domenica 24 maggio 2020

tr25: Isabella di Castilglia- Capitúlo 10.

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Sommario:

Isabel - Capítulo 10

La boda de Isabel y Fernando ha sido un éxito: muchos nobles les apoyan, el pueblo les aclama y ve en ellos el nacimiento de una nueva Castilla, pero aún quedan muchos escollos. Y el tiempo va en su contra, porque no tienen bula y eso les hará impopulares. Comienza una vida de casados nada fácil. La lucha con Enrique continúa mientras Aragón se sigue arruinando. Isabel y Fernando se quedan sin dinero y sin apoyos, ¿cómo van a conseguir sentarse en el trono? Y llega el invierno. Y las previsiones de Pacheco se cumplen una por una. Sin dinero, casi sin víveres¿ Isabel y los suyos viven momentos de tensión. Fernando empieza a tener roces con Carrillo que Chacón intenta evitar a duras penas¿ El hambre pasa factura al propio pueblo que pasa de aclamar a Isabel a intentar asaltar su residencia en búsqueda de víveres... El fervor de cuando su boda, ha desaparecido.

Transcripción completa.
No hay bula.
¡Sabía que no se la darían, lo sabía!
Firmará Pío II con fecha de mayo de 1464,
tres meses antes de su muerte.
Gracias a Antonio Jacobo de Véneris hemos logrado que Roma avale la bula
concedida por Pío II al príncipe Fernando.
¿Estáis seguro de que la bula es falsa?
Seguro. ¿Se lo vais a decir a Isabel?
Voy a escribir una carta de mi puño y letra a Isabel.
Pero...
Y os suplico que se la hagáis llegar a Valladolid.
¿Quiere gobernar de a tres?
Carrillo está sacando los pies del tiesto.
¿Lo veis? Sigo vuestras indicaciones
para evitar cualquier cosa que pueda entorpecer la boda.
Es mi hijo Diego.
¡Bienvenido a la Corte, Diego!
Necesito que dejéis nuestros asuntos en Toledo
en manos de gente de confianza y os quedéis conmigo.
Es de vuestra amiga Beatriz. ¿Hay bula o no la hay?
Tengo dispensa de palabra del papa de Roma,
acepta vuestra boda
y me ha prometido que se os concederá la bula,
pero en estos momentos resulta imposible.
Lo siento, pero no me casaré con una bula falsa.
Yo sí.
Si logramos casar a la hija de Enrique
con el hermano del rey de Francia, apretaríamos a Aragón.
Luego, habría que desheredar a Isabel
por no cumplir los Pactos de Guisando
y por casarse por su cuenta y sin bula.
De esta manera, la hija de Enrique
sería la heredera de la Corona de Castilla.
¿Isabel va a atreverse a casarse sin bula?
Sí, lo va a hacer hoy mismo, con muchos testigos,
y son de gran alcurnia.
¿Qué os pasa? -Nuestro hijo ya viene.
¡Ayuda, ayuda!
Ese hijo de puta
tal vez tenía más razón de la que pensábamos.
Es posible que su plan con Francia no fuera ninguna locura.
Pacheco, siento lo de vuestra esposa.
Contadme vuestro plan.
Por la autoridad que me concede la Santa Sede Apostólica
os declaro marido y mujer.
Subtitulado por Teletexto-iRTVE.
Majestad.
Carta de Isabel. ¿Pero qué quiere ahora?
¿No le basta casarse sin mi permiso,
que además quiere restregarme su hazaña por las narices?
Lee, a ver qué nuevas mentiras me cuenta.
Por la presente y a 20 de octubre del año 1469
os escribo para informaros que Fernando y yo casados estamos.
Saltaos lo evidente, os lo ruego.
Sentimos no contar con vuestra presencia,
pero cartas varias os envié invitando a vuestra majestad
a que nos acompañara en tan solemne día.
En espera de la misma retrasamos nuestra boda
por si teníais a bien asistir.
Pero al no haber respuesta a carta alguna,
la celebramos según manda la Santa Madre Iglesia,
sin escándalo y sin invitar a gentes extranjeras.
Tanto Fernando como yo, Isabel,
prometemos servir a su excelencia con amor y acatamiento de hijos,
y como hijos, estaremos encantados de que su majestad
se dignase a recibirnos en lugar convenible y seguro.
No sigáis, os lo ruego,
ya he oído bastante.
Nunca pude imaginar
que mi hermana pequeña se convirtiera en mi peor pesadilla.
Si hubiéramos actuado a tiempo no nos lamentaríamos ahora.
No todo son malas noticias.
¿Ya hay respuesta de Francia?
Jouffroy viene de camino.
(Suspira).
Pagará golpe a golpe todo el daño que nos ha hecho.
Señores,
estamos ante una oportunidad que no se nos puede escapar.
El futuro de Castilla y de mi hija depende de que lo hagamos bien.
De una vez por todas, no quiero más discrepancias;
necesitamos estar unidos.
Por supuesto, majestad.
Siempre podéis contar conmigo para defender vuestros intereses
y los de vuestra hija.
Por eso me permito haceros una sugerencia:
sería conveniente traer a la Corte a vuestra esposa.
¿Traer a Juana, para qué?
Conozco a Jouffroy, es amante de las tradiciones,
y ver a la familia real junta ayudará a la negociación.
Pero, sobre todo, lo pido por vuestra hija.
Bien sabéis lo que opino de la reina,
pero una niña que va a empezar a asumir responsabilidades tan joven
necesita a su madre.
Creo que debéis hacer caso a don Diego, majestad.
Es un milagro que los dos seáis de la misma opinión,
y yo no voy a oponerme a un milagro.
¿Qué estáis pensando?
En vuestros ojos,
parece como si rieran.
Será porque les gusta lo que están viendo.
Y les gustaría ver más.
¿Por qué no?
Sois hermosa
y deseable.
No han de durar siempre esas prendas.
¿Acaso sentís vergüenza?
No hay mal alguno en entregarnos al placer,
soy vuestro marido.
Tenemos otras obligaciones, Fernando.
Aún no hay respuesta de Enrique a la carta que enviamos,
y tenemos pendiente con Roma el asunto de la bula.
¿No podéis olvidar por un instante quienes somos?
Pensad que somos unos amantes cualquiera,
a los que nadie conoce.
Ahora mismo en esta alcoba solo estamos vos y yo.
Necesitamos más.
¿A qué os gusta jugar, hija?
A esconderme y que no me encuentren.
Os voy a contar un secreto:
a mí a veces también me gustaría que no me encontraran.
¿Si? Pero si sois rey.
Por eso, hija, por eso.
¡Mamá!
¡Hija mía!
Ya está todo preparado, majestad. Sí, ya lo veo.
¿Enrique quiere casar a su hija con el duque de Guyena?
Así es, monseñor Jouffroy está en Segovia
para pactar capitulaciones de boda.
¿Queríais respuesta de vuestra carta al rey?
Esta es su respuesta.
Señores, Castilla va a unirse a Francia
para acabar con Aragón y nuestras esperanzas de futuro.
¿Cuál va a ser nuestra respuesta?
Esperar.
Esperar..., ¿esperar a qué?
¿A que Enrique case a su hija
y venga con su ejército por nosotros?
No lo hará, Enrique no es amante de las guerras.
Cierto, pero también es hombre al que se le influye fácilmente.
No penséis solo en él, pensad en Pacheco, en los Mendoza;
ellos utilizarían la fuerza, os lo aseguro.
No estaría de más contar con una buena protección
que ahora no tenemos.
Estad tranquilo, Chacón,
he dado orden de que mi ejército salga de Toledo
y se presente aquí de inmediato;
traerán armas y dinero,
mío y de quien nos apoye.
Que algún día nos pedirá que sea devuelto
con intereses o favores.
Con un buen gobierno de Castilla, el cual ahora no tenemos.
Hay muchos que os apoyan de corazón, majestad.
Pensé que como cronista vuestra misión era escribir,
no opinar.
El señor Palencia tiene mi permiso para estar aquí
y puede opinar.
Además, tiene razón.
Son muchas las ilusiones puestas
en que vuestra boda suponga el principio de una nueva era.
Juntos, los tres, conseguiremos que Castilla vuelva a ser grande,
y todos querrán estar de nuestro lado.
Gracias por dejarme volver a la Corte, esposo.
¿Esposo?
No quiero oíros llamarme así,
nunca más.
Os lo dejaré claro:
está en nuestras manos el futuro de nuestra hija.
Y si por ella tenemos que tragarnos la vergüenza y la infamia,
así lo haremos.
Porque Juana es nuestra hija,
pero nosotros nunca volveremos a ser una familia.
¿Entendido?
¿Entendido?
Perfecto.
Y a partir de ahora a ojos de los demás,
yo seré un buen padre
y vos mi leal esposa y amante madre.
Aunque los dos sepamos que eso no es verdad.
Enrique... (Chista).
No quiero justificaciones ni penitencias;
no tengo alma de cura.
Solo quiero saber
si estáis preparada para llevar adelante esta farsa.
¿Lo estáis?
¿Lo estáis?
Sí.
Solo una pregunta:
he oído rumores de que el duque de Guyena...
no es muy agraciado físicamente. Es el hermano del rey de Francia.
Llaman a la puerta
Señor.
Su eminencia, monseñor Jouffroy, os espera.
Vamos allá, entonces.
Música cortesana
Os vais a casar con el hermano del rey de Francia,
nada más y nada menos.
¿Veis? Ese señor ha venido desde allí
para pedir vuestra mano.
Como veis,
sois alguien muy importante, hija mía.
¿Si?
Mucho, hija, mucho.
Sois hija de reyes, seréis reina.
Creo que es el momento de hablar de los acuerdos de la boda.
Juana, vámonos.
Son los hombres los que negocian estas cosas.
Señores.
¿Nos acompañan?
Tenéis una esposa bellísima
y que sabe comportarse como reina que es.
Gracias, le diré a mi esposa de vuestros cumplidos, excelencia.
Hablemos de lo que nos ha traído aquí.
Salgamos fuera.
¿Cuándo se celebrará la boda?
Será mejor que pase el invierno,
pero podéis dar por segura su celebración desde este momento.
Esperaremos impacientes la visita se su alteza, el duque de Guyena.
No puedo asegurar su presencia.
Bien sabéis que mi señor, el duque, es de salud frágil.
Hay que estar preparados para celebrar la boda por poderes.
Espero que delegue su presencia en un noble de alto rango
de la Corte de Francia. -Dadlo por hecho.
También daremos por hecho
que la novia se quedará en Castilla hasta cumplir mayoría de edad.
No hay problema.
Lo importante es que nuestros reinos hasta entonces, y siempre,
estén unidos.
Y que nuestros ejércitos acaben con Aragón cuanto antes.
En efecto,
nada me hará más feliz que eso.
Bien sabéis que el rey Juan de Aragón
promovió la boda de su hijo Fernando con vuestra hermana, Isabel.
Con intereses claros de unir Aragón y Castilla contra Francia.
Lo sabemos, os lo puedo jurar.
¿Y qué estáis haciendo contra Isabel y Fernando?
Por menos de eso,
en Francia ya habrían rodado sus cabezas.
Qué manía tenéis en Francia con cortar cabezas, eminencia.
Deseo que nuestra negociación llegue a buen puerto,
pero nunca digáis a un rey lo que debe hacer, Jouffroy.
Tranquilo, Jouffroy,
hay muchas maneras de acabar con el enemigo,
no solo con la ayuda del verdugo.
Así es, el invierno llegará pronto,
y este año las cosechas no han sido buenas.
Aragón no podrá hacer nada;
el rey Juan está en la ruina.
¿Y Carrillo?
Carrillo pronto se llevará una desagradable sorpresa.
¿Malas noticias?
Las peores.
Las fuerzas del rey han entrado en Toledo
y han incautado mis bienes.
Vuestro ejército... Si no hay dinero, no hay soldados;
mi ejército se ha deshecho.
A muchos de mis mejores hombres los ha contratado Pacheco.
¿Y los apoyos con los que contabais?
Han sido amenazados con perder títulos y posesiones,
no podemos esperar nada de ellos.
Y mi hijo, Troilo,
está confinado en nuestra casa hasta nueva orden.
Lo siento.
Lo siguiente será aislar Valladolid y no dejar que lleguen alimentos.
No, si hicieran eso el pueblo sabría
que el rey es el culpable de sus penurias.
¿Por qué creéis que no nos atacan todavía,
sabiendo que no tenemos ejército?
Quieren vernos caer,
y que la gente crea que somos incapaces de maniobrar,
no que somos víctimas de la fuerza.
Exacto.
La Corona comprará sus mercancías a mejor precio
a quienes nos puedan abastecer,
y todos pensarán que es una cuestión de mercado,
no de política.
Esto es muy propio de Pacheco;
te asfixia sin ponerte la mano en el cuello.
Mal asunto.
La cosecha no ha sido buena por estas tierras.
Van a aguantar hasta que no podamos más,
hasta vernos caer del árbol como la fruta madura.
Nos espera un invierno muy duro, Chacón.
Muy duro.
(Masculla).
Felices Pascuas.
Señor, felices Pascuas.
¿Todo en orden?
Todo en calma, señor,
aunque hace un frío que pela, capitán,
como hace años que no se recuerda.
Id a descansar y que os releven, yo guardaré el puesto.
Que os den algo de comida y un poco de vino,
para que entréis en calor.
Gracias, señor.
Pero un poco de vino..., que os conozco.
¿Tan mala es la situación? Lo es.
No hay dinero para polainas ni para guantes.
Los soldados se quitan el frío cantando,
incluso, a más de uno le he visto llevarse el vino a las guardias
y he tenido que arrestarle.
Qué bien nos vendría ahora el dinero gastado en la boda.
Los que nos vendrían bien serían los 200 lanceros y los 4.000 florines
que nos prometió vuestro padre.
Si no han venido no es porque no los tiene.
¡Mi padre está en guerra, pero de las de verdad,
con soldados que mueren en el campo de batalla!
No con reyes, príncipes y obispos cruzándose cartas
y esperando un ejército que nunca vendrá.
Nunca imaginé que Enrique llegaría tan lejos.
Siempre le ofrecí mi respeto como rey
mientras él no faltara al mío.
Le ofrecí que nunca volveríamos a entrar en guerra.
Como veis,
no le ha parecido suficiente a vuestro hermano.
Si Enrique nos viera ahora sería feliz.
Quiere desgastarnos, generar la discordia entre nosotros,
y sabe Dios que lo está consiguiendo.
Rogaría que tuviéramos... Calma.
¿Verdad?
A veces, Chacón, no sé si el cura sois vos o Carrillo.
Fernando, os ruego... Tranquila, Isabel.
Fernando está en su derecho de pensar de mí lo que desee
y yo estoy en el derecho de pedir calma y sosiego.
Y lo haré las veces que haga falta.
El problema, Chacón, es que aquí hay demasiada calma.
Yo solo espero que no sea la calma de los muertos.
Pero tenéis razón,
será mejor dejar de discutir y hacer algo.
Contad conmigo para hacer guardia, es una orden.
Si es que, como rey que soy, se me permite dar alguna.
Si es así, haré guardia con vos.
Iré a buscar ropa de abrigo para mi esposo.
Repartid la comida
entre quienes velan por nuestra seguridad.
No lo creo conveniente, no nos quedan demasiados víveres.
Pues los repartiremos entre quienes nos protegen.
Para ellos también nació el hijo de Dios.
Isabel, no es tarea vuestra hacer eso.
Ni la de un rey hacer guardia.
No parece que las cosas nos vayan muy bien, ¿verdad?
No.
¿Cómo podéis sonreír en un momento así?
Porque la fortaleza de un hombre se mide por las veces que se levanta
y no por las que cae.
¿Os acordáis cuando aprendíais a coser de niña?
Quería hacerlo todo desde un primer momento
y todo lo estropeaba.
¿Y qué os decía vuestra madre?
Más corre un galgo que un mastín,
pero si el camino es largo, más corre el mastín que el galgo.
Lo aprendió de mi padre.
Pues tened esa frase bien presente ahora,
y haced que sepa de ella Fernando.
Ahora más que nunca.
Traed, ya se la llevaré yo a vuestro esposo.
Llevad también mantas a los soldados.
Música cortesana
Fantástico, os felicito.
Marchad a la cocina, podéis comer y beber cuanto gustéis,
os lo habéis merecido.
Enseguida, majestad.
No, a vos no, que les acompañen los criados.
¿Os pasa algo? Os veo incómoda.
Lo siento, majestad, pero tengo que ir con mi hijo.
Perdonad, podéis ir con él, ¿cuánto tiempo tiene?
Va a cumplir dos meses.
¿Podría acompañaros?
Seguro que a mi hija le encantará conocerle.
Sí, claro, como gustéis.
Señores.
(Carraspea).
Os agradezco
que nos hayáis acompañado en un día como este.
Somos nosotros los agradecidos, majestad.
Dos meses tiene ya vuestro hijo, y yo sin haceros un regalo.
No es necesario, alteza.
Lo es, lo es, vos me servís bien.
Me dais tranquilidad;
nunca intrigáis a mis espaldas.
No soy mago, pero soy rey y por enero os traeré un regalo.
¿Qué os parecería ser alcalde y tesorero
de la villa de Madrid?
Sin dejar de serlo de Segovia, por supuesto.
Sería un honor, alteza.
El honor sería mío, Cabrera.
¿Puedo acercarme?
No le molestes.
Mi hijo es de buen dormir,
debe ser que aún no le afectan las intrigas de la Corte.
Beatriz, acercaos.
Parecéis incómoda con mi presencia.
Lo estoy.
Es por mis diferencias con Isabel, ¿verdad?
¿Diferencias? Maltrato querréis decir.
A veces ser reina te obliga a hacer cosas que no se entienden.
A veces la vida es justa
y hace pagar a quien hace daño a los demás.
Vuestra hija tiene licencia
para venir a ver a mi hijo cuando le plazca,
es una niña, y es inocente.
Pero no me pidáis calor y cariño;
simplemente obedezco al rey y a mi esposo.
Procurasteis la infelicidad de mi mejor amiga.
Pedirme cualquier cosa, menos que olvide eso.
Hija, debemos irnos.
Sí, hay que dejar tranquilo al niño.
(Susurra): Adiós.
Y a la madre también.
Perdón, no esperaba encontraros.
Desnudo.
Es nuestra alcoba y sois mi esposa,
¿qué hay de extraño en ello?
Lo siento,
sabéis que hay ciertas cosas a las que me cuesta acostumbrarme.
Abrigaos, no cojáis frío.
Más que ahí afuera, imposible.
Fernando... Sé lo que me queréis decir.
No debí ser tan vehemente con Carrillo.
No es momento de que cada uno haga la guerra por separado.
Lo siento, Isabel.
Pero llegará el día en que no le obedezca,
espero que entonces también me sonriáis.
Cuando llegue ese día yo os apoyaré.
Y os prometo que también os sonreiré.
¿Dónde vais?
Debo escribir carta a mi padre.
Nuestra situación empieza a ser miserable,
y no me gusta que Aragón no cumpla lo que promete,
ni quiero que Carrillo me lo vuelva a echar en cara.
¿Y no podéis hacerlo por la mañana?
Habrá mejor luz para la escritura.
Sí, tenéis razón.
Con vuestro permiso, majestad. -Pasad, pasad, Peralta.
Y vosotros podéis iros,
gracias por vuestra lealtad y vuestro esfuerzo.
¿Malas noticias, majestad?
Francia nos gana la partida;
todo lo que su día recuperamos, lo hemos vuelto a perder.
Y no tengo fondos con qué pagar más ejércitos.
Además, Francia y Castilla preparan boda
y el papa no quiere saber nada de una nueva bula.
Para colmo, he recibido carta de mi hijo,
y las cosas no le van mucho mejor.
¿Qué ocurre?
El rey Enrique les tiene asfixiados:
los bienes de Carrillo han sido incautados.
Me pide que cumpla con lo prometido como dote de la boda.
Los 4.000 florines y los 200 lanceros,
¿qué le vais a contestar?
Que pronto los conseguiré.
No pongáis esa cara, Peralta,
¿qué queréis que le diga a Fernando, que no tengo ni un florín?
¿Que me faltan hombres para combatir en Cataluña?
Deseaba recuperar la vista para ver florecer mi reino,
gobernar a mi hijo, no para ver como todo se hunde.
¡Encima hace un frío de cojones! Puto invierno...
¿Habéis dormido mal?
Ni siquiera he dormido.
Animaos, los días son más largos,
y hoy el sol calienta de verdad.
Se acerca la primavera.
La primavera no arreglará todo.
¿Qué os pasa?
Me mata el tedio, Isabel.
Lo más excitante que me ha ocurrido en los últimos días
ha sido que una mula ha dado una coz en el culo a un oficial,
Íñigo se llama.
No os quejéis,
que todas las malas noticias sean esas.
Tal vez un paseo nos venga bien para subir la moral.
No sé si levantaremos mucho la moral con este paseo, Isabel.
Tal vez debamos volver a palacio, majestad.
¿Por qué? Esta gente tienen muchas necesidades
y sus altezas pueden correr peligro en cualquier momento.
Si tengo miedo de mi propio pueblo, jamás mereceré ser su reina.
¡Pero eso es el doble de lo que costaba la semana pasada!
¡Si queréis el pan, habréis de pagarlo!
Por favor.
No es culpa mía
que quien nos tiene que proteger no lo haga.
¡Misericordia, señora! Nos morimos de hambre,
los campos están yermos, ¿qué podemos hacer?
Los campos volverán a dar fruto, mujer,
y la guerra no ha de volver.
Volverá, como siempre, y vos no haréis nada por evitarlo.
¡Callad! No, dejad que hable.
Dicen que cientos de invitados fueron a vuestra boda,
y buenos asados se comieron.
Y nosotros nos jugamos la vida por echarnos algo a la boca;
no os importa el pueblo.
Nunca les importa
a quienes no les falta nada por nacimiento;
podéis hacer lo que queráis,
y no tenéis que dar explicaciones a nadie,
¿es eso justicia?
¡Darnos comida! -¿Es eso justicia?
Barullo
Si mis hijos pasaran hambre yo también cazaría y robaría,
incluso sería capaz de matar.
No podemos culpar al pueblo por eso, Fernando.
Vivimos en nuestros palacios,
bien comidos y abrigados, intrigando;
nos creemos la sal de la tierra.
El pueblo siempre padece esa ley,
forma parte de la naturaleza de las cosas.
Solo en el paraíso no falta de nada, y no estamos en el paraíso;
estamos en un mundo de intrigas y guerras.
Es nuestra obligación mejorarlo.
Por mucho que lo mejoremos, hay cosas que nunca cambiarán:
regalas pan dos días,
y el tercero te roban en casa aquellos que has dado de comer.
Esa gente que hoy nos rodeaba
vitoreaba nuestros nombres cuando nos casamos, Fernando.
Estaban ilusionados
y ahora no queda nada del entusiasmo.
Si no les damos nuestro apoyo,
la seguridad de que puedan dar de comer a sus hijos a diario,
¿cómo podemos querer su apoyo y entusiasmo?
¿Cómo podemos pedirles
que den su vida por nosotros en el campo de batalla?
¿Qué les damos a cambio para exigir eso,
qué les ofrecemos?
Isabel, ¿estáis bien?
Sí.
¡Isabel!
¡A mí la guardia!
¿Es grave?
Tranquilo, se recuperará,
calculo que dentro de ocho meses, más o menos.
¿Está en cinta? -Ajá.
Quién lo diría, ¿verdad, don Gonzalo?
Yo que os conozco desde que nacisteis...,
ahora os veré ser madre.
En malos tiempos llega mi hijo.
Nunca es mal tiempo para ser padres.
Será mejor que les dejemos solos.
Es maravilloso.
Quiero que empiecen a repicar todas las campanas,
que todo el mundo lo sepa.
Sí, que todo el mundo lo sepa.
¡Isabel está embarazada!
Pero si se casaron en noviembre y estamos casi en marzo.
Parece que no han perdido el tiempo.
¿Ya hay respuesta de Francia?
Todavía no, majestad.
Mucho se retrasan.
Confiad en Jouffroy.
Yo ya no confío ni en Cristo que volviera.
Sabéis, como yo,
que Francia ha recuperado el Rosellón
y que prepara ejércitos para entrar en Cataluña;
el día menos esperado se plantan en Barcelona.
Lo sé.
El objetivo de casar a Guyena con mi hija
era acabar con Aragón,
y ya lo están haciendo sin necesidad de boda.
Temo que ya no les interese como antes del invierno.
Si Isabel tiene un hijo varón, tendremos problemas;
muchos problemas.
¡Tiene que ser varón! -Dios lo quiera.
No podemos estarnos quietos, ahora menos que nunca.
¿A qué os referís?
No tenemos tiempo: Francia nos aprieta más que nunca.
Castilla nos tiene que apoyar ya,
no podemos esperar a que leguen a reyes;
debemos llegar a un acuerdo con Enrique.
Se la hemos jugado a Enrique, y peor a Pacheco,
¿cómo vamos a congraciarnos ahora con ellos?
Qué les podemos ofrecer, porque dinero no nos queda.
Les ofreceremos algo más importante que eso:
futuro.
Nos comprometeremos a que si nace varón,
el hijo de Fernando e Isabel case con Juana.
¿Y si nace hembra?
No seáis agorero, Peralta,
será varón; ya lo veréis.
Tiene que serlo.
¿Qué os preocupa ahora?
No sé,
veo más fácil convencer a Enrique que a Isabel.
Fernando es su marido y debe obedecerle,
y Fernando hará lo que yo le pida.
Pero, por si acaso, poneos de acuerdo con Carrillo;
él sabrá cómo manejar la situación.
¡No! De ninguna de las maneras, Peralta,
lo que no he querido para mí, no lo quiero para mi criatura.
No le impondré ninguna boda.
Y menos aún antes de que nazca y de saber siquiera su sexo.
Peralta ha hecho un largo viaje, dejémosle defender su causa.
Enrique ha recuperado la iniciativa,
se siente fuerte: está arropado por la nobleza.
Y siento decirlo:
vuestra causa ha perdido muchos apoyos
y está ahogada económicamente.
Es cierto, majestad.
Vos fuisteis testigo de la necesidad del pueblo,
y ayer supimos que había trazas de motín en la ciudad.
He mandado detener a sus cabecillas, planeaban tomar palacio.
Podemos repartir nuestra comida con ellos.
No tenemos tanta, Isabel.
¿Por qué no me habéis informado de ese motín?
Porque vos e Isabel ya tenéis vuestras preocupaciones,
aunque una futura madre no debería tenerlas.
Dejad que yo elija las preocupaciones que debo tener.
Hablaremos más tarde de ese tema,
no quiero mostrar debilidad a mis invitados.
Continuad, Peralta.
¿Qué ganaríamos con vuestra propuesta?
Don Juan, mi señor,
piensa que el rey don Enrique aceptaría de buen grado la propuesta,
la consideraría una muestra de acatamiento.
¿Más aún?
¡Deberíais haber leído las cartas que le envié
y que no han merecido su respuesta!
No olvidéis que os casamos sin su consentimiento.
Me sorprende veros predicar mansedumbre, Carrillo.
No es mansedumbre;
sabéis lo lejos que estoy de pactar con Enrique y Pacheco.
¡Basta ya!
¡No estamos hablando de repartir tierras o títulos!
¡Estamos hablando de mi hijo, de nuestro hijo!
Señora. No podemos aceptar, Peralta.
Sería reconocer la legitimidad de la hija del rey;
sería admitir nuestra derrota.
Pero necesitamos ganar tiempo: estamos desarmados y sin fondos.
Creo que no hay nada más que hablar.
Y ahora dejadnos, os lo ruego.
Mi esposa está cansada,
y no le convienen estas discusiones.
Peralta, acompañadme, quiero daros un mensaje...
para el rey de Aragón.
Gracias por vuestro apoyo.
Gracias por mi apoyo...,
es lo único que queréis de mi, ¿verdad?
Mi apoyo.
¿Qué queréis decir?
¿No estabais en realidad de acuerdo conmigo?
Sí.
Creo firmemente en lo que he dicho, palabra por palabra.
Y ya le haré saber a mi padre que no juegue con nuestro hijo.
Entonces, ¿cuál es el problema?
¿No os habéis dado cuenta?
Os habéis comportado como si yo no estuviera en la habitación.
¡Estaban disponiendo de la criatura que llevo en mis entrañas!
Yo también tengo algo que ver,
esa criatura no la ha engendrado el Espíritu Santo;
¡soy su padre!
Soy su padre y soy vuestro esposo;
soy rey de Sicilia y heredero de la Corona de Aragón.
La propuesta que traía Peralta es de mi padre, ¡el rey!
No podéis hablar como si solo fuera asunto vuestro,
Isabel.
Y yo soy la princesa de Asturias,
heredera de la Corona de Castilla y la madre de este hijo.
Decidme qué asunto puede ser más mío que este.
Los demás siempre cedemos,
alguna vez os debería tocar a vos.
¿Dónde vais? A ordenar que doblen la guardia
y a apresar a los cabecillas
que proponen asaltar palacio para robar nuestra comida.
¿Y no sería mejor negociar?
¡Pensad que es el hambre lo que provoca su levantamiento!
Da igual el motivo, Isabel.
Cuando alguien le pierde el respeto a la autoridad,
no importa la razón que tenga; ¡hay que acabar con él!
¡A sangre y a fuego si es necesario!
Pero si negociamos...
¡Dejadme actuar a mí, aunque solo sea una vez!
Os aseguro que en estos asuntos tengo más experiencia que vos.
Este mensaje no es para el rey de Aragón.
Quiero que lo hagáis llegar al rey de Castilla.
¿A Enrique?
Pero Fernando e Isabel... -Fernando e Isabel harán
lo que el rey don Juan y yo les digamos que hagan.
Ya va siendo hora de ponerles en su sitio.
Aquí dejo claro a Enrique
que vais en mi nombre y en el de vuestro rey.
Vos hacedle el ofrecimiento de boda
por si el hijo de Isabel nace varón.
Llaman a la puerta
Disculpad, monseñor. -Más tarde, Palencia, luego hablamos.
Es importante. -¡Más tarde!
Como ordenéis, excelencia.
¿Haréis lo que os digo?
El rey don Juan me ordenó que me pusiera de vuestro lado.
Lo sabía.
Necesito que Enrique se lo crea,
necesito tiempo para recuperar mi ejército.
¿Y si nace niño y el rey de Castilla acepta la boda?
No hablemos del futuro;
lo que vaya a pasar solo lo sabe Dios,
y Dios suele ser discreto en esos asuntos,
os lo juro.
Será mejor que penséis dentro, en palacio.
Empieza a hacer algo de fresco, majestad.
Gracias por el consejo, pero estoy bien aquí.
He oído que los guardias han apresado a quienes agitaban el pueblo.
Unos cuantos latigazos en la espalda les harán olvidar su osadía.
Bien hecho.
Agradezco vuestro apoyo.
¿Queréis algo más?
Son momentos en los que prefiero estar solo.
Por supuesto, majestad.
Solo quería que supierais de mi admiración;
Castilla necesita un rey como vos.
Y una reina como Isabel, supongo.
Las leyes y las guerras nunca fueron asuntos de mujeres,
sino de hombres.
Vos sois el rey que Castilla necesita,
y lo demostraréis, igual que habéis ganado mil batallas.
He ganado muchas, Palencia,
pero no mil.
Habéis dirigido ejércitos con tan solo 12 años;
habéis convencido con la palabra a las Cortes de Aragón y de Valencia;
sois rey de Sicilia,
y lo seréis de Aragón y de Castilla.
¿Qué os puede enseñar un cura, por muy arzobispo que sea?
¿Qué os podría mandar una mujer,
por muy hija de rey que haya nacido?
Veo que estáis bien informado de mis cuitas.
Yo estoy informado de todo, majestad.
Hay algo que os quema en la boca y que necesitáis contarlo,
¿no es verdad?
Así es, majestad,
pero quizá en otro momento; ahora queréis estar solo.
De repente prefiero estar acompañado.
Acabo de ver reunidos a Carrillo y a Peralta.
Os aseguro que no esperaba esta proposición.
Casar a mi hija con el hijo de mi hermana Isabel,
si fuera niño.
El rey, don Juan de Aragón, cree fervientemente
que la unidad de Aragón y Castilla daría más beneficios a ambos reinos
que la vuestra con Francia.
Y también cubriría sus necesidades actuales.
Cada problema tiene su solución, Pacheco;
vos sabéis bien de ello.
Lo sé de sobra, y con los aragoneses, más.
No es momento de discusión, sino de análisis.
Gracias Peralta,
os prometo que estudiaré con calma vuestra proposición,
pero comprenderéis que necesito tiempo para respondeos.
Pero la boda de vuestra hija con el duque de Guyena...
La boda con el duque de Guyena aún está pendiente de fecha,
no os preocupéis por eso.
Si sois tan amable, acompañad al señor Peralta.
Dadle comida y bebida, tiene un largo viaje de vuelta.
Como ordenéis.
No iréis a hacer caso a esta oferta.
(Ríe): Tranquilo, Pacheco, haré todo lo contrario.
Este documento hará
que la boda de mi hija con el duque de Guyena
se celebre a más tardar al final del verano.
¿Os apostáis algo?
Entiendo,
queréis que haga llegar esta información a París.
Exacto.
A los franceses les va muy bien en su guerra con Aragón,
pero solo pensar que al aceptar esta oferta
Castilla se aliara con Aragón...;
ya veréis cómo responden a las cartas con mayor celeridad.
No tengo ninguna duda.
Deben estar muy acuciados Aragón y Carrillo
para ofrecernos esta boda.
Parece que el sueño de Isabel se está esfumando.
Esos eran vuestros planes, ¿no?
Así es.
No deben tener dinero ni para pagar a sus criados.
¿Qué hacéis, Isabel?
Uno de vuestros jubones,
los castigáis en exceso.
Así están las cosas,
que ni siquiera hay doncellas que puedan coser por vos.
No me parece faena deshonrosa.
Dejadnos.
Y sí, así están las cosas;
hasta leña nos falta.
Suerte que ya ha pasado el invierno.
Esto no puede continuar así.
Peor está el pueblo,
que antes nos seguía por amor y ahora lo hace por miedo.
No había otra solución, Isabel.
Os juro que no me hace feliz
castigar a quien tanta necesidad tiene.
Como rey, mi obligación es justo lo contrario:
es conseguir que el pueblo tenga que comer.
Venid.
Sé cómo os sentís,
pero saber esperar es una virtud. (Resopla).
Una virtud que me cuesta aprender.
Admiro vuestra entereza en los momentos difíciles;
ya querría que la tuvieran muchos de mis soldados.
El mundo se ha derrumbado a mi alrededor muchas veces,
pero al final,
Dios siempre termina echándome una mano.
Yo ahora estoy tranquila:
además de Dios, vos me acompañáis.
Traed la mano.
¿Os imagináis cómo será?
(Grita).
No os debéis preocupar, la naturaleza seguirá su curso;
Isabel es una mujer fuerte.
Lo sé, Chacón, lo sé.
A más de un hombre querría ver en el trance de parir.
(Grita).
(Grita).
Llanto de bebé
Se abre la puerta
Llanto de bebé
Ha sido una niña.
Llanto de bebé
Es preciosa.
Se llamará Isabel,
como su madre.
Sabéis que podéis disponer de las damas que necesitéis.
Prefiero que me ayudéis vos, así estoy más tiempo con mi marido.
Y ya que tenéis el gusto por desvestirme,
cumplid la penitencia de hacer lo contrario.
La penitencia la hago con gusto.
A veces pienso que si los reyes fueran tan felices como nosotros,
la vida de sus súbditos sería mucho mejor.
Si fuéramos reyes,
probablemente no seríamos tan felices.
Por ejemplo:
no hemos de negociar con quién se casa nuestro hijo.
Sí.
Intentar casar al hijo de Isabel si es niña,
es una ofensa a la madre y al niño.
¿Y si es niña?
Enrique se alegrará, os lo puedo asegurar.
Es curioso,
todos obsesionados con tener hijos varones;
y venga niñas.
En cambio,
nosotros a la primera nos nace un hombrecito.
(Llora el bebé). -Voy con él, que tiene que comer.
Hola cariño, ¿qué pasa?
(Preocupada): ¿Qué te pasa?
¿Qué te pasa, amor?
¿Pasa algo? -¡El niño está ardiendo!
(Llora continuamente).
Ponle paños de agua fría, iré por un médico.
¡Por fin!
Parece que la posibilidad de boda
de mi hija con el futuro niño de Isabel,
ha animado a los franceses.
Aún hay cosas que negociar,
solicitan que les apoyemos con nuestro ejército
para presionar a Aragón por el sur si fuera necesario.
Ya veremos cuando llegue el momento.
Lo que quiero es ver a mi hija bien casada
y con su futuro asegurado.
Por fin lo he conseguido.
¿Qué sabemos de Isabel, debe estar a punto de dar a luz.
Su situación es insostenible,
parece que el niño no traerá un pan bajo el brazo.
¿Me habéis hecho llamar, señor?
Ya hay fecha para la boda de Juana.
¿Y Cabrera? No le he visto en todo el día.
Su hijo tiene fiebres muy altas, parece muy grave.
Pobre Andrés, su hijo lo es todo para él.
¿Dónde vais?
Donde me necesitan.
Majestad, ¿qué hacéis aquí?
(Tose el bebé). -¿Qué tal está vuestro hijo?
Mal,
el médico le ha dado unas hierbas.
Y con eso... y paños fríos.
(Susurra): Dice que esta noche es la que decide si sana o no.
No habléis en voz baja,
no hace falta saber lo que ha dicho el médico
para entender lo que pasa.
Ya sabéis cómo está mi hijo,
podéis marchar.
Querría acompañaros.
Y yo preferiría estar sola.
Lo siento, pero me quedo con vos.
Beatriz,
yo sé que pronto voy a dejar de ver a mi hija
por su boda;
así que rezaré con vos
para ayudar a que no perdáis al vuestro.
Podré verle crecer cada día.
(Gorjeo del bebé).
Ay, Fernando... -¿Qué pasa, Beatriz?
(Llora el bebé). -¡Se le ha pasado la fiebre!
Señora.
No dispongo de mucho tiempo, monseñor.
He de amamantar a mi hija.
No es labor de reinas dar el pecho.
¿Habéis sido madre alguna vez, Carrillo?
Entonces, no me digáis cómo serlo.
Bien, pasemos a asuntos de Gobierno.
¿Ha sido ya anunciado el nacimiento?
No, aún no.
¿Por qué no?
He pensado que es algo que deberíamos hablar previamente.
¿Y de qué es de lo que tenemos que hablar?
En cuanto se sepa que no es varón, corremos el riesgo
de perder los pocos apoyos que nos quedan.
¿Acaso estáis proponiendo que mintamos
y digamos que ha nacido varón?
Sí, eso es lo que propongo.
¿Tan poca fe tenéis en nuestra causa
que pensáis en recurrir a una mentira?
Como si fuera una afrenta haber nacido mujer.
No tiene nada que ver con eso, es una cuestión de supervivencia.
Aquí tenéis el documento en el que se anuncia
que ha nacido un infante.
Esperaba que lo aprobarais y firmarais
para dárselo a los mensajeros.
Estoy cansado de vos, Carrillo.
Creéis que muchas mentiras juntas se pueden convertir en verdad.
No os entiendo, majestad.
Pues me vais a entender raudo.
Me alegra que nuestra hija sea niña
porque así no vais a poder seguir negociando con Enrique;
cosa a la que mi esposa y yo nos negamos y seguisteis haciendo.
Y ahora queréis hacer creer que nuestra hija es un niño.
¿Y eso para qué, Carrillo?
Para seguir ganando tiempo.
No tenéis más tiempo que ganar,
porque aunque hubiese nacido niño, no hubiéramos aceptado esa boda.
¿Habéis sido capaz de todo eso?
El arte del buen gobierno requiere en ocasiones
guardarse los escrúpulos; ya lo comprobaréis.
¡El arte del buen gobierno implica ser precavido!
Y saber de las fuerzas de uno antes de atacar a nadie,
y vos, Carrillo,
en ese sentido no habéis medido lo que nos podía pasar
al provocar a Enrique. No es tiempo de reproches.
Todos sabíamos que tomábamos una decisión difícil y arriesgada;
¿o es que alguien se arrepiente de lo que hemos hecho?
No me arrepiento de nada,
y daré mi vida, si es necesario, por nuestra causa.
Por mi esposa y por mi hija.
Pero no alcanzo a comprender de qué sirve ocultar una verdad
¡que tarde o temprano se sabrá!
Hemos tenido una niña, estamos orgullosos de ello.
Y os diré una cosa más:
hasta aquí hemos llegado porque a mí no me gobierna nadie.
Teníamos un acuerdo,
no podéis tomar decisiones sin contar conmigo.
Gobernaríamos los tres
como si fuéramos un cuerpo y un alma.
Cada cuerpo tiene su alma,
vos que dais misa deberíais saberlo.
Excelencia,
sé de vuestra preocupación y de vuestro apoyo,
y os estaré siempre agradecida.
Vos me habéis defendido,
incluso me aconsejasteis ser reina cuando murió mi hermano Alfonso.
Vuestros consejos siempre son y serán escuchados.
Pero mi hija nació hembra, como yo,
y así ha de darse a conocer:
como Isabel,
hija de Isabel y Fernando.
Y, si Dios quiere, futura reina de Castilla.
¿Estáis de acuerdo?
Lo estoy.
Entonces, me encantaría que vos bautizarais a nuestra hija.
(Imparte el bautizo en latín).
(Latín).
¿Qué sucede?
Una niña,
han tenido una niña.
"Isabel, ego te baptizo
in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti".
Así que ha sido niña. Así es.
Una preciosa niña, ¿no es maravilloso?
Sin duda, es algo conveniente para nosotros.
Por una vez, a Isabel no le ha acompañado la suerte,
no se puede ganar siempre.
Olvidaos de ella, lo que importa ahora es la ceremonia;
será un gran acontecimiento. ¿Tenéis preparado el alojamiento?
Todo preparado, majestad.
Todo parece seguir el cauce debido,
¡por fin parece que estamos vivos!
¿Qué nombre le va a poner mi hermana a su hija?
Seguramente Isabel, como su madre y como ella.
Se lo dijo una vez a mi esposa.
Tendremos otra Isabel;
esperemos que dé menos guerra que la otra.
Andrés. Sí, alteza.
Me alegro mucho de que vuestro hijo se haya recuperado.
Gracias, majestad.
Creo que ya es hora de que preparéis a nuestra hija.
Lo sé.
¿Entonces a qué estáis esperando?
La estoy dejando ser niña unos minutos más,
no creo que sea mucho regalo cuando solo se tienen 8 años.
Hacemos esto por su futuro.
¿Os puedo hacer una pregunta?
(Asiente).
Ya conocemos el futuro de nuestra hija,
¿cuál será el de su madre?
Daos prisa, os lo ordeno.
Vamos, mi vida.
Chacón ha contactado con mercaderes judíos,
algo de comida llegará a palacio
y al pueblo.
Una buena noticia al fin.
No tanto, nos quedaremos en la ruina absoluta.
Ya sabéis cómo negocia esa gente.
Quería hablar con vos de otra... No.
No me pidáis que ceda con Carrillo,
ha negociado con nuestra hija antes de nacer.
Le debo mucho, Fernando.
Ha vuelto a hablar Chacón con vos, ¿verdad?
Sí, pero si no hubiera sido así os diría lo mismo.
Estamos en peligro, bien lo sabéis.
Si pasara algo,
Carrillo tiene contactos, apoyos, que ni vos ni yo tenemos.
Y, por pocos soldados que tenga o pueda conseguir,
serán los únicos que tendremos,
porque vuestro padre no puede mandarnos a nadie.
Sabéis que pocas cosas siento tanto como no cumplir ese compromiso.
Lo sé, y no os lo reprocho.
Pero, os lo ruego, poneros a bien con Carrillo.
Vos pensáis sobre él lo mismo que yo o no.
Pienso lo mismo que vos.
Tanto como para recordaros que hago esto
guiada por vuestras palabras,
cuando me convencisteis para casarnos con una bula falsa.
Vos me dijisteis
que hay veces que la grandeza del bien
justifica los medios.
Y ahora ocurre lo mismo:
pienso y deseo lo mismo que vos.
Si no, ¿cómo podría ser una buena esposa?
Lo sois,
la mejor posible.
Campana
Dejadnos solas.
¿Es guapo mi marido?
No lo sé,
no le conozco.
Pero es el hermano de un rey.
Seguro que montará muy bien a caballo.
Seguro que sí.
Y dará fiestas en vuestro honor.
Os colmará de regalos.
Qué bien.
Madre, ¿os puedo hacer una pregunta?
Claro.
Cuando estemos casados, ¿podré darle un beso?
Claro que sí.
¿Qué hacéis aquí?
Venía por si necesitabais algo.
¿Y no podéis avisar de vuestra presencia?
No quería interrumpir vuestra conversación.
Madre, ¿estáis llorando?
Vuestra madre llora de alegría porque os vais a casar.
¿Se llora cuando se está alegre?
Muchas veces, cariño.
Ahora salid fuera un momentito,
enseguida sale vuestra madre.
Podéis desahogaros,
que no os vean llorar fuera.
Si hacéis esto porque soy vuestra reina...
No lo hago por eso,
lo hago porque sois madre.
Señor, todo está preparado. Un momento, por favor.
Hacía tiempo que no me sentía tan bien, Pacheco.
Tengo la sensación
de que puedo llevar las riendas de mi propio destino.
Lo celebro.
Y, sin embargo,
algo le falta a este día para ser perfecto.
Esto...
Quiero que leáis públicamente lo que acabo de escribir
de mi puño y letra tras los desposorios de mi hija,
¿me haréis ese favor?
Lo haré con gusto.
¡Perfecto!
Por cierto,
¿habéis enviado invitación de boda a Isabel?
Tal y como ordenasteis. Muy bien.
Ella me invitó a su boda,
sería de mala educación que no la invitara a la de mi hija.
Entrechocar de espadas
Os esperabais menos resistencia, ¿verdad?
Sí; vuestros feligreses deben cumplir bien
con sus obligaciones.
Lo hacen, ya me encargo yo que así sea.
¿Lo hacen por fe o lo hacen por miedo?
Si no es por una razón,
es por la otra si es preciso.
Un descuido puede ser fatal, majestad.
Con vuestro permiso.
Tened una buena mañana.
¿Qué os hace tanta gracia?
Que os habéis dejado ganar.
¿Tanto se ha notado?
Sí.
Y espero que conmigo no se note tanto.
¿Me estáis retando?
En nombre de mi señor, el rey de Francia,
y de su hermano, el duque de Guyena,
tomo la palabra ante sus majestades, los reyes de Castilla.
Y la tomo para decir que Francia respalda
la legitimidad de la primogénita del rey
como heredera del trono de Castilla.
Y acuso a Isabel y a Fernando de celebrar un matrimonio ilegal,
al ser primos
y no tener bula del papa que permita dicha unión.
A continuación, como cardenal de Albi que soy,
oficiaré este compromiso.
(Arrulla al bebé).
Juro ante Dios, nuestro Señor,
que yo, Juana de Avis, soy cierta.
Y que la princesa presente, doña Juana,
es hija legítima y natural de don Enrique, rey de Castilla.
Vos, conde de Boulogne,
en representación de su alteza el duque de Guyena,
¿aceptáis por solemne juramento desposaros con Juana de Trastámara?
Sí, juro.
Y vos, Juana de Trastámara,
hija del rey Enrique IV y de Juana de Avis,
¿aceptáis por solemne juramento desposaros con el duque de Guyena?
¿Aceptáis por solemne juramento desposaros con el duque de Guyena?
Sí, juro.
¿Alteza?
Ha dicho que sí, que lo jura.
Así pues,
habiendo prestado solemne juramento,
ambas partes se comprometen
a que cuando la princesa tenga la edad conveniente,
ratificarán y consumarán el matrimonio.
"In nomine Patris, el Filii, et Spiritus Sancti".
Y para concluir esta ceremonia
es deseo expreso de su majestad, el rey Enrique IV,
dar lectura a esta declaración escrita de su puño y letra.
Yo, Enrique de Trastámara,
rey de Castilla por la gracia de Dios,
visto el poco acatamiento y menos obediencia
mostrados por mi hermana Isabel,
casándose sin mi consentimiento
en contra de lo que la ley, los usos y los acuerdos firmados contemplan;
procedo mediante este real decreto a anular de manera irrevocable
todos los Acuerdos de Guisando.
Por tanto y por la presente,
Isabel queda desheredada y oficialmente excluida
de la sucesión a la Corona de Castilla.
¿Qué quiere decir eso, padre?
Que seréis reina, hija mía...,
que seréis reina.
(Llora el bebé).
(Susurra): Fernando.
Se ha despertado.
Debe darle miedo la tormenta.
(Susurra): Pequeña...,
no hay nada que temer.
¿Me habéis hecho llamar, señor?
En efecto, así es.
¿Qué deseáis?
De momento, que nos dejen a solas.
Es hora de que preparéis vuestras cosas,
debéis marchar de la Corte en cuanto se vayan los invitados.
Pero...,
pero mi hija me necesita.
Y soy la reina.
Sí...,
desgraciadamente, no puedo hacer nada para evitar eso.
Pero sí evitar vuestra presencia.
No creo que seáis un buen modelo de comportamiento.
Además, tenéis otros dos hijos que cuidar en Extremadura.
No estéis triste, Juana, no...,
no estéis triste.
Vuestra hija será reina de Castilla, y quién sabe si de Francia;
si su rey sigue sin tener hijo varón.
Parece bien difícil
que en estos tiempos nazcan varones en los palacios.
No podéis hacerme esto.
Podría hacer tantas cosas que os asustaría.
Dad gracias a que todo solo se va a quedar en esto.
Y ahora marchaos,
tengo asuntos importantes que despachar.
Fuera, he dicho.
Pacheco, pasad.
Como veis, mi esposa ya se iba.
¿Está todo preparado? Todo listo.
¿A qué viene tanto alboroto?
Las tropas de Pacheco han salido de Segovia para atacarnos,
se dirigen a palacio.
¿Qué relación de fuerzas tenemos?
Cinco hombres de Pacheco por cada uno de los nuestros.
A mí no me importa luchar, majestad.
No hay que combatir las batallas que seguro se van a perder, Gonzalo.
Además, lo más importante es la seguridad de nuestra hija.
Debemos retirarnos, el problema es dónde ir.
Medina de Rioseco,
es feudo de Enríquez y allí estaremos protegidos.
Como os dije, majestad,
la política es el arte de anticipar el futuro,
y este era, desgraciadamente, bastante previsible.
Gracias, excelencia. Bien hecho, Carrillo.
Tenemos que salir de inmediato,
las tropas de Pacheco avanzarán más rápido que nosotros.
Puedo plantarles cara mientras huís,
así ganaríais tiempo.
Vos venís con nosotros,
quiero los mejores hombres protegiendo a mi esposa e hija.
Llevad solo lo estrictamente necesario.
Sí, señor.
¿Está todo preparado?
Todo listo.
(¡Ensillad los caballos!).
¿Qué será de nosotros, Fernando?
Estaremos bien, y seremos lo que queremos ser.
Dad la señal.
¡En marcha!
Enrique ha desheredado a Isabel y roto los Pactos de Guisando.
Hay situaciones que no deben repetirse nunca más.
Tenemos que hablar alto y claro a los que piensen en apoyarla.
Las cosas se harán a mi manera.
Debéis de ir a Medina de Rioseco a ver a mi hijo,
lo traeréis de vuelta a Aragón.
¡Mi nombre es Jiménez y no soy un bandido!
Esto no es un robo, solo estoy haciendo justicia.
Ha prometido un ejército que ni tenemos ni tiene.
Majestad, Carrillo es un traidor.
¿Cuál será nuestro siguiente paso?
El definitivo para minar su moral:
Sepúlveda.
Podéis contar con mi lealtad, si es eso lo que os quita el sueño.
¿Y con vuestra fidelidad?
No podemos pagar a los soldados.
Nadie quiere pagar impuestos, nos está desangrando.
Me encargaré yo de acabar con esa sangría.
Si la Castilla en la que crecerá mi hijo
es la que está construyendo Pacheco,
pienso que es mejor irse de aquí.
Todo el mundo sabe de vuestra virtud.
Debo dar ejemplo,
tal vez así lo sigan otros.
¿Os sirvieron de algo mis consejos?
A alguno de ellos debí hacer más caso.
¿Sois feliz?
Unos soldados de Enrique han sido apresados
a las afueras del pueblo.
Si te das por vencido, pierdes, y yo no suelo perder.
Abrid las puertas.
Tal vez debiéramos cambiar de estrategia.
Ya está todo dispuesto, los hombres esperan vuestras órdenes.
(Grita): ¡Por Isabel y Fernando!
Subtitulación realizada por Cristina Rivero. 
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