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Isabel - Capítulo 9
Isabel está conmocionada. El hecho de conocer a
Fernando ha aumentado más el nerviosismo. No puede definir sus
emociones, pero es evidente que se siente atraída por él. Fernando se da
cuenta de su nerviosismo e intenta ganársela hablando... Pero su ímpetu
de hombre acostumbrado a conocer mil y una mujeres contrasta tanto con
la candidez de Isabel, en estos temas, acaba por estropear sus buenas
intenciones. Además, capta que Gonzalo está
especialmente pendiente de Isabel. Y entabla relación con él. Ahí se
dará cuenta de que es muy parecido a él: un soldado con nobleza y
disciplina. Con ideales. Leal a una causa hasta la muerte. La boda se acerca. Clara, la esposa de Chacón, aparece en Valladolid
por orden expresa de la madre de Isabel para apoyarla en un momento tan
especial. Sabe que su hija necesita alguien que haga de madre¿ Ella,
enferma, no puede ir y delega en su otra “madre”, quien la amamantó de
niña: Clara, que ayudará a Isabel en momentos tan especiales.
Transcripción completa.
Isabel ha escrito una carta al rey
pidiendo que respete su decisión,
le promete lealtad hasta la muerte,
como juró en Guisando,
pero el rey está indignado.
No podéis reuniros
con Fernando en Aragón.
Imposible,
dudo que Fernando pueda cruzar
la frontera sin llamar la atención.
Si yo no puedo ir a Aragón
y él no puede venir a Castilla,
¿cuál es la solución?
Cárdenas irá a la Corte de Aragón.
Os hacía en Cataluña.
Vos y todo el mundo.
Excepto mi padre, Peralta
y los hombres
que han de acompañarme a Castilla.
Dejé claro que nadie debe saber
cómo pienso llegar hasta allí.
¿Dónde está entonces?
No lo sé, majestad
pero permitidme un consejo:
mandad tropas a Valladolid
antes de que sea demasiado tarde.
¿No os parece que tengo ya
suficientes frentes abiertos?
Vigilad las fronteras,
solo tenéis que detener a un hombre.
Temo la consumación, padre.
Os deberéis a vuestro esposo,
seréis su mujer
y no debéis negarle
el uso del matrimonio
tantas veces como lo requiera.
Me da igual
lo orgullosa y decidida que sea,
pronto será mi esposa
y habrá de hacerse lo que yo diga.
O evitamos esta boda o pronto
ninguno seremos quienes somos.
No tengo suerte yo con Roma,
nada de lo que pido se me concede,
pero en esta ocasión tenéis que hacer
que se firme esta bula.
¿Cuál puede ser el camino más seguro?
El puerto de Bigornia,
entre Berdejo y Gómada.
Somos hombres
del arzobispo de Toledo,
así que no es necesario
que saquéis vuestra arma.
Debíais evitar que un solo hombre
cruzara nuestras fronteras
y no habéis sido capaz.
Os aconsejé una y mil veces
que enviarais las tropas a Valladolid
¡Y mil veces dije que no!
Doña Isabel no va a casar
con el rey Alfonso.
Ya veo.
Por ello me permito solicitar...
-Lo meditaré.
Sin vos nada hubiera sido posible,
os debo mucho.
Vuestro futuro y el de Castilla
serán dorados con la ayuda del Señor,
y quiero saber si yo estoy
dentro o fuera de ese futuro.
Dentro.
Lo que voy a conseguir está
más allá de lo que nunca soñamos.
Sin sentarme en el trono seré rey.
Ese es.
Alteza, permitid que os presente
a don Fernando de Aragón.
Majestad, doña Isabel de Castilla.
Esa boda no se va a celebrar nunca.
Pero no lo impediréis vos,
pese a ser vuestra misión,
lo impedirá el santo padre.
Enrique es un aliado
imprescindible para Roma.
Lo siento, no hay bula.
Subtitulado por Teletexto-iRTVE.
Celebraremos la boda en la sala rica
del palacio de Viveros
a la caída de la tarde,
y por la noche
habrá un gran banquete.
Con centenares de invitados,
por lo que veo.
Sí, vendrán caballeros, dignidades
y gente de todos los estados
y profesiones.
He mandado mensajeros
a todos los rincones de Castilla.
Es la boda de una princesa y un rey,
los festejos
deben ser dignos de la ocasión.
¿Y el pueblo?
Celebraremos alegrías
y juegos populares.
¿Y no es mucho gasto, Carrillo?
No penséis ahora
en los gastos, alteza.
Quizá deberíamos,
las arcas de Aragón
no están para fiestas.
Pues no os cuento
cómo andan las nuestras.
Haríais bien
en no preocuparos de nada,
y los novios deberían aprovechar
los días que quedan
para seguir conociéndose mejor.
Chacón, Cárdenas y yo mismo
nos ocuparemos de todo.
En ese caso,
salgamos a dar un paseo.
Que tengan una buena mañana.
Gracias.
¿Pasa algo?
¿No creéis
que es demasiado dispendio?
Cierto, Aragón no está cumpliendo
con sus obligaciones económicas.
Calma, señores, calma.
Acordé con el rey de Aragón
que los fastos correrían a mi cargo
y donde no se llegara,
pediría un crédito
a un banquero de Toledo.
Lo importante es que Enrique
vea nuestra fuerza,
cuanta más gente de alcurnia venga,
mejor sabremos
cuales son nuestros apoyos.
Parecéis preocupada.
¿Tanto se me nota?
Tranquila, sois la mujer preocupada
más bella que he conocido.
Don Fernando de Aragón.
¿Quién es?
Alguien que no debería estar aquí.
Alonso Fernández de Palencia,
cronista de la Corte.
Encantado de conoceros, majestad.
¿De qué Corte, de la de Enrique?
Porque muy contento
no debe estar con nuestra boda.
No soy cronista de Enrique
sino vuestro.
Hay que mirar al futuro
y en él solo hay dos nombres:
el de vuestras altezas reales,
Fernando e Isabel.
Lo siento, Palencia,
pero Fernando y yo
tenemos asuntos que tratar.
Por supuesto, disculpad.
Parece leal y dispuesto.
No es de fiar, os lo aseguro.
¿Hay noticias de Roma?
Todavía no, majestad,
tal vez deberíamos plantear
otras alternativas.
¿Como cuál, Pacheco?
Francia, yo mismo podría...
¡Basta ya!
Pacheco, Roma negará
la bula a Isabel y no habrá boda,
no la habrá.
Pero majestad...
¡Dejaos de intrigas
por una vez en vuestra vida!
Todos vuestros planes
solo han servido
para que hagamos el ridículo
con Portugal y con Francia.
Solo nos queda Roma,
esperemos la decisión del papa.
Ahora solo os pido una cosa:
no hagáis nada.
¿Podéis?
Tengo entendido
que vuestra esposa está enferma.
Así es, majestad.
Id con ella,
allí tenéis más que hacer que aquí.
Os mandaré a mi mejor médico
para que la visite.
Gracias,
será bien recibido en mi casa.
Fijaos en Pacheco, Cabrera.
Contemplad cómo la excesiva ambición
puede acabar con el que la tiene,
y aprended de ello.
¿No echaréis de menos
vuestra tierra?
Mucho,
pero hay un deber que cumplir.
Y no habléis de Aragón
como si solo fuera mi tierra,
porque también será la vuestra
cuando nos casemos.
Como de vos será Castilla.
Y vos, ¿echáis algo de menos?
Desde luego,
Arévalo, mi madre,
Beatriz, mi amiga,
mi hermano Alfonso.
Sois una mujer
más valiente que muchos hombres.
Os habéis negado a casaros
con quien no queríais
y defendéis Castilla
como yo Aragón.
Nos parecemos, Isabel, mucho.
Incluso, nuestras vidas
han ido parejas sin darnos cuenta.
¿A qué os referís?
También peleé con mi hermano mayor
por los derechos
que quería usurparnos
a mi padre y a mí.
Por nuestras venas
corre la misma sangre.
Mi padre ya quiso prometernos
con tres años,
¿os imagináis
que hubiese tenido éxito?
El tiempo que llevaríamos casados.
¡Por fin!
¡Por fin una sonrisa!
Tengo que volver.
¡Isabel!
Me necesita,
mi hija me necesita.
Mi pobre Isabel
se va a casar sola.
Está allí mi esposo, Cárdenas...,
apoyo no le faltará.
Como princesa no,
pero como mujer
necesitará otra clase de apoyo,
bien lo sabéis.
Quiero que vayáis a Valladolid,
mi hija necesita que la aconsejen.
¿Pero no sería mejor
que fuerais vos?
Sois su madre.
No,
sabéis que mi salud
no me lo permite.
Además, si yo me fuera,
¿quién iba a cuidar de Alfonso?
El rey nos mandará
su médico de confianza,
es una eminencia.
Os lo ruego,
no quiero más médicos.
No traéis buena cara.
Enrique me está dando la espalda.
Siempre os dije
que os pasaría algún día.
Es un necio.
Espera que Roma
no permita la boda de Isabel,
como si eso no parara
la tormenta que se nos avecina.
Supongo que ya estaréis
tramando algo para que escampe.
Sí, pero no me hace caso.
Antes de que partiera
di una carta al cardenal Jouffroy
para que se la entregara
al rey Luis de Francia,
lo hice por mi cuenta y en secreto.
La única solución
es casar a Juana, la hija del rey,
con el duque de Guyena;
tener a Francia de nuestro lado.
Siempre tramando algo.
Seguramente, por eso
hemos conseguido nuestra fortuna.
¿Y de qué nos sirve?
No hemos disfrutado
ni de un paseo juntos últimamente.
Cuando os encontréis mejor.
No habrá más paseos, Juan,
ya es demasiado tarde.
¿No os quejabais de la ambición
de don Álvaro de Luna?
Estáis cometiendo el mismo error.
Tened cuidado, no os acaben
cortando el cuello como a él.
Dos mil invitados,
la flor y la nata de Castilla
fueron testigos...
Perdón, Palencia, pero los invitados
no llegarán a tanto.
Digamos entonces tres mil,
dará más grandeza a la ceremonia,
y los que lean mis crónicas
en años posteriores así lo creerán.
Al fin y al cabo
no estarán aquí, como yo,
para contar a los invitados.
Me encanta vuestra manera
de contar la historia
y de contar a los invitados.
Continuad.
Tres mil invitados,
la flor y la nata de Castilla,
fueron testigos
del nacimiento de una nueva era
auspiciada por el excelentísimo
don Alfonso Carrillo,
arzobispo de Toledo
y canciller mayor de Castilla.
Un nuevo amanecer
ilumina las tierras castellanas
con la vida de los príncipes
Fernando e Isabel.
Aragón y Castilla unen sus fuerzas.
-Disculpad,
tenéis una visita.
¿Alguien sabe de su presencia aquí?
No, monseñor.
Bien, dejadnos a solas.
¿Hay bula del papa?
No, no hay bula.
¡Sabía que no se la darían!
¡Lo sabía, ja!
Era de esperar,
el papa no quiere
enemistarse con Castilla,
ni con Francia, ni Portugal.
Lo sé, ahora solo falta
que Isabel entre en razón;
llevarle la contraria al papa
sería demasiado para ella.
Y si me permitís decirlo,
un grave error.
Explicaos.
¿Con qué derecho
piensa aspirar a la Corona?
Está haciendo lo mismo
de lo que os acusó a vos en Guisando:
casarse sin bula,
como vos hicisteis
con doña Juana de Avis.
Cierto.
Me encantaría
ver la cara de Carrillo ahora mismo.
¡Maldita sea!
¿De qué ha servido tanto dispendio
con vos y con el propio papa?
Sabíais que era tarea difícil.
-¡Pero necesaria!
Difícil pero necesaria, Véneris.
Pensad que le había concedido bula
para casar con Alfonso de Portugal
y que Francia la había solicitado
para casarla con el duque de Guyena.
No puede conceder tres bulas
a una misma princesa.
Sí, pues debería concederla,
porque con quien se va a casar
es con Fernando, no con los otros.
Y el papa Paulo
no lo ve con malos ojos.
Me ha dado dispensa secreta
de palabra para que se casen,
a la espera de que con el tiempo
pueda firmar esa bula.
De palabra...,
las palabras se las lleva el viento.
¿Sabéis qué hará el rey
con la dispensa secreta?
Reírse en nuestra cara.
Este papa no se moja
ni cayendo a un río.
Si nos va mal, se ufanará
de no habernos dado bula,
y si triunfamos proclamará
que os dio dispensa verbal.
Si Cristo volviera a ser
condenado en la cruz
se lavaría las manos como Pilatos.
¡Eso es una blasfemia!
¡Y que no nos haya dado la bula
es una ignominia!
¡Nunca encontrará una reina
tan fiel a Cristo como Isabel, nunca!
¿Y sabéis qué está haciendo
para ayudarla? Nada.
Yo hablaré con los novios.
Ni se os ocurra,
nadie debe saber nada.
¿Y qué haremos?
Acompañadme.
No tenéis buena cara,
¿habéis vuelto a pasar mala noche?
No he dormido bien, no.
¿Algún problema, Isabel?
Vos me diréis si no lo hay.
¿Y Carrillo?
Hoy anda desaparecido,
uno de sus criados me ha dicho
que tenía que ver a carpinteros
para las tablas de las mesas,
y a ganaderos para que nos provean
la carne para el banquete.
¿Y también va a probarse
el traje de novia?
Porque parece
que quien se casa es él.
Sed benevolente, Isabel,
ha luchado mucho para llegar aquí.
Sí, pero también está asumiendo
todo el poder de decisión:
los gastos de la boda,
las relaciones con Roma,
de las que no sabemos
absolutamente nada.
Y Palencia..., por Dios,
qué hace ese hombre aquí.
Carrillo le ha encargado
que escriba sobre la boda,
los reyes necesitan de cronistas
para que el pueblo
sepa de sus hazañas.
Seguro que Pacheco
montará propaganda en vuestra contra,
y Carrillo piensa que Palencia
os defenderá mejor que nadie.
Porque es igual de mentiroso
que Pacheco.
Es posible,
pero recuerda que Palencia
fue partidario de Alfonso.
Y yo os recuerdo que en Segovia
Palencia robó
las crónicas a Enríquez
y las hizo pasar por suyas.
De no ser por Alfonso,
Enríquez hubiera sido ejecutado.
Os prometo que vigilaré a Palencia
bien de cerca, alteza.
Conseguid también sus textos,
quiero leerlos.
Isabel, aparte de estos asuntos,
¿hay algo más que me queráis contar?
No.
Señora, ha llegado ya
la primera invitada de la boda.
¡Clara!
Ha sido cosa vuestra.
Vengo por orden de vuestra madre,
y ya sabéis que no le gusta
que le desobedezcan.
No podemos comprometer al papa
de ninguna manera.
Tranquilo, firmará Pío II
con fecha de mayo de 1464,
tres meses antes de su muerte.
-En paz descanse.
Esta es la bula
que le dije a Isabel que teníamos
y que iba a ser validada
por el papa actual.
¿Qué necesidad había de mentir?
Mucha,
sin esa mentira
Isabel nunca habría aceptado la boda
y ahora estaría en París
con el duque de Guyena.
Esperaba
que hubierais conseguido una nueva
y poder decirle
que era una muestra expresa
del apoyo renovado
de Roma a nuestra causa.
Pero donde no hay pan tierno,
se come del duro.
Esta nos está quedando perfecta.
¿Creéis que Isabel
lo aceptará si sabe de esto?
Yo me encargaré de que así sea.
Cuando la conocí
era una niña asustadiza,
yo hice a la Isabel que veis ahora,
como Dios creó al hombre del barro.
Y si lo dispongo,
volverá a ser barro.
"Habemus bula".
Mañana al medio día
llegarán hombres de mi confianza
y os llevarán a palacio.
Recordad que llegáis de Roma
para dar una buena noticia.
No hay bula de Roma entonces.
-No, excelencia.
Retiraos.
Padre, ¿tenéis un momento?
¿Qué queréis, hija?
He mandado carta a Diego
de que madre ha empeorado,
es mejor que estemos todos.
Bien hecho.
Debe ser bonito tener hijos.
Beatriz, os lo ruego,
no estoy para acertijos,
decidme lo que tengáis que decir.
Tengo miedo.
¿De qué, hija?
A morir sola
después de que me rechazara Fernando.
Ya os encontraré marido
en cuanto pueda.
¿Y si me rechazan otra vez?
¿Y si vos caéis en desgracia
y no podéis usar las influencias?
¡Basta!
Ya veo que habéis hablado
con vuestra madre.
¿Os parece que es el momento
de buscaros marido?
El rey me da la espalda,
los Mendoza se reúnen con él
y ni me llaman.
Y encima los muy cretinos creen
que porque Isabel no tiene bula
todo va a salir como ellos quieren.
Como veis, tengo problemas
más importantes que vuestra boda.
Perdonad,
pensaba que vuestro problema
más importante
es que madre se está muriendo.
Beatriz.
¡Beatriz!
¿Qué hace aquí?
Esperarme a mí no, desde luego.
Isabel, quería hablar con vos.
Siento esperaros aquí,
pero no he podido encontraros
en todo el día.
Isabel, voy a abrir vuestra cama.
Os escucho.
No sé qué os pasa,
yo supongo que los nervios
de la boda son los que...
os hacen ser tan huidiza.
Sea lo que sea,
quiero dejaros algo claro.
Yo...
pensaba que no tendría la suerte
de casarme con alguien...
que me gustara de verdad.
Pero estoy contento
de haberme equivocado,
porque vos me gustáis, Isabel.
Me gustáis mucho.
¿Y yo, os gusto a vos?
Buenas noches.
Isabel, no podéis huir siempre,
dentro de nada será vuestro esposo
y algún día tendréis que complacerle.
Eso depende.
¿De qué?
Del día,
lo tengo todo controlado.
No os entiendo.
Durante la Cuaresma y el Adviento
no se debe complacer al marido
ni en las otras fiestas de guardar
ni las vigilias.
Ni los lunes,
en honor a los Santos Difuntos,
ni los jueves
en memoria de la última cena,
ni los viernes
en recuerdo a la crucifixión,
ni los sábados
en honor a la Santísima Virgen.
Y los domingos tampoco,
en recuerdo
de la Resurrección de Cristo.
¿Y los martes y miércoles?
Solo si no caen
entre Pascua y Pentecostés.
Ni cuarenta días después de Navidad,
ni tres días antes
de recibir sacramento.
Mi niña,
¿y con ese calendario
cómo pensáis tener descendencia?
Es lo que dice la Iglesia.
Os aseguro que entre marido y mujer
hay cosas
en que la Iglesia no debe mediar.
Decidme una.
La atracción
entre un hombre y una mujer
existe antes del primer papa.
Isabel, ¿a vos os atrae Fernando?
Sí, mucho...
y que Dios me perdone.
Tranquila, Dios tiene
asuntos más difíciles que perdonar.
Vaya, veo que tampoco vos
tenéis sueño esta noche.
Señor, no, no mucho.
Acompañadme,
necesito vuestro consejo.
Perdonad, pero aquí hay gente
más sabia que yo para dar consejos.
Quiero el vuestro,
y deberíais dármelo.
Os recuerdo que tarde o temprano
seré vuestro rey.
Buenas noches.
Buenas noches.
¿No podéis dormir?
Hace días que me cuesta pegar ojo.
¿Qué os preocupa?
Isabel está demasiado nerviosa.
Tranquilo,
dejad a Isabel de mi cuenta.
Hay temas que es mejor tratarlos
solo entre mujeres.
¿Qué más os quita el sueño?
Carrillo,
es un ordeno y mando continuo.
No consulta, no pregunta...
Sé que sin él habría sido imposible
llegar hasta aquí,
pero si continúa así...
Vos lo sabréis manejar.
Eso espero.
Además, aún no ha llegado
la bula del papa
y temo que Isabel se eche atrás.
Tenemos que llevar
esta boda a buen puerto,
como sea.
Así será, pero ahora dejad
de pensar en problemas y relajaos.
¿Sabéis que solo hay 37 días al año
en los que marido y mujer pueden...
yacer juntos
sin ofender al Altísimo?
Qué cosas decís.
Es lo que dice la Iglesia,
los he contado
y resulta que estamos en octubre,
vamos muy retrasados.
Os seré franco,
desde que llegué a Castilla
no tengo a nadie
a quien dar cuenta de mis cuitas.
Carrillo está
demasiado interesado en el poder,
Chacón demasiado ocupado
en controlarle
y Cárdenas demasiado afanado
en obedecer a Chacón.
El resto son mujeres,
y no frecuento mucho a los curas;
así que solo os tengo a vos
para confesar mis tribulaciones.
Os agradezco la confianza.
Y yo os agradecería
que me dierais la vuestra.
Habladme de vos.
No hay mucho que contar,
solo soy un soldado.
Vos sois rey.
Un rey nunca de ser un hombre,
os lo aseguro,
y un soldado tampoco.
Un rey puede ser infeliz
sin ningún motivo,
y un hombre siempre tiene un motivo
para ser infeliz.
¿Y vuestro motivo
para ser infeliz cuál es?
Venga Gonzalo,
sé cuándo un hombre
sufre penas de amor,
y vos las tenéis.
¿Quién es esa mujer
que os ha llegado tanto al corazón?
Está lejos,
muy lejos de mí.
Se quedó en Córdoba cuando vine
a servir hace cuatro años.
Mucho tiempo es ese.
¿Queréis mi consejo?
Olvidadla,
buscad alegría y placer con otras,
un clavo quita otro clavo.
No es tan fácil.
Porque no lo habéis probado.
Una mujer hace olvidar a otra,
os lo aseguro.
A menos que sea vuestra esposa
y la madre de vuestros hijos;
en ese caso no,
en ese caso es sagrada.
Como lo será Isabel para mí.
Pero no sé qué hacer
para llegar a ella, me esquiva.
Os juro que nunca he encontrado
tanta resistencia en mujer alguna.
Quiero saber qué hacer
para tenerla de mi lado,
para hacerla feliz en todo.
Nunca prometáis nada
que no podáis cumplir.
La vi discutir hasta con su hermano
por ser débil de espíritu
y os aseguro que quería a su hermano
como a su propia vida.
Si está de vuestro lado
nunca os fallará;
ponerla en vuestra contra
y será vuestro peor enemigo.
Eso es bueno saberlo, sin duda.
¿Qué más?
Respetad su fe en Dios,
y amad a Castilla.
Amad a Castilla
porque os lo agradecerá tanto
como que la améis a ella.
Aquí está, por fin.
Monseñor.
Gracias a Antonio Jacobo de Véneris
hemos logrado que Roma
avale la bula concedida por Pio II
al príncipe Fernando.
Se trata de la bula solicitada
años atrás por su padre,
Juan II de Aragón para que casase
tan pronto cumpliese los 18
con una princesa de sangre real
consanguínea en tercer grado.
Apenas erais un niño,
no os acordaréis ahora de eso.
¿Qué opina Paulo II
de esta bula tan antigua?
La acepta, por supuesto.
Ya os dije que ningún papa desdice
lo firmado por el papa anterior.
Entiendo,
pero Paulo II me concedió dispensa
para casarme con el rey de Portugal.
¿Le parece bien
que mi prometido sea otro?
Parece que ponéis más impedimentos
a la boda que el propio papa.
Toda novia que se precie
está nerviosa antes de ir al altar.
Os rogaría que no hicieseis chanzas
con la que va a ser mi esposa.
Lo siento, majestad.
No os inquietéis,
la dispensa para desposar
al rey de Portugal era vuestra,
pero esta
le fue concedida a Fernando.
Paulo II jamás daría un paso en falso
negando la legalidad de esta bula,
¿verdad monseñor?
Véneris, hoy os veo
menos locuaz que de costumbre.
Es el cansancio del viaje.
¿No tiene bula del papa?
(Chista): No habléis tan alto,
y salgamos fuera, necesitáis pasear.
¿Pero estáis seguro de lo que decís?
Sí, don Diego de Mendoza
dio fe de ello.
Piensa casarse sin bula.
Y el rey cree que no se atreverá.
Lo dudo,
si no, ¿por qué
iba a escaparse a Valladolid?
Volvamos a nuestros aposentos.
-¿Para qué?
Voy a escribir una carta
de mi puño y letra a Isabel.
Pero...
Y os suplico
que se la hagáis llegar a Valladolid.
¿Podréis hacerlo
sin que el rey os llame la atención?
¿Qué remedio me queda?
Temo más a vuestra ira
que a la del propio rey.
Isabel se ha vuelto loca.
¿Cómo es posible que haya organizado
todo esto sin tener bula?
¿Dónde está Diego?
Quiero verle antes de partir.
No tardará en llegar.
¿En qué pensáis?
En que no he atendido
muchas cosas que tenía que atender:
a vos, a nuestra hija.
Teníais razón en lo que me dijisteis,
hace demasiado tiempo
que no paseamos juntos.
Cuando me reúna con vos,
allá donde vais,
daremos largos paseos, esposa mía.
Lo dudo,
vos y yo iremos a sitios distintos,
estad seguro.
Madre.
Hijo.
Tranquila.
¿Estáis seguro
que la bula es falsa?
Seguro.
El rey de Aragón me informó
de que Pío nunca se la concedió.
La apuesta era conseguir que Véneris
convenciera al papa Paulo
de que nos diera una bula nueva.
Y convertir una mentira
en una buena noticia.
Así es,
pero Véneris ha fracasado
y solo nos queda la mentira.
¿Se lo vais a decir a Isabel?
No.
Si denunciamos esa bula,
Isabel no querrá casarse.
Y esta boda es esencial
para nuestros intereses.
Las mentiras son malas
compañeras de viaje, don Gonzalo.
Lo sé,
pero a veces
hay que convivir con la mentira
para conseguir tus objetivos.
Buen hombre ese Gonzalo de Córdoba,
la lealtad que os profesa
es absoluta.
¿Habéis hablado con él?
(Asiente).
Es el único, quitando a vos,
con quien puedo hablar
de algo que no sea política.
Le tengo un gran afecto.
Nada de lo que tenga
que preocuparme, supongo.
Os juro que no.
No hace falta que lo juréis,
Isabel, creo en vos.
¿En qué pensáis?
En nuestra boda.
No estará mi padre,
no estará vuestra madre...,
es extraño.
Cierto.
La gente llana
muchas veces nos envidia.
Y los entiendo,
ellos pasan penalidades
que nosotros no pasamos.
A cambio,
no tienen sobre sus espaldas
el futuro de un reino,
y en sus bodas no faltan padres
ni gente querida.
Os agradezco
que me defendierais ante Carrillo.
Yo siempre os defenderé, Isabel.
Juro que os seré leal,
que vuestras causas serán las mías
y que nunca me temblará el pulso
en luchar por Castilla,
como no me ha temblado jamás
por defender a Aragón.
Sabéis que yo no lucho con la espada
pero que mi voluntad es la misma.
Lo sé,
vuestro sacrificio os ha costado.
Y costará.
Nos queda un difícil camino
por recorrer, Fernando.
Hay algo que lo hará menos difícil:
que estaremos juntos.
¡Majestad, alteza!
Monseñor Carrillo desea veros.
Lamento haber interrumpido
vuestro paseo,
pero tenemos que hablar
de cosas importantes.
Si son tan importantes,
¿por qué no está aquí Chacón?
Porque es algo
que nos concierne a nosotros tres.
Leed.
Todos tres de un mismo acuerdo
haremos y gobernaremos
como si de un cuerpo
y un alma fuésemos.
Seguiremos vuestro consejo
y no haremos nada
sin vuestro consentimiento.
¿Qué es esto?
Un contrato.
Un contrato que, espero,
selléis con vuestras firmas.
¿Y por qué habríamos de hacerlo?
A veces siento que tengo
que estar recordando permanentemente
asuntos que nunca
deberían haber sido olvidados.
Yo os he traído hasta aquí, Isabel,
yo os protegí de niños
a vos y a vuestro hermano Alfonso.
Y en los momentos difíciles,
¿quién ha estado allí para ayudaros?
Y vos deberíais recordar
quién ha concertado esta boda
que tantos beneficios puede traer
a vuestro padre y a Aragón.
Creo que lo que pido es justo.
Lo siento pero...
Firmaremos.
Firmaremos.
Seréis reyes de Castilla,
y lograremos hacerla más grande
de lo que nunca fue.
Gracias.
Con vuestro permiso.
Muchos reyes de Castilla
se han hundido
por hacer caso
de lo que decían otros.
A mí no me pasará lo mismo,
os lo juro,
y mucho menos que Carrillo intente
extender su influencia a Aragón.
¿Por qué habéis aceptado, Isabel?
Porque, como dice Chacón,
ahora lo prioritario
es que se celebre la boda,
y para eso necesitamos a Carrillo.
Porque Aragón y Castilla
merecen un futuro mejor,
y vos y yo podemos dárselo.
No importa que nos desviemos
un poco del camino,
porque al final llegaremos
donde tenemos que ir.
Y entonces,
ese documento servirá para avivar
el fuego de nuestra chimenea.
Porque lo importante
es que por fin estamos juntos
y que tenemos la misma idea:
quien reina
no recibe órdenes de nadie.
Me gusta más lo que decís
que el contrato que hemos firmado.
Creo que deberíamos sellarlo.
No creo que haga falta
escribirlo ni firmarlo.
Hay otras formas
de sellar un contrato para siempre.
¿Qué os parece mi carta a Isabel?
El rey Enrique suscribiría
lo que decís punto por punto.
No sé si eso es bueno o malo,
la verdad,
él también tiene culpa
de todo lo que ha pasado.
Mañana a primera hora
enviaré un mensajero
con vuestra carta a Valladolid.
Y ahora intentad descansar,
os lo ruego.
¿Así mejor?
En mi estado
ninguna postura es buena.
¿Necesitáis algo más?
Parir cuanto antes,
creía que iba a ser esta semana.
No puedo más,
me duele la espalda,
me pesan las piernas como sillares
y parezco un barril.
A lo mejor es que no quiere salir.
No me extrañaría,
cada día que paso en esta Corte
me apetece menos
que mi hijo crezca aquí.
Ahora Pacheco...
No quiero saber nada de la Corte
ni de política.
¿Ni siquiera de Isabel?
Ni siquiera de ella.
Tengo que hablar con vos.
-¿Qué ocurre?
No me van muy bien
las cosas en la Corte.
¿Enrique os paga así después
de todo lo que habéis hecho por él?
Así es la vida, hijo:
plantas flores para que luego
se las coman los cerdos...
de sangre real, pero cerdos.
Tengo que pediros algo importante.
Lo que sea.
Necesito que dejéis
nuestros asuntos en Toledo
en manos de gente de confianza
y os quedéis conmigo,
me siento demasiado solo.
Temo que todo mi trabajo sea en balde
si no tengo a nadie que lo continúe.
Debéis quedaros conmigo,
aprender de mí,
estar atento a cada detalle.
Con el tiempo
habréis de ser como yo.
Dudo que llegue a tanto, padre.
Ni se os ocurra dudar,
sois mi hijo.
¿Quiere gobernar de a tres?
Definitivamente, Carrillo
está sacando los pies del tiesto.
Espero no os moleste que aceptara.
Como veis,
sigo vuestras indicaciones
para evitar cualquier cosa
que pueda entorpecer la boda.
Y yo os lo agradezco.
Tranquila Isabel, habéis hecho bien.
Vuestra boda
es un paso muy importante
para que lleguéis a ser reina,
y ese día...
Ese día nadie,
ni mil Carrillos juntos
podrán desviarme
de mis obligaciones,
podéis estar seguro.
Lo sé.
Lo que no entiendo,
es que con tanto tiempo
a vuestro lado
Carrillo no sepa
que vos no habéis nacido
para ser gobernada por nadie.
Os veo por fin feliz y segura.
Eso debe ser cosa
de que Fernando y vos,
¿congeniáis?
Así es,
y no sabéis la alegría que tengo.
La mía no es menor, os lo aseguro.
Bien sabéis que sois
como una hija para mí,
y un buen padre siempre desea
la felicidad de sus hijos.
Vamos, nos esperan para cenar.
A ver que homilía
nos suelta esta noche Carrillo.
¿Vais a hablar con él
de estos asuntos?
De momento no,
pero le tendré vigilado,
podéis estar tranquila.
Echo de menos la celebración
de justas y torneos durante la boda.
Yo mismo me negué,
no son de mi gusto.
Ni de nuestras arcas,
organizar torneos
es un gasto muy elevado.
Si el novio no los desea,
hay que respetar su decisión,
pero no es
por una cuestión de dinero,
os lo aseguro.
Es una oportunidad maravillosa
para que Castilla
conozca de primera mano
vuestra habilidad
con la espada y con la lanza.
Mis habilidades con las armas
prefiero que solo las conozcan
mis enemigos en el campo de batalla,
no son algo
que me guste exhibir en público.
Las armas son para hacer la guerra,
no para celebrar bodas.
Sabias palabras, majestad,
espero que las trascribáis
palabra por palabra.
Así lo haré,
¿qué clase de cronista sería si no?
Sabéis que la verdad
ilumina mi camino.
Por si acaso llevad una vela,
no sea que os quedéis a oscuras.
Quien dude de Palencia
duda de mi propia persona.
Tranquilo, Carrillo.
Si es como decís,
creemos en Palencia,
porque en pocas personas tengo
tanta fe como en vos, monseñor.
Pues entonces no se hable más
y respetemos al cronista,
que un buen cronista puede hacer
caer reyes y ganar batallas
tanto como un buen ejército.
Gracias, majestad.
Con mucho gusto iré leyendo
todo lo que escribáis, Palencia.
Por supuesto, alteza.
¿Cuándo podré hacerlo?
En cuanto lo tenga,
seréis la primera
en leer mis textos.
Bueno, todo a su debido tiempo.
No se hable más.
Más vino, por favor.
¿Le reconocéis, majestad?
Es mi hijo Diego.
Vuestro hijo.
¿Cómo no iba a acordarme?
La primera vez que jugasteis
con espadas de madera fue conmigo,
tendríais apenas ocho años.
¿Os acordáis?
Por supuesto, majestad.
Bienvenido a la Corte, Diego.
Siento el trance que estáis pasando
con la enfermedad de vuestra madre.
Gracias por vuestras palabras.
Mi hijo no solo ha venido
a ver a su madre,
sino a quedarse,
si no tenéis inconveniente.
¿Inconveniente?
No, todo lo contrario,
siempre es necesaria sangre joven.
Las cosas cambian;
y a nuevas épocas, nuevos métodos.
Nuevos o viejos
lo importante es que funcionen,
y Diego se aplicará en ello.
A partir de ahora
será mi mano derecha
y mi heredero en todo.
Y qué mejor heredero
de un hombre que su hijo.
Por cierto, que ya sabréis
que el papa
ha denegado la bula a Isabel.
Y ya sabéis mi opinión:
haya bula o no haya bula,
la boda se celebrará igual.
Espero que seáis un poco,
solo un poco,
más optimista que vuestro padre.
Porque eso es lo que le hace falta
a esta vieja tierra de Castilla:
hombres nuevos y optimismo.
Con vuestro permiso, majestad.
¡Hija mía!
¡Qué sorpresa, cuánto tiempo!
¿Qué hacéis aquí?
Me ha traído don Diego.
Vaya, don Diego de Mendoza
siempre sabe
cómo darme sorpresas agradables.
¡Cómo se atreve a despreciarme así!
-Calmaos, padre.
Recordad lo que acaba de pasar,
siempre, así lo podréis comparar
con la próxima vez
que pisemos el alcázar
porque entonces nos recibirá
con el respeto que nos merecemos.
¡A un Pacheco no se le humilla jamás!
Buenos días.
-Buenos días.
Para no haber escrito,
cuántos legajos tiene
este cabrón de Palencia.
Vamos.
Mi amigo tiene penas de amores
y me gustaría que vos las sanarais,
por supuesto recibiríais
una compensación a cambio.
¿Y quién es ese amigo vuestro
tan atormentado?
Don Gonzalo de Córdoba,
supongo que le conoceréis.
Por supuesto,
y me complacerá haceros el favor.
Encantado de hablar con vos,
un placer.
Vaya, veo que es cierta
la fama que tenéis
de tener éxito con las mujeres.
No es lo que pensáis.
Y bien, ¿de qué queréis
hablar conmigo ahora?
De vuestro viaje a Aragón,
un viaje digno
de novela de caballerías
que debe perdurar
en la historia de Castilla.
Apenas recibí
una pedrada en la cabeza,
os aseguro
que he tenido viajes peores.
Ya, me lo puedo imaginar,
y más si son verdaderos
los rumores que se hablan.
¿Qué rumores?
Que os acompañó una bella dama
disfrazada de muchacho.
Dejaros de frivolidades, Palencia,
al menos conmigo.
Si merezco
que la historia hable de mí,
que sea por ganar batallas,
por dictar leyes,
por ser un buen rey,
no por ser un buen amante.
Perdonad, pensábamos
que estabais de paseo.
Pues no lo estoy, ya lo veis.
Qué estáis haciendo.
Un manto para el hijo de Beatriz,
tiene que estar a punto de parir.
Isabel, ¿qué os ocurre?
A mí no podéis engañarme.
Sois como vuestra madre,
que cuando tenía un problema
solo se tranquilizaba tejiendo.
No puedo fiarme de él.
Pensé que todo iba bien
entre nosotros,
estaba rompiendo mi cerrazón,
y cuando he ido a buscarle he visto
que coqueteaba con una criada.
¿Por qué los hombres
pueden romper reglas
que no nos dejan
romper a las mujeres?
Si un hombre tiene hijos en pecado
es muestra de buena semilla,
pero si en la noche de bodas
no hay sangre en la sábana,
ay de aquella mujer
que no ha llegado
virgen al matrimonio.
No es justo, Clara, no es justo.
Calmaos,
puede haber sido un equívoco.
No, ya le vi mirarla
anoche en la cena.
Cómo echo de menos
a Beatriz, a mi madre,
mi infancia en Arévalo.
No digo que no tengáis razón
de preocuparos,
pero no miréis hacia atrás.
¿Por qué no?
Entonces era feliz.
Isabel, erais feliz porque hay cosas
que no se le cuentan a los niños,
pero pasaron muchas cosas malas
mientras vos y Alfonso jugabais.
¿Qué queréis decir?
Que no añoréis el pasado
y que luchéis por vuestro presente,
por vuestro futuro
y por el de Castilla.
¿Pero cómo voy a estar tranquila
si anoche me da un beso
y por la mañana pienso
que puede coquetear
con cualquiera de mis damas?
Para eso hay un remedio muy fácil,
¿no teníais hoy que elegir damas
para después de la boda?
Dejad que me ocupe yo de ello.
No parecen que sean de vuestro agrado
las crónicas de Palencia.
Son una ofensa a Isabel
y a todo por lo que hemos luchado.
Escuchad:
Al saber los temores
de su amada, prometida Isabel,
que temía perder
su libertad y hasta su vida,
Fernando me llamó a solas
y me preguntó si creía conveniente
que para ampararla
cuanto antes debía ir a Valladolid
para celebrar la boda.
Y lo hizo, no importándole
poner en riesgo su vida
por la angustiada doncella.
Habló a solas con él,
yo estaba presente
y juro que no le vi.
Parece que nuestro amigo Palencia
gusta ser el niño en el bautizo
y la novia en la boda.
Y escuchad esto:
Isabel esperaba deseosa
cumplir su destino como mujer,
obedecer y apoyar
a su marido y salvador, Fernando.
Bien poco conoce Palencia a Isabel.
Si leyera esta bazofia,
bastante tendría
con salir ileso de Valladolid.
Isabel es capaz de tirarle
cualquier cosa a la cabeza.
Si Isabel leyera esto
tendríamos un problema, y grave.
Y más después de saber que Carrillo
lo quiere controlar todo.
Se ha contenido una vez, pero dos...
¿Qué traéis en vuestras manos?
Es una carta para Isabel,
viene de la Corte,
es de Beatriz de Bobadilla.
Le alegrará saber de ella.
¿Son vuestras damas de compañía?
No, estas no, son estas.
¿Qué son todos estos legajos?
Cuestiones económicas
y confirmación de invitados.
¿Sigue creciendo la lista?
No, parece que Carrillo
ya se da por satisfecho
con los invitados previstos.
Mejor, si no esto iba a parecer
las bodas de Caná.
Os veo de mejor humor.
No es cuestión
de estar triste todos los días,
aunque no creáis,
mis motivos tengo.
Tal vez esto
os haga aumentar la alegría,
es de vuestra amiga Beatriz.
Seguro que ya ha dado a luz,
a ver si ha sido niño o niña,
si es niña
dijo que le pondría mi nombre.
¿Qué ocurre?
Quiero una reunión
con todos ahora mismo.
Pero alteza...
¡Ahora he dicho!
Gracias por venir.
Vuestra insistencia
ha tenido mucho que ver,
y la alarma que me comunicó
vuestro mensajero, también.
Había que aprovechar
que estabais en la Corte,
y la alarma está justificada.
Mirad esta lista,
me la han facilitado
mis espías en Valladolid esta tarde.
¿Tenéis espías
al lado de Carrillo?
Yo tengo espías en todas partes.
(Sorprendido):
La Virgen de los Remedios,
¿todos estos
irán a la boda de Isabel?
Más de mil invitados.
Necesito que estéis de mi parte
para solucionar el problema.
¿Y qué proponéis,
que el ejército tome Valladolid?
Había que haberlo hecho
cuando lo propuse,
pero el rey no me escuchó.
La única solución es Francia.
¿Francia?
Casar a la hija del rey
con el duque de Guyena.
Hice esta propuesta a Jouffroy
antes de que volviese a París.
¿Sin pedir permiso al rey?
Hemos medido mal el problema,
todos,
y yo el primero.
No hemos sabido entender
lo que significa unir
dos personalidades
como Fernando e Isabel.
Isabel, solo oír su nombre
me da dolor de muelas.
Apoyadme y ya no os dolerán más.
Si logramos casar
a la hija de Enrique
con el hermano del rey de Francia
apretaríamos a Aragón.
Luego habría que desheredar a Isabel
por no cumplir los Pactos de Guisando
y casarse por su cuenta y sin bula.
De esta manera, la hija de Enrique
pasaría a ser también
la heredera de la Corona de Castilla.
Exacto,
es la única solución.
¿Cuento con vos?
¿Quién miente aquí?
¿Hay bula o no la hay?
No la hay.
¿No la hay?
No, no la hay ni la ha habido.
¿Y la bula que me enseñasteis?
Es una falsificación.
¿Una bula falsificada?
¿Queréis que me case
con una bula falsificada?
Alteza, ahora lo importante
es celebrar la boda, es el momento;
si no, puede ser demasiado tarde.
Entendedlo, por favor.
La bula llegará, con tiempo.
Lo que no entiendo
es que todo un arzobispo de Toledo
engañe a todo un reino
y a la Santa Madre Iglesia.
Véneris, explicadle por favor.
Tengo dispensa de palabra
del papa de Roma,
acepta vuestra boda y me ha prometido
que se os concederá la bula,
pero en estos momentos
resulta imposible.
¿Y os debo creer
o es otra mentira más?
Porque si fuera verdad
me lo podrías haber dicho.
No me esperaba esto de vos,
ni de vos.
Cuando gobernéis,
sabréis que a veces
hay que tomar decisiones
que no son agradables.
Cuando gobierne, si eso sucede,
espero que mi gente de confianza
me diga la verdad.
Dejemos los reproches
para otro momento, que llegará.
Ahora lo importante
es decidir qué hacemos.
Lo siento, pero no me casaré
con una bula falsa.
Yo sí.
¿Qué decís?
Que no podemos dar marcha atrás,
nos jugamos demasiado, Isabel.
Y si es cierto que Véneris
tiene dispensa verbal del papa...
Juro por Dios que es cierto.
Razón de más.
Cierto.
Podríamos acudir al notario
antes de la ceremonia,
eso nos ayudaría en un fut...
¡Callaos, por favor!
¿Dónde vais?
A convencer a Isabel,
porque no dudéis ninguno
que nos casaremos.
Como tampoco dudéis de que jamás
volveré a admitir componendas así.
Isabel, dejadme hablar con vos.
Creedme,
casarnos es la mejor solución.
¿Por qué?
Porque hay veces
en que la grandeza del fin
justifica la vileza de los medios.
¿Estáis seguro de eso?
Tanto como que no debo
fallar a Aragón ni a mi padre.
Vos preocuparos de Aragón
que yo ya me ocuparé por Castilla.
Si os preocupáis por Castilla,
casaros conmigo mañana, Isabel.
Castilla necesita una reina como vos
y yo os ayudaré a que lo seáis.
No he llegado hasta aquí para ver
a una mujer tan bella como vos
y pasar de largo.
No pienso perder a una mujer
de vuestro orgullo y casta.
Poco debe ser eso para vos
cuando coqueteáis
con la primera mujer
que se cruza en vuestro camino.
No lo neguéis,
yo misma os he visto con una criada.
¿Acaso creéis que he hecho un viaje
jugándome el pescuezo
para venir a cortejar a una criada?
Isabel, no estaba cortejándola.
¿Y de qué hablabais,
de la comida de la boda?
(Ríe): No, no.
Hablábamos de Gonzalo.
Me habló de un amor imposible
que le tiene atormentado,
una dama que dejó en Córdoba
cuando vino
a hacer carrera a la Corte.
No sabía de ello.
Gonzalo no os contaría
ni uno solo de sus problemas,
es humilde,
sabe servir y no llamar la atención,
como buen soldado que es.
Y os es leal,
como yo lo estoy siendo ahora.
Hablé con ella
para ver si podía consolarle,
sé que no os parece moral, lo sé,
pero os juro que es cierto.
Quiero ser vuestro esposo, Isabel.
¿Y la bula?
Somos jóvenes,
ya tendremos tiempo
de conseguir esa maldita bula
y mientras tanto tendremos hijos,
y tendrán unos ojos azules
preciosos como los vuestros.
Isabel,
¿os casaréis conmigo?
Sí, me casaré con vos.
Sé lo mucho que habéis hecho
para que esta boda se celebre.
Perdón, alteza,
he hecho tanto
para que se celebre esta boda
como con mi silencio
he podido arruinarla.
Siento mucho
haberos ocultado la verdad.
Sabéis de mi aprecio y mi lealtad.
Tranquilo,
ya he hablado con Chacón
y os diré lo mismo que a él:
no sería nada sin vuestro apoyo
en los momentos difíciles,
y entiendo los motivos
que os llevaron
a ocultarme la verdad,
Fernando me los ha hecho ver.
Parece que hice bien
recomendándolo como esposo.
Sí,
bien recuerdo la regañina
que me echasteis
para que me decidiera por él.
Todo sea por Castilla.
Todo sea por Castilla.
Y bien, ¿qué queríais decirme?
Pese a todo lo que habéis hecho
por esta boda
mi encargo
os impedirá estar en ella.
No importa,
decidme, ¿qué queréis que haga?
Quiero que vayáis a Segovia
lo más rápido posible.
¿Con qué propósito?
No podría casarme
sin que Beatriz sepa mis razones
para hacerlo sin bula
y para mentir como la mentí.
Cuando haya dado el sí,
me gustaría que vos
se las hubierais explicado.
Y llevadle esto.
Así lo haré,
y ¿no me dais
ninguna carta para Beatriz?
Sois bueno con las palabras
y me conocéis bien,
tenéis mi confianza
porque sabéis lo que siento.
No quiero nada de ella.
Lo siento, Cárdenas,
sabéis el aprecio que le tengo
a vuestra tía Clara
y a don Gonzalo,
pero os pido que cojáis estos regalos
y os vayáis a Valladolid ahora mismo.
Escuchadle, Beatriz.
Este hombre
se ha cruzado Castilla a caballo
solo para hablar con vos.
Está bien,
¿qué quiere Isabel, mi perdón?
Quien va a ser reina
solo puede pedir perdón a Dios,
Isabel solo quiere
vuestra comprensión.
Quiere que sepáis que os engañó
porque si os hubiera dicho la verdad
todo se habría venido abajo,
y no por vuestra indiscreción
sino por los espías del rey,
que la vigilaban
a todas horas en Ocaña.
De acuerdo,
pero casarse con una bula falsa
no es de recibo.
Hay ocasiones en que no se puede ir
por el camino más recto
para llegar a destino.
Vos sabéis de sus duelos
cuando la quisieron casar forzada.
¿No tiene derecho Isabel
como mujer y como princesa
a casarse con quien ella
acepte como marido?
Escuchó al rey
cuando le propuso al duque de Guyena,
pero no puede esperar hijos sanos
de quien está enfermo y tullido.
¿Estaríais más feliz si hubiera bula
y esperarais con temor
el nacimiento de un hijo
que heredará las taras de su padre?
Vos vais a ser madre, Beatriz,
¿os podéis imaginar tal tormento?
No.
Por eso eligió a Fernando:
es un hombre joven y sano
y si Dios quiere
unirá Aragón con Castilla.
Y vuestro hijo,
y los hijos de vuestros hijos
vivirán en una Castilla mejor,
una Castilla donde sus reyes
no serán los títeres
de los intereses de unos pocos.
Por último habéis de saber
que el papa no concedió bula,
pero sí una dispensa secreta
de que aceptaba este matrimonio
en espera de tiempos mejores.
Veo que no os importa
que yo sepa de ello.
Podéis propagarlo sin temor,
más nervioso se pondrá el rey
cuando lo sepa.
¿Y bien?
Este es el mensaje de Isabel,
¿cuál es vuestra respuesta?
Decidle que deseo que sea feliz
y que se cumplan todos sus deseos.
Gracias por permitirme
hablar con vuestra esposa
y por ocultarme y protegerme.
Es hora de marchar.
Mis hombres os sacarán
sano y salvo de Segovia.
Llaman a la puerta
Adelante.
¿No teníais otro momento mejor
para venir a hablar conmigo?
Creía que lo que daba mala suerte
era ver el traje de la novia
antes de la boda,
no la casulla
del cura que la va a oficiar.
Dejaos de ironías,
¿qué queréis?
Devolveros esto,
son los textos de Palencia.
Salid.
¿Fuisteis vos quien ordenó robarlos?
¿Con qué derecho?
Con el que me otorga la verdad.
En estas crónicas
solo se habla de vos y de Fernando,
Isabel parece
como una joven afligida
a la que salva el apuesto caballero.
¿Es esa la imagen que queréis dar
de Isabel a la posteridad?
Cambiad el tono, Chacón,
no os olvidéis de las veces
que he tenido que intervenir
para que nuestro plan siga en pie.
Incluso, de las que probablemente
haya intervenido para que siga viva.
Y vos no olvidéis
que con vuestros apaños
habéis estado a punto de conseguir
que no hubiera boda.
¿Qué ocurre, Carrillo?
No os bastaba con forzar
a Isabel y Fernando
a gobernar bajo vuestro control.
Hablad claro
y no me hagáis perder más tiempo.
¿Qué cargo queréis
cuando lleguemos al poder?
No habéis entendido nada,
¿creéis que estoy aquí
para disputarme el poder con vos?
Esta boda no es el final del cuento,
es el principio
y si acaba bien
e Isabel llega a reina,
ese día me retiraré con mi mujer,
no me veréis más;
habré cumplido mi misión.
Así que guardaros los cargos
para alguno de vuestros invitados.
Podéis engordar de felicidad
ostentando influencia y poder,
pero os estáis quedando solo,
Carrillo.
¿No os dais cuenta?
Si tanto me criticáis,
¿por qué me habéis apoyado
hasta ahora?
Por todo lo que habéis hecho
por Isabel
y porque la boda con Fernando
es la única solución,
pero todo tiene un límite.
¿Cuál es el límite, si puede saberse?
El honor de Isabel.
No quiero que cuando pasen los años
se lean estas crónicas
y nadie sepa
de su esfuerzo, su lucha,
sus valores como mujer
y como reina, si llega a ser.
Si respetáis eso, os apoyaré.
¿Y si no, qué haréis?
Nada, no hará falta,
vos mismo os condenaréis;
sois vuestro peor enemigo.
(Suspira).
¡Se va a casar!
¿Se atreve a casarse sin bula?
Sí, lo va a hacer hoy mismo,
con muchos testigos,
y son de gran alcurnia.
¿De dónde habéis sacado esta lista?
Me la ha dado Pacheco,
tiene espías hasta en el infierno.
Probablemente allí tendrá más
que en otro sitio, ese hijo de puta.
Ese hijo de puta tal vez
tenía más razón de la que pensábamos,
es posible que su plan con Francia
no fuera ninguna locura.
¿Es necesario
que el vestido me apriete tanto?
Si vierais lo guapa que estáis
no os quejaríais.
Y menos hoy,
seréis la novia más hermosa
que ha visto Castilla.
Os he traído un afeite.
¿Qué es?
Kohl, remarcará vuestra mirada.
Conozco ese hollín de la aljama,
lo usaba
la esposa de mi hermano Enrique.
Gracias, pero no necesito
ponerme ojos de gata.
¿Por qué no?
Yo me lo puse
para la boda con mi esposo
y no podía dejar de mirarme,
hasta se despistó cuando tenía
que decir que sí al cura.
En ese caso,
¿cómo voy a deciros que no?
Hoy es un gran día, Isabel,
hoy es el día
en que todos nuestros sueños
empiezan a convertirse en realidad.
Espero estar a la altura.
Lo estaréis,
vos sabéis estarlo siempre,
desde niña.
(Grita).
¿Qué os pasa?
Que nuestro hijo ya viene.
-¡Ayuda, ayuda!
Tranquilo Andrés,
que la que va a parir soy yo,
no os pongáis nervioso.
Acompañadme a la alcoba.
(Jadea):
Y haced que venga la partera.
¡Que venga la partera, rápido!
Fernando, rey de Sicilia
y príncipe heredero
del reino de Aragón,
en presencia de todo el pueblo,
¿juráis el cumplimiento de las leyes,
fueros, cartas, privilegios,
buenos usos y buenas costumbres
del reino de Castilla y León?
Sí juro.
Procedamos pues.
Nos encontramos aquí reunidos
en presencia de Dios
para unir en sagrado matrimonio
a doña Isabel, princesa heredera
de Castilla y León
y a don Fernando, rey de Sicilia
y príncipe de Aragón.
Lectura de la bula papal
por don Antonio de Véneris,
nuncio pontificio
y embajador plenipotenciario
del santo padre.
Pío II, obispo siervo
de los siervos de Dios
concede a don Fernando,
príncipe legítimo heredero sucesor
de los reinos de Aragón,
la dispensa pontificia de casar,
cumplida la mayoría de edad,
con princesa de sangre real
consanguínea en tercer grado.
Roma, 28 de mayo, año del nacimiento
de nuestro salvador Jesucristo,
de 1464.
Firma y sella, Pío II,
obispo de la Santa Iglesia Católica.
Si alguno de los presentes
conoce impedimento
para que se celebre la boda,
puede y debe hablar ahora
o callar para siempre.
Por la autoridad
de la Santa Sede Apostólica,
queda autorizada esta boda.
El rey solicita urgentemente
mi presencia en la Corte.
Ya os lo dije:
nadie humilla a un Pacheco.
Isabel,
¿queréis ser esposa y mujer
de don Fernando,
rey de Sicilia
y príncipe de Aragón?
Sí quiero.
Fernando,
¿queréis por esposa y mujer
a doña Isabel,
princesa heredera legítima
de los reinos de Castilla y de León?
Sí quiero.
Por la autoridad que me concede
la Santa Sede Apostólica,
os declaro marido y mujer.
Es un niño.
¿Qué nombre le pondremos?
¿Os parece bien Fernando?
¿No os gusta?
Le pondremos el nombre
que vos queráis.
Aclaman
Estos son los verdaderos invitados
de nuestra boda.
¿Qué he de hacer ahora, Clara?
¿Qué he de hacer?
Tranquila, Isabel,
la naturaleza os llevará
a hacer lo que tengáis que hacer.
¿Qué sentís cuando estáis
al lado de Fernando?
Calor.
Pues por estas fechas,
de noche y en Valladolid,
ya hace frío.
Ya viene don Fernando.
No estéis nerviosa, os lo ruego.
¿Qué tal está Isabel?
Nerviosa, muy nerviosa,
pero todo saldrá bien,
ya lo veréis.
Y será gracias a vos.
Para eso he venido,
para poder volver a Arévalo
y decirle a su madre
que su hija está bien.
Esperad que vuelva Cárdenas
y os acompañe.
¿Habéis visto a Gonzalo?
No le he vuelto a ver
desde la ceremonia.
Yo tampoco, ¿por qué?
No sé, me ha venido a la cabeza.
Podéis pasar.
¿Estáis bien?
Sí.
Ahora dormid tranquila,
yo vigilaré vuestro sueño.
(Los dos): Majestad.
Bienvenidos.
Pacheco,
siento lo de vuestra esposa.
Gracias, señor.
Contadme vuestro plan.
Esperaremos impacientes
la visita de su alteza,
el duque de Guyena.
No puedo asegurar su presencia.
¿Enrique quiere casar a su hija
con el duque de Guyena?
Sí, monseñor Jouffroy
está en Segovia
para pactar capitulaciones de boda.
Nunca pude imaginar que mi hermana
se convirtiera en mi peor pesadilla.
Si hubiéramos actuado a tiempo,
no nos lamentaríamos ahora.
Las fuerzas del rey
han entrado en Toledo
y han incautado mis bienes.
¿Qué os parecería ser alcalde
y tesorero de la villa de Madrid?
Sin dejar de serlo de Segovia,
por supuesto.
Misericordia, señora,
nos morimos de hambre;
los campos están yermos,
¿qué podemos hacer?
¿Qué queréis que le diga a Fernando,
que no tengo ni un florín?
¿Que me faltan hombres
para combatir en Cataluña?
Castilla va a unirse a Francia
para acabar con Aragón
y con nuestras esperanzas de futuro,
¿cuál va a ser nuestra respuesta?
Sería conveniente
traer a la Corte a vuestra esposa.
¿Traer a Juana, para qué?
Yo que os conozco
desde que nacisteis,
ahora os veré ser madre.
Nos comprometeremos
a que si nace varón
el hijo de Fernando e Isabel,
case con Juana.
Juana es nuestra hija,
pero nosotros
nunca volveremos a ser una familia.
Hasta aquí hemos llegado
porque a mí no me gobierna nadie.
Teníamos un acuerdo,
no podéis tomar
vuestras propias decisiones
sin contar conmigo.
Hacía tiempo
que no me sentía tan bien, Pacheco.
¿Qué tal está vuestro hijo?
Mal.
Quiero que lo hagáis llegar
al rey de Castilla.
Acabo de ver reunidos
a Carrillo y a Peralta.
Si Isabel tiene un hijo varón
tendremos problemas,
muchos problemas.
Isabel.
¡A mí la guardia!
Subtitulación realizada
por Cristina Rivero.
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NOTIZIE STORICHE.
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PERSONAGGI.
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TERMINOLOGIA STORICA.
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