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Sommario:
Transcripción completa.
Sommario:
Isabel - Capítulo 13
¡Último capítulo de la temporada! Y el
episodio trece viene cargado de grandes momentos. Veremos morir a dos de
los personajes principales de la trama y a Isabel proclamándose reina
¿A qué retos se tendrá que enfrentará la reina de Castilla ahora que
tiene la corona en su poder? Cabrera consigue convencer al rey de la
necesidad de un encuentro con Isabel por el bien de Castilla. Los
manejos de Pacheco han llevado al reino a una situación ingobernable en
muchas ciudades, avasalladas por el poder de hombres elegidos por
Pacheco. Ajena a todo esto, Isabel se prepara para
visitar a su hermano Enrique. Han pasado muchas cosas (y pocas buenas)
desde la última vez que se vieron¿ pero está esperanzada en el paso que
va a dar. Carrillo no opina lo mismo, airado todavía por no haber sido
elegido cardenal. Pacheco, por su parte, mueve sus
hilos. Por un lado intenta el secuestro de Isabel y su hija. Por otro,
viaja a Extremadura para pedir a Juana de Avis que pida ayuda de su
hermano el rey de Portugal y sus ejércitos.
Transcripción completa.
El papa ha muerto.
Es hora de nombrar
un cardenal castellano.
¿Tenéis alguna preferencia?
No, nombraré a quien vos elijáis.
Elegiréis entre Carrillo,
el arzobispo de Toledo,
o el que proponga el rey.
¿Otra vez tenéis que ir a Aragón?
Debo hacerlo.
¡Debéis vivir en Castilla,
es el acuerdo que firmasteis!
El enviado de su Santidad
desembarcará en Valencia
he de recibirle.
De este viaje depende
que seáis reyes, y yo cardenal.
¿Creéis que no sé que cuando vais
os veis con Aldonza de Iborra,
catalana de Cervera?
¿Creéis que no sé
que tenéis un hijo con ella?
Apoyaréis a Mendoza.
Creí que Carrillo era amigo vuestro.
Y lo es;
pero no vuestro ni de Isabel.
Supongamos que su Santidad
decidiera nombrar cardenal
a Pedro de Mendoza.
Tendría siempre
al rey de Castilla de su lado.
Os traigo algo de su parte.
Carrillo no será cardenal,
vamos a apoyar a Mendoza.
Es la oportunidad
de quitarnos a Carrillo de encima,
no quiero ser
un matrimonio de a tres.
¿Estáis seguro de que Carrillo
es el elegido, padre?
Parecen uña y carne.
Es un falso y un hipócrita,
si no, no hubiese llegado
donde está en Roma.
¿Qué planes tenéis
si accedéis al trono?
Hay una misión por encima de todas:
conquistar Granada.
Mi recomendación al Santo Padre
será que vos seáis ordenado cardenal.
Agradecédselo a quien ha sido
vuestro valedor desde el principio:
Fernando de Aragón.
A los ojos de Dios
ya sois marido y mujer,
dejad que todo el mundo lo sepa.
El cardenal Borja
ya me lo adelantó antes de partir,
pero me pidió silencio.
No sé lo que Carrillo creerá saber,
pero el cardenal será Mendoza.
¡Hijo de mil putas!
(Asombrado): El papa
les ha concedido la bula.
¿Seguís pensando
que contamos con el apoyo del papa?
Desde el primer momento
apoyamos a Mendoza.
¿Lo sabíais desde el principio?
(Sorprendido): Cárdenas,
¿qué hacéis vos aquí?
Vengo en nombre de Isabel.
Os amo.
Y yo a vos.
Y no amaré jamás
ni yaceré con otro hombre.
Y no aceptaré de buen grado
que vos estéis con otras mujeres.
Subtitulado por Teletexto-iRTVE.
Castilla vive tiempos de cambio,
ya nada es como era
y nadie sabe cómo será.
Y no solo Castilla.
El príncipe Fernando ha de marchar
una vez más a Aragón
reclamado por su padre,
el rey Juan.
Confío que vuestra presencia
calme de una vez a los catalanes,
estoy harto de conflictos
que no acaban nunca.
Parece el sino de nuestra condición.
En Castilla el horizonte clarea.
Y no estoy allí.
Podéis ser príncipe de dos reinos,
pero es difícil que podáis estar
en los dos reinos a la vez.
Y os necesito aquí, y ahora.
Lo sé, padre.
Pero en cualquier momento
hemos de reunirnos con Enrique,
y no estoy allí.
¿No creéis a Isabel
capaz de lidiar la situación?
La creo demasiado capaz.
Y es que doña Isabel,
si bien es consciente
de su papel como princesa,
a menudo no parece serlo
del de mujer.
Cada vez que aparto la mirada
ha puesto los pies en Aragón.
Tiene obligaciones allí, señora.
Sí, y aquí,
y no solo como príncipe.
Isabel,
no es momento de anteponer
los problemas personales
a los de Estado.
Vuestra lucha de años,
de toda una vida,
es por Castilla.
Y el momento ha llegado.
Alteza, cada día son más
las ciudades leales al rey
que están descontentas.
Gobierna el desorden,
cuando no lo hacen Pacheco
y sus secuaces,
lo cual es aún peor.
Tras la visita del cardenal Borja,
los Mendoza está abiertos a dialogar.
Nunca olvidarán
el apoyo de vuestro marido
para que
don Pedro González de Mendoza
fuera elegido cardenal
en lugar de Carillo.
Algo que nos traerá
no pocos problemas, os lo aseguro.
En toda negociación
siempre hay que ceder:
nosotros ya lo hemos hecho,
ahora les toca a ellos.
Y lo harán.
¿De verdad creéis que el rey
querrá hablar conmigo?
Es cuestión de días,
os lo aseguro.
Pues cuando llegue el día, acudiré.
Convendría avisar a vuestro esposo.
Yo sola me basto y sobro.
¿Podemos contar con Cabrera?
Por favor, escuchadme.
(Suspira).
Las cosas no son
como os las pinta Pacheco, majestad.
El vandalismo aumenta,
no solo contra los judíos.
La gente se siente desprotegida.
Es terreno abonado
para la causa de Isabel.
¿Qué sugerís?
Recibidla.
Carrillo ya no manda.
Apartad a Pacheco
y seréis vos y ella.
Sois hermanos,
vuestra sangre es la misma,
queréis lo mismo para Castilla.
Es más lo que os une
que lo que os separa.
¿Y por qué habré de pensar
que no es una estratagema
para libraros de Pacheco?
Porque los Mendoza
no necesitamos librarnos de él.
(Lee): "No hay más castillos
y sí guerra sin sentido".
No se sabe su procedencia,
pero está en todas partes.
Toledo, Murcia, León, Valladolid;
todas están hartas.
Unas de venganzas
por haber apoyado a Isabel,
otras de saqueos
a manos de hombres de Pacheco.
Yo...
Pacheco no me había dicho
nada de esto.
¿Recibiréis a doña Isabel, señor?
(Suspira y asiente).
Y el rey Enrique y doña Isabel
concertaron un encuentro,
libres ya de la influencia nociva
del marqués de Villena uno,
y del arzobispo de Toledo otra.
Os veo muy concentrado escribiendo,
amigo Palencia.
Pongo al día mis crónicas.
¿Habéis llegado ya a la farsa
sobre el arzobispo
que iba a ser nombrado cardenal
y que al final
fue humillado por Roma?
Ahora mismo pensaba escribir
sobre tamaña injusticia.
Espero que no tengáis que relatar
cómo he sido apartado como un leproso
por quienes tanto luché.
Eso no sucederá jamás.
Sin vos todo esto se vendría abajo;
vos sois el verdadero arquitecto
de esta causa.
Monseñor Carrillo,
que como Ícaro,
se acercó demasiado al sol
y cayó víctima de su orgullo
y su ambición.
Un hombre que se creyó rey,
y que ahora es un cadáver andante.
Uno más de los muchos que deambulan
por los campos de Castilla.
Majestad, majestad.
¿Os encontráis bien?
(Titubea): Una indigestión.
¿Queréis que avise al médico?
No, no ya...,
me purgué.
¿Queréis algo, marqués?
He oído que vais a recibir a Isabel.
Habéis oído bien.
Cometéis un error.
Vos cometisteis uno peor
ocultándome lo que pasa en mi reino:
cómo vuestros hombres de confianza
se enriquecen
a costa de nobles y campesinos.
Esos hombres
son las patas de vuestro trono.
No han hecho
si no lo que les pedisteis.
Será lo que les pedisteis vos.
Siempre por vuestro bien,
¿o es que ahora también
vais a renegar de mí?
Porque yo estoy en el mismo lugar:
a vuestro lado.
¿Dónde estáis vos?
Donde esté el bien de Castilla.
Es curioso:
todo el mundo habla del bien
de Castilla para justificarse.
Pero qué demonios es Castilla,
¿me lo podéis decir vos
ya que sois su rey?
¿Qué es Castilla?
¿Los campesinos muertos de hambre?
¿Sus curas que viven de la sopa boba?
Un rey no se pliega a negociar
con una usurpadora.
Voy a verla.
Pues vedla,
pero exigir a su hija
como garantía.
Mientras esté en nuestro poder
no se atreverá a...
¡Ya basta!
Es esa la única manera
en la que sabéis hacer las cosas.
Estoy cansado y estoy harto.
(Lamento).
Veré a mi hermana,
es mi decisión.
¿Puedo haceros una pregunta?
¿Los hijos de puta de los Mendoza
saben que veréis a Isabel?
Ahora lo entiendo todo.
¿Vais a ir con vuestra hija?
Quiero que el rey la conozca,
es su tío.
Me conmueve el amor de la familia.
Lo entiendo, siempre habéis sido
un hombre de buen corazón.
¿Y qué vais a negociar?
No pienso negociar.
Me atengo a lo acordado en Guisando;
él es el rey
y espero que por muchos años.
¿Y vos esperaréis hasta que muera
para sucederle?
Así es.
Mal negocio
el de esperar en Castilla,
y peor estando Pacheco de por medio.
Puede que no esté muy en medio.
-Pacheco siempre está en medio.
Enrique quiere ganar tiempo,
si no cumplió con Guisando,
tampoco cumplirá ahora.
Lo veremos.
Enviad aviso a mi esposo,
que sepa que en tres días
me reúno con el rey en Segovia.
No mandéis mensaje,
id vos en persona.
Bastante se enojará ya
cuando se entere que va sin él.
Parto de inmediato.
Y decidle
que debe ir a Segovia sin demora.
Muy seguros estáis
de que Fernando os hará caso.
¿Habéis perdido la fe
en vuestros amigos aragoneses?
He perdido la fe en todo.
Pero, ¿vendréis a Segovia?
Iré.
Entraréis de noche;
Isabel ya habrá visto al rey
y no sospechará nada.
¿Nos llevamos también a la hija?
Y quiero que las dejéis separadas:
su hija será la garantía
para que Isabel
haga lo que se le ordene.
Más vino.
Escoged media docena de hombres,
no más.
¿Cómo entraremos en el Alcázar?
-Entraréis.
¿Cómo sabremos en qué habitación
se encuentra Isabel?
Lo sabréis;
tengo gente dentro.
Las puertas se os abrirán
como al buen ladrón se le abrieron
las puertas del cielo.
¿Se nos abrirán?
¿Y vos dónde estaréis?
Para no levantar sospechas
iré a Extremadura;
quiero ver a Juana de Avis.
Quiero que sepa que nosotros somos
la única posibilidad de su hija.
¿Todo claro?
Tranquila, ya están aquí.
Relincho
¡Beatriz!
Es igual que vos.
Espero que tenga
mejor vida que su madre.
Todo eso ya pasó,
estáis aquí.
Lo sé, pero Enrique
no ha venido a recibirme.
Ya sabéis
que le gusta hacerse de rogar.
Lo sé, pero la primera vez
que vine a Segovia
tampoco me recibió.
Y mira
todo lo que ha pasado después.
Tranquila.
Las cosas han cambiado,
y Pacheco no está.
Se ha ido para no veros.
¿Y don Andrés,
vuestro esposo?
Pacheco le ha estado haciendo
la vida imposible,
menos mal que...
No me refería a eso.
¿Cómo estáis con él?
¿Qué tal esposo es?
Todo lo que una soñó de niña.
¿Así de feliz os hace?
Más de lo que os podáis imaginar.
¿Os acordáis de cuánto llorabais
cuando vuestro padre os casó?
No me lo recordéis, por favor.
¿Y vos?
¿Qué tal esposo es Fernando?
Perdonad, no quería...
Es maravilloso,
siempre que está conmigo.
El problema es cuando no está.
Por Dios, qué mujer.
¿No podía esperar a que volviera
para ver a Enrique?
Era la oportunidad de ver al rey.
Además, con el debido respeto:
la sucesora al trono es ella.
Pero su marido soy yo.
Ahí no me meto.
¿Pero?
Vos ya sabéis cómo es.
¡Estoy harto
de estos condes catalanes!
Hablas y hablas
y cuando crees
que ya está todo hablado,
siempre se sacan
otro asunto de la manga.
¡Es el cuento de nunca acabar!
Tened paciencia con ellos, padre.
Les hemos vencido,
¿por qué tantos miramientos?
Porque nos tienen que ver
como a sus reyes, no como enemigos.
Y malos reyes seríamos
si avasalláramos a los súbditos.
Peores reyes seríamos
si mostráramos cariño
con quienes
se rebelan continuamente.
Es el momento de la paz,
de ayudarles a reconstruir
lo arrasado por la guerra.
Que los catalanes vean
que nos preocupamos por ellos,
y serán nuestros mejores aliados
cuando Francia vuelva a atacar.
Que no tardará.
Negociad, padre.
No podemos tener
enemigos en todas partes.
De acuerdo,
id a Pedralbes y...
Me temo que no podré ir.
El rey Enrique
quiere reunirse con Isabel
para zanjar diferencias;
he de partir a Segovia.
Peralta puede sustituirme
en Cataluña.
¿Peralta?
Donde no podré sustituirle
es en Segovia, majestad.
No hemos hecho
todo lo que hemos hecho
para olvidarnos ahora de Castilla.
Majestad, es bueno tener
a Castilla de vuestra parte,
por si vienen los franceses.
¡Haced lo que estiméis conveniente!
Vais a ser rey, ¿no?
¡Yo ya soy demasiado viejo
para tener tantos líos en la cabeza!
(Cuchichea).
Majestad.
Hermana.
Hermana.
¡Hermana!
Cuánto tiempo.
Mucho.
Demasiado.
Venid conmigo.
¿Y vuestro esposo?
Después
de lo que me hicisteis sufrir...,
¿al final no le voy a conocer?
Tuvo que marchar a Aragón
para asuntos urgentes.
Parece que no es Fernando
el único ausente.
Cierto, ¿dónde estará Pacheco?
Razones urgentes le han hecho
ausentarse de la Corte.
Espero que no sea nada grave.
Muy preocupado os veo.
Uno siempre debe preocuparse
por la familia.
¿No debería estar presente
por lo que se pueda hablar?
¡No!
Seguro que habláis de política.
Y esto no es una reunión política.
Hoy es un día especial:
mi hermana ha vuelto.
Señor, tengo una sorpresa para vos.
Dejadnos solos,
¡fuera, fuera, fuera!
Dios mío,
si es igual que vos
cuando erais niña.
Y es una niña bien educada.
Que no os engañe;
tiene un carácter de mil demonios.
Lo dicho, igual que vos.
¿Puedo cogerla?
Por favor.
Ven.
No sabéis lo afortunada que sois
pudiendo ver crecer a vuestra hija.
Habría dado cualquier cosa
por tener esa suerte.
Habría dado cualquier cosa
porque mi vida hubiera sido otra.
No podemos cambiar el pasado,
pero sí el futuro.
Hace tiempo
que no visitáis Segovia, ¿verdad?
Vos sabéis que así es.
Mañana quisiera que de nuevo
pasearais por sus calles.
Y si me lo permitís,
me gustaría acompañaros.
Será un honor.
Quiero que la gente
me vea pasear junto a mi hermana.
(Tararea).
(Gime).
¿Estáis bien?
Majestad.
¡Ah! Solo...,
solo estoy cansado.
Pues descansad.
Y os guste o no,
veréis a los médicos.
Señora, permitidme
que os acompañe a vuestra habitación.
No es nada,
solo que no se cuida.
Para que vea a un médico
hay que obligarle,
y es difícil obligar a un rey.
Os aprecio, Cabrera.
Siempre habéis sido
leal a vuestro rey,
y aún así me habéis ayudado a mí.
Cuando hasta hace poco
yo era su enemigo y el vuestro.
La mejor manera de ser leal a Enrique
es ayudar a Castilla,
y eso solo se consigue dialogando.
Siempre os estaré agradecida.
Agradecédselo a mi esposa Beatriz;
si no hubiera hecho esto...,
me falta tierra y Castilla
para huir de ella.
¿Buscabais a alguien?
Rendíos si queréis vivir.
¡A por ellos!
Dejad a este vivo,
tiene que contarnos muchas cosas.
Tomad.
¡Aaag! Con este brebaje,
¿pensáis que puedo sanar?
Son hierbas,
ningún mal pueden haceros.
Con este sabor,
provocarme el vómito.
Eso no,
pero que tengáis
el vientre más ligero, eso seguro.
Debéis ser más comedido
en vuestras comidas:
no tomar carne de caza
durante unas semanas.
Majestad, y no purgaros vos mismo
sin mi consejo.
¿Me haréis caso alguna vez?
Sí, lo haré.
Eso espero,
porque a mí podéis engañarme;
pero a vuestra salud no.
¿Ha confesado vuestro prisionero?
-No,
nunca denunciará a Pacheco.
Prefiere morir,
cosa probable, por cierto.
Parece que temen
al marqués de Villena
más que al propio rey.
Esa es su estrategia:
la intimidación y el miedo.
¿Cómo sabíais
que intentaría secuestrar
a Isabel y a su hija?
Tengo a mi servicio
a uno de sus criados.
Tanto tiempo al lado de Pacheco
me ha enseñado a usas sus tretas.
Sabía del plan
antes de que llegara Isabel,
y la cambié de alcoba.
Esto no puede seguir así,
Castilla no puede depender
de hombres como Pacheco.
¿Qué insinuáis?
¿Qué creéis que está haciendo
Pacheco en Extremadura?
¿Contar fanegas de trigo?
Ha ido a ver
a la reina Juana, seguro.
Tenemos que extirpar
la mala hierba de cuajo.
¿Isabel sabe algo de todo esto?
-No.
Mejor,
que ni ella ni su gente
sepan nada.
¿Y el rey?
Tampoco sabe nada, excelencia,
pensaba informarle esta mañana.
No lo hagáis,
ya lo sabrá a su debido tiempo;
este asunto es cosa nuestra.
Dejemos que Enrique siga feliz
por haber recuperado a su hermana.
Siempre os agradeceré este gesto,
majestad.
Tal vez debería haberlo hecho antes.
Todos ellos
desearían estar donde nosotros,
ser reyes, príncipes y princesas,
sin saber que por serlo
no somos más felices.
Fijaos, nos miran y sonríen.
Porque están hartos de luchas,
disputas y guerras.
Igual que yo, hermana.
Disputé la Corona con mi padre,
luego con mi hermano Alfonso.
Debemos acabar con esto,
Isabel, para siempre.
(Sorprendida): Fernando.
Majestad.
Señora.
Os presento a Fernando,
rey de Sicilia
y príncipe de Aragón.
Por fin os conozco.
Estuvimos a punto
de conocernos antes,
si no hubiera esquivado
a vuestros soldados
camino de mi boda,
en Valladolid.
Veo que sabéis hacer bromas
hasta de los momentos más ingratos.
Es su naturaleza;
ya le iréis conociendo.
Bienvenido seáis.
Si gustáis de pasear a nuestro lado.
Será un honor.
¡Viva Isabel!
-(Todos): ¡Viva!
¡Viva Fernando!
-(Todos): ¡Viva!
¡Viva Castilla!
-(Todos): ¡Viva!
¡Viva Isabel!
-(Todos): ¡Viva!
Parece que el pueblo os quiere,
hermana,
a vos y a vuestro esposo.
No más que a vos,
que sois su rey.
Vítores
Sin duda,
este es un gran día.
¿Por qué tenemos que hablar con él?
¿Por qué le dejamos
siquiera entrar en nuestra casa?
Os lo ruego.
Este hombre
es la mano derecha del rey,
si no manda más
que el propio rey.
Es el causante de este exilio,
de que no veáis a vuestra hija.
¿Qué puede ofrecernos
que nos interese?
Algo que no os incumbe en absoluto.
Vais a tragaros vuestras palabras.
Ponedme una mano encima
y tendréis una muerte
lenta y dolorosa.
¡Pedro! Dejadnos solos.
Por favor.
Sed breve.
Contad, ¿qué queréis?
Que vuestra hija
sea reina de Castilla,
y lo tiene más difícil que nunca.
¿A qué os referís?
Isabel está reunida
con vuestro marido en estos momentos;
él mismo la ha llamado
para llegar a un acuerdo.
Debemos actuar.
Vos y yo tenemos asuntos pendientes,
pero debéis tener claro
que nadie va a defender los derechos
de vuestra hija Juana como yo.
¿Qué me pediréis a cambio?
Que habléis con vuestro hermano,
el rey de Portugal,
para que nos ayude.
Si no lo hace,
Aragón tendrá en Castilla
el peso que podría tener Portugal.
¿Preparáis una guerra?
Preparo una demostración de fuerza,
y si no es suficiente,
lo que haga falta.
¿Qué me respondéis?
Os respondo
que estoy harta de intrigas,
y que no dudo que el rey me odia,
pero mi hija tiene
el apoyo de los Mendoza.
Los Mendoza no son de fiar.
Y si los Mendoza no son de fiar,
¿de quién se puede uno fiar
ya en Castilla?
¿De vos?
Música cortesana
¿Cómo tiene la poca vergüenza
de estar aquí
tras haber intentado
secuestrar a la princesa?
Sed discreto.
Mirad al rey, es feliz
y está emocionado.
Todo va bien.
¿Y vuestro padre
no frecuenta la Corte últimamente?
Será porque no le gustan
las falsedades, como a mí.
Cambiad esa mala cara,
que estamos de celebración.
¿Quién iba a decirnos
que llegaríamos a esta situación
después de tanta penuria?
No cantéis victoria,
aún no hemos firmado nada.
Todo un detalle bailar para mí,
Isabel.
Es solo una pequeña muestra
de lo feliz que me siento.
Más feliz me siento yo,
os lo puedo asegurar.
Y espero que también
los que nos acompañan.
Quiero brindar
por los presentes,
porque olvidemos
las malas experiencias del pasado
y juntos trabajemos
por una Castilla mejor.
Y también quiero levantar mi copa
por vos, Fernando.
Siempre hemos sido familia,
pues primos somos.
Cierto, aunque ya sabemos
que en las familias reales
muchas veces
nos olvidamos de esas cosas.
Apenas nos conocemos.
Y ahora también somos cuñados.
Y por fin os recibo como familia,
y no como enemigo;
algo de lo que no os imagináis
cuánto me alegro.
Por vos.
Yo también quiero
levantar mi copa por Fernando,
rey de Sicilia
y príncipe de Aragón.
Vos me tratasteis
con cariño y hospitalidad en Valencia
cuando nos visitó su eminencia
el cardenal don Rodrigo Borja.
Sabed que aquí
sois igualmente bienvenido; por vos.
Apoyo vuestro brindis.
Por Fernando.
-(Todos): Por Fernando.
Parece que ahora sois vos
quien no tiene buena cara.
¿Os pasa algo, Carrillo?
Disculpadme,
necesito que me de el aire.
Disculpadme a mí también, majestad.
¡Esperad!
Os ruego que volváis a la cena.
¿Que vuelva?
Sí, pero con una condición.
Juradme que no habéis maniobrado
a mis espaldas.
Vuestro silencio
confirma mi sospecha.
Fernando apoyó a Pedro Mendoza
y no a mí
para ser cardenal en Roma.
¡Y vos lo sabíais!
¡Y Cárdenas, que estaba con Fernando,
también lo sabía!
(Grita):
Y lo habéis guardado en secreto.
Lo supe después de que ocurriera,
pero no pido perdón por ello.
Porque era necesario.
¿Para que los Mendoza apoyaran
a Isabel y Fernando ante el rey?
¿Os parece poco?
Vos habríais hecho lo mismo.
Decidme,
después de todo
lo que he hecho por Isabel,
¿creéis que merezco esta humillación?
Vos les humillasteis
imponiendo lo que tenían que hacer;
os avisé y no me hicisteis caso.
Sin mí jamás
habríais llegado hasta aquí, ¡jamás!
Y ahora me pagáis con esto.
Isabel y yo iniciamos esta causa
para que Castilla
fuera gobernada por sus reyes,
no por sus validos.
No podéis estar
por encima de la reina,
y eso es lo que queréis:
ser el nuevo Pacheco.
Bien, todo está claro.
Decidle a Isabel
que no vuelva a contar conmigo
nunca más.
¿Por qué no se lo decís en persona?
Porque no se lo merece.
Parece que ya no gobernaremos
de a tres.
Carrillo siempre ha sido
un buen aliado, y lo hemos perdido.
No le necesitamos como amigo.
Ni como enemigo, os lo aseguro.
No me preocupa ningún enemigo
si estamos juntos.
¿Qué queréis decir?
No podíais haber esperado
que yo volviera de Aragón
para venir a Segovia?
Las negociaciones con el rey
lo exigían.
Sabéis que Cárdenas
vino a la Corte con ese objetivo.
Además, antes de casarnos
acordamos que no...
que no podría abandonar Castilla
si mi presencia fuera necesaria;
lo sé.
Pero no puedo dejar Aragón,
si me necesita.
Ni yo Castilla.
¿Creéis que no me hubiera gustado
venir con vos?
Vuestra presencia
me hubiera ayudado a no recordar
la primera vez que vine a la Corte,
aquí, en Segovia,
cuando me apartaron de mi madre.
No, no soy yo quien no quiere
que estéis a mi lado;
sois vos el que me dejáis sola.
Yo solo os pido
que contéis conmigo,
y que si estoy fuera
me tengáis informado
de vuestras acciones.
Y así lo hice:
os mantuve informado.
Tal vez debería pediros otra cosa:
que dejemos de discutir,
que os olvidéis de malos recuerdos.
Ya es hora de que seamos felices.
Porque seremos reyes
de Castilla y Aragón,
y juntos conseguiremos
todo lo que nos propongamos.
Pero tenemos que estar juntos,
no podemos tener secretos.
Debemos ser el uno para el otro,
y el otro para el uno.
Isabel y su hija
tendrían que estar encerradas,
¡qué ha pasado para que no sea así!
Alguien debió verles entrar.
Si hicieron lo que les ordené,
nada debería haber fallado;
alguien debió avisarles.
-Lo dudo.
Si no, ¿por qué no han tomado
represalias contra nosotros, padre?
Mis hombres no han dicho nada,
y si lo han hecho,
Enrique se ha cagado de miedo:
el rey me teme.
Esa es nuestra baza:
su miedo y sus emociones.
Es un blando, no tiene carácter,
es un melancólico enfermizo.
Basta recordarle su infancia,
cuando yo era su doncel,
para que haga lo que yo quiera.
(Grita): ¡Mierda de rey!
¿Y a vos
cómo os ha ido con la reina?
De momento no he conseguido nada,
pero ya vendrá a nosotros
como un corderito
cuando le vea las orejas al lobo.
Siento decirlo, padre,
pero os veo muy optimista.
Si hubierais estado
en las celebraciones
a la llegada de Fernando;
todo era alegría,
todos parecían uña y carne:
los Mendoza,
Isabel, Fernando, el rey.
Solo Carrillo
parecía fuera de lugar.
¿Fuera de lugar?
Don Pedro Mendoza brindó
por la hospitalidad
de Fernando en Valencia,
cuando Borja vino de Roma.
Carrillo se levantó
y abandonó la sala.
Otro al que han engañado.
Nos ha jodido bien
el obsceno de Borja:
ha conseguido unir
a los Mendoza con Isabel.
Creo que es el momento
de visitar a mi tío.
Veo que os seguís encerrando
con vuestros alambiques
cuando las cosas os van mal.
¿Para qué habéis venido?
Para recordaros
las veces que os aconsejé
que abandonarais a Isabel.
Sin vos,
ella ahora no sería nada
porque estaría
encerrada en una torre, o muerta.
¿Os ha valido la pena tanto esfuerzo?
Tampoco parece
que vuestro esfuerzo con el rey
se haya visto muy recompensado.
Estamos en las mismas, sobrino.
Reconocedlo:
estamos los dos derrotados.
¿Os vais a dejar vender?
No puedo creer
que no tengáis deseos de venganza,
como los tengo yo.
¿Vais a dejar que los Mendoza
se salgan siempre con la suya?
¿No os hiere que Pedro Mendoza
sea cardenal y no vos?
¿Que una niña
que ha crecido protegida por vos
os desprecie y engañe?
Uníos conmigo para conseguir
que la princesa Juana
sea reina de Castilla.
Para que lo sea ya.
Quitémosle
al cabrón de Enrique su Corona.
Me estoy haciendo viejo, Pacheco.
Estoy agotado.
Como vos,
aunque no queráis daros cuenta.
Necesito descansar.
Solo una cosa:
¿alguna vez
volveréis a apoyar a Isabel?
Nunca.
Con eso me vale.
Descansad,
os avisaré cuando llegue el momento.
Decidme
para qué me habéis hecho venir.
Lo sabéis tan bien como yo.
Enrique no os convoca
para hablar del tema sucesorio.
Así es,
llevamos semanas en Segovia.
Y cuanto más tiempo pasa,
más fuerza le damos
a nuestros enemigos;
no me fío de Pacheco.
¿Tanto os preocupa
el marqué de Villena?
No hay peor enemigo
que aquel al que no puedes
enfrentarte cara a cara.
Seamos claros, don Diego.
Vos negasteis
el pan y la sal a Isabel,
apostasteis por la hija del rey
como sucesora;
es hora de que hagáis algo
a nuestro favor.
Y más cuando bien sabéis
que si vuestro hermano
ha llegado a cardenal,
ha sido
por mi intercesión con Borja
y la de mi padre con Roma.
Debéis hablar con el rey.
Es complicado;
basta que le insistas a hacer algo
para que haga lo contrario.
Tal vez vuestra alteza
tendría más éxito que yo
si hablarais con él.
Esa es la última carta,
no me hagáis quemarla
antes de tiempo.
Os aseguro
que cuando reine en Castilla
premiaré cada gesto
que se haya hecho a mi favor.
pero no olvidaré
a quienes no me apoyaron.
Decidid de qué lado estáis.
¿A qué tanta prisa?
¿Acaso no doy muestras
de cariño y hospitalidad?
Sí, es cierto,
pero Castilla necesita
estabilidad y orden,
y este es el momento oportuno.
¿No habéis sentido
el cariño del pueblo
cuando os ha visto
con Isabel y Fernando?
¿O es que acaso hay algo en ellos
que no sea de vuestro agrado?
No, no lo hay.
Entonces,
¿por qué no dar el paso?
Cuanto más tiempo pase,
mayor margen daremos
a intrigas y desconfianzas.
Podéis hablar en confianza;
sabéis de mi lealtad.
Estas últimas semanas
me he sentido feliz
y triste a la vez.
Feliz por recuperar a mi hermana,
a mi sobrina;
mi propio cuñado, Fernando.
Y triste porque hay
otra parte importante de mi familia
que es ajena a esa alegría.
Y se puede ver...
perjudicada por esa negociación
a la que me apremiáis.
¿Vuestra hija?
¿Queréis un consejo?
Pensad en lo mejor para Castilla.
¿Qué es lo mejor?
Lo mejor es Isabel:
os garantiza lealtad.
Ha cedido en que mi hermano,
uno de los vuestros,
sea cardenal
en lugar de Carrillo.
Su boda con Fernando os asegura
que con la unión con Aragón
Castilla se fortalezca.
Sí, sí...
Pero, ¿y mi hija?
¿No quisisteis casarla
con el hermano del rey de Francia
para preservarla
su futuro y su rango?
Podemos imponer
en las negociaciones con Isabel
que se comprometa
a celebrar la boda de vuestra hija
con alguien de alcurnia.
¿Vos garantizaríais eso?
Os lo juro por mi vida.
Sabéis del cariño que profeso
a la princesa Juana.
Decidle a Isabel
que mañana mismo nos reuniremos.
¡Padre, padre!
(Grita): ¡Padre!
¡Padre, padre!
Juro que me comprometo
a que vuestra hija
tenga un digno matrimonio,
fiel a su condición
de hija de rey.
Sin duda,
es una petición humana
y de buen padre la que nos hacéis.
Me alegra oír vuestras palabras.
Entonces,
pasemos a otros puntos que tratar.
Creemos que uno muy importante es
la residencia de Isabel y Fernando.
Podéis quedaros a vivir aquí,
en Segovia,
si os place.
Nos place.
Me encantará saber que no estoy solo
y que mi familia está aquí.
Habrá que disponer
de alcobas y despachos
para esta nueva situación.
Cabrera se encargará de ello.
Con respecto a la sucesión,
poco tenemos que añadir
a lo hablado en Guisando,
que vos revocasteis.
En este sentido, nos reafirmamos...
¿Qué ocurre, Cabrera?
Perdonad que os interrumpa, alteza,
pero es importante.
Si es tan importante,
¿a qué esperáis?
¡Hablad!
Don Juan Pacheco,
marqués de Villena,
ha muerto.
(Tartamudea): ¿Juan ha muerto?
Anoche, majestad.
¿Cómo ha sido?
Los médicos dicen que fue
un acceso en la garganta,
tenía úlceras sangrantes.
¡Aaah!
¿Os encontráis bien, majestad?
Tal vez sea mejor
suspender la reunión.
Os lo ruego.
Necesito...,
necesito estar solo.
Esperaba veros
en el entierro de mi padre.
¿Qué hacéis aquí ahora?
Curioso, esa es la misma pregunta
que os iba a hacer a vos.
Estoy revisando sus documentos.
Mi padre no contaba
nada de lo que hacía
y después de la muerte de mi madre
ni se ocupaba de las propiedades.
¿Creéis que es esto
lo que hubiera querido que hicierais?
Dejadlo inmediatamente.
¿Y vos sabéis
lo que mi padre hubiera querido?
Sí; allá donde esté
os querría ver al lado del rey,
os querría ver
como digno sucesor suyo
y no como un funcionario
ordenando papeles.
(Suspira): Oportuna muerte
la de vuestro padre.
Y con la misma enfermedad
de la que murió su hermano,
don Pedro Girón.
¿Qué queréis decir?
-Nada que pueda probar.
Pero parece que Dios
ha elegido el mismo camino
para llevarse a los dos a su lado.
O eso,
o que el veneno era el mismo.
¿Insinuáis
que mi padre fue envenenado?
Creo que las casualidades
son más propias
de hombres que de Dios,
y que en este caso
benefician a la misma persona:
Isabel.
(Suspira): Estoy cansado,
pero la muerte de vuestro padre
me obliga a reaccionar.
Id a ver al rey
y que os de sus condolencias.
Apretadle en sus emociones,
y os dará un puesto a su lado.
¿Y cuales son vuestros intereses
para venir a darme consejo?
Los mismos que los de vuestro padre;
los mismos que los vuestros.
Evitar que Isabel sea reina.
¿Enrique se ha ido a Madrid?
Así es,
no se encontraba bien.
Pero si apenas habíamos comenzado.
La salud del rey es lo primero.
Además, me ha dado plenos poderes
para seguir negociando
y redactar un documento
que a su vuelta firmará.
Creo que es una prueba evidente
de buena voluntad por parte del rey.
Este cuento ya me lo han contado
muchas veces.
Por si acaso,
redactemos el documento
a la mayor brevedad posible.
Tranquilo,
yo me encargaré de hacerlo.
Mañana mismo estará.
Siento la tardanza.
¿Y Enrique?
Tenemos que daros una mala noticia.
Y yo a vos otra.
¿Volvéis a Aragón?
Los franceses
han vuelto a entrar en Cataluña.
Maldita guerra
que no se acaba nunca.
Os necesito aquí conmigo;
Enrique podría volver
en cualquier momento.
Mi padre y mi pueblo
me necesitan allí, Isabel.
Debo ir a defender Cataluña,
o si no pensarán
que no merezco ser su próximo rey,
que no merecemos
ser sus próximos reyes.
Lo siento.
Lo siento mucho.
Os juro
que lo que más deseo en este mundo
es estar junto a vos.
No pongáis esa cara, os lo ruego,
volveré pronto.
Tenedme informado
de cuanto acontezca,
y me presentaré aquí
si es necesario.
Vos lo habéis dicho:
"si es necesario".
¿Queríais verme, majestad?
Necesito que seáis mis ojos
en Castilla hasta que vuelva.
¿Acaso no confiáis en vuestra esposa?
Obedeced y no hagáis preguntas.
Pobre Juan.
Aún recuerdo
cómo me enseñó
a utilizar una lanza.
No era muy bueno en eso.
Pero yo era casi un niño,
aún no me daba cuenta de nada.
Mi padre me hablaba a menudo
de aquella época, majestad.
Siempre lo hacía con mucho cariño
y respeto hacia vos.
El mismo que le tenía yo a él.
Teníamos nuestras disputas,
algunas muy graves,
pero son muchas las cosas
que le debo a don Juan Pacheco,
y me hubiera gustado estar
en los momentos finales a su lado
para decírselas.
Nos pasamos la vida luchando
por el poder y la riqueza,
pero cuando la muerte nos llama
nos impide llevarnos nada de eso...
al más allá.
Tal vez, entonces,
mi padre os hubiera dicho
lo triste que estaba
por vuestro trato
en los últimos tiempos.
Ser rey es complicado, Diego.
Muy complicado.
Y a veces no se puede
tener contento a todo el mundo;
pero os juro que me hubiera gustado
arreglar nuestras disputas.
Cierto.
Bien,
yo ya he cumplido
el objetivo de mi visita.
Con vuestro permiso, majestad.
Esperad.
Sé de algo que hubiera satisfecho
a vuestro padre.
Él quería que estuvierais a mi lado,
y lo estaréis:
le sucederéis en todos sus cargos.
Sería un honor, majestad.
Y para mí un alivio que aceptéis.
Llamaré a un notario de inmediato
porque desde ahora os nombro
maestre de la Orden de Santiago.
(Llora).
Hermano, ¿qué sucede?
Carta del rey.
Ha nombrado al hijo de Pacheco
maestre de la Orden de Santiago.
Pero...
ese cargo solo se hereda
de rey a príncipe.
Y además debe ser sometido a votación
de los miembros de la Orden.
El rey hará que eso no sea necesario;
ya lo hizo con Beltrán de la Cueva.
Debéis ir a Madrid
a hablar con el rey.
Y si vos no lo hacéis, iré yo.
No podemos tener los mismos problemas
con el hijo que con el padre.
Además, ¿no es la Orden de Santiago
la que más riquezas otorga?
Así es.
Entonces,
ese cargo debe ser para vos.
¿Cómo se le regala
al hijo de Pacheco
un cargo de tanta alcurnia?
Parece que se ha dado más prisa
en hacer ese nombramiento
que en volver
para firmar los documentos
de sucesión.
Cabrera, ¿qué gente de confianza
tenéis en Madrid?
A don Rodrigo Ulloa,
contador del reino,
y a don Garci Franco,
miembro del Consejo Real;
ellos son mis ojos allí.
Pues enviadles mensaje
de que nos informen inmediatamente
de lo que el rey decida;
si pueden antes de que lo decida.
Pasará lo de ahora:
que sea demasiado tarde.
No es mi obligación
mediar en estos casos ante el rey.
¡Por Dios, Cabrera!
Si ya lo habéis hecho.
Os lo ruego, don Andrés.
Sé que os debo mucho,
pero si esto sale mal
todo lo que hemos trabajado
no valdrá para nada.
No podemos permitir
otro Pacheco junto al rey.
Así se hará.
Habrá que informar
de esta noticia a Fernando.
Si vos lo deseáis,
le puedo escribir yo mismo.
Haced lo que os plazca.
¿No podemos dejar las cuentas
para otro momento, Ulloa?
Es urgente, majestad.
Si el rey decide
que sea para otro día,
será para otro día.
Gracias, Diego.
¿Queréis acompañarme a cazar?
Por supuesto, majestad.
Si queréis, majestad,
puedo poneros al día
de camino al coto de caza.
Otro día, Ulloa,
¡si vamos a cazar, vamos a cazar!
(Gruñe).
¿Alguna novedad, Rodrigo?
No, no hay manera de acercarse a él.
Tenemos que vigilar,
como nos pide Cabrera.
El rey parece cada día más débil,
y Diego Pacheco
es capaz de cualquier cosa.
¡Ya están ahí!
-¡No podéis conmigo!
Majestad.
¿Os encontráis bien?
Majestad, debéis guardar reposo.
No quiero, estoy bien.
No estáis bien, hacedme caso.
Debéis descansar
y no comer nada sólido en unos días.
¡Para qué os pago!
¿Para que me atormentéis?
Pero...
Fuera.
¡Fuera os digo!
Tal vez deberíais hacerle caso.
¿Vos también me vais a dar órdenes?
Yo estoy aquí
para obedecer la vuestras.
Entonces,
ordenar que me preparen la cena;
tengo hambre y me apetece un asado.
¿Un asado?
Un asado.
(Suspira).
He pensado que quizá os agradaría
ver a vuestra hija Juana.
No sé si ella tendrá
muchas ganas de verme.
Siempre que está conmigo
le prometo algo
que luego no puedo cumplir.
Tal vez en esta ocasión
sea diferente.
Con vuestro permiso, majestad.
Don Diego,
si queréis comer algo...
No, no, gracias.
Os veo muy desmejorado.
¿Habéis viajado hasta aquí
con el frío que hace
para preocuparos por mi salud?
No es solo por eso.
Pero tal vez sea mejor
esperar a mañana para hablar a solas.
No, hablad ahora.
Está bien, lo haré.
Hay malestar en Castilla
por el nombramiento
del nuevo maestre de Santiago.
Yo decido y mando;
¿no es eso lo que siempre
me aconsejáis que haga?
¿Que muestre decisión y carácter?
¿Acaso me vais a aconsejar
ahora lo contrario?
No, no.
Solo os aviso que el hombre
al que le habéis otorgado tal cargo
planeó el secuestro
de vuestra hermana Isabel
y de su hija en Segovia
la misma noche
que la recibisteis.
¿Es cierto lo que dice?
No es cierto, os lo juro.
Además, si lo fuera,
¿por qué se ha esperado a acusarme?
Yo os diré por qué.
Los Mendoza quieren
que Isabel herede la Corona,
en vez de quien debe hacerlo:
vuestra hija doña Juana.
Es ese el pacto, ¿no?
¿De qué pacto habláis?
Fernando e Isabel
apoyaron a Pedro Mendoza
para que fuera cardenal en Roma,
a cambio de su apoyo
para sucederos.
Sois un intrigante
como vuestro padre.
(Grita): ¡Estoy harto!
¿Es que no puedo cenar en paz?
Dejadme solo, os lo ruego.
(Gemido).
¿Os encontráis bien?
Sí...,
pero cuando os vayáis estaré mejor.
Estoy harto de intrigas,
de consejos, de palabras;
¡me va a estallar la cabeza!
Quiero estar solo,
que es como mejor estoy.
Qué agradable
recordar viejos tiempos.
Y los que vienen serán mejores,
ya lo veréis.
He perdido muchas cosas
por el camino:
la infancia junto a mi madre,
a mi hermano,
la cercanía
de Gonzalo de Córdoba;
incluso a Carrillo,
que pese a su ambición
tantas cosas buenas hizo por mí.
Y eso sin contar
a quienes perdieron la vida
por mi causa en el campo de batalla.
¿Os arrepentís de ello?
No.
Nunca, al contrario,
todo eso me hace más fuerte.
Si dudo, si titubeo,
todas esas pérdidas
no habrán servido para nada.
He luchado para eso,
he vivido
para conseguir ese objetivo.
Y que Dios me perdone,
pero incluso
cuando mi hermano Alfonso vivía
pensaba que yo sería
mejor reina que él.
Debe ser duro
vivir pensando en eso,
en vez de en vuestro esposo
y en vuestros hijos;
en ser una mujer feliz.
Quiero ser reina.
Debo serlo.
Aunque eso suponga
hacer y pensar cosas
que mi corazón critica.
¿Queréis jugar?
Ya es demasiado tarde para jugar.
Debí haberlo hecho
hace mucho tiempo.
¿Merece la pena ser rey?
No...,
no merece la pena.
¡Aaah!
(Jadea).
Majestad..., majestad.
¡El rey ha muerto!
¡El rey ha muerto!
Marchad, por favor.
Debemos convocar una junta
que decida quién hereda la Corona,
si su hermana Isabel
o su hija Juana.
No será necesario.
El rey me dijo antes de morir
que su heredera natural es Juana.
¿Hay algo escrito que de fe de ello?
Algunos criados pudieron oirlo.
Castilla no puede depender
del testimonio de unos criados.
¿Dudáis de mi palabra?
-Dude o no...,
vuestra palabra
no es la que va a decidir
quién reina en Castilla.
¡Habrá una semana de luto!
Luego se reunirá una junta en Segovia
que decida quién es la reina.
¡Nadie debe dar un paso en falso!
Debemos proceder
pensando en el futuro de Castilla.
¡Y en acabar con las rencillas
que la han mancillado estos años!
Ahora dejadme a solas,
quiero rezar por él.
Qué buen rey habrías sido, Enrique,
si alguna vez...
hubieras querido serlo.
Creía que de un padre se heredaban
los rasgos, la voz y las deudas;
pero no la ambición y el descaro.
Esas cosas se aprenden,
y sin duda tuvo un buen maestro
con don Juan Pacheco.
Vamos,
hay que dar la noticia a Isabel.
¿Sabéis si antes de morir
mi hermano dijo algo
o firmó algún documento
sobre quién heredaría su Corona?
No, alteza.
¿Daréis fe de vuestras palabras?
No tengáis duda de ello.
No hay tiempo que perder.
Chacón, preparadlo todo.
Perdón, alteza,
hay una cosa que debéis saber.
Diego Hurtado de Mendoza
ha convocado una junta
para dilucidar
quién es heredera de la Corona.
Vos o doña Juana,
la hija del difunto rey Enrique.
No hay nada que dilucidar.
Se acabó tener paciencia,
ya he tenido bastante.
Pero alteza,
tal vez deberíais esperar
la decisión de esa junta.
Al contrario,
razón de más
para darse prisa.
Muchas cosas
hemos pedido los Mendoza
y apenas nos dieron migajas.
Pero...
No esperaré, Cabrera.
Os ruego que deis a estos caballeros
ropa seca y comida caliente,
luego convocad al comendador,
a jueces y a regidores.
Ese es el protocolo, ¿no es cierto?
¿Qué os preocupa?
Vuestro marido.
¿Qué opinará de no estar presente
en vuestra reclamación?
Fernando lo entenderá,
él también ha luchado
para que llegara este momento.
¿Y si no lo entiende?
No tiene menos carácter que vos.
Entonces, aprenderá algo
que es muy importante:
él mandará en Aragón,
pero quien manda en Castilla soy yo.
Aclaman
Don Rodrigo de Ulloa,
contador mayor del reino;
don Garci Franco,
miembro del Consejo real;
¿juráis por Dios
que el rey don Enrique ha fallecido
y que estuvisteis allí para saberlo?
(Los dos): Juro.
¿Dijo el rey en sus últimas palabras
o dejó escrito alguno
que fijara legítimo heredero
que reinase en estos reinos?
Juro que ni habló ni escribió
sobre el tema.
Así también lo juro.
Apelo al derecho
de la infanta Isabel
a suceder al rey Enrique
en la Corona como hermana legítima
y heredera universal que es
por los Pactos de Guisando.
Y puesto
que aquí se halla su alteza,
aquí debe ser proclamada,
según las leyes de estos reinos.
¿Alguien se opone a ello?
Que así sea.
Aclamaciones
Vítores
¿Está todo preparado?
Sí, majestad.
Vos id a mi lado,
que bien merecido lo tenéis.
Por fin vais a tener vuestra Corona.
Y vos vuestra venganza.
En voz y nombre
de los aquí presentes,
con su consentimiento
y el vuestro,
¿juráis guardar
y proteger a vuestros súbditos?
Sí, juro.
¿Juráis obedecer los mandamientos
de la Santa Madre Iglesia
y mirar por el bien común
de vuestros reinos
unificándolos y pacificándolos?
No juraré solo por eso.
También miraré de acrecentarlos
con todas mis fuerzas.
Sí, juro..., y amén.
Y vosotros:
nobles, caballeros y clérigos;
¿juráis servir a Isabel
como vuestra reina?
(Todos): Sí, juro y amén.
Que así sea.
Dejadme vuestra espada.
Caminad delante,
con la espada de la justicia
como símbolo.
Se está mostrando detrás de la espada
que simboliza la justicia;
eso significa que será ella
quien imponga penas y castigos.
¿De qué os extrañáis?
Eso nunca lo ha hecho una mujer.
Entonces, es que ya iba siendo hora.
¿Cómo habéis podido hacer esto?
Una junta debía haber decidido
quién era la reina.
Castilla hubiera entrado en crisis
ante el vacío de poder;
ya sabemos qué pasa
cuando ocurren estas cosas.
Hubiera sido mejor
guardar las formas.
Siempre habrá
quien nos pueda reprochar
que os habéis hecho con la Corona
de una forma injusta.
Vos habéis sido testigos
de mis reuniones con el rey;
solo cumplo
con lo pactado en Guisando.
Pero solo era cuestión
de esperar una semana
para saber la decisión de la junta.
Habríais sido elegida reina en ella;
¡os lo juro!
En Castilla no hay nada seguro,
excelencia, bien lo sabéis.
No dudéis
de la palabra de un Mendoza,
amigo Cárdenas.
Pero si es verdad
que si iba a ser elegida reina
en esa junta,
no he hecho más
que evitar que perdáis el tiempo.
¿Sois leales a mi causa?
Sí, majestad.
Entonces, debéis jurar lealtad.
Cárdenas, acercadme una Biblia.
¿Juráis servirme
como a vuestra reina?
Juro.
Juro.
¿No soy yo acaso su marido;
no tengo
derechos de sucesión en Castilla?
¿O es que solo voy a ser
su consorte?
No solamente se ha atrevido
a proclamarse sola,
también ha hecho desfilar
delante de ella
la espada que simboliza la justicia.
¿Isabel se ha erigido
en la que imparte penas y castigos
en Castilla?
No hay ninguna mujer
que haya hecho lo mismo
en ningún otro reino cristiano.
Esta vez ha llegado
demasiado lejos.
Os acompaño en el sentimiento,
majestad.
Majestad...,
bien sabéis que ya no lo soy.
Lo es esa usurpadora de Isabel.
Por eso he venido a veros.
Debemos pensar en el futuro,
en el vuestro
y en el de vuestra hija.
¿Y qué podréis ofrecerme vos
en el futuro?
Que vuestra hija sea reina,
con la ayuda de vuestro hermano,
el rey de Portugal.
Tiene que mandar un ejército
lo más rápidamenteposible.
¿Hablaríais con él?
Lo haré.
Perfecto.
Si Isabel quiere el trono,
tendrá que pelear por él.
Debemos prepararnos
para atender problemas
que, sin duda,
pronto aparecerán, majestad.
Contad.
Uno es vuestro marido,
conociéndole
sé que no estará muy feliz
por no haberse coronado con vos.
Dejad que los problemas
con mi esposo
los resuelva yo sola.
¿Algo más?
Se ha visto a Carrillo
estos días por Madrid,
y a Juana de Avis en la Corte
para los funerales del rey Enrique.
Parece que pedirán ayuda
al rey de Portugal
para defender los derechos
de la infanta Juana.
Tal vez deberíamos apresurarnos
en buscar un buen esposo para Juanita
en alguna Corte europea.
Eso no bastará.
A ella tal vez sí,
pero a su madre y a Carrillo no.
Entonces, será difícil
evitar una guerra.
Nos esperan tiempos difíciles,
majestad.
¿Alguna vez han sido fáciles,
Chacón?
Ojalá nunca ocurra.
Negociaré con Carrillo,
y con el diablo, si hace falta,
para que no mueran más hombres
en el campo de batalla.
Pero no seré débil
como mi hermano Enrique.
Si quieren guerra, la tendrán.
Porque todos en este reino
tienen que tener algo muy claro:
que yo, Isabel,
soy la reina de Castilla.
Y solo Dios
podrá apartarme de este trono.
Subtitulación realizada
por Cristina Rivero.
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NOTIZIE STORICHE.
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PERSONAGGI.
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TERMINOLOGIA STORICA.
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