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Sommario:
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Isabel - Capítulo 11
Los celos se instalan en la relación
entre Fernando e Isabel ¿Podrá perdonarle que sea el padre de dos
bastardos? Además Carrillo y sus ansias de poder ponen muy nervioso al
de Aragón, ¿qué trama el Obispo de Toledo? Tras huir de
Valladolid, Isabel y Fernando se refugian en Medina de Ríoseco. La
humildad de sus aposentos revela que lo que un día fueron sueños están a
punto de convertirse en pesadillas. Pacheco, apoyado por
Enrique, decide dar el golpe final atacando a las ciudades afines a
Isabel y a regiones como Asturias y Vasconia, incomodando a sus nobles y
eliminando sus fueros para beneficio de señores feudales afines a
Pacheco. Quienes apoyaron a Isabel son perseguidos y desposeídos de sus
bienes y títulos si no reniegan de ella... Isabel, como
reacción, decide dar respuesta por carta a cada una de las acusaciones
hechas públicamente por Enrique y las hace llegar al rey. Éste, delante
de Pacheco, Diego Mendoza y un recién venido de Roma Pedro González de
Mendoza (hermano de Diego), hace mofa de la carta de Isabel. Pero Pedro
González de Mendoza avisa de que dicha carta ha llegado a pueblos y
ciudades y que puede hacer más daño del que parece. Esta opinión le
enfrenta al propio Pacheco, iniciándose aquí una enemistad evidente.
Transcripción completa.
¿Enrique quiere casar a su hija
con el duque de Guyena?
Así es,
monseñor Jouffroy está en Segovia
para pactar capitulaciones de boda.
La novia se quedará en Castilla
hasta cumplir mayoría de edad.
No hay problema,
lo importante es
que nuestros reinos estén unidos.
Y que nuestros ejércitos
acaben con Aragón cuanto antes.
Las fuerzas del rey
han entrado en Toledo
y han incautado mis bienes.
Vuestro ejército...
Si no hay dinero, no hay soldados;
mi ejército se ha deshecho.
¿Qué queréis que le diga a Fernando?
¿Que no tengo ni un florín?
¿Que me faltan hombres
para combatir en Cataluña?
Nos morimos de hambre,
los campos están yermos,
¿qué podemos hacer?
¡Dadnos comida!
-(Barullo).
Sería conveniente
traer a la Corte a vuestra esposa.
¿Traer a Juana, para qué?
Conozco a Jouffroy,
es amante de las tradiciones,
y ver a la familia real junta
ayudará a la negociación.
Ya conocemos
el futuro de nuestra hija,
¿cuál será el de su madre?
¡Isabel!
Yo que os conozco
desde que nacisteis...,
ahora os veré ser madre.
Quiero que lo hagáis llegar
al rey de Castilla.
Acabo de ver reunidos
a Carrillo y a Peralta.
Casar a mi hija
con el hijo de mi hermana Isabel,
si fuera niño.
El rey, don Juan de Aragón,
cree que la unidad
de Aragón y Castilla
daría más beneficios a ambos reinos
que la vuestra con Francia.
Aquí tenéis el documento
en el que se anuncia
que ha nacido un infante.
Me alegra que nuestra hija sea niña;
así no vais a poder
seguir negociando con Enrique,
cosa a la que mi esposa y yo
nos negamos,
y seguisteis haciendo.
Quiero que leáis públicamente
lo que acabo de escribir
tras los desposorios de mi hija.
Procedo mediante este real decreto
a anular de manera irrevocable
todos los Acuerdos de Guisando.
Por tanto, y por la presente,
Isabel queda desheredada
y oficialmente excluida
de la sucesión
a la Corona de Castilla.
Es hora
de que preparéis vuestras cosas,
marcharéis de la Corte
en cuanto se vayan los invitados.
¿Está todo preparado?
Las tropas de Pacheco
han salido de Segovia para atacarnos,
se dirigen a palacio.
El problema es dónde ir.
-Medina de Rioseco;
es feudo de Enríquez
y allí estaremos protegidos.
Subtitulado por Teletexto-iRTVE.
Dejadnos solos, por favor.
No os importe la modestia del lugar,
haremos que lo vistan un poco.
Ni todos los tapices de Borgoña
ocultarían nuestra situación.
(Susurra): Pobre hija mía.
Nuestro viaje no va a acabar aquí.
A veces lo dudo,
dudo que vayamos a ninguna parte.
Saldremos de esta,
lo juro por nuestra hija.
No podemos seguir huyendo
de un lado para otro.
Os recuerdo
que cuando vino Peralta,
vos erais de los que no quería
negociación alguna con Enrique.
No cuando suponga
perder nuestros principios.
Es más fácil tenerlos cuando se gana
que cuando se pierde, Chacón.
Hay que pensar en algo,
encontrar una solución.
Os juro que no encuentro ninguna.
Si el hijo de Isabel
hubiera sido varón,
tendríamos mucho a nuestro favor;
pero ni el destino quiere ayudarnos.
No podemos estar peor.
Siempre se puede estar peor,
os lo aseguro.
Con vuestro permiso,
noticias del rey.
Enrique ha desheredado a Isabel
y roto los Pactos de Guisando.
(Suspira): ¿Lo veis?
Siempre se puede estar peor.
¡Dios, ha huido!
Alguien debió avisarle.
¿Acaso tienen espías en la Corte?
¿Os extraña?
Tenéis de mayordomo de palacio
al esposo de su mejor amiga.
¡Cabrera es leal!
Cabrera es judío.
¡Basta ya!
Cabrera es quien es por mí,
y no me fallará nunca.
Veamos el lado positivo:
Isabel no ha sido nunca
mujer de salir corriendo,
y si lo ha hecho
es porque ha tocado fondo.
Cierto.
Aún así,
no debemos bajar la guardia;
no hay que darle tregua ni respiro.
Hay situaciones
que no deben repetirse nunca más.
Tenemos que hablar alto y claro
a los que piensan seguir apoyándola.
Deberíamos confiscar los bienes
de los que la han apoyado
y dado cobijo, como Enríquez.
¡Hacedlo!
Y amenazad con la misma pena
a los que asistieron a su boda.
Se acabaron las dudas
y las negociaciones;
hay que extirpar el mal de raíz.
¿Otra carta?
¿Vamos a escribirle
otra carta a Enrique?
A este paso,
vamos a necesitar escribanos
antes que a soldados.
Hay que impugnar una a una
las mentiras de la carta de Enrique.
Entender que en las circunstancias
en las que nos hallamos
no hay mucho más que podamos hacer.
Y no es poco;
el pueblo debe saber la verdad.
El pueblo lo que quiere
es que le bajen los impuestos,
y que llueva,
para bien de sus cosechas.
¿Qué proponéis a cambio, majestad?
Dar la cara, llevar la iniciativa.
Esta guerra no la vamos a ganar
a base de cartas.
Os recuerdo
que no estamos en guerra.
Lo estamos, no os engañéis,
y desde hace tiempo.
Lo que ocurre
es que nuestro enemigo combate
y nosotros no.
No voy a discutir.
Las cosas se harán a mi manera.
¿Y mi opinión?
¿Nunca va a ser tenida en cuenta?
Porque si es así, decidme,
¿para qué estoy aquí?
He firmado cuantas condiciones
me impusisteis para nuestra boda,
y no eran pocas,
vos lo sabéis.
Hasta el punto
que no puedo ayudar a mi padre
en una guerra que Aragón pierde.
¿He de tomar vuestras palabras
como reproche o arrepentimiento?
¡No me habléis así
cuando en la alcoba de al lado
duerme nuestra hija, Isabel!
Tal vez sería mejor
que dejemos a los príncipes.
¡No! Todos estamos juntos en esto.
Hasta ahora os he secundado
en cuanto os ha parecido,
pero no avanzamos.
Os acaban de desheredar,
y el rey ha hecho público
que nuestra bula para casarnos
¡era falsa!
No me pidáis
que me quede mirando sin hacer nada
mientras vos escribís cartas.
Pues os lo pido.
La carta a Enrique se enviará.
Si su alteza lo desea,
la puedo escribir yo mismo.
No hace falta,
yo sola me basto
con la ayuda del señor Chacón
como experto en leyes.
¡Isabel!
¿Estáis bien?
Perfectamente.
Traed pergamino y pluma,
os espero en mi alcoba.
Responderé lo menos deshonesta
y más templada que pueda
a vuestra carta.
Y lo hago firme
en mis actos y convicciones.
Es dura de pelar mi hermana.
Para lo que le va a servir...
Mirad lo que dice aquí:
Dejo claro que no soy yo
quien rompió los Pactos de Guisando,
sino vos,
encerrándome en Ocaña
y queriendo casarme por la fuerza,
y amenazándome de muerte
a través del marqués de Villena.
Veo que no se ha olvidado de mí.
Mi hermana no deja cabo suelto.
Me acusa de apartarla de su madre,
algo que no me perdonará nunca.
Y que Fernando es su marido ideal,
ya que por su edad y estirpe
garantiza la paz de Castilla,
bla, bla, bla...
No menospreciéis esa carta, majestad.
¿Y por qué no ha de hacerlo?
¿Porque lo dice
el obispo de Sigüenza?
No, porque os lo dice mi hermano,
y lo hace con respeto.
Dejad que se explique, Pacheco.
Tengo entendido que don Pedro
es experto en Derecho
y toda una eminencia
respetada en Roma.
Gracias.
-No hace falta ser una eminencia
para darse cuenta
que esa carta lo único que muestra
es la extrema debilidad de Isabel.
También dice
que no dará la batalla por perdida.
¿Y cómo piensa ganarla sin ejército?
Las murallas de Jericó cayeron
al sonar de las trompetas.
Bueno,
tampoco creo
que tenga dinero para trompetas.
No hay que desdeñar
la fuerza de sus palabras,
contiene argumentos jurídicos válidos
y por lo que sé por mi hermano,
dice cosas que son verdad.
Cosas que si el pueblo
llega a saber de ella
os podrían perjudicar, majestad.
¿El pueblo?
¿Cómo va a saber de esto el pueblo?
Porque Isabel
ha hecho llegar su respuesta
a iglesias, villas y ciudades.
Ayer mismo nos llegó a Buitrago.
¿Por qué no me lo dijisteis
antes de que os la leyera, Mendoza?
Porque a un rey
no hay que interrumpirle nunca,
majestad.
Sé lo que vais a decirme:
que tenga cuidado con Pacheco.
Al marqués de Villena
no hay que subestimarlo,
es peligroso.
Un buen día no muy lejano,
los hombres como él desaparecerán
del Gobierno de Castilla.
Dios lo quiera.
Pero hasta que eso ocurra,
os lo ruego, tened cuidado.
Mandad soldados a todos los lugares:
que incauten la carta
y que detengan a todo aquél
que haya ayudado a propagarla.
Demasiado tarde;
a las palabras
no se las combate con la fuerza.
A las palabras
hay que combatirlas con palabras.
Y las de Isabel no valdrán nada
si conseguimos
que alguien de su propio bando
diga que no son ciertas.
¡Bajad del caballo!
¡Bajad del caballo he dicho!
¡Venga!
¡De rodillas, vamos!
¡Vaya, parece que ha habido
buena pesca hoy!
No os saldréis
siempre con la vuestra, bandido.
¡Mi nombre es Jiménez
y no soy un bandido!
Esto no es un robo,
solo estoy haciendo justicia.
Este dinero volverá al pueblo
al que se le robó
con impuestos injustos.
Y ¿para qué?
Para que el rey
juegue a los soldaditos como un niño.
¡Degolladles!
A todos menos a él,
que informe al rey de Aragón
que si quiere seguir siéndolo,
deje de expoliar a su pueblo.
Levantaos, Ibáñez,
volved a casa
y disfrutad de vuestra familia;
a punto habéis estado
de no verla nunca más.
Gracias, majestad.
La audacia de este hombre
cada vez es mayor,
cualquier día
ese cabrón de Jiménez Gordo
es capaz de venir a palacio
y robarnos la vajilla.
Creo que deberíamos atacarle,
sé de un posible lugar
donde se reúne con sus hombres.
Jiménez es popular,
cada día tiene más seguidores;
muchos le ven como un caudillo.
Incluso ha organizado
tropas de caballería.
Lo que daría por tener
a mi hijo Fernando aquí conmigo.
Tampoco son fáciles para él
las cosas en Castilla.
No, no lo son.
No van a poder seguir mucho tiempo
huyendo de Enrique.
Le casamos con Isabel
para arreglar los problemas de Aragón
y ahora tenemos dos problemas:
Aragón y Castilla.
Y encima no podemos contar
con su destreza
al frente de nuestros ejércitos.
Hemos hecho un pan
como unas hostias, Peralta.
Todo nos ha salido mal,
a nosotros y a Fernando.
Habría que racionar
el trigo y la cebada,
porque de lo contrario se acabaría
antes del mes que viene,
y excuso deciros
qué significaría tal cosa.
¿Algo más?
Algunos hombres beben demasiado,
me he visto obligado
a imponer castigos ejemplares.
Bien hecho,
aunque a veces dudo
si darme yo mismo a la bebida.
Monseñor.
-Disculpad.
¿Algún asunto
por el que debamos preocuparnos?
No, majestad,
son asuntos familiares.
No son buenas noticias,
pero bastantes problemas tenéis ya
como para abrumaros con los míos.
¿Algo más, Gonzalo?
No, nada.
¿Y vos, Carrillo?
No, creo que ya está todo hablado.
Si me disculpáis,
tal vez tenga que dejar Medina
un par de días.
Por supuesto.
No perdáis de vista a Carrillo;
vaya donde vaya.
Relincho
¡Alto!
¡Es amigo!
¡Dijisteis que nos encontraríamos
sin soldados de por medio!
El bosque está lleno de maleantes,
conviene ir acompañado.
Dejadnos solos.
Estáis más delgado,
¿es el ejercicio
o que vuestra despensa está vacía?
(Suspira).
¿Me habéis hecho venir hasta aquí
para bromear sobre mi peso?
Lo que os voy a proponer
no es ninguna broma.
(Habla Pacheco):
Estamos destruyendo vuestros apoyos,
hemos castigado
a los nobles en Asturias.
Vasconia perderá sus fueros;
el duque de Haro se encargará.
¿Os estáis ensañando con aquellos
que lucharon por Alfonso e Isabel?
Nada puede volver a ser como antes.
Lo cual habla de vuestro cinismo:
vos les animasteis
a luchar contra el rey,
y ahora les machacáis
a mayor gloria de Enrique.
Las cosas cambian, Carrillo.
Sí, los tiempos sí,
pero vos no:
seguís siendo
el mayor mentiroso del reino.
Cuando las tropas de Enrique
masacren Medina de Rioseco,
yo estaré al frente de ellas.
Llamadme mentiroso entonces.
-Descuidad, así lo haré,
aunque sea la última palabra
que salga de mi boca.
Pero hay algo que no entiendo:
si asfixiáis
a nuestros posibles aliados,
si vuestras fuerzas
nos superan en 100 hombres a 1,
si todo lo tenéis controlado;
¿para qué me habéis hecho llamar?
¿Qué queréis de mí?
Quiero que deis fe ante notario
que lo que dice Isabel
en su carta es falso:
la dispensa verbal del papa,
el encierro de Ocaña.
¿Tenéis miedo
de lo que pueda decir el pueblo?
Por eso me necesitáis,
por eso no atacáis.
Recuperaréis Toledo,
tendréis un alto cargo
en nuestro gobierno.
Además,
el papa no va a durar mucho,
y cuando muera habrá que sustituir
al cardenal que ocupe su plaza.
Y será de Castilla,
ya sabéis que Enrique
tiene mucha fuerza en Roma.
¿Qué os parece mi propuesta?
¿Os ha seguido alguien?
-No.
¡Estad alerta!
¡No es nada, solo un pájaro!
¿Qué decís?
Soy y seré leal a Isabel.
Ya sabéis
que os puede costar la vida.
En ese caso, sobrino,
dadme un abrazo
por si es la última vez
que nos encontramos.
Pero procurad que me maten
antes de que nos volvamos a ver,
o seréis vos quien morirá.
Así que Carrillo, de repente,
se nos ha vuelto un hombre fiel.
No hablemos más de él,
por mí como si no existiese.
Podemos vivir
perfectamente sin Carrillo.
Pero nos hubiera venido bien
su apoyo,
si no,
no os habríais citado con él.
Acaban de llegar
noticias preocupantes de la Corte.
Cabrera.
Al rey de Francia
le ha nacido un varón.
Desaparecen las posibilidades
del duque de Guyena al trono.
Y nos ha comunicado
que renuncia a esperar
a la mayoría de edad de doña Juana,
la hija del rey.
Renuncia a la boda.
-Así es.
Estamos igual que antes.
No, no estamos igual que antes,
y es gracias a vos.
¿Gracias a mí?
Disteis un paso al frente
proponiendo esa boda,
desheredasteis a Isabel,
rompisteis los Pactos de Guisando,
nombrasteis heredera a vuestra hija;
¿para qué necesitamos
que sea reina de Francia
cuando lo será de Castilla?
Además,
el rey Luis ha tenido un hijo
y podemos proponerle
la boda con Juana.
Veo que siempre
tenéis solución para todo.
Los problemas existen
para ser solucionados, majestad.
Lo único que no tiene solución
es la muerte.
Vuestra hija Juana
será reina de Castilla
de una manera o de otra.
Me alegro por Juanita,
pobre niña,
estar casada
con un señor tan mayor, y tullido.
Que la reina me confesó
que hasta para andar
le tenían que ayudar.
Sí,
la verdad es que no le esperaba
un futuro muy esperanzador.
Andrés,
¿qué os pasa?
Nada.
Andrés, por favor,
que penas que no sueltas,
penas indigestas.
¿Cómo es posible que tengas
una frase con rima para todo?
Escuchad de los viejos
frases y consejos.
Contadme, os lo ruego.
Es Pacheco,
siempre tiene un plan en la cabeza.
Y cuando habla con el rey
es como si le embrujara;
le dice todo lo que quiere oír.
Le tiene ganado.
Si fuera un buen hombre
sería maravilloso
su poder de convicción.
Pero no lo es.
No, menos mal que no tiene
ese poder con todo el mundo.
¿Sabéis?
Ha intentado atraer de nuevo
a su tío Carrillo a la causa del rey;
Carrillo se ha negado.
Me alegro por Isabel,
siempre es bueno
tener gente leal a tu lado.
Sí...,
pero no sé
si le va a servir de mucho.
Su posición
es cada vez más débil, Beatriz.
Lo sé.
Cosita...
Curioso oficio el vuestro, Palencia.
Nosotros tomamos decisiones,
ganamos reinos,
nos manchamos las manos de sangre,
nos morimos.
Y lo que queda finalmente
es lo que vosotros escribís.
Le llaman posteridad,
todo hombre sueña
con formar parte de ella.
Todo hombre...
Preguntadle a un campesino,
os cambiaría la posteridad
por una buena ternera.
Y en la situación en la que estamos,
yo mismo haría ese trato.
Carrillo, ¿habéis solucionado
vuestros asuntos?
Los míos sí;
los nuestros, en cambio,
siguen muy vivos.
Hemos recibido carta de Asturias:
una representación de sus nobles
quiere vernos.
Tengo entendido
que Asturias siempre ha apoyado
nuestros intereses.
Hasta ahora así ha sido,
pero mucho me temo que no sigan
en disposición de hacerlo.
Avisaré a mi esposa de inmediato.
Majestad.
Contadme.
Carrillo es un traidor.
¿Estáis seguro?
Se vio con Pacheco
y este le ofreció cargos.
Se despidieron con un abrazo.
¿Necesitáis más pruebas?
No, es suficiente.
Gracias.
¿Me llamabais, majestad?
Sí,
tengo una misión para vos, Peralta.
Debéis ir a Medina de Rioseco
a ver a mi hijo.
Veremos cómo me recibe su esposa.
Mal, y peor os despedirá,
porque os lo traeréis
de vuelta a Aragón.
Es necesario
cambiar de estrategia completamente;
estamos obcecados con Cataluña
y con Francia,
y los árboles
no nos dejan ver el bosque.
A lo mejor,
para ganar la guerra a Francia
antes hemos de ganarla en Castilla.
¿Y cómo justificaremos
que vuestro hijo venga?
Le llevaréis
el dinero que le debemos.
Pero, majestad,
si no tenemos para pagar
a nuestros soldados.
También iréis
con 50 hombres de mi guardia,
los mejores.
Aquellos que han combatido siempre
al lado de Fernando.
A cambio de todo esto,
lo quiero tener aquí.
Perdonadme,
pero no entiendo nada, don Juan.
Necesitaremos
a esos hombres en el frente.
A veces
la guerra es como el ajedrez;
hay que sacrificar algunas piezas
para conseguir ganar la partida.
He de pactar la paz con Francia,
pero no quiero
dejar Aragón sin mando;
Jiménez aprovecharía la ocasión
para hacernos aún más daño.
Necesito a mi hijo, Peralta;
y él me necesita a mí.
Sea.
En resumen,
¿cuál es el problema
de los asturianos?
Son nobles que juraron
apoyo a vuestra esposa
en la guerra civil,
por eso el rey les castiga
con aumento de tributos y penas,
como a los vascos.
¿Qué pasa con Vasconia?
Parece que Enrique
les ha anulado sus fueros
y ha impuesto al duque de Haro
como gobernador.
Los asturianos temen
que luego les toque a ellos.
Y probablemente así será.
Me temo que vienen a comprobar
si estamos en disposición
de ayudarles.
Y no lo estamos.
El siguiente paso será
que se cambien de bando.
Traidores...,
cuando se defiende una causa,
se defiende hasta el final.
Y no les culpo.
Podemos pedir a la gente
que nos sea leal,
no que sean mártires.
No tienen que saber
que pueden serlo.
Mañana, cuando vengan
esos nobles asturianos,
que vean toda nuestra guardia
en la puerta.
Que los soldados
abrillanten sus espadas,
que las mujeres zurzan sus ropas.
Mañana, señores,
nadie ha de notar
preocupación en nuestras caras.
Y vos,
le mostraréis
lo hermosa que es vuestra sonrisa.
Tenéis que entender
que nuestra situación
es comprometida.
Lo sabemos.
Pero ahora necesitamos saber
cuáles son vuestros planes.
Y queréis saber
si nuestro barco se hunde
para cambiar de bando,
¿no es así?
Siempre os hemos apoyado.
Pero lo que ocurre en Vasconia
nos indica
que el rey Enrique
está decidido a acabar
con todos aquellos
que os apoyamos en la guerra,
que celebramos vuestra boda.
En Asturias ya ha empezado
a exigir vasallaje.
¿Y qué medidas toma mi hermano
contra quien me es leal?
Quita títulos,
tierras y riquezas
y las da a sus leales.
Nos obliga
a mantener a nuestra caballería
para que sirvamos en su ejército,
pero todo a nuestro cargo;
bajo amenaza de perder
nuestra condición de caballeros.
No hace falta
que nos deis más explicaciones.
Habéis venido a averiguar
si merece la pena apoyarnos,
y yo os daré razones
para que seguir siéndonos leales.
Razones claras, fáciles de entender.
Castilla podría permitir
a los nobles pelear a pie,
y así os desprenderíais
de todos los gastos de caballería.
Me parece razonable, señor.
Castilla no permitirá
que tierras que desde hace siglos
se rigen por sus propias costumbres,
sean feudos de un rey
que mira hacia el pasado.
Apoyadnos,
y cuando Isabel y yo gobernemos
podéis estar seguros de una cosa:
Castilla será
la suma de sus regiones,
no la anulación de las mismas,
despreciando sus fueros y costumbres
como pretenden Pacheco y el rey.
Vuestras palabras
son las que queríamos oír,
pero el ejército de Enrique
es muy poderoso.
Yo no soy rey de Castilla,
pero sí de Sicilia
y futuro rey de Aragón.
Si Enrique os ataca, avisad:
mi ejército y yo mismo
lucharemos por vuestra causa.
Mientras tanto,
ordenad a vuestros hombres
que resistan.
Y que si reciben un golpe,
respondan con dos.
Así se hará, majestad.
¿Cuenta entonces
Isabel con vuestra lealtad?
Nunca ha dejado de contar con ella.
Alteza.
¿Podéis garantizar ese ejército
que tan alegremente ofrecéis?
De momento no.
¿Qué se llevan entonces?
¡Nada!
Se van cargados de ilusión
y con algo por lo que luchar,
y eso es más importante
que mil lanceros, creedme.
Llaman a la puerta
Pasad.
Parece que por lo menos
hemos apagado uno de los fuegos,
que no es poco.
No estoy tan segura de ello.
Sabéis que no estoy acostumbrada
a prometer lo que no puedo cumplir,
ni a gobernar con engaños.
No lo llaméis engaño,
llamadlo estrategia.
Ha prometido un ejército
que ni tenemos ni tiene.
Pero ha ganado tiempo
para intentar conseguirlo.
Sí, como Carrillo con la bula.
Lo siento, Isabel, pero creo
que deberíais preguntaros a vos
lo que le preguntasteis a Fernando.
¿Estáis arrepentida?
¿Va todo bien
entre Fernando y vos?
Fernando es mi esposo,
y como esposo y padre
no tengo queja.
Sé que quiere ir a Aragón
a ayudar a su padre
y aquí está,
cumpliendo lo que prometió.
Pero...
¿Pero qué, Isabel?
Es demasiado impaciente
en asuntos de gobierno.
Siendo un hombre de carácter,
como es,
yo diría que ha demostrado
mucha paciencia hasta ahora.
Tiene excesivo carácter.
Como vos.
Le gusta tener la última palabra.
Como vos.
No os voy a decir
lo contrario de lo que pienso.
Fernando os admira,
y no ha dudado de que por ser mujer
no debáis tener mando y opinión;
cosa, por desgracia,
que muchos piensan.
Pero hoy solo ha hablado él.
Ha defendido vuestros intereses
mucho mejor
que yo pudiera haberlo hecho.
Confiad en él, Isabel.
Perdón, espero no interrumpir
nada importante.
No lo hacéis,
además quien sobra aquí soy yo.
No os vayáis, Chacón,
quería hablar con los dos.
Si es cierto lo que decís,
no entiendo vuestro enfado,
excelencia.
Fernando ha resuelto
una situación complicada
con esos nobles asturianos.
Fernando quiere mandar demasiado.
Fernando es rey de Sicilia
y príncipe de Aragón;
ha ganado batallas
con tan solo 12 años.
Os tiene impresionado, eh.
No os conviene, Palencia.
Respondedme,
¿quién os trajo aquí?
Vos, señor.
-Bien.
Pues os voy a dar dos consejos:
guardaos vuestras loas y alabanzas
para vuestros escritos.
¿Y cuál es el segundo consejo?
Que mováis pieza de una puta vez.
Os dejo desarmado.
¿Estáis seguro de ello?
Os admiro, excelencia,
nunca os dais por vencido.
Si te das por vencido, pierdes,
y yo no suelo perder.
Nunca.
Jaque mate.
¿Carrillo con Pacheco?
Imposible,
Carrillo nunca nos traicionaría.
Os lo repito:
preguntadle a Gonzalo,
creo que él no tenéis dudas.
No, no las tengo,
pero no entiendo cómo le encomendáis
una misión de este tipo
sin informarme primero.
Había que actuar rápido, Isabel.
Si era una falsa alarma
no había que levantar maledicencias;
ahora que se confirman mis sospechas
es cuando os informo.
A vos y a Chacón,
al que le tengo la máxima confianza.
¿Ocurre algo?
No, majestad.
Sé que mi forma
de llevar la iniciativa
os puede molestar, Isabel.
Sé que puede pasar porque...
porque os parecéis a mí,
y a mí también me molesta
cuando no me dejáis hablar.
Sabéis que ya hemos discutido
por eso.
Pido excusas por ello
si hace falta,
pero nunca me pidáis que no actúe
cuando siento que tengo que hacerlo.
Soy rey, es mi naturaleza.
Y oídme, nunca haré nada
que no sea en vuestro beneficio
y en el de Castilla.
¡Mira quién está aquí!
¡Hola, hola!
Buenas noches, Isabel.
Buenas noches.
Cada día se parece más a vos.
Alteza.
¿Qué queréis?
El señor Peralta,
está de camino desde Aragón,
trae consigo 50 soldados.
Por fin buenas noticias.
Sí, por fin buenas noticias.
¿Y vuestro esposo?
Ahí le tenéis.
Voy a darle la buena nueva.
¡Gonzalo!
Nunca más hagáis nada
por orden de nadie sin avisarme;
de nadie.
Así ha de ser.
Sin duda,
nos vendrán bien vuestros soldados.
Son los mejores
de la guardia real aragonesa,
he luchado muchas veces a su lado,
y os lo puedo asegurar.
El dinero tampoco nos vendrá mal.
Podremos organizar mejor
nuestra defensa.
Eso espero.
Parece que a Aragón
le van mejor las cosas.
La verdad es que siento decir
que no es así, alteza.
Vuestro padre os necesita allí
de inmediato.
¿Qué cosas tan graves ocurren
como para que accedamos
a que Fernando marche?
Mi rey ha de partir a Cataluña
para pactar nuestra derrota
con los franceses.
Si la guerra está perdida,
¿para qué necesitan a Fernando?
Hay problemas internos y revueltas,
y no debe quedarse el trono
sin ocupar en su ausencia.
¿Revueltas?
Mejor os lo explico
cuando lleguemos a casa.
Eso si va con vos.
¿Perdón?
El abandono
de vuestras responsabilidades
será interpretado de la peor manera
por vuestros enemigos.
Partiré esta misma noche.
Creo que hasta ahora
he cumplido escrupulosamente
con todas las condiciones
que se me impusieron,
pero si Aragón me necesita,
no puedo quedarme aquí
de brazos cruzados.
Lo que es malo para Aragón
también lo es para Castilla.
Vuestro esposo tiene razón,
es de obligada nobleza
que ambos reinos
se ayuden mutuamente.
Y más después de saldar el rey Juan
su deuda con creces.
Podéis marchar.
Gracias.
Y en agradecimiento a vuestro gesto,
me gustaría que Alonso de Palencia
me acompañara,
quiero que de fe
de cada uno de mis pasos en Aragón.
Contad entonces también con él.
Peralta, venid conmigo,
hay que preparar el viaje.
No os quedáis sola, majestad.
Gracias, monseñor.
Os echaré de menos,
a las dos.
No hagáis esperar
a vuestros hombres.
¿Por qué esa actitud, Isabel?
Sabéis perfectamente
que no puedo quedarme aquí.
Volvéis a Aragón,
donde dejasteis muchas cosas.
No tengo
nada más importante que vos.
Nos estamos jugando nuestro futuro,
eso es lo único que importa ahora.
Podéis contar con mi lealtad,
si es eso lo que os quita el sueño.
¿Y con vuestra fidelidad?
¿Por qué hacéis esa pregunta?
¿Por qué no me dais respuesta?
Podéis contar con ella,
como cada día
desde que me casé con vos.
Os aseguro
que hay muchas maneras mejores
de demostrar el amor que os tengo
que eso que me pedís.
Y os lo demostraré.
Estamos preparados.
Sí, tal vez necesito una espada.
Con que llevéis vuestra pluma
será suficiente.
Majestad,
queríais verme.
Así es, Gonzalo.
Esperadme en las caballerizas.
Quiero que estéis al tanto
de las maniobras de Carrillo.
Si veis algo extraño avisad a Chacón
o al jefe de la guardia
que ha venido con Peralta,
él sabrá qué hacer.
Pero, sobre todo...
quiero que cuidéis
de la seguridad de Isabel.
Responderé de ello
con mi propia sangre, majestad.
Entonces ya puedo irme tranquilo.
Señora.
Haced que vengan
el resto de mis damas,
quiero que durmáis conmigo
esta noche.
¿Aquí, en la alcoba?
Ordenad que traigan catres y mantas,
no quiero
dar pábulo a murmuraciones.
Hace lo que os digo.
Sí, señora.
No, vos no.
¿No duermo aquí esta noche?
Ni esta noche, ni ninguna otra.
Mañana se os paga lo que se os debe,
no queremos
volver a veros por aquí.
Pero señora...
Creo que me he expresado
con suficiente claridad.
Marchaos, he dicho.
Si me lo permitís, señora,
esa muchacha
es de mi plena confianza.
Pero no lo es de la mía, Catalina.
¡Hijo mío,
qué alegría volver a abrazaros!
¡Padre!
Dejad que os vea.
Me veis más viejo.
Os veo estupendamente.
Cómo os he echado de menos, padre,
cómo os he echado de menos.
Contadme,
¿qué problemas hay que resolver?
Hijo mío,
tenemos que hablar
de un montón de graves asuntos,
pero mejor hablarlos sin extraños.
Es Alonso de Palencia,
cronista de Castilla.
Majestad.
Es de mi plena confianza.
He esperado solo para veros,
he de partir a Cataluña
para pactar con Francia.
Ya me ha informado Peralta
de lo mal que nos ha ido.
Se ha hecho todo lo posible,
pero nos van a derrotar,
y hay que garantizarse
unas condiciones aceptables.
En todo caso,
antes de solucionar
los problemas de fuera,
vamos a solucionar los nuestros.
¿Os ha hablado Peralta
de ese Jiménez?
Con todo lujo de detalles,
ha tenido un largo viaje
para hacerlo.
Hijo,
no podemos pagar a los soldados.
Nadie quiere pagar impuestos;
nos está desangrando.
Ya me encargaré yo
de acabar con esa sangría;
podéis marchar tranquilo.
Con vos aquí
siempre estoy tranquilo.
Dejo este reino
en vuestras manos,
actuad con prudencia
y con discreción.
Me gustaría tener tiempo
para comentar
las novedades que han ocurrido
desde vuestra marcha.
Pero algunas
ya las descubriréis vos mismo.
El que Fernando viaje a Aragón
solo puede significar dos cosas:
o bien que la situación allí
es realmente desesperada,
o que haya desavenencias
en su matrimonio.
Y ambas cosas nos convienen.
Tenemos la oportunidad
de acabar con Isabel para siempre.
Fácil lo veis.
Ha perdido el apoyo de Vasconia,
los asturianos harán pronto lo mismo.
Cuando las cosas empiezan a ir mal,
todo el mundo te deja solo.
Y ahora por no tener...,
ni siquiera tiene a Fernando.
Debemos seguir golpeando
hasta que venga de rodillas
a pediros perdón.
No me imagino
a Isabel tan sumisa.
Lo será, don Diego, lo será.
¿Y cuál será nuestro siguiente paso?
El definitivo
para minar su moral:
Sepúlveda.
¿Sepúlveda?
Es uno de sus bastiones más fieles,
con fortunas que le vendrán bien
al tesoro de la Corona,
y de fácil asalto.
Preparadlo pues.
Tal vez
debiéramos cambiar de estrategia.
Es propio del vencedor
tener clemencia con los vencidos.
Aún no hemos vencido, Mendoza.
No parecéis muy convencido.
Si el rey está de acuerdo,
yo también lo estoy.
Sepúlveda va a caer.
Pero allí reside
gran parte de vuestra familia.
Pacheco lo sabe,
me tiene entre ceja y ceja;
como todo lo que le huele a judío.
Pero vos sois cristiano.
En esta tierra,
quien nace judío, judío se queda;
no importa que te conviertas a su fe.
No importa
que muestres lealtad y trabajo.
Nunca os he oído hablar así.
Es que si la Castilla
donde crecerá mi hijo
es la que está construyendo Pacheco,
pienso que es mejor irse de aquí.
¿Y el rey?
Lleno de rencor por Isabel,
todo lo que le dice Pacheco
le parece bien.
Los Mendoza...,
dice que son leales,
pero su lealtad
no es más que sumisión.
Tal vez Isabel...,
Sepúlveda es muy querida por ella.
Isabel está sin recursos
en Medina de Rioseco,
y Fernando en Aragón,
y parece
que no le vayan muy bien las cosas.
Algo habrá que hacer.
Estoy atado de pies y manos,
¡qué queréis que haga!
¿Que me rebele contra Pacheco?
¿Entonces qué sería de nosotros?
Nada nos impide ir a ver a Isabel,
sería la mejor manera de ayudarla.
¿Cómo?
¿De quién puedo fiarme
para semejante misión?
Pacheco tiene ojos y oídos
por todas partes.
Conozco a alguien
en quien podéis confiar,
como si de vos mismo se tratara.
¿Vos?
No.
Es un viaje peligroso.
Más peligroso es esperar
como el cerdo la matanza.
Además,
hace mucho
que no voy a ver a mis padres,
y creo que ya es hora.
¿Habéis descansado
como corresponde, Palencia?
Quiero esos ojos bien abiertos
y esa pluma bien ágil.
Sí, señor,
aunque he de reconocer
que estos viajes agotan a cualquiera.
No a mí, os lo juro.
Ya necesitaba un poco de acción,
no estoy hecho para estar encerrado
en castillos ni palacios.
De hecho, esperadme aquí.
¿Dónde vais?
Tenemos una larga mañana por delante.
No tardaré.
¿Pasa algo?
Muy callada os veo esta mañana.
¿Qué queréis que os diga?
Lleváis unos días
que cualquier cosa
provoca vuestro enojo.
Lo siento, Catalina.
Sabéis que os aprecio,
pero hay obligaciones
que mi rango me obliga a cumplir.
Nadie os obliga
a dormir acompañada,
como soldados,
en tiendas de campaña.
Todo el mundo ha de saber
que no tengo tacha,
y hay que evitar rumores.
¿Qué rumores?
Todo el mundo sabe de vuestra virtud.
Debo dar ejemplo,
tal vez así lo sigan otros.
Nunca os había visto tan apocada.
Lo siento,
es que no esperaba vuestra visita.
¿Todo está bien?
Sí, todo está bien.
¿Y vos?
¿Qué tal vuestra vida en Castilla?
Complicada,
nunca había tenido
que cumplir tantas reglas.
Los castellanos son secos.
¿Más que los aragoneses?
Mucho más.
¿Y sus mujeres, cómo son?
Yo solo puedo hablar de una.
Habladme pues.
¿Os sirvieron de algo mis consejos?
A alguno de ellos
debí hacer más caso.
¿Sois feliz?
Sí, soy feliz.
Isabel es una buena esposa
y una buena madre.
¿Tenéis hijos?
Una niña,
la pusimos Isabel, como su madre.
Es preciosa.
¿Y a quién se parece más,
a vos o a Isabel?
A Isabel, gracias a Dios.
Si se hubiera parecido a vos,
tampoco tendría poca gracia.
Y eso es algo
que os puedo demostrar.
Deberíais hablar con ella,
ve fantasmas donde no los hay.
Despidió a una dama
de mi plena confianza.
Gonzalo me informó
que Isabel vio a esa dama
charlar animadamente con Fernando.
¡Por Dios!
Hablar no es nada malo.
Ella me dijo
que se cayó la ropa tendida
y su majestad
le ayudó a recogerla.
Hizo una bromas
sobre unos calzones.
Lo siento, señor.
Tranquila,
no pidáis disculpas.
Es la primera vez
que se separan desde su boda
y ella no lo soporta.
Y más sabiendo del éxito
de Fernando con las mujeres.
Pero desde que se casó
no ha tenido desliz alguno,
si lo hubiera tenido, lo sabría.
Lo sé, Catalina, pero...
Les casamos por conveniencia,
como se casan tantos príncipes,
sin conocerse,
pero estos se han conocido
y... se aman.
Ese es nuestro bendito problema.
Gracias por la información,
veré lo que puedo hacer.
Decidme otra vez
que es hijo mío.
¿No le veis el parecido?
Tiene vuestros ojos,
y vuestra gracia.
Como podréis ver,
no tengo tiempo
de entregarme a la melancolía.
¿Podéis criarlo con desahogo?
Decidme la verdad,
¿os falta algo?
Vuestro padre se encargó de todo
en cuanto se enteró.
Porque estoy seguro
que si por vos fuera,
nunca lo habría sabido.
Debo dejaros,
tengo obligaciones que cumplir.
Ya me imagino.
Si no..., no estaríais aquí.
Hago lo que debo hacer.
¿A qué viene todo esto?
No hace mucho me dijisteis
que Fernando era
un buen padre y buen esposo.
Mis problemas conyugales
no os atañen, lo siento.
Isabel,
sois la princesa de Asturias,
mal que le pese al rey.
Estáis casada con el rey de Sicilia
y futuro rey de Aragón;
vuestros problemas matrimoniales
son cuestión de Estado.
Y personalmente
no me digáis que no me atañen,
os lo ruego.
Sois como mi hija.
Llaman a la puerta
Alteza, siento interrumpiros.
¿Qué ocurre?
Unos soldados de Enrique
han sido apresados
a las afueras del pueblo.
Les acompaña una mujer.
¿Jiménez?
Antes de cruzar ninguna palabra,
os diré que espero que no intentéis
ninguna treta conmigo;
no saldríais vivo de aquí.
Mi palabra la cumplo.
Y bien poco discreto demostraría ser
si os atacara,
sé que sois muchos.
Y sé de la fuerza de vuestro bando.
Como veréis, me gusta hablar claro,
así que espero que hagáis lo mismo.
Lo haré.
Mi padre ha partido
a negociar con el francés;
el gobierno de Aragón
está ahora en mis manos.
Me parece que es
una buena oportunidad para hablar,
creo que tenemos
parecidos puntos de vista
sobre algunas cuestiones.
¿Por qué os habría de creer?
Porque os daré motivos para hacerlo.
Aragón se desangra
en guerras estériles
y quiero detener esa hemorragia.
Me consta
que no os mueve la codicia
y que debéis tener serios motivos
para haber renegado
de vuestra condición de noble
y hacer lo que hacéis.
Demuestra una generosidad
que es prueba
de la nobleza de vuestra causa.
Lo es,
y cualquier aragonés lo sabe.
Por eso crece cada día
el número de mis seguidores.
Os estoy tendiendo la mano.
Sé que no sois hombre tibio
ni de medias tintas.
¿Qué me decís?
No tomaré ninguna decisión
sin contar
con la opinión de mis hombres.
Me agrada escucharlo,
porque nada se hará en Aragón
sin contar
con la opinión del pueblo.
El ataque se efectuará
de aquí a dos días,
al amanecer y por sorpresa.
¿Cuántos son?
Mi esposo calcula
que unos doscientos.
¿De cuántos soldados disponemos?
Ahora llegamos a más de la centena,
pero los necesitamos aquí.
No a todos: Gonzalo,
coged a la guardia aragonesa
que trajo Peralta
y marchad de inmediato a Sepúlveda.
Cincuenta contra doscientos,
mala proporción.
Sí, pero no lo esperan.
Además, si pudiéramos contar
con la población local...
¿Queréis luchar
con campesinos y labriegos?
Eso es dar por perdida la batalla.
Monseñor, no subestiméis
el valor de la gente
que quiere defender lo suyo.
Es una locura.
¿Acaso queréis perder Sepúlveda?
¿Qué insinuáis?
Que tal vez ese fue el tema
de vuestra charla con Pacheco.
¿O vais a tener la desvergüenza
de negar que os visteis?
Yo mismo os vi abrazaros.
Veo que no soy digno
de vuestra confianza
cuando mandáis espiarme.
¿Podéis negar lo que se os imputa?
No.
Como tampoco puedo negar
que Pacheco me ofreció cargos
a cambio de traicionaros.
Y no los acepté.
Desgraciadamente, no podéis contar
con testigos de vuestras palabras.
Sí puede,
yo doy fe de ellas.
Mi marido fue testigo
de cómo Pacheco
le contó a vuestro hermano Enrique
que Carrillo se negó a traicionaros.
Y como me lo contó os lo cuento.
Gracias, señora.
Parece que sois la única
que no duda de mi honor.
No oísteis sus palabras, ¿verdad?
No.
Pero os juro
que les vi citarse en secreto
y abrazarse.
Acercarme más
hubiera supuesto ser descubierto.
No os preocupéis,
hablaré con Carrillo.
Cualquiera hubiera pensado
lo que vos, Gonzalo.
No perdamos más tiempo,
poneos en marcha de inmediato.
Majestad.
Vuestro esposo me ordenó
que os protegiera por encima de todo.
Defender Sepúlveda
es defender a mi persona.
Ya va siendo hora de que sepan
que si nos golpean,
tenemos la capacidad de responder.
(Suspira).
¿A vos no os avergüenza
hablar con un traidor?
Explicadme qué pasó.
¿Para qué?
Bastante se ha puesto mi honor
en tela de juicio.
Yo no dudo de vuestro honor
ni de vuestra lealtad;
en todo caso,
de vuestra ambición.
¿Qué pasó?
Recibí carta de Pacheco
y creí conveniente hablar con él.
Sin avisar a nadie.
¡Esa ha sido mi única equivocación!
Esta es mi causa,
no puedo abandonarla.
Lo sé.
Con vuestro permiso, excelencia.
Creo que esto es cosa de dos.
¿Qué queréis?
Vuestro perdón.
Si queréis confesaros,
buscaos otro cura.
No, tenéis que ser vos.
Siento lo ocurrido, monseñor,
pero yo vi lo que vi.
Y sé que si Beatriz
no hubiera sabido la verdad de todo,
yo hubiera sido el causante
de una gran injusticia para con vos.
Probablemente,
una injusticia irremediable.
Monseñor,
necesito vuestro perdón.
No quiero tener deudas con nadie,
y menos con vos.
Levantaos, Gonzalo.
Os perdono.
Y...,
procurad volved con vida.
Es preciosa,
se os parece muchísimo.
Cada día me digo
que tengo que ser fuerte por ella,
porque si no...
¡Eh!
¿Cómo es que os escucho hablar así?
Nunca habéis sido mujer de rendirse.
Y no lo haré,
pero hay momentos en los que...
¡Ey!
Que siempre habéis sido vos
la que me ha dado ánimos a mí.
Debéis tener fe.
Pase lo que pase,
vos sois el futuro de Castilla.
Los hombres como Pacheco
nunca pueden acabar venciendo.
Os necesitaría aquí, conmigo.
No creo que le agradara a mi esposo.
¿Va todo bien con el vuestro?
No sé.
A veces soy feliz
solo con verle reír,
o cuando está con nuestra hija.
Pero otras veces dudo,
dudo mucho.
Lo que os pasa
es que tenéis miedo
de que en Aragón
retome antiguas amistades.
¿Sabéis cómo se llama eso?
Celos.
Pero yo no quiero sentir celos
ni nada que no pueda controlar.
Pues mala solución hay,
porque amar sin sentir celos
es imposible.
A ver qué día
le puedo presentar a mi hijo.
Perdonad,
llevamos aquí todo este rato
y no os he preguntado cómo se llama.
Fernando.
Antes de decidir nada,
he querido que lo escuchéis
de su viva voz.
Vosotros juzgaréis.
Palabras,
no serán más que palabras.
Son más que palabras,
os lo aseguro.
Este es el dinero destinado
a pagar a los soldados
que combaten en Cataluña.
Ahora es vuestro,
y no habréis tenido que robar
ni matar a mis mensajeros.
Vosotros pedís justicia,
y allí donde reina la justicia
no hay necesidad de violencia.
Es mi deseo
que la justicia vuelva a Aragón.
De vosotros depende.
¿Qué queréis a cambio?
Quiero vuestra ayuda.
Mi padre representa el pasado,
yo vengo a traeros un futuro
del que podéis ser parte;
un futuro sin guerras,
sin impuestos injustos.
Donde cada hombre
pueda trabajar la tierra
y criar a su familia...
en paz.
No otra cosa deseo para Aragón.
¿Hay alguien que se oponga?
Y mientras ese futuro llega,
yo mismo me encargaré
de que recibáis vuestra parte.
Contad entonces con nosotros.
Me gustaría que estos acuerdos
fueran puestos en papel
antes de que vuelva mi padre.
No quisiera que mis palabras
se las llevara el viento.
Así pues,
es en esta sala donde se deciden
los destinos del reino.
Así es,
aquí podéis respirar
lo que es el poder.
Seguro que os agrada el olor.
Firmado.
¿Qué ocurre?
No pienso estrechar vuestra mano
manchada de sangre.
¿Qué significa esto?
¡Eh, eh, eh!
Me habéis traicionado.
¿Vos os atrevéis
a hablar de traición?
Habéis robado y asesinado
a nuestros emisarios,
habéis tenido en jaque
a todo un reino,
y me habéis causado
un grave quebranto.
Solo he buscado justicia,
¡sabéis que no me falta razón!
Toda razón se pierde
cuando se comete
el peor delito de todos:
querer ser rey
en lugar del verdadero rey.
¿Qué haréis con mis hombres?
Podrán morir a manos del verdugo,
o podrán morir
luchando por Aragón.
Han regado los caminos de sangre
para detener una guerra
en la que ahora lucharán
a cambio de nada.
Vos, sin embargo,
no tendréis esa oportunidad:
el verdugo os está esperando
en los sótanos de este palacio.
Os lo suplico, mi familia...
No os preocupéis
por vuestra familia,
no pagará por ello.
Y no incautaré vuestros bienes.
Ahora solo os queda confesar
para bien morir.
Nuestra única posibilidad
es coger al atacante por sorpresa.
A cualquier ciudadano,
campesino o viandante
que sepa manejar un arma, dádsela.
Abrid las puertas.
Dejadlas abiertas.
Aunque nuestras fuerzas
son desiguales,
sabemos los planes de Pacheco
y eso nos dará cierta ventaja.
Les dejaremos
entrar en la ciudad sin oposición,
manteniendo un total
y absoluto silencio.
Gritos de ánimo
Cada uno de vosotros
dirigirá una cuadrilla de 10 hombres.
Habréis de emboscarlos a mi señal
en los puntos señalados en el mapa:
aquí, aquí, aquí..., y aquí.
¿Está claro?
En marcha, pues.
Cascos de caballos
Silba.
(Grita): ¡Por Isabel y Fernando!
(Grita): ¡A todos, fuerza y valor!
Ya está todo dispuesto,
los hombres
esperan vuestras órdenes.
Estupendo,
cuanto antes partamos, mejor.
No hay tiempo que perder.
¿Acaso nos vamos de viaje?
Yo al menos sí, Palencia.
Voy a partir con la alegre compañía
de 200 caballeros
que acaban de volver de Cataluña.
Y después de perder una guerra,
arden en deseos por ganar otra.
¿Dónde?
En Vasconia.
Va a enfrentarse al duque de Haro.
Vos sabéis que estoy harto
de escribir cartas.
Con ese duque...
quiero un trato más personal.
Isabel no va a perder Vasconia
mientras yo pueda evitarlo.
Ya he cumplido con mi padre,
ahora he de cumplir con mi esposa.
Vos elegís, Palencia, qué queréis:
ser testigo de la batalla
o imaginarla.
Dijisteis que sería fácil hacerlo,
lo dijisteis en esta sala
delante de todos nosotros.
Conoció nuestro plan,
nos estaban esperando.
Habíamos dedicado
mucho tiempo y esfuerzo
en hacer creer
que Isabel está acabada.
Ahora sus hombres nos han derrotado
y todo el mundo lo sabrá.
¡Deberíamos ir pensando
en cambiar la estrategia!
¡No es el momento de cambiar nada!
Castilla necesita ahora sosiego,
¡más que nunca!
Majestad, son noticias de Vasconia.
Hablad.
Unas tropas
al mando de Fernando de Aragón
se dirige contra las fuerzas
del duque de Haro.
Parece
que están cambiando las tornas.
Palencia contará grandes hazañas,
pero no fue demasiado complicado.
El duque de Haro
no esperaba respuesta,
no tardó en rendirse.
Parece que había mejores estrategias
que el escribir cartas.
No os paséis de listo, Palencia.
La carta de Isabel
paró un duro ataque contra nosotros
y al enviarla a pueblos y ciudades,
más aún.
Parece que estáis bien informado,
Carrillo;
os lo contó Pacheco.
No es lo que pensáis, majestad,
doy fe de ello.
Si vos lo decís, lo creo.
Pero si vos nos pedís
que os consultemos todo,
entended que os pidamos lo mismo.
¿Se sabe algo de Asturias?
Sacaron a las tropas de Pacheco
en cuanto supieron lo de Vasconia.
Os felicito, Gonzalo.
Los hombres de mi guardia
hablan maravillas
de cómo actuasteis en Sepúlveda.
Gracias, majestad.
Pero dejasteis sola a Isabel.
Sí, pero yo se lo pedí.
Como veis, sé hacer más cosas
aparte de escribir cartas.
Que nos sirva a todos de lección:
solo ha cambiado nuestra suerte
cuando hemos cambiado la iniciativa.
Necesito una cama.
No, no os levantéis.
¿Deseabais volver?
No os imagináis cuánto.
No he dejado de recordaros.
Os dije que os demostraría
que os amaba,
espero que ahora
estéis convencida de ello.
Lo estoy.
Entonces, por favor, Isabel,
dadme un beso.
¡Huy!
Perdonad.
Lo que no os perdonaría
es que no me siguierais besando.
Parece que hoy
os habéis levantado con otra cara.
¿Tanto se me nota?
Sí, señora.
Sin duda, vuestro marido
es mejor compañero de alcoba
que podamos serlo vuestras damas.
Si no es molestia,
me gustaría hablaros de...
De Cecilia,
¿no es cierto?
Así es.
Os juro que fue un equívoco,
ella jamás se atrevería
a faltaros al respeto
con vuestro marido.
Decidle que puede volver
a trabajar a mi servicio.
Gracias, señora.
Han sido días muy duros,
pero todo va a cambiar.
¿Estáis seguro de lo que hacéis?
Sí, majestad.
Si es porque dejasteis sola a Isabel
hicisteis lo que debíais,
y os estoy agradecido.
Aún así, creo que debo marchar.
Es demasiado tiempo
sin ver a la familia.
Sois un buen soldado, Gonzalo,
pero un mal mentiroso.
Podéis ir donde gustéis,
y tenéis mi bendición,
pero no digáis lo que no es.
Si es por lo de Carrillo,
tranquilo,
ya vendrán aires nuevos
y se olvidará todo.
Y con esos aires nuevos
todo será cuestión
de pactos y de política.
No.
Ahora mismo me es difícil
saber donde estar
y a quién obedecer:
si a vos, a Isabel, a Carrillo...
Creo que lo mejor será
apartarme durante un tiempo.
Solo os pido...
Que os despida de Isabel.
Lo haré.
Le diré que os han llegado
noticias de Córdoba
que os llevan
a ver a vuestra familia.
Gracias, majestad.
Gonzalo,
espero que volvamos a vernos.
Siempre que me necesitéis.
Parece que soplan aires nuevos,
gracias a Dios.
Diréis gracias a Fernando.
Cierto, pero no le alabéis demasiado,
es joven y vanidoso.
Pero no me negaréis que sabe
del oficio de rey como ninguno.
Teníais que haber visto cómo se libró
de un traidor a su reino.
O cómo ganó una batalla
casi sin bajarse del caballo.
Tal es el terror que inspira
su fama como soldado.
¿Y como hombre,
quién puede dudar de su virilidad?
En Aragón,
una amante le ha dado un hijo varón,
una tal Aldonza.
Ignoraba esa noticia.
No llega a los dos años. (Ríe).
Debió de tener una buena despedida
antes de casarse con Isabel.
No conozco a nadie mejor
para gobernar en Castilla.
El papa ha muerto.
¿Otra vez tenéis que ir a Aragón?
Debo hacerlo.
¡Debéis vivir en Castilla,
es el acuerdo que firmasteis!
El enviado de su Santidad
desembarcará en Valencia,
he de recibirle.
Entiendo que estéis preocupado
por vuestra gente.
Soy cristiano, Pacheco,
¿acaso tengo que recordároslo?
Rodrigo Borja
es vividor y mujeriego,
además ambicioso,
como buen Borja o Borgia,
como les llaman en Roma.
Elegid al cardenal que nos interese,
según la princesa que nos interese.
Enrique va a proponer
a Pedro de Mendoza para cardenal.
No os preocupéis,
conseguiré que sea Carrillo.
En Castilla no saben que en realidad
voy allí a hacerles un examen,
porque no tengo nada decidido.
Sé que el papa busca fondos
que financien la Cruzada de Esmirna.
Boja dará el nombramiento
de cardenal con una mano,
pero en la otra trae
el cepillo de pedir.
¿Puedo comunicarle a su Santidad
que cuente con vuestra aportación
para la Cruzada?
Pacheco apelará a vuestros orígenes,
quiere quitaros de en medio.
Tenéis que defenderos;
es él o vos.
Si su Santidad me concediera
la gracia de ser cardenal,
podría tener por seguro que...
las decisiones en Castilla
se tomarían acordes a sus intereses.
¡Cómo os podéis tener
por buen marido
cuando os falta tiempo para meteros
en otra cama!
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