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Isabel - Capítulo 8
Isabel espera en Valladolid a Fernando... El
problema ahora es cómo va a llegar Fernando allí. Cárdenas acude a
Aragón para informarle de todo... y Fernando asume qué es el que tiene
que arriesgarse y viajar a Castilla. Sabedores de que
Pacheco tiene espías en Aragón, Fernando organiza una estratagema: hacer
creer que va a combatir a Cataluña... Para luego, disfrazado de criado
de uno de los soldados que le acompañan, viajar de incógnito a
Valladolid. Un viaje que estará lleno de peligros,
porque Pacheco (especialmente amargado por el engaño de Aragón y decidir
que Fernando case con Isabel y no con su hija) se toma especialmente en
serio la cuestión. Y decide poblar de soldados cada punto por donde
Fernando pudiera cruzar Castilla. Esto obliga a Fernando y sus soldados
viajar por sitios seguros y de difícil acceso...
Transcripción completa
Isabel y Fernando son primos,
habrá que contar
con la aprobación del papa.
Paso a paso, Peralta.
Carrillo será a Isabel,
lo que Pacheco a Enrique.
Por Aragón os lo pido,
ganaos a esa mujer.
No os preocupéis,
Isabel será mi esposa.
Así es el duque de Guyena en persona.
Estáis exagerando.
Ojalá seas feliz
con tu infanta de Castilla.
Sé que mentir es pecado,
pero espero que cuando confiese,
vos como sacerdote, me deis
el perdón sin gran penitencia.
Jurar por Dios en vano
y engañar a su mejor amiga
son dos cosas que Isabel
no es capaz de hacer.
¿Juráis por Dios
que os casaréis
con el duque de Guyena?
Lo juro por Dios.
Majestad,
no dudo de vuestra buena fe,
pero por lo que yo he visto
Isabel no tiene ninguna intención
de casar con mi señor,
el duque de Guyena.
Y dadle este anillo
como prueba de mi compromiso.
Es humilde en comparación
a todo lo que exige Castilla,
pero decidle que...
se lo doy con todo mi corazón.
Y que aguante,
que todo saldrá bien.
Es una cría, por el amor de Dios,
¡es una maldita niña
y está haciendo
con todos nosotros lo que quiere!
Solicito una orden
para detenerla en Madrigal.
Concedida.
¿Qué sucede?
Señora, la Corte ha emitido
una orden de detención contra vos.
No os preocupéis,
no pienso detener a la princesa,
el pueblo no lo permitiría.
Pacheco y el rey
saben lo de la boda con Fernando.
¿Isabel estará segura
en el convento?
No estaría segura ni en el Vaticano.
Llevadla a Valladolid.
Soy libre de elegir mi vida
y libre de elegir mi boda,
decídselo
a quien se lo tengáis que decir.
(Grita): ¿Dónde está?
Se fue.
-¿Se fue?
¿Adonde?
Subtitulado por Teletexto-iRTVE.
¿Vos qué hacéis aquí?
Por amor de Dios, quitaos eso,
debéis ofreceros desnuda
a vuestro marido.
¿Verdad que es apetecible, hermano?
Sí que lo es.
¡Niña!
No huyáis.
¡Aah!
¡Quieta!
¡No!
Quieta.
¡No!
¡No!
Ahora es nuestra.
¡No, no!
Vuestro esposo es vuestro señor,
dueño de vuestro cuerpo.
¡No, no!
¡Apartaos!
¡Apartaos!
¡No!
Apartaos, Pacheco.
¡Apartaos de mi señora!
Es inútil que huyáis,
tarde o temprano
tendréis que entregaros a un hombre.
Gracias.
Haría cualquier cosa por vos.
Cualquier cosa.
(Jadea): No...
Despertad, señora,
ha sido un mal sueño.
Calma, no pasa nada.
Pronto tendrá un marido
y no tendrá que dormir sola.
(Dicta): Muy alto príncipe
y poderoso rey y señor.
Sabéis que tras la muerte
del rey don Alfonso,
hermano vuestro y mío,
pude retener la Corona
que él obtuvo en vida.
Pero por vos, el bien,
la paz y el sosiego
opté por respetaros como rey
y ser la legítima sucesora
y heredera.
¿Os encontráis bien?
No tenéis buena cara.
No dormí bien anoche.
(Dicta): Sin embargo,
vuestra majestad quebrantó
los pactos firmados en Guisando,
dilató lo prometido,
y sin consultar conmigo
quiso casarme
con el rey de Portugal.
Luego me prometió
con el duque de Guyena,
excelente y noble príncipe,
pero que me alejaría de mi patria.
Esa era la idea, ¿no?
Consulté a grandes,
prelados y caballeros,
súbditos vuestros
y servidores de Dios,
con quién debía casar
por el bien de Castilla.
Por su propio bien querrá decir.
Y todos loaron y aprobaron
mi matrimonio con Fernando,
príncipe de Aragón,
rey de Sicilia,
con quien tanto vos como yo
compartimos estirpe y lazos.
Al fin muestra sus cartas.
Vuestra majestad
dio orden de apresarme,
mandó a los vecinos de Madrigal
que me prendieran
y por ello
tuve que llegar a Valladolid
con la ayuda
del muy reverendo en Cristo,
don Alfonso Carrillo,
arzobispo de Toledo.
Ahí tenéis el cerebro
de esta sedición, majestad.
Isabel ha demostrado
tener seso suficiente
para decidir por sí misma
todos sus pasos,
demasiado seso, me temo.
Continuad, Cabrera.
Os suplico,
rey y señor nuestro,
cesen ya estos agravios.
No van a cesar,
sabéis que no van a cesar.
Por mi parte os aseguro
que tanto yo...
Como el rey de Sicilia
os prometemos obediencia
como nuestro señor.
Solo falta vuestra rúbrica, majestad.
No obligaré al rey
a entrar en guerra,
yo no la deseo, y él menos.
Enviad esta carta, espero respuesta.
No hay respuesta,
no tengo por qué darla.
¿No estaríais mejor sentada?
No estoy enferma, estoy embarazada.
Ya, pero...
Ya sé que parezco una hogaza gigante.
Una hogaza deliciosa.
Ay, dejadme,
no estoy para lisonjas.
Lo siento,
es que no lo puedo superar.
No puedo aceptar que Isabel
me engañara con lo de la boda.
Os engañó a vos
y al rey.
Pensad en el lado positivo.
¿Lo hay?
Sabía que nuestro amor es tan fuerte
que si os hubiera dicho la verdad
me la habríais dicho a mí.
Porque me la habríais dicho,
¿verdad?
Sí, pero con la condición de que
no se la hubierais dicho al rey.
Entonces, mejor que os mintiera,
no me hubiera gustado
verme en ese brete.
Nunca hubiera imaginado
que Isabel me mintiera,
soy como su hermana mayor,
su mejor amiga.
Además, Isabel es muy creyente
y mentir es uno de los pecados
que más aborrece desde niña.
Ya lo veis,
la política convierte
hasta al más creyente en pragmático
y mentiroso.
¿Qué va a pasar ahora?
-No lo sé.
Isabel ha escrito una carta al rey
pidiendo que respete su decisión
y le promete lealtad hasta la muerte,
como juró en Guisando,
pero el rey está indignado.
¿Y Pacheco?
¿Qué os puedo decir que no sepáis?
Pacheco... es Pacheco.
Nada bueno puede salir de esto.
-No.
Pobre Isabel.
¿Pero no estabais
indignada con ella hace un momento?
Sí, pero la quiero con toda mi alma
y no dejo de pensar en ella,
no lo puedo evitar.
¿No queríais
una respuesta de Enrique?
Pues aquí la tenéis.
Ha reforzado las patrullas
en los pasos de Castilla y Aragón,
en Calatayud no se puede
pedir un vino en una taberna
sin que se entere Pacheco.
¿Entonces?
No podéis reuniros
con Fernando en Aragón.
Imposible, dudo que Fernando
pueda cruzar la frontera
sin llamar la atención.
Si yo no puedo ir a Aragón
y el no puede venir a Castilla,
¿cuál es la solución?
Cárdenas irá a la Corte de Aragón.
¿Cárdenas?
Que hable con Fernando
y el rey Juan,
le cuente la situación
y vea qué están dispuestos a hacer.
Como ordenéis.
¿Cuándo podéis partir?
Hoy mismo.
Tened mucho cuidado, os lo ruego.
Por la cuenta que me trae, señora.
Monseñor,
decir lo que tengáis que decir;
no os vayáis a envenenar.
Cuando tuve que rescatarla en Ocaña,
creí que quedó claro
que se jugaba con mis normas,
debería dejarse aconsejar
por los que saben.
Y lo hace.
Pues no lo parece.
Pero es ella la que decide.
Eso ya lo veremos.
¿Qué insinuáis?
(Suspira): ¿No estaréis intentando
maniobrar a mis espaldas?
Nunca lo haría,
de hecho, deberías darme las gracias
por maniobrar a espaldas de Isabel
porque aún no sabemos que de Véneris
haya conseguido la bula del papa.
No, pero las noticias de Aragón
son esperanzadoras,
el rey Juan cree
que podremos conseguirla.
Dios quiera que así sea.
Se consiga o no,
estoy con vos en esta mentira.
¿Os parece poco apoyo, Carrillo?
Majestad.
El sobrino de Chacón
viaja para verse con Fernando.
No veo motivo para esa sonrisa
en vuestro semblante.
Fernando no se va a encontrar con él.
Continuad.
Los nobles catalanes han vuelto
a darle guerra al rey Juan,
ha mandado a su hijo
al frente de sus tropas.
Vaya, me tranquiliza saber
que no soy el único rey
con problemas.
¿Y eso lo sabéis...?
Tengo oídos en la Corte aragonesa.
No esperaba menos de vos.
Con un poco de suerte,
Cárdenas hará el viaje en balde.
Con un poco de suerte,
una espada catalana
nos dará una alegría.
Nada os agradaría más.
Pocas cosas.
Es un disparate,
todo esto es una locura,
la boda de Isabel y Fernando,
y los aragoneses lo saben,
han pinchado en hueso.
¿Qué van a hacer,
enemistarse con Castilla?
¿Más todavía con Francia,
con Roma?... No.
Estando detrás mi tío Carrillo,
no estaría tan tranquilo.
Vuestro tío es arzobispo,
pero la bula que necesitan
solo la puede dar el papa.
Y no la dará nunca.
No lo entiendo,
habíamos concertado una reunión.
¡Pues no va a poder ser!
Aragón tiene sus propios problemas,
y el príncipe de Aragón
se debe, ante todo, a Aragón.
¿Tan difícil es de entender?
Y encima tenéis la osadía de pedirme
que mi hijo se juegue la vida
entrando en Castilla.
No, bastante hemos tragado ya
con vuestras imposiciones.
Majestad, he corrido riesgos,
¿he venido hasta aquí para esto?
Pues podéis volver a Castilla
cuando deseéis,
y que tengáis buen viaje.
No es posible,
tengo que volver a hablar con él,
concertarme una audiencia.
-No puede ser.
El rey ha hablado y no es mi deber
llevarle la contraria.
Entiendo.
Cárdenas,
su majestad
gusta de escuchar maitines
en una capilla de la catedral,
si coincidís allí casualmente...
No es bueno
que durmáis tan mal, señora,
necesitáis descanso
para los días que vienen.
No os preocupéis, estoy bien.
¿No tenéis trabajos que hacer?
No quiero
volver a verlos en esta casa.
Pero, señora, son buenos chicos.
Se comportan como animales.
Se comportan como recién casados.
Acaban de contraer nupcias,
son jóvenes, están enamorados.
Están en esos momentos
en que no desean otra cosa
que la presencia de su amado,
son momentos
que deberían durar siempre.
Vos lo entenderéis pronto, señora.
Cantos gregorianos
Tranquilizaos.
¿Os envía Peralta?
Esperaba ver al rey.
Tendréis que conformaros
con su hijo.
Rezad.
Os hacía en Cataluña.
Vos y todo el mundo,
excepto mi padre, Peralta
y los hombres
que han de acompañarme a Castilla;
dejé bien claro que nadie más
debe saber cómo llegaré allí.
¿Sabe vuestro padre
que os estáis viendo conmigo?
Sí.
Siento tener que hablar con vos
de esta manera,
pero vuestro rey parece tener
ojos y oídos en nuestra Corte.
Esos ojos y oídos son de Pacheco.
El mismo que ha puesto hombres
en los pasos fronterizos
para impedir que entre en Castilla.
¿Y cómo pensáis llegar
hasta Valladolid?
Eso es mejor que no lo sepáis.
Vos regresad a Castilla,
y regresad ofendido
por el feo que se os ha hecho.
Y vos, ¿cuándo iréis?
Os juro que allí estaré,
confiad en mi estrategia.
Pero, ¿cómo sabremos
que habéis entrado en Castilla?
Os lo haré saber.
Dar mis recuerdos a la princesa.
¿Seguís sin dormir bien?
Me cuesta conciliar el sueño,
pero no os preocupéis por mí.
¿Sabéis algo de vuestro sobrino?
Aún no.
¿Estáis preocupado por él?
Mi sobrino cumple su deber,
como todos aquí.
Seguimos sin respuesta del rey.
No creo que debamos esperarla ya,
si es que alguna vez debimos.
¿Vos también creéis, como Carrillo,
que nunca debí mandar esa misiva?
Vos sois la princesa,
vos sois quien toma las decisiones.
A veces creo que monseñor
no opina lo mismo,
¿no os da esa sensación?
Señora, opinar no es mi cometido.
Hablad libremente, os lo ruego.
Os lo ordeno.
Monseñor Carrillo
solo es leal a sí mismo.
Vos sabéis mejor que nadie
que de no ser por Carrillo
la princesa nunca
hubiera podido escapar de Pacheco.
Lo sé, señor.
Como también sé
que nunca lo hubiera hecho
si no estuviera pensando
en su propio beneficio.
Dejadlo,
él no tiene la culpa,
he sido yo quien le ha preguntado.
Os ruego que me disculpéis.
Señora.
Cuando mi hermano Alfonso
se reunió con el Señor,
sus últimas palabras...,
me dijo que solo podía confiar
en dos personas:
en vos y en Gonzalo.
Ya sabéis que no dudo
de su fidelidad hacia vos,
lo que me preocupa
es que sea algo más que fidelidad.
Tened por seguro
que ese problema no existe.
¿Ha acabado ya la señora?
Tengo que haceros una pregunta.
¿Hay algo
entre la princesa y Gonzalo?
Señor, si lo hubiera,
yo ya se lo hubiera contado.
Vos sabéis lo agradecida que os estoy
por meterme a su servicio.
Os prometí cuidar de ella
y teneros al tanto de todo.
Entonces, no hay nada.
Nada de que preocuparme.
Él está enamorado de ella,
eso lo ve hasta un ciego.
¿Y ella de él?
Le tiene afecto, sin duda,
pero no del que vos teméis.
Al contrario,
no hay ninguna obligación
como reina que le aterre más
que sus deberes como esposa.
Os hacía en Cataluña
guerreando espada en mano.
Y al final...
vos y vuestra espada...
habéis venido a guerrear aquí.
Pensaba
que no iba a veros nunca más.
Lo de Cataluña era un engaño,
tenemos espías castellanos
en palacio,
no podemos fiarnos de nadie.
Parto mañana,
pero para Castilla.
Voy con dos hombres de confianza,
se harán pasa por comerciantes,
y yo por su mozo de mulas.
¿Por qué me lo contáis a mí?
¿Y si yo fuera una espía?
Así que vos su criado...,
mal sirviente hacéis.
¿Por qué?
Si en el fondo,
todo esto parece
una novela de caballerías.
Yo seré el caballero
que se disfrazará
y correrá aventuras y peligros
para conseguir a su dama.
Sí, es cierto.
Además, ella es rubia y virtuosa,
es acechada por malvados,
está en peligro...,
como en las novelas.
Exacto, es todo
como en las novelas,
solo faltan los monstruos.
Sí, pero dejadme recordaos
algo de esas novelas:
el héroe nunca obtiene la pasión
y los placeres en la dama rubia.
Los encuentra en otras mujeres
que nunca serán su esposa.
Está bien por hoy, gracias.
Puede retirarse.
¿Qué deseáis?
Venía a haceros dos preguntas.
¿Tenéis algún problema
con monseñor Carrillo?
Yo os he preguntado,
no temáis responder.
Monseñor y su sobrino,
el marqués de Villena,
yo los he visto a las órdenes
de don Alfonso, que en gloria esté.
Tío y sobrino son iguales,
para ellos un bando u otro
es indiferente.
Agradezco vuestra sinceridad.
Mi deber no es opinar,
mi deber es servir
y proteger a la princesa,
nada más.
Eso me lleva a mi segunda pregunta.
Hasta ahora habéis sido el guardián
que la defendió de otros hombres,
¿sabréis seguir siéndolo
cuando otro hombre ocupe su alcoba?
Ante esta pregunta
no espero que me deis respuesta.
Por Dios, ¿cuándo pararán
los problemas en Andalucía?
¿Es que los nobles de esa tierra
nunca me van a dejar en paz?
Peor están las cosas en Trujillo.
Pero, ¿qué le pasa a todo el mundo?
El dinero, majestad.
O mejor dicho, la falta de él.
¿Y Aragón, qué sabemos
de los viajes de Cárdenas?
Se debió pasar
de vuelta por Calatayud.
¿Solo o con Fernando?
Solo y con mala cara.
Entonces,
¿por qué la vuestra no es buena?
Porque pese a lo que dijeron
nuestros espías,
a Fernando no se le vio en Cataluña.
Y es extraño,
porque él no se pierde un combate.
¿Dónde está entonces?
No lo sé, majestad,
pero permitidme un consejo:
mandad tropas a Valladolid
antes de que sea demasiado tarde.
¿No os parece que ya tengo
suficientes frentes abiertos?
Vigilad las fronteras,
solo tenéis que detener a un hombre.
Como ordenéis, señor.
Música y jaleo
Todo bien hasta ahora.
Sí, pero todavía estamos en Aragón.
Habrá que preguntar
si hay alojamiento.
Seguid sentado,
recordad que el criado soy yo.
Supongo que querrán
una jarra de vino los señores.
Señor, disculpad...
Ramiro.
Sí, una jarra de vino estaría bien.
¿Así le pediríais algo
a vuestro criado?
Y traed una jarra de vino, inútil.
Sí, señor.
Algo me dice
que llegaremos a Castilla
y no me acostumbraré
a tratarle como un criado.
Somos soldados, no cómicos,
cualquier día nos piden
que vistamos faldillas.
No parece muy eficiente vuestro mozo,
creo que necesitáis
otro sirviente más.
No, con este nos basta.
¿Hasta Valladolid?
Es un camino muy largo.
El dinero no será problema,
puedo dormir con vuestro sirviente.
Ya sabía yo
que no ibas a ser buen siervo.
¿Qué creéis que estáis haciendo?
Me apartaré de vos cuando lleguéis
junto a vuestra princesa,
pero ni una noche antes.
Estáis loca.
Volveré antes
de que entréis en Valladolid.
Seré un mozo, como vos.
"In nomine Patris, et Filii,
et Spiritus Sancti, amen".
Campanas
Ave María Purísima.
Sin pecado concebida.
Confesé esta mañana, padre.
No habéis tenido tiempo
para cometer muchos pecados.
Espero no haberlos cometido,
pero no es por eso
por lo que acudo a vos.
Necesito consejo, padre.
Próximamente
voy a contraer matrimonio.
Enhorabuena, hija.
Pero hay algo,
algo inherente al Sacramento que...
temo la consumación, padre.
¿Amáis a vuestro futuro esposo?
No se trata de eso.
La sola idea de compartir lecho,
de dejar que un hombre haga...
haga conmigo...
Lo que hacen
los esposos con las mujeres.
Solo pensarlo
me resulta insoportable.
Conforme se aproxima la fecha
de la boda y ese momento,
yo no puedo soportarlo.
¿Habéis pensado en tomar los hábitos?
Muchas veces, padre,
pero debo casarme.
Ruego no me preguntéis por qué.
¿Qué debo hacer, padre?
Hija, os deberéis
a vuestro esposo, seréis su mujer
y no deberéis negarle
el uso del matrimonio
tantas veces como os lo requiera.
¿Aunque me repugne?
No es algo
que debéis hacer por placer,
sino por obligación;
no olvidéis que sois una mujer.
¿Hija?
Habladme de ella.
Poca cosa sé, no la conozco.
Algo sabréis.
Pues parece que es... muy beata.
Según dicen, inteligente,
ha sido educada
como una princesa y se nota:
toma sus propias decisiones.
Y tiene mucho carácter
y mucho genio,
pero ya me encargaré yo de eso.
¿Os sirve para haceros una idea?
Perfectamente,
y no es como las mujeres
a las que estáis acostumbrado,
eso os lo aseguro.
¿Importa eso?
Mucho.
Por lo que me decís,
ella es religiosa, virgen,
probablemente poco sensual,
pero también inteligente,
recta y orgullosa.
Vaya, parece que la conocéis.
Conozco a muchas como ella,
pero parece que ella no es
como ninguna que conozca:
tiene un reino detrás,
y ella lo sabe.
Me da igual
lo orgullosa y decidida que sea,
pronto será mi esposa
y habrá de hacerse lo que yo diga.
Estáis muy equivocado.
Aprovechad para aprender humildad
en este viaje,
ahora que sois criado.
Soy hombre, rey e hijo de reyes,
ninguna mujer me va a decir
lo que debo hacer.
Pues o mucho me equivoco,
o más vale acostumbraros.
Quizá no sea yo el que deba
acostumbrarme a ser humilde.
¿Quién es ese?
Es un comerciante de paños,
dice que viene de Soria,
y que nunca ha visto
tantos hombres armados
cerca de la frontera.
¿Saben de vuestro viaje?
Lo sospechan.
No podemos pasar por Calatayud.
Sería una locura.
¿Cuál puede ser
el camino más seguro?
Seguro no hay ninguno.
No seáis pesimista,
hay uno que nos puede servir:
el puerto de Bigornia,
entre Berdejo y Gómada.
¿Bigornia, con este tiempo? Además,
está plagado de salteadores.
Pues ese es el camino.
Pero no es travesía para una mujer.
Como sigáis haciendo de menos
lo que puede o no hacer una mujer,
os auguro
una difícil estancia en Castilla.
Ahora mismo traemos
vuestros desayunos, señores.
No sé qué es más peligroso,
si el puerto de Bigornia
o esta bendita mujer.
Quería presentaros mis respetos
antes de volver a Roma.
¿Conocéis mis planes
para el monasterio de Santa Engracia?
Seguidme, seguidme.
La milagrosa curación de mi vista
obedeció a la intercesión de la Santa
y espero que Carrillo haya sido
suficientemente generoso.
Lo sé, lo sé,
pero os digo lo que le dije a él:
va a ser difícil.
¿Le habéis explicado
dónde irán las reliquias
de Santa Engracia y San Lupercio?
Sí, aquí, mirad, mirad.
Yo os digo lo que seguramente
él os respondió:
sea como sea habrá de hacerse.
Sé que no veré finalizada esta obra.
Majestad, sin duda lo veréis
a la diestra de nuestro Señor.
Pero sé que mi hijo
la llevará a buen puerto.
Mirad, no tengo suerte yo con Roma,
nada de lo que pido se me concede,
pero en esta ocasión tenéis que hacer
que se firme esta bula.
¿Queríais verme, majestad?
Sí, preparaos,
partimos para Trujillo.
¿Ahora?
Ahora, la revuelta ha ido a más
y hay que evitar que se expanda.
¡Daos prisa!
Los hombres están preparados.
No tardaré, señor.
(Susurra): Id a mi despacho,
tenemos que hablar.
Es el rey, es su decisión.
-Pues habrá que hacer que cambie.
¿Es que nadie se da cuenta
de lo que está pasando?
Hay que evitar esa boda como sea,
hay que matar a la alimaña
antes de que crezca
¡y nos saque los ojos!
¿No tenéis controlados
los pasos fronterizos?
¡Pero eso no garantiza nada!
Es más fácil parar a un ejército
que a un solo hombre.
El rey lo tiene muy claro,
no habrá bula de Roma,
y sin bula no hay boda.
Conozco a Isabel, jamás haría nada
en contra de la Iglesia.
Y yo conozco a Carrillo,
está apostando muy fuerte
y no se detendrá ante nada.
¿Ni ante el papa?
-¡Ante nada!
Marqués, yo soy hombre
de números y dineros,
no de intrigas y batallas,
lamento no poderos ayudar.
Si vos, siendo quien sois,
no podéis convencer al rey,
¡menos podré hacerlo yo!
O evitamos esta boda
o pronto ninguno
seremos quienes somos.
No parece haber nadie.
¿Quién va a haber en este sitio
perdido de la mano de Dios?
Por eso es el sitio adecuado.
¿Tenéis frío?
Todo.
¿Os dais cuenta de que hoy
estáis cruzando de uno a otro reino,
pero que mañana
reinaréis sobre ambas tierras?
Eso será mañana, señor
porque lo que es hoy...,
como nos descubran aquí,
lo vamos a pasar muy mal.
Qué razón,
hasta que no lleguemos
a una villa afín a Carrillo
no estaremos a salvo.
¿Y cuál es la más segura?
-Burgo de Osma.
En marcha, ¡hia, hia!
¿Hay noticias de Fernando?
De momento ninguna, señora.
Es ahora o nunca,
Enrique ha llevado
el grueso de sus tropas a Trujillo,
Pacheco ha ido con él.
Es el momento,
un golpe ahora sería definitivo.
Monseñor.
No tiene tropas para combatir
en todos los frentes,
hay que aprovechar la oportunidad.
¡He dicho que no!
Es pan para hoy
y hambre para mañana,
sería volver a una guerra civil.
No se puede reinar
teniendo miedo a las guerras.
Y tampoco provocarlas con la alegría
de una justa entre caballeros.
La gente muere,
el país se empobrece.
No pienso heredar un país en ruinas.
Si me disculpáis, iré con ella.
¡Esta niña no sabe
todo lo que he hecho por ella!
Lo sabe, la princesa lo sabe.
Si no fuera por mí
todavía estaría encerrada en Ocaña,
o durmiendo con un viejo portugués
que podía ser su abuelo.
Y estad seguro
que ella os lo reconoce, monseñor.
Una mujer, una niña, no puede asumir
estas responsabilidades.
Le falta carácter, es débil.
Nadie conoce a la princesa
mejor que yo,
y os aseguro
que si algo no le falta es carácter.
Pues si tanto la conocéis,
¿no veis lo que veo yo
estos últimos días?
Duda, flaquea, está más insegura
de lo que en ella es habitual.
Creedme, sus dudas no son de Estado
sino más personales
y ante eso,
vos y yo poco podemos hacer.
Dicen de la princesa Isabel
que es muy beata.
Pues menuda le espera a la beata.
Hasta ahora bastaba
que expresarais vuestros deseos
para que las mujeres
se afanaran en cumplirlos.
No os engañéis,
muchas de ellas los cumplieron
sin saber que era hijo del rey.
Nunca me gustó jugar con ventaja
en determinadas lides,
y mucho menos en las del amor.
Si lo que consiga de una mujer
va a ser por llevar una corona,
mal rey sería por aprovechado.
Y aún peor hombre por débil.
Así que dejad de darme lecciones,
Aldonza,
os las agradezco
y sabéis lo que os aprecio.
Tanto que si no tuviera obligaciones
nada me apartaría de vos.
Yo solo quería ayudaros.
Lo sé, lo sé,
pero estad tranquila.
¡Ah, maldita sea!
Dadnos todo lo que llevéis.
Todo: la carreta, las mulas.
Vosotros dos, bajad de los caballos
y dadnos vuestras ropas.
Por Dios.
De verdad, no queréis hacer
lo que vais a hacer.
¿Queréis que os atemos a un árbol
hasta que lleguen los lobos?
Como gustéis,
no digáis que no os advertí.
Largo, largo.
Vuestro futuro esposo
corre grandes riesgos viniendo aquí.
Sí, eso parece.
Como los héroes de las novelas:
desafiando peligros,
corriendo aventuras
para rescatar a su amada.
Yo aún no soy su amada,
no nos conocemos.
Catalina,
¿cómo fue vuestra boda?
Desde luego,
no como la vuestra, señora.
No como la de una princesa.
¿Amáis a vuestro esposo?
Es mi esposo.
¿Pero sois feliz?
Hay momentos en los que sí,
otros no tanto.
Pero si lo que me preguntáis
es si me alegro
de tenerle en casa por las noches,
sí, me alegro.
Pero nada de lo que yo os diga
os será de utilidad,
yo no soy vos,
yo no soy una princesa.
A veces he deseado no serlo.
¿Damos la vuelta?
Seguid,
y que sea lo que Dios quiera.
¡Ho!
¿Dónde se dirigen
y con qué razón?
A Burgo de Osma, a la feria.
¿Podéis enseñarme las manos?
¿Sois mozo de estos hombres?
Sí, sí lo soy.
Vuestro aire es el de mozo,
ni de estos hombres ni de ninguno.
Os puedo asegurar
que estos señores...
Dudo que vos sirváis,
más bien parece que os sirven.
Preguntad a mis señores.
No, os lo pregunto a vos.
Porque si sois
quien creo que sois,
no tenéis más señor que un rey,
y no el de Castilla.
Y si sois quien creo que sois,
no deberíais pasar
por Almazán camino a Burgo.
Almazán está
en manos de los Mendoza, señor.
Somos hombres
del arzobispo de Toledo,
así que no es necesario
que saquéis vuestra arma.
¿Sois hombres de Carrillo?
Suponíamos que os dirigíais a Burgo
y que pasaríais por Almazán
y que si no lo impedíamos
os apresarían allí.
¿Qué ruta hemos de seguir?
Nosotros os acompañaremos.
Pero, señor.
Sí.
Hasta llegar a vuestro destino
es mejor que sigáis siendo
mozo de mulas.
No sabéis la suerte que habéis tenido
con que os haya reconocido a tiempo.
No menos que vos por no haber tenido
que empuñar vuestra espada.
¡Ha!
Fernando ha entrado en Castilla,
mis hombres lo escoltan en secreto
hasta Burgo de Osma.
¿Entonces, estará aquí?
En dos jornadas podréis abrazar
a vuestro futuro esposo.
Deberíamos organizar una recepción
para darle la bienvenida,
¿os parece bien?
Sí, de acuerdo.
Cárdenas.
Señora.
Quiero dictaros una carta
anunciando al rey
la llegada de mi futuro esposo.
Por el amor de Dios,
¿pero se puede saber
qué necesidad hay de tanta carta?
Es mi deber para con el rey.
Ni vos ni yo
tenemos ningún deber para con el rey,
y si me hubierais hecho caso
él ni siquiera seguiría siendo rey.
No seré yo quien empiece una guerra.
¿Y qué creéis que ocurrirá
cuando se entere
que os habéis casado
en contra de su voluntad?
¿Que no habrá una guerra?
No le daré motivos.
Le dije que le respeto como mi rey.
(Suspira): Por los clavos de Cristo,
vos no tenéis ni idea
de cómo son estas cosas.
¿Por qué no me escucháis?
Todos los consejos que os doy
caen en saco roto.
Creo que tengo derecho a saber
si lo que yo digo sirve para algo,
quiero saber si me tenéis en cuenta.
Os ruego nos dejéis a solas
a su eminencia y a mí.
Señora, me veo en la obligación
de recordároslo.
Yo convencí a los aragoneses,
yo os saqué de Ocaña,
yo he traído a Fernando, yo...
Vos habéis hecho que yo esté aquí.
Lo sé,
y ni por un momento lo dudéis.
Sin vos nada hubiera sido posible,
os debo mucho.
Vuestro futuro y el de Castilla
serán dorados con la ayuda del Señor,
y quiero saber si yo estoy
dentro o fuera de ese futuro.
Dentro, monseñor.
Dentro.
Si viene de Burgo de Osma
por fuerza ha de pasar por Dueñas.
Esperadle allí,
no quiero que pase nada.
No os preocupéis.
La princesa os espera
para dictaros la carta.
Levantaos, levantaos.
Santidad, os traigo saludos
de su eminencia
el arzobispo de Toledo
y de su majestad
el rey de Aragón.
¿Y qué quieren?
Ofreceros todo su apoyo
para vuestra cruzada,
apoyo financiero.
Y el compromiso
de expulsar definitivamente
al infiel de la Península.
-Ya.
¿Y a cambio de qué?
Una bula para que Isabel de Castilla
case con Fernando de Aragón,
como sabéis,
les unen lazos de parentesco.
Lo sé, pero Enrique
ya solicitó una bula
para que Isabel casara
con el rey Alfonso de Portugal,
y la concedí.
Comprenderéis que no puedo otorgar
a la misma dama dos bulas distintas
para casar
con pretendientes distintos.
Santidad,
si hay algo que os puedo asegurar
es que doña Isabel
no va a casar con el rey Alfonso.
Ya veo.
Por ello me permito solicitar...
-Lo meditaré.
No puedo prometeros más.
Vocerío
Bienvenidos a Castilla, majestad.
Podemos dar por acabado el teatro.
Supongo que lo estaréis deseando.
¿Podréis proporcionarnos
ropas más adecuadas?
Por supuesto, aunque no creo
que sean dignas de un príncipe.
Cualquier cosa mejor que esto.
Y al otro mozo,
le convendrían ropajes de mujer.
Sí, ropajes de mujer,
y si es posible,
mañana un transporte para Zaragoza.
Por supuesto, haremos noche aquí
y mañana partiremos para Valladolid,
ahí os esperan
para presentaros a la princesa.
Con respecto a...
No os preocupéis,
la discreción será máxima.
No solo os pido discreción,
la quiero de vuelta en Aragón
sana y salva,
preparad las medidas
que sean necesarias.
Gonzalo.
(Sorprendido): Señora.
Le pido disculpas.
¿Tenéis un momento?
No es fácil esto que he de deciros.
No lo es para mí
y supongo que menos para vos.
Me habéis servido más y mejor
de lo que se os ha podido pedir.
Habláis como si fuera
a dejar de hacerlo.
No es asunto que por decoro
hayamos podido hablar,
pero aunque no sepa mucho
de estas cosas imagino...
lo difícil que ha tenido
que ser para vos esta situación.
Señora...
Hablamos de lo que iba a ser.
Ahí las palabras
son fáciles de decir,
pero ahora lo que iba a ser
ya es una realidad.
Mañana, pasado lo más tardar
estará aquí
el que ha de convertirse
en mi marido.
Y calculo que la boda
se celebrará en breve.
Agradezco en el alma
todo lo que habéis hecho por mí,
pero no tengo corazón
para pediros que sigáis a mi lado.
Si queréis marchar lo entenderé,
ahora más que nunca.
Señora, os lo repito
y lo diré mil veces si hace falta:
vos vais a ser reina
y yo solo soy un soldado,
lo sé,
y también cuál es mi sitio.
Os ruego, por favor,
que me dejéis seguir sirviéndoos.
No quiero que estéis mal.
Peor estaría no haciéndolo.
Ya volvéis a parecer vos.
No del todo.
Qué triste es el vestir castellano,
por Dios,
ni un color, ni una alegría.
¿Y qué fue del mozo Alonso?
Se fue con el otro mozo.
Y acostumbraos a que esa sonrisa
no os gane el perdón.
Bueno, no siempre.
Es hora de despedirme.
Gracias por todo, Aldonza.
Sois vos quien merecéis esas gracias.
Sé que no os gustan mis lecciones,
pero permitid
que me despida con un consejo.
Tened paciencia con Isabel,
no pretendáis que sea como no es,
amadla como es,
y si no conseguís amarla;
respetadla.
Os deseo que seáis feliz
con vuestra esposa.
Volveremos a vernos.
Si alguna vez lo deseáis,
no podré rechazaros.
¡Arre!
Espero no volver a tener
noticias de Trujillo
durante una larga temporada.
Cabrera, estáis aquí,
¿alguna novedad en nuestra ausencia?
Llegó esta carta
para vuestra majestad,
desde Valladolid.
Pacheco.
Señor.
Os doy mi enhorabuena,
Fernando de Aragón
ya está en Castilla.
Señor.
Un hombre, un solo hombre,
debíais evitar que tan solo
un solo hombre cruzara la frontera,
y no habéis sido capaz.
Os aconsejé una y mil veces
que enviarais
vuestras tropas a Valladolid.
¡Y una y mil veces os dije que no!
Para iniciar guerras no os necesito,
os necesito para evitarlas.
Me necesitáis para ver el futuro
porque sois incapaz.
Marqués.
¡Os dije que era un plan de Carrillo,
que no se detendría
ante el papa ni ante nada!
¡Que era un plan contra vos
y contra el trono!
¿Me escuchasteis? ¡No!
¡Anduvisteis con medias tintas,
como siempre!
¡Actuad, haced algo,
repudiar a Isabel,
nombrar heredera a Juana!
(Grita):
Comportaos como un rey por una vez.
Ahora queréis declarar
legítima heredera a mi hija,
después de haber proclamado
a los cuatro vientos
que ni siquiera era hija mía.
Arreglad ahora
lo que no supisteis evitar,
arreglad este desaguisado.
Este vino es de Uclés,
y estaba esperando una oportunidad
que lo mereciera para ser abierto.
Por Fernando e Isabel.
Y por nosotros,
que lo hicimos posible.
Mañana, Isabel y Fernando
al fin se conocerán.
Cuánto hemos luchado
para que llegue este momento.
Habrá que empezar
con los preparativos de la boda,
y no estamos
para grandes dispendios.
Dejadlo de mi cuenta.
¿Pensáis ser el padrino?
No, pienso ser el que los case.
Perdón.
Ya solo falta
que sean buenas noticias
de monseñor de Véneris
para que mi felicidad sea completa.
¿De Véneris?
No.
No, pero debo abandonaros,
disfrutad del vino.
Conversaciones animadas
Sobrino.
-Monseñor.
Qué sorpresa
encontraros en este lugar.
Sois mi tío y os aprecio,
por eso estoy aquí:
para evitar que cometáis un error.
Detened esa boda,
por lo menos alejaos de ella.
Tendrá consecuencias terribles
para Isabel
y no me gustaría que las sufrierais
por estar a su lado.
Esto es indigno de vos, sobrino.
No pretendáis ganar la mano
cuando se ve que no tenéis cartas.
¡Por Dios! He dejado un vino
mil veces mejor que este
para venir a escucharos.
Veo que para Enrique
las cosas están mucho peor
de lo que imaginaba.
No sabe lo que hace,
tiene ojos y no ve, no escucha.
Cuando se quiera dar cuenta
le habrán quitado el trono.
¿Queréis hacer más corta la espera?
Puedo menguar sus tropas,
pasarlas al bando de vuestra princesa
en meses, semanas
las tendríamos en Segovia.
¿No habéis cambiado de bando
ya demasiadas veces?
Yo soy como vos,
tengo vuestra misma sangre.
Ellos no son nada sin nosotros.
No tenemos otro bando
que nosotros mismos.
No.
Vos ya habéis jugado
y habéis perdido,
y ahora es demasiado tarde
para volver a cambiar las cartas.
Lo que voy a conseguir
está mucho más allá
de lo que nunca soñamos.
Sin sentarme en el trono seré rey.
Con eso ha de sobrar.
¡Qué vino más malo!
¿Soy un incapaz como rey, Cabrera?
¿Perdón, majestad?
Me habéis oído perfectamente.
No señor, no sois un incapaz.
¿Sois sincero
o lo decís por obediencia?
Soy sincero.
Me alegra oír eso,
porque no es solo Pacheco
el que lo piensa.
Don Diego Mendoza
solo sabe darme consejos,
¿y por qué me los da?
Porque cree que no soy capaz.
Pero él es más amable
y su lealtad a la Corona es tal
que si le digo que no me...
moriría reventado.
Pero majestad.
Dejadme acabar.
Y bebed algo de vino de una vez.
Hasta yo mismo he dudado
de si soy un buen rey,
y sabe Dios que quiero
lo mejor para mi pueblo
y que siempre que he podido
he evitado derramamientos de sangre.
Pero no debo ser un buen rey
cuando mi propia hermana me engaña
para casarse con Fernando.
Calmaos, señor.
¡No quiero calmarme!
A veces sale dentro de mí una ira
que nunca he tenido,
una sensación
de que tengo que ser violento,
fuerte, injusto si es necesario
para mantener a tanta gente a raya.
Esa es la única manera,
y me he dado cuenta tarde.
Todo se arreglará, ya lo veréis.
¿Y sabéis por qué se arreglará?
Porque pago tanto dinero
al papa de Roma
que no dará la bula a Isabel,
no le saldría rentable.
El dinero mueve el mundo, Cabrera,
no lo mueve la justicia,
ni el amor, ni el respeto,
ni la fe en Dios,
cualquiera que este sea.
Todo lo mueve
la violencia y el dinero.
A veces desearía vivir en el bosque,
como los animales.
Ellos solo matan
cuando tienen hambre
y la naturaleza les regala
todo lo que necesitan.
Nadie les aturde
con palabras ni intrigas.
Los animales no tienen que portar
anillo ni Corona
para hacerse respetar.
Cómo les envidio.
Catalina, ¿la señora?
En sus aposentos.
¿Aún duerme a estas horas?
Lleva mucho tiempo despierta,
si es que ha dormido algo
en toda la noche.
¿Ocurre algo?
Está rezando.
Iré a llamarla,
hoy va a ser un día muy largo.
Señor, la infanta
se encuentra muy sola,
necesita una mujer
con la que hablar de ciertos temas:
una madre, una hermana,
una amiga; yo no soy quién.
Excelencia, su majestad quiere veros.
Perdonad lo que pasó
a la vuelta de Trujillo.
Yo...
Majestad.
¿Qué tal está vuestro tío?
¿Os reunisteis con Carrillo?
Entusiasmado
con los preparativos de la boda,
pareciera que fuese él quien se casa.
¿No le ofrecisteis
vuestros servicios?
Parecéis estar últimamente
más de acuerdo con él que conmigo.
No podría,
mi fidelidad a vos me lo impide.
Deberíais admitir vuestro error.
Carrillo no ha enviado tropas
a ningún lado,
Isabel me reitera su obediencia
en cada carta que me envía.
Se va a casar
contra vuestra voluntad.
Esa boda no se va a celebrar, nunca.
Pero no lo impediréis vos,
pese a ser vuestra misión;
lo impedirá el santo padre.
Si no hay bula, no hay boda.
Y me da igual que Fernando esté
en Valladolid o en Constantinopla.
Música
Me parece que nuestro príncipe
lo va a pasar muy mal aquí.
O muy bien.
Tuve que entrar
en la casa de Ocaña espada en mano,
si no llego a tiempo,
a estas horas en vez de casar con vos
Isabel estaría en Sintra
o encerrada en una torre.
¿Quién es aquél caballero?
Parece muy interesado
en mi presencia.
Gonzalo Fernández de Córdoba,
fue la otra espada
que salvó a Isabel en Ocaña,
¿verdad, monseñor?
Así es.
¿E Isabel?
Está a punto de llegar.
Llaman a la puerta
Adelante.
¡Adelante!
Alteza,
don Fernando pregunta por vos.
¿Qué debo hacer?
Pues como infanta y anfitriona,
recibirle.
¿Y como futura esposa?
Ahí, señora, me declaro incompetente.
Señora, habéis afrontado
situaciones más complicadas que esta.
Lo dudo.
Ese es.
Disculpadme.
Alteza, permitid que os presente
a don Fernando de Aragón.
Majestad, doña Isabel de Castilla.
Encantado, alteza.
No os inclinéis,
no sois inferior a mí.
Es un honor conocer
a la princesa heredera de Castilla.
También lo es para mí conocer
al príncipe heredero de Aragón.
Y rey de Sicilia.
Mejor no molestemos a los príncipes.
¿La fiesta es de vuestro agrado?
No he hecho un viaje tan largo
para venir a una fiesta.
¿Qué deseáis pues, señor?
Estar con vos.
¿A solas?
Podemos salir al jardín.
Hace una noche demasiado fresca.
¿No hay un lugar en todo el palacio
donde podamos hablar tranquilamente?
Tal vez mis aposentos.
Me parece un sitio perfecto.
¿Qué me queríais decir?
Que estoy encantado
de comprobar vuestra belleza.
Sin duda
ha merecido la pena el viaje.
Nos atacaron unos ladrones.
Habéis debido pasarlo muy mal
hasta llegar aquí.
La verdad, ha habido de todo.
Gracias por el esfuerzo de venir.
Era mi obligación... y mi deseo.
Por las exigencias
de vuestras últimas cartas
imaginé que seríais una mujer...
más arisca y fría.
Lamento haberos dado esa impresión.
No se conoce a una persona
hasta que se la mira a los ojos.
Así que
esta va a ser nuestra alcoba.
Sí, majestad.
Pues si estos
van a ser nuestros aposentos
y vos mi esposa,
llamadme Fernando.
Recuerdo vuestra primera carta
cuando me dijisteis
que como esposa mía que ibais a ser
haríais lo que os pidiera.
¿Seguís pensándolo?
Sí.
En ese caso,
volvamos a la fiesta.
¿Qué estará sucediendo ahí dentro?
Fernando ya está aquí
y se van a casar,
lo demás no me importa.
Me habéis mandado llamar, santidad,
¿en qué puedo serviros?
Es sobre vuestra bula.
¿Habéis decidido ya?
He estado meditando
largas horas vuestra petición
y he pedido al Señor que le ilumine.
¿Sabéis?
En lo más profundo de mi corazón
nada me complace más
que el matrimonio de dos príncipes
como Isabel y Fernando,
pero no puedo perder el favor
del rey de Castilla.
Enrique es un aliado
imprescindible para Roma.
Lo siento, no hay bula.
No hay bula.
¡Sabía que no se la darían,
lo sabía!
Véneris ha fracasado.
¿Se lo vais a decir a Isabel?
Por Dios,
¿qué hace ese hombre aquí?
Carrillo le ha encargado
que escriba sobre la boda,
los reyes necesitan cronistas
para que el pueblo sepa sus hazañas.
Esta es la bula
que le dije a Isabel que teníamos
y que iba a ser validada
por el papa actual.
Es mi hijo Diego.
Dentro de nada será vuestro esposo
y algún día tendréis que complacerle.
¿Quién es esa mujer
que os ha llegado tanto al corazón?
Voy a escribir una carta
de mi puño y letra a Isabel
y os suplico
que se la hagáis llegar a Valladolid.
Tenemos que hablar
de cosas importantes.
¿Y si son tan importantes,
por qué no está aquí Chacón?
Porque es algo
que solo nos concierne a nosotros.
La única solución es Francia.
-¿Francia?
Casar a la hija del rey
con el duque de Guyena.
¿Qué cargo queréis
cuando lleguemos al poder?
Pensaba
que vuestro problema más importante
es que madre se está muriendo.
Juro que os seré leal,
que vuestras causas serán las mías
y que nunca me temblará el pulso
en luchar por Castilla.
Tenemos que llevar
esta boda a buen puerto, como sea.
Piensa casarse sin bula.
El rey cree que no se atreverá.
Necesito que dejéis
nuestros asuntos en Toledo
en manos de gente de confianza
y os quedéis conmigo.
Todos vuestros planes
solo han servido
para que hagamos el ridículo
con Portugal y con Francia.
Veo que es cierta la fama que tenéis
de tener éxito con las mujeres.
(Grita de dolor).
¡Se va a casar!
Isabel va a atreverse
a casarse sin bula.
(Gruñe).
Gracias a Antonio Jacobo de Véneris
hemos logrado que Roma avale la bula
concedida por Pio II
al príncipe Fernando.
Isabel, ¿queréis ser esposa
y mujer de don Fernando,
rey de Sicilia
y príncipe de Aragón?
Subtitulación realizada
por Cristina Rivero.
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NOTE STORICHE.
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PERSONAGGI.
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