lunedì 25 maggio 2020

tr53: Isabella di Castilglia- Capitúlo 38.

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Sommario:

Isabel - Capítulo 38

Tras haberle puesto en ridículo, Fernando intenta recuperar la relación con Felipe. En realidad, su plan es otro, pues planea apartarle de la sucesión. La vuelta de Juana a Flandes no la tranquiliza: a pesar de los esfuerzos de Margarita, Juana se siente desatendida por su esposo y sus desequilibrios empeoran.

"¿CONSERVARÁN EL LEGADO DE ISABEL?"

A Isabel le queda cada día menos tiempo...¿serán Juana y su desdecendencia capaces de mantener su legado?
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    2865652
    No recomendado para menores de 12 años
    Transcripción completa
    Felipe ha viajado a Francia creyendo que tiene poderes
    para firmar el acuerdo de paz.
    Ignora que solo puede negociar.
    Conseguid un buen acuerdo
    y os colmará de dádivas y privilegios.
    Ya me ha hecho su heredero, ¿nada mejor puedo obtener de él?
    En cuanto tengáis a vuestro hijo os reuniréis con el príncipe,
    tan solo debéis esperar... -Si no me obedecéis,
    ¡abriré mis entrañas con un cuchillo y os acusaré a vos!
    No es el primer incidente así,
    No volváis a protegerme de la verdad.
    Juana es la heredera, sus miserias son cuestión de Estado,
    y como reina he de conocerlas.
    La Corona de Nápoles no ha de ser ni para mi ni para Fernando,
    sino para nuestros hijos.
    En los despachos nos insultan y mientras ganamos esta guerra.
    Los aragoneses a punto de entrar en Nápoles,
    ¡nos estamos dejando vencer!
    Felipe ha poseído su espíritu.
    Desde que se han separado, Juana ha perdido el juicio.
    Juana.
    Es un varón sano y hermoso.
    No dejaréis Castilla hasta entender que sois la única heredera,
    ¡pues vuestro esposo es un traidor y jamás gobernará!
    ¡Si no fuese por vos, ahora estaría en Flandes!
    ¡Qué hacéis! -¡Contasteis el favor que os pedí!
    No permitiré que mi nieto... Mi hijo se queda en Castilla,
    en nada le estimo él me ha separado de Felipe.
    No la dejéis partir...
    Aún no.
    Podríamos llevarnos a Juana lejos por un tiempo,
    para que se serene y calme.
    Exigid la vuelta de Juana, estáis en vuestro derecho.
    He de aprovechar el único poder que conservo:
    el que tengo sobre Juana.
    ¡Si me movéis de aquí, me mato!
    Consigamos una tregua.
    Los aragoneses merecen ser masacrados.
    ¡Han invadido el Rosellón!
    Francia quiere traer la guerra de Nápoles.
    ¡A sabiendas que el condado para mí es inviolable!
    Pidamos la intervención de su santidad.
    El papa se ha amistado con Francia en los últimos tiempos,
    no se me antoja la mejor ayuda.
    Vos podríais reparar lo que el infortunio ha quebrado.
    Ahora es mi voluntad la que cuenta,
    y no está en ella pronunciarme contra el rey Luis.
    Ha conseguido recuperar el Rosellón.
    No se ha contentado solo con eso,
    ha seguido su avance y gana plazas en Francia.
    Está bien,
    pidamos una tregua.
    Volveréis a Flandes, partiréis lo antes posible.
    Gracias, madre... Callad, os pongo una condición:
    esperaréis a vuestro padre, que regresará pronto.
    Que Dios me perdone,
    pero nada deseo más que verla marchar.
    Ha obrado como un veneno para vos,
    por salvar a la heredera, casi perdemos a la reina.
    Subtitulado por TVE.
    ¿Cómo que el rey de Inglaterra pretende desposar a La Beltraneja?
    Majestad, son rumores que no puedo dar por ciertos,
    mas he de deciros que son insistentes.
    Es un desatino, ¿qué busca con ello?
    Dudo que Juana pueda darle hijos,
    y ya tiene un heredero.
    Quizás no sea ese el motivo.
    El rey de Inglaterra tiene adversarios
    que cuestionan su legitimidad.
    Y Juana es de sangre real.
    Cuidado, eminencia reverendísima:
    "Muchacha" ya no es apelativo que le corresponda,
    pero "bastarda" lo será hasta el final de sus días.
    Parece evidente que no lo cree Enrique de Inglaterra.
    ¿Cuáles serán sus intenciones?
    Convendría averiguarlo de primera mano.
    Con vuestro permiso, partiré hacia Inglaterra.
    No,
    al mostrar nuestra inquietud, mostramos nuestra debilidad.
    Que no parezca que le damos más importancia.
    ¿Quién habrá sembrado esa idea en la mente de Enrique?
    ¿Partidarios de Juana que todavía la tengan en mente?
    Eso es lo que convendría averiguar, de primera mano.
    Cabrera,
    organizad una cacería en vuestros dominios.
    Y aseguraos de que acuda el marqués de Villena.
    Así lo haré, majestad.
    Yo no asistiré,
    mas espero que de ella traigáis la respuesta que precisamos.
    En los niños vemos la grandeza de la Creación.
    Es triste que algunos, al convertirse en hombres,
    traicionen esa grandeza.
    ¿Cómo os sentís, majestad?
    No puedo responderos que bien.
    ¿Habéis tenido noticias de vuestra hija Juana?
    No, todavía no.
    Dios quiera que el encuentro con su marido y sus hijos
    tenga algún efecto benéfico sobre ella.
    Dios lo quiera.
    Excusadme que os haya apartado de vuestros deberes,
    pero hay un asunto del que quisiera que os ocuparais.
    He recibido esta petición.
    La envía la madre de una novicia del convento de Santa Clara.
    Solicita que interceda por su hija en un caso.
    Una acusación de robo.
    Eso conlleva la expulsión.
    Las palabras de esa mujer me han conmovido.
    Parece una persona piadosa y temerosa de Dios.
    Y jura que su hija es inocente, no podía ser de otro modo.
    ¿Qué queréis de mí?
    Quiero que os aseguréis de que se hace justicia.
    Contad con ello.
    Lo importante ahora es que os recuperéis.
    Eminencia, sé que no mejoraré, y que no me queda mucho tiempo.
    Rezo cada día al Señor para que me permita dejar este mundo
    habiendo garantizado la paz y la estabilidad en mi reino.
    Pero no sé si me escucha.
    "Dóminus sit in corde tuo,
    ut ánimo contrito confiteáris peccáta tua".
    Os agradezco que hayáis acudido a mi llamada.
    No me debéis agradecimiento alguno, Vuestros intereses son los míos.
    Entonces,
    ¿son ciertas las noticias de Castilla?
    De su comportamiento insensato se habla en todo el reino,
    no sé con qué ánimo llegará a Flandes.
    Con Juana en tal estado,
    ¿cómo puedo ayudaros?
    Vos tenéis el ánimo sereno, así ha sido siempre.
    Vuestra influencia ha de ser beneficiosa para ella,
    como el agua mansa que sofoca al fuego.
    Y ella siempre os ha tenido aprecio.
    Mas ello no basta, hermano.
    Vos también debéis hacer lo posible por tranquilizarla.
    (Suspira): En su espíritu siempre soplan malos vientos,
    y ahora han arreciado.
    Por eso os he hecho venir;
    solo no me veo capaz.
    Debéis prometerme que seréis paciente.
    Tenéis mi palabra.
    Bien,
    entonces preparémonos para recibirla.
    Majestad,
    tengo noticias interesantes:
    César Borja ha sido apresado por orden del Papa Julio.
    Que los franceses pierdan un aliado siempre me satisface.
    Un aliado tan intrigante como su difunto padre.
    Debemos aprovechar esta ventaja, Chacón.
    Mandad el recado a Gonzalo, que no desfallezca.
    Sí, majestad.
    Con la ayuda de Dios, pronto alcanzaremos la victoria.
    Sosegaos, y no olvidéis lo que hemos hablado.
    ¡Felipe!
    Casi muero de tristeza por vuestra ausencia.
    Pero por fin tengo vuestro hermoso rostro ante mí.
    Saludad a Margarita, que ha venido para recibiros.
    Soy feliz de teneros con nosotros,
    pero ahora permitidme que goce de su presencia.
    Hace mucho que lo espero.
    ¿No queréis ver a vuestros hijos? -Más tarde.
    No me habéis preguntado por ellos. -Me lo contaréis más tarde.
    Primero necesito estar a solas con vos.
    ¿Es cierto que la salud de su majestad
    empeora a ojos vista?
    Se recobrará;
    Castilla la necesita,
    y no es la reina mujer que deje tareas pendientes.
    Así lo quiera Dios.
    Querría conocer vuestra opinión sobre algo que habréis oído.
    Decid.
    Corren rumores sobre el casamiento del rey de Inglaterra
    con "la excelente señora".
    ¿Con la Beltraneja?
    Descabellados esponsales me parecen.
    No sois el único.
    ¿Qué ganancia obtendría el inglés? Esos rumores han de ser falsos.
    Marqués, bien sabéis que un rumor
    siempre lleva aparejado un poso de verdad.
    Vos no venís a cazar un jabalí, sino a hacer una pregunta.
    Y yo he de daros la respuesta que precisáis:
    nunca apoyaré una causa de tan incierto porvenir.
    Os diré que muchos nos preguntamos, no sin inquietud,
    qué deparará a Castilla la muerte de su reina.
    Bien sabéis que la sucesión está asegurada.
    Castilla conoce el estado de la princesa de Asturias.
    Es la legítima heredera y ocupará el trono,
    como refrendasteis en las Cortes.
    ¿Acaso ahora lo desaprobáis?
    Nada debéis temer, siempre que no cambien las cosas.
    ¿Por qué habrían de cambiar?
    Quizás el rey Fernando haga por mantener el rumbo del reino
    gobernando en lugar de su hija.
    Me habéis prometido claridad,
    sed claro, pues.
    Si tal sucediera, Fernando nos encontraría frente a él.
    ¿He sido lo bastante claro?
    ¿Pacheco no ha sido el promotor de la idea?
    Juraría que no, majestad. Sin embargo...
    Hablad,
    os envié para conocer lo que piensa el marqués.
    Al señor de Villena le preocupa la sucesión.
    Y parece que otros también hablan por su boca.
    ¿A qué os referís?
    ¿Dan por hecho que Juana es incapaz de reinar?
    Eso sospecho.
    Sueñan con tenerla a su merced, como con Enrique,
    como quisieron hacer con La Beltraneja; un títere.
    Añoran los tiempos en que hacían y deshacían a su antojo.
    Señor, el problema es otro.
    El problema sois vos.
    Ni el marqués, ni otros nobles de Castilla,
    aceptarían que gobernarais en lugar de vuestra hija.
    Perros.
    Saben que conmigo nada recuperarían de lo perdido.
    Complicada partida tenemos dispuesta.
    Muy prudentes habremos de ser para que no nos hagan jaque mate.
    No, no os levantéis,
    debéis descansar.
    Estáis muy pálida.
    Son estas fiebres que no me dan tregua.
    Pareciera que me están consumiendo por dentro.
    Os habéis reunido con Chacón y Cabrera, ¿no es así?
    Ya habrá ocasión de hablar de lo tratado.
    No.
    Estas fiebres no pueden tener más empeño que yo misma.
    Por vuestra expresión adivino que no han traído buenas nuevas.
    ¿De qué se trata?
    Del futuro de Castilla.
    Ciertos nobles,
    que tan callados han permanecido estos años,
    no han olvidado sus aspiraciones.
    ¿Qué hacéis?
    Levantarme, mi señor.
    No puedo permanecer en el lecho mientras todo está en juego.
    Contadme y no os guardéis nada.
    Por lo que contáis,
    la advertencia del marqués de Villena es evidente.
    Tanto como que no la expondría con tanta soltura.
    Si no viera cercano el final de la reina.
    Y si no coincidiera con la opinión de otros grandes.
    La prevención que tienen contra el rey
    es solo nostalgia por lo perdido.
    Hacéis bien en dudarlo, eminencia.
    A la añoranza por la influencia de otros tiempos
    se une lo que algunos consideran agravios contra Castilla.
    ¿Cuestionan que su amor hacia la reina
    no sea igual a Castilla? -A tanto no se atreven.
    Durante años,
    muchos aspiraron a cargos que, para su disgusto,
    fueron concedidos a personas próximas al rey.
    Próximas al rey,
    y naturales de tierra aragonesa.
    Así es.
    Y el conflicto de Nápoles, tan longevo,
    solo fomenta entre ellos más descontento.
    ¿Acaso el botín no es suculento?
    De la guerra en Granada salieron beneficiados en Castilla,
    y también antiguos adversarios.
    ¿Y no será así en Nápoles?
    Ni siquiera la victoria haría olvidar el gasto para las arcas del reino.
    Y los descontentos temen que sin la reina...
    Su majestad actúe en beneficio propio.
    ¡Hace ya tiempo que os esperaba!
    Disculpadme, pero son muchos los asuntos que debo atender.
    ¿No vais a quedaros conmigo?
    Margarita vendrá para haceros compañía.
    Pero esta noche nos encontraremos de nuevo.
    Sed paciente.
    Permitidme que os ayude.
    Señores, no hay discusión posible:
    Juana subirá al trono cuando llegue el momento.
    Sea cual sea su capacidad para gobernar.
    Y Felipe estará a su lado,
    sea cual sea su lealtad hacia Castilla.
    Majestades, permitidme.
    No ha sido lealtad, sino falta de ella,
    lo que el archiduque ha demostrado.
    ¿Cómo esperar que no haga lo mismo en el futuro?
    No somos dueños de nuestro destino.
    Dios decidió por nosotros quién habrá de reinar en Castilla.
    Pero mi hija no se enfrentará sola a ese desafío.
    Del consejo que tan fielmente me ha acompañado,
    espero que guíe y proteja a la próxima reina de Castilla.
    Tenedlo por seguro, majestad.
    Tal vez no baste para protegerla de los nobles.
    No os falta razón.
    Tememos que dejen que Juana lleve la corona
    mientras se hacen con el gobierno.
    Impedirlo ha de ser nuestro principal afán,
    mas sin vulnerar la línea sucesoria,
    pues en nuestro nieto Carlos están puestas nuestras esperanzas.
    Nuestro fin es educarlo como príncipe
    para que pueda ser coronado cuando cumpla la edad.
    Por ello, urge traer a Carlos a Castilla.
    Bajo nuestra tutela se formará para que vele por sus reinos.
    ¿Y el archiduque estará de acuerdo?
    Esa será vuestra misión:
    ganaros el favor de don Felipe
    y convencerle con las razones que ahora os transmitiremos.
    Alteza, el matrimonio entre Enrique de Inglaterra
    y "la excelente señora"
    podría amenazar vuestros derechos y los de vuestra esposa.
    No veo cómo.
    Puede que planee desenterrar las aspiraciones de la Beltraneja
    al trono de Castilla.
    ¿Tanto se acerca la reina al final de sus días,
    que incluso el inglés hace planes?
    No es asunto ligero, mi señor.
    En el pasado,
    el rey Alfonso de Portugal invadió Castilla
    para reclamar la Corona para su esposa.
    ¿Teméis que Enrique haga lo mismo?
    Lo ignoro,
    mas sin desposorio no habría ocasión.
    Y sus Católicas Majestades esperan de mí que impida el enlace.
    ¿Piensan que antiguos partidarios de doña Juana
    puedan allanar su regreso?
    Quizá se hayan dado por cerradas heridas que aún supuran.
    Señor,
    demostrar la unión entre los reyes de Castilla
    y quienes están llamados a serlo; es capital en estos momentos.
    ¿El propio rey Fernando pide que vayamos de la mano?
    Así es.
    Me sorprende.
    Convendréis conmigo en que no he gozado
    de ni de su favor, ni de su confianza.
    En su nombre os ruego que sigáis su ejemplo y olvidéis.
    Es hora de unir fuerzas, no de alimentar rencillas.
    Hermosas palabras, y muy convenientes.
    Si no os convencen,
    permitidme que os recuerde
    que más perdéis vos en este lance que el rey Fernando.
    Es un honor conoceros, eminencia reverendísima.
    Ahorraos la palabrería.
    Imagino que sabéis de qué se os acusa.
    ¿Qué alegáis en vuestra defensa?
    Solo que soy inocente, lo juro ante Dios.
    ¿Juráis en vano?
    Nunca lo haría, eminencia reverendísima.
    Amo a Dios sobre todas las cosas, siempre he querido entregarme a Él.
    ¿Eso no os ha impedido robar?
    Creedme, os lo ruego.
    Os lo pregunto ante Dios Nuestro Señor.
    ¿Sois inocente?
    Jurad que no me ocultáis la verdad.
    Juradlo por vuestra alma inmortal.
    Yo no he hecho nada, ¡no he hecho nada!
    Jurad que decís la verdad. ¡Juradlo!
    ¿Qué ocultáis?
    ¡Estáis ante Dios Nuestro Señor!
    Mi única culpa fue descubrir un secreto.
    ¿A qué os referís?
    La hermana Asunción.
    Recibe a un hombre en secreto,
    burlando la vigilancia de la abadesa.
    Por eso inventó infamias contra mí,
    para que me expulsaran del convento, lo juro.
    ¡Lo juro ante Dios!
    ¿Los nuestros sufrieron tres ataques y aun así no sucumbieron?
    Gonzalo contraatacó.
    Usó el puente de madera que había construido en secreto,
    cruzó el Garellano y cayó sobre los franceses.
    Nuestro Gran Capitán tiene ingenio.
    Gracias a él, están dispuestos a capitular.
    ¿En qué condiciones?
    Retirada de sus tropas con la promesa de no ser hostigadas.
    Liberación de los prisioneros de ambos bandos,
    y entrega de la ciudad de Nápoles.
    No es alto precio para que la guerra deje de sangrarnos.
    En verdad,
    son muchos los hombres y los dineros que se ha llevado esta empresa.
    Esperemos noticias del rey de Francia.
    Permita Dios que esta guerra acabe de una vez.
    No tenemos manos para sujetar tantas riendas.
    Siento no traeros mejores nuevas de Castilla.
    Rezaré cada día por la recuperación de mi madre.
    Vuestros padres también rezan por vos,
    y por vuestro futuro como reina.
    Esperan que os encontréis mejor
    ahora que os habéis reunido con vuestros hijos y marido.
    Es posible aprender a ser reina, pero...,
    ¿quién puede enseñar a transitar el doloroso camino del amor?
    Escuchadme,
    pues a través de mis palabras os habla vuestra madre.
    Ahora más que nunca, debéis cuidaros,
    y cuidar de vuestros hijos.
    Mis hijos no me necesitan.
    Y mi marido...,
    mi marido nunca tiene bastante.
    ¿Dais crédito entonces a las palabras de Fuensalida?
    La reina está muy enferma.
    Muchas cábalas pueden hacerse sobre el futuro de Castilla.
    No he de consentir ninguna que me excluya del trono.
    Sin embargo,
    demasiadas veces me he enfrentado a las artimañas de mi suegro.
    No quisiera ser burlado otra vez.
    Es cierto que el rey es astuto
    y sus acciones nunca son lo que aparentan.
    Pero Enrique tampoco es de fiar.
    Maldita encrucijada esta
    en la que todos los caminos parecen el equivocado.
    ¿Qué rumbo he de tomar?
    Permitid que viaje a Inglaterra.
    Convenceré a Fuensalida de que lo hago en vuestro nombre
    para mayor gloria de Castilla.
    Si algo hay de cierto en las sospechas,
    debemos frustrar la maniobra de Enrique.
    Y dada la condición de vuestra esposa,
    no estará de más que vuestras relaciones con Castilla
    hayan mejorado cuando su majestad expire.
    Partid de inmediato.
    Y olvidaos de Fuensalida:
    cumplís órdenes del príncipe de Asturias.
    Quiero ver a la reina.
    No es posible, su majestad está descansando.
    No me iré sin que me reciba.
    Os repito que es imposible.
    Dejadme paso. ¡Marqués!
    ¿He de llamar a la guardia?
    No será necesario.
    Vos, pasad.
    Muy urgente ha de ser el asunto
    para que perturbéis así el descanso de vuestra reina.
    Hablad.
    Vos me conocéis bien,
    pero tal vez no sabéis quién fue mi abuela.
    María Luisa Pacheco y de la Cueva, marquesa de Villena.
    Con sus bienes se construyó el convento de Santa Clara,
    del que fue fundadora.
    De muchas donaciones de mi familia se ha beneficiado estos años.
    En Santa Clara moran mujeres piadosas y temerosas de Dios.
    No entiendo qué me queréis decir.
    Que una dama de mi familia jamás será expulsada de ese lugar.
    Os aseguro que no sé de qué me estáis hablando.
    De la orden de vuestro confesor:
    ¡expulsar a mi sobrina Asunción por unas acusaciones!
    Si tal ha sido la decisión del arzobispo de Toledo,
    estoy segura de que habrá sido justa.
    De nadie he de tolerar tal afrenta, venga del arzobispo o del papa.
    Ninguna familia ha de estar por encima de la justicia.
    ¡En mi familia solo yo decido lo que es justo!
    Soy vuestra soberana,
    y como tal refrendo la decisión de su eminencia.
    ¡Acatadla o atreveos a desobedecerme!
    No osaríais venir aquí, alborotando y hablando de ese modo,
    si no me supierais debilitada y enferma.
    Pobre favor hacéis a los vuestros.
    Como vos dijisteis,
    son los derechos de mi esposa y los míos los que están en juego.
    Convendríamos que fuésemos todos a una en esto.
    Y así es, ¿no os parece?
    Tendríais que haberme comunicado el viaje del señor de Belmonte,
    quizás hubiera debido acompañarle.
    Poco confiáis en la capacidad de vuestro embajador.
    ¿No son de vuestro agrado los informes que envía a Castilla?
    ¿Ya estáis preparada? -Sí.
    Si acabamos hoy el bordado,
    mañana podremos ofrecerlo a las hermanas del convento.
    Venid.
    Debemos poner más azul y verde aquí,
    así las flores resaltarán más todavía.
    (Juana no la escucha): Y...,quizá,
    algún hilo plateado alrededor de las flores.
    ¿O quizá en los bordes?
    ¿Vos qué opináis?
    Está con ella...
    ¿Felipe está con ella?
    Señora, mi hermano... -¡Está con ella, no me mintáis!
    Necesito saber la verdad, ¡necesito saberlo!
    ¿Qué os sucede?
    Juana, ¿qué os pasa?
    Tengo entendido que sois vos
    quien entregó Gaeta a los ejércitos de Aragón.
    Así es, majestad. -¡Cobarde!
    Majestad, no había elección.
    Vuestros hombres mueren de hambre y frío,
    y los que sobreviven son maltratados por las gentes.
    Habrán de acostumbrarse,
    pues jamás volverán a pisar el suelo de Francia.
    Así lo ordena su rey.
    Os lo ruego,
    tened compasión,
    escuchad las razones de este hombre. -Ya las he escuchado,
    y me producen asco.
    Su obligación era derrotar al enemigo y no arrodillarse ante él.
    Majestad,
    vuestros soldados hicieron lo que se les ordenó,
    no tienen otra culpa.
    Decís bien,
    la culpa es de los oficiales;
    que paguen junto a quienes han conducido al desastre.
    En cuanto a vos, no merecéis gracia alguna.
    Este hombre no ha de ver la luz del nuevo día.
    ¡De rodillas!
    ¡Debéis pedir perdón a mi hermana de rodillas!
    ¡Dejadlo, por favor!
    ¡Nunca!
    ¡Os lo advierto, no provoquéis más mi cólera!
    ¡Aunque intentéis poner a vuestra hermana contra mí,
    no podéis engañarme!
    ¡Sois un miserable, vos y todos los vuestros!
    ¡Miserables, sin honor, ni vergüenza!
    ¡Conteneos, conteneos, por Dios!
    Os lo repito por última vez:
    pedid perdón a mi hermana.
    Si no accedéis a mis deseos, yo tampoco lo haré.
    He dado orden de que se registre por escrito
    cada desvarío de mi esposa.
    ¿Para qué os ha de servir?
    Para que quede constancia.
    Para que quienes me acusen de no tratarla como un esposo amante
    sepan cuán justificados son mis castigos.
    Conseguiré doblegarla, os lo juro,
    aunque me cueste la vida.
    Os pedí mesura y paciencia,
    ¿esta es vuestra respuesta? -¿Paciencia?
    Tomé por esposa a una loca.
    Lo habéis visto con vuestros propios ojos.
    No lancéis vuestro enojo contra mí.
    Hermano,
    la mujer que tenéis es la que vos mismo habéis modelado.
    ¡No os permito que me culpéis...!
    Fuera lo que fuera lo que anidaba en su alma,
    vos lo habéis multiplicado por mil.
    Si no le ponéis remedio,
    jamás habrá paz entre vos y vuestra esposa.
    Y no os he de recordar
    su importancia para vuestro futuro.
    Mucho os jugáis, hermano.
    Andad con tiento.
    Estas cacerías se me hacen cada día más tediosas.
    Espero no haberos fatigado en demasía.
    No, ya sabéis de la afición del archiduque a la caza.
    Estoy acostumbrado.
    ¿Cómo se encuentra?
    Atento a las noticias que llegan de Castilla;
    ya sabréis que la reina está muy enferma.
    La tenemos en nuestras oraciones.
    Se avecinan momentos difíciles.
    La princesa parece poco dotada para el gobierno
    y está casada con un extranjero de gran ambición.
    ¿En qué me incumben vuestras cuitas?
    Os incumben, alteza,
    ya que mucho habéis cavilado sobre el asunto.
    No sé a qué os referís.
    ¿Por qué, si no, estaríais dispuesto a sacar
    a "la excelente señora" de su convento?
    Muchos nos preguntamos de qué sirve un matrimonio
    del que ni siquiera puede obtenerse un hijo.
    ¿Tenéis una oferta mejor?
    ¿Alguna joven princesa de sangre real?
    Ninguna que os permita reclamar Castilla para vuestro hijo
    y la princesa Catalina.
    Pues tal es vuestro plan.
    Os diré que está bien urdido,
    salvo por un detalle:
    que ni los reyes de Castilla, ni el archiduque,
    ni su padre el emperador podrían consentirlo.
    Por fin conseguirían ponerse de acuerdo en algo.
    Cierto.
    Os aseguro que no dudarían en atajar de raíz
    una aventura con horizontes tan borrascosos.
    ¿Os presentáis en mi corte con amenazas?
    Poco habéis aprendido de la etiqueta de Borgoña.
    Decid a quien os envía que no hay hombre sobre la Tierra,
    emperador o plebeyo,
    que impida al rey de Inglaterra casar con quien le plazca
    y reclamar lo que considere oportuno.
    ¡Y dad gracias a Dios cada día que permanezcáis vivo aquí!
    ¡Fuera de mi vista, perro castellano!
    Pisa, Florencia y Siena se han puesto
    bajo la protección de Aragón.
    Venecia y Austria se han unido a nuestra causa.
    Son excelentes noticias, mi señor.
    Sí, sí lo son, sí.
    Aunque bien han esperado nuestros aliados
    a estar seguros de que la victoria estaba próxima.
    Inclina la balanza a nuestro favor.
    Todos esperan vuestras órdenes.
    Avancemos para aplastar lo que queda del ejército francés.
    No,
    ya se ha derramado demasiada sangre de cristianos.
    Todos en Castilla compartimos el deseo de que esta guerra acabe.
    Pero la paz solo será duradera si desarmamos al rey Luis.
    Os lo ruego.
    ¿Qué hacemos pues, majestades?
    Comunicádselo a Gonzalo:
    concederemos a los franceses la tregua que les niega su rey.
    (Grita histérico): Los aragoneses no avanzan,
    y en vez de hacerles frente y recuperar el terreno perdido,
    mis hombres huyen!
    ¡Como conejos!
    Majestad,
    Fernando no va a arriesgar un solo hombre
    por una guerra que ya tiene ganada.
    ¡Mientras quede un soldado francés en pie habrá guerra!
    ¡Debe haber guerra! ¡Maldita sea!
    ¿A qué esperáis? ¡Dad la orden!
    ¡Que nadie retroceda un paso más,
    que ocupen de nuevo mis territorios y aplasten al enemigo!
    ¡Basta, por Dios!
    Ningún soldado luchará por un rey que les ha abandonado a su suerte.
    ¡Callad!
    ¡Callad u os encerraré por traición!
    Majestad,
    habéis conducido a nuestros hombres a un desastre.
    Resignaos.
    Bastante hemos sufrido ya.
    Margarita,
    vos no tenéis culpa de nada.
    Siempre habéis sido tan buena conmigo y...,
    y yo...,
    lo siento mucho.
    Somos familia, Juana,
    debemos cuidar los unos de los otros.
    No os atormentéis.
    Mi esposo, vuestro hermano,
    parece no ver cuánto le necesito a mi lado y yo...
    Ese es el origen de vuestras disputas.
    Mas todos los matrimonios discuten, vos lo sabéis.
    Y también conocéis los dulces frutos de la reconciliación.
    ¿Creéis que mi marido volverá a mí?
    Debéis ser paciente.
    Os habéis disculpado,
    así se lo haré saber, no lo dudéis.
    Merecéis ser feliz, Juana.
    Aceptad la dicha que la vida os ofrece.
    Algún día
    reinaréis con vuestro esposo en Castilla y Aragón.
    Y Carlos,
    vuestro primogénito,
    mi hermano lo adora,
    tiene grandes planes para él.
    Un día se convertirá
    en el rey más poderoso que jamás haya existido.
    ¿No os colma eso de felicidad?
    Cuánta razón.
    Vivo afligida sin motivo.
    Perdonad mi empecinamiento,
    ¿cómo puedo ser tan ingrata?
    Carlos y sus hermanas están en el campo,
    ¿no les echáis de menos?
    ¿Os gustaría que regresaran a la Corte?
    ¿Sería posible?
    Por supuesto,
    ¿dónde van a estar mejor que junto a su madre?
    Deseo tanto abrazarlos
    y dar juntos gracias a Dios por esta familia,
    por esta familia tan maravillosa.
    Nada os descubro sobre mi suegro si os digo
    que en él se unen codicia y testarudez.
    Funestas consecuencias augura la unión que pretende
    con "la excelente señora".
    La Beltraneja, don Juan Manuel, hablemos claro.
    Os aseguro que nada sabía de sus ambiciones.
    Nadie lo pone duda.
    Y me atrevería a asegurar que el príncipe de Gales
    también ignora la intención última de su padre.
    Es más, he de confiaros que prefiere al rey viudo.
    Vuestro prometido parece un hombre cabal.
    Lo es.
    Dejad que yo hable con él y, mientras tanto, aguardad,
    no insistáis ante el rey.
    Descuidad,
    el príncipe bebe los vientos por su alteza.
    Hará cuanto le pida.
    He sabido que resolvisteis el asunto del convento de Santa Clara.
    Así es, majestad.
    La novicia expulsada ha sido readmitida
    y se ha castigado a la verdadera culpable.
    Eminencia reverendísima,
    quiero que reconsideréis vuestra decisión.
    ¿Por qué debería hacer tal cosa?
    Porque os lo pide vuestra reina.
    La tal Asunción ha de volver al convento.
    Vos me encargasteis que hiciera justicia,
    y no es petición que pueda tomarse a la ligera.
    ¿He de contravenir vuestro mandato?
    Esa joven es sobrina del marqués de Villena
    y no podemos enemistarnos con él.
    ¿Y pretendéis que cometa una injusticia?
    No es momento de enfrentarnos con los nobles castellanos.
    Por una vez,
    obedeced sin que tenga que rogaros.
    Olvidáis que también obedezco a Dios y a mi conciencia, majestad.
    Vienen tiempos difíciles.
    Si vais a estar a mi lado, como es mi deseo,
    habréis de hacer cosas que repugnen a vuestra conciencia.
    Cosas que os impedirán incluso comer y dormir.
    ¿Estáis dispuesto?
    Me hacéis cómplice de una tropelía.
    No puedo negároslo.
    ¿Qué será de la novicia, víctima de falsas acusaciones,
    si ha de convivir con quien quiso quitarla de en medio?
    Ya nos hemos encargado de eso:
    vuestra protegida ha renunciado.
    ¿Puedo o no puedo contar con vos?
    No es mi voluntad enemistarme con el archiduque,
    ni con vos ni con nadie.
    Os aseguro que tampoco es voluntad de mi señor, el príncipe de Asturias.
    ¡Callad!
    He consultado largamente con mis consejeros.
    Mi hijo no ha de navegar hacia horizontes tan borrascosos
    como los que describís por culpa de su padre.
    Celebro vuestra decisión.
    Queréis decir mi renuncia.
    La Corona de Inglaterra carece de los recursos
    que mis rivales atesoran y que pueden usar contra nos.
    ¿Sabrán compensar vuestros señores retirada tan prudente?
    No es descabellado.
    Regresad pues.
    Pronto quisiera saber en cuánto valoran mi amistad.
    Partiré mañana mismo.
    No hay casamiento que merezca la ruina de Inglaterra.
    Y menos cuando la novia es una monja avejentada.
    Confío en mi hermana que asegura que le habéis pedido perdón.
    Mas no así en vuestro arrepentimiento.
    Amor mío, os lo juro... -¡Si no fuerais quien sois,
    ya os habría encerrado en el castillo más alejado!
    No os inquietéis,
    seguiréis junto a mí.
    No estoy dispuesto a ceder la Corona de Castilla,
    mas tampoco he de soportar vuestros desvaríos.
    Escribid a sus majestades: a "la excelente señora"
    le aguardan muchos rezos en el convento.
    Así lo haré.
    Os felicito, os esperaba impaciente.
    Os necesito para un asunto de extrema importancia.
    ¿De qué se trata, señor?
    Del verdadero motivo de mi presencia en Flandes.
    El disparate del inglés nos ha brindado la ocasión
    de involucrar al archiduque en los asuntos de Castilla.
    Felipe habrá comprendido cuán frágil es su posición.
    Y ese era nuestro primer objetivo.
    Ahora ha de entregarnos al infante Carlos.
    Sus majestades dudan
    de que la princesa Juana llegue a reinar.
    Y no cuentan con su esposo, que ha probado su deslealtad.
    Ya que también habéis servido tan bien al archiduque en Inglaterra,
    quiero que me ayudéis a convencerle para que lo envíe a Castilla.
    ¿Con qué fin?
    Hacer de él el príncipe que Castilla necesita.
    Un gobernante a imagen y semejanza de sus majestades.
    Entiendo.
    Y si Juana no reina,
    ¿quién lo hará hasta que el príncipe sea mayor de edad?
    ¿Fernando?
    No os precipitéis, la reina aún vive.
    Cuando ese día, se verá.
    Pero sus majestades seguirán los cauces legales.
    La línea sucesoria se respetará según los usos de Castilla.
    No será fácil convencer al príncipe de Asturias.
    Es vital que lo consigamos.
    El archiduque confía en vos, y más ahora,
    que habéis cumplido con éxito vuestra misión.
    Si apoyáis la petición de los reyes, no se negará.
    Podéis contar conmigo, señor.
    Alteza, hay algo que debéis saber.
    ¿Tan malas noticias traéis de Inglaterra?
    Se trata de vuestro hijo Carlos, señor.
    Acercaos a saludar a vuestra madre.
    Mi querido hijo...,
    venid y abrazad a vuestra madre.
    Vamos, vamos, no tengáis miedo.
    Sois un niño muy, muy guapo,
    tan guapo como vuestro padre.
    Para él sois lo más importante del mundo.
    Más importante aún que su propia esposa.
    ¿Lo sabíais?
    Decid, ¿lo sabíais?
    Quieren a Carlos...
    Ahora entiendo las buenas maneras,
    la preocupación...
    Se han servido del asunto inglés para haceros ver
    que no tenéis la Corona tan asegurada como pensáis.
    Que debéis poneros a su lado si queréis reinar en Castilla.
    ¿Me están burlando de nuevo, eso me estáis diciendo?
    Lo han intentado, señor.
    ¡Pues sus majestades han errado!
    No saben cuánto. -(Grito): Alteza!
    ¡Alteza! ¡Vuestro hijo!
    ¡Soltadme!
    ¡Maldito seáis, haré que os ejecuten!
    Está bien, vuestro hijo está bien. -Lleváoslo.
    ¡Sí, cuidad de él; protegedlo de su madre!
    ¡Sosegaos, alteza, os lo ruego!
    ¡Cuán preciado es para vos!
    ¡Enteraos bien: igual que os lo di, puedo arrebatároslo!
    ¡Cerdo!
    ¡Cerdooo!
    En los conventos ingresan a menudo las hijas de la nobleza,
    más por no encontrar esposo adecuado que por vocación.
    También lo hacen muchas jóvenes de familia humilde,
    que apenas pueden aportar la dote exigida,
    pero su devoción es genuina.
    ¿A dónde queréis llegar?
    Os propongo separar a las novicias, majestad.
    Crearemos dos clases de establecimientos:
    unos, para las hijas de la nobleza, y otros, para jóvenes devotas.
    Así preservaremos a estas de la tentación.
    Evitaremos problemas con los nobles por el comportamiento de sus hijas.
    Sea.
    Venderé algunas de mis propiedades y con lo obtenido
    ayudaremos a las novicias pobres a pagar su dote.
    Como dispongáis, majestad.
    ¡Eminencia revendísima!
    ¿Debo entender que cuento con vos para el futuro?
    ¿Acaso no he estado siempre a vuestra disposición?
    Majestad.
    Hay que reconocer el buen juicio de mis suegros:
    nadie en sus cabales permitiría a Juana reinar.
    La cuestión es: ¿para qué quieren a Carlos?
    Alteza,
    vuestra esposa no es capaz siquiera de gobernarse a sí misma.
    Carlos garantiza la continuidad de la Corona.
    Mi hijo convertido en pieza clave para el futuro de Castilla.
    También lo es para vos y vuestras aspiraciones.
    Ese hideputa...
    Fernando pretende apartar a Juana y sentarse en el trono
    hasta que Carlos tenga edad para reinar.
    ¿Puede hacerlo?
    No sin el beneplácito de las Cortes.
    ¿Con qué apoyos cuenta?
    No lo sé, alteza.
    Pero debéis tomar una decisión sobre Carlos,
    señor.
    Con la firma de su majestad, don Fernando de Aragón,
    queda ratificado lo acordado en Lyon:
    la paz entre los reinos de Aragón y Francia
    en los términos aceptados por ambos.
    Unos términos muy favorables para vos,
    si me lo permitís.
    En la guerra siempre hay un vencedor y un vencido,
    bien lo sabe vuestro rey.
    Cara ha cobrado la derrota a sus propios hombres.
    Bienvenido a Castilla.
    No estoy aquí por gusto, como podéis ver.
    Dad gracias a don Gonzalo, que me atrajo a Nápoles con engaños.
    ¿Acaso merecéis mejor trato?
    ¡Demasiada sangre aragonesa se ha derramado en Nápoles
    por vuestras insidias y las de vuestro padre!
    Os ruego clemencia, majestad.
    El duque de Valentinois ha servido a Francia
    con valor y dignidad.
    ¿Clemencia?
    No, no es eso lo que os aguarda.
    No sabéis cuánto deseaba veros cargado de cadenas.
    Castigadme entonces, no espero clemencia de vos.
    Sea.
    Vuestro castigo estará a la altura de vuestra perfidia.
    ¡Sacadlo de mi vista!
    ¿Esto es lo que me espera el resto de mi vida, hermana?
    Ni siquiera he de poder dejar a mis hijos junto a su madre.
    No debéis pensar tal cosa;
    ha sido un arrebato,
    un acceso de furia contra vos.
    Y sabiendo cuán grande es vuestro afecto por Carlos...
    Vuestra esposa es mujer de corazón limpio,
    solo reclama vuestras atenciones, vuestro amor.
    Debéis encontrar el modo de calmarla.
    Algo terrible he debido hacer cuando Dios me castiga así.
    El infierno en la Tierra, esa es mi condena.
    ¿Tanto vale la corona de Castilla?
    Hermana, he de encomendaros una misión.
    Y habéis de cumplirla sin demora.
    Felipe es capaz de perjudicar sus propios intereses
    por no favorecer los nuestros.
    Le hemos burlado demasiadas veces, es natural que desconfíe.
    Pero Fuensalida volverá con nuestro nieto.
    Majestades, de cara a la sucesión, más ha de preocuparnos
    la influencia que tiene el archiduque sobre vuestra hija.
    Solo las cortes de Castilla podrían apartar a Juana del trono.
    Pero Juana podría firmar una cesión voluntaria de poderes.
    ¿Pensáis que la amenaza se oculta en su entrega hacia su esposo?
    Puede que mi hija esté loca, ¡pero no es tonta!
    Jamás firmará la renuncia a reinar en favor de Felipe.
    Si Fuensalida fracasa, hay otra posibilidad.
    Pero las Cortes habrían de declarar incapaz a Juana.
    Para nombrar heredero al pequeño Fernando.
    Ya lo tenemos en Castilla, y así nos libraríamos de Felipe.
    Si no respetamos la ley,
    no podemos exigir a los demás que lo hagan.
    Siempre hubo dudas legítimas sobre nuestro reinado.
    No daremos aire a viejos reproches.
    ¡Isabel, Isabel!
    ¡Avisad a los físicos, apresuraos!
    Aguantad, mi señora, os lo ruego.
    Aguantad.
    ¿Cómo está?
    Necesita a su confesor más que a los físicos.
    ¿Qué han dicho?
    Poco pueden hacer por ella.
    Está en manos de Dios.
    "Ego te absolvo a peccatis tuis
    in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti".
    Quiere hablar con vos.
    Querido esposo.
    Pronto tendré que rendir cuentas ante el Altísimo.
    No, aún no.
    Traeremos a otros cirujanos, los mejores.
    Dicen que en Nápoles...
    No neguéis lo que está a la vista de todos,
    no es propio de vos.
    Dios sabe cuánto se ha torcido el futuro que soñábamos,
    pero la Providencia nos indicará el camino.
    Quiero que advirtáis a nuestras hijas de mi estado.
    Nada me placería más que abrazarlas por última vez.
    Así lo haré, mi señora.
    Sobre todo a Juana,
    pronto el futuro de Castilla estará en sus manos.
    Ordenad que alivien mi dolor en lo posible.
    Queda mucho por hacer y pocas son mis fuerzas.
    Portaos bien y obedeced en todo a vuestra tía.
    ¿Me lo prometéis?
    ¡Sí!
    No os preocupéis, estaréis bien.
    He pedido a la señora Ravenstein que disponga lo necesario
    para que no echéis de menos las comodidades de la Corte.
    Buen viaje,
    y cuidad de mi hijo.
    Cuidad vos también de vuestra esposa.
    Fuensalida deberá informar a los archiduques,
    con la reserva más absoluta,
    del repentino empeoramiento de la enfermedad de la reina.
    (Emocionado): Tan pronto...
    Tan pronto como reciban noticia del fallecimiento,
    deberán viajar a Castilla.
    Esta vez no admitiremos excusas ni retrasos.
    Así se hará, majestad.
    Golpes
    (Juana): ¡Mi señor!, ¿estáis ahí?
    ¡Respondedme, señor!
    ¡Respondedme!
    Sé que me oís, ¿por qué me habéis encerrado?
    ¡Mi señor!
    !Mi señor, volved a nuestro lecho, os lo ruego!
    Juro que seré una buena esposa, Felipe, Felipe.
    ¡Felipe, tened piedad!
    ¡Felipe!
    ¡Señor!
    ¿Estáis ahí?
    (Grita histérica): ¡Hijo de puta!
    ¡Debería de matar a vuestro hijo!
    ¡Y luego a vos!
    ¡Os pudriréis en el infierno por lo que me estáis haciendo!
    ¡A mí, vuestra propia esposa!
    ¡Yo os maldigo, Felipe!
    ¡Yo os maldigo!
    ¡Maldito vos y toda vuestra estirpe!
    ¡No habréis de conocer la paz mientras yo viva!
    ¡Lacayo! ¡Yo os castigo!
    ¡Mi padre tenía razón!
    ¡Sois el perro del rey Luis, bien lo probasteis en Francia!
    ¡No merecéis la Corona!
    ¡Más vale el menor de nuestros hijos que vos mismo! ¿Me oís?
    ¡Maldito seáis por siempre!
    Así que sus majestades desean que enviemos a Carlos a Castilla.
    Visto lo ocurrido con vuestra esposa,
    creo que la petición de los reyes cobra mayor sentido.
    Cierto,
    la vida de mi hijo no ha de correr peligro.
    En Castilla recibirá los mejores cuidados,
    y tan pronto como mejore la salud de la princesa Juana
    podréis reuniros con él.
    Tanto comparto vuestra preocupación,
    que he tomado medidas para alejar a Carlos de su madre.
    ¿Qué queréis decir?
    Carlos se dirige a Malinas en compañía de mi hermana Margarita.
    Unos parientes de total confianza nos han ofrecido su hospitalidad.
    Pero, señor...
    Los reyes no deben preocuparse por su nieto,
    está a salvo y en buenas manos, os lo aseguro.
    ¿Deseáis algo más?
    Alteza,
    lamento no haber sido informado,
    pues Castilla pasa por un momento sumamente grave.
    Se trata de la reina Isabel.
    Veo que os negáis a comer.
    ¿Tenéis intención de dejaros morir?
    Me arrancaría el corazón con mis propias manos
    si con eso os procurara algún pesar.
    Tenéis mi bendición.
    Quizá podamos enterraros junto a vuestra madre.
    Han llegado nuevas de Castilla:
    dicen que pronto morirá.
    ¡Mentís!
    Dicen también que nada atormenta más a la reina
    que no poder abrazar por última vez a su queridísima hija Juana.
    (Lloriquea): No, no podéis hacerme esto, Felipe.
    ¡Tengo que ver a mi madre! ¡Tengo que verla!
    Si os portáis bien,
    puede que algún día os permita visitar su tumba.
    Felipe.
    ¡Felipe, no, no! ¡Dejadme, Felipe, dejadme ir!
    ¡Felipe! ¡Tengo que ver a mi madre!
    ¡Felipeee!
    ¿Veláis mi sueño?
    Siempre.
    ¿Han respondido nuestras hijas a mi demanda?
    Aún no,
    apenas habrán recibido la noticia.
    ¿Y creéis en las premoniciones?
    Solo en las buenas.
    He tenido un sueño.
    Felipe reinaba en Castilla
    y Juana,
    nuestra querida Juana ni siquiera aparecía en él.
    Escuchadme bien:
    mientras me quede aliento,
    no permitiré que un traidor se siente en el trono de Castilla.
    Os lo prometo.
    Partiréis de inmediato hacia Castilla.
    ¿Y vos, señor?
    Tiempo habrá.
    Hasta entonces seréis mis oídos y mis ojos en la corte.
    Quiero saber si los planes de Fernando
    son los que barruntamos.
    Me informaréis de cada rumor, de cada bulo, de cada habladuría.
    Debemos saber quiénes le apoyan, con quien se reúne, de qué hablan,
    hasta qué comen.
    Luego, obraremos en consecuencia.
    Así lo haré, alteza.
    Y buscaréis alianzas con los enemigos de Fernando,
    ¡con el mismo diablo si es necesario!
    Nada ha de impedirme reinar en Castilla.
    En esta hora más segura estoy de la voluntad de Dios,
    que de la ciencia de los galenos.
    ¡Es vuestra esposa!
    ¡Necesita cuidados,
    no que se la mantenga encerrada y abandonada!
    ¿Habéis vuelto?
    ¿Es habitual que don Felipe alce la mano contra mi hija,
    como nos cuenta Fuensalida?
    No obró como debiera, pero...
    ¡Alzó la mano contra la futura reina de Castilla!
    Vos haréis posible que se cumpla nuestro sueño,
    y nuestros reinos sean finalmente uno.
    Castilla nunca aceptará un rey extranjero,
    decídselo a don Felipe.
    ¿Preferís seguir bajo el yugo del aragonés?
    Todo va a ser distinto a partir de ahora, Juana.
    Os lo juro.
    Me llegó noticia del regreso del almirante.
    ¿Vos sabéis algo? No.
    ¡Atrás!
    Señor embajador,
    haced todo lo posible por proteger a la princesa
    y evitar trance tan amargo a sus padres.
    Veo que os encontráis mejor, majestad.
    Hoy no me confesaréis postrada.
    No os llevéis a engaño,
    Juana no está ya en esta partida.
    O gana Felipe,
    o gano yo.
    He dispuesto que me entierren en Granada,
    pero quiero reposar donde vos lo hagáis.
    Si la princesa muere, ¿qué será de vuestros derechos?
    Quizá nada, pero mientras nuestro hijo...
    ¿Creéis que os nombrará regente en su testamento?
    Es mi deseo que todos sepan que morí igual que viví:
    plantando cara a mis enemigos.
    Oro.
    He encontrado oro.
    ¡Belmonte es el lazo entre los nobles y el archiduque!
    ¡Buscadle, traedle a mi presencia vivo o muerto!
    Subtitulación realizada por Cristina Rivero. 
    ___________________________________
    NOTIZIE STORICHE.

     

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