domenica 24 maggio 2020

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Sommario:

Isabel - Capítulo 17


Mientras los últimos focos de resistencia 'juanista' van cayendo, Isabel se debate entre imponer duras penas a los nobles vencidos o pactar con ellos. Pero Diego Pacheco, uno de los principales caudillos enemigos, se niega a capitular.
Por otra parte, Isabel no consigue concebir un nuevo hijo y atribuye su esterilidad a un castigo divino. Las sombras sobre su sucesión serán más amenazadoras cuando una sublevación en Segovia ponga en peligro la vida de la princesa Isabel, su única heredera. Isabel se sorprende al conocer la causa de la revuelta: una trama de corrupción orquestada por su fiel Andrés Cabrera.



2030986

Transcripción completa.
Señores, Burgos ha tomado partido por Juana.
Es la villa más próspera de Castilla y una plaza estratégica.
Zúñiga será doblegado, le obligaremos a entregar la ciudad.
Burgos resistirá.
Cuando el rey Alfonso nos libere, os prometo recompensa.
Nada urge más que consumar el matrimonio.
Ahora sí sois la reina.
Habéis hecho lo que debíais, id con la conciencia tranquila.
Ahora la Iglesia cederá,
y con la bula, Castilla se volcará con vos.
Puede que haya otro modo de conseguir fondos,
podría hablar con mi pariente, Abraham Senior.
¿De qué cantidad hablamos? -¿Cuánto podéis conseguir?
Sobrevaloráis nuestras capacidades.
Aquí tenéis la humilde contribución de la Iglesia para la causa.
El rey Alfonso se encuentra a dos jornadas de distancia.
Es un gran sacrificio, Beltrán. Si hay que ganar tiempo, se hará.
Por mi honor, os garantizo que lo conseguiremos.
¡Deteneos, Pacheco!
Prendedlos.
No vamos a levantar el asedio, seguiremos con nuestros planes.
Cuando lleguen los portugueses les plantaremos cara.
Retrasaremos las posiciones, volvemos a Arévalo.
Alteza... -¡He dicho que volvemos a Arévalo!
Si cortásemos la ruta del norte con la carretera de Portugal,
cerraríamos el paso a sus refuerzos.
Vamos a recuperar Zamora.
Pero, señor, Burgos va a caer, no podéis marchar.
Sí puedo, con ayuda de la reina.
Partimos hacia Burgos, el rey me necesita.
Pero mi señora... Disponedlo todo.
(Vítores a la reina).
Quedáis relevado de vuestro cargo como alcaide.
Los franceses no van a venir después de perder Burgos,
estamos solos y bien solos, Pacheco.
Hay que tomar una decisión:
presentamos batalla o nos retiramos.
Protegednos de los saqueadores. En Burgos se ha recuperado la calma.
La Aljama no,
los burgaleses se han vuelto contra los judíos.
Prometo ante Dios, que en las Cortes
que tendrán lugar en Madrigal en fecha próxima,
se aprobarán cuatro de las diez medidas solicitadas.
Vuestra amiga empezó prometiendo protección a los judíos de Burgos,
y en cuanto vio que los notables se volvían contra ella,
no vaciló en humillarlos. -Es la reina, tendrá sus razones.
¡No deja de ser una traición!
Han huido.
Se retiran hacia Toro.
Hay que darles alcance, vamos.
Descalza peregrinaré a la ermita de San Juan
si atiendes mi ruego.
Protege a mi esposo, y concede la victoria a las tropas.
Me voy a Francia, embarco esta noche.
¿A Francia?
¿Y yo? -Vos aguardaréis en Portugal.
Dad cuenta que en esta jornada nuestro Señor os ha concedido
toda Castilla.
Subtitulado por TVE.
Después de esto,
Dios quiso probar a Isabel y la llamó: "Isabel, Isabel".
Y esta respondió: "Aquí estoy, señor".
Y Dios le dijo:
"Tomad ahora a vuestra hija, a la que tanto amáis,
id al país de Moria y ofrecédmela allí en sacrificio".
Cuando llegó al lugar que Dios le había indicado.
Isabel levantó un altar, preparó la leña,
ató a su hija y la puso sobre el altar.
Luego tomó un cuchillo y...
(Respira agitadamente).
(Angustiada): Mi hija.
(Grita): ¿Dónde está mi hija?
Madre. ¡Ay!
Feliz cumpleaños, madre.
Vuestra hija me levantó temprano para ir a buscar vuestro regalo.
¿No os complace la sorpresa?
Madre, ¿por qué lloráis?
De gozo, hija mía.
De saberos junto a mí. Ahora, id a jugar con los mastines.
Princesa, acompañadme.
Decidme, ¿qué os ocurre?
He vuelto a padecer sueños horribles de vuestra hija.
Quiera Dios que todas las desdichas vengan del mundo de los durmientes,
y no del de los despiertos.
Campanas
(Gritos y abucheos).
¡Se hace saber, y para que todo el mundo lo sepa!
Esta es la justicia que ordena la reina Isabel, nuestra señora,
contra este conspirador.
Sirva como ejemplo
a todos los que obran en favor de los enemigos de Castilla,
traicionan o niegan su fidelidad a Isabel y a Fernando
como legítimos soberanos de esta tierra
por la gracia de Dios.
(Abucheos e insultos).
(Emocionada): Confitas de anís y limón,
como los que comía en Arévalo de niña.
Los mismos, alteza, fue mi esposa quien los preparó
y los hizo llegar a la Corte para vuestra celebración.
Aplausos
Alteza, sirva este presente como muestra de mi afecto y lealtad.
Aplausos
Os quedo muy agradecida por tan valioso presente,
pero no se ofenda vuestra merced si decido sumarlo al tesoro,
junto con el resto de obsequios,
para que sea Castilla entera
quien se beneficie de vuestra generosidad.
Permitidme que ahora sea yo quien os agasaje.
Y aunque no posea el valor de joyas ni colgantes,
estoy seguro DE que su alteza sabrá disfrutar
de la riqueza de sus páginas.
La historia de Lanzarote del Lago.
Os estoy muy agradecida,
pocas lecturas me placen más que las historias caballerescas,
salvo las de vidas de Santos, por supuesto.
Conozco bien esa historia.
Da cuenta de la debilidad de Ginebra,
infiel a su esposo, el rey Arturo, a quien traiciona con Lanzarote.
Demos gracias a Dios de que nuestra reina no comparta
ninguno de los defectos de Ginebra,
y sí muchas de sus virtudes.
Os deseo muchas felicidades, mi señora.
Con la felicitación del rey
doy por finalizadas las celebraciones de mi aniversario.
Ir con Dios.
Ocupaos con Talavera de donar y repartir con equidad
la comida sobrante entre mi pueblo.
Que mis súbditos disfruten también de los fastos reales.
Música cortesana
(Insultos y abucheos).
Alteza, la ejecución ha tenido lugar esta mañana,
como dispusisteis.
Que Dios le perdone.
Más le hubiera valido a él vuestro perdón.
¿Vos se lo hubierais concedido?
Bien sabéis que no era santo de mi devoción.
Sin embargo...
No repetiré los errores de mi hermano.
Dios los libre.
¿Pero qué pretendéis hacer con los que no se han rendido?
¿Ejecutarlos a todos?
¿Creéis que me excedo impartiendo justicia
contra los traidores?
Los más contumaces y peligrosos ya han sido aniquilados.
Hay que saber cuándo es la hora de cambiar el hacha por la pluma.
En las Cortes de Madrigal prometimos consolidar
la Corona de Castilla.
¿Cómo consolidar un reino si antes lo hemos desmembrado?
Haría falta un milagro.
No gobernaréis Castilla como deseáis
si no imponéis vuestra autoridad.
Por supuesto.
Pero tampoco podemos prescindir de la mitad de la nobleza.
Hay que atraer a aquellos cuya lealtad aún vacila,
y también a quienes lucharon en nuestra contra.
¿Y permitir que su traición quede impune?
Castigadlos, quedaos con parte de sus tierras y fortunas,
disminuid su poder.
Diego Pacheco aún no ha jurado la lealtad que nos debe.
Según vos,
¿qué deberíamos hacer con un traidor tan poderoso e influyente?
Negociad.
Demostrad que la Corona domina la palabra
con tanta destreza como la espada.
La grandeza de una reina reside en su capacidad
de ser amada por sus súbditos,
no en la de ser temida.
A nadie en Castilla ha otorgado Dios tal grandeza más que a vos.
Se abre la puerta
"Shalom aleichem".
Rabino, no os quedéis ahí.
Haced el favor, tomad asiento.
Habiendo sido requerido por la reina,
esperaba que mi encuentro se produjera con ella.
¿O es que además...,
ha decido retirarnos la palabra?
La reina os recibirá enseguida.
He creído conveniente ilustraros con antelación.
No soy hombre dado a intrigas y secretos.
Aguardaré fuera mientras tanto.
Sabed que la reina está dispuesta a honraros con un cargo en la Corte.
Recaudador mayor del reino, para ser exactos.
¿Qué decís ahora?
No entiendo.
Después de hacerse con nuestro dinero y señalarnos como apestados,
pensaba que nos querría lo más lejos posible.
¿Acaso va a exigirnos más créditos millonarios?
¿No será su deseo compensaros por los servicios prestados?
Yo mismo insistí para que así sea.
Su alteza decretó en Madrigal
que somos una vergüenza para Castilla.
Si de verdad fuera su intención compensarnos,
debería empezar por no marcarnos como a reses.
Temía que esta fuera vuestra reacción.
Por eso me he anticipado,
para que no decepcionéis con una negativa a la reina.
¿Pero no veis que tal oferta me compromete?
(Indignado): Mientras mi pueblo es traicionado por la reina,
¿he de aceptar yo su favor y sumarme así a la traición?
¿Y mi dignidad?
¡Dónde queda mi dignidad! -No os falta razón.
Pero os garantizo que su ofrecimiento es sincero.
Tened por cierto que pone a salvo vuestra dignidad
y asegura el futuro de los vuestros.
Sobrevivimos a los faraones
y cruzamos el desierto hasta la Tierra Prometida.
Yavé siempre ha estado con nosotros, no lo olvidéis.
Sí.
Puede que Yavé siga protegiendo a los judíos
hasta el fin de los tiempos,
dudo que la protección de la Corona dure tanto.
Queréis que acepte privilegios reales
mientras los míos ven menguar sus derechos.
Os prevengo para que os amoldéis a las nuevas costumbres.
Obrad en conciencia, pero en beneficio vuestro.
No podrían ser mejores noticias,
os felicito fervorosamente, Peralta.
No ha sido tarea fácil,
hemos tardado años en conseguir la renuncia
de su eminencia Despuch.
Qué bien aferrado a su báculo estaba el cabrón en Zaragoza,
daría una mano por ver la cara del papa
al aceptar la renuncia de su valido
y dejarnos el arzobispado.
Contemos que en Roma no tomen represalias.
Mucho me temo
que esta se la envainan en el Vaticano.
¿Desea su alteza que enviemos un mensajero
para avisar a Fernando?
Ni pensarlo, quiero estar presente cuando se entere.
Como sabéis, las arcas del reino se encuentran casi vacías,
así se me hace muy difícil el gobierno de Castilla.
Os he hecho llamar porque sois hombre de probada confianza
y de aguda inteligencia para las cuentas y los números.
Es mi deseo nombraros recaudador mayor del reino.
Mi señora, es gran honor el que me ofrecéis,
pero si tanto valorías la confianza, ¿por que los míos somos señalados?
¿No es signo de lo contrario?
Sé que sentís mis decisiones como un agravio,
sabed que no me agradan tales medidas.
Entonces, ¿por qué las refrendáis?
Mi pueblo os ha sido fiel.
Recordad que es el Señor quien inspira
las decisiones de su alteza.
Sois judío, pero os he elegido a vos,
¿qué mejor prueba de que vos y los vuestros
podéis contar con mi protección?
Aceptad, y demostraremos que en la Corona de Castilla
no hay malquerencia contra los judíos.
Mi fiel Abraham, ayudadme a cumplir esta misión,
que el Dios en el que ambos creemos me ha encomendado:
construir una Castilla donde reine la armonía.
¿Qué decís?
Acepto.
Juro fidelidad y lealtad ante mi reina,
juro desempeñar mi cometido con la mayor dedicación,
y pelearé por cada maravedí que se le deba a esta Corona.
(Solo espero que vuestra ya larga estancia en Francia
sirva para conseguir su alianza con Portugal
y juntos reanudar con fuerza la conquista de Castilla).
Que mañana mismo parta un mensajero.
Esta cama está fría y húmeda.
Mi señora... -Calentad de nuevo el lecho.
Obedeced a la reina.
Campana
La siguiente casa está en esa dirección.
¡Judío, cabrón!
¡Deja de robarnos y púdrete en el infierno, hideputa!
¡Dejadme, estoy bien!
Id por ellos. ¡Apresadles!
Disculpadme, ¿deseabais verme? Sí.
Necesitaba de vuestros consejos.
¿Soy tan implacable como teme mi esposo?
No es eso.
Sin ánimo de contradeciros,
creo que vuestro esposo sabe de lo que habla.
Él y el rey Juan se han visto en trances semejantes,
y no han dudado en pactar con los nobles catalanes
para ponerlos de su lado.
¿Por qué debería ser clemente con los que quieren acabar conmigo?
Porque es de buen cristiano, y porque...
clemencia e inteligencia suelen ir unidas.
Gracias, Chacón, recapacitaré.
Alteza, si me lo permitís,
me gustaría compartir con vos una idea que me ronda hace tiempo.
Hablad sin traba.
Veréis.
Tras todos estos años de servicio y dedicación a vos,
tal vez haya llegado el momento de retirarme
y reunirme con mi esposa.
¿Retiraos, vos? No lo toméis a mal,
si no os lo propuse antes fue por jactancia,
pensaba que me necesitabais.
Y así es.
¿Cuál es la diferencia entre antes y ahora?
Alteza, yo ya soy hombre viejo,
y vos no sois una niña.
Contáis con la sabiduría y la protección de tres personas,
vuestro esposo Fernando sobre todo, en quien debéis apoyaros.
Vos sois como un padre para mí.
Tened a buen seguro que llegará ese día ansiado.
Pero de momento os pido paciencia.
¿Qué os parecería si fuéramos juntos unos días a Arévalo?
¿Eso os contentaría?
Hace tiempo que no veo a mi madre, es hora de hacerles una visita.
Por el amor de Dios, ¿qué os ha ocurrido?
Venid conmigo.
¿Estáis segura de que es vuestro movimiento?
Entonces, dejad la mano quieta hasta saberlo.
Si una reina duda, no debe hacerlo ver.
Yo prefiero bordar, esto me aburre.
Si os sirve de consuelo, a mí tampoco me gusta el ajedrez.
Vuestras obligaciones no son las de quien reinará en un futuro.
La estrategia forma parte de su educación
tanto como el cuidado de sus modales.
Por favor, dejarme ir a jugar, os lo ruego.
Está bien.
Luego volveremos a vuestras lecciones.
¿Pensáis que le exijo demasiado?
Sois una madre exigente, pero ella os adora.
No quisiera arrebatarle su infancia
como hicieron conmigo y con mi hermano,
pero es la heredera al trono, y debe estar preparada.
Que eso no os cause desvelo,
si precisa de un buen ejemplo, en su madre lo hallará.
No es cristiano creer en premoniciones,
pero a veces me levanto temiendo que algo malo le ocurra.
No solo sería terrible para mí, sino para Castilla;
es mi única hija.
Pronto lo remediará Dios, concediéndole más hermanos.
¡Ay! Mucho me temo
que mi vientre es incapaz de albergar fruto alguno,
se obstina en su infertilidad.
Mi señora, que esto no os sirva de ofensa,
pero...
¿Cumplís puntualmente con vuestras obligaciones maritales?
Con más frecuencia que la que el decoro aconseja.
Entonces, no os preocupéis, Dios proveerá.
La reina está impaciente por saber
quiénes son los agresores de su recaudador.
Sois el alcaide de Segovia, os exijo una explicación.
Amigo Cabrera, es común que haya agresiones
en las calles y caminos de Castilla; ocurren todos los días.
Más aún si hay provocación.
¿A qué os referís?
Nadie gusta de pagar impuestos,
y menos aún si el recaudador es judío.
¿Cuestionáis una decisión de la reina?
Solo cuestiono la legitimidad de esos a quienes tratáis con celo.
¡Basta ya!
Enteraos bien:
agredir a un judío se castiga igual que si es cristiano el agredido.
Y si el judío trabaja para la Corona,
¡es como agredir a la reina de Castilla!
Así que ya podéis esmeraros para encontrar al culpable.
En Segovia abundan los partidarios de librarse de esa gente,
¿debemos ponerlos a todos en el cepo?
Os equivocáis, Maldonado.
No os extrañe que la próxima piedra que se lance contra un judío
caiga sobre vos.
¿Qué atormenta vuestra alma?
Desde la pérdida de mi hijo me invade la culpa,
que se agrava por mi falta de descendencia.
¿Acaso el Señor se ha enojado conmigo?
¿Le habéis dado motivos?
Tal vez que asuma labores más propias de un rey
que de una reina,
y me castiga por ello negándome lo que más anhelo.
Si no,
¿por qué no escucha mis ruegos y nos concede un heredero?
Dios pone a prueba nuestro temple a todas horas.
Él decidirá cuándo agraciaros con más descendencia.
Cumplid con vuestras obligaciones maritales.
Es lo único que vos podéis hacer.
Tal vez eso pueda privarme del favor del Señor.
¿Y si a Dios le ofende mi pasión?
¿A qué pasión os referís?
A la que nace del amor que siento por mi esposo.
¿No sabéis que el disfrute del tálamo
puede devenir en pecado de lujuria?
¿Aún estando casados con la bendición de la Iglesia?
Alejad toda tentación procedente de la carne.
Prometedme que así lo haréis.
Lo prometo.
Cumpliré con mis obligaciones de la forma más casta posible.
La alegría de unos es la desdicha de otros,
qué gran verdad es esa.
Ya veo que os preocupa,
¿todavía no se lo habéis dicho a la reina?
No sé cómo.
Sería cruel alardear de mi alegría,
pero también siento que no decírselo es ser desleal hacia mi amiga.
Que eso no turbie vuestra felicidad.
Pronto no hará falta palabras para saber de vuestro estado.
¿Es que no os da pena Isabel?
Claro que apena, pero la reina vela por sus intereses
y nosotros hemos de velar por los nuestros:
por el hijo que vendrá,
y por toda nuestra familia.
No lo olvidéis.
¿Acaso tenéis frío?
Eso habrá que remediarlo.
Tal vez vuestro marido os procure el calor que necesitáis.
¿Qué es esto que lleváis puesto?
Algo que nos ayudará a concebir,
a tener un hijo varón, como el que se malogró.
¿Con esto? Jamás.
Entendedlo, Fernando, nuestra pasión ofende a Dios,
y él nos castiga privándonos de un heredero.
¿Quién ha dicho tal cosa?
Esto es idea de vuestro confesor.
No, pero qué más da si conseguimos nuestro propósito.
Prefiero ofender al mismísimo Satanás,
antes que renunciar al roce de vuestra piel.
Si Dios exige que renunciemos a la carne,
acataremos su voluntad.
Sea.
Pero tened por seguro que no permitiré
que nada se interponga entre vos y yo.
Llaman a la puerta
Adelante.
Por fin un soplo de aire fresco entre estos muros.
¿No os complace la vida en nuestro palacio?
Habláis con la desesperación de una prisionera.
Por culpa de vuestro padre vivo en una prisión sin barrotes.
¿Tenéis noticias suyas?
De sus negociaciones en Francia ambos sabemos lo mismo.
Entonces, ¿qué os trae por aquí?
La insistencia de vuestras cartas preocupa a vuestro esposo,
y por ello ordena que me ocupe de vos.
Si tal orden os desagrada, dadla por cumplida y partir.
Al contrario, será una grata distracción.
Al menos para mí.
Aguardad.
Podéis retiraros.
Alteza, ¿puedo ayudaros?
¿Busca consuelo vuestra alma?
Con una respuesta me conformo.
La pasada noche mi esposa me sorprendió
con un excesivo recato en sus obligaciones maritales.
¿Tenéis algo que decir al respecto?
Señor,
mi cometido es escuchar y guiar a la reina.
Cierto, pero sin inmiscuiros en nuestros asuntos de alcoba.
¿Con qué derecho os atrevéis?
La reina vive atemorizada por el pecado de la carne,
y se sabe culpable,
teme el castigo de Dios tanto como a vuestro rechazo.
Pues aparcad sus miedos y liberadla de sus culpas,
tal vez así será fértil
y me de el hijo varón que tanto necesitamos.
Rezo cada día para que nazca el niño
que llevará las Coronas de Castilla y Aragón.
Y yo os lo agradezco, pero entended que rezar no basta.
Aquí también se fornica por cuestiones de Estado.
Tenedlo bien presente.
Y además de alzar pendones por los reyes de Castilla,
habréis de hacerme entrega del ducado de Arévalo.
¿Aceptáis y os avenís a dichas capitulaciones
como muestra de lealtad y de fidelidad a vuestra reina?
Señora, no acordamos eso en Burgos.
No puedo permitir que ostentéis el título de duque de Arévalo
cuando esa villa pertenece a mi madre.
Comprended vos que con mi título va también mi honra.
¿Convendría a vuestra honra ser duque de Béjar,
además de recibir otras compensaciones?
Mantendríais el título, pero vinculado a otro dominio.
Levantaos,
no os he hecho venir para humillaros,
sino para que aceptéis mi propuesta,
y contar con vuestro apoyo en lo sucesivo.
Os lo demostraré en cuanto se presente la ocasión.
Os tomo la palabra,
y os solicito ayuda para convencer a don Diego Pacheco
para que cese su rebeldía contra la Corona.
Haré todo lo que esté en mi mano, pero...
Sé que vuestra misión no es fácil,
por tanto, os lo agradezco doblemente.
Id con Dios.
¿Hemos terminado por hoy?
Tan solo un asunto más.
Se trata de Maldonado,
el alcaide sigue sin dar muestras de interés
por capturar a los agresores de Abraham.
¿Hace oídos sordos a mis requerimientos?
Puede más su inquina hacia los judíos que la obediencia que os debe.
Entiendo.
Tenéis mi consentimiento para obrar en consecuencia.
¡Prendedle!
¡Soltadme, soy el alcaide!
En nombre de Isabel de Castilla, quedáis destituido.
Ya no sois el alcaide de Segovia.
Dad gracias a la magnanimidad de la reina.
Por mí os hubiera lapidado.
Sin duda, un castigo acorde con lo que sois,
un maldito judío converso.
Os presento a vuestro sustituto: son Pedro de Bobadilla.
Tenéis el valor de darle el cargo a vuestro suegro.
¡Sacadle fuera del Alcázar!
Os juro que esta me las pagaréis.
Hideputa, hideputa.
Tened la certeza de que la derrota nos supo tan amarga como a vos.
A vos os impidieron la victoria, y a mí me han arrebatado el trono;
he malogrado el legado de mis padres.
No habéis malogrado nada, vos no tenéis culpa alguna.
Sí, por haber creído en promesas vanas.
Pero no he renunciado a luchar por lo que es mío.
Vuestro padre, sin embargo... -No sé a qué se dedica en Francia.
¡Al diablo con Francia!
Busquemos otras alianzas, vayamos a Madrid,
veamos a Carrillo y al marqués de Villena;
aún son poderosos.
Formemos un nuevo ejército, se lo deben a mi padre,
y me lo deben a mí. -Me temo que no es tan sencillo.
Lo haré yo misma,
como Juana de Arco contra los ingleses.
A Juana de Arco la seguía un ejército de 5.000 hombres.
Salid vos de Portugal y perderéis la cabeza
como tantos de vuestros partidarios.
Pues ya es hora de vengarles.
Juana, no podemos obrar a espaldas de mi padre.
¿Sería mayor traición que abandonarme, como él ha hecho?
Si yo fuera rey... -Hablad con confianza.
A mi padre le falta el empuje de la sangre nueva,
y vos sois joven y ambiciosa. -Igual que vos.
Con vuestras mismas aspiraciones:
conseguir que Castilla y Portugal sean un solo reino.
Qué diferente habría sido de concertar nuestro matrimonio
en vez...
Disculpad,
he dado rienda suelta a mis pensamientos.
Saber que tengo vuestro apoyo me da nuevas fuerzas.
Confiad en mí, lo lograremos.
(Grita todo el rato): Esa mujer no va a humillarme,
no cederé.
Grandes amigos de mi padre han muerto a manos del verdugo
por no jurarle obediencia.
Caballeros con más honor y nobleza que esa impostora
que se dice reina de Castilla.
Don Diego, os lo ruego, recapacitad.
Ahora mismo debe retorcerse en su tumba.
Guardad esos documentos, no pienso firmar.
El trago es amargo, sí, para mí también lo fue.
Pero obrad con astucia y aveníos a pactar.
Tiempo habrá de desdecirse si las circunstancias son otras.
Os diré algo que me enseñó mi padre:
La historia no tiene clemencia con los cobardes.
¿Qué esperaría él de mí?
¿Que me arrodille ante su enemiga, ante una usurpadora?
Más vale arrodillarse ante la reina que ante el verdugo.
Avisado quedáis.
¿Verdad que es hermosa?
Deseo para esta ciudad una catedral
con agujas tan altas que rocen el cielo,
y se contemplen desde varias leguas.
Ya tenéis la de Burgos,
y yo me encargaré que pronto tengáis en toda Castilla.
Una Castilla unida y lista para marchar hacia Granada.
Así sea.
Debo daros las gracias.
Seguí vuestros consejos
y recuperé el ducado de Arévalo para mi madre,
sin derramar sangre.
Lo aprendí de mi padre.
Un rey debe ser... Querido.
No temido por sus súbditos.
Esta tierra está necesitada de gobernantes justos,
y vos lo sois.
Debo partir inmediatamente hacia Navarra
a poner freno al conde de Lerín.
Mi cuñado se niega a pagar sus tributos a mi padre.
¿Vais de nuevo a la batalla?
No temáis, regresaré sano y salvo.
¿Permaneceréis en la Corte?
Os concedo que os preocupéis por el enemigo,
pero no por las sombras del pasado, que no son sino eso: sombras.
Isabel,
nada volverá a interponerse entre nosotros,
os lo aseguro.
No olvidéis nunca que para un Pacheco
antes la muerte con honra que una vida sin honor.
Tenéis a vuestro alcaide preocupado, pero parecéis más inquieto que él.
Quien nada debe, nada teme.
En estas cuentas aparecen irregularidades
que seguro podréis explicar.
El trigo almacenado en los silos reales
no corresponde a las fanegas de harina
molida en vuestro molino.
O tenemos una plaga de ratas que devoran nuestro grano,
o esas ratas se lo quedan para venderlo por su cuenta.
Debe tratarse de un error. -Y grave, sin duda.
No empeoréis más las cosas,
sabemos de vuestro trato con Maldonado.
De las sisas que paraban en su bolsa
a cambio de manteneros la concesión del molino.
Concesión que se os será retirada de inmediato.
Y rezad para que todo quede en eso.
Os lo ruego, tened piedad de mí, solo hacía lo que me ordenaban.
Tengo familia e hijos... -¿Estáis dispuesto a enmendaros?
Sí, por el amor de Dios. -Fijaremos un nuevo porcentaje;
pongamos que sea el doble del anterior.
Alteza.
Hijo mío, cuánto me alegra vuestra vuelta.
Traigo buenas noticias, padre.
Habéis echado a los franceses de Navarra.
No ha hecho falta.
Vuestro yerno, el conde de Lerín,
ha decidido que Navarra no sea entregada
a un príncipe francés.
Así lo ha firmado en Vitoria.
Habéis conseguido lo que no he podido en años,
será que vuestra presencia les ha intimidado.
En todo caso, la mía y la de mis hombres.
Es de vuestro coraje y de vuestra fama guerrera
de lo que hablan trovadores y poetas.
Espero que en sus romances también mencionen a mi esposa,
que sin empuñar espada alguna ha rendido plazas y fortalezas.
Poco creo que pueda aportar una mujer en la batalla.
Tampoco yo aporto mucho a estas tierras
cuando ya no hay batalla,
así que mañana partiré a Segovia.
Disculpadme,
no hagáis caso de un viejo anclado en el pasado.
Os ruego que os quedéis y no toméis en cuenta mis palabras.
Aquí se os necesita como agua de mayo.
Os recuerdo que no ha concluido la guerra con Portugal.
Y yo que a vuestro padre no le quedan muchos años de vida,
así que aprovechad mi presencia mientras dure.
Os valéis del afecto que siento por vos.
Está bien, retrasaré mi marcha.
Pero si he de preocuparme por mis obligaciones en Aragón,
empezaré por las primordiales.
Empezad por donde os plazca.
Quiero saber de mis hijos, qué tal se encuentran.
Solo por ese asunto os valdrá la pena vuestra estancia.
Se abre la puerta
Veo que como recaudador sois de gran eficacia,
no se os escapa ni un maravedí.
Fue el trato con la reina: servirla con esmero.
Tarea que cada día me resulta más difícil.
El pago de mayores tributos es un mal necesario para el pueblo,
no esperéis que os reciban con alharacas.
Temo más pedradas, o algo peor.
Si hemos aumentado las sisas es por el bien de la Corona.
Todos debemos colaborar
en la recuperación de las arcas reales.
No solo las sisas son motivo de queja.
Desde que vuestro suego juró como alcaide,
el precio del pan se ha duplicado.
¿También es un mal necesario? -¿Qué insinuáis?
¿Acaso dudáis de la honestidad de don Pedro de Bobadilla?
¿Hay razones para la duda?
Yo mismo intercedí por él ante la reina,
igual que por vos.
¿Acaso por ser mi suegro sus méritos son menores a los vuestros?
"No cometeréis fraude en pesos y medidas",
Levítico 19, versículo 35.
No lo digo yo, lo dice la Ley de Moisés.
Que el Señor proteja vuestro camino hacia Arévalo,
y sus ángeles os acompañen.
¿Dónde está Chacón?
No quisiera que se nos echara la noche encima
viajando con mi hija.
Disculpad mi tardanza, hemos recibido noticias.
El marqués de Villena se niega a aceptar las capitulaciones.
Parece que se ha propuesto poner a prueba mi paciencia.
Podríamos traerle hasta Segovia cargado de cadenas
para que compareciese ante vos.
¿Y distinguirle como caudillo de los rebeldes?
Sería un error.
Cierto. Además, se sentiría honrado,
y después solo podríamos enviarle al cadalso.
Si fuera mi deseo,
su cabeza ya luciría en lo alto de una pica.
No, acudiré a Madrid, negociaré hasta que ceda.
Daré aviso a vuestra madre que se pospone el viaje a Arévalo.
Hacedlo, encargaos vos en persona.
Comunicad a mi madre la recuperación del ducado
y encontraos con vuestra esposa, a la que tanto echáis de menos.
¿Y la princesa?
Quedará a cargo de Beatriz en Segovia.
Portaos bien y obedeced en todo lo que se os diga.
Perded cuidado, la cuidaré como a una hija.
Vos me acompañaréis a Madrid, que dispongan mi caballo, rápido.
¿No queréis contarlo?
Si no me fío de vos, ¿de quién habría de hacerlo?
Esto no durará, os lo advierto.
Pararemos cuando esté asegurado el futuro de mis hijos.
Muy juntos se os ve a menudo.
¿No tramaréis algo a mis espaldas?
Hija mía, qué cosas tenéis.
Decidme, ¿qué puede ocultar un padre a su hija?
Vos a solas, nada, pero con vuestro yerno al lado...
Tenéis razón, nos habéis descubierto.
Aquí tenéis el objeto de nuestro secreto.
(Sorprendida): Piedras de águila.
No hay amuleto más valioso para asegurar el embarazo.
Y alumbramiento sin complicaciones.
Pero son muy caras, y difíciles de encontrar.
Todo es poco para vos y para mis hijos.
¿Habéis visto qué esposo tengo?
Prometisteis una iglesia dedicada a Santa Engracia,
y no habéis pasado de los planos.
Así es, son tiempos de penuria.
A este paso, mis ojos enfermarán antes de verla construida.
Pero a vos os prometí una sorpresa, y ha llegado la hora.
Pensé que lo habíais olvidado.
Quiero presentaros al nuevo arzobispo de Zaragoza.
Hacedle pasar.
Vuestro hijo Alonso de Aragón, primogénito de Aldonza de Iborra.
¿Qué carnaval es este?
¿Se trata de alguna ironía de mal gusto?
¿Qué decís? Es una gran noticia.
Nos ha costado tiempo y esfuerzo conseguirle el cargo a vuestro hijo.
¿No os hace feliz?
Os habéis enfrentado al papa.
No os hacéis una idea de lo que esto va a provocarnos.
Creed que vuestra hija lamenta no poder encontrarse junto a vos.
Asuntos de Gobierno impiden que ella traiga la buena nueva.
Señora, ¿os ocurre algo?
¿No os alegra recibir noticias de vuestra hija?
Mi fiel Chacón, no es momento para alegrías.
¿Por qué no se me ha comunicado? Así lo pedí yo.
No habléis, os lo ruego, guardad fuerzas.
¿Y los físicos qué han recomendado?
Ninguno acierta con su mal.
La culpa es mía.
He permanecido alejado de vos tanto tiempo...,
os he descuidado, pero os juro que va a cambiar.
A partir de hoy seré yo quien vele por vos.
Os procuraré los cuidados que precisáis.
Os lo juro.
Aquí tenéis al culpable de la subida del pan.
Él hace pasar hambre a vuestros hijos.
¿Con qué derecho cobráis así la harina, ladrón?
(Todos): ¡Ladrón, hideputa!
¡Pégale, pégale! -¡Puta!
¡Alto, alto!
Parece que el bellaco quiere decirnos algo.
Hablad, reconoced ante todos el motivo de tal abuso.
Si he cobrado de más ha sido para compensar las sisas
que me obliga a pagar el nuevo alcaide.
(Todos): ¡Justicia! ¡Cabrón!
¡Arrancadle la mano, por cabrón!
¡Cortádsela, por hideputa! -¡Córtasela!
¡Alto, quietos!
¿No veis que no es él
contra quien debéis descargar vuestra ira?
¿Contra quién entonces?
Contra quienes han provocado que esto suceda.
Contra el nuevo alcaide y su yerno el converso,
que es quien le ha colocado en mi puesto.
¿De veras ansiáis justicia? -(Todos): ¡Sí!
Entonces, haced que la reina me nombre alcaide.
Juro que no os robarán jamás.
¡La reina debe escucharnos, la obligaremos!
¿Cómo lo haréis?
Apoderándonos de su bien más preciado: su hija.
(Todos): ¡Sí!
¿Estáis conmigo, segovianos? -(Todos): ¡Sí!
Aceptadme como vuestra reina legítima
y recibiréis el trato que merece vuestra alcurnia.
Que sea don Gutierre el testigo de mi ofrecimiento.
¿Qué decís? ¿Os avenís?
Mi padre, a quien Dios tenga en su gloria,
no firmaría.
¿Por qué habría de hacerlo su propio hijo?
Debéis elegir entre traicionar la memoria de vuestro padre
o traicionar a la reina.
Sea.
Corra mi sangre por las tablas del cadalso
antes de que fermente mi corazón.
Por el amor de Dios, sois un insensato.
He venido con ánimo de convenceros.
Grandes empresas nos aguardan,
y no deseo derramar más sangre castellana;
sangre noble, imprescindible para cometerlas.
No contéis con la mía.
Habláis como soberana de un reino que no os pertenece por derecho.
Por rebeldía contra la Corona,
os condeno a morir a manos del verdugo.
Quiera Dios que sea la última muerte de un noble que se opone a mi reino.
¡Prendedle!
Alteza, despacho urgente de Segovia.
El pueblo se ha levantado en armas contra el Alcázar.
(Demudada): Mi hija...
Rápido, corre más deprisa.
Tumulto
¡Socorro, a mí la guardia!
¡Ayuda!
¿Estáis bien?
Andrés, querían llevarse a la niña, ¿qué sucede?
Maldonado, ha organizado un levantamiento.
Levantad el puente y preparaos para nuevos ataques.
De nada valdrán nuestras vidas si le ocurre algo a la princesa.
La calentura no remite.
Voy a pedir a Isabel que os envíe a sus físicos.
Si estoy de sanar o no, ya solo depende del Señor,
no quiero ser molestia para nadie.
Sois la persona más abnegada que conozco.
Mis obligaciones nos han mantenido alejados,
y jamás escuché reproche alguno por ello.
Gonzalo, no sufráis por mí, he tenido una buena vida.
Si volviera a nacer, os escogería como esposo.
Os juro que me cambiaría por vos en estos momentos.
Pero Dios no lo ha querido así.
Habéis sido llamado a una misión muy importante.
El Señor sabrá compensaros.
Pasos
Señor, nuevas de Segovia.
(Suspira).
Los segovianos se han levantado en armas
contra el Alcázar.
Chacón, ¿mi nieta está en peligro?
Partid sin demora, velad por quien más os necesita.
Sois vos quien más me necesita.
No os afanéis por llenar un cántaro roto.
Id para que pueda seguir orgullosa de vos.
Regresaré en cuanto todo se resuelva.
Os lo juro.
¿Qué pone que no lo leo?
Una petición a la autoridad eclesiástica
para enmendar el error cometido con el nombramiento de mi hijo
como arzobispo de Zaragoza.
¿Es que no entendéis que necesito el apoyo del papa
para acabar con Portugal?
No creo que me vea con buenos ojos después de vuestra maniobra.
¡Es que solo pensáis en Castilla! ¡Pienso en mi esposa y mi hija,
heredera al trono de Castilla y al de Aragón!
Si es que tenéis a bien derogar la ley que lo impide.
Qué obsesión.
¿Acaso no esperáis más hijos, algún varón entre ellos?
¡Si Dios lo quiere!
Por el momento, es la única que tenemos.
Entonces, el varón que opta a la Corona de Aragón
es vuestro hijo Alonso, ¡el arzobispo!
¿Preferís que Aragón lo gobierne un bastardo?
¿Qué tenéis contra mi mujer y mi hija?
¡No consentiré que una mujer herede mi reino!
Bastante tengo con aguantar las trabas
que me pone la vuestra sirviéndose de vos.
En ese caso,
os arriesgáis a no contar más con el apoyo de Castilla.
Ni con el mío propio.
Traigo malas noticias.
Segovia se ha levantado contra el Alcázar.
¡Preparad mi séquito, parto enseguida!
(Sarcástico): Corred, corred, que no se enoje la señora.
Mientras vos me retenéis con vuestros manejos,
mi esposa e hija se encuentran en peligro.
Espero que estén a salvo,
¡porque si algo malo les sucediese, no os lo perdonaría jamás!
¿Y mi hija?
Guarecida y a salvo en el Alcázar, señora.
¿Y a qué esperamos?
Hemos sido advertidos de que no crucemos las puertas.
Soy la reina de Castilla y esta ciudad es mía,
y para entrar no son menester leyes ni condiciones.
Entraré en ella por la puerta que me plazca.
¡Seguidme!
¿Cómo habéis traicionado así la confianza de la reina?
Mirad lo que habéis provocado.
Calmaos, todo está bajo cuidado.
¿Qué cuidado?
Casi hacéis que prendan a la princesa.
Pagarán por ello, os lo aseguro.
¡Pagaremos todos!
¿Qué necesidad había de meteros en tales enredos?
La de todo hombre que se precie de serlo:
la de protegeros, a vos y a mis hijos,
asegurando vuestro futuro,
ya que el mío cada vez es más incierto.
No tardará en llegar el día que a los conversos los persigan,
y los marquen como al ganado.
La reina ha cruzado la Puerta de San Juan
y atravesado la ciudad,
sin que nadie alzara la voz.
Tended el puente levadizo y franquead el paso a su alteza.
Recibamos a Isabel con la mayor dignidad posible.
Isabel, hija mía.
Dejad que os mire.
¿Estáis bien, os han hecho algo?
Señora, disculpad el desafortunado suceso.
Se os debe una explicación. Por supuesto,
y habrá tiempo para ello,
pero primero he de calmar a mi pueblo.
Abrid las puertas del Alcázar,
y dejad entrar y decir a mis vasallos y servidores.
Porque lo que a ellos les viene bien,
aquello es mi servicio y me place que se haga.
Portazo
¿Qué hacéis aquí?
¿Ha llegado mi hora?
Aún no.
No, mientras pueda evitar la estupidez de dejaros matar.
¿No habéis heredado ni una pizca de la inteligencia de vuestro padre?
Para mentarle, primero limpiaros la boca.
Vuestro padre arde en el infierno en estos momentos,
¿queréis acompañarle, es lo que pretendéis?
No busquéis gloria ante la historia.
La historia la escriben los que vencen,
Y vos, muy victorioso no parecéis.
Jurad pleitesía a Isabel y ella será magnánima,
igual que lo ha sido con otros.
No seguiré la senda de esos cobardes.
Perderéis la vida,
pero con ello no preservaréis ni títulos ni posesiones;
pasarán íntegros a la Corona.
Vano sacrificio.
¿Qué ganáis vos en todo esto?
¿A qué tanto interés por mi vida?
Si puedo evitar que mi reina siga manchándose las manos
de una sangre que Castilla tanto necesita,
así lo haré.
No me convenceréis con palabrería.
La reina no tendrá más remedio que ver mi sangre.
Marchaos.
Sabed que mañana,
cuando vuestra cabeza penda de la mano del verdugo,
escucharéis que se ha hecho justicia en nombre de Isabel.
Pero mañana no habrá vuelta atrás.
No temáis a la muerte, hijo mío,
en ella hallaréis la dignidad que otros no tienen en vida.
(Por su tesón, valor y coraje,
y por la sangre nueva que corre por sus venas,
entre otros atributos y virtudes,
considero que mi hijastro, don Juan de Portugal,
es el esposo que la reina de Castilla merece.
Por ello, a través de esta misiva,
ruego a su ilustrísima y reverendísima,
monseñor Carrillo,
interceda por mí ante el papa
para que declare nulo mi matrimonio
con el rey Alfonso V,
dado que la bula matrimonial nunca fue otorgada.
Por mi parte,
para que el casamiento del príncipe Juan
con la infanta Leonor sea revocado,
haré todo cuanto esté en mi mano tales propósitos.
Así, aprovechando la visita del príncipe,
no podré traba alguna a nuestra cordial relación,
dejando la puerta de mis aposentos permanentemente abierta,
a la espera de que él se decida a abandonar a su esposa infanta
por otra que es reina.
Yo, la reina).
¡En pie, es la hora!
(Llora): No quiero morir.
Os lo suplico, dejadme.
¡Soltadle! ¿No veis que pide clemencia?
Juro obediencia y lealtad a la reina Isabel.
Os lo juro.
Señora, solo queríamos justicia.
Justas no podían ser vuestras demandas
si ha huido vuestro caudillo Maldonado.
¿Por qué no está aquí para exponerlas?
¡Confesad!
Vuestra intención era raptar a la princesa.
¡Hablad! ¡Silencio!
El pueblo clama justicia y yo se la voy a dar.
Se azotará a todo aquel que participó en el levantamiento.
Quienes pusieron en peligro la vida de mi hija
serán arrojados desde las torres más altas del Alcázar,
donde buscaron refugio.
Que sirva de escarmiento.
En cuanto a vuestra merced,
no pondré en la misma balanza
un acto de felonía y el abuso de poder.
Sin embargo, os desposeo de vuestro cargo,
y os exijo que devolváis hasta el último maravedí.
Tengo a bien nombrar alcaide de la ciudad de Segovia
a don Gonzalo Chacón y Martínez del Castillo,
de cuya decencia y honestidad respondo yo misma.
Don Gonzalo, ¿aceptáis?
Entonces, ¿mi madre está bien?
No os figuráis cuánto deseo reencontrarme con ella.
¿Acaso no hay mejor lugar para el descanso
que de donde proceden los mejores recuerdos?
Muy taciturno y callado andáis.
¿No es motivo de júbilo vuestro nombramiento?
Lo es, alteza.
Entended que Castilla no puede prescindir
de hombres como vos.
No sabéis mi tranquilidad a saberos al frente de Segovia.
Es un honor, mi señora.
Me preguntaba si me haríais el favor
de entregar estas palabras a mi esposa.
Con la noticia del alzamiento salí precipitadamente de Arévalo
y no pude despedirme de ella en condiciones.
Perded cuidado.
Juntas celebraremos que sois el nuevo alcaide,
algo que la llenará de orgullo.
Llaman a la puerta
Adelante.
Con vuestro permiso.
Señora.
No hay palabras para expresar nuestra vergüenza y arrepentimiento.
Me resulta difícil creer
que no estuvierais al tanto de las vilezas de don Pedro.
Alteza, os juro por lo que más queráis...
¿Todavía os atrevéis a jurar por mi hija?
¿No os basta con haber decepcionado a vuestra reina?
Señora...,
¿qué va a ser de nosotros?
Solo deseo unos días de tranquilidad y recogimiento en Arévalo.
A mi vuelta os será comunicada mi decisión.
Vuestro esposo no me contó de vuestro estado.
¿Cómo está?
Si no ha venido, es por culpa mía.
Acabo de nombrarle alcaide de Segovia,
pero ordenaré que venga a veros enseguida.
No podríais encontrar consejero más leal.
Ni yo mejor esposo.
Me dio algo para vos:
una carta.
Haced el favor de leérmela, si no os importa.
Mi siempre querida esposa.
No serán las palabras que hoy escribo
las que den sosiego a mi pena.
Como tampoco describen lo hermoso que ha sido nuestro amor,
solo comparable en su grandeza a la de la tierra que os vio nacer.
Sin vos,
los días que me restan quedarán vacíos,
y no pasará uno solo sin que piense en vos,
hasta que el Señor tenga a bien reunirnos a su lado.
Mientras ese ansiado día llega,
todas mis horas emplearé en servir a Castilla,
y a su reina Isabel.
Así no habrá sido en vano nuestra separación,
y podréis esperarme allá donde estéis,
sin dejar de sentiros orgullosa de vuestro esposo.
Vuestro y fiel para siempre.
Gonzalo Chacón.
Llaman a la puerta
Pasad.
Alteza, tenéis una visita.
¿Visita?
Un momento.
Está bien, hacedle pasar.
Señora.
Temo no ser quien esperábais.
Soy Beatriz de Braganza,
tía de vuestro hijastro, el príncipe Juan.
El príncipe me hizo saber que la ausencia de vuestro esposo
os causaba un terrible problema de soledad y afecto.
Estoy aquí para remediarlo.
Es más, traigo inmejorables noticias de Roma.
El papa ha reconocido el matrimonio de Alfonso de Portugal y la muchacha.
Peligra todo lo previsto: la bula,
la legitimidad por reclamar los derechos de su esposa
al trono de Castilla.
Escuchó hasta la última de vuestras palabras,
os lo aseguro.
Abandonó este mundo sabiendo de todo vuestro amor.
Os lo agradezco, mi señora. No, Gonzalo,
las gracias débo dároslas yo,
porque hombres cojo vos son los pilares de esta tierra.
(Lee): Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar,
que es el morir.
Allí van los señoríos derechos a se acabar
y consumir.
Allí los ríos caudales, allí los otros medianos
y más chicos allegados, son iguales
los que viven por sus manos y los ricos.
Este mundo es el camino
para el otro que es morada sin pesar,
más cumple tener bueno tino para andar esta jornada sin errar.
Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos,
y llegamos al tiempo que fenecemos,
así que cuando morimos, descansamos.
Isabel, otra vez lloráis.
Deberías dejar de leer esos versos,
solo consiguen despertar vuestra melancolía.
Si no queréis verme llorar, prometedme que no os sobreviviré.
Juradme que no me haréis pasar el trance de veros morir.
¿Por qué decís eso? Juradlo.
Si así os place, os lo juro.
El caballero que esperabais ha llegado.
Cuando los rebeldes de Extremadura dejen de ser una amenaza,
partiré a Sevilla.
¿Cómo permitís que ella dicte justicia y no vos?
¿Qué le ofreceréis? El cese de vuestras incursiones
en el Rosellón y la Cerdaña.
La desconfianza no es razón suficiente,
solo yo soy fuente de justicia.
(Grito de mujer). -¡Soltadla!
Os presento a Susana Susón y a Beatriz Osorio,
sobrina de Beatriz de Bobadilla.
¿Qué hacéis aquí, cómo habéis entrado sin aviso?
En nombre de la Corona, tomo este alcázar a mi servicio.
(Sollozo de mujer).
¿Cómo podéis vestir hábitos y estar tan lleno de odio?
¿Para eso estáis aquí, para conocer al hombre soñado?
No pienso complacer a la reina, hace buenos a quienes la precedieron.
Poco la maldigo,
para como nos ha tratado a los Pacheco;
humilló a mi padre y ha arruinado a mi hermano.
La situación en Sevilla es peor de lo que pensaba;
aquí el crimen campa a sus anchas.
Mi señora, creo que sueño, ¿qué hace este paraíso en la nada?
El emir amenaza con no pagar a Castilla.
¡Entregad las armas, en nombre de la reina!
Si os han recomendado mis tratamientos
será para ayudaros a concebir; es mi mejor talento como físico.
No podemos tolerar que la reina haga de Sevilla su hacienda.
Bien avisé que ese judío solo traería desgracias.
Como la haya malherido, no tendrá tiempo de convertirse.
Subtitulación realizada por Cristina Rivero Moreno. 
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