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Sommario:
Pacificada Castilla la Vieja, la reina viaja a la convulsa Sevilla para imponer orden y justicia. Allí debe enfrentarse a los responsables del caos en la ciudad: el Duque de Medina-Sidonia y el Marqués de Cádiz. Isabel ha de emplearse a fondo para contrarrestar el poder de los aristócratas.
En Sevilla, Isabel toma conciencia del problema que representan los falsos conversos y, también allí, el médico judío Lorenzo Badoz le diagnostica su mal ginecológico y sugiere una pequeña intervención. Es posible que pueda poder concebir ese hijo que tanto anhela. ¿Será verdad?
Beatriz de Osorio (Sara Rivero), sobrina de Beatriz de Bobadilla, se incorpora a la Corte. La joven, dulce y amable, se convierte en confidente de Isabel pero demuestra un interés inusitado por el rey.
Mientras, en el reino nazarí de Granada, el emir Muley Hacén (Roberto Enríquez) se enamora de Isabel de Solís (Nani Jiménez), una cautiva cristiana. Por amor desafía a Castilla. La actitud del emir alarma a la celosa Aixa (Alicia Borrachero), la esposa y madre del heredero Boabdil (Álex Martínez).
Sommario:
Isabel - Capítulo 18
La segunda temporada de 'Isabel¿ ofrece
un nuevo capítulo en el que la reina habrá de viajar a la convulsa
Sevilla para imponer orden y justicia. Allí, además, se someterá a una
intervención para concebir el heredero que tanto desea. ¿Será posible?
La ficción histórica de TVE, protagonizada por Michelle Jenner y Rodolfo
Sancho, logró el pasado lunes récord de espectadores en la segunda
temporada, con casi 3,8 millones de seguidores.
Pacificada Castilla la Vieja, la reina viaja a
la convulsa Sevilla para imponer orden y justicia. Allí debe
enfrentarse a los responsables del caos en la ciudad: el Duque de
Medina-Sidonia y el Marqués de Cádiz. En Sevilla, Isabel toma
conciencia del problema que representan los falsos conversos y, también
allí, el médico judío Lorenzo Badoz le diagnostica su mal ginecológico y
sugiere una pequeña intervención. Beatriz de Osorio, sobrina de Beatriz
de Bobadilla, se incorpora a la Corte. La joven, dulce y amable, se
convierte en confidente de Isabel pero demuestra un interés inusitado
por el rey. Mientras, en el reino nazarí de Granada, el emir
Muley Hacén se enamora de Isabel de Solís, una cautiva cristiana. Por
amor desafía a Castilla. La actitud del emir alarma a la celosa Aixa, la
esposa y madre del heredero Boabdil.
Pacificada Castilla la Vieja, la reina viaja a la convulsa Sevilla para imponer orden y justicia. Allí debe enfrentarse a los responsables del caos en la ciudad: el Duque de Medina-Sidonia y el Marqués de Cádiz. Isabel ha de emplearse a fondo para contrarrestar el poder de los aristócratas.
En Sevilla, Isabel toma conciencia del problema que representan los falsos conversos y, también allí, el médico judío Lorenzo Badoz le diagnostica su mal ginecológico y sugiere una pequeña intervención. Es posible que pueda poder concebir ese hijo que tanto anhela. ¿Será verdad?
Beatriz de Osorio (Sara Rivero), sobrina de Beatriz de Bobadilla, se incorpora a la Corte. La joven, dulce y amable, se convierte en confidente de Isabel pero demuestra un interés inusitado por el rey.
Mientras, en el reino nazarí de Granada, el emir Muley Hacén (Roberto Enríquez) se enamora de Isabel de Solís (Nani Jiménez), una cautiva cristiana. Por amor desafía a Castilla. La actitud del emir alarma a la celosa Aixa (Alicia Borrachero), la esposa y madre del heredero Boabdil (Álex Martínez).
Transcripción completa.
Hay que atraer a aquellos cuya
lealtad aún vacila,
y también a los que han luchado
en nuestra contra.
¿Y permitir
que su traición quede impune?
Castigadlos.
La reina está dispuesta a honraros
con un cargo en la Corte:
recaudador mayor del reino.
¡Judío, cabrón!
¡Deja de robarnos
y púdrete en el infierno, hideputa!
Tal vez ha llegado el momento
de... retirarme
y reunirme con mi esposa.
¿Por qué
no se me ha comunicado nada?
Así lo pedí yo.
No habléis, ahorrad fuerzas.
Busquemos otras alianzas:
vayamos a Madrid,
veamos a Carrillo
y al marqués de Villena,
aún son poderosos.
El alcaide sigue sin dar
muestras de interés
por capturar
a los agresores de Abraham.
Tenéis mi consentimiento
para obrar en consecuencia.
Ya no sois
el alcaide de Segovia.
Os presento a vuestro sustituto:
don Pedro de Bobadilla.
¿Convendría a vuestra honra
ser duque de Béjar,
además de recibir
otras compensaciones?
Mantendríais el título,
pero vinculado a otro dominio.
Solicito que me ayudéis a convencer
a don Diego Pacheco
para que cese
su rebeldía a la Corona.
Guardad esos documentos,
no pienso firmar.
Haced que la reina me nombre alcaide,
y no volverán a robaros jamás.
El pueblo se ha levantado en armas
contra el Alcázar.
Mi hija...
¡Ayuda!
Quiero presentaros
al nuevo arzobispo de Zaragoza:
vuestro hijo, Alonso de Aragón,
primogénito de Aldonza de Iborra.
¿Qué necesidad había
de meteros en tales enredos?
La de todo hombre
que se precie de serlo:
la de protegeros,
a vos y a mis hijos.
Por vuestra rebeldía a la Corona
os condeno a morir bajo el verdugo.
Quiera Dios que vuestra
muerte sea la del último noble
en oponerse a mi reinado.
¡Prendedle!
Preferís que Aragón
lo gobierne un bastardo,
¿qué tenéis contra mi mujer e hija?
¡No consentiré que una mujer
herede mi reino!
Bastante tengo con aguantar
las trabas que me pone la vuestra
sirviéndose de vos.
Juro obediencia y lealtad
a la reina Isabel.
Considero que mi hijastro,
don Juan de Portugal,
es el esposo
que la reina de Castilla merece.
Así, aprovechando
la visita del príncipe,
no pondré traba alguna
a nuestra cordial relación,
dejando la puerta de mis aposentos
permanentemente abierta.
Soy Beatriz de Braganza,
tía de vuestro hijastro
el príncipe Juan.
No pondré en la misma balanza
un acto de felonía y abuso de poder.
Sin embargo,
os desposeo de vuestro cargo,
y os exijo que devolváis
hasta el último maravedí.
A la vez, tengo a bien
nombrar alcaide de Segovia
a don Gonzalo Chacón
y Martínez del Castillo.
Escuchó hasta la última
de vuestras palabras.
Abandonó este mundo
sabiendo de todo vuestro amor.
Subtitulado por TVE.
Mi corazón soporta mal
estas visitas,
en las que apenas habéis llegado,
os tenéis que marchar.
Duele más sabiendo
que pronto estaremos
más lejos que nunca uno de otro.
No dejéis de escribirme,
con más razón si este encuentro
ha dado el fruto que tanto ansiamos.
Temo que viajes tan largos
no dejen que la semilla se asiente.
Me reuniré con vos en Sevilla,
y seguiremos intentándolo.
Llaman a la puerta
Es Catalina,
insiste en que sus remedios
me dejarán en cinta
si se aplican al poco de yacer.
Catalina es buena mujer,
pero de Galeno tiene poco.
No hay prisa.
Mis tropas esperan.
Cuidaos como si mi vida
dependiera de la vuestra,
porque así es.
Llaman a la puerta
Con tanta impertinencia,
habrán de salir gemelos.
Sí, mi señor.
Este remedio vuestro,
¿cuánto me tendrá encamada?
Espero a un caballero.
¿Confiáis en mí
tan poco como vuestro esposo?
No os ofendáis,
pero recurro a vos
porque muchos físicos
no gustan de tratar
asuntos de mujer.
Volveré a quitároslas,
si es que no lo habéis hecho antes.
Alteza, ¿queríais verme?
Acercaos.
Sabéis que nada me ofende más
que ser burlada.
Lo que hicieron mi padre y mi esposo
no tiene perdón.
Toda mi vergüenza no basta
para pagar por ello.
Dejad que sea Andrés
quien pague con su destierro.
¿Tanto os incomoda verme
que no habéis podido venir sola?
Esta joven es mi sobrina,
Beatriz Osorio.
Supuse que no desearíais
mi compañía en el viaje,
y me he permitido
buscaros una acompañante.
¿Cómo ibais a acompañarme
en vuestro estado?
¿Pensáis que no me enteraría
de que estabais embarazada?
Temía pecar de insensible.
Sé de vuestros esfuerzos
para quedar en cinta.
Me apena
que os guardéis vuestras alegrías,
pues también son mías.
Bastante hemos sufrido
en los últimos tiempos.
No hacía falta
que trajerais a nadie,
pero gustosa aceptaré
a vuestra sobrina.
Quién sabe si este remedio da fruto
y necesito cuidados en el embarazo.
Yo tal vez pueda daros una solución.
Cuando supe que ibais a Sevilla,
recordé a un físico que allí vive:
Lorenzo Badoz.
¿Badoz, judío?
Trató a una prima mía
que todos daban por yerma.
Id a verle, confiad en mí.
Si ya estáis a mi servicio,
entregad esas cartas
al mensajero real,
haced el favor.
Sí, señora.
Tengo otro mensaje que enviar,
lo llevaréis vos.
Decid a vuestro esposo
que podrá volver a Segovia
para el nacimiento de su hijo.
(Emocionada): Gracias.
Llaman a la puerta
Mi señora,
el caballero que esperabais
ha llegado.
Antes de volveros,
sabed que tres años de contienda
han hecho mella en mi lustre.
Mi señora, en nada habéis cambiado,
salvo por la corona.
Que la corona no os impida
tratarme como solíais;
hoy en día pocos lo hacen,
y lo echo en falta.
Sé que habéis luchado en mi bando,
os lo agradezco.
Confío en que no haya heridas
bajo vuestras ropas.
Cuando uno lucha
por un rey que no conoce,
puede tener dudas
al empuñar el acero,
pero mi espada sabía
a quién defendía, y no falló.
Las batallas
van quedando atrás,
ahora debemos
afianzar la victoria,
reclamar las fortalezas
que aún no se han entregado.
¿Y cómo puedo serviros
en este empeño?
Cuando los rebeldes de Extremadura
dejen de ser una amenaza,
partiré a Sevilla.
Debéis prepararos,
vais a descubrir un mundo nuevo.
Lo mismo opina el cardenal.
Lo que me llega es confuso:
nobles que dicen ser mis aliados
se resisten
a entregarme sus fortalezas.
Son leales a vos,
pero poco dados a perder lo suyo.
El duque de Medina Sidonia
y el marqués de Cádiz
llevan años disputándose Sevilla;
pedirán compensaciones.
Voy con ánimo generoso
y buena voluntad.
Necesito que vayáis por delante.
A mi llegada quiero saber
lo que de verdad ocurre,
no lo que me quieren hacer ver.
No os defraudaré.
Campanas
Qué mejor lugar que un monasterio
para encontrarnos en paz.
Mi señora.
Habéis de saber
que espero mucho de esta visita.
Yo también,
si os soy sincero.
La contienda con Portugal se apaga,
es el momento
de que la Corona recupere
el mando mando de cada fortaleza,
y con ellas, de cada villa.
¿Y cómo puedo contribuir?
El alcaide de Trujillo
se niega a entregar la suya,
pues dice responder solo ante vos.
No es culpa mía si hombre
me es leal a toda costa.
Lo sé,
pero no os concedí el perdón
para daros descanso,
sino para que me sirvierais.
Aprovechad la lealtad que os profesa
y conseguidme la fortaleza.
Me sería más grato obedeceros
si no sintiese
que abusáis de mi rendición.
He perdido Almansa, Yecla,
Chinchilla, Villena, Madrid...
Y aún no habéis visto
un maravedí a cambio, es cierto.
La reparación llegará,
creedme.
Pero solo cuando sienta
que acatáis mis órdenes
de buena gana.
Trujillo será entregado
a quien vos propongáis.
Os lo agradezco.
Vuestra disposición
me anima a encargaros
que ordenéis derribar
todas las torres rebeldes
de la región.
Demasiada resistencia
a reconocer mi victoria,
demasiado cerca de Portugal.
¿He de ser yo quien lo ordene?
Os estoy dando la oportunidad
de compensar un pasado
que otros no os perdonarían jamás.
He de dejaros.
Antes de partir,
no olvidéis visitar la tumba
de vuestro hermano Enrique.
¿Queréis que os muestre
dónde reposa?
Ya que es la primera vez en tres años
que venís a verle.
No os molestéis,
rezar junto a él
es lo primero que he hecho
al llegar a Guadalupe.
Mi señora, creo que estoy soñando,
¿qué hace este paraíso en la nada?
Alteza,
confío en que me recordéis,
pues fui uno de los primeros
en mostraros lealtad en Segovia,
cuando fuisteis proclamada.
¿Quién es?
El duque de Medina Sidonia.
Sed bienvenida
a la tierra más hermosa
de vuestro reino,
que hoy luce como una corona
en la que se engarza al fin
la piedra más preciosa:
vos.
Adivinando vuestra fatiga
y la de vuestro séquito,
me permito ofreceros
un modesto alivio.
Os lo agradezco,
estábamos a punto de desfallecer.
Mirando por vos,
pedí al sol que cesara en su rigor,
pero le tiene
demasiado apego a mi tierra,
de la que apenas se aleja.
Busquemos la sombra.
Gracias.
Os alojaréis
en mi residencia sevillana,
que estos días será vuestra.
Esta tarde he dispuesto
una corrida de toros para distraeros.
Poco me gustan
esos espectáculos salvajes.
Pero celebro tanta generosidad,
pues significa
que me entregaréis las fortalezas
sin bregar por ellas.
Nada me complacería más
que satisfacer vuestra petición,
pero me temo que no será posible;
quedaría desprotegido
ante el marqués de Cádiz.
Espero que disimuléis
vuestro rencor hacia Isabel.
Poco la maldigo
para como nos ha tratado
a los Pacheco.
Humilló a mi padre
y ha arruinado a mi hermano.
Y casó con aquel
al que vos aspirasteis,
por eso debéis respetarla;
os ha ganado en tres ocasiones.
Mucho protegéis a esa miserable.
Solo evito agrandar mi desventaja
con Medina Sidonia,
tengo mi pasado en contra.
Os perdonó haber apoyado a Juana,
¿o es que no os fiais de su palabra?
El perdón no me libra
que reclame mis propiedades.
Ilustrísima,
la reina ha entrado en la ciudad
por el arco de la Macarena.
¿Ya?
¿Cómo es posible?
Iba acompañada
del duque de Medina Sidonia.
Maldita sea.
Reverencia.
Como arzobispo de Sevilla
y viejo amigo,
os doy la bienvenida a esta ciudad
que tanto necesita vuestra presencia.
Alteza.
Almohadas de terciopelo,
tapices de Flandes,
joyas italianas
que acunarán vuestra belleza
y perfumes de las Indias,
que dejarían en nada
al más potente filtro de amor.
Un presente más propio de mancebas.
Mi último obsequio.
Apenas llega a los 20 años,
como es nacido en Lisboa,
entiende el portugués,
cumplirá a la perfección
todas vuestras órdenes.
Probadlo,
decidle que os sirva en algo.
Si os asusta su tez,
tengo esclavos de piel clara.
¡Señora!
-Alteza, por favor.
Por grande que sea vuestro poder,
no compitáis con el sol de Sevilla.
¿Quién sois vos?
Es Lorenzo Badoz, alteza,
el físico que os recomendó mi tía,
yo le he hecho llamar.
No deberíais haber actuado
sin mi permiso,
no he de ponerme en manos
de cualquiera.
Decidme, alteza,
¿tenéis problema para quedar preñada?
¿Quién os ha dado permiso
para hablarme
con tanta desvergüenza?
Si os han recomendado
mis tratamientos,
será para que os ayude a concebir,
es mi mejor talento como físico.
Os agradezco
que me hayáis recuperado del vahído,
pero de ahí
a confiaros mi vientre...
Cada moneda que aquí veis,
es un hijo nacido
de madres que se creían gastadas,
gracias a mis remedios.
¿Cuántas veces
habéis concebido, alteza?
Dos,
una con fortuna
y otra sin ella.
Antepuse mis deberes
a mi salud y a la de mi hijo.
Como súbdito me alegra saber
de vuestra entrega al reino,
¿pero acaso las labradoras
abandonan su labor
por quedar en cinta?
Y pocas traen al mundo
menos de cinco hijos.
Decidme, ¿nadie cuidó de vos
después de vuestra pérdida?
Guardé cama
y bebí hierbas de montaña.
Entonces, alteza,
el misterio queda resuelto.
Hay que limpiar
vuestro claustro materno,
y, sin duda,
no tardaréis a concebir.
Bebed su caldo para purgaros
antes de la operación.
¿Acaso he aceptado?
¿Acaso no deseáis
tener más descendencia?
Decidme antes,
¿esta operación
es propia de cristianos?
Mi señora, hasta hoy
no encontré diferencia
entre las entrañas de un judío
y las de un gentil.
Así como tampoco
de la cura que reclaman.
"In nomine Patris, et Filli,
es Spiritus Sancti...".
De poco sirve santificar las hierbas
y no al hereje,
a saber qué os ha dado.
Es saúco,
como el que se cuelga en las casas
para ahuyentar al maligno.
¿Y quién os dice
que lo que el cristiano emplea
para librarse del diablo,
el judío no lo usa para convocarlo?
Beatriz nunca me habría puesto
en malas manos.
Alteza, la concepción de un heredero
no es asunto ligero.
Los judíos mataron al hijo de Dios,
¿por qué iban a respetar
al de una reina?
Vos qué opináis.
Que el alma se la confiéis
a Nuestro Señor Jesucristo,
y el cuerpo al físico
que menos muertos tenga en su haber.
Decidme,
¿en verdad el duque
me ha obsequiado con un africano,
o lo he soñado?
Temo que no fue ningún sueño, alteza.
¿Vais a aceptar tal presente?
Nunca se me ocurriría
esclavizar a un hombre,
¿pero qué hacer
con el que por naturaleza
ha nacido esclavo?
Un hombre puede ser súbdito de otro,
pero poseerse unos a otros
es rivalizar con Dios.
Por eso el Altísimo es generoso
con quien le devuelve
el alma de un esclavo.
¿Es cierto?
Según vuestra hermana Leonor
ansiáis ceñiros la corona de Navarra.
Me ha escrito quejándose,
¿no es así, Peralta?
Sabéis que mi título más preciado
es el de príncipe de Gerona.
Y por muchos años.
Pero ya que Navarra linda
con Castilla, Aragón y Francia,
tengo interés
en ocuparme de sus asuntos,
lo admito.
Hacedlo pues, pero con mesura,
al menos mientras
sigáis siendo príncipe y yo rey.
No os inquietéis, padre.
Castilla no desea entrar en disputas
ni con vos, ni con mi hermana,
ni mucho menos con Francia.
¿Aún teméis
que el rey Luis de Francia
ceda ante Portugal?
Llevanmeses negociando en vano.
Si Alfonso no regresa es para evitar
el bochorno de su derrota.
La tibieza de Francia
no será eterna.
Sin embargo, una oferta generosa
podría garantizar que el rey Luis
no interviniera
a favor de Portugal.
Sabéis de su voracidad,
¿qué pensáis ofrecerle?
El cese de vuestras incursiones
en el Rosellón y la Cerdaña.
Padre,
debemos pactar con Francia.
¿Pedís que renuncie
a las aspiraciones de mi reino
para pacificar
el de vuestra esposa?
Solo durante un tiempo,
el necesario para afianzar la paz.
No podéis pedirme que desista
del empeño de toda una vida.
Ya lo hicisteis
al buscar el apoyo de Francia
en la guerra catalana.
¿Qué diferencia hay?
¡Que lo hice por el bien de Aragón!
Más nunca perjudicaré a mi reino
por más que de ello
se pueda beneficiar Castilla.
¡Castilla, Castilla...,
siempre Castilla en vuestra boca!
Insisto, padre,
tan solo por un tiempo.
Ya,
el poco que me queda antes de morir.
Hijo mío,
no pienso traicionarme
a estas alturas.
Poca cosa he podido averiguar
por las buenas.
Todos están
al servicio de los grandes
y tiemblan cuando se les pide
que suelten prenda.
Pero traéis noticias.
Temo que no vayan a complaceros.
La situación en Sevilla
es peor de lo que pensaba,
aquí el crimen campa a sus anchas.
¿No hay aguaciles
que velen por la seguridad?
Sí, pero son escasos
y no dan abasto.
Los asesinos huyen de la ciudad
sin que nadie les juzgue.
¿Y quién protege a los sevillanos?
El marqués y el duque deberían,
pero lo único que protegen
es su patrimonio.
Mi intención era ser generosa,
os lo prometo,
pero me obligan
a impartir castigos.
Aguardad a estar segura
de poder doblegarlos.
¿Por qué tanta cautela?
No todo su arsenal se guarda
en las fortalezas conocidas,
gran parte se guarda en secreto,
oculto a su rival.
A su rival y a la Corona;
es de una deslealtad intolerable.
¿Dónde están esos arsenales?
Aún no no sé,
pocos conocen su paradero.
Si tuviera más hombres a mi mando,
o mayor riqueza
para instaurar una hermandad...,
pero aparte de autoridad,
de poco más dispongo.
Buscad un traje de gala,
quiero que vengáis a la fiesta.
Mi señora, soy un soldado,
de cortesano poco puedo serviros.
Venid os digo,
la fiesta disimulará
mi primera ofensiva.
Su alteza, la reina.
¡Viva la reina!
-(Todos): ¡Viva, viva!
Alteza.
Parece ser que el marqués
al fin se ha dado cuenta
de que la reina está en la ciudad.
Qué decepción se llevará
cuando vea que es Isabel,
y no "la beltraneja".
Alteza, es un gran honor
conoceros al fin.
Os presento a mi familia.
Vuestras hijas son hermosas,
dignas de su madre.
Desconocéis, supongo,
que aunque hijas de mi marido
no lo son mías.
Alteza, aunque espurias,
me siento orgulloso de ellas,
y dudo que os causen reparo,
pues vos legitimasteis
a los hijos del cardenal Mendoza.
Para que yo pase por alto
mis escrúpulos,
vos tendríais
que haberme servido tanto como él.
Os presento a un buen amigo,
don Diego Susón, alteza,
comerciante hábil
como pocos en Sevilla.
Mi señora, nadie más feliz que yo
de vuestra visita.
Temo que eso en Sevilla
no tiene gran mérito.
No veo en vuestra servidumbre
el esclavo que os regalé.
Aquel hombre ya es libre,
pero agradezco vuestro obsequio,
pues liberándolo, según mi confesor,
he asegurado el perdón de mi alma.
De igual modo,
si liberáis vuestras fortalezas,
obtendréis la indulgencia real.
Con el debido respeto,
sin mis fortaleza estaría dispuesto
a las beligerancia del duque.
Si la enemistad
es la excusa de ambos,
os pido
que la zanjéis ahora mismo.
Prometo recompensaros,
y ser igualmente generosa
con los dos.
Convendréis conmigo, mi señora,
que no es justo que un leal
reciba el mismo trato
que quien luchó contra vos.
(Golpe). Mi lealtad a la reina,
aunque reciente,
es tan firme como la vuestra.
¡Silencio!
Celebro tener testigos
de que no me dejáis otro camino.
Señor duque, en nombre de la Corona
tomo este alcázar a mi servicio.
De igual modo, marqués,
vuestra fortaleza más querida,
aquella que poseéis en Jerez.
No obtendréis por ellas
compensación alguna,
si no me entregáis
el resto de vuestros fortines.
¡Sois insaciable!
¡Hasta cuándo padecerá mi familia
de vuestra codicia!
Disculpad, alteza a mi esposa,
el vino la deslengua.
Y disculpadme a mí también,
he perdido el apetito.
Deteneos.
No estoy de ánimo
para más agravios.
¿Ánimo decís?
la reina me ha echado
de mi propiedad,
¿acaso no estamos juntos
en este trance?
No pensaba juntarme con vos
hasta llegar al infierno.
Ni yo tampoco,
pero prefiero vivir
amenazado por vos
que humillado ante ella.
En eso estamos de acuerdo.
No podemos tolerar que la reina
haga de Sevilla su hacienda.
¿Cómo pensáis detenerla?
¿Con vuestra ayuda?
Ambos tenemos algo
que ella no tiene:
la ciudad en nuestras manos.
¿Padre, es necesario?
Sonreíd y sed respetuosa.
Alteza,
antes de despedirme,
dejad que compita
con los demás regalos
con mi más preciada joya:
mi hija Susana,
que ansía
convertirse en vuestra dama.
Nadie se desprende
de lo que más ama,
siquiera por un tiempo,
sin buscar algo a cambio.
Consideradlo un presente
en agradecimiento
por vuestra forma de manejar
al marqués y al duque.
Y por las esperanzas
que tal contundencia me da.
Los conversos sabemos
que solo un poder fuerte
garantizará nuestra seguridad.
¿Acaso os sentís en peligro?
Como siempre,
cuando el hambre aprieta,
se culpa al indefenso del abuso
de quien puede defenderse.
Ya ni siquiera creen sinceras
nuestras conversiones.
Yo siempre confiaré
en un alma arrepentida,
que conoce a Cristo
y se entrega a Él.
¿Habéis educado a vuestra hija
en la fe católica?
Así es, mi señora.
Soy cristiana,
devota, y leal a vos.
Sed bienvenida a la Corte.
Miradla, padre,
parece elevarse sobre el resto.
Encargaos de ella.
¿Dónde vais, Isabel?
¡No importunéis a la reina!
Mi señora.
Mi padre y yo
hemos viajado desde Martos
para declaraos
nuestro afecto más sincero.
Sabiendo de la peligrosidad
de los caminos,
agradezco vuestro gesto.
Disculpad a mi hija, alteza,
su osadía es fruto
de la admiración que siente por vos.
Con deciros
que ha pospuesto su enlace
para venir a conoceros...
Habré causado un gran enojo
a su prometido.
Nada que no podáis compensar
bendiciendo nuestro matrimonio.
Por supuesto,
os bendigo y os deseo felicidad.
Cuán diferente es todo en Sevilla.
A la sombra de edificios espléndidos
como nunca antes vi,
abundan los malhechores
que burlan nuestras leyes.
Pero es en los palacios
donde habitan los de peor calaña.
Aquellos a cuyo amparo
los otros roban y matan.
Nobles poderosos a costa
de envilecer a nuestros súbditos.
De tal felonía habrán de responder,
pero muchos trabajos nos aguardan
antes de domeñar a los desafiantes.
A mi lado quisiera teneros,
pues me falta vuestra sabiduría
tanto como echo de menos
vuestros abrazos.
Se abre la puerta
Alteza, antes de que partáis,
sabed que no tardaría
en llegar a Francia
para entregar al rey Luis
vuestra oferta de paz.
Humildemente me ofrezco
a salvar ese escollo.
¿En contra de la voluntad del rey?
No entendáis mi ofrecimiento
como una traición,
pero... vuestro padre
gobierna con el corazón,
y a la paz solo se llega
reinando con la sesera.
Hago mías vuestras palabras.
Pero no puedo negociar
en nombre de Aragón a sus espaldas,
obtendría la paz para mis reinos,
pero perdería la mía propia.
El privilegio de un rey
es poder errar sin ser corregido.
Obediencia, Peralta.
¿Creéis que la reina
me guardará en su recuerdo?
No sé de joven que combine como vos
el descaro y el encanto.
Nadie que os conoce os olvida,
hija mía.
No se lo digáis
a mi futuro esposo,
o me guardará de la vista de otros.
Huid, huid antes de que nos rodeen.
¿Y dejaros solo?
Que Dios nos proteja.
Tomadlo,
vale lo que diez caballos.
(Grita).
-¡Soltadla!
¡No, padre!
¡Padre!
La reina ni siquiera mira
las maravillas que la han regalado,
¿no las aprecia?
Cuando paséis más tiempo en la Corte,
descubriréis
que prefiere otros divertimentos:
la lectura,
los paseos por el jardín...
Para que eso os entretenga
habéis de venir de un convento.
A mí la Corte se me antoja un sueño,
sabiendo la vida de Medina.
Mi padre me había prometido
con un caballero al que no amaba.
¿Ese caballero vuestro
era pobre, contrahecho,
tenía verrugas
de la cabeza a los pies?
Incluso la reina,
tan presa de sus deberes,
exigió casar con aquel
que aprobase su corazón.
Y así haré yo,
me entregaré de por vida al poseedor
de las virtudes que anhelo.
¿Para eso estáis aquí,
para conocer
al hombre de vuestros sueños?
Puede que tengáis razón,
no es mal lugar para que una dama
conozca a su caballero.
Si Dios quiere,
solo si Dios quiere.
Sabed que vuestro agravio
a mi grandeza y a la del marqués
ha sido tal que hemos convenido
renunciar a los deberes
que hasta hoy
cumplíamos con la ciudad.
No seremos por más tiempo
garantes de la seguridad
y el orden en Sevilla.
¿Qué pretenden?
¿Enojaros más?
No,
no es mi ira
la que desean alimentar.
Si el caos se torna insoportable,
los habitantes me culparán de ello.
Alteza, temo que el tiempo
para la prudencia terminó.
Querido Gonzalo,
¿no veis que me han dado la solución
poniendo la ciudad en mis manos?
Sevillanos,
es por mí conocido
que en esta villa
se acumulan
los agravios no castigados,
y el hambre
que nace del desorden.
Durante años,
insensibles a vuestro sufrimiento,
los caballeros
que debían guardaros como hijos
os han descuidado
para atender sus riñas
y para aumentar sus patrimonios.
Más no hay padre que abandone
sin madre que acoja.
Cada viernes daré voz
a quien tenga queja.
Aquí, en vuestra presencia,
impartiré justicia.
Porque Sevilla es Castilla,
y Castilla es justicia.
Que el agraviado
espere mi comprensión,
no así el criminal mi benevolencia.
Alteza,
mi nombre es fray Alonso de Ojeda,
soy prior
de los dominicos de Sevilla.
Más no he venido ante vos
como siervo de Dios,
sino de esta pobre mujer
víctima de un robo,
y a quien su rudeza
impide explicar su queja.
Hablad por ella, entonces.
Esta humilde pastora encargó
unas alforjas a un menestral.
Este avaricioso
las cobró antes de hechas,
y como cabría esperar,
hasta hoy no hay rastro
de las alforjas
ni del dinero entregado.
¿Quién es el menestral que acusáis?
Un judío, alteza,
¿quién si no?
Su nombre es Adán, alteza,
y yo estoy dispuesto
a hablar por él,
pues lo conozco bien.
Moisés,
esperaba encontraros en Sevilla,
pero me sorprende veros
defendiendo a un ladrón.
El taller de Adán
fue atacado semanas atrás
sin más razón
que el odio contra su fe.
Hubo de levantar de nuevo
puertas y ventanas
para proteger sus bienes.
Con el dinero
de esta pobre cristiana.
La comunidad judía
saldará la deuda sin tardanza.
¿Admitís pues que ese hombre
eludirá la justicia real?
No lo hará.
Que saldéis su deuda os honra,
mas nadie,
sea cual sea su fe,
escapará de mi sentencia.
A ello me comprometí en Burgos
y lo he de cumplir.
¿Y cuándo serán juzgadas
también las herejías?
Fuente de todo crimen.
¿Qué sentido tiene
que quien ofende a Dios
no sea condenado por ello?
Y sí por robar alforjas.
No prestéis oído a este exaltado,
sabed que desde su púlpito os critica
por tener a conversos de consejeros.
¿Qué daño hace aquel
que ha aceptado a Cristo?
Alteza,
los conversos
solo tienen de cristianos el disfraz.
Su misión es infectar
nuestra religión desde dentro
hasta acabar con ella.
¡Que Dios se apiade de una Castilla
benevolente con los herejes!
Refrenaos, padre prior,
no estoy aquí para ser juzgada,
sino para impartir justicia.
Ordeno que ese tal Adán
sea traído ante mí.
¿Cómo podéis vestir hábitos
y estar tan lleno de odio?
Un hombre de Dios
no debería reprenderme
por defender con celo la fe.
Hemos de proteger nuestro credo, sí,
pero también
propiciar la fraternidad.
Amaos los unos a los otros.
Escuchándoos no es de extrañar
que la violencia reine en la ciudad.
Predico la verdad, nada más.
¡Habláis desde el prejuicio!
Es difamación decir
que los conversos judaízan.
Pedidles que consuman
carne con leche,
se negarán.
Ved cómo celebran
la iniciación de sus jóvenes.
Hay quienes incluso circuncidan,
y nada se hace contra ellos.
Cómo pedir a nuestros fieles
que cumplan como cristianos,
mientras se tolera
a quienes violan nuestras creencias.
La rabia de los cristianos viejos
es justa...,
irá a más,
y no habrá paz
sin condenar al hereje.
(Lloran).
Mi señora,
me preocupa
lo sucedido en vuestro tribunal.
No puedo proteger a los judíos
si rechazan mi justicia.
Decidme,
¿no es cierto que a un judío
le condenan más
los prejuicios que las leyes?
La desconfianza
no es razón suficiente,
solo yo soy fuente de justicia.
¿Qué ocurriría si mis súbditos
ignorasen las leyes del reino?
Los conversos acudimos
a los tribunales cristianos,
sin embargo,
ese dominico nos calumnia.
¿Le someteréis también
a vuestras leyes?
El mayor castigo
que puede sufrir es ser ignorado,
cosa que haré con gusto
si se acatan mis mandatos.
Alteza, tened por seguro
que Adán será traído ante vos.
Mi señora, llegó el momento.
Aún estáis a tiempo
de echaros atrás.
(Suspira): Hacedle pasar.
Os noto muy dispuesta, alteza.
Poco miedo queda
tras vivir una guerra.
¿Qué sois,
un físico o un matarife?
No os preocupéis,
asustan más que daño causan.
¿Y ese brebaje, qué hierbas son?
¿Las que atraen los demonios
que ahuyentó el saúco?
Así me va a ser difícil
conservar el pulso, alteza.
Catalina, esperad fuera.
Señora...
Catalina.
Pensad tan solo
en el hijo hermoso que tendréis.
Esto hará
que la molestia sea mínima.
Tenéis que acabarlo, alteza.
Estoy perdiendo la razón,
¿qué me habéis hecho?
(Alucina): Los espíritus...,
los espíritus... me llevan.
Descorren cerrojo
¿Cómo habéis hecho
para evitarme el daño?
Si os soy sincero,
pocos físicos dispensan
dormideras fuertes,
pero a mí me disgusta
ver sufrir a quien trato.
¿Necesitaré más cuidados
para quedarme en cinta?
Tan solo os daré un consejo:
disfrutad del acto, alteza.
No es receta ligera
ni indigna de vuestro título.
Comprobado está que yacer sin amar
da menos frutos.
Mi confesor opina
que el disfrute atrofia la semilla,
porque desvía
el propósito del matrimonio.
O lo sabe por propia experiencia,
y entonces mal religioso sería,
o habla sin saber.
Por lo que mejor será
no seguir su consejo.
Presumís mucho de vuestra maestría,
¿dónde la aprendisteis?
Me enseñó mi padre.
Ya sabéis que a los judíos
nos está prohibido el acceso
a los estudios generales.
Ahora reparo
en que vos no vestís el emblema
que ha de lucir todo judío.
Los físicos de la Corte
estamos dispensados, alteza.
Os presentáis solo,
me comprometí a traer a Adán
ante la reina.
No he dado con él,
ha desaparecido.
Lo tenéis escondido.
¿Con qué derecho nos exponéis
a las iras de la reina?
No voy a consentir
que sea sentenciado dos veces;
en la Aljama ya lo han juzgado,
y muy duramente.
Eso no apaciguará a su alteza,
al contrario.
Decidme dónde se encuentra
o no pararé hasta encontrarle.
No pienso complacer a la reina.
Hace buenos a quienes la precedieron,
cree tener una misión que cumplir,
y nosotros, Susón,
somos su ofrenda a Dios.
Vos seguís a Jesucristo
y aceptáis poner la otra mejilla,
yo aún creo en el ojo por ojo.
¿Cómo os encontráis?
Catalina nos ha dicho
que pasasteis la noche en vela.
¿Aún sentís malestar?
Si me desvelé
es porque mi ánimo anda revuelto,
debido a la llegada de mi esposo.
Os burlaréis de mi desazón,
siendo ya casada.
Mi señora, no os avergüence
tener fortuna en el amor.
A saber qué virtudes tendrá el rey
para que os haga suspirar así.
Susana, cómo os atrevéis.
No pasa nada, está bien.
Fernando es...,
le quiero más de lo que imaginé.
¿Pues es tierno con vos?
Colmaría a la mujer más consentida.
¿Valiente?
Más que ningún otro,
pero sin la imprudencia
de los necios.
Hablar de mi esposo
me ha dado brío.
Vestidme, no pospondré más tiempo
mis quehaceres.
(Emocionada): El rey está aquí.
Os presento a Susana Susón
y a Beatriz Osorio,
sobrina de Beatriz de Bobadilla,
tan servicial y encantadora
como prometió su tía.
Bienvenidas a la Corte.
Sedlo vos, alteza.
-Sedlo vos, alteza.
Me he hecho acompañar por Beltrán
por escapar de la soledad del viaje.
Lo celebro,
es muy necesario llenar la Corte
con gente de confianza.
Magnífico palacio,
no es de extrañar
que os hayáis asentado en Sevilla.
Lo que me retiene aquí
poco tiene que ver con el disfrute.
El desorden es infinito;
los nobles aún resisten
y el pueblo me teme.
Hacer lo correcto
trae más enojos que aplausos.
Confiad en vuestros métodos,
quizá os falte paciencia.
Altezas, un caballero
insiste en veros.
Me avergüenza
presentarme de este modo,
pero sé que solo vuestra ayuda
conseguirá salvar a mi hija.
Tiemblo al pensar que esa joven
haya pagado tan caro el verme.
El emir no se conforma
con las sisas,
llena sus arcas
con el secuestro de cristianos.
Las razias son cotidianas.
¿Y no habéis tenido noticias
de vuestra hija desde entonces?
Eso me angustia sobremanera,
pues no es usual.
Al rapto suele seguir
la exigencia a un rescate.
Vuestra villa es castellana,
y tenéis derecho a habitarla en paz.
Os dejamos desprotegidos,
es nuestro deber devolveros
a vuestra hija.
El reino de Granada
es vasallo de Castilla,
y por ello
ha de pagar los tributos.
Concederemos una prórroga
a cambio de su liberación.
Beltrán, partiréis de inmediato.
Gracias, alteza.
Venís solo y a estas horas,
¿tan poco apego
le tenéis a vuestra vida?
Somos los únicos hombres
a salvo en toda Sevilla,
no vamos a atacarnos el uno al otro.
¿Qué queréis?
Vuestra idea
de dejar en manos de Isabel
la justicia de Sevilla
hace que vuestros hombres y los míos
huyan o acaben colgados.
Vivimos en la villa
más poblada del reino,
¿qué más da
que se marchen unos miles?
Temen más a la reina
que a vos y a mí juntos.
¿Quién va a arriesgarse
sabiendo del pulso con ella?
Sin hombres para servirnos,
no tardaremos en arruinarnos.
¿Qué va a ser de nuestros negocios?
No cederé hasta que la reina
desista de su empeño.
¿Y acaso la veis dispuesta?
Bien sabéis que no,
por eso voy a intentarlo con el rey,
ya que está aquí.
Entre hombres sabremos entendernos.
Dicen que son uña y carne.
Si os equivocáis,
temo que acabemos perdiéndolo todo,
incluso la cabeza.
¿Algo más?
Vuestro esposo va a morir de amor,
alteza.
Traedlo.
Podéis retiraros.
Estáis tan hermosa...
Hacéis que un rey se sienta vasallo.
Entonces, os ordeno
que no os separéis de mi
por largo tiempo.
Obedeceré con gusto.
¿Vuestro aroma qué tiene?
Ni los jardines más floridos
huelen como vos.
¿Gastáis perfume?
Sabéis que eso
no sería propio de mí,
pero dicen que cuanto más prendado
está el hombre,
más se deleita
en el olor de su amada.
Entonces,
he de estar loco por vos.
¡Hermano!
Bienvenido.
Me alegro de veros, Diego,
aunque no parece que vos
sintáis lo mismo.
Siento no poder guardar para mí
este ánimo sombrío.
Llevo semanas derribando torres
de villas leales,
y obligando a hombres de mi confianza
a humillarse, rindiéndose ante mí.
Maldita sea la reina.
Mal habéis hecho en venir aquí,
Sevilla la sufre ahora
como a una peste.
por favor, Beatriz,
dejadnos a solas.
Así que pronto
me acompañaréis en la desgracia.
Me sorprende ver en vos
tanto derrotismo.
¿Por qué no os rebelasteis
ante sus órdenes?
Ya he aprendido
que no es posible ni sensato.
Yo me he negado
a entregarle mis fortalezas,
y a todas menos una,
todavía las puedo llamar mías.
Sabéis que no soy enemigo fácil,
ni hombre de poco orgullo.
Creedme cuando os digo
que con Isabel solo hay dos maneras:
perder antes
o perder después.
Alteza,
desea veros mi padre,
el comerciante Diego Susón.
Hacedle pasar.
Mi señora,
aquí le tenéis,
Adán, el hombre
cuya presencia demandabais.
Me disgusta que no vengáis
por voluntad propia.
Sabed que en Castilla
no hay más justicia que la mía.
Por tanto...
Por tanto,
os condeno a abandonar la ciudad,
y a buscar la fe verdadera
en aquella que os acoja.
Marchaos, marchaos todos.
Susana,
limpien esto,
la sangre de ese hombre.
Alteza,
me temo que es vuestra.
Bien avisé que ese judío
solo la traería desgracias.
Como ese físico la haya malherido,
no tendrá tiempo de convertirse.
¡Qué demonios
le habéis hecho a mi esposa!
Alteza, de estado de vuestra esposa
solo tenéis culpa vos.
Al fin, un nuevo hijo, Fernando.
¿Y la sangre?
No siempre es mal síntoma.
Temía que os hubiese ocurrido algo,
aún tengo el corazón en vilo.
Disculpadme por haberos hablado así.
Seréis bien recompensado;
habéis contribuido
al futuro del reino
más que otros de mayor rango.
Sevilla ha merecido la pena,
puede que llevéis dentro
al heredero de dos reinos,
aquel que unirá
Castilla y Aragón en uno solo.
Puede que también sea una niña.
Quizá, pero en todo caso
vuestro vientre está curado,
y antes o después,
el niño llegará.
¿De qué fiesta os he sacado?
El duque de Medina Sidonia
nos ha invitado en su palacio
a una corrida de 20 toros,
pero no dejaré ir en vuestro estado.
El duque sabe
que tales espectáculos
me desagradan.
Os quiere solo a vos,
creo adivinar.
Los reyes de Castilla os exigen
la liberación de su súbdita:
Isabel de Solís,
a quien tenéis cautiva.
Para demostrar
que tal exigencia es serena
y respetuosa
con la soberanía de Granada,
mis señores os compensarán,
aplazando por tres meses
vuestras retribuciones a Castilla.
¿Tres meses?
Es generosa vuestra oferta.
Pero decidme,
¿por qué si soy soberano
he de llenar de oro
las arcas de otro reino?
Porque debéis vasallaje a Castilla,
bien lo sabéis.
No concibo ser al tiempo
vasallo y emir.
Decidle a vuestros reyes
que esa cautiva
no saldrá de la Alhambra,
pero acepto gustoso
vuestro ofrecimiento
de no pagar más rentas.
Y no por tres meses,
en Granada ya no se funde metal
para pagar a vuestros señores,
sino para forjar espadas.
Vuestro desafío no quedará impune.
Os lo advierto.
-Sea.
No ignoremos por más tiempo
nuestro destino.
¿Qué hacéis aquí?
¿Cómo habéis entrado sin aviso?
Vengo a negociar
la entrega de mis fortalezas.
Alteza, os ruego que perdonéis
la insolencia que os he mostrado
desde que pisasteis Sevilla.
Creedme,
mi lealtad hacia vos es sincera.
Si luché por Juana
fue por compromiso con los Pacheco.
Como pago por mis faltas
aceptad mis disculpas
y la totalidad de mis fortalezas,
de las que podéis disponer
como gustéis.
En vuestras manos pongo
mis dominios de Constantina,
Alcalá de Guadaira,
Arcos de la Frontera...
Y los arsenales
donde guardáis las armas,
no os olvidéis de ellos.
Iba a citarlos ahora mismo.
Marqués, acepto gustosa
vuestro ofrecimiento.
Confío en que desprenderos
de tales bienes
no os cause demasiada desdicha.
¿Queréis decir que los aceptáis?
Pensé que tan pronto os los ofreciera
volverían de algún modo a mi poder.
Vuestra sinceridad es osada,
pero de agradecer.
Dejadme disfrutar por un tiempo
de aquello
por lo que tanto he porfiado.
Descuidad,
el duque no quedará mejor que vos.
"Conoce a tu enemigo"
es la primera regla del soldado.
Sabéis, por tanto,
de los arsenales del duque.
A buen seguro,
he ordenado saquearlos
en más de una ocasión.
¿Dónde están?
La mayoría en templos,
¿quién buscaría pólvora
tras un Cristo?
¿Están bien defendidos?
-No es imposible hacerse con ellos.
Desarmado el duque,
acabaría este pulso sin sentido.
¿Podéis organizar el asalto
para esta misma noche?
Alargaré la reunión con el duque,
le tendré distraído.
Vos quedaréis bajo custodia
hasta que esto haya terminado.
Habéis hecho
un gran servicio a la Corona,
pero también
a las gentes de Sevilla.
El duque y vos sois los causantes
del desorden en Sevilla.
Una vez rendidos,
podré mostrarme generosa
con mis vasallos,
ya han soportado bastante.
Se abre la puerta
Se abre la puerta
Os lo suplico, señora,
dejadme volver con los míos.
Mi padre os dará todo lo que tiene.
Olvidad lo que habéis dejado atrás,
vuestra vida empieza hoy.
Tengo familia,
un prometido que me espera...
-Miradla.
¡Miradla!
Ella también fue cristiana.
También tenía familia
y deseaba regresar con ellos.
Y lo hizo.
Los suyos la rechazaron
como si fuera una apestada.
Al verla pensaron
que eran más felices
cuando veneraban su recuerdo.
La dejaron volver aquí.
Pero antes le cortaron la lengua,
para que no alabara a Alá.
Descansad,
o vuestra belleza se marchitará
antes de que el emir
pueda disfrutarla.
¿Acaso no sabíais
lo que se espera de vos?
Nunca aceptaré ese destino.
Más os valdría matarme ahora mismo,
porque si no,
me mataré yo misma.
Magnífico espectáculo duque,
los toros semejaban minotauros
de tan bravos.
Sabía que os complacería.
Lástima que la reina
no sepa apreciar el toreo.
Ay si vos hubierais estado aquí
desde un principio...
¿Cómo permitís que sea ella
la que dicte justicia y no vos?
No es propio de su sexo,
y así resulta.
Pensé que os resistíais
a la autoridad real,
fuese dama o varón
quien la ejerciera.
Nunca tuve problema
con su hermano Enrique.
He dicho autoridad.
¿Vino?
Sí.
Pero no abuséis.
Mirad lo que os tengo reservado.
Sé por mi esposa
vuestra debilidad por los esclavos.
Esta... sirve de otra manera.
Dada vuestra fama,
solo una salvaje podría complaceros.
Os conviene saber
que soy más fiel a mi esposa
de lo que se cuenta.
Dentro y fuera del lecho.
(Chista).
¡Entregad las armas
en nombre de la reina!
Ayudadme a huir,
nos iremos juntas.
Quiero que regreséis conmigo
a Castilla.
Mi padre os acogerá,
mi familia será la vuestra,
os lo juro.
¿Qué es esto?
¿Habéis reparado
en el mote de mi escudo?
"Tanto monta".
¿Sabéis qué significa?
Cuentan que a Alejandro Magno
le dijeron
que si lograba deshacer
cierto nudo intrincado
se convertiría en señor de Asia.
Teniendo a mano su espada,
declinó perder tiempo deshaciéndolo,
y le dio un tajo al nudo.
Asunto resuelto.
Tanto monta cortar como desatar.
De ahí el mote de mi emblema.
Ni a la reina ni a mí
nos agrada demorarnos
en conseguir nuestros fines.
En eso creedme, no distinguiréis
el varón de la mujer.
Alteza.
Tengo nuevas para vos, duque,
y no os van a gustar.
Están saqueando vuestros arsenales.
¿Qué decís?
Todos, uno tras otro.
Tiene que ser obra del marqués.
No.
No nos quitéis el mérito.
Vuestros arsenales
ahora están en manos de la Corona.
os quedamos agradecidos,
andábamos escasos de pólvora.
Habéis errado tres veces:
cuando desobedecisteis
a vuestra reina,
cuando creísteis
que yo la traicionaría,
y, sobre todo,
cuando gobernasteis
en contra de los sevillanos.
Gracias por la faena.
Pasos
Nunca permitiré
que nadie os haga daño,
ni siquiera vos.
Desde que estáis aquí
os veo alzar la mirada al cielo,
y quisiera descubrir
vuestros deseos y colmarlos.
Mi deseo solo es uno:
volver con los míos.
¿Y renunciar
al paraíso en la Tierra?
Clavad esta daga y marchaos,
nadie os lo va a impedir,
pero no me pidáis
que os aleje de mí.
(Llora): ¡Nooo!
¡No, no...!
¡No, no...!
Tengo a bien conceder el perdón
a la ciudad de Sevilla.
Perdón a sus gentes,
y perdón a sus señores,
el duque de Medina Sidonia
y el marqués de Cádiz,
que con tan recta obediencia
han entregado a la Corona
todas sus fortalezas.
No temáis que tras mi marcha
reine de nuevo el desgobierno,
pues la Santa Hermandad
pronto velará por la paz
y el orden de la villa.
El marqués y el duque,
generosos como acostumbran,
donarán
un millón y medio de maravedíes
para tal fin.
Que vuestra ruina compense la mía.
-Lo mismo digo.
Por último, es mi deseo
conceder la gracia de la legitimidad
a las hijas del marqués de Cádiz,
desde hoy
justas herederas de su patrimonio.
¿Qué humillación es esta?
Una gracia
por mi rendición temprana, intuyo.
Definitivamente, marqués,
habéis salido ganando.
Vuestra indulgencia ha sido recibida
con entusiasmo por las gentes.
Dejáis una Sevilla más leal a vos
de la que os encontrasteis.
Y las armas en nuestras manos,
como corresponde.
La dicha sería completa
si no quedase por resolver
el conflicto de los judíos.
Por virulentos que sean
los sermones de Ojeda,
no debemos negar la verdad.
Se judaíza,
y hace falta poner coto
a los extravíos de la fe.
¿Qué proponéis?
El castigo sería injusto,
pues muchos judaízan
por costumbre, sin intención.
Mi señora,
debemos educarles
para purificar sus creencias.
¿Y cómo pensáis contener
el problema en Sevilla,
donde es más grave?
Me agrada vuestra sugerencia.
Mientras tanto aislaremos
a los judíos en sus barrios,
para su protección.
Confío en que sirva
para apaciguar los ánimos.
Solo las acepto tras oír
el primer llanto de la criatura.
La guardaré hasta entonces,
no quiero pecar de confiada,
aunque lo esté.
Sois un físico de gran talento,
Lorenzo Badoz,
por eso os reclamo en la Corte
para guardar mi embarazo.
Será un honor, alteza.
Pero debo pediros algo a cambio:
tendréis que lucir
el distintivo propio de los judíos.
No puedo hacer distinciones,
¿qué podré exigir a los demás
si peco de indulgencia con vos?
Espero que no ser óbice
para contar con vuestros servicios.
No lo es, alteza.
Es de Beltrán.
El emir amenaza
con no volver a pagar a Castilla.
¿Tampoco devolverá a la joven?
Beltrán dice
que permanecerá unos días en Granada
para convencerle.
Alabo su intención,
pero no creo que sirva de nada.
¿Qué os ocurre?
Son tantos apuros,
a veces siento que me quiebro.
Tanto, que temo por nuestro hijo.
Entonces,
hoy no debéis preocuparos más.
¿Cómo?
¿De qué forma
podría olvidarlo todo?
¿No es peligroso?
Confiad en mí,
nunca os pondría en riesgo.
Ahí está.
El mar no borrará
nuestros problemas,
pero su grandeza los hará menguar,
al menos por un instante.
La reina ha encomendado
a fray Hernando
una misión evangelizadora,
en la que confiamos.
¿Sabéis lo que significa?
Mi tía, Beatriz de Braganza,
me reclama para lograr la paz.
Demostremos a los castellanos
que podemos invadir su reino.
Os lo advierto,
sé defenderme de lo que no deseo.
No habrá Inquisición
hasta que fray Talavera
de por concluida su labor.
Su cautiverio ha terminado.
¿Cómo podéis hacer tal cosa
y no llamarlo traición?
Eso sería quedarse de brazos cruzados
ante el desastre que se avecina.
No aceptará.
Vos sabréis explicárselo.
¿Pretendéis suplantar a la Iglesia?
Él, en su momento,
convencerá a la reina.
Castilla implantará la Inquisición.
Ese matrimonio
es una victoria vuestra, señora.
Es el camino para que algún día
seáis reina de Castilla.
¡Me siento burlado!
¡Como hombre y como rey!
¿Dónde me lleváis?
¡Padre!
-¡Samuel!
Debéis aprender a protegeros,
yo no viviré para siempre.
¿Qué tramáis?
Francia desea
firmar la paz con Castilla.
Aragón debe prepararse
para llorar a su rey,
pues vuestro padre
se está muriendo.
He decidido proclamarme
rey de Portugal.
¡Me habéis traicionado!
¡A mí y a mi padre,
y con vos lo traiciono yo!
Subtitulación realizada
por Cristina Rivero Moreno.
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