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Sommario:
Isabel - Capítulo 12
Transcripción completa.
¿Habéis decidido ya?
En lo más profundo de mi corazón
nada me complace más
que el matrimonio de dos príncipes
como Isabel y Fernando,
pero no puedo perder
el favor del rey de Castilla.
Lo siento, no hay bula.
Os acaban de desheredar,
y el rey ha hecho público
que nuestra bula ¡era falsa!
No pidáis que me quede mirando
sin hacer nada
mientras vos escribís cartas.
Tenemos que hablar alto y claro
a los que piensen en apoyarla.
Nos obliga a mantener
a nuestra caballería
para que sirvamos a su ejército,
pero todo a nuestro cargo,
bajo amenaza de perder
nuestra condición de caballeros.
Habéis venido a averiguar
si merece la pena apoyarnos,
y yo os daré razones
para que sigáis siendo leales.
No lo llaméis engaño,
llamadlo estrategia.
Ha prometido un ejército
que ni tenemos ni tiene.
No perdáis de vista a Carrillo.
Carillo nunca nos traicionaría.
Os lo repito:
preguntadle a Gonzalo,
creo que de él no tenéis dudas.
¿Podéis negar lo que se os imputa?
No, como tampoco puedo negar
que Pacheco me ofreció cargos
a cambio de traicionaros.
Y no los acepté.
Desgraciadamente, no podéis contar
con testigos de vuestras palabras.
Sí puede; yo doy fe de ellas.
¡Degolladles!
A todos menos a él.
Que informe al rey de Aragón
que si quiere seguir siéndolo
deje de expoliar a su pueblo.
Debéis ir a Medina de Rioseco
a ver a mi hijo.
También iréis
con 50 hombres de mi guardia,
los mejores.
Podéis contar con mi lealtad,
si es eso lo que os quita el sueño.
¿Y con vuestra fidelidad?
Podéis contar con ella.
No podemos pagar a los soldados,
nadie quiere pagar impuestos;
nos está desangrando.
Firmado.
No pienso estrechar
vuestra mano manchada de sangre.
¿Qué significa esto? ¡Eh, eh!
¿Y cuál será nuestro siguiente paso?
El definitivo para minar su moral:
Sepúlveda.
El ataque se efectuará
de aquí a dos días,
al amanecer y por sorpresa.
(Grita): ¡Por Isabel y Fernando!
Conocían nuestro plan, nos esperaban.
Dedicamos mucho tiempo y esfuerzo
en hacer creer que está acabada,
ahora sus hombres nos han derrotado
y todo el mundo lo sabrá.
Deberíamos ir pensando
en cambiar la estrategia.
Os dije que os demostraría
que os amaba;
espero que ahora
estéis convencida de ello.
Lo estoy.
En Aragón una amante
le ha dado un hijo varón,
una tal Aldonza;
no llega a los dos años.
Debió tener una buena despedida
antes de casarse con Isabel.
(Ríe).
Subtitulado por Teletexto-iRTVE.
Son infieles,
pero no cabe duda
de que son buenos artesanos.
Cierto,
en Castilla
no se producen objetos así.
Quizá no se produzcan
porque no sean necesarios.
Pensé que os gustaría,
para alegrar un poco esta casa.
Lamento que os parezca triste
nuestro hogar.
Supongo que encontraréis más alegría
en vuestros viajes a Aragón.
Nada me hace más feliz que estar
junto a vos y nuestra hija.
Y porque me acuerdo de vos
os traigo este presente.
Dijo un poeta griego
que la belleza se refleja
en el bronce pulido,
y el alma en el vino.
Tanta es mi alegría
por vuestra vuelta, Cárdenas,
como mi desacuerdo
con vuestras palabras.
Contemplar la belleza propia
nos distrae de contemplar a Dios.
¡No señora!
Los árabes dicen que romper un espejo
trae años de desgracias.
¿Además supersticioso?
No, no lo soy,
pero no conviene tentar a la suerte.
El papa ha muerto.
¿Cómo ha sido?
Se atragantó con un trozo de fruta.
Chacón, decretad luto en la casa.
Monseñor,
oficiad misas en su memoria.
(Susurra): Vamos a hacerle
más caso a un muerto
del que él nos hizo en vida.
A ver si este nos da algo,
porque lo que es el difunto...
¿Quién es, qué sabemos de él?
-¿Sixto IV?
Es franciscano, genovés, muy pío...
-¡Ha! Como todos.
Muy generoso con los suyos...
-Como todos.
No fue elegido por unanimidad.
-¡Ah, eso es bueno!
Necesitará apoyos.
Planea una Cruzada
para liberar Esmirna.
Vais a ir a Roma.
Sacad el dinero de donde sea,
pero llevádselo para esa Cruzada.
Lo que sea, pero hay que conseguir
la bula para Fernando.
Bien,
la bula y su apoyo
para que él y su mujer
reinen en Castilla.
(Ríe): Desde luego...,
no somos nadie.
Todas sus riquezas,
todo su poder...,
y morir atragantado
con un trozo de melón.
Bueno, esa es la versión oficial.
Las malas lenguas dicen
que nuestro Señor le llamó a su seno
mientras yacía con un paje.
¡Qué inoportuno nuestro Señor!
¿Así que no fue con melón?
¡Que fue con pepino!
Ahí te pudras, viejo puto.
Creedme, su Santidad, cuando os digo
quemi rey derramó lágrimas de dolor
por vuestro antecesor.
Una pérdida irreparable.
Alegrémonos por él,
que está ahora con nuestro Señor.
Mi señor os ofrece todo su apoyo
en la Santa Cruzada
que ha de expulsar
al infiel de Esmirna,
cuna del mártir Policarpo.
¿Todo su apoyo?
Todo.
Su Santidad,
su majestad, el rey Juan de Aragón,
está preocupado
por los derechos de su hijo y nuera
al trono de Castilla.
Pues es hora
de atender esa preocupación.
Véneris, vos conocéis el problema.
-Así es.
Quiero que pongáis al día
al cardenal Rodrigo Borgia;
traedlo aquí,
es compatriota vuestro.
Del reino de Valencia.
(Gemidos).
¡Adelante!
Cadenal.
Monseñor.
Tenemos que hablar.
La cosa es así:
necesito el apoyo de Aragón, pero...
No podéis enemistaros
con Enrique de Castilla.
¿A quién apoyamos
a doña Isabel o a doña Juana?
Vuestro antecesor, Paulo,
lo tendría claro:
a quien más nos de.
¿Vos no sois de la misma opinión?
En parte.
Santidad, creo que debemos apoyar
a quien más nos de:
Aragón o Castilla.
Pero hay cosas más importantes
que obtener dinero rápido:
la estabilidad político y social,
el equilibrio de fuerzas.
La guerra en Castilla
debería parar.
Esa es la idea;
es hora de nombrar
un cardenal castellano.
¿Tenési alguna preferencia?
-No.
Nombraré a quien vos elijáis.
Elegiréis entre Carrillo,
el arzobispo de Toledo,
o el que proponga el rey.
Quiero que viajéis a Castilla
y habléis con ambas partes;
quiero que seáis mis ojos.
Elegid al cardenal que nos interese,
según la princesa que nos interese.
De acuerdo,
partiré mañana mismo para Valencia.
Respecto a Aragón,
¿puedo hacer algo para contentar
a vuestro rey, Juan?
Parece muy dispuesto
a aportar a la Cruzada.
Con poco que hagáis,
haréis más
que vuestro predecesor.
¿Tan poco caso le hizo?
-No le hizo ninguno,
y buen dinero se llevó.
Muchas veces le pidió
la bula para la su hijo
y ni le escuchó.
Pues si ese es
el mayor de los problemas,
yo haré esa bula.
Vos la llevaréis a Castilla,
y sacadle partido;
la Iglesia
que tiene muchas necesidades.
Bebed,
no os vaya a pasar
como al pobre Paulo.
¿A mí? Lo dudo.
Hay cosas que me cuestan comprender.
Si os referís al misterio
de la Santísima Trinidad,
a mí me ocurre lo mismo.
No seáis tan irrespetuoso.
Lo que no entiendo
es algo más terrenal:
¿por qué un vividor como vos
apoya a un papa como yo?
Porque después de vos,
el próximo papa seré yo.
¿Aragón,
otra vez tenéis que ir a Aragón?
Debo hacerlo.
¡Debéis vivir en Castilla!
Ese es el acuerdo que firmasteis.
El enviado de su Santidad
desembarcará en Valencia;
he de recibirle.
Os recuerdo
que además de vuestro esposo,
soy príncipe de Aragón.
¡Pero antes pasáis por la Corte!
He de ver a mi padre.
¿Seguro que esa
es la única razón?
Podéis retiraros.
Señora, su...
Si tenéis algo que decir,
decidlo.
Soy mujer, soy prudente;
pero, por Dios, no soy tonta.
¿Creéis que no sé
que cuando viajáis allí
os veis con Aldonza de Iborra,
catalana de Cervera?
(Grita): ¿Creéis que no sé
que tenéis un hijo con ella?
¿Acaso lo negáis?
No lo niego,
pero eso fue
antes de casarme con vos.
¿Cuánto, un mes..., dos?
Porque ese niño no es mucho mayor
que nuestra hija Isabel.
¿Es que el matrimonio
no significa nada para vos?
¿Cómo podéis decirme eso?
Me jugué el cuello
para venir a casarme con vos.
¿Soy mal padre acaso?
¿Soy mal marido?
¿Cómo os podéis tener por tal
cuando os falta tiempo
para meteros en otra cama?
(Grita): ¡Soy un hombre!
Y soy rey.
¿Y eso os da derecho
para pecar contra la ley de Dios?
Él dijo: "No cometerás adulterio".
¡Bah, Él dijo muchas cosas, Isabel!
Si hasta los curas lo hacen:
mirad Carrillo.
Los papas tienen hijos
y no los ocultan:
los nombran cardenales.
¡Yo solo os pido respeto!
Y yo os respeto.
¡No!
Respeto es lo que yo hago:
¡dormir con mis damas
para evitar maledicencias!
¿Qué más queréis de mí, Isabel?
Juradme que no volveréis a hacerlo.
No.
¡No volveréis a verla!
Veré a quien me plazca.
¡Cárdenas irá con vos!
¡Que venga quien quiera!
Gracias, hijo.
Mantén siempre
los pies en la tierra,
reyes y príncipes
rara vez lo hacen.
Enrique es un buen ejemplo de ello.
Descuide, padre, no se lo diré.
Me temo que ya se lo he dicho yo
demasiadas veces,
y, sin embargo, sigo aquí.
¿Por qué?
Porque me necesita.
Los que son como él siempre necesitan
a los que son como nosotros.
Hoy soy yo,
mañana seréis vos.
Porque sigáis siendo vos
durante mucho tiempo.
Nosotros sabemos
por qué hacemos las cosas,
y las cosas solo se hacen
por dos motivos:
honra o beneficio.
Y en el fondo es lo mismo,
porque la honra a la larga
comporta beneficio,
y el beneficio nos trae la honra.
El rey nos espera.
(Reza en hebreo).
Se producen acosos y agresiones
cada día en Segovia,
los judíos tienen miedo
de salir a la calle;
majestad, pido vuestro amparo.
Son castellanos leales.
Es de lamentar.
¿Qué aconsejáis que haga?
De momento nada, majestad.
Sabéis que la situación es injusta.
Sé que el papa busca fondos
que financien la Cruzada de Esmirna.
Borja dará el nombramiento
de cardenal con una mano,
pero en la otra
trae el cepillo de pedir.
¿Podemos aportar?
Más de lo que ya le damos, no.
¿Y qué pensará su Santidad
si le negáis ayuda,
pero dejáis negocios y dinero
en manos de quienes traicionaron
a Nuestro Señor?
Entiendo que estéis preocupado
por vuestra gente.
¿Mi gente?
Soy cristiano, Pacheco.
¿Acaso tengo que recordároslo?
Solo intento que en Castilla
no haya injusticias.
Por supuesto,
lo que quiero decir
es que necesitamos el apoyo de Roma,
justamente ahora.
Señores, señores.
Creo...
que será mejor esperar.
Cabrera, seguro que las aguas
vuelven solas a su cauce.
Señor,
el hombre que promovamos
como cardenal
debería esperar
al enviado papal en Valencia.
Estoy de acuerdo con vos.
Me permito sugeriros
que ese hombre sea
monseñor Alonso de Fonseca,
arzobispo de Sevilla.
Ha prestado
grandes servicios a la Corona.
También había pensado
en monseñor Pedro de Mendoza,
arzobispo de Sigüenza.
Si es por favores de la Corona,
los Mendoza los han prestado.
Consideraréis al menos mi propuesta.
Por supuesto.
¡Majestad, su eminencia
el arzobispo de Sigüenza!
Majestad.
Monseñor.
Rodrigo Borja es vividor y mujeriego,
además ambicioso,
como buen Borja o Borgia,
como les llaman en Roma.
Así que estoy seguro
que sabréis ganároslo.
Agradezco vuestra confianza
en estos momentos, Carrillo.
De este viaje depende
que vos e Isabel seáis reyes,
y yo, cardenal.
He oído que vuestro padre
va a partir a Barcelona.
La ciudad está sitiada,
esperamos la rendición
para negociar condiciones.
Habrá que apurar,
si queremos llegar a la Corte
antes que su partida.
Apurad,
sería un pena no pasar por la Corte.
¿Cuento con vuestra bendición
para este viaje?
Como en todos.
Que Dios ilumine vuestro camino
y guíe vuestros actos.
Por eso no os preocupéis;
estaréis informada.
Cárdenas os dará buena cuenta
de los pormenores.
No dudo que vos también.
Por supuesto, Isabel.
Id con Dios,
y suerte.
La voy a necesitar.
¡Hia!
Entonces, a lo que decís,
los que de verdad mandan
en cada mando son:
el marqués de Villena
y el arzobispo de Toledo;
no el rey Enrique
ni la princesa Isabel.
Así es.
Que además son tío y sobrino.
-Sí, pero pese a ser familia,
se sacarían los ojos
si fuera menester.
De eso sabemos bastante aquí,
en el Vaticano;
no me costará adaptarme.
Decidme sus defectos, sus virtudes.
Nunca se sabe
por dónde se debe tirar del hilo
hasta deshacer la madeja.
Se parecen mucho:
los dos son ambiciosos.
Pero mientras monseñor Carrillo
es directo, brusco quizá;
Pacheco es sibilino y desleal.
Pero los dos buscan lo mismo:
reinar sin ser reyes.
¿Y Enrique e Isabel consienten?
Enrique es errático y advenedizo.
A Isabel no le cabe otra opción;
ha tenido que sobrevivir
sin más apoyos.
Habladme de Isabel y Fernando,
cómo son.
Él, además de su habilidad
para mandar ejércitos,
es un político.
Astuto, como su padre:
sabe dar un paso atrás
si se le permite dar tres adelante.
¿Y ella?
Una mujer de fe:
pía, prudente, muy religiosa.
Hija de una mujer
de misa diaria.
¿Y qué hace siendo princesa
en vez de monja?
Ya sé que a vos no os gusta
precisamente ese tipo de mujeres,
pero convendréis conmigo
en que no son malas cualidades
para una reina cristiana.
No lo dudo, Véneris, no lo dudo.
Como tampoco dudo
de que vuestros consejos
me serán de gran ayuda.
En Castilla no saben
que voy allí a hacerles un examen,
porque no tengo nada decidido.
Fernando, Enrique, Isabel,
Mendoza, Carrillo, Pacheco...,
nadie es más que nadie para mí
ahora mismo.
Del talento de cada uno,
de su capacidad
para construir el futuro,
dependerá a qué bando apoye.
Del talento y de la generosidad.
Generosos serán todos,
ya lo veréis.
Pero no olvidéis nunca una cosa:
para ser generoso
basta con tener riqueza.
Para ser talentoso
hace falta algo más complicado:
ser inteligente y capaz;
y eso no está
al alcance de cualquiera.
Temíamos no llegar a tiempo
y que hubierais marchado a Barcelona.
No hay prisa,
estamos dejándoles cocer
en su propio jugo.
Cuanto más sufran la derrota,
más abrirán la boca
a la hora de las capitulaciones.
No les dejéis cocer demasiado,
solo un hervor.
¿Qué queréis decir?
Si humilláis a los catalanes
serán vencidos, pero enemigos.
En cambio, si os mostráis magnánimo
puede que obtengáis aliados.
¡Vaya pájaro tengo por hijo!
Lo aprendí de vos.
Dejadnos solos un momento.
A vos os tocará acabar con esto.
A mí o a mis hijos.
Enrique va a proponer
a Pedro de Mendoza para cardenal.
No os preocupéis,
conseguiré que sea Carrillo.
No; apoyaréis a Mendoza.
Creí que Carrillo era amigo vuestro.
Y lo es,
pero no vuestro ni de Isabel.
¿Me equivoco?
Carrillo pertenece a otra época,
como yo, como Pacheco;
somos el pasado.
Isabel, vos, el cardenal Borja;
vosotros sois el futuro.
El mundo está cambiando,
y no pueden seguir gobernándolo
los mismos.
Hay que acabar
con guerras y afrentas;
hay que superar el pasado.
Y para conseguir esto
necesitáis contar
con el apoyo de los Mendoza.
Porque ellos son la llave
para gobernar Castilla.
Así se hará.
Y seguro que lo haréis bien.
¿Qué tal con Isabel?
Bien.
No hace falta que os hable
de la importancia de este viaje.
Lo sé,
siempre quisisteis tener
un cardenal en la familia.
Sabéis que es más que eso:
si os eligen a vos,
el nuevo papa apostará por el rey.
Pero si eligen a Carrillo...
-El futuro es de Isabel.
Sé discreto,
no carguéis contra el enemigo.
Pensad que en Palencia
os recibirá el rey Juan,
o, quién sabe, si el propio
príncipe Fernando.
Es lógico, es su reino.
-Sí...,
pero aprovecharán el ser anfitriones
para arrimar el ascua a su sardina.
Pese a que son rivales,
tratadlos con cordialidad.
Hablad caballerosamente del rey Juan,
sobre todo de Fernando
si os preguntan.
Faltar al contrario
es muestra de debilidad
y habla muy mal de quien lo hace.
Diego, lo sé,
vos mismo
me lo enseñasteis de pequeño.
Y en Roma he aprendido
a sonreír al enemigo
aunque el odio sea a muerte.
No fallaré.
Estaré orgulloso de vos
pase lo que pase.
Partid con Dios.
Campanas
Monseñor.
Es un honor recibiros.
Espero que no os extrañe
que esté presidiendo el encuentro.
Sois príncipe de Aragón
y estamos en Valencia,
¿por qué habría de sorprenderme?
Tal vez porque soy parte interesada.
Lo importante es que su eminencia,
el cardenal Rodrigo Borja,
sea recibido en Aragón
como se merece;
como luego lo será en Castilla.
Excelencia, no temáis:
la princesa y monseñor Carrillo
esperarán la visita del cardenal.
Los Mendoza
siempre han jugado limpio,
y os prometo que nosotros
haremos lo mismo.
Como podéis observar,
esta noche
habrá una cena de bienvenida
al cardenal Borja.
Estaríamos honrados
con vuestra presencia.
Muy bien, aquí estaré.
¿Bien?
Ni mucho ni poco; lo justo.
A Borja le gusta la música.
A Boja le gusta todo.
También.
Más vino.
No.
Me temo que monseñor cree
que estoy intentando ganaros
para mi bando.
Lo que me extraña
es que llevamos ya media cena...
y aún no habéis empezado a hacerlo.
Y aunque cenarais conmigo
tres días seguidos no lo haría.
¿De verdad no vais a contarme
aquellas cosas
que se supone
no debo saber de monseñor?
No las hay.
Ningún bien nacido
puede hablar mal de los Mendoza.
Creí que eran enemigos.
La lealtad y la nobleza
se han de valorar,
incluso, entre aquellos
que luchan en nuestra contra.
Y los Mendoza por encima de todo
son leales a la Corona.
En Castilla, donde todos
cambian de bando por interés,
es algo a valorar.
¿Os referís a Pacheco?
Nunca hablo mal de alguien
a quien no puedo mirar a los ojos
en ese momento.
Pero hay dos Castillas:
una antigua,
anquilosada en las viejas formas,
y una nueva
que quiere deshacerse de ellas.
En este viaje conoceréis ambas.
Vos decidiréis quién pertenece
a cada una de ellas.
Supongamos que su Santidad
decidiera nombrar cardenal
a Pedro de Mendoza.
Tendría siempre
al rey de Castilla de su lado.
Siempre.
Si vos e Isabel llegarais a ser...
Siempre.
Hablando de su Santidad,
os traigo algo de su parte.
Viniendo de su parte
será bien recibido.
No lo sabéis bien.
Pero no lo haréis público
hasta que vuelva a Roma.
¿En Alcalá de Henares?
Es lo más conveniente,
está muy cerca de la Corte.
Si la impresión
causada por Mendoza es buena,
no le durará demasiado
cuando nos vea.
Y sin ánimo de faltar,
mis posesiones en Alcalá
están más a la altura
de la visita de un cardenal
que esta casa.
No falta quien dice verdad.
¿Algo más?
No, señora.
¿Y vos, queréis algo?
Isabel,
sé que no es de mi incumbencia,
pero noté cierta tensión
entre vos y Fernando al despediros.
La hay.
Lamento escuchar.
Vuestro enlace parecía sacado
de una novela de caballería.
Así es, pero parece ser
que esas novelas se escriben
solo para gusto de los hombres
y no de las mujeres.
Pero no os preocupéis,
se distinguir
a la esposa de la princesa.
No es la princesa
la que me preocupa.
Monseñor,
acompañadme.
Me parece
que ya he monopolizado bastante
a nuestro invitado.
Os dejo en buenas manos.
Señores.
Un hombre interesante.
¿Le conocéis bien?
Conozco más a su esposa.
-¿Y qué podéis decirme de ella?
Es hija de rey,
y como tal ha sido educada.
Es prudente, inteligente
y con carácter.
He oído que es religiosa.
-Muchísimo.
Estoy sorprendido,
vine esperando un combate a espada
y me encuentro unos juegos florales.
Don Fernando
se ha pasado toda la cena
hablando excelencias de vos
y vuestra familia.
Dudo que entre los vuestros
encuentre defensa mayor
de vuestra candidatura.
Debo reconocer mi sorpresa.
Me agrada que así sea
entre nobles cristianos.
Monseñor.
-Eminencia.
Nos vemos mañana.
Monseñor.
Quisiera pediros disculpas,
pensé que querías sacar provecho
de vuestra condición de anfitrión,
pero...
No seré yo quien ataque
a un Mendoza por la espalda.
Ni vos lo merecéis
ni yo soy tan vil.
Pese a lo que hayáis oído de mí.
Ya os dije
que nunca jugaríamos sucio con vos.
Suceda lo que suceda,
todos buscamos lo mismo:
vos, vuestra familia,
mi esposa, yo.
No queremos
que Castilla se divida.
Por encima de las personas
queremos lo mejor para el reino,
aunque ahora estemos
en bandos contrarios.
Me sorprende y me alegra
escuchar vuestras palabras.
Quizá hayamos hablado poco.
O quizá haya habido gente
que ha hablado demasiado.
Quizá.
Mi familia y yo
estaríamos muy honrados
de recibiros como invitados
a vos y a la princesa en casa.
Es un honor.
Pero puede que sea demasiado pronto,
¿no os parece?
Tal vez algún día...,
quién sabe.
Sí, quién sabe.
Monseñor.
¿Todo bien?
Perfecto.
No se parece en nada a Roma,
allí es todo color, luz.
Las pinturas parecen cobrar vida.
Imita a la naturaleza.
Os envidio,
aquí la tradición es muy importante;
lo antiguo se valora mucho.
Sí, ya lo veo.
En Castilla
la luz se la dejamos al sol,
y el color
a los ríos y a los bosques.
Preferimos la naturaleza
a lo que intenta imitarla.
Todo tiene su encanto, excelencia,
no me cabe duda.
Si os parece,
los Mendoza nos esperan.
Su Santidad está muy preocupada
porque las diferencias
por la sucesión al trono de Castilla
deriven en una guerra
entre cristianos,
cuando deberíais aunar fuerzas
contra los enemigos de la fe.
Estoy de acuerdo con su Santidad.
No es hora de dividir, sino de sumar.
Sin duda alguna,
contad con nosotros para ello.
Su Santidad debe ser consciente
que siempre ha sido esa nuestra idea.
Podríamos haber derrotado
a nuestros enemigos
en el campo de batalla,
pero el rey se apiadó de su hermana
ofreciéndole negociar el futuro.
Lo sé.
Y que esas negociaciones
se sellaron en Guisando.
Pero Isabel,
con su continua desobediencia
y orgullo rompió esos Pactos
al casarse con Fernando de Aragón
sin nuestro consentimiento.
También lo sé.
Como también sé
que no fue la única
que se saltó lo pactado.
Señores,
iniciemos una nueva etapa.
Evaluemos el pasado
y busquemos una solución.
Estoy de acuerdo.
Esto es lo que haremos:
en nombre de su Santidad
escucharé a ambas partes en comisión.
En representación
de los intereses de doña Isabel
estará su principal valedor:
monseñor Carrillo.
Por doña Juana..., vos.
Pero monseñor Carrillo...
Así se hará.
Así se hará.
¿Estáis completamente seguro
que se trataba de ese documento?
Lo vi con mis propios ojos.
Eso significa
que Roma está de nuestra parte.
Seréis reyes, y yo seré cardenal.
Hay que hacerlo público,
que la gente sepa...
Prometí que no se sabría nada
hasta que Borja no partiera a Roma.
Pero...
No creo
que favorezca vuestros intereses
que Borja
vea incumplidas sus instrucciones.
Tenéis razon, así será.
¿No os alegráis?
Por supuesto,
es lo que tanto tiempo
hemos estado buscando, ¿no?
Pues no lo parece.
Bastante alegría
ha mostrado Carrillo.
Mal hace en estar tan alegre.
¿Qué ocurre?
Carrillo no será cardenal,
vamos a apoyar a Mendoza.
Es la oportunidad
de quitarnos a Carrillo de encima,
no quiero ser
un matrimonio de tres.
¿Estáis de acuerdo?
Sí.
Pero no podéis decírselo a nadie,
ni siquiera a Chacón.
Pero Cárdenas lo sabe.
Y ha prometido no decir nada.
¿Guardaréis silencio?
Claro.
Tengo mucha suerte
de tener una esposa como vos.
¿Qué sucede?
Continuad si lo deseáis.
No, así no.
Os juro que no la he visto,
como que no he estado con mujer
desde que me casé con vos.
Preguntadle a Cárdenas
si no me creéis.
Con vuestra palabra me basta.
Entonces,
¿qué demonios pasa, Isabel?
Que yo tampoco quiero ser
un matrimonio de tres.
¡Sobrino!
Monseñor.
-¿Cómo estáis?
No tan bien como vos,
por lo que veo.
Tengo entendido
que os hacéis acompañar
por vuestro hijo Diego,
¿estáis instruyéndole?
¿Acaso tenéis intención
de retiraros ya?
Es obligación de todo padre
formar a su hijo.
Y hacerlo lo mejor posible.
Si queréis enviarlo conmigo...,
así evitaríais un fracaso
como el intento
de casar a vuestra hija
con Fernando de Aragón.
Tened cuidado,
las buenas cartas no siempre salen.
A no ser
que las conozcas de antemano.
Si lo que se busca es una unión
que refuerce los reinos cristianos
hay otra opción.
¿Cuál?
Casar a doña Juana
con alguien de la Corte aragonesa.
Don Enrique Fortuna,
sobrino del rey Juan.
Dejaos de tonterías;
si queréis unir Castilla y Aragón
ya lo tenéis hecho
con Fernando e Isabel
porque se casaron: doy fe.
Ni Isabel es la heredera
ni ese matrimonio es válido.
Marqués, tanto si queréis casar
a doña Juana con Alfonso de Portugal,
como con el sobrino del rey Juan,
necesitaréis una bula.
Pero el Santo...
-¡Marqués!
Dejad que del Santo Padre
y de sus asuntos me encargue yo,
que para eso soy su enviado.
Si en su día
no os hubierais esforzado tanto
en desprestigiar a doña Juana,
hoy no tendríamos necesidad
de esta comisión.
¿Acaso no jurasteis ante notario
que ella no es hija del rey?
¿De qué lado estáis?
-Siempre del de Castilla.
¡Esto es una farsa!
Carrillo aliado con un Mendoza;
por favor, Pacheco.
Carrillo sabe algo,
me lo ha restregado por la cara.
¿Pero qué os dijo?
Que tenía la partida ganada,
que conocía las cartas.
Vuestro tío siempre fue
un poco fanfarrón.
Mendoza ha estado en contra
de todo lo que he propuesto;
¡de todo!
¿Lo veis posible?
¿Los Mendoza y Carrillo?
Agua y aceite.
A veces creo que vivís
obsesionado con vuestro tío,
veis cosas que no son.
Puede ser,
pero no voy a volver a esa reunión.
¡No me gusta estar
donde me menosprecian!
Decidme, Carrillo,
¿qué queréis de mí?
Ya sabéis lo mucho que nos podéis dar
a mí y a Isabel.
Y vos sabéis que lo que deseáis de mí
también lo desean otros.
Lo sé, solo quería...
-Ahora no, excelencia.
Cuando os visite hablaré con vos
de todo lo que haga falta.
No rompamos el protocolo
ni despreciemos la cortesía del rey
para tramar contra él.
Pero tened claro
que de todo tomo buena nota,
y la actitud del marqués de Villena
abandonando la reunión
no me será fácil de olvidar.
Llevad mis saludos
y bienaventuranzas a Isabel,
tengo entendido
que es de costumbres muy religiosas.
Lo es, eminencia.
Hasta pronto.
-Hasta pronto.
Buen viaje, Carrillo.
¿Pacheco abandonó la comisión?
Menuda torpeza.
Se encontró con un ambiente hostil,
y no le gusta perder.
En eso se parece a vos,
debe ser algo propio
de vuestra familia.
El cardenal Borja
no simpatiza con él.
Y con esa actitud menos.
Pero mejor,
así estará de nuestra parte.
Borja es valenciano,
y vuestro padre,
como buen amigo mío,
le habrá dado
buena información sobre mí.
Sin duda.
Sí, pero...
quedan los Mendoza.
Los Mendoza acatarán,
como siempre.
Estoy deseando ver la cara
de esos arrogantes
el día que me ordenen cardenal.
No podemos dejar cabos sueltos.
Señora.
Monseñor.
Recibiremos a Rodrigo Borja
coincidiendo con la Nochebuena:
oficiará la misa del gallo
en mi capilla privada.
Yo le asistiré
y vos estaréis allí.
Debéis solucionar vuestros problemas,
Isabel;
no podemos desaprovechar
esta oportunidad.
Monseñor, no os consiento...
Hasta un ciego puede ver
que están surgiendo desavenencias
en vuestro matrimonio.
Rodrigo Borja
os juzgará como heredera
y debéis estar a la altura
como princesa y como esposa.
No os permito
dudar de mi esposa.
Con lo que nos estamos jugando,
dudaré de todo...
¡Pues de ella no!
Ha sido educada para esto;
para ella es un deber,
no una ambición como lo es para vos.
Siempre ha estado a la altura
y siempre lo estará.
¿Dejaríais nuestro futuro
en sus manos?
Antes que en las mías.
Por el bien de todos
espero que no os equivoquéis.
Partimos para Alcalá
mañana por la mañana.
Música cortesana
(Susurra): ¿Estáis seguro, padre,
de que Carrillo es el elegido?
Parecen uña y carne.
Es un falso y un hipócrita,
si no, no hubiese llegado
donde está en Roma.
Es igual;
Carrillo está en el bando enemigo,
y los Mendoza nos odian.
Difícil obtener honra entonces.
Pues si no hay honra...
habrá que obtener beneficio.
Quiero proponer un brindis
por nuestro invitado.
Para que el Altísimo
ilumine su misión.
Lamenté vuestra ausencia
en la comisión.
Mi presencia no era necesaria;
nadie como los Mendoza para defender
los intereses de la Corona.
Además, doña Juana
es muy importante para ellos,
casi como una hija,
¿no es así?
Así es.
El rey os la confió
con buen criterio,
el mismo que demuestra
proponiendo a vuestro hermano
como cardenal.
Nadie puede dudar nunca
de la fidelidad de un Mendoza,
ni de su fe.
Cardenal,
los castellanos
somos un pueblo creyente.
Y en estos tiempos,
los cristianos ven
cómo otros que no lo son
gozan de mayores privilegios.
Eso es preocupante.
Eso no es cierto, marqués.
Eso es lo que percibe el pueblo,
majestad.
El dinero está
en manos de los judíos,
o de quienes se dicen cristianos,
pero privadamente
reniegan de nuestro Señor.
Por eso saludo
la presencia de un Mendoza,
siempre fiel,
siempre creyente.
¿Necesitáis algo más, señora?
No, gracias Catalina.
Podéis retiraros.
Señora.
Señor.
Quería daros las gracias
por lo de antes.
No tenéis porqué.
No me arrepiento de lo que he hecho
ni de lo que probablemente haré.
¿Por qué decís eso?
Porque conozco cómo soy,
y os conozco a vos.
Nunca os trataré como a una niña.
Quiero que sepáis
que sé lo afortunado que soy.
¿Por qué?
Porque estoy seguro
de que no hay príncipe ni rey
en todo el mundo
que tenga la suerte de estar
con una mujer como vos.
Buenas noches.
Lamento retirarme tan pronto,
pero mañana viajo.
¿A Alcalá?
Es un viaje corto.
Sí, pero este endiablado
invierno castellano vuestro
puede hacerlo eterno.
Vuestra hija
es una niña encantadora,
ayer la vi,
y su educación es propia
de una futura reina.
Gracias,
el mérito es de la familia Mendoza;
se crió con ellos.
Fue un honor.
Por desgracia,
no he podido conocer a su madre.
¿Vuestra esposa?
(Titubea): Se encuentra de viaje.
Ha ido a visitar a su hermano,
el rey de Portugal;
hacía tiempo ya
que no se veían, mucho.
Una lástima,
presentadle mis respetos.
Eminencia.
Eminencia.
¿Me permitís un momento a solas?
¿Cuándo vais a parar, Pacheco?
No sé de qué me habláis.
Os juro
de que si continuáis
sembrando maledicencias...
¿Qué?
¿Qué vais a hacerme?
Os puedo hacer desaparecer
con un gesto.
No sois nadie, Cabrera, nadie.
Esto os viene grande.
Por cierto,
¿por quién juráis?,
¿por Cristo o por Yahveh?
¿Sucede algo, eminencia?
He de haceros una confidencia,
pero es preciso
que me prometáis guardar el secreto.
Por supuesto.
Mi viaje a Alcalá
es una mera formalidad.
El elegido para cardenal
es Pedro Mendoza.
Esa es una gran noticia.
Nunca ha habido ninguna duda,
pero recordad:
ni una palabra hasta que sea oficial.
Si se supiera antes de tiempo,
el Santo Padre
podría cambiar de parecer.
Descuidad.
No ha de saberlo
ni el propio Mendoza.
Confiad en mí.
Gracias.
¿Puedo comunicarle a su Santidad
que cuente con vuestra aportación
para la Cruzada?
Contad con ella.
Majestad.
Ahora no, Cabrera.
Necesito que me escuchéis.
No, no es el momento.
Estabais equivocado
con monseñor Borja, Pacheco,
mucho.
¿De qué hablaba?
Decidme,
¿y la reina
partió hace mucho a Portugal?
¿A Portugal?
No tan lejos,
está en Extremadura.
Pero el rey y la reina
hace tiempo que no viven juntos.
¿A no? ¡Vaya!
La repudió,
y cuando quiso que volviera,
ya tenía mellizos con otro hombre:
un noble castellano.
¿Prefirió a un noble
antes que a un rey?
Prefirió a un hombre;
el rey apenas hizo uso de ella.
Apenas lo justo
para tener a su hija.
Según algunos, ni siquiera.
Dicen que no es hija de él
y que obligó
a Beltrán de la Cueva a preñarla.
Un cardenal como vos
debe estar escandalizado.
Hija, si vos supierais...
¿Por qué no dejamos las palabras
y volvemos a los actos?
Eminencia..., es un milagro.
No seáis irreverente.
Un placer volver a veros.
El honor es mío.
Permitidme que os presente
a don Gonzalo Chacón.
Eminencia.
Eminencia,
bienvenido a vuestra casa.
Gracias, monseñor.
Quería hablar con la princesa,
¿no ha venido?
Cascos de caballos
Ahí está.
Eminencia.
Levantaos, por favor.
Querréis hablar con mi esposa.
Mejor que os dejemos a solas.
Demasiado peso para una niña.
Confiad en esta niña, monseñor.
¿Paseáis conmigo, eminencia?
¿Tenéis frío?
Soy valenciano, y vengo de Roma...,
no, no consigo acostumbrarme
a este tiempo.
Soy castellana
y esta es mi tierra,
la amo.
Escuchad... el silencio.
Cuando nieva
se puede oír el silencio.
Una tierra dura la vuestra.
El suelo y el cielo;
y entre ambos solo Dios.
Me hablaron que eráis muy religiosa.
Así me educaron.
Y lo sois
más que muchos prelados;
creedme, vengo de Roma.
Sí, conozco muchos casos.
¿Y qué pensáis de ello?
El Señor los ha puesto ahí,
no soy quién para dudar
de los designios de Dios.
Pero sí creo
que no deberían entrometerse
en asuntos de Estado.
Un clérigo debe rezar,
no gobernar.
Vengo de la Corte,
he hablado con vuestro hermano,
he conocido a su hija.
Es una niña preciosa.
¿Por qué deberíais
ser vos la sucesora y no ella?
Porque así se acordó.
Así firmó el rey
y yo cumplí con mi parte del trato.
¿No será porque vos sois
la hermana del rey
mientras no sabemos
si doña Juana es su hija?
Soy su hermana
y ella es su hija;
y yo soy la heredera.
¿Qué planes tenéis
si accedéis al trono?
Cuando eso suceda,
-Dios guarde a nuestros reyes,
que sea dentro de muchos años-,
hay una misión por encima de todas:
conquistar Granada.
¿Sería eso distinto
si no fueseis vos la reina?
El rey ha tenido mucho tiempo
y nunca lo ha intentado.
No veo por qué su hija,
teniendo los mismos asesores,
haría algo distinto.
Elegí a mi esposo
porque quería unir Castilla y Aragón
y porque quería
que fuera el principio
de un Estado fuerte,
unido y cristiano.
Me preguntáis cuál es mi plan,
pues este es.
Qué va a querer Pacheco: poder.
A costa mía;
yo no soy enemigo.
Sois tesorero.
Manejáis los tesoros
de Madrid y Segovia.
Él está perdiendo peso en la Corte,
quiere vuestro puesto.
Quiere tener acceso a las arcas,
y él no es honesto como vos:
las emplearía en su propio beneficio.
No, el rey no puede hacerme eso.
El rey cambia de opinión
como una veleta.
Pacheco apelará a vuestros orígenes,
a vuestra familia,
a lo que haga falta.
Quiere quitaros de en medio.
Tenéis que defenderos;
es él o vos.
¿Qué queréis que haga?
Hablad con Isabel.
-¡No!
Seríais el puente ideal
entre ella y el rey.
Serviría para unir los dos bandos,
os desharíais de Pacheco
y estaríais a salvo.
-¡No!
El rey podría verlo
como una traición.
Yo soy leal, él lo sabe.
Si cree que dejo de serlo...
no valdré nada.
Corpus Christi.
Amén.
Corpus Christi.
Amén.
Que no os preocupe su inexperiencia;
para eso estoy yo.
Todas las decisiones
que Isabel y Fernando tomen
son de acuerdo conmigo.
¿Estáis seguro?
Así se acordó.
Esa boda se celebró gracias a mí,
y ellos lo saben.
No se atreverían a dar un paso
sin mi consentimiento.
Por ello,
si su Santidad
me concediera la gracia
de ser... cardenal...,
podría tener por seguro
que las decisiones en Castilla
se tomarían
de acuerdo a sus intereses.
Seguro que lo agradecerá.
Que tengáis un buen viaje,
eminencia,
y que el Señor ilumine
vuestras decisiones.
Levantaos, por favor.
Ha sido un placer conoceros,
princesa.
Será Mendoza.
Procurad que sepa de la bula.
Descuidad.
Monseñor,
gracias por vuestra hospitalidad.
Gracias a vos
por concederme el honor.
Tomad; vos sois
quien más ha luchado por esto.
Gracias, eminencia.
A los ojos de Dios
ya sois marido y mujer;
dejad que todo el mundo lo sepa.
No creí que llegaran hasta aquí.
Sí, las mentiras llevan ya
mucho tiempo de boca en boca
por toda la ciudad.
Pero ahora esas mentiras
están escritas
y han alcanzado
la categoría de libelo.
Y lo escrito siempre tiene
más visos de verdad que las palabras.
Si fueran ciertos los rumores
no quedarían niños vivos
en toda Segovia.
Hay que hacer ver a la gente
que es mentira.
Los gentiles creen
lo que quieren creer.
Llevamos tiempo conviviendo juntos;
ellos saben que no nos dedicamos
a secuestrar niños y a crucificarlos.
La gente tiene hambre;
les dicen que el dinero
lo tienen los judíos
y quieren acabar con nosotros.
Es la historia de nuestro pueblo.
-¿Qué puedo hacer?
Hablad con el rey.
(Suspira): Ya lo he intentado y...
Volved a intentarlo.
Ha habido muertos;
nadie está a salvo.
También son vuestra familia.
Lo sé, rabino.
Lo sé.
No os prometo nada,
son tiempos especialmente difíciles.
Sé que haréis todo lo que podáis.
¿Ocurre algo?
A la gente no le gustan los judíos.
-Pero son muy poderosos.
Por eso no le gustan.
Así que démosle a la gente
lo que quiere,
y de paso cojamos nosotros
lo que queremos:
dinero para enfrentarnos a Carrillo.
¿Sucede algo?
-Señor, tenéis visita:
su eminencia
el cardenal Rodrigo Borja.
Eminencia, es un honor.
No me detendré más que un momento.
Hay algo que quiero que sepáis
y prefería
que lo escucharais de mi boca.
Excelencia,
mi recomendación al Santo Padre
será que vos seáis ordenado cardenal.
Os estoy inmensamente agradecido.
-No me lo agradezcáis a mí.
Agradecérselo a quien ha sido
vuestro principal valedor
desde el principio:
Fernando de Aragón.
Confío que en el futuro de Castilla
no quepan los rencores,
y que vuestras alianzas
sean las correctas.
He de proseguir viaje.
Enhorabuena.
-Eminencia.
Catalina.
Señora.
Las mujeres debemos ser fieles
a nuestros maridos, ¿verdad?
Debemos.
¿Y los maridos a las mujeres?
Deberían,
pero no lo son.
¿Y por qué no debemos exigir
el mismo trato?
Debemos exigirlo,
pero también debemos ser conscientes
de que no lo vamos a conseguir.
¿Y por qué?
Es una batalla perdida.
Y vos sabéis mejor que yo
que hay que elegir
las batallas que se puedan ganar.
El mundo es así.
Recordad que para certificar
la hombría del rey, nuestro señor,
pidieron testimonio
de las prostitutas
que frecuentaban Segovia.
Todo el mundo lo vio
como lo más natural,
y, sin embargo,
mirad lo que dicen de la reina.
La reina es una desvergonzada.
¿Veis? Vos la primera.
Reyes, príncipes,
hombres de Iglesia...,
todos son infieles:
tienen amantes, hijos naturales.
El mundo está hecho así.
¿Qué debo esperar de un marido
que además es príncipe y joven?
Y guapo.
Y guapo.
¿Y ardiente?
¿Creéis que me ama?
No solo os ama; os admira.
Y eso es algo
que muy pocas podemos siquiera soñar.
Esto cambia las cosas.
-Ya lo creo que las cambia.
De momento,
voy a invitar a Fernando e Isabel
a mi ordenación; jaque.
No sé, no sé, no sé.
Debemos ser leales al rey,
e Isabel es su enemiga
y la de su hija.
¿Y qué es ser leales al rey?
Vos sabéis mejor que yo
lo que pasa en la Corte:
Pacheco está cada vez
más desprestigiado
y vos mismo dijisteis
que llegado el momento
habría que rematarlo.
¿Bien?
Pues el momento ha llegado.
Mate.
No solo Pacheco
ha caído en desgracia;
si Fernando os ha apoyado,
eso implica
que también ha caído Carrillo.
Esto abre...
una nueva era.
Y la pregunta
para esta nueva era es:
¿se puede apoyar a Isabel
sin traicionar al rey?
¿Me habéis llamado, señor?
Os llamo para deciros
algo que ya sabía
pero que no os podía comunicar.
Estabais equivocado, Pacheco.
Sobre qué, majestad.
Sobre vuestro tío,
el arzobispo de Toledo.
El cardenal Borja
me lo adelantó antes de partir,
pero me pidió silencio.
No sé lo que Carrillo creerá saber,
pero el cardenal será Mendoza.
¿No os alegráis?
En casos así es un placer errar.
Roma sigue estando de nuestro lado;
han elegido a Mendoza
y no a Carrillo
y elegirán a Juana,
no a Isabel.
¿Qué os dije?
Estáis obsesionado con vuestro tío.
Me pregunto
cómo se lo habrá tomado Carrillo.
¡Hijo de mil putas!
Hipócrita, traidor, falso, ¡Judas!
(Grita): ¡Ojalá te pudras
en el infierno!
Creedme,
soy sensible a los problemas
de la comunidad judía,
y lo que contáis
es una injusticia evidente,
pero no es el momento.
¿Y cuándo es el momento?
¿Cuando les degüellen por las calles?
¡Cabrera!
Os pido disculpas, majestad.
Yo solo os pido
que impartáis justicia.
También son castellanos
y muchos de ellos notables:
el rabino Abraham Seneor
es uno de los principales
apoyos financieros de la Corona.
Y familiar vuestro.
-¡Mucho más lejano
de lo que vos sois
de monseñor Carrillo!
Cabrera os comprendo, os comprendo;
pero comprendedlo vos también:
se trata de una razón de Estado.
No podemos jugarnos
el apoyo de Roma.
Deben ver que nos mantenemos firmes
en cuestiones de fe.
Demasiado tarde:
este documento estaba clavado
en la puerta
de una iglesia de Alcalá.
Pero hay más
repartidos por toda Castilla.
(Asombrado): La bula.
El papa les ha concedido la bula.
¿Seguís pensando
que contamos con el apoyo del papa?
¿Qué esperabais?
¿Ganaros a Roma por la fe?
No habéis tomado Granada,
vuestra esposa vive
y tiene hijos con su amante
mientras que Isabel
es de misa diaria.
Y permitís
que los mayores tesoros de la Corona
estén en manos de judíos
o de falsos cristianos.
Majestad,
es cuestión de Estado.
¿Os han invitado?
¿Los Mendoza
han tenido la indignidad de invitaros
a la ordenación de Pedro
como cardenal?
Monseñor,
sabéis que lamento lo sucedido,
pero puede que sea una buena ocasión
para dialogar con el rey.
¡Y para humillarme aún más!
No iremos.
Lo que han hecho con vos
es injusto y nos duele a todos.
Nadie ha luchado
tanto por nuestra causa como vos.
No dudo que las intenciones
de los Mendoza al invitarnos
sean buenas.
Yo sí.
Pero sea como fuere,
asistir sería injusto
para con vos.
Lo entendemos y no lo haremos;
es lo menos
que podemos hacer por vos.
Gracias.
No podíamos ofenderle más.
Un animal herido
es aún más peligroso.
Quizás haya llegado el momento
de hacer partícipe a mi tío
de lo nuestro.
Desde el primer momento
apoyamos a Mendoza.
¿Lo sabíais desde el principio?
Sí.
¿Y no me habéis dicho nada?
No.
Bien hecho.
Entonces, señora,
¿cuál es el siguiente paso?
Puede que sea el momento
de volver a acercarnos al rey.
Necesitamos un puente,
¿quién podría ser?
Los Mendoza
nos han abierto la puerta.
No, demasiado pronto.
Cabrera; hay que hablar con él.
Señora, creo que sé quien
puede encargarse de ver a Cabrera.
Es alguien eficaz y discreto.
Pero señor, ¿por qué?
¿Acaso he fallado en mis cometidos?
¿No he seguido vuestras órdenes?
¿No confiáis en mí?
No tenéis motivos para pensar eso.
Señor,
no atendéis mis consejos
ni mis súplicas,
y ahora me apartáis
del tesoro de Madrid...
¡Cabrera, ya basta!
No tengo porqué daros explicaciones,
¡por Dios, soy el rey!
Aún mantenéis el tesoro de Segovia,
dad gracias por ello.
¿Quién llevará ahora
el tesoro de Madrid?
Los reyes creen que son ellos
los que toman las decisiones,
pero no sabrían
ni llevarse la comida a la boca
si no lo hicieran por ellos.
Nunca se dan cuenta cuándo
lo hacemos nosotros en su lugar.
¿Y si se enteran?
No les gusta
y toman represalias.
Entonces, ¿qué hay que hacer
cuando eso pasa?
Aguantar los golpes
y retirarse de la escena,
pero no muy lejos,
porque tarde o temprano
volverán a necesitarnos.
Y volverán a hacer
lo que nosotros queramos.
Señor.
Andrés,
hay alguien que quiere veros.
¿El rabino?
No sé qué decirle,
más no puedo hacer.
¡Cárdenas!
¿Qué hacéis vos aquí?
Vengo en nombre de Isabel;
tenemos que hablar.
¿Qué miráis?
No puedo imaginar
princesa ni reina mejor.
¿Y esposa?
Tampoco.
Os amo.
Y yo a vos.
Y no amaré jamás
ni yaceré con otro hombre.
Y no aceptaré de buen grado
que vos estéis con otras mujeres.
Pero sois mi esposo.
Esposo de quien será
reina de Castilla.
Y vos su rey.
Toledo, Murcia, León, Valladolid;
todas están hartas.
Unas de venganzas
por haber apoyado a Isabel;
otras de saqueos
a manos de hombres de Pacheco.
¿No creéis a Isabel capaz
de lidiar la situación?
La creo demasiado capaz.
¡Cada vez que aparto la mirada
ha puesto los pies en Aragón!
Tiene obligaciones allí, señora.
Y aquí.
Sin vos,
todo esto se vendría abajo;
vos sois el verdadero arquitecto
de esta causa.
Enviad aviso a mi esposo;
que sepa que en tres días
me reúno con el rey en Segovia.
Un rey no se pliega a negociar
con una usurpadora.
Voy a verla.
¡Beatriz!
La sucesora al trono es ella.
Pero su marido soy yo.
Vos y yo tenemos asuntos pendientes,
pero debéis tener claro
que nadie defenderá los intereses
de vuestra hija Juana como yo.
Hoy es un día especial.
Mi hermana ha vuelto.
¿Isabel sabe algo de todo esto?
-No.
Quitémosle
al cabrón de Enrique su Corona.
Quiero ser reina,
aunque eso suponga
hacer y pensar cosas
que mi corazón critica.
Os presento a Fernando,
rey de Sicilia
y príncipe de Aragón.
Juradme que no habéis maniobrado
a mis espaldas.
Escoged media docena de hombres,
no más.
¿Cómo entraremos en el Alcázar?
-Entraréis.
¿Nos llevamos también a la hija?
(Pacheco):
Y quiero que las dejéis separadas,
su hija será la garantía
para que haga lo que se le ordene.
Subtitulación realizada
por Cristina Rivero.
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