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Sommario:
Transcripción completa.
Sommario:
Isabel - Capítulo 15
Fernando e Isabel están de enhorabuena...¡la
reina está embarazada! Un varón traería un poco de tranquilidad al
reino, la sucesión estaría garantizada. Pero la guerra contra Portugal y los problemas matrimoniales de Isabel y Fernando pondrán en peligro a la Corona... ¡Isabel será más implacable que nunca! Mientras tanto, en la corte de Portugal, se vestirán de luto...
Transcripción completa.
Juro servir y seguir
a nuestra señora, doña Isabel.
Y de igual,
al muy alto y poderoso príncipe,
rey y señor nuestro,
señor don Fernando,
como su legítimo marido.
Os recuerdo que en Cervera,
antes de casaros,
accedisteis
a que ella fuese soberana.
Pero no accedí
a que me faltara al respeto,
ignorándome al subir al trono
y usurpando mi condición.
A mi esposo le ocupan asuntos
en tierras aragonesas,
pero pronto me acompañará aquí,
en Segovia.
¡Mi señor,
entramos en tierras de Castilla!
Seréis los primeros
en jurarme obediencia
como nuevo rey de Castilla.
Ya lo hicimos hace días,
ante vuestra esposa, la reina Isabel.
Convendría que Fernando
llegase lo antes posible,
para que Castilla
os viera respaldada por Aragón.
Necesitamos a Carrillo.
¿Me acusáis
de no haber proclamado a Juana?
Os conmino para que hagáis algo
para solucionar eso,
cuanto más tiempo pase,
más ajustada estará la corona
en la cabeza de Isabel.
Colmaré vuestras expectativas
por ambiciosas que sean.
No presto oídos a promesas vanas,
si no vais a poneros
al frente de esta empresa, decídmelo.
Sé a qué puertas debo llamar,
y, creedme,
tras ellas hay mucho más poder
que entre estas cuatro paredes.
Fernando acaba de darse cuenta
de que con Isabel está perdido.
Necesita un guía,
alguien con astucia, con experiencia.
¿Qué puedo hacer por vos?
-Invadir Castilla.
Padre, no podemos dejar pasar
esta oportunidad,
nos están abriendo
las puertas de Castilla desde dentro.
Conseguid el compromiso
de vuestros aliados
y venid a verme de nuevo,
hablaremos entonces.
Por cierto,
he sabido del nuevo embarazo
de vuestra señora Mencía,
con este ya contaréis tres vástagos.
Es absurdo suplicar vuestro apoyo
cuando un grande de Castilla
ya me lo ha dado.
Alonso Carrillo.
Para que yo arriesgue mis recursos,
exijo un plan más convincente.
Juro servir y seguir
a nuestra señora doña Isabel
como reina y señora natural
de nuestros reinos.
Al parecer,
ha hecho un alto en Turégano...,
más bien se ha instalado
en el palacio del conde.
Acabo de mandar un soldado a Segovia
para anunciar nuestra llegada.
¿Cómo que "de acampar
a las puertas de Segovia"?
La ciudad se prepara para recibiros
como merecéis, alteza.
Al rey de Portugal
le faltan ánimos,
pero se antoja fácil de convencer.
El que parece más dispuesto
es el arzobispo Carrillo.
Carrillo...
Isabel está ingobernable,
el recibimiento es solo una excusa
para haceros esperar.
Quiere volver a dejar claro
quién manda en Castilla y quién no.
Se está gestando
una insurrección contra vos,
y Diego Pacheco presume
de tener a Carrillo en su bando.
Jurad que no habéis conspirado
contra Isabel.
Veo que ya no me necesitáis, alteza.
Isabel y Fernando
han firmado un acuerdo en Segovia.
Su unión ahora es muy sólida,
y están decididos a gobernar.
Castilla nunca dejará
que un extranjero corone a su reina.
Lo hará, si tomáis por esposa
a vuestra sobrina.
Vuestra incursión
no sería la de un extranjero,
sino la de un rey que reclama
el trono para su esposa.
Subtitulado por TVE.
La reina y el rey,
de igual tamaño y rango.
Por la gracias de Dios,
protegidos
por el águila de San Juan.
No sobra metal
para acuñar las nuevas monedas.
Dios proveerá.
¿Os complace el lugar?
¿Pensáis trasladar el Alcázar?
Sabed que aquí,
cuando sea posible,
erigiré una ermita dedicada
a San Juan Evangelista,
pues bajo su protección
quería que supieseis
que en mi vientre ya vive
otro hijo vuestro.
El Señor nos bendice de nuevo.
Quería contároslo,
lejos de todos,
disfrutar de la ilusión
que veo en vuestros ojos.
Os lo agradezco,
nada podía hacerme más feliz.
Si nos concede un varón...
Le llamaremos Juan,
como vuestro padre.
Que su nacimiento traiga paz
a nuestras tierras,
y pueda heredar
un reino unido y próspero.
Así lo quiera Dios.
¿Sabéis algo de vuestro hermano?
¿Alguna novedad de nuestra embajada
ante el rey Alfonso de Portugal?
Aún no, mi señor,
la única certeza es que el rey
ha tomado partido por Juana.
Confiemos en haber encontrado
el modo de traerla de vuelta,
sin enemistarnos
con el rey que la protege.
Que así sea.
Castilla espera buenas nuevas,
y va a tenerlas.
La reina y yo esperamos
el nacimiento de otro hijo.
En verdad,
es una gran noticia, mi señora.
Enhorabuena.
Roguemos a Dios
para que nos conceda un varón,
y con él,
la dinastía de nuestros reinos
se afiance.
Querido marqués,
¿qué se les ofrece
a mis amigos castellanos?
Mis señores,
Fernando e Isabel,
os hacen llegar sus deseos
de paz y prosperidad.
Largo viaje os han ordenado
para expresar tales deseos.
¿No hubiera servido una carta?
Mis señores solicitan
del rey de Portugal
que permita regresar a Castilla
a la princesa Juana,
para velar por su futuro
y acordar un matrimonio
adecuado a su rango.
Agradeced a vuestros señores
sus buenos deseos y generosidad,
y decidles que siempre serán
muy queridos y amados por nos.
Y decidles también
que la princesa Juana
está bien cuidada y atendida
en casa de su tío, el rey,
que ya ha velado por su futuro
y le ha compuesto un matrimonio
digno de su alta posición.
Comunicad también a vuestros señores
que me complacería contraer nupcias
con tan distinguida
infanta aragonesa,
de no ser que mi matrimonio
ya ha sido concertado.
Tenéis que saber vos,
y por vos vuestros señores,
que la princesa Juana
pronto será mi esposa.
Ella será reina de Portugal,
y yo rey de Castilla.
Debéis recordar, señor,
que Catilla ya tiene reyes,
y que defenderán su reino
contra cualquier amenaza
con todos sus poderes.
Así debe hacer un rey,
no tanto el que pretende serlo.
Abrazad en nuestro nombre
a mis primos, Isabel y Fernando,
reyes de Sicilia
y príncipes de Aragón.
Alteza, vuestro padre me ordena
volver cuanto antes a Aragón.
Id con Dios,
bien sabéis que siento veros partir.
El emisario
ha traído otra noticia, señor.
Vais a ser padre.
No os preocupéis,
Aldonza está al cuidado
del rey don Juan.
Procurad que la nueva
regrese con vos a tierras aragonesas
yo decidiré cuándo se momento
de que se sepa en Castilla.
¿Qué sabemos del rey de Francia?
-Nada, mi señor.
¿Hasta cuándo
hemos de esperar su respuesta?
Hasta que a mi parecer,
sea oportuno.
Castilla es una fruta madura,
solo tenemos que ir y cogerla.
De necios sería
empezar una guerra
sin estar seguros
de que va a ganarse.
Vos calculasteis
la suma de nuestras fuerzas,
castellanos y portugueses unidos,
¿por qué dudáis entonces, Bragança?
Puedo calcular cuántos iremos,
pero no cuántos volveremos,
ni cómo ni cuándo.
Lo cierto es que cada día que pasa
Isabel en el trono,
es más reina de Castilla
a ojos de todos.
Señores, temo
que ni mi padre ni el duque
sean los aliados que precisan;
busquen en otra parte tal vez.
¡Basta de boberías!
Primero me desposaré con Juana,
después recuperaremos
el trono de Castilla.
Y esa boda,
¿cuándo tendrá lugar?
Cuando consigáis la bula de Roma.
-¿Aún la bula?..., ¡padre!
¿Pretendéis provocar en casa
lo que Isabel se ha buscado
en Castilla?
Su audacia la ha llevado al trono,
¡mientras Juana aguarda
que sus partidarios dejen de hablar
y empiecen a actuar!
-Pues que aguarde, y vos con ella.
Yo no voy a permitir
que se dude de mi legitimidad,
ni voy a enemistar mi reino con Roma.
Cuando llegue la bula
me desposaré con Juana.
Para entonces,
ya sabremos del rey Luis.
Por la bula no debéis preocuparos,
con Roma todo es posible,
si se puede garantizar
algún beneficio.
Ocupaos de la negociación, Carrillo,
por oro no será.
Mi señora,
me habéis mandado llamar.
¿Deseáis confesión?
Así es, reverencia,
pero no con vos.
¿Conocéis
a fray Hernando de Talavera?
Conozco sus escritos.
Es mi deseo
que sea mi confesor.
Pero alteza, sabéis que yo...
Fray Hernando tiene fama
de hombre virtuoso,
no es mi deseo
distraeros de vuestras obligaciones,
y más ahora,
que tenéis otro hijo al que atender.
Negarme vuestra confianza
es el mayor castigo a mis pecados.
Reverencia, no podría encontrar
consejero más fiel y leal que vos.
A ciegas os confiaría
cualquier asunto de Gobierno.
Pero no haré lo mismo
con los que atañen a mi alma,
poniéndola en manos de un clérigo
que incumple sus votos.
Obrad como os plazca, mi señora.
A nadie libraréis de sus faltas
por mentarlas,
pero cuán nociva
puede ser la intransigencia
para quienes os son leales.
En poco he de estimar la lealtad
de quien no aprecia
que esta reina decida según su fe.
Como consejero
y no como clérigo os recuerdo
que no es este el tiempo
para despreciar cualquier lealtad,
por menguada que sea...
No insistáis.
Obedeced,
hablad con fray Hernando.
Os deseamos
un buen regreso a Castilla,
y esperamos
que nos encontremos pronto allí.
Nos unen los mismos deseos, alteza.
Hacéis bien
en despediros de la princesa,
la próxima vez que la veáis
ya será reina.
Es hora de partir,
queda un largo viaje hacia Alcalá.
Os acompaño.
Pensaba
que ibais a comer con nosotras.
Hoy comeré en mi cámara,
venía a decíroslo.
Una reina ha de saber comportarse
ante su futuro esposo.
¿No os dais cuenta?
Solo él puede devolveros
lo que la usurpadora os arrebató.
Correspondedle como merece.
Juana.
Pensé en fray Hernando
por el libro que me ofrecisteis.
Solo mis obligaciones
me han apartado de su lectura.
Sabía que os agradaría.
Pero habéis sido muy estricta
con el cardenal Mendoza.
¿Tampoco vos me entendéis?
Entiendo que no se puede cambiar
a las personas de un día para otro.
No procuro tal cosa,
pero no aceptaré
que un hombre de Dios
lleve una vida...
También es un hombre de Estado,
y antes que todo, un hombre.
Los príncipes de la Iglesia
son miembros de poderosas familias.
No hay en ellos la vocación
de retirarse del mundo
y consagrar su vida
a la contemplación;
de eso ya se ocupan otros.
Que cuentan con toda mi devoción.
Y así debe ser,
pero la Iglesia también necesita
hombres como Mendoza
para dirigirla y agrandarla.
Y hay que tolerar
lo que entendéis como debilidades.
¡Jamás!
Cuanto más alto es nuestro rango,
más alta debe ser nuestra virtud.
Hemos de ser un ejemplo
para los que gobernamos.
Mal ejemplo damos
ofendiendo a quienes son leales.
¡Ofendido o no,
no volverá a confesarme!
Isabel.
Buenas noches, hija.
Dios os escucha, decid.
Padre, me acuso de haber pecado.
Una mujer en Aragón
espera otro hijo mío.
¿La reina lo sabe?
La reina sabe
que todos somos pecadores,
y que debemos suplicar perdón.
Dios en su infinita misericordia
concede el perdón
a aquellos
que muestran arrepentimiento
y propósito de enmienda.
Su alteza la reina, sin embargo,
no parece dispuesta.
Creedme, la reina perdona,
aunque no olvide.
Eso no impide que me ame.
Igual que confía en vos
y estima vuestra lealtad.
Yo no le he prometido obediencia
para ser luego objeto de ofensa.
Si es voluntad de la reina
que yo caiga en desgracia
para que un fraile cualquiera
ocupe el lugar que...
A Isabel le complacen mucho
los escritos de ese Talavera,
pero no os inquietéis,
no va a haceros sombra en la Corte.
Reverencia,
a nadie le conviene otro Carrillo.
Confiándoos lo que me atormenta,
estoy en vuestras manos.
¿Acaso no apreciáis el gesto
en lo que vale?
Traed a ese fraile,
la reina os lo agradecerá.
En cuanto a mis pecados...
Dura penitencia os espera
cuando lleguen a oídos de su alteza.
No añadiré más.
"Ego te absolvo in nomine Patris...".
¿Tan graves son las nuevas, marqués,
que no pueden esperar?
(Lee): Y yo, Juana,
cumpliendo con la voluntad del rey,
mi señor y padre,
fui jurada en Cortes
como sucesora de estos, mis reinos,
sin lo cual
nunca princesa alguna,
será reina sino usurpadora.
Y la reina de Sicilia
y su esposo Fernando,
por codicia desordenada de reinar,
acordaron en dar ponzoña
a mi señor el rey, mi padre.
Que después falleció,
apropiándose de sus reinos,
dejándolos al desorden
y la ruina.
Por todo ello y más,
según derecho divino y humano,
la herencia de estos reinos
pertenece justa y debidamente a mí.
Firmado: "Yo, la reina".
No será Juana
la única que pague por sus palabras,
sino los traidores
que guiaron su mano al escribirlas.
Un campesino respondería
de manera más contundente
a una afrenta
la mitad que esta.
Pero vos sois la reina,
y de vos depende Castilla.
Tenéis razón,
ni soy un campesino,
y menos una asesina,
diga lo que diga la... muchacha.
Que nadie en Castilla
la trate de alteza
ni de excelentísima señora
a partir de ahora.
Así se hará,
todo el documento es una provocación.
Es una declaración de guerra.
Con Portugal a su lado,
su ejército será muy superior
al que podamos reunir.
¿Podemos impedir esa boda?
Necesitan una bula del papa,
podemos intentar retrasarla.
Señores, debemos contar
con que ese matrimonio es cosa hecha.
Ofrecimos generosidad
a quienes así tratan de ofendernos,
ya hemos negociado de más.
En Castilla solo hay una reina,
y esa reina soy yo.
Entonces..., ¿guerra?
Guerra, Cárdenas, guerra.
No temáis la derrota,
como no la temo yo.
Dios solo puede estar
de nuestra parte.
El futuro de Castilla
está en nuestras manos,
y en las de Dios.
Han decidido arrebatarnos Castilla,
y nosotros solo contamos
con un puñado de leales.
¿Podremos vencer?
Presionaremos a Roma.
Buscaremos alianzas
con quienes no han decidido el bando
y le convenceremos para que sumen
sus fuerzas a las nuestras.
Tenemos una misión divina, Isabel,
no podemos flaquear.
Doy gracias a Dios
porque estéis a mi lado.
Descansa.
Más tarde,
debo escribir a Carrillo.
Nos ha traicionado,
¿por qué tanto empeño
en reconciliaros con él?
Es mucho lo que le une a mí.
No voy a dar por perdido su favor
sin hacer lo que esté en mi mano.
Debo conseguir su apoyo,
o al menos,
que se mantenga al margen.
Oídme bien.
Hoy declaro la guerra
por mar y por tierra
contra el rey de Portugal
y contra todos mis desleales.
La lealtad de Asturias y Vizcaya
es incuestionable.
Pero Castilla, Andalucía y Galicia
van a estar divididas.
Todo aquel que pueda poner sus armas
a nuestra disposición,
será requerido,
si tiene cuentas con la justicia,
se le perdonarán.
Y Aragón,
¿podemos contar con el apoyo
de vuestro padre?
No mientras persista su conflicto
con los catalanes.
Id y cumplid con vuestro deber.
Por Castilla.
(Todos): Por Castilla.
Zamora, Toro y Ciudad Rodrigo
serán mías.
Seréis rey de toda Castilla.
-Pero también señor de estas plazas.
Es mi deseo cobrar las deudas
y disponer de ellas
a título personal.
Alteza, ¿no os basta?...
Lo añadiremos
a lo acordado para Badajoz.
Al este de esa ciudad,
hacia mi señorío de Villena,
yo ejerceré la autoridad
en vuestro nombre.
¿Os place?
-Concedido.
Pero Galicia pertenecerá
a la Corona de Portugal.
Queda por decidir qué haréis
con los dominios de los Mendoza.
¿Os estáis repartiendo
el reino de mi hija?
No consentiré
que lo hagáis a sus espaldas.
Juana, la princesa es solo una niña.
-Y aún no es reina.
Más vale que lo sea pronto,
veremos si vos
podéis seguir siendo marqués.
Dejadnos, Pacheco.
Os fiais
del que vende la piel del oso
antes de haberlo cazado.
Comprendo que como madre veléis...
-Comprended mi inquietud, hermano.
El futuro de mi hija depende
de que os desposéis con ella
y que en adelante seáis vos
quien vele por sus intereses.
Sosegaos.
En cuanto Carrillo consiga la bula...
-¿Acaso esperó Isabel?
No, igual que no esperó
para quitarle el trono a mi hija.
Abrid los ojos, hermano.
Con Roma no basta el oro;
si hay boda,
la bula llegará.
¿Habéis amenazado a la reina
con retirarle nuestro apoyo
porque no desea confesar con vos?
Pero cómo se os ocurre.
¿Debo aceptar que la reina me juzgue
con mayor severidad que a Carrillo,
que ha holgado
y traicionado como pocos?
¡No, soy un Mendoza!
¡Sois un cretino!
Y además sois mi hermano,
y me comprometéis
con vuestros devaneos.
Abandonamos a Juana a su suerte,
Dios nos perdone,
por el bien de Castilla.
Y porque nos convenía.
Quiera Dios
que Isabel no sea derrotada,
porque los Mendoza
perderían mucho más
que el privilegio
de escuchar a la reina en confesión.
Tenéis razón,
no debí sembrar dudas
sobre nuestra lealtad.
Cumplid la petición de la reina,
que sepa que sois vos
quien le proporcionáis al tal...,
fray Hernando.
Y del bastardo aragonés,
ni mención.
Es secreto de confesión.
Por ahora.
Mirad ahora cuanto os plazca,
en pocas semanas este vestido
servirá solo para forrar un cabezal.
No digáis tal, señora,
que aguardará en un baúl
hasta que vuestra figura
vuelva a su ser.
Si Dios quiere.
Dar hijos al esposo
es prueba de amor.
Sí,
dura prueba es para ambos.
Aunque hay quien dice
que no hay mujer más bella
que la mujer encinta.
¿Vos qué opináis, mi señor?
Que es gran verdad.
Y más si al cabo nace
un heredero a la Corona.
Perdona.
Si os referís
a mi disputa con el cardenal,
no os falta razón.
Como cristiana sigo pensando igual,
pero como reina
debí tener más tacto.
Sabéis que soporto mal
estar enojado con vos,
y peor aún
que vos lo estéis conmigo.
Descuidad, no hay razón.
Mendoza ha citado
a vuestro nuevo confesor,
hoy podréis conocerle.
¿Veis? No hay razón.
Nada debe interponerse
entre nosotros ahora.
Debemos estar más unidos que nunca,
por Castilla y por nuestros hijos.
Fray Hernando,
vuestra labor como prior
en el Monasterio del Prado
es muy apreciada.
Os señalan
como un hombre temeroso de Dios,
austero
y consagrado a la vida espiritual.
Reverencia,
no son atributos destacables
en un hombre entregado
a servir al Altísimo.
A buen seguro sabréis
que no soy amigo de lisonjas,
y mucho menos de acertijos.
Os ruego me digáis
por qué me habéis hecho llamar.
La reina precisa un confesor.
Vuestra virtud os hace idóneo
para dar cometido.
Pero, reverencia,
mi lugar está al lado de mis hermanos
y no en la Corte.
¿Os dais cuenta
del honor que se os hace?
Y ojalá supiera expresar mi gratitud
de mejor modo,
pero no es el afán de honor
lo que me ata a este mundo.
Acabemos con esto.
¿No hicisteis acaso
voto de obediencia?
La reina os espera;
lo que queráis vos o quiera yo
no viene a cuento.
Alteza, permitidme que os presente
a fray Hernando de Talavera.
Cuánto deseaba conoceros,
fray Hernando,
aunque apenas he podido leer
unas páginas de vuestro libro.
Siempre ha sido así,
mi señora:
cuanto mayores son
las obligaciones terrenales,
más se descuidan las espirituales.
Pues no está en mi ánimo
que eso ocurra.
Reverencia, os agradezco de corazón
vuestros buenos oficios.
Veo que puedo seguir
contando con vos.
Para cuanto gustéis, alteza.
Habrá tiempo de hablar
de vuestros escritos,
ahora es mi deseo
que me escuchéis en confesión.
¿Empezamos?
Os ruego que os arrodilléis, alteza.
¿Pedís a la reina de Castilla
que se arrodille ante vos?
No ante mí, señora,
sino ante Dios.
Durante el sacramento,
este es el tribunal de Dios,
y yo soy su representante.
Así que vos
permaneceréis arrodillada,
y yo sentado.
Dios no os ve como reina,
sino como pecadora.
Es a él
a quien confesáis vuestras faltas.
Y para perdonaros exige de vos
un acto de contrición,
y, sobre todo, humildad.
Salid.
Creo que sois vos
quien debe tomar
un buen plato
de esa humildad de la que habláis.
No es mi intención
faltaros al respeto.
A cada uno nos ha dado Dios
una misión en la Tierra,
y debemos poner
nuestro mejor empeño en cumplirla.
Que el Señor os permita
llevar a cabo la vuestra.
Fray Hernando.
Espero que estéis a la altura
de la ilusión que habéis hecho nacer
en vuestra reina.
Que Dios os ayude también
a cumplir esta misión.
Sois la reina de Castilla,
mi amor,
la que toca ahora
no será la peor de las obligaciones.
Juana,
un hijo podrá al rey
siempre de vuestro lado,
asegurará vuestra posición.
Dejaos hacer,
y acabará pronto.
Pasos
Salid todos.
¿No me habéis oído?
¡Todos fuera!
Tranquila,
no debéis temer nada.
A los ojos de Dios y de todos,
ya sois mi esposa.
Ahora dormid.
¿En qué pensáis?
Pensaba en que...,
si algo sucediera...
No debéis temer por mí.
No hay negocio
menos seguro que la guerra.
¿Qué sería de la princesa...,
y de mí?
Sé cuáles son mis obligaciones,
como rey,
como esposo y como padre.
Prometedme que seréis prudente.
Os lo pide la reina,
pero os lo suplica vuestra esposa.
Dad por seguro que regresaré.
No hay fuerza en este mundo
que pueda separarme de vos.
No creo que sea
demasiado temprano para un fraile.
Descuidad, señor,
estoy a vuestra disposición.
¿Deseáis confesar?
Requiero de vos
otro tipo de servicio,
fray Hernando.
Quiero que escribáis mi testamento.
Si el grueso de vuestro ejército
continúa su avance por Extremadura,
hacia mis dominios,
toda Castilla, al sur del Tajo,
será nuestra.
No contáis
con los nobles de Andalucía.
Los que se resistan,
se les reducirán sin dificultad.
¿Dejaríais que Isabel
se hiciera fuerte
en el corazón de Castilla?
Con nuestras espaldas cubiertas,
avanzaríamos hacia el norte
sin dificultad.
Hay otra manera.
El ejército francés
entrará por los Pirineos,
Luis de Francia
nos ha dado su palabra.
Vayamos a su encuentro
desde el valle del Duero.
Zúñiga nos es favorable,
con Burgos a nuestra disposición,
Isabel estaría rodeada.
Estamos ocupados
en asuntos de Estado.
¿Acaso no lo es
la consumación de vuestro matrimonio?
No se gana una guerra
ganando batallas a medias, hermano.
Juana es una niña.
-¿Y si morís sin la bula?
No seáis agorera, hermana.
-¿Qué sería de Juana?
Concededme la regencia.
Si la fortuna os es adversa,
que no lo sea para Juana.
Yo velaré por ella
hasta que pueda reinar.
¿Pretendéis usurpar
mi derecho al trono?
Veo que es costumbre contagiosa.
Reinaríais en Portugal, sí,
pero los castellanos
no os aceptarían;
sois un niño
en un cuerpo de hombre.
Tendréis lo que pedís
de mi puño y letra.
¡Padre!
¡No moriré en los campos de Castilla!
Y aún menos,
vivir entre disputas.
Sosegaos, lo que menos necesitamos
es perder el favor de vuestro padre.
¡No y no!
No iremos a la guerra
para que se lo quede
la puta de mi tía.
No lo hará, os lo juro.
Es, sin duda,
el testamento de un gran rey.
Fernando nombra a nuestra hija
heredera de Aragón y de Sicilia,
y le pide a su padre,
el rey Juan,
que cambie la ley
par que pueda reinar siendo mujer.
"Y así unidos los reinos de Aragón
con estos de Castilla y León
haya un príncipe, rey y señor,
gobernador de todos ellos".
Más no podría pedirse a un rey,
ni tampoco a un padre.
En verdad,
reitera el amor por vuestra hija.
Pero atended a su palabras,
un gran amor, reforzado por ser
"hija de reina y madre tan excelente"
Tan excelente me considera
que me pide cuidar
de sus hijos naturales.
Y de sus madres;
¿qué he de hacer?
Señora,
bien es cierto
que el rey ha pecado,
pero no es menos cierto
que fue antes de ser su esposo.
Y este documento no solo muestra
el gran afecto que os profesa,
sino la responsabilidad que asume
sobre sus actos y sus consecuencias.
El rey va a ir a la batalla,
y precisa todo el apoyo
de su esposa amada.
Debemos predicar con el ejemplo.
Pero, ¿es esta la nueva moral
que necesita el reino?
En la medida
que asegura vuestro reinado,
este testamento es indispensable
para implantarla,
pues solo podrá hacerse
si el reino lo gobiernan
las personas adecuadas.
Según leí el documento,
me preguntaba por qué el rey
os eligió a vos para escribirlo.
Ahora lo sé.
Si quisierais,
seríais buen hombre de Estado.
A veces me asusto
de lo que os amo.
Tanto, que me veo capaz de aceptar
lo que no debería aceptar
mujer alguna.
Partís a la guerra
y no pienso en mi reino,
sino en vos.
Siento vergüenza de sentir así.
¿Y no ha de ser de esta manera?
Apenas nos quedan unas horas,
y sois mi esposa.
Ahora no habla la esposa,
ni la reina, habla la mujer.
Habla el miedo a perderos.
Y los celos.
Y el temor a que si la naturaleza
manda en mí de tal modo,
cómo no lo hará en vos,
siendo hombre.
Habláis de otras mujeres
en vuestro testamento,
y sé que son pasado,
pero las temo.
Porque no sé si encontráis en mí
lo que ellas os han dado.
Ninguna mujer
puede darme más que vos.
Por una poderosa razón:
solo a vos he amado,
y solo a vos amaré.
Que me perdone Castilla,
pero si Dios nos niega la victoria
y os permite volver,
podré seguir viviendo solo con saber
que estáis junto a mí.
No os voy a fallar, Isabel,
por muy adversas
que sean las circunstancias.
¿De dónde habéis sacado eso?
De Plasencia, madre.
Los reyes parecen un matrimonio joven
y bien avenido.
Sois la única reina de Castilla.
Si no lo creéis vos,
cómo van a hacerlo los demás.
¿Os encontráis mal?
Madre.
Madre.
Madre.
No es nada.
Juana,
vuestra única preocupación
debe ser cumplir vuestro destino.
Hoy partiréis para recuperar
lo que os han robado.
Venid conmigo.
Vos debéis ocupar vuestro lugar
y yo el mío.
Aguardaré en Castilla
vuestro regreso.
(Llora): Acompañadnos,
os lo suplico.
Temo por vos.
(Gemido).
¿Estáis bien?
Estoy bien.
Hija,
todo lo que he hecho
ha sido pensando en vos.
Espero que podáis perdonar
mis errores.
Madre.
Vos sois la única hija
del rey Enrique.
Pase lo que pase
nunca lo olvidéis.
Vos sois la reina, nuestra señora.
Tenéis mi bendición.
Ahora partid, os esperan.
Adiós, madre.
Coraje, Juana.
Allí van los mejores hombres
para luchar por la mejor causa.
Esos caballeros y su reino
no decepcionarán a Catilla
ni a su reina.
Rogad a Dios
para que nos los devuelva
victoriosos y salvos.
Que preparen mi montura,
y una pequeña guardia
para acompañarme.
Señora, ¿dónde pensáis ir?
A buscar a Carrillo,
que no responde a mis cartas.
Pero señora...,
¿en vuestro estado?
Solo yo, su reina,
puede convencerle,
y lo sabéis.
Señor,
la ciudad de Toro ya es vuestra.
Considerarla
como la puerta de Castilla entera.
(Todos): ¡Por Castilla, Castilla!
Eminencia.
-¿Qué ocurre?
Es la reina,
está llegando a Alcalá.
¿La acompaña un ejército?
Apenas unos hombres, señor,
la reina viene de paz.
¿Traéis noticias del arzobispo?
Sus palabras, señora son
que si la reina entrase
por una puerta a Alcalá,
el arzobispo saldría por otra.
Son miles los infantes
venidos de Asturias,
y numerosos
los arqueros vizcaínos.
El conde duque de Benavente
se nos ha unido con 1.800 lanzas;
hemos reunido
una fuerza considerable, señor.
No me preocupa
el número de nuestros hombres
sino su desorganización.
Cada noble
ha traído a sus tropas,
que solo responderán
a las órdenes de su señor,
y estos se mezclan
con la guardia real
y con las peonadas malpertrechadas
que han enviado villas y ciudades.
Aún así,
es un gran ejército.
Alfonso se ha hecho fuerte en Toro,
y nosotros carecemos de maquinaria
para sitiar la plaza.
No debemos caer en engaño,
el enemigo es más poderoso.
Solo venceremos si comete un error
y sabemos aprovechar la ocasión.
Mi señor,
Zamora se ha declarado
a favor del rey Alfonso.
Podrán recibir refuerzos
por el oeste.
Esto no mejora nuestra situación.
¿Qué sabemos
de la frontera con Francia?
Ningún ejército la ha cruzado.
Si Alfonso ha llegado hasta aquí
desde Extremadura,
es que ha convencido al rey Luis
para que intervenga.
Tenemos que impedir
que los portugueses
vayan a su encuentro.
Podemos cortarles el paso.
Con Toro a nuestras espaldas,
estaríamos entre dos fuegos.
Queda León, alteza.
Mientras se mantenga leal.
Si cae en sus manos,
nos habrán arrinconado.
Pretendéis lo imposible,
que León esté a bien
con los dos bandos.
¿Y qué debería inclinarnos
hacia vos y el rey de Portugal?
Que vamos a ganar esta guerra.
¿Querréis estar entre los vencidos
cuando esto acabe?
La escribió la reina Isabel
de su puño y letra.
En alta estima ha de tenerme
para haberlo hecho.
Isabel os ha escrito,
y el rey Alfonso
me ha enviado en persona.
¿Aún dudáis
de quién os estima más?
Si uno mi suerte a la de Isabel
y Dios le da la victoria,
mi futuro será otro.
Lo tengo por escrito.
¿Cuánto dinero
os pide a cambio?
El rey Alfonso no necesita
el oro de nadie para vencer,
y cuando acabe,
sabrá ser muy generoso
con quienes le han sido fieles.
Con Toro y Zamora de nuestro lado,
si León nos apoya,
la guerra durará dos días,
¿no sois capaz de verlo?
Necesito garantías
de la generosidad del rey Alfonso.
¿Garantías?
Quiere garantías.
Está bien, ponedlo por escrito
y hacédselo llegar.
Y acompañadlo de un anticipo.
Mañana, Castilla entera
puede ser nuestra,
¡vayamos a la batalla!
No vamos a aventurarnos
hasta que los franceses
den señales de vida.
Entonces iremos a su encuentro.
El príncipe tiene razón,
las puertas de Castilla
están abiertas de par en par.
¿Van a cerrarse
porque esperemos unos días?
No hay prisa.
Padre...
-Ya he dicho lo que tenía que decir.
Esperaremos noticias del rey Luis.
¿Tenéis noticias de mi esposo?
No ha habido movimientos, alteza.
Se os ve preocupado.
¿Qué ha ocurrido, pues?
El alcaide de León,
no responde a nuestras misivas,
y tampoco llega el tributo
que le solicitamos para la guerra.
Tanta tardanza
solo tiene una explicación.
¿Él no declarado la ciudad
a favor de la muchacha?
No, aún no.
De haberlo hecho
la guerra estaría perdida.
Y la vida de vuestro esposo
correría grave peligro.
Ya no podemos contar con León.
No me costaría
meter en cintura al alcaide.
Si me lo ordenáis,
acudiré con mis hombres.
¿Y dividir nuestras fuerzas?
Eso nos haría más vulnerables.
¿No podemos conseguir refuerzos?
¿De dónde?
No hay más hombres
que los que hemos reunido.
Con León y Zamora en sus manos,
Alfonso tiene vía libre
hasta Galicia,
de allí le llegarán
soldados y suministros.
Son más fuertes,
están mejor pertrechados,
pero no plantean batalla,
¿por qué?
¿Vos no lo haríais en su situación?
Sin duda.
Si no atacan es porque no están
tan convencidos de la victoria.
Alfonso es un hombre precavido.
Ahí está el talón de Aquiles
de nuestro enemigo.
Tengo una idea.
Desesperada,
pero es nuestra única posibilidad.
¿Venís a discutir la capitulación?
Alteza, traigo un mensaje
del rey Fernando.
¿Y qué desea de mí vuestro señor?
Sabiendo que la contienda
está igualada,
el rey quiere evitar
el derramamiento de sangre.
Sabiendo también
que vos sois caballero,
propone que sea Dios
quien decida en esta disputa.
Y reta a vuestra alteza
a un combate singular entre ambos.
Bien, no es propio de caballeros
rechazar un desafío.
¿Pensáis aceptar?,
todo esto no es más que una celada.
Perdonad a mi hijo,
su bisoñez le lleva a hablar
cuando debería escuchar.
-Esperad fuera,
pronto os llegará
la respuesta del rey.
Somos muy superiores a ellos,
vos lo sabéis,
y este desafío demuestra
que Fernando lo sabe.
Soy un caballero.
-Alteza, el príncipe tiene razón,
no debéis dejaros engañar.
¿Y cómo un caballero
puede continuar siéndolo
si reúsa un desafío?
Señor,
no podéis reusarlo.
Pero, como caballero que sois,
tenéis derecho a exigir condiciones.
Llaman a la puerta
Adelante.
¿Hay algo
en lo que pueda ayudaros?
Se trata de la reina.
Hablad.
Es..., es una noticia
que ha llegado de Aragón,
de la que mi esposo
me ha hecho partícipe y...,
no sé si la reina
debería saberla o no.
Si le concierne y vos la sabéis,
¿cómo podéis dudar?
Vos sabréis mejor que yo
qué hacer,
la reina os tiene en gran estima
y atiende vuestro consejo.
¿Pero qué ha ocurrido?
El rey,
ha tenido una hija en Aragón.
Volved a Aragón,
y agradeced a mi padre
que se haya ocupado de todo.
El portugués acepta,
con una condición:
la reina y la muchacha
deben estar presentes;
el vencedor se queda
con ambas damas.
Alfonso ha sido bien aconsejado,
sabe que nunca aceptaré
tal condición.
Han salvado el honor
evitando el desafío.
Estamos en manos de Dios, alteza.
No es poca su tarea
si quiere darnos su favor.
Esta reina
ya no puede ordenaros nada,
solo suplicaros que entendáis
la voluntad de una mujer,
agonizante,
cuya última preocupación
es el futuro de su hija,
y por ende, de Castilla.
Que Dios os permita
llegar a tiempo.
Y acudo a vos
como príncipe de la Iglesia,
pero, sobre todo,
como hombre conocedor de la Corona.
Estáis en los cierto,
el asunto puede traer
graves consecuencias,
y sois consciente
de la delicada situación de los reyes
Yo he contribuido a que la reina crea
que las faltas del rey son pasado.
¿Sentís
que la habéis engañado?
Sentiré que la engaño
si no revelo lo que sé.
Entiendo...,
no se trata entonces
de un problema de lealtad,
sino de conciencia.
Reverencia, en este caso
no veo cómo diferenciarlos.
En vuestra opinión,
¿qué valdrá más ante Dios,
nuestro Señor,
la lealtad a vuestra conciencia
o la de la Corona de Castilla?
Del buen entendimiento de los reyes
dependen los destinos
de miles de almas.
¿Os imagináis
el cataclismo que provocaríais
si el matrimonio de Isabel y Fernando
en plena guerra estallara,
en pedazos?
No es tal mi intención.
-Pues entonces callad.
Y si no podéis vivir
con vuestra zozobra,
os escucharé en confesión.
No será necesario.
Aporrean la puerta
(Grita): ¿Qué ocurre?
Es la reina señor,
la reina Isabel está en León.
(Vítores a la reina).
¡Viva la reina!
-(Todos): ¡Viva!
¡Viva Isabel!
¡Viva la reina!
-(Todos): ¡Viva!
¡Viva la reina!
-¡Viva, viva!
Alcaide, a mi servicio cumple
que me entreguéis mi plaza.
Vuestra siempre ha sido, alteza.
Descansad del viaje,
y permitid que junte
mis gentes y pertenencias.
Alcaide, a mí place
que saquéis todo lo vuestro,
pero no cumple mi servicio
que salgáis de aquí
sin haberme apoderado
de mi fortaleza.
Vítores a Isabel y Fernando
Salid y explicad a mi ciudad
si estáis con su reina
o con el invasor portugués.
Siempre he sido un leal vasallo
de vuestra alteza.
Isabel ha entrado en León
y la ha puesto de su lado.
¿Con qué ejército,
de dónde lo ha sacado?
Solo un puñado de hombres
han ido con ella.
Esa Isabel
más parece varón que mujer.
Alteza, el ejemplo de León
no nos conviene,
dará que pensar
a los indecisos.
Con tanta espera, padre,
perdemos nuestra ventaja.
No ha lugar
para más dilaciones.
Tenéis razón,
no cabe esperar más.
Cuán lejos parece lo andado,
ahora que vamos de vuelta.
Debimos descansar
más tiempo en León.
Mi señora, con vuestra gesta
habéis protegido a vuestro esposo
y con él, a Castilla entera,
pero tantas jornadas a caballo
en vuestro estado...
quizá deberíamos detenernos.
Dios quiera
que tantos pesares sirvan
para obrar el milagro
de nuestra victoria.
Acercaos.
Así me veo,
que solo mi peor enemigo
puede ser ahora mi mejor aliado.
Debéis descansar, señora...
-No hay tiempo,
¿no veis que me estoy muriendo?
Ayudadme a dejar este mundo en paz.
¿Queréis confesión?
Debéis jurarme
que cuidaréis de mi hija Juana,
que haréis de sus intereses
los vuestros propios.
Solo vos podéis convertirla
en la reina
con la que Castilla sueña.
¿No lo hicisteis con Isabel?
Hacedlo ahora con Juana,
no os defraudará.
No os defraudará.
Os lo juro, señora.
No estéis enojado conmigo,
fray Hernando,
el viaje a León era necesario,
y ha sido provechoso.
Nadie lo duda, alteza.
Entonces, ¿a qué esa cara?
¿Y a vos qué os ocurre?
¿Qué le ha pasado a Fernando?
Nada, alteza.
Perded cuidado.
Algo pasa, decid qué ocurre.
¡Hablad, os lo ordeno!
El rey ha tenido una hija en Aragón.
Salid, dejadme sola, os lo ruego.
(Gime).
¡Beatriz!
¡Beatriz!
¡Ay, señora!
¡Ayuda!
¡Ayuda!
La reina ha demostrado gran valor
con lo conseguido en León.
Ahora Alfonso debe elegir:
o nos ataca, o se retira.
No hay duda de que están dispuestos
para la batalla.
El momento que tanto temíamos
ha llegado.
Alteza, aún cabe negociar.
Alfonso codicia...
O la reina es Isabel o es Juana.
Poco se puede negociar
en este asunto.
Si presentáis batalla,
la derrota es segura.
Nuestro ejército será aniquilado.
Isabel ha tomado León
con las manos desnudas.
A mí me respaldan miles de hombres,
¿y no debo presentar batalla?
Perded el ejército
y habréis perdido la guerra,
vuestra alteza lo sabe
tan bien como yo.
¿Puede un rey tomar esta decisión
sin malograr su honor?
Levantad el campamento,
volvemos a Segovia.
Salvad a mi señora,
por lo que más queráis,
que no muera.
Decid,
¿hembra o varón?
Varón.
(Hablan en voz baja).
¡Callad!
La reina ha muerto,
la Corte está de luto.
Recemos juntos para que se cumpla
la última voluntad de vuestra madre.
Ahí llega.
¿Va el rey?
Solo es la vanguardia del ejército,
señora.
Que los primeros caballos
que lleguen a las murallas
sean alanceados.
¡Isabel!
Señora,
esos hombres han luchado por vos.
Si hubiesen luchado,
volverían derrotados,
pero con honra,
y al pie de la muralla
hubiesen encontrado a su reina,
en vez de lanzas.
Que todos sepan cómo son recibidos
los cobardes en Castilla.
(Grita): ¿Así recibe a su ejército
la reina de Castilla?
Podéis pensar que la mujeres
no tenemos seso para juzgar,
pero no podéis negar
que tenemos ojos para ver.
Y veo unas tropas que vuelven
vencidas y humilladas
sin haber entrado en combate.
¡Vos esperáis un milagro
y los tiempos de Jericó
ya han pasado.
¡La prudencia es Dios en batalla!
Las guerras no las ganan
los hombres que piensan,
sino los que actúan.
¡Dad, señora,
a las ansias del corazón reposo,
que el tiempo y los días
os traerán tales victorias!
¡Esperaba de vos
palabras de ánimo y consuelo,
más las mujeres siempre son
de tan mal contentamiento,
especialmente vos, señora,
que por nacer está
quien contentaros pueda!
¡Salid!
Dejadnos solos.
(Grita): ¿Hubieseis preferido
que regresara cadáver?
¡Isabel!
(Grita): No os acerquéis.
Isabel.
Era un varón,
nuestro heredero.
Nacido muerto,
mientras vos volvéis humillado,
y con una hija en Aragón.
Dijisteis que no me fallaríais.
En el peor momento
para vos y para el reino
os he hecho la mayor afrenta.
Daría lo que fuera
por evitaros este sufrimiento,
por volver a ser digno de vos.
Ya que no podéis perdonar al hombre,
perdonad al rey.
Como rey os digo que solo juntos
podemos salvar este reino.
Os prometí
que pondría Castilla a vuestros pies
y moriré para cumplir esa promesa.
Y tened por seguro
que solo el bien de Castilla
ha guiado mis decisiones.
Como hombre...
poco puedo añadir
para conseguir vuestro perdón.
Sabéis que os amo,
y que deseaba ese hijo
tanto como vos.
Y mi vida...
solo vale
si vos estáis en ella.
Trujillo, Madrid, Toledo...,
las plazas que sufren
el desgobierno de los rebeldes.
Si alzan
los pendones legítimos de Castilla,
pasarán a ser realengos.
Castilla debe saber
que el legítimo esposo
de su legítima reina
va a liberarla de los usurpadores.
El enemigo sigue siendo más poderoso
y mejor abastecido.
Recuperar Burgos
es nuestra única opción.
Garantizo a todos los burgaleses
que no habrá pillaje ni altercados.
Os protegeré de los maleantes,
y recaerá la máxima pena
a quien osare cometer crímenes.
¡Alteza!
El rey Alfonso y sus tropas están
a solo dos jornadas de distancia.
Mi señora reclama de Roma
un compromiso con su legítima causa.
Y dinero.
No puedo dejar a mi esposo
al mando de un ejército
que le dará la espalda
si la paga no llega.
Hay que conseguir dinero como sea.
Mi señor,
la ciudad está en llamas,
hasta el arco de San Gil arde.
-(Grita): Lo sé.
Mis hombres y yo
podemos retrasar su avance.
Hemos redoblado los bombarderos,
debe rendir la plaza.
La entregará.
Seré franco, fray Hernando,
no me fío de vos.
Deberíais,
nada tengo que esconder.
Es la reina, tendrá sus razones.
-¡No deja de ser una traición!
No quiero otra cosa
que la paz para Castilla.
Pero tratáis de imponerla
por la fuerza.
Hay que tomar una decisión:
presentamos batalla o nos retiramos.
Partimos hacia Burgos,
el rey me necesita.
Pero, mi señora.
Disponedlo todo.
Subtitulación realizada
por Cristina Rivero Moreno.
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