    Disculpad, eh...
    ¿Es este vuestro mejor tabardo?
    Desembarqué y me puse en camino de inmediato.
    Hay cosas a tener en cuenta en la corte
    y una de ellas es vestir de acuerdo al rango que se ocupa.
    Pronto podréis tener un guardarropa a la vuestra esperada altura:
    joyas, perfumes...
    En eso podréis gastar más de lo que es apropiado en un obispo.
    ¿Tan magnánimos son los reyes? -Lo son.
    Y la reina, en lo que toca a Colón y su empresa,
    no repara en gastos.
    El almirante nunca me refirió tal cosa.
    En ciertas materias, también tendréis que ser reservado.
    No lo dudéis, amigo mío, hoy empezáis una nueva vida.
    Mucho se espera de vos,
    y es de justicia que seáis compensado.
    Decid, si tan provechosa ha de ser la labor,
    ¿cuán justa es la compensación?
    Pedid y se os dará.
    Hacedlo vos por ambos.
    No, amigo mío, no.
    Pronto me otorgarán una diócesis más próspera.
    Allí me retiraré dejándoos al frente de todos estos asuntos.
    Doble será entonces vuestra tarea.
    Tenedlo en cuenta a la hora de negociar con la reina.
    No os apuréis,
    sé que me evitáis,
    pero solo os importunaré un momento.
    He de encomendaros una tarea.
    Mi yegua no me seguirá a Flandes.
    Pero, ¿por qué, alteza?
    Adoráis a ese animal.
    Por eso quiero que os la quedéis y sigáis cuidándola.
    No, no puedo aceptar. -Hacedlo,
    pues es mi deseo obsequiaros por lo bien que me habéis servido.
    No volveremos a vernos.
    Espero que seáis muy feliz con vuestra esposa
    en aquellas tierras lejanas.
    Aunque el ancho reino de Francia nos separe,
    sabed que velaré día y noche por vos en la distancia.
    Mucho más que un reino hace falta para impedir
    que llegue hasta mí el amor que me profesáis.
    Contad con mi bendición, amada hija.
    Nunca olvidéis de dónde venís, ni quién sois.
    Debemos partir.
    Entregadme el mensaje de vuestro rey,
    y yo mismo se lo entregaré al santo padre.
    Debo entregárselo personalmente.
    Tendréis que esperar hasta su regreso.
    ¿Ha abandonado Roma?
    ¿Y puedo saber dónde se halla?
    A estas horas, probablemente, ya esté en Nápoles.
    ¿Cómo que el papa se ha atrevido a coronar a Fadrique?
    ¿Esa es su respuesta a mi requerimiento?
    ¿Así nos compensa por haberle sacado al francés de encima?
    No quiere que Francia extienda su influencia en Italia,
    pero no va a permitir que lo haga Aragón.
    ¡Traidor!
    ¡Traidor, hijo de mil padres!
    ¿Continúan los franceses hostigándonos en el Rosellón?
    Así es, alteza.
    La traición de Roma ha hecho perder la ventaja,
    lo teníamos al alcance de la mano.
    Todo ha cambiado en unas semanas.
    Todo,
    pero de nada sirve lamentarse.
    Los franceses no tienen las de ganar.
    Pero con Fadrique en Nápoles y ellos amenazando el Rosellón,
    tampoco nosotros.
    Solo queda un camino, señor.
    Cabrera,
    voy a dictaros instrucciones para Fuensalida.
    No temáis.
    Mi corazón parte lleno, y su calor me reconfortará
    por más frío que encuentre en Flandes.
    Siempre estaréis en el pensamiento de vuestra madre
    y el de los que aquí os quieren bien.
    Mi afán será ser tan buena esposa y soberana como vos.
    Pido a Dios entonces
    que vuestro marido os merezca y os haga feliz.
    Nada le faltará, yo cuidaré de ella.
    Nunca volveré a verla.
    Y tras ella partirán sus hermanas.
    Y es ella la que teme por la soledad.
    Atacad.
    Cubríos..., arriba.
    ¡Alteza! Alteza, han llegado noticias de Arévalo.
    Mi hermana, la madre de vuestra esposa, se muere.
    Y la reina tan lejos.
    Me pondré en camino de inmediato.
    Iré con vos. Yo saldré al encuentro de Isabel.
    Temo que no lleguéis a tiempo a Arévalo.
    Despidámonos,
    pues desde allí continuaré mi viaje a Portugal.
    ¿No esperaréis a mi esposa?
    Aquí ya hice todo lo que debía.
    La solución ya no está en mis manos.
    ¡Juan!
    ¡Hijo! ¿Qué sucede?
    Tan solo es fatiga.
    Veremos qué dice el físico.
    Hermana,
    ¿me reconocéis?
    Soy Beatriz.
    Y vos.
    Don Gonzalo, amigo mío...
    La reina está en camino, guardad fuerzas, alteza.
    Mi vida ya ha durado más de lo que debía,
    espero que la muerte sea más justa conmigo.
    Castilla y Portugal.
    Estrechad los lazos de ambos reinos.
    Quiera Dios
    que un día sean uno solo.
    Gonzalo,
    decidle a mi niña
    que mi último pensamiento es para ella.
    Llevad la nueva al rey.
    Si no ha pasado por Dueñas, le esperáis allí.
    Si no, seguidle hasta dar con él.
    Temo que el deseo de vuestra hermana tarde en cumplirse,
    si algún se cumple.
    Portugal y Castilla no están llamados a ser un reino.
    Por mucho interés que pongáis
    en casar a la princesa con vuestro hijo,
    el príncipe Juan será el próximo rey de Castilla y de Aragón.
    Dios lo quiera.
    Pero he vivido lo suficiente para saber que nada es seguro.
    Y menos cuando de heredar una Corona se trata.
    Vos sabéis mejor que yo cuán débil es su naturaleza.
    Si Dios lo llamara a su lado,
    ¿no aseguraría la unión de la princesa Isabel y de mi hijo
    el porvenir de nuestros reinos?
    Castilla, Aragón y Portugal unidos.
    ¿Os dais cuenta del reino que surgiría?
    No adelantemos acontecimientos.
    Quiera Dios que el príncipe Juan reine por muchos años.
    Amén.
    Pero gobernamos,
    y es nuestra obligación prever y evitar lamentarnos
    por lo que pudimos hacer y no hicimos.
    La princesa Isabel ha de convertirse en la esposa de mi hijo.
    Y vos estáis de acuerdo.
    ¿Por qué no habéis hablado a la reina con claridad?
    No me lo hubiera permitido.
    Pero a vos...,
    a vos sí os escuchará.
    ¿Qué ocurre?
    ¡Decid, por Dios!
    ¿Es el príncipe?
    ¿Las infantas? No, señora.
    La naturaleza ha respetado sus tiempos,
    aunque eso no disminuirá vuestro dolor.
    La reina Isabel, vuestra madre.
    Abrazadme con fuerza, Fernando.
    Que sienta todo el amor con el que todavía puedo contar.
    Siento como si una a una fuesen cayendo
    las hojas del árbol de mi vida.
    Es ley de vida.
    El invierno llegará,
    y vuestro tronco y el mío quedarán sin hojas,
    pero juntos,
    protegiéndose el uno al otro del viento y del frío.
    Habéis demostrado a mi rey
    que más se gana atacando al papa que defendiéndolo!
    Decid al rey Fernando
    que no entienda como ofensa la coronación de don Fadrique.
    Todo reino necesita un rey,
    y el caso que elevó vuestro señor necesita estudio y reposo.
    Temo que la reacción de mi señor
    turbe vuestro reposo durante largo tiempo, santidad.
    Roma habrá de hacer frente a las consecuencias.
    ¿Dais crédito a sus palabras?
    Pronto veremos si lo merecen.
    No sabéis cómo os agradezco que me trajerais
    las últimas palabras de la reina madre.
    Por desgracia,
    también he de deciros algo que os va a hacer daño.
    Por lo que os pido perdón de antemano.
    Podéis decir cuanto queráis,
    es difícil que podáis herirme más.
    Por el amor que os profeso y por el que vos sentís por Castilla
    me atrevo, pese al dolor que os embarga en estas horas.
    ¿De qué se trata?
    Del motivo por el que el rey Manuel prefiere a la princesa Isabel
    en vez de a la infanta María.
    Si...
    algo torciese los planes sucesorios,
    la unión entre Portugal con la princesa
    también sería la mejor opción para Castilla.
    ¡Señora, algunas naves se han hundido!
    Señora, ¿estáis bien?
    Malos presagios nos trae esta travesía, Beatriz.
    ¿Y qué pide Francia a cambio de devolver Salses
    y replegarse en el Rosellón?
    Para empezar,
    que vuestro señor frene sus ambiciones
    a la Corona de Nápoles.
    ¿Y dejársela a Fadrique,
    que seguirá los dictados del rey francés
    como una bestia amaestrada?
    Ninguno de nuestros señores cederá sin más.
    Hagamos una tregua y negociemos, entonces.
    Con una condición indispensable:
    el papa ha de quedar al margen.
    Su santidad es un estorbo.
    Solo así podremos llegar a un acuerdo que satisfaga a ambas partes.
    Quizá no sea tan complicado.
    Veamos cuál tiene más derecho a la corona de Nápoles.
    Y busquemos cómo compensar al que renuncie a ella.
    Llevaré vuestra petición al rey Carlos.
    Estoy convencido de que nos entenderemos.
    Retiraos.
    Mi señor, sé que el momento no es propicio,
    pero hemos de autorizar a Colón un nuevo viaje.
    ¿A qué se debe tanta premura?
    Han llegado informes que atestiguan
    que Portugal va a iniciar otra expedición a las Indias.
    Ya hemos perdido un tiempo precioso.
    Ahora no podemos permitir que tomen la delantera.
    ¿Son ciertos los informes?
    Dicen que la comandará un tal Vasco de Gama.
    Está bien, reunámonos con el almirante.
    Espera con Fonseca en el despacho.
    A fe mía, señora, que no os gusta perder el tiempo.
    Excusad mi tardanza.
    Soy vuestra cuñada, Margarita.
    He sabido de vuestro accidentado viaje.
    Mi hermano Felipe me pide que os presente sus disculpas,
    pero razones de peso le impiden estar aquí.
    En su nombre os recibe nuestra abuela:
    la duquesa Margarita de York.
    Sed bienvenida a Flandes.
    Alteza.
    Este es nuestro hogar.
    Enteraos de dónde podemos descansar.
    Señores,
    hemos de poner en marcha una nueva expedición cuanto antes.
    Almirante, eso no era lo planeado, como sabéis.
    Habréis de agradecérselo a Portugal.
    Alteza, no...
    ¿No falta alguien en esta reunión?
    ¿Os referís a Torres, vuestro secretario?
    Me hizo llegar sus condiciones.
    Más parecían las de un corsario que las de un servidor de la Corona.
    En modo alguno podía aceptar; él mismo se ha situado al margen.
    Prepararéis el viaje con Fonseca.
    ¿Estáis dispuesto? Siempre a vuestro servicio, alteza.
    ¡Confesad, confesad!
    Vos sois el causante de la desgracia de Torres.
    Por fin,
    por fin puedo ver cara a cara a mi enemigo.
    Tranquilizaos, almirante.
    No estoy contra vos,
    solo contra aquello que perjudica a la Corona.
    Haré lo imposible por despojaros de vuestra máscara.
    Qué la reina sepa cómo actúan sus fieles servidores.
    Haced cuanto consideréis oportuno,
    pero más os valdría
    apuntalar vuestra posición que socavar la mía.
    Recodad que hay una cédula firmada que suprime vuestro monopolio.
    Y no se ha revocado.
    Tampoco sois el único que ha ido y vuelto de las Indias.
    Almirante,
    ya no sois imprescindible.
    No os sintáis de menos, ninguno lo somos.
    Así que Francia y Aragón negocian a nuestras espaldas.
    Si llegan a un acuerdo, volveremos al principio de la partida,
    pero con otras reglas de juego.
    ¿Otra vez la disputa por Nápoles?
    Y la amenaza de repartirse Italia entera.
    Cualquier cosa que hagamos a favor de uno
    hará que el otro se sienta perjudicado.
    Veamos si somos capaces de desbaratar esa alianza.
    Se abre la puerta
    Perdonad a mi abuela.
    Es una York y detesta que vuestra hermana Catalina
    despose al hijo del rey que echó a su familia
    del trono de Inglaterra.
    Y perdonad a mi hermano.
    Perdonadnos a todos.
    Agradezco esta visita..., y su intención.
    Pronto yo pasaré por lo mismo que vos.
    Confío en que Dios os ahorre un naufragio
    y permita que vuestro ajuar llegue con vos a Castilla.
    Pero igualmente tendré que viajar a una tierra extraña
    para conocer a...
    un hombre.
    Que os amará nada más veros.
    ¿Estáis segura?
    Le conozco, y ahora que os conozco a vos,
    sé que así será.
    ¿Cómo es el príncipe?
    Sensible.
    Apuesto y noble.
    También algo impaciente, quizá por mi madre,
    que lo adora, bueno, que...
    que nos quiere a todos tanto...
    Cuando tengáis a vuestro esposo cerca,
    todo será distinto.
    Decidme, ¿cómo es?
    Es...
    alto y apuesto.
    De conversación ágil.
    Apenas le conozco, esa es la verdad.
    Me crié en Francia para ser desposada por el rey Carlos.
    Solo volví cuando casó con Ana de Bretaña.
    Toda mi infancia estuve lejos de los míos.
    Habéis sido afortunada al crecer junto a vuestra familia.
    Y ahora, descansad.
    Debéis estar preparada para la ceremonia de la rosa.
    ¿Qué ceremonia es esa?
    Es la costumbre.
    Así reciben los duques a las novias cuando provienen de otro lugar.
    Señora.
    ¿Dais permiso a vuestro esposo para buscar la rosa
    que perfumará nuestro matrimonio?
    Sois tan hermosa.
    Esperadme esta noche.
    Os deseo.
    No voy a esperar para haceros mía.
    ¿Cómo os atrevéis?
    Antes habremos de recibir la bendición de su eminencia.
    El amor no es un río que se encauza,
    sino un mar embravecido que nadie puede domar.
    Mucho siento la muerte de vuestra hermana Isabel.
    ¿Recibisteis el mensaje que os envié?
    No me parece buen comienzo
    aceptar una condición tan imperiosa de la princesa.
    Hacedlo.
    ¿Y permitir que Castilla dicte la política de mi reino?
    ¿Qué pensarán los nobles?
    ¿No está en vuestro ánimo expulsar a los herejes del reino?
    Aceptad entonces la voluntad de la princesa,
    pues os aseguro que mucho tenéis que ganar.
    Llaman a la puerta
    (Felipe): Abrid, Juana, soy yo.
    Mi señora,
    quería pediros disculpas.
    Yo...,
    solo veía vuestra belleza, esposa mía.
    Abridme, os lo ruego.
    Juana, ¿estáis ahí?
    Lo estáis,
    pues mi corazón nota la presencia que esta puerta insiste en ocultar.
    Disculpad si os han ofendido mis palabras,
    pero no confundáis los sentimientos que las han provocado.
    Comprended a vuestro esposo,
    que solo con veros ya se ha perdido en este mar de amor
    que habéis hecho brotar en su pecho.
    Descansad.
    Descansad, esposa amada.
    Beso esta madera que se interpone entre nuestros labios.
    Que sea este nuestro primer beso de enamorados.
    La corte es peor que la más peligrosa selva,
    que la tormenta más voraz del océano.
    Debéis cuidaros incluso de vuestra sombra.
    ¿Guardáis lo que os di al llegar?
    Sí.
    Tomad.
    Esto es solo una muestra,
    hay muchas más en una bahía que solo yo conozco.
    Serán nuestra salvación.
    Guardadlas bien y no digáis nada de esto a nadie.
    Así lo haré, padre.
    Cuando parta, quedaréis a la espera de lo que os haya de mandar.
    Y recordad: estáis solo.
    Solo,
    no confiéis en nadie.
    Es mucho lo que Castilla y la cristiandad
    deberá a vuestra voluntad.
    Vuestro destino va a cumplirse, seréis reina de Portugal.
    El santo padre me envía personalmente para expresaros su aflicción
    por la muerte de vuestro hijo.
    Es el que ha llevado el santo padre con él
    desde que ocupó la silla de San Pedro.
    Agradecemos de corazón vuestras deferencias, reverencia.
    Pronto no mereceré el tratamiento,
    pues me dispongo a abandonar la carrera eclesiástica.
    El santo padre me anima a buscar una corte que me acoja.
    Una corte amiga del pontífice con la que pueda haber
    buen entendimiento y alianza.
    Pues, cuando deis el paso,
    Francia tendrá las puertas abiertas de par en par para vos.
    Decidme, reverencia:
    ¿qué ha ofrecido el santo padre a la corte de Aragón?
    Y por su entrega a la fe,
    la limpieza del reino de herejes y su victoria al Islam,
    yo, Alejandro VI,
    deseo que los reyes de las Españas se titulen para hoy y siempre
    como sus católicas majestades
    y así todos reconozcan su mérito y grandeza.
    El santo padre nos eleva por encima de todos los reyes de la cristiandad.
    Me pregunto qué dirá de este honor el cristianísimo rey de Francia.
    Hay que reconocer que su santidad no pudo elegir otro
    que pudiese dolerle más.
    ¿Acaso os desagrada?
    Si el papa cree que con este título compensa su traición,
    está equivocado.
    No me quiere como amigo, así que me tendrá como enemigo.
    Teneos, mi señor, no me agradan vuestras palabras.
    Voy a ocuparme de escribir al papa para agradecer el nombramiento,
    como seguramente espera que hagamos.
    La Corona de Nápoles será mía,
    y no será el papa quien lo impida.
    Lo juro.
    Nada hay que temer.
    La infanta servirá antes a su esposo que a sus padres.
    ¿Tan seguro estáis
    de que no encontraréis oposición a vuestros propósitos?
    En todo habrá de seguirme,
    pues nadie quedará a su lado que pueda contradecirme.
    Soy Margarita de Habsburgo,
    y ante vuestra corte digo con júbilo,
    que voy a ser vuestra esposa.
    ¡Padre!
    Los vigías informan de que varios navíos sin bandera
    han atracado en nuestro puerto.
    Personaos en Flandes con un nuevo envío de dinero
    y hacedle ver que nunca actúe con suspicacia.
    No conozco los usos en Castilla,
    pero aquí el marido administra la fortuna familiar.
    (Silba).
    ¿Cómo llevar la palabra de Dios a quienes solo hablan esa lengua?
    Quizá debiéramos enseñarles el castellano. 
    ___________________________________
    NOTIZIE STORICHE. 

     

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