domenica 24 maggio 2020

tr29: Isabella di Castilglia. Capitúlo 14.

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Sommario:

¿QUÉ HECHOS MARCARON LA SEGUNDA?
Tras proclamarse reina de Castilla en Segovia a la muerte de su hermanastro el rey Enrique IV de Castilla, Isabel tendrá que ganarse junto a su marido Fernando de Aragón la lealtad y el apoyo de los nobles para consolidar su reinado. Sin embargo, un grupo de nobles contrarios a ella defenderá los derechos sucesorios de Juana, conocida como la Beltraneja. Para ello, acudirán a Portugal, cuyo rey, Alfonso V, establecerá una alianza y declarará la guerra contra el bando isabelino. Comienza así lo que se conoce como la Guerra de Sucesión Castellana. Mientras tanto, se establece la Inquisición, se arrincona progresivamente a los judíos y se prepara el viaje hacia las Indias Orientales que propone un navegante llamado Cristobal Colón. Si en su camino hacia el trono, conocimos a una Isabel determinada pero dulce y joven. El ejercicio del poder y el sufrimiento personal, convertirán a Isabel en esa gobernante que con sus luces y sombras es uno de los más grandes personajes de la Historia de España y una mujer con una personalidad difícilmente imitable.
Tras ella, Isabel y Fernando, ya reyes de Castilla y de Aragón, se embarcarán en la Guerra de Granada, que durante diez años tendrá ocupados los esfuerzos militares del reino. El objetivo es conquistar-reconquistar, desde el punto de vista castellano- el Reino Nazarí.

Isabel - Capítulo 14



Tras la coronación de Isabel estallan los primeros problemas matrimoniales. Fernando cree que Isabel ejerce funciones que él considera propias de un monarca varón y se siente desplazado. La lucha personal entre ellos enturbia el inicio del reinado y sus enemigos, en particular el arzobispo Carrillo, intentan sacar partido de sus diferencias. El peligro acecha. Los nobles facciosos se alían y recurren a Portugal para proclamar reina a su sobrina Juana la Beltraneja. Para muchos, Isabel ha usurpado el trono y no está legitimada. Ella está dispuesta a luchar hasta el final. Pero antes tendrá que ganarse el apoyo de su esposo y no va a ser tarea fácil.
Transcripción completa.
Tendréis un hijo, majestad. -Y si no los tiene,
ya sabemos quién heredaría la Corona.
El infante don Alfonso. -No iba a ser su hermana Isabel.
¿Una mujer reina de Castilla?
Ruego a Dios que no permita tal barbaridad.
(Emocionado): Vamos a tener un hijo.
Quiero que los infantes Alfonso e Isabel
sean traídos de inmediato a la Corte,
mi esposa así lo desea.
No os llevéis a mis hijos, eminencia.
El rey va a tener el hijo que quería,
¿por qué me quita los míos?
Isabel, Alfonso, bienvenidos a la Corte.
Estáis aquí por vuestra propia seguridad,
con el tiempo entenderéis lo que hago.
Y cuando nazca mi hijo volveréis tranquilos a Arévalo.
¿Qué ha sido? Niña, majestad.
¿Qué ocurre?
Que no volveremos a casa, Alfonso.
Os presento a vuestra alteza real,
don Alfonso de Portugal.
Lamento que hayáis hecho un viaje tan largo para nada;
no está en mi ánimo casarme con vos.
¡Alfonso! (Llora): Alfonso, Alfonso...
Dejaré que reine Enrique,
y cuando muera, Dios le dé muchos años,
heredaré yo su corona.
Los partidarios de Enrique no os aceptarán,
querrán ver a Juana en el trono.
El rey de Francia busca esposa para su hermano,
el duque de Guyena.
El rey Luis estaría encantado de que su cuñada fuera castellana.
Podéis creer en lo que os digo, o no creer y seguir luchando,
pero Francia es un reino fuerte,
que me ayudaría a ganar la guerra que surgiera de vuestra negativa.
¿Sabéis que el rey Enrique me quiere casar
con el duque de Guyena, hermano del rey de Francia.
Lo sé, pero Fernando es el candidato ideal:
tiene vuestra edad
y es príncipe de Aragón y rey de Sicilia.
Ese es.
Alteza, permitid que os presente a don Fernando de Aragón.
Majestad, doña Isabel de Castilla.
Por la autoridad que me concede la Santa Sede Apostólica,
os declaro marido y mujer.
Se llamará Isabel, como su madre.
He oído que vais a recibir a Isabel.
Cometéis un error,
un rey no se pliega a negociar con una usurpadora.
Voy a verla.
(Tararea).
Uníos conmigo para conseguir que Juana sea reina de Castilla,
para que lo sea ya. Isabel y yo hicimos esta causa
para que Castilla sea gobernada por sus reyes,
no por sus validos.
No podéis estar por encima de la reina, Carrillo,
y eso es lo que queréis.
¿Qué creéis que hace Pacheco en Extremadura,
contar fanegas de trigo?
Ha ido a ver a la reina Juana, seguro.
Tenemos que extirpar la mala hierba de cuajo.
Don Juan Pacheco, marqués de Villena, ha muerto.
¿Volvéis a Aragón?
Los franceses han vuelto a entrar en Cataluña.
Maldita guerra, que no se acaba. Os necesito aquí, conmigo.
Enrique podría volver en cualquier momento.
Y mi padre y mi pueblo me necesitan allí, Isabel.
¡Majestad!
¿Sabéis si, antes de morir, mi hermano dijo algo
o firmó algún documento sobre quién heredaría su Corona?
Diego Hurtado de Mendoza ha convocado una junta
para dilucidar quién es la heredera: vos o doña Juana.
Apelo al derecho de la infanta Isabel
a suceder en la Corona al rey Enrique,
como hermana legítima,
y heredera universal que es por los Pactos de Guisando.
Aclaman
¿Juráis servirme como a vuestra reina?
¡Por Isabel y Fernando!
Debemos pensar en el futuro: en el vuestro y de vuestra hija.
¿Qué podréis ofrecerme vos en el futuro?
Que vuestra hija sea reina,
con la ayuda de vuestro hermano, el rey de Portugal.
Si quieren guerra, la tendrán.
Porque todos en este reino tienen que tener algo muy claro:
que yo, Isabel, soy la reina de Castilla.
Y solo Dios podrá apartarme de este trono.
Subtitulado por TVE.
(Rezan en latín).
Amén.
Alteza,
es la hora.
Cantos árabes
Sois el soberano de Granada,
no debéis humillaros ante nos.
Tomad las llaves de mi ciudad,
que yo y los que estamos dentro somos vuestros.
Mi señora.
Complace más la gloria
cuando se ha sufrido tanto para alcanzarla.
Castellanos, sabed que vuestro rey Enrique,
queridísimo hermano mío,
murió pocos días ha en la ciudad de Madrid.
Yo, Isabel, he sido reconocida
por las autoridades y ciudadanos de Segovia,
como su reina y señora natural, legítima y universal heredera.
Por la presente os ordeno.
Alzad pendones por mí y reconocedme así,
como vuestra reina y señora natural.
Regidores y señores,
venid desde todos los rincones de mi reino a Segovia,
y juradme obediencia como vuestra única soberana.
Yo, la reina.
Juro servir y seguir a nuestra señora,
doña Isabel.
Como reina y señora natural nuestra, y de nuestros reinos.
Y así guardar su servicio, personas y Estado real.
Y de igual, al muy alto y poderoso príncipe,
rey y señor nuestro, señor don Fernando,
como su legítimo marido.
Juro servir y seguir a nuestra señora, doña Isabel,
como reina y señora natural de nuestros reinos...
La obediencia de Beltrán de la Cueva me sorprende tanto
como la ausencia del resto; ¿dónde está Castilla?
Esperemos que se vayan sumando lealtades,
y al final solo falten los que ya sabemos.
... señor don Fernando, como su legítimo marido.
Como titular del condado y del ducado de Benavente,
os hago entrega, alteza,
de un humilde presente en señal de fidelidad.
Tened vos y vuestro esposo,
al que lamento no haber podido mostrar mi respeto.
En su nombre os agradezco vuestra generosidad,
y la lealtad que nos habéis jurado.
A mi esposo le ocupan asuntos en tierras aragonesas,
pero pronto me acompañará aquí, en Segovia.
Demasiados ausentes.
Nunca pensé que echaría de menos a Enrique.
-Era un hombre lánguido, sin ambición,
tan impotente en el trono como en el lecho.
Pero al menos no era una niña capaz de todo
con tal de ceñirse la corona.
Proclamarse por su cuenta...,
a mi propio padre le habría sorprendido tal osadía.
Juan Pacheco desconfiaba hasta de sí mismo;
tuvisteis ocasión de aprenderlo de él.
Como tantas cosas.
Sí, pero el valor no se enseña.
¿Qué pretendéis?
Un solo hombre no puede levantar a Castilla contra su reina.
Depende del hombre;
vuestro padre no habría dejado que Isabel se proclamase,
de ninguna manera.
Habría sentado a Juana en el trono, incluso sobre el cadáver del rey.
¿Me acusáis de no haber proclamado a Juana?
Os conmino a que hagáis algo para solucionar eso.
Cuanto más tiempo pase,
más ajustada estará la corona en la cabeza de Isabel.
Tenéis suerte de que esté con vos,
pero no esperaré eternamente a que toméis la iniciativa;
porque el bando de los perdedores nunca fue de mi agrado.
¿Y vos?
¿Qué habéis hecho por la causa?
¿Yo? He escrito a Fernando de Aragón.
No os marcharéis a Segovia sin escucharme.
Lo lamento, padre, pero parto hoy mismo.
Voy a proclamarme rey de Castilla, lo quiera esa mujer mía o no.
Me han llegado del puño y letra de Carrillo
nuevo detalles sobre la proclamación,
¡a cual más humillante!
Leed, por si aún no entendéis mi enojo.
Lo que ha hecho Isabel es intolerable, pero dominaos.
La ira pierde a los hombres,
y vos tenéis más que perder que ningún otro.
Es cierto que en esta carta se dan muchos detalles,
y bañados en veneno,
pero el arzobispo parece haber olvidado lo esencial:
vuestra unión es una victoria para ambos reinos.
Nosotros necesitamos a Castilla para protegernos de Francia,
y ellos a nosotros para enfrentarse a los partidarios de Juan.
Si tanto me necesita, ¿por qué actúa como si se bastara sola gobernando?
En Castilla se me trata de legítimo esposo, ¡no de rey!
¿Eso a qué me da derecho? A entrar en su cama y poco más.
Os recuerdo que en Cervera, antes de casaros,
accedisteis a que ella fuese soberana...
¡Pero no accedí a que me faltara al respeto
ignorándome al subir al trono y usurpando mi condición!
Os prometo que reclamaremos lo que os corresponda;
una reparación, si así lo deseáis.
Pero que lo haga un emisario, no vos.
No podéis presentaros en la Corte de ese ánimo.
No, padre, eso es exactamente lo que quiere:
evitar encararse conmigo.
Pero lo va a tener que hacer,
¡y le dejaré bien claro que no habrá reina sin rey!
No recéis más por el alma de Enrique,
hace días que estará disfrutando del cielo...,
o del infierno.
Yo no rezo por él sino por nosotras,
y culpo al Altísimo por habernos abandonado así.
Espero que vos nos seáis más leal que nuestro Señor.
Tanto deseo ver a vuestra hija en el trono,
que le he traído una ofrenda de Reyes.
¿Enrique no fue enterrado con él?
Estoy seguro que preferiría que lo llevara su heredera.
Juana...,
mira. -Alteza.
Qué bonito, es el que llevaba mi señor padre.
Ahora es vuestro, querida.
Lo guardaré yo. -No, quiero llevarlo.
Os lo daré cuando destronemos a la usurpadora.
El marqués de Villena ha venido a prometernos
que no habrá que esperar mucho para ceñiros la corona de Castilla.
¿Verdad?
Porque de vos esperamos mucho más que anillos.
Descuidad,
colmaré vuestras expectativas por ambiciosas que sean.
No presto oídos a promesas vanas.
Si no vais a poneros al frente de esta empresa, decídmelo.
Sé a qué puertas debo llamar, y creedme,
tras ellas hay mucho más poder que entre estas cuatro paredes.
Os he visto murmurar durante las juras,
¿alguna preocupación que me estáis evitando?
Solo comentábamos que hay nobles y regidores
que tardan en venir a Segovia a rendíos pleitesía.
Algunas ciudades han mandado emisarios,
y sabemos que son leales,
pero de muchas no conocemos siquiera la intención:
Madrid no se ha pronunciado.
Es tierra de Pacheco, ¿qué esperabais?
Bastante que lo le haya puesto una corona de paja a Juana,
como hizo su padre con mi pobre hermano.
Además, Castilla es un reino extenso,
y nadie esperaba la muerte de Enrique.
Irán viniendo, como es su obligación,
su tardanza no me extraña.
Quizás son ellos los extrañados,
la proclamación no se hizo del modo habitual.
¿Creéis que me precipité?
En ese momento era la mejor opción.
Y, en todo caso, ya está hecho.
Ahora hay que convencer a los indecisos.
Convendría que Fernando llegase lo antes posible
para que Castilla os viera respaldada por Aragón.
Castilla y vuestros adversarios,
hasta entonces todo apoyo es poco.
Necesitamos a Carrillo.
Estamos hablando de apoyos,
no de un presunto traidor.
Con más soldados y fortuna que cualquier otro;
no lo quiero al servicio de mis enemigos.
Alteza, comprendo perfectamente vuestra indignación.
¿Cómo no indignarse con Isabel, habiendo leído vuestra carta?
Me he limitado a contar lo que hace a espaldas de su esposo,
para que él actué en consecuencia.
Si he causado dolor con mis palabras, lo lamento.
¿Seguro?
Porque a mis años uno sabe
cuándo se escribe desde la preocupación
y cuándo desde el rencor.
No voy a negar que esperaba que mis aspiraciones a cardenal
fueran mejor respaldadas por Isabel y por Fernando,
como agradecimiento a mis años de entrega.
Si seguís entregado a Castilla, tendréis que elegir un bando,
tomar partido.
Lejos de todo y de todos.
Boberías, vos no valéis para ermitaño;
vuestro lugar está en la Corte.
En la de Isabel no creo, alteza.
¿Y en la de Fernando?,
porque creo que va camino de no ser la misma.
Mi hijo está viajando a Castilla, con el enfado de un capitán
y con menos estrategia que un soldado raso.
Se plantará ante Isabel fuera de sí,
y todo lo que nos ha costado tanto unir, saltará en pedazos.
¿Y pretendéis que evite eso yo solo?
(Ríe): No os hagáis de menos;
sabéis que Fernando y vos juntos podéis meter en cintura a Isabel.
Admitid que la idea os complace.
Vuestro hijo no anda ligero de orgullo,
¿y si no se deja aconsejar?
Fernando acaba de darse cuenta de que con Isabel está perdido,
necesita un guía; alguien con astucia y experiencia.
Os necesita.
¡Señor! ¡Entramos en tierras de Castilla!
¡Vamos!
¡Castilla, recibe a tu rey!
¡Paso al rey de Castilla!
¡Viva el rey! -(Todos): ¡Viva!
¡Viva el rey! -(Todos): ¡Viva!
¿Pensáis que acierta la reina en lo de Carrillo?
Si alguien puede convencerle, es ella.
En cuanto a la lealtad del arzobispo,
no sé si su amor a Castilla es mayor que el rencor por no ser cardenal.
Pronto lo sabremos.
Quizá peque de suspicacia,
pero sospecho que mientras nosotros buscamos soluciones,
Diego Pacheco ya habrá encontrado las suyas.
Toda mala fe que le supongamos es poca,
deberíamos hacer algo para que no nos coja desprevenidos.
Viajaré a Madrid para saber de sus avances.
Volved pronto.
Ojalá nos equivoquemos.
Con desesperación os escribo, señor,
buscando luz en estos tiempos sombríos.
Mi hija se ha visto desposeída de su derecho natural al trono
por una usurpadora que ahora reina,
y a la que, para dolor de mi corazón,
habéis decidido servir.
(Continúa la lectura):
"Vos, que lealmente habíais guardado lealmente a Juana,
hasta el día de ayer..."
A partir de ahí, son todo reproches.
Reconocedle la osadía de enviar una carta a la Corte
pidiendo que traicionéis a la reina.
Lo que es osado es pedirme que la apoye:
"Por fidelidad a Enrique"...,
la que ella no le guardó en vida, querrá decir.
(Ríe): ¿Cuál va a ser vuestra respuesta?
Pobre Juanita...
Mi señor,
Dios ha querido brindarnos un refugio en el momento de mayor rigor.
Yo solo pienso en llegar a Segovia,
no veo más que el camino que tenemos por delante.
Si me lo permitís, quizás deberíais mirar atrás.
Algunos dicen no sentir sus manos;
si seguimos, más de uno se quedará sin ellas.
Está bien, dad la orden.
¡Su alteza real del castillo os llama a su presencia!
(Sorprendido): El rey de Castilla.
Espero que no haya inconveniencia en que hagamos noche aquí,
se nos antoja el paraíso en comparación al campo abierto.
Alteza, conde de Treviño a vuestro servicio.
Obispo de Segovia, humilde servidor.
Este alto nos está devolviendo la vida.
No olvidaremos la villa de Turégano en mucho tiempo
¡Salud!
Nos honra, alteza,
y no podremos evitar presumir de haberos dado cobijo.
Podréis presumir de algo más importante:
seréis los primeros en jurarme obediencia
como nuevo rey de Castilla; la historia os recordará por ello.
Obispo, traedme una Biblia para la ceremonia.
Es que...
Con misal bastará.
Alteza, nada nos agradaría más que prestaros juramento,
pero ya lo hicimos hace días,
ante vuestra esposa, la reina Isabel.
Prometimos obediencia a la reina,
y a vos, como legítimo esposo de ella.
Legítimo esposo...
Soy mucho más que el marido de la reina.
Soy vuestro rey, ¡juradme como tal!
Nada más lejos de nuestra intención que ofenderos,
pero no podemos arriesgarnos
a contravenir el juramento hecho a la reina.
Pedid cualquier otro deseo, alteza, os complaceremos con gusto.
Mis hombres y yo dispondremos de vuestra hacienda a voluntad,
nos quedaremos en Turégano el tiempo que nos plazca.
Podéis retiraros.
Murmullos
Si la reina ya se ha hecho con tantas obediencias,
que eche en falta la mía. Mi señor...
No ha requerido mi presencia, luego soy libre de hacerla esperar.
Y nada podrá dolerle más.
"Vuestra presencia en Segovia
se me antoja más importante que ninguna otra,
ya que ansío de vuestro sabio consejo
y de vuestro respaldo.
Si en algún momento he lastimado el alma de vuestra merced,
con actos torpes, ruego me disculpéis,
pues nunca he querido faltar a quien es por mí tan querido
y sostén necesario. Perra...
Al alba, partimos hacia Segovia.
¿Queréis calmaros?
No sé por qué me habéis hecho venir, padre,
las recepciones me aburren.
Si queréis reinar algún día,
necesitaréis algo más que empuñar la espada,
aunque solo eso os divierta.
Alteza. -¡Don Diego!
Cuánto lamento la muerte de vuestro padre,
un gran hombre que vivirá en nuestro recuerdo.
Espero que Dios se lo llevara sin sufrimiento.
Gracias, alteza.
Precisamente, por honrar su memoria, vengo a rendíos visita.
Decid qué puedo hacer por vos.
Invadir Castilla.
¿Cómo?
Isabel se ha proclamado reina de Castilla,
ha usurpado el trono que le corresponde a Juana,
la hija legítima del rey Enrique y vuestra hermana.
Si no reaccionamos a tiempo, nunca podrá recuperarlo.
Don Diego, nadie más que yo quiere que mi sobrina reine en Castilla,
pero... -Eso por no mencionar
lo que le espera al resto de la península.
Ahora que Castilla y Aragón van a gobernar unidos,
amenaza y sometimiento, alteza.
(Ríe): No dramaticemos. -No lo hago.
Solo temo que la mujer que os humilló en su día
rechazándoos como marido,
logre burlar de nuevo vuestro linaje y se imponga.
Alteza, recordad que mis orígenes están aquí.
Quiero ver crecer este reino,
y el valor que tendría para Portugal tomar Castilla, sería incalculable.
¿Qué nobles os han dado su compromiso en esta causa?
¿Cuántos de los grandes de Castilla están con vos?
Medio reino aún no ha jurado lealtad a Isabel.
Eso no significa que estén dispuestos a luchar por Juana;
quiero nombres.
No le he contado a nadie mi plan, por deferencia con vos.
O lo que es lo mismo:
si Portugal no se sacrifica por la causa,
ningún castellano lo hará. -Pero, padre,
no podemos dejar pasar esta oportunidad;
nos están abriendo las puertas de Castilla desde dentro.
Conseguid el compromiso de vuestros aliados
y venid a verme de nuevo, hablaremos entonces.
Alteza, no es momento de esperar. -Ha sido un placer recibiros.
Eminencia reverendísima.
Supongo que yo debo llamaros "mi señora".
¿Qué os ha impedido venir a verme antes?
Imaginaba la Corte abarrotada,
todo un desfile de nobles rindiéndoos pleitesía.
Y pensé que era mejor esperar
a que estuviera tan despejada como lo está ahora.
Entiendo.
Me han entretenido otros asuntos;
tuve que acudir a la llamada del rey de Aragón,
que pidió mi consejo.
Sin querer resultar indiscreta,
me gustaría saber
qué preocupaciones asaltan al padre de mi esposo.
Estaba demudado, casi enfermo de angustia.
No sabe qué esperar de la cólera de Fernando.
¿Cólera?
Proclamaros reina en su ausencia fue trago demasiado amargo para él.
Se sintió ignorado, despreciado.
¿Quién le relató lo ocurrido?
A lo mejor, le dieron a entender una mala intención que no tuve.
Sea como fuere, su decepción se le hace insoportable,
hasta el punto de poder convertirse en un problema de Estado.
Si me permitís,
¿qué mal consejero os recomendó proclamaros
de forma tan arrebatada?
Yo misma.
Y volvería a hacerlo de encontrarme en igual circunstancia.
No fue capricho ni deseo de gloria.
Sencillamente, no era el momento de mostrarse indecisa.
A vos no tengo que explicaros lo que me costó llegar hasta aquí.
Ciertamente, ya que he sido yo quien lo ha hecho posible.
Por eso me resulta absurdo correr ahora tantos riesgos.
Necesitáis a Fernando para asentar vuestro reinado.
Lo sé.
Y, aunque no me arrepiento,
haré lo necesario por reparar el daño causado.
Espero tener vuestro apoyo para lograrlo, arzobispo.
Lo tenéis.
Con corona o sin ella,
sé que vos no pediríais mi ayuda si no la considerarais imprescindible
Arzobispo,
todavía no me habéis jurado lealtad.
Señora,
después de tantos años juntos, ¿es necesario mi juramento?
Más que ningún otro.
¿Cómo os habéis atrevido a llevarme la contraria
delante de don Diego Pacheco?
No entiendo qué fallos le veis a su plan.
Pensad en la avalancha de gastos, problemas y muertes.
La sangría que sufriríamos
para que esos castellanos arrogantes mantuvieran sus privilegios.
Pero haríamos grande a Portugal;
crecen todos los reinos de la península,
mientras nosotros permanecemos acorralados.
Nuestro reino mira al océano. -Decid más bien que lo contempla.
Hemos descuidado nuestra exploración de los mares,
y nuestras conquistas africanas se han estancado.
En tan poco valoráis los esfuerzos de los navegantes.
Vanos los esfuerzos,
¡si lo natural es avanzar hacia Castilla!
Me alegra saber que a mi hijo, el príncipe,
le preocupan las fronteras del reino que heredará.
Más que al marqués de Villena,
que solo nos ve como un instrumento al servicio de sus propósitos.
Hagamos entonces lo mismo.
Una vez Castilla en nuestras manos,
Pacheco y los demás deberán someterse.
Hacéis de menos a la nobleza castellana
tanto como sobreestimáis nuestras fuerzas.
Poseemos recursos de sobra, estamos unidos mientras ellos no.
¡Como rey, el tema está zanjado!
Y como padre, no quiero oíros más.
No es mi intención faltar al respeto que os debo
como padre y como rey.
Es decisión vuestra, y como tal la acataré.
Soy joven,
me ciega la ambición y el afán de gloria.
Tenéis un largo camino por recorrer. -Cierto.
En el trayecto evitaré verme atrapado en el lodazal de vuestros titubeos.
Haced lo que os plazca..., cuando llegue la hora.
Mientras tanto, asumid vuestra condición.
Asumid vos que nadie recordará vuestro reinado.
Portazo
Arzobispo. -Cardenal.
Hermoso anillo,
el rojo púrpura os sienta estupendamente.
Seguro que va a juego con los aduladores.
Me temo que a mí nunca me habría quedado tan bien.
¿Tanto significa la apariencia para vos?
No, en verdad;
todos somos pecadores y llegamos a este mundo en cueros.
Por cierto,
he sabido del nuevo embarazo de vuestra señora Mencía,
con este ya contaréis tres vástagos.
Dos por ahora.
Pero no serán las debilidades de este siervo de la Iglesia
lo que os ha traído hasta aquí.
Es un momento importante para Castilla,
no podía perdérmelo.
Espero entonces, que estéis a la altura.
Ahora más que nunca Castilla nos mira,
y quiere ver unidad y lealtad en torno a su reino.
Si no damos ejemplo nosotros, ¿quién lo hará?
Cierto,
ejemplar ha sido el afecto de los Mendoza
hacia Isabel,
ejemplar y fulminante.
¿Deberíamos acaso contribuir con nuestra tibieza
a que Castilla se rompa en una guerra civil?
Nuestra familia no hará tal,
y menos por una cuestión de orgullo herido.
Yo no podría perdonármelo.
Descansad.
Juro servir y seguir a nuestra señora, doña Isabel,
como reina y señora natural de nuestros reinos,
y así guardar su servicio, personas y Estado real.
¿Y la obediencia ante mi rey para cuándo?
Alteza, ¿me habéis hecho llamar?
Provengo de una familia llena de arrojo:
mi abuelo inició las conquistas en África,
mi tío Enrique condujo a Portugal a explorar los mares,
¿y yo?
Vos habéis conquistado nuevas plazas en África.
Nada que mi padre no hubiera hecho ya.
Hace falta mucho valor para evitar las guerras,
y Castilla, aunque rota, es un enemigo temible.
Francia nos ayudaría, lleva años en disputas con Aragón.
Lo último que le interesa
es que su enemigo se haga fuerte uniéndose a Castilla.
Nos apoyaría, sí, pero solo con su bendición.
Luis de Francia no va a arriesgar una lanza por nosotros,
es un conspirador que nunca da más de lo que recibe.
Seguro que se puede llegar a un acuerdo con él.
¿Si le prometemos ayuda para recuperar el Rosellón?
Alteza, le llaman "la araña", porque se mueve con sigilo,
y antes que uno se dé cuenta, ha perdido todo en beneficio suyo.
¿Sabéis que desposó con una niña de ocho años
para ampliar su poder?
Quizá podamos prescindir del rey de Francia.
Si es cierto lo que dice Pacheco,
media Castilla está en contra de Isabel.
Alteza, Pacheco se guardó mucho de exponeros
la principal debilidad de su plan:
que Castilla no acepte una reina impuesta por extraños,
sea legítima o no.
Detesto que arruinéis mis ilusiones,
sobre todo cuando tenéis razón.
Mi señora, hemos recibido noticias de Fernando.
¿Anunciando su llegada? Por fin.
Hace días que dio aviso de que partía de Aragón,
ya tendría que estar aquí.
Al parecer, ha hecho un alto en Turégano...,
más bien, se ha instalado en el palacio del conde.
¿Qué queréis decir?
Que lleva allí varias jornadas.
Quizá la nieve esté dificultando el viaje.
O quizás esté haciéndome pagar con su ausencia
el haberme proclamado en solitario.
(Reza): Padre, impedid que Fernando vuelva ciego de orgullo.
Haced que confíe en mí,
y sepa entender mis razones y comprenderme.
Y conservad su amor hacia mí,
o renovad el que sintió,
y que ahora quizás este apagándose.
Haced que venga.
¿Qué guiso es este?
¿Es que la cocinera ha perdido sus dones?
Mi señor, el conde de Treviño se está quedando sin reservas.
Quizá estamos abusando de su hospitalidad,
son ya días aquí.
¡Y serán meses, si así se me antoja!
Isabel ha jugado con quien no debía.
Vos me conocéis, Peralta,
¡a los 10 años guerreaba en Gerona!
¡A los 15 doblegué a los nobles de Aragón
para que costearan la guerra!
¡Nadie puede darme lecciones de hombría!
Pocos desconocen vuestra fama,
y no faltarían damas para atestiguarlo.
Preguntad por mí en las mancebías catalanas,
allí me temen más que en el campo de batalla
porque cuesta agotarme lo que a un potro.
Aún tiene que nacer la mujer de la que no consiga lo que quiero.
Risas
¡Soldado! ¿Ponéis en duda lo que digo?
No, mi señor.
¡Entonces, a qué esas risas!
(Grita): ¿Creéis que no se dominar a mi esposa?
Mi señor.
¡Si dudáis de mi hombría, decídmelo a la cara!
¡Decidlo! Señor, no ha dicho nada.
Señores, sé que ninguno de los aquí presentes
acepta de buen grado el ascenso al trono de la usurpadora,
pero el lamento es un desahogo que no conduce a nada.
Ahora toca actuar.
He puesto mis fuerzas al servicio del rey de Portugal
para que respalde la confrontación,
pero solo no podré convencerle.
¿Zúñiga?
Contad conmigo.
Isabel no es solo una reina ilegítima,
es el principio del fin de nuestros privilegios.
Pretende reinar.
Risas
Todos sabemos
que Juana no opondría resistencia a ser gobernada;
la política le interesa tanto como un dolor de muelas.
Pero para poner la Corona a su servicio,
habremos de pagar un precio. -Si es la guerra, se pagará.
Es un riesgo,
pero aún lo es más para nuestros intereses
dejar la Corona en manos de quien la tiene ahora.
-Disculpad, pero habláis con ligereza
de sumar vuestras tropas a las de Portugal,
de franquearle la entrada a Castilla.
¿Acaso esperáis
que Alfonso de Portugal luche por nosotros
para luego marcharse por donde ha venido?
No es un rey ambicioso,
si no, poco me habría costado persuadirle.
Que no sea ambicioso no quiere decir que sea estúpido.
Ni él ni quienes le rodean;
una vez dentro de Castilla será muy difícil pararles los pies.
Quizás si vos no fueseis medio portugués
veríais que lo que proponéis es una invasión extranjera.
Es absurdo tener que suplicar vuestro apoyo
cuando un grande de Castilla ya me lo ha dado:
Alonso Carrillo.
Pensaba que no concebía Castilla sin Isabel en el reino.
Su ruptura es un hecho,
y yo he sabido traerle a nuestro bando.
Y con él vienen sus tropas. -¿Y quién nos asegura
que el arzobispo diga hoy una cosa y mañana otra?
Algunos pensamos que el arzobispo es como vuestro padre, Pacheco;
su único bando es el suyo.
Lo siento,
para que yo arriesgue mis recursos exijo un plan más convincente.
Perdonad que os haya hecho madrugar, reverencia.
Siempre confortaré a un alma necesitada de confesión.
Y más si es la vuestra.
El Señor esté en vuestro corazón y en vuestros labios
para que podáis confesar todos vuestros pecados.
In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen.
Reverencia,
siento que Dios me está abandonando.
¿Qué os ha llevado a pensar eso?
Mi vida nunca ha sido fácil,
pero todas las penalidades sirvieron para señalar mi destino:
el trono de Castilla.
Mi hermano Alfonso murió de improviso y...,
Enrique se ha ido de igual modo,
allanándome un camino que parecía imposible.
Por decisión divina,
trágica, pero divina,
como bien decís,
señal de que Él quiere veros reinar.
Eso creía yo,
pero ahora las trabas se han multiplicado.
La nobleza no se decide a apoyarme, apenas disponemos de dinero
y Fernando...
De mi esposo solo sé que no hace por volver a mi lado.
Todos sufrimos momentos de angustia e indecisión,
pero eso no quiere decir que... Reverencia, necesito saber
si soy yo la legítima heredera de la Corona.
Si Juana es la heredera de Enrique,
Dios puede estar castigándome por arrebatarle su derecho al trono.
Los Mendoza habéis cuidado siempre de esa niña,
vos tenéis que saber si es hija del rey,
o si es solo una bastarda.
¿Acaso dejó mi hermano testamento escrito
designándola como reina de Castilla?
Solo hay una respuesta,
y os ruego no me obliguéis a repetirla.
Isabel,
vos sois la reina,
y como tal os habéis de comportar.
Vuestra audacia ha desconcertado a todos,
pero el valor que mostrasteis proclamándoos
debéis de mantenerlo ahora,
por muchos enemigos que ello os procure.
Por mucho que irrite a vuestro marido.
Nunca os faltarán conflictos,
porque vuestro destino es mucho más complejo
que el de la mayoría de los hombres.
Pero ya conocéis el resultado
de un reinado marcado por la indecisión,
como el de vuestro hermano Enrique.
Eso es lo último que quiero para Castilla.
Pero y si mostrarme firme como reina pone en contra de mí a Fernando.
Si vuestro esposo es digno de su grandeza,
admirará vuestra determinación.
Olvidad vuestros dilemas,
comportaos como la reina que sois.
Solo así lograréis la mayor gloria para vuestro reino.
Os habéis levantado con el gallo, alteza.
La vergüenza me ha quitado el sueño.
Acabo de mandar un soldado a Segovia para anunciar nuestra llegada.
Llevo días preocupado por mi honor,
y caigo en lo mismo que le reprocho a Isabel:
eludir mis obligaciones y esconderme.
Hablaré con mi esposa
y le demandaré el sitio que me corresponde en Castilla.
Con suerte, no tardaremos en encontrar remedio.
Levantad a los hombres,
reanudaremos la marcha lo antes posible.
Uno ya se ha despertado.
¿Os serviría como disculpa?
Gracias, señor,
pero no os debo perdón alguno.
Sois mi rey.
Preparaos para partir.
Mi señora,
vuestro esposo ha abandonado Turégano
y está de camino.
Gran noticia, alteza.
Así es.
Daré orden para que la ciudad le reciba
como nunca a otro hombre.
Sé que no es momento para dispendios,
pero hay gastos que rentan.
El recibimiento será digno de un rey,
y Castilla será testigo
de la unión y la grandeza de sus gobernantes.
Pero no hay nada previsto.
Si mi esposo ha de esperar
para ser recibido acorde a su rango, esperará.
¿En Navidad?
Así fuera el día de su onomástica.
Señora,
¿no será que queréis hacer esperar a vuestro esposo como ha hecho él?
Desconozco el motivo
de su prolongada estancia en Turégano,
pero creed que mi única intención es honrarle como merece.
¡Alto!
Alteza, traigo mensaje de la reina doña Isabel.
¿Cómo que "de acampar a las puertas de Segovia"?
Alteza, la ciudad se prepara para recibiros como os merecéis.
¿Y acaso ni yo ni mis hombres merecemos dormir bajo techo?
¡Nos quedaremos helados!
Son órdenes de la reina, alteza.
¡Pues, maldita sea!
Reivindicar a Juana como reina aún es solo un afán,
pero si es hijo de su padre,
Pacheco buscará nuevos aliados hasta convertirlo en un hecho.
No querrá volver a la Corte de Portugal
con las manos vacías.
¿Ya ha visitado Sintra?
¿Vio voluntad en el rey?
Os confiaré todo lo que sé,
pero solo si os comprometéis a procurarme el favor de Isabel,
en caso de salir victoriosa de esta disputa.
¿Me pedís que os prometa el perdón real
cuando vos no sabéis aún en qué bando estaré?
No es alto el precio,
dado que soy el único dispuesto a informaros.
Tenéis mi palabra,
pero no la malgastéis contándome naderías.
Al rey de Portugal le faltan ánimos,
pero se antoja fácil de convencer.
El que parece más dispuesto es el arzobispo Carrillo.
Carrillo...
Toses y carraspeos
Ya venían helados del viaje,
aquí acampados, no tardarán en sucumbir.
Dios bendito.
Alteza.
Eminencia.
No tengo permiso de la reina para estar aquí,
pero no dejaba de pensar
en las penurias que estaríais pasando acampados en pleno diciembre,
por eso os he traído abrigo y alimentos.
Habéis hecho bien en imaginaros lo peor,
os agradezco vuestra ayuda.
Lo repartiré entre los hombres, alteza.
Vino aragonés,
me lo ofrendó vuestro padre en la audiencia de hace poco.
No sabía de ese encuentro.
El rey está muy disgustado con vuestra situación.
Me rogó que me pusiera a vuestro servicio
y que os sirviera de consejero personal
en esta nueva etapa de vuestro matrimonio.
Considera que mi experiencia y años en la Corte os ayudarán.
No me ve capaz de solucionar mis problemas solo.
Alteza, Isabel está ingobernable.
El recibimiento es solo una excusa para haceros esperar,
quiere volver a dejar claro quién manda en Castilla...,
y quién no.
Maldito inútil, sabía que no sería capaz.
¿Qué ocurre, madre?
Que ni vuestro tío Alfonso ni la nobleza se decide a apoyarnos.
Pacheco es un aprendiz, nunca debí confiar en él.
Mendoza ni siquiera se ha dignado a contestarnos.
Juana, nos están abandonando.
No sufráis, madre,
yo podré ser feliz sin reinar.
Y vos estáis conmigo.
Preparad el equipaje, partimos esta misma noche.
Vos sois la reina, mi amor,
lo queráis o no.
Isabel, que presume de buena cristiana,
debería saber que una vez una hembra ambiciosa
deseó una manzana y trajo la desgracia al hombre.
¿Qué daños no traerá la que ambiciona un reino?
Por no hablar de que os ha robado un derecho
que por ley natural solo es de varones.
¿Cuál será la próxima humillación? No voy a tolerar otra más.
Y, ¿qué pensáis hacer?
¿Repudiarla?
Si eso queréis,
yo podría interceder por vos ante Roma
para anular vuestro enlace.
Eso no implicaría de por sí
que vos tuvierais que renunciar al trono de Castilla;
podríais conservar la Corona y olvidaros de la esposa.
No volváis a plantear tal cosa.
Ella os ama,
por nada del mundo querría perderos.
Debéis asustarla, amenazarla con romper vuestra unión.
¿Pretendéis que negocie mis derechos a cambio de amor?
Vos sabéis mejor que yo dónde acaba la reina
y dónde empieza la mujer.
Pero si la dejáis sola, su reinado se tambaleará,
y el bando de Juana ganará terreno hasta acorralarla.
Os necesita más de lo que vos la necesitáis.
Os conozco, Carrillo.
Aunque sea por recomendación de mi padre,
vos no estaríais aquí sin un motivo.
¿Qué pretendéis con todo esto?
¿Vengaros de Isabel? No.
Pretendo que mi rey gobierne en Castilla.
Escuchadme bien.
Reinaré en Castilla como un día reinaré en Aragón,
sin cortapisas,
sin quedar por debajo de mi esposa, la reina.
Ni mucho menos por debajo de vos.
¿Seguís de mi lado?
Como vuestro más fiel consejero.
Alteza, mensaje de la reina:
mañana Segovia nos abrirá sus puertas.
Señor, vestid ropas de gala y preparaos para reinar.
¡Viva el rey! -(Todos): ¡Viva!
¡Viva el rey! -(Todos): ¡Viva!
¿Y la reina?
Alteza, vais a recibir la obediencia de toda Segovia.
Por la virtud que me ha sido otorgada,
alteza don Fernando,
me expreso en nombre de la ciudad de Segovia,
y por ella aquí presente,
os prometo fidelidad y obediencia
como legítimo esposo de nuestra señora la reina,
doña Isabel.
Habéis de acercaros vos, alteza, es el protocolo.
Bienvenido.
Una gota de agua no apaga un fuego.
Conversaciones y música cortesana
Me ha evitado todo el día
con la excusa de descansar de su viaje.
¿Cómo va a tener ojos para vos si le acapara nuestro arzobispo?
¿Y esta renovada amistad?
Hermoso traje.
Habéis deslumbrado a toda Segovia.
¿Os ha parecido digno el recibimiento?
Mucho.
No así el haber dormido al raso por capricho de mi esposa.
No podía dejaros entrar en la ciudad como un cualquiera.
Sois el rey. Y vuestro legítimo esposo.
Rey consorte, nada más.
¿Por qué no sois de las que se conforman
con lucir la corona y dejar el mando al varón?
En Castilla la reina tiene derecho a gobernar.
Y agradeced que así sea,
porque aún no hemos engendrado varón,
sino hija.
Y de no tener ella ese derecho,
cualquier extranjero con el que casara,
la dejaría sin Corona y sin reino.
¡Me faltasteis al respeto no esperándome para proclamaros!
Mi respeto por vos es y será el mayor,
pero si aquel día llego a dudar, seríamos vasallos de una niña.
Exigís que esté a vuestro lado,
¡pero qué demonios hago yo en Castilla!
Nunca os engañé cuando os dije
que en Castilla el gobierno sería mío.
En Cervera aceptasteis vuestra posición.
Fernando, siempre he anhelado poder decidir por mí misma.
De niña fui apartada de la Corte
y luego obligada por el rey a separarme de mi madre.
Parecía condenada a casar con alguien a quien no quisiera,
siempre al dictado de los otros.
Sin mi afán por decidir libremente,
nuestro enlace nunca habría tenido lugar.
Tal vez hubiera sido lo mejor para ambos.
Fernando,
¿quién os está poniendo en contra mía?
Esta noche dormiré en otra alcoba.
¡Fernando! Y mañana quiero despachar con vos.
Será mejor que durmáis bien
y que os levantéis con ganas de ceder.
Portazo
Ya le dije a don Diego Pacheco lo que pienso de todo este asunto.
Este asunto es el derecho de vuestra sobrina
a reinar en Castilla.
Tenéis la obligación de defender vuestra sangre
y hacer algo por ella.
Poco hicisteis vos al parir los gemelos de vuestro amante.
Si hasta entonces tenían dudas de la paternidad de Enrique,
aquello acabó por despejarlas.
Para no atreveros con la batalla sois certero haciendo daño.
Disculpad, sois mi familia y no quiero ser yo quien os recuerde
lo que a buen seguro aún os mortifica.
La mayoría son mías,
y estaría encantado de ponerlas a vuestro servicio,
doña Juana.
Son los nobles castellanos los que os están abandonando, no yo.
Desconfían de lo que pueda hacer un portugués en su territorio.
Y sin su apoyo,
cruzar la frontera con mis hombres es un suicidio.
Sintra también es vuestra casa,
quedaos las dos cuanto gustéis.
Si por mí fuera,
ya estaríamos en Castilla, mi señora.
Dados los últimos acontecimientos,
y a fin de demostrar buena voluntad y máximo respeto por su esposo,
su alteza la reina doña Isabel ha tenido a bien
concederle ciertos beneficios.
Ciertos beneficios..., ¡limosnas!
No es eso lo que reclamamos.
¿Y qué es?
Para empezar, denunciamos lo pactado en Cervera,
y a partir de ahí... Si fuera posible
me gustaría que escucharais mis ofrecimientos
antes de rechazarlos.
Proseguid, cardenal.
A saber,
que el rey tendrá autoridad para impartir justicia en Castilla.
Solo si la reina
no estuviese conforme con su sentencia,
podría corregirla.
¡Por todos los santos!
El rey debe tener potestad para juzgar sin la tutela de nadie.
Seguid.
Que el trato recibido por ambos será de rey y reina respectivamente,
pero la propiedad del reino, como se acordó en Cervera,
corresponde a Isabel.
¡No, no y no!
¡No!
Deberíais ser mucho más generosa, alteza, sabiendo lo que os jugáis.
Deberíais compensar
las ofensas padecidas por vuestro esposo.
No han sido tales,
aunque os empeñéis en que así parezcan.
¿Queréis pruebas de cómo ha calado en el pueblo
la humillación a Fernando?
¿Qué es eso?
Una copla que se canta estos días por Castilla.
La escucharon mis hombres en una taberna,
y así la recogieron.
"Isabel y Fernando reinan al revés,
pues gobierna la dama y no el aragonés.
Como Enrique, el rey muerto, ahora Fernando,
cuando está ante una hembra se va achicando".
¡Suficiente!
¿Veis como la fama del rey se ha visto dañada
por vuestras audacias?
Y con la suya la de vuestro reinado,
que, gracias a vos, lleva camino de ser efímero.
Ruego me disculpéis.
Alteza, ¿podríais concedernos un momento?
A solas.
Si el asunto es de importancia para el reino,
bien podemos oírlo los aquí presentes.
No os entretendré, alteza.
Disculpadme.
¿Ahora la reina oculta secretos de Estado al rey?
Es indignante, ¿hasta dónde quieren llegar?
¿Y vos cómo leéis esa burla sin avisarme?
Me habéis dejado en ridículo. Lo he hecho
para que se hicieran cargo de vuestra situación, ¿no lo veis?
De poca ayuda sirve
que mi consejero me humille en público.
No volváis a tomar una decisión por mí.
Espero que sea importante,
Castilla se juega su futuro en esa reunión.
De ahí la urgencia.
Alteza, en esa sala acogéis a un traidor.
Se está gestando una insurrección contra vos,
y Diego Pacheco presume de tener a Carrillo en su bando.
Quizá sea un embuste de Pacheco para ganarse aliados.
Alteza, Carrillo y él se vieron en Madrid
para sumar fuerzas a favor de Juana.
Y Diego Pacheco ha viajado a Portugal en busca de apoyo.
¿Lo ha conseguido?
Alfonso de Portugal no se decide,
los nobles castellanos recelan del portugués.
La capacidad de Carrillo para conspirar no conoce límites.
Y ahora he de verle sentado junto a mi esposo.
Alteza, pocos adversarios son más peligrosos que Carrillo.
Si Fernando cae en sus manos,
vuestro reino puede derrumbarse sin ningún ataque externo.
Era mi obligación intentar tenerle de nuestro lado.
Confío en que no me juzguéis por ello.
Nadie en vuestra situación se mantendría en el trono
sin saber perdonar.
Haré llamar a Carrillo.
¡No! A quien quiero ver es a mi esposo.
Decidle que deseo reunirme con él en privado.
(Irónico): Ahora sí soy digno de ser informado.
¿Vos sabéis de los movimientos de vuestro nuevo consejero?
¿De qué habláis?
Carrillo ha ofrecido su apoyo a la causa de Pacheco.
¿Lo ignorabais?
¿Acaso dudáis de mi lealtad?
¿Cómo iba a aceptar su consejo de saberlo?
Ahora sé por qué me brinda su ayuda.
Carrillo ha encontrado una grieta para debilitarnos,
y esa grieta es nuestro enojo.
Ved cómo se ha comportado en la negociación.
Cuando habla por vos os hace mal gobernante,
y peor hombre de lo que sois.
No seamos como Enrique.
No nos pongamos en manos
de quienes buscan su interés a costa del rey.
No tenéis que convencerme de eso.
Y sin duda,
prescindiré de los servicios del traidor.
Pero no creáis por ello que dejaré de reclamar mis derechos.
Que os concederé hasta donde considere justo.
Aunque yo reine en Castilla, tendréis derechos reales:
podréis impartir justicia,
cosa que yo nunca podré hacer en Aragón;
no lo olvidéis.
Escuchad mis propuestas y sumad las vuestras.
No podemos permitirnos entrar en luchas personales.
Ahora menos que nunca.
A nuestros enemigos les será más difícil derruirnos
si estamos unidos.
Si somos uno.
¿Esto va a ser nuestro matrimonio?
¿Siempre una lucha?
No,
porque aprenderemos a convivir con la grandeza del otro.
Porque nos necesitamos.
Porque nos amamos.
¿Qué diantres estarán haciendo?
Parecéis impaciente por quebrar lo que tanto os costó unir.
Don Gonzalo.
Yo agradezco este rato sin aguantar vuestra ponzoña.
Gran idea leer esa coplilla miserable;
habéis avergonzado a Fernando. -Porque es orgulloso,
porque sabe
que la culpa de esta seguidilla la tiene Isabel, no yo.
La reunión ha terminado.
Fernando y yo acabamos de decidir
cómo vamos a gobernar nuestros reinos.
El acuerdo es sensato,
y coherente con aquello a lo que accedí en Cervera en su día
Alteza, eso es una locura,
os vais a ver sometido para los restos.
Seré soberana en mi reino como él lo será en el suyo,
pero Fernando será en Castilla más que un mero consorte.
No escuchéis, alteza, os ha sorbido el seso.
Conteneos, arzobispo.
Os expulsa del paraíso porque lo quiere para ella.
Ya que mentáis lo divino...,
reverencia, ¿tenéis aquí vuestra Biblia?
Siempre me acompaña.
Poned vuestra mano sobre ella y jurad
que no habéis ofrecido apoyo a los enemigos de mi esposa.
Jurad que no habéis conspirado contra Isabel.
Veo que ya no necesitáis, alteza.
Yo, Isabel, seré reina soberana y propietaria de Castilla.
Fernando, mi legítimo marido, recibirá el tratamiento de rey.
Las monedas y los sellos lucirán los nombres
y los escudos de ambos dos,
el nombre mío siendo el primero,
las armas de la reina quedando delante.
Tendré potestad en Castilla para elegir a mi voluntad
lo gobernadores y los cargos que gestionarán mi reino.
Y para recabar los impuestos, que yo sola administraré;
así como los de Aragón administrará Fernando.
En nuestros reinos impartiremos justicia
como iguales, si estando juntos,
o por libre cada uno y separados.
Todo acto de poder será en nombre de ambos,
y el sello que lo rubrique, será uno solo.
No sabéis lo contenta que estoy porque nuestra disputa haya acabado.
Yo también os he echado de menos.
Mis doncellas aún no me han desvestido.
No vais a hacerme esperar a las puertas otra vez.
¿Sabéis que Carrillo me sugirió que os repudiara?
Incluso en mis momentos de mayor enfado...,
nunca me imaginé sin vos.
Lo celebro,
porque os habría costado la vida abandonarme.
¿Creéis que alguien tan ambicioso como Carrillo
claudicará sin buscar venganza?
Lo que haga o deje de hacer Carrillo me importa bien poco.
Porque olvidáis su poder,
que ahora pondrá al servicio de los otros,
dadlo por seguro. No temáis, Isbel.
Y recordad lo que me dijisteis:
se acabó la debilidad de la Corona.
Se acabó ser títeres al servicio de otros.
Nosotros somos los reyes,
y seremos los primeros en ejercer como tales.
Siempre juntos, Fernando.
Siempre.
¿Vais a pasear esta tarde?
Estaré preparando mi partida,
no tengo nada más que hacer aquí.
Alteza, siento interrumpir vuestro almuerzo,
pero acaba de llegar a palacio don Diego Pacheco,
y viene acompañado, mi señor.
¿De quién?
Alteza.
Sentimos no haberos avisado de nuestra llegada
pero el arzobispo tiene noticias que no pueden esperar.
¿Cuáles?
Isabel y Fernando han firmado un acuerdo en Segovia.
Su unión ahora es muy sólida y están decididos a gobernar.
Malas noticias, me temo, para todos los aquí presentes.
¿Queréis decir que debemos perder toda esperanza?
Quiero decir precisamente lo contrario:
creo que es el momento de atacar.
He reflexionado y he visto con toda claridad
que solo podremos hacerlo con vuestra ayuda.
Cuántas veces he de decíroslo:
Castilla nunca dejará que un extranjero corone a su reina.
Lo hará, si tomáis por esposa a vuestra sobrina.
Vuestra incursión no sería la de un extranjero,
sino la de un rey que reclama el trono para su esposa,
la legítima heredera.
Es una solución magnífica, eminencia.
-Los grandes tomarán partido cuando se anuncie el matrimonio,
no tendrán escusas para no apoyar la invasión.
Sea.
-Cuanto antes,
que Isabel y Fernando aún estén celebrando su acuerdo
cuando suenen trompetas de guerra.
La reina y yo esperamos el nacimiento de otro hijo.
Roguemos a Dios para que nos conceda un varón,
y con él,
la dinastía de nuestros reinos se afiance.
¿No os dais cuenta?
Solo él puede devolveros lo que la usurpadora os arrebató.
Alteza, permitidme que os presente a fray Hernando de Talavera.
Os ruego que os arrodilléis, alteza.
¿Pedís a la reina de Castilla que se arrodille ante vos?
Tenéis que sabe vos, y por vos vuestros señores,
que la princesa Juana pronto será mi esposa;
ella será reina de Portugal, y yo rey de Castilla.
Eminencia. -¿Qué ocurre?
Es la reina, está llegando a Alcalá.
Vítores
En Castilla solo hay una reina,
y esa reina soy yo.
¿Habéis amenazado a la reina con retirarle nuestro apoyo
porque no desea confesar con vos?
Pero, ¿cómo se os ocurre?
¿Os estáis repartiendo el reino de mi hija?
No consentiré que lo hagáis a sus espaldas.
Requiero de vos otro tipo de servicios,
quiero que escribáis mi testamento.
Hoy declaro la guerra por mar y por tierra
contra el rey de Portugal y contra todos mis desleales.
Concededme la regencia,
yo velaré por ella hasta que pueda reinar.
¿Pretendéis usurpar mi derecho al trono?
Allí van los mejores hombres para luchar por la mejor causa.
El rey Alfonso no necesita el oro de nadie para vencer,
y cuando acabe, sabrá ser generoso con quienes le han sido fieles.
Zamora se ha declarado a favor del rey Alfonso.
¡Por Castilla! -(Todos): ¡Castilla!
El rey...,
ha tenido una hija en Aragón.
¿Os encontráis mal?
No hay duda
de que están dispuestos para la batalla.
El momento temido ha llegado. ¿Qué le ha pasado a Fernando?
Subtitulación realizada por Cristina Rivero Moreno.
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