domenica 24 maggio 2020

tr23: Isabella di Castilglia- Capitúlo 8.

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Sommario:

Isabel - Capítulo 8


Isabel espera en Valladolid a Fernando... El problema ahora es cómo va a llegar Fernando allí. Cárdenas acude a Aragón para informarle de todo... y Fernando asume qué es el que tiene que arriesgarse y viajar a Castilla.  Sabedores de que Pacheco tiene espías en Aragón, Fernando organiza una estratagema: hacer creer que va a combatir a Cataluña... Para luego, disfrazado de criado de uno de los soldados que le acompañan, viajar de incógnito a Valladolid. Un viaje que estará lleno de peligros, porque Pacheco (especialmente amargado por el engaño de Aragón y decidir que Fernando case con Isabel y no con su hija) se toma especialmente en serio la cuestión. Y decide poblar de soldados cada punto por donde Fernando pudiera cruzar Castilla. Esto obliga a Fernando y sus soldados viajar por sitios seguros y de difícil acceso...

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Transcripción completa
Isabel y Fernando son primos,
habrá que contar con la aprobación del papa.
Paso a paso, Peralta.
Carrillo será a Isabel, lo que Pacheco a Enrique.
Por Aragón os lo pido, ganaos a esa mujer.
No os preocupéis, Isabel será mi esposa.
Así es el duque de Guyena en persona.
Estáis exagerando.
Ojalá seas feliz con tu infanta de Castilla.
Sé que mentir es pecado, pero espero que cuando confiese,
vos como sacerdote, me deis el perdón sin gran penitencia.
Jurar por Dios en vano y engañar a su mejor amiga
son dos cosas que Isabel no es capaz de hacer.
¿Juráis por Dios
que os casaréis con el duque de Guyena?
Lo juro por Dios.
Majestad, no dudo de vuestra buena fe,
pero por lo que yo he visto
Isabel no tiene ninguna intención de casar con mi señor,
el duque de Guyena.
Y dadle este anillo como prueba de mi compromiso.
Es humilde en comparación a todo lo que exige Castilla,
pero decidle que...
se lo doy con todo mi corazón.
Y que aguante, que todo saldrá bien.
Es una cría, por el amor de Dios, ¡es una maldita niña
y está haciendo con todos nosotros lo que quiere!
Solicito una orden para detenerla en Madrigal.
Concedida.
¿Qué sucede?
Señora, la Corte ha emitido una orden de detención contra vos.
No os preocupéis, no pienso detener a la princesa,
el pueblo no lo permitiría.
Pacheco y el rey saben lo de la boda con Fernando.
¿Isabel estará segura en el convento?
No estaría segura ni en el Vaticano.
Llevadla a Valladolid.
Soy libre de elegir mi vida y libre de elegir mi boda,
decídselo a quien se lo tengáis que decir.
(Grita): ¿Dónde está?
Se fue. -¿Se fue?
¿Adonde?
Subtitulado por Teletexto-iRTVE.
¿Vos qué hacéis aquí?
Por amor de Dios, quitaos eso,
debéis ofreceros desnuda a vuestro marido.
¿Verdad que es apetecible, hermano?
Sí que lo es.
¡Niña!
No huyáis.
¡Aah!
¡Quieta! ¡No!
Quieta. ¡No!
¡No!
Ahora es nuestra.
¡No, no!
Vuestro esposo es vuestro señor, dueño de vuestro cuerpo.
¡No, no!
¡Apartaos!
¡Apartaos!
¡No!
Apartaos, Pacheco.
¡Apartaos de mi señora!
Es inútil que huyáis,
tarde o temprano tendréis que entregaros a un hombre.
Gracias.
Haría cualquier cosa por vos.
Cualquier cosa.
(Jadea): No...
Despertad, señora, ha sido un mal sueño.
Calma, no pasa nada.
Pronto tendrá un marido y no tendrá que dormir sola.
(Dicta): Muy alto príncipe y poderoso rey y señor.
Sabéis que tras la muerte del rey don Alfonso,
hermano vuestro y mío,
pude retener la Corona que él obtuvo en vida.
Pero por vos, el bien, la paz y el sosiego
opté por respetaros como rey
y ser la legítima sucesora y heredera.
¿Os encontráis bien?
No tenéis buena cara.
No dormí bien anoche.
(Dicta): Sin embargo,
vuestra majestad quebrantó los pactos firmados en Guisando,
dilató lo prometido,
y sin consultar conmigo
quiso casarme con el rey de Portugal.
Luego me prometió con el duque de Guyena,
excelente y noble príncipe, pero que me alejaría de mi patria.
Esa era la idea, ¿no?
Consulté a grandes, prelados y caballeros,
súbditos vuestros y servidores de Dios,
con quién debía casar por el bien de Castilla.
Por su propio bien querrá decir.
Y todos loaron y aprobaron mi matrimonio con Fernando,
príncipe de Aragón, rey de Sicilia,
con quien tanto vos como yo compartimos estirpe y lazos.
Al fin muestra sus cartas.
Vuestra majestad dio orden de apresarme,
mandó a los vecinos de Madrigal que me prendieran
y por ello tuve que llegar a Valladolid
con la ayuda del muy reverendo en Cristo,
don Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo.
Ahí tenéis el cerebro de esta sedición, majestad.
Isabel ha demostrado tener seso suficiente
para decidir por sí misma todos sus pasos,
demasiado seso, me temo.
Continuad, Cabrera.
Os suplico, rey y señor nuestro,
cesen ya estos agravios.
No van a cesar, sabéis que no van a cesar.
Por mi parte os aseguro que tanto yo...
Como el rey de Sicilia
os prometemos obediencia como nuestro señor.
Solo falta vuestra rúbrica, majestad.
No obligaré al rey a entrar en guerra,
yo no la deseo, y él menos.
Enviad esta carta, espero respuesta.
No hay respuesta,
no tengo por qué darla.
¿No estaríais mejor sentada?
No estoy enferma, estoy embarazada.
Ya, pero...
Ya sé que parezco una hogaza gigante.
Una hogaza deliciosa.
Ay, dejadme, no estoy para lisonjas.
Lo siento,
es que no lo puedo superar.
No puedo aceptar que Isabel me engañara con lo de la boda.
Os engañó a vos
y al rey.
Pensad en el lado positivo.
¿Lo hay?
Sabía que nuestro amor es tan fuerte
que si os hubiera dicho la verdad me la habríais dicho a mí.
Porque me la habríais dicho, ¿verdad?
Sí, pero con la condición de que no se la hubierais dicho al rey.
Entonces, mejor que os mintiera,
no me hubiera gustado verme en ese brete.
Nunca hubiera imaginado que Isabel me mintiera,
soy como su hermana mayor, su mejor amiga.
Además, Isabel es muy creyente
y mentir es uno de los pecados que más aborrece desde niña.
Ya lo veis,
la política convierte hasta al más creyente en pragmático
y mentiroso.
¿Qué va a pasar ahora? -No lo sé.
Isabel ha escrito una carta al rey pidiendo que respete su decisión
y le promete lealtad hasta la muerte,
como juró en Guisando, pero el rey está indignado.
¿Y Pacheco?
¿Qué os puedo decir que no sepáis?
Pacheco... es Pacheco.
Nada bueno puede salir de esto. -No.
Pobre Isabel.
¿Pero no estabais indignada con ella hace un momento?
Sí, pero la quiero con toda mi alma
y no dejo de pensar en ella, no lo puedo evitar.
¿No queríais una respuesta de Enrique?
Pues aquí la tenéis.
Ha reforzado las patrullas en los pasos de Castilla y Aragón,
en Calatayud no se puede pedir un vino en una taberna
sin que se entere Pacheco.
¿Entonces?
No podéis reuniros con Fernando en Aragón.
Imposible, dudo que Fernando pueda cruzar la frontera
sin llamar la atención.
Si yo no puedo ir a Aragón y el no puede venir a Castilla,
¿cuál es la solución?
Cárdenas irá a la Corte de Aragón. ¿Cárdenas?
Que hable con Fernando y el rey Juan,
le cuente la situación y vea qué están dispuestos a hacer.
Como ordenéis.
¿Cuándo podéis partir? Hoy mismo.
Tened mucho cuidado, os lo ruego.
Por la cuenta que me trae, señora.
Monseñor, decir lo que tengáis que decir;
no os vayáis a envenenar.
Cuando tuve que rescatarla en Ocaña,
creí que quedó claro que se jugaba con mis normas,
debería dejarse aconsejar por los que saben.
Y lo hace. Pues no lo parece.
Pero es ella la que decide. Eso ya lo veremos.
¿Qué insinuáis?
(Suspira): ¿No estaréis intentando maniobrar a mis espaldas?
Nunca lo haría,
de hecho, deberías darme las gracias por maniobrar a espaldas de Isabel
porque aún no sabemos que de Véneris haya conseguido la bula del papa.
No, pero las noticias de Aragón son esperanzadoras,
el rey Juan cree que podremos conseguirla.
Dios quiera que así sea.
Se consiga o no, estoy con vos en esta mentira.
¿Os parece poco apoyo, Carrillo?
Majestad.
El sobrino de Chacón viaja para verse con Fernando.
No veo motivo para esa sonrisa en vuestro semblante.
Fernando no se va a encontrar con él.
Continuad.
Los nobles catalanes han vuelto a darle guerra al rey Juan,
ha mandado a su hijo al frente de sus tropas.
Vaya, me tranquiliza saber
que no soy el único rey con problemas.
¿Y eso lo sabéis...? Tengo oídos en la Corte aragonesa.
No esperaba menos de vos.
Con un poco de suerte, Cárdenas hará el viaje en balde.
Con un poco de suerte,
una espada catalana nos dará una alegría.
Nada os agradaría más. Pocas cosas.
Es un disparate, todo esto es una locura,
la boda de Isabel y Fernando,
y los aragoneses lo saben, han pinchado en hueso.
¿Qué van a hacer, enemistarse con Castilla?
¿Más todavía con Francia, con Roma?... No.
Estando detrás mi tío Carrillo, no estaría tan tranquilo.
Vuestro tío es arzobispo,
pero la bula que necesitan solo la puede dar el papa.
Y no la dará nunca.
No lo entiendo, habíamos concertado una reunión.
¡Pues no va a poder ser! Aragón tiene sus propios problemas,
y el príncipe de Aragón se debe, ante todo, a Aragón.
¿Tan difícil es de entender?
Y encima tenéis la osadía de pedirme
que mi hijo se juegue la vida entrando en Castilla.
No, bastante hemos tragado ya con vuestras imposiciones.
Majestad, he corrido riesgos, ¿he venido hasta aquí para esto?
Pues podéis volver a Castilla cuando deseéis,
y que tengáis buen viaje.
No es posible, tengo que volver a hablar con él,
concertarme una audiencia. -No puede ser.
El rey ha hablado y no es mi deber llevarle la contraria.
Entiendo.
Cárdenas,
su majestad gusta de escuchar maitines
en una capilla de la catedral, si coincidís allí casualmente...
No es bueno que durmáis tan mal, señora,
necesitáis descanso para los días que vienen.
No os preocupéis, estoy bien.
¿No tenéis trabajos que hacer?
No quiero volver a verlos en esta casa.
Pero, señora, son buenos chicos. Se comportan como animales.
Se comportan como recién casados.
Acaban de contraer nupcias,
son jóvenes, están enamorados.
Están en esos momentos en que no desean otra cosa
que la presencia de su amado,
son momentos que deberían durar siempre.
Vos lo entenderéis pronto, señora.
Cantos gregorianos
Tranquilizaos. ¿Os envía Peralta?
Esperaba ver al rey.
Tendréis que conformaros con su hijo.
Rezad.
Os hacía en Cataluña. Vos y todo el mundo,
excepto mi padre, Peralta
y los hombres que han de acompañarme a Castilla;
dejé bien claro que nadie más debe saber cómo llegaré allí.
¿Sabe vuestro padre que os estáis viendo conmigo?
Sí.
Siento tener que hablar con vos de esta manera,
pero vuestro rey parece tener ojos y oídos en nuestra Corte.
Esos ojos y oídos son de Pacheco.
El mismo que ha puesto hombres en los pasos fronterizos
para impedir que entre en Castilla.
¿Y cómo pensáis llegar hasta Valladolid?
Eso es mejor que no lo sepáis.
Vos regresad a Castilla,
y regresad ofendido por el feo que se os ha hecho.
Y vos, ¿cuándo iréis?
Os juro que allí estaré, confiad en mi estrategia.
Pero, ¿cómo sabremos que habéis entrado en Castilla?
Os lo haré saber.
Dar mis recuerdos a la princesa.
¿Seguís sin dormir bien?
Me cuesta conciliar el sueño, pero no os preocupéis por mí.
¿Sabéis algo de vuestro sobrino? Aún no.
¿Estáis preocupado por él?
Mi sobrino cumple su deber, como todos aquí.
Seguimos sin respuesta del rey.
No creo que debamos esperarla ya,
si es que alguna vez debimos.
¿Vos también creéis, como Carrillo, que nunca debí mandar esa misiva?
Vos sois la princesa, vos sois quien toma las decisiones.
A veces creo que monseñor no opina lo mismo,
¿no os da esa sensación?
Señora, opinar no es mi cometido.
Hablad libremente, os lo ruego.
Os lo ordeno.
Monseñor Carrillo solo es leal a sí mismo.
Vos sabéis mejor que nadie que de no ser por Carrillo
la princesa nunca hubiera podido escapar de Pacheco.
Lo sé, señor.
Como también sé que nunca lo hubiera hecho
si no estuviera pensando en su propio beneficio.
Dejadlo,
él no tiene la culpa, he sido yo quien le ha preguntado.
Os ruego que me disculpéis.
Señora.
Cuando mi hermano Alfonso se reunió con el Señor,
sus últimas palabras...,
me dijo que solo podía confiar en dos personas:
en vos y en Gonzalo.
Ya sabéis que no dudo de su fidelidad hacia vos,
lo que me preocupa es que sea algo más que fidelidad.
Tened por seguro que ese problema no existe.
¿Ha acabado ya la señora?
Tengo que haceros una pregunta.
¿Hay algo entre la princesa y Gonzalo?
Señor, si lo hubiera, yo ya se lo hubiera contado.
Vos sabéis lo agradecida que os estoy por meterme a su servicio.
Os prometí cuidar de ella y teneros al tanto de todo.
Entonces, no hay nada.
Nada de que preocuparme.
Él está enamorado de ella, eso lo ve hasta un ciego.
¿Y ella de él?
Le tiene afecto, sin duda, pero no del que vos teméis.
Al contrario,
no hay ninguna obligación como reina que le aterre más
que sus deberes como esposa.
Os hacía en Cataluña guerreando espada en mano.
Y al final...
vos y vuestra espada...
habéis venido a guerrear aquí.
Pensaba que no iba a veros nunca más.
Lo de Cataluña era un engaño,
tenemos espías castellanos en palacio,
no podemos fiarnos de nadie.
Parto mañana, pero para Castilla.
Voy con dos hombres de confianza,
se harán pasa por comerciantes, y yo por su mozo de mulas.
¿Por qué me lo contáis a mí?
¿Y si yo fuera una espía?
Así que vos su criado...,
mal sirviente hacéis.
¿Por qué?
Si en el fondo,
todo esto parece una novela de caballerías.
Yo seré el caballero que se disfrazará
y correrá aventuras y peligros para conseguir a su dama.
Sí, es cierto.
Además, ella es rubia y virtuosa,
es acechada por malvados, está en peligro...,
como en las novelas.
Exacto, es todo como en las novelas,
solo faltan los monstruos.
Sí, pero dejadme recordaos algo de esas novelas:
el héroe nunca obtiene la pasión y los placeres en la dama rubia.
Los encuentra en otras mujeres que nunca serán su esposa.
Está bien por hoy, gracias.
Puede retirarse.
¿Qué deseáis?
Venía a haceros dos preguntas.
¿Tenéis algún problema con monseñor Carrillo?
Yo os he preguntado, no temáis responder.
Monseñor y su sobrino, el marqués de Villena,
yo los he visto a las órdenes de don Alfonso, que en gloria esté.
Tío y sobrino son iguales,
para ellos un bando u otro es indiferente.
Agradezco vuestra sinceridad.
Mi deber no es opinar,
mi deber es servir y proteger a la princesa,
nada más.
Eso me lleva a mi segunda pregunta.
Hasta ahora habéis sido el guardián que la defendió de otros hombres,
¿sabréis seguir siéndolo cuando otro hombre ocupe su alcoba?
Ante esta pregunta no espero que me deis respuesta.
Por Dios, ¿cuándo pararán los problemas en Andalucía?
¿Es que los nobles de esa tierra nunca me van a dejar en paz?
Peor están las cosas en Trujillo.
Pero, ¿qué le pasa a todo el mundo? El dinero, majestad.
O mejor dicho, la falta de él.
¿Y Aragón, qué sabemos de los viajes de Cárdenas?
Se debió pasar de vuelta por Calatayud.
¿Solo o con Fernando?
Solo y con mala cara.
Entonces, ¿por qué la vuestra no es buena?
Porque pese a lo que dijeron nuestros espías,
a Fernando no se le vio en Cataluña.
Y es extraño, porque él no se pierde un combate.
¿Dónde está entonces?
No lo sé, majestad, pero permitidme un consejo:
mandad tropas a Valladolid antes de que sea demasiado tarde.
¿No os parece que ya tengo suficientes frentes abiertos?
Vigilad las fronteras, solo tenéis que detener a un hombre.
Como ordenéis, señor.
Música y jaleo
Todo bien hasta ahora.
Sí, pero todavía estamos en Aragón.
Habrá que preguntar si hay alojamiento.
Seguid sentado, recordad que el criado soy yo.
Supongo que querrán una jarra de vino los señores.
Señor, disculpad... Ramiro.
Sí, una jarra de vino estaría bien.
¿Así le pediríais algo a vuestro criado?
Y traed una jarra de vino, inútil.
Sí, señor.
Algo me dice que llegaremos a Castilla
y no me acostumbraré a tratarle como un criado.
Somos soldados, no cómicos,
cualquier día nos piden que vistamos faldillas.
No parece muy eficiente vuestro mozo,
creo que necesitáis otro sirviente más.
No, con este nos basta.
¿Hasta Valladolid? Es un camino muy largo.
El dinero no será problema,
puedo dormir con vuestro sirviente.
Ya sabía yo que no ibas a ser buen siervo.
¿Qué creéis que estáis haciendo?
Me apartaré de vos cuando lleguéis junto a vuestra princesa,
pero ni una noche antes. Estáis loca.
Volveré antes de que entréis en Valladolid.
Seré un mozo, como vos.
"In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti, amen".
Campanas
Ave María Purísima. Sin pecado concebida.
Confesé esta mañana, padre.
No habéis tenido tiempo para cometer muchos pecados.
Espero no haberlos cometido,
pero no es por eso por lo que acudo a vos.
Necesito consejo, padre.
Próximamente voy a contraer matrimonio.
Enhorabuena, hija.
Pero hay algo, algo inherente al Sacramento que...
temo la consumación, padre.
¿Amáis a vuestro futuro esposo? No se trata de eso.
La sola idea de compartir lecho,
de dejar que un hombre haga...
haga conmigo...
Lo que hacen los esposos con las mujeres.
Solo pensarlo me resulta insoportable.
Conforme se aproxima la fecha de la boda y ese momento,
yo no puedo soportarlo.
¿Habéis pensado en tomar los hábitos?
Muchas veces, padre, pero debo casarme.
Ruego no me preguntéis por qué.
¿Qué debo hacer, padre?
Hija, os deberéis a vuestro esposo, seréis su mujer
y no deberéis negarle el uso del matrimonio
tantas veces como os lo requiera.
¿Aunque me repugne?
No es algo que debéis hacer por placer,
sino por obligación; no olvidéis que sois una mujer.
¿Hija?
Habladme de ella.
Poca cosa sé, no la conozco.
Algo sabréis.
Pues parece que es... muy beata.
Según dicen, inteligente,
ha sido educada como una princesa y se nota:
toma sus propias decisiones.
Y tiene mucho carácter y mucho genio,
pero ya me encargaré yo de eso.
¿Os sirve para haceros una idea?
Perfectamente,
y no es como las mujeres a las que estáis acostumbrado,
eso os lo aseguro.
¿Importa eso? Mucho.
Por lo que me decís, ella es religiosa, virgen,
probablemente poco sensual,
pero también inteligente, recta y orgullosa.
Vaya, parece que la conocéis.
Conozco a muchas como ella,
pero parece que ella no es como ninguna que conozca:
tiene un reino detrás, y ella lo sabe.
Me da igual lo orgullosa y decidida que sea,
pronto será mi esposa y habrá de hacerse lo que yo diga.
Estáis muy equivocado.
Aprovechad para aprender humildad en este viaje,
ahora que sois criado.
Soy hombre, rey e hijo de reyes,
ninguna mujer me va a decir lo que debo hacer.
Pues o mucho me equivoco, o más vale acostumbraros.
Quizá no sea yo el que deba acostumbrarme a ser humilde.
¿Quién es ese?
Es un comerciante de paños, dice que viene de Soria,
y que nunca ha visto tantos hombres armados
cerca de la frontera.
¿Saben de vuestro viaje? Lo sospechan.
No podemos pasar por Calatayud. Sería una locura.
¿Cuál puede ser el camino más seguro?
Seguro no hay ninguno.
No seáis pesimista, hay uno que nos puede servir:
el puerto de Bigornia, entre Berdejo y Gómada.
¿Bigornia, con este tiempo? Además, está plagado de salteadores.
Pues ese es el camino.
Pero no es travesía para una mujer.
Como sigáis haciendo de menos lo que puede o no hacer una mujer,
os auguro una difícil estancia en Castilla.
Ahora mismo traemos vuestros desayunos, señores.
No sé qué es más peligroso,
si el puerto de Bigornia o esta bendita mujer.
Quería presentaros mis respetos antes de volver a Roma.
¿Conocéis mis planes para el monasterio de Santa Engracia?
Seguidme, seguidme.
La milagrosa curación de mi vista obedeció a la intercesión de la Santa
y espero que Carrillo haya sido suficientemente generoso.
Lo sé, lo sé, pero os digo lo que le dije a él:
va a ser difícil.
¿Le habéis explicado dónde irán las reliquias
de Santa Engracia y San Lupercio?
Sí, aquí, mirad, mirad.
Yo os digo lo que seguramente él os respondió:
sea como sea habrá de hacerse.
Sé que no veré finalizada esta obra.
Majestad, sin duda lo veréis a la diestra de nuestro Señor.
Pero sé que mi hijo la llevará a buen puerto.
Mirad, no tengo suerte yo con Roma, nada de lo que pido se me concede,
pero en esta ocasión tenéis que hacer que se firme esta bula.
¿Queríais verme, majestad?
Sí, preparaos, partimos para Trujillo.
¿Ahora?
Ahora, la revuelta ha ido a más y hay que evitar que se expanda.
¡Daos prisa! Los hombres están preparados.
No tardaré, señor.
(Susurra): Id a mi despacho, tenemos que hablar.
Es el rey, es su decisión. -Pues habrá que hacer que cambie.
¿Es que nadie se da cuenta de lo que está pasando?
Hay que evitar esa boda como sea, hay que matar a la alimaña
antes de que crezca ¡y nos saque los ojos!
¿No tenéis controlados los pasos fronterizos?
¡Pero eso no garantiza nada!
Es más fácil parar a un ejército que a un solo hombre.
El rey lo tiene muy claro, no habrá bula de Roma,
y sin bula no hay boda.
Conozco a Isabel, jamás haría nada en contra de la Iglesia.
Y yo conozco a Carrillo,
está apostando muy fuerte y no se detendrá ante nada.
¿Ni ante el papa? -¡Ante nada!
Marqués, yo soy hombre de números y dineros,
no de intrigas y batallas, lamento no poderos ayudar.
Si vos, siendo quien sois, no podéis convencer al rey,
¡menos podré hacerlo yo!
O evitamos esta boda
o pronto ninguno seremos quienes somos.
No parece haber nadie.
¿Quién va a haber en este sitio perdido de la mano de Dios?
Por eso es el sitio adecuado.
¿Tenéis frío?
Todo.
¿Os dais cuenta de que hoy estáis cruzando de uno a otro reino,
pero que mañana reinaréis sobre ambas tierras?
Eso será mañana, señor porque lo que es hoy...,
como nos descubran aquí, lo vamos a pasar muy mal.
Qué razón,
hasta que no lleguemos a una villa afín a Carrillo
no estaremos a salvo.
¿Y cuál es la más segura? -Burgo de Osma.
En marcha, ¡hia, hia!
¿Hay noticias de Fernando? De momento ninguna, señora.
Es ahora o nunca,
Enrique ha llevado el grueso de sus tropas a Trujillo,
Pacheco ha ido con él.
Es el momento, un golpe ahora sería definitivo.
Monseñor.
No tiene tropas para combatir en todos los frentes,
hay que aprovechar la oportunidad. ¡He dicho que no!
Es pan para hoy y hambre para mañana,
sería volver a una guerra civil.
No se puede reinar teniendo miedo a las guerras.
Y tampoco provocarlas con la alegría de una justa entre caballeros.
La gente muere, el país se empobrece.
No pienso heredar un país en ruinas.
Si me disculpáis, iré con ella.
¡Esta niña no sabe todo lo que he hecho por ella!
Lo sabe, la princesa lo sabe.
Si no fuera por mí todavía estaría encerrada en Ocaña,
o durmiendo con un viejo portugués que podía ser su abuelo.
Y estad seguro que ella os lo reconoce, monseñor.
Una mujer, una niña, no puede asumir estas responsabilidades.
Le falta carácter, es débil.
Nadie conoce a la princesa mejor que yo,
y os aseguro que si algo no le falta es carácter.
Pues si tanto la conocéis,
¿no veis lo que veo yo estos últimos días?
Duda, flaquea, está más insegura de lo que en ella es habitual.
Creedme, sus dudas no son de Estado sino más personales
y ante eso, vos y yo poco podemos hacer.
Dicen de la princesa Isabel que es muy beata.
Pues menuda le espera a la beata.
Hasta ahora bastaba que expresarais vuestros deseos
para que las mujeres se afanaran en cumplirlos.
No os engañéis,
muchas de ellas los cumplieron sin saber que era hijo del rey.
Nunca me gustó jugar con ventaja en determinadas lides,
y mucho menos en las del amor.
Si lo que consiga de una mujer va a ser por llevar una corona,
mal rey sería por aprovechado.
Y aún peor hombre por débil.
Así que dejad de darme lecciones, Aldonza,
os las agradezco y sabéis lo que os aprecio.
Tanto que si no tuviera obligaciones nada me apartaría de vos.
Yo solo quería ayudaros.
Lo sé, lo sé, pero estad tranquila.
¡Ah, maldita sea!
Dadnos todo lo que llevéis.
Todo: la carreta, las mulas.
Vosotros dos, bajad de los caballos y dadnos vuestras ropas.
Por Dios.
De verdad, no queréis hacer lo que vais a hacer.
¿Queréis que os atemos a un árbol hasta que lleguen los lobos?
Como gustéis, no digáis que no os advertí.
Largo, largo.
Vuestro futuro esposo corre grandes riesgos viniendo aquí.
Sí, eso parece.
Como los héroes de las novelas: desafiando peligros,
corriendo aventuras para rescatar a su amada.
Yo aún no soy su amada, no nos conocemos.
Catalina,
¿cómo fue vuestra boda?
Desde luego, no como la vuestra, señora.
No como la de una princesa.
¿Amáis a vuestro esposo?
Es mi esposo.
¿Pero sois feliz?
Hay momentos en los que sí, otros no tanto.
Pero si lo que me preguntáis
es si me alegro de tenerle en casa por las noches,
sí, me alegro.
Pero nada de lo que yo os diga os será de utilidad,
yo no soy vos, yo no soy una princesa.
A veces he deseado no serlo.
¿Damos la vuelta?
Seguid, y que sea lo que Dios quiera.
¡Ho!
¿Dónde se dirigen y con qué razón?
A Burgo de Osma, a la feria.
¿Podéis enseñarme las manos?
¿Sois mozo de estos hombres? Sí, sí lo soy.
Vuestro aire es el de mozo, ni de estos hombres ni de ninguno.
Os puedo asegurar que estos señores...
Dudo que vos sirváis,
más bien parece que os sirven.
Preguntad a mis señores. No, os lo pregunto a vos.
Porque si sois quien creo que sois,
no tenéis más señor que un rey, y no el de Castilla.
Y si sois quien creo que sois,
no deberíais pasar por Almazán camino a Burgo.
Almazán está en manos de los Mendoza, señor.
Somos hombres del arzobispo de Toledo,
así que no es necesario que saquéis vuestra arma.
¿Sois hombres de Carrillo?
Suponíamos que os dirigíais a Burgo y que pasaríais por Almazán
y que si no lo impedíamos os apresarían allí.
¿Qué ruta hemos de seguir? Nosotros os acompañaremos.
Pero, señor. Sí.
Hasta llegar a vuestro destino
es mejor que sigáis siendo mozo de mulas.
No sabéis la suerte que habéis tenido con que os haya reconocido a tiempo.
No menos que vos por no haber tenido que empuñar vuestra espada.
¡Ha!
Fernando ha entrado en Castilla,
mis hombres lo escoltan en secreto hasta Burgo de Osma.
¿Entonces, estará aquí?
En dos jornadas podréis abrazar a vuestro futuro esposo.
Deberíamos organizar una recepción para darle la bienvenida,
¿os parece bien?
Sí, de acuerdo.
Cárdenas. Señora.
Quiero dictaros una carta anunciando al rey
la llegada de mi futuro esposo.
Por el amor de Dios,
¿pero se puede saber qué necesidad hay de tanta carta?
Es mi deber para con el rey.
Ni vos ni yo tenemos ningún deber para con el rey,
y si me hubierais hecho caso él ni siquiera seguiría siendo rey.
No seré yo quien empiece una guerra.
¿Y qué creéis que ocurrirá cuando se entere
que os habéis casado en contra de su voluntad?
¿Que no habrá una guerra? No le daré motivos.
Le dije que le respeto como mi rey.
(Suspira): Por los clavos de Cristo,
vos no tenéis ni idea de cómo son estas cosas.
¿Por qué no me escucháis?
Todos los consejos que os doy caen en saco roto.
Creo que tengo derecho a saber si lo que yo digo sirve para algo,
quiero saber si me tenéis en cuenta.
Os ruego nos dejéis a solas a su eminencia y a mí.
Señora, me veo en la obligación de recordároslo.
Yo convencí a los aragoneses, yo os saqué de Ocaña,
yo he traído a Fernando, yo... Vos habéis hecho que yo esté aquí.
Lo sé,
y ni por un momento lo dudéis.
Sin vos nada hubiera sido posible, os debo mucho.
Vuestro futuro y el de Castilla serán dorados con la ayuda del Señor,
y quiero saber si yo estoy dentro o fuera de ese futuro.
Dentro, monseñor.
Dentro.
Si viene de Burgo de Osma por fuerza ha de pasar por Dueñas.
Esperadle allí, no quiero que pase nada.
No os preocupéis.
La princesa os espera para dictaros la carta.
Levantaos, levantaos.
Santidad, os traigo saludos
de su eminencia el arzobispo de Toledo
y de su majestad el rey de Aragón.
¿Y qué quieren?
Ofreceros todo su apoyo para vuestra cruzada,
apoyo financiero.
Y el compromiso de expulsar definitivamente
al infiel de la Península. -Ya.
¿Y a cambio de qué?
Una bula para que Isabel de Castilla case con Fernando de Aragón,
como sabéis, les unen lazos de parentesco.
Lo sé, pero Enrique ya solicitó una bula
para que Isabel casara con el rey Alfonso de Portugal,
y la concedí.
Comprenderéis que no puedo otorgar a la misma dama dos bulas distintas
para casar con pretendientes distintos.
Santidad, si hay algo que os puedo asegurar
es que doña Isabel no va a casar con el rey Alfonso.
Ya veo.
Por ello me permito solicitar... -Lo meditaré.
No puedo prometeros más.
Vocerío
Bienvenidos a Castilla, majestad.
Podemos dar por acabado el teatro.
Supongo que lo estaréis deseando.
¿Podréis proporcionarnos ropas más adecuadas?
Por supuesto, aunque no creo que sean dignas de un príncipe.
Cualquier cosa mejor que esto.
Y al otro mozo, le convendrían ropajes de mujer.
Sí, ropajes de mujer,
y si es posible, mañana un transporte para Zaragoza.
Por supuesto, haremos noche aquí y mañana partiremos para Valladolid,
ahí os esperan para presentaros a la princesa.
Con respecto a...
No os preocupéis, la discreción será máxima.
No solo os pido discreción,
la quiero de vuelta en Aragón sana y salva,
preparad las medidas que sean necesarias.
Gonzalo.
(Sorprendido): Señora.
Le pido disculpas.
¿Tenéis un momento?
No es fácil esto que he de deciros.
No lo es para mí y supongo que menos para vos.
Me habéis servido más y mejor de lo que se os ha podido pedir.
Habláis como si fuera a dejar de hacerlo.
No es asunto que por decoro hayamos podido hablar,
pero aunque no sepa mucho de estas cosas imagino...
lo difícil que ha tenido que ser para vos esta situación.
Señora... Hablamos de lo que iba a ser.
Ahí las palabras son fáciles de decir,
pero ahora lo que iba a ser ya es una realidad.
Mañana, pasado lo más tardar estará aquí
el que ha de convertirse en mi marido.
Y calculo que la boda se celebrará en breve.
Agradezco en el alma todo lo que habéis hecho por mí,
pero no tengo corazón para pediros que sigáis a mi lado.
Si queréis marchar lo entenderé,
ahora más que nunca.
Señora, os lo repito y lo diré mil veces si hace falta:
vos vais a ser reina y yo solo soy un soldado,
lo sé, y también cuál es mi sitio.
Os ruego, por favor, que me dejéis seguir sirviéndoos.
No quiero que estéis mal.
Peor estaría no haciéndolo.
Ya volvéis a parecer vos. No del todo.
Qué triste es el vestir castellano, por Dios,
ni un color, ni una alegría.
¿Y qué fue del mozo Alonso? Se fue con el otro mozo.
Y acostumbraos a que esa sonrisa no os gane el perdón.
Bueno, no siempre.
Es hora de despedirme.
Gracias por todo, Aldonza.
Sois vos quien merecéis esas gracias.
Sé que no os gustan mis lecciones,
pero permitid que me despida con un consejo.
Tened paciencia con Isabel,
no pretendáis que sea como no es,
amadla como es,
y si no conseguís amarla; respetadla.
Os deseo que seáis feliz con vuestra esposa.
Volveremos a vernos.
Si alguna vez lo deseáis, no podré rechazaros.
¡Arre!
Espero no volver a tener noticias de Trujillo
durante una larga temporada.
Cabrera, estáis aquí, ¿alguna novedad en nuestra ausencia?
Llegó esta carta para vuestra majestad,
desde Valladolid.
Pacheco. Señor.
Os doy mi enhorabuena,
Fernando de Aragón ya está en Castilla.
Señor.
Un hombre, un solo hombre,
debíais evitar que tan solo un solo hombre cruzara la frontera,
y no habéis sido capaz.
Os aconsejé una y mil veces
que enviarais vuestras tropas a Valladolid.
¡Y una y mil veces os dije que no!
Para iniciar guerras no os necesito, os necesito para evitarlas.
Me necesitáis para ver el futuro porque sois incapaz.
Marqués.
¡Os dije que era un plan de Carrillo,
que no se detendría ante el papa ni ante nada!
¡Que era un plan contra vos y contra el trono!
¿Me escuchasteis? ¡No!
¡Anduvisteis con medias tintas, como siempre!
¡Actuad, haced algo,
repudiar a Isabel, nombrar heredera a Juana!
(Grita): Comportaos como un rey por una vez.
Ahora queréis declarar legítima heredera a mi hija,
después de haber proclamado a los cuatro vientos
que ni siquiera era hija mía.
Arreglad ahora lo que no supisteis evitar,
arreglad este desaguisado.
Este vino es de Uclés,
y estaba esperando una oportunidad que lo mereciera para ser abierto.
Por Fernando e Isabel.
Y por nosotros, que lo hicimos posible.
Mañana, Isabel y Fernando al fin se conocerán.
Cuánto hemos luchado para que llegue este momento.
Habrá que empezar con los preparativos de la boda,
y no estamos para grandes dispendios.
Dejadlo de mi cuenta.
¿Pensáis ser el padrino?
No, pienso ser el que los case.
Perdón.
Ya solo falta
que sean buenas noticias de monseñor de Véneris
para que mi felicidad sea completa.
¿De Véneris?
No.
No, pero debo abandonaros, disfrutad del vino.
Conversaciones animadas
Sobrino. -Monseñor.
Qué sorpresa encontraros en este lugar.
Sois mi tío y os aprecio,
por eso estoy aquí: para evitar que cometáis un error.
Detened esa boda, por lo menos alejaos de ella.
Tendrá consecuencias terribles para Isabel
y no me gustaría que las sufrierais por estar a su lado.
Esto es indigno de vos, sobrino.
No pretendáis ganar la mano cuando se ve que no tenéis cartas.
¡Por Dios! He dejado un vino mil veces mejor que este
para venir a escucharos.
Veo que para Enrique
las cosas están mucho peor de lo que imaginaba.
No sabe lo que hace,
tiene ojos y no ve, no escucha.
Cuando se quiera dar cuenta le habrán quitado el trono.
¿Queréis hacer más corta la espera?
Puedo menguar sus tropas, pasarlas al bando de vuestra princesa
en meses, semanas las tendríamos en Segovia.
¿No habéis cambiado de bando ya demasiadas veces?
Yo soy como vos, tengo vuestra misma sangre.
Ellos no son nada sin nosotros.
No tenemos otro bando que nosotros mismos.
No.
Vos ya habéis jugado y habéis perdido,
y ahora es demasiado tarde para volver a cambiar las cartas.
Lo que voy a conseguir está mucho más allá
de lo que nunca soñamos.
Sin sentarme en el trono seré rey.
Con eso ha de sobrar.
¡Qué vino más malo!
¿Soy un incapaz como rey, Cabrera?
¿Perdón, majestad? Me habéis oído perfectamente.
No señor, no sois un incapaz.
¿Sois sincero o lo decís por obediencia?
Soy sincero.
Me alegra oír eso,
porque no es solo Pacheco el que lo piensa.
Don Diego Mendoza solo sabe darme consejos,
¿y por qué me los da?
Porque cree que no soy capaz.
Pero él es más amable
y su lealtad a la Corona es tal que si le digo que no me...
moriría reventado.
Pero majestad. Dejadme acabar.
Y bebed algo de vino de una vez.
Hasta yo mismo he dudado de si soy un buen rey,
y sabe Dios que quiero lo mejor para mi pueblo
y que siempre que he podido he evitado derramamientos de sangre.
Pero no debo ser un buen rey cuando mi propia hermana me engaña
para casarse con Fernando.
Calmaos, señor. ¡No quiero calmarme!
A veces sale dentro de mí una ira que nunca he tenido,
una sensación de que tengo que ser violento,
fuerte, injusto si es necesario para mantener a tanta gente a raya.
Esa es la única manera, y me he dado cuenta tarde.
Todo se arreglará, ya lo veréis.
¿Y sabéis por qué se arreglará?
Porque pago tanto dinero al papa de Roma
que no dará la bula a Isabel, no le saldría rentable.
El dinero mueve el mundo, Cabrera, no lo mueve la justicia,
ni el amor, ni el respeto,
ni la fe en Dios, cualquiera que este sea.
Todo lo mueve la violencia y el dinero.
A veces desearía vivir en el bosque,
como los animales.
Ellos solo matan cuando tienen hambre
y la naturaleza les regala todo lo que necesitan.
Nadie les aturde con palabras ni intrigas.
Los animales no tienen que portar anillo ni Corona
para hacerse respetar.
Cómo les envidio.
Catalina, ¿la señora?
En sus aposentos.
¿Aún duerme a estas horas?
Lleva mucho tiempo despierta,
si es que ha dormido algo en toda la noche.
¿Ocurre algo?
Está rezando.
Iré a llamarla, hoy va a ser un día muy largo.
Señor, la infanta se encuentra muy sola,
necesita una mujer con la que hablar de ciertos temas:
una madre, una hermana, una amiga; yo no soy quién.
Excelencia, su majestad quiere veros.
Perdonad lo que pasó a la vuelta de Trujillo.
Yo...
Majestad.
¿Qué tal está vuestro tío?
¿Os reunisteis con Carrillo?
Entusiasmado con los preparativos de la boda,
pareciera que fuese él quien se casa.
¿No le ofrecisteis vuestros servicios?
Parecéis estar últimamente más de acuerdo con él que conmigo.
No podría, mi fidelidad a vos me lo impide.
Deberíais admitir vuestro error.
Carrillo no ha enviado tropas a ningún lado,
Isabel me reitera su obediencia en cada carta que me envía.
Se va a casar contra vuestra voluntad.
Esa boda no se va a celebrar, nunca.
Pero no lo impediréis vos, pese a ser vuestra misión;
lo impedirá el santo padre.
Si no hay bula, no hay boda.
Y me da igual que Fernando esté en Valladolid o en Constantinopla.
Música
Me parece que nuestro príncipe lo va a pasar muy mal aquí.
O muy bien.
Tuve que entrar en la casa de Ocaña espada en mano,
si no llego a tiempo, a estas horas en vez de casar con vos
Isabel estaría en Sintra o encerrada en una torre.
¿Quién es aquél caballero?
Parece muy interesado en mi presencia.
Gonzalo Fernández de Córdoba,
fue la otra espada que salvó a Isabel en Ocaña,
¿verdad, monseñor? Así es.
¿E Isabel?
Está a punto de llegar.
Llaman a la puerta
Adelante.
¡Adelante!
Alteza, don Fernando pregunta por vos.
¿Qué debo hacer?
Pues como infanta y anfitriona, recibirle.
¿Y como futura esposa?
Ahí, señora, me declaro incompetente.
Señora, habéis afrontado situaciones más complicadas que esta.
Lo dudo.
Ese es.
Disculpadme.
Alteza, permitid que os presente a don Fernando de Aragón.
Majestad, doña Isabel de Castilla.
Encantado, alteza.
No os inclinéis, no sois inferior a mí.
Es un honor conocer a la princesa heredera de Castilla.
También lo es para mí conocer al príncipe heredero de Aragón.
Y rey de Sicilia.
Mejor no molestemos a los príncipes.
¿La fiesta es de vuestro agrado?
No he hecho un viaje tan largo para venir a una fiesta.
¿Qué deseáis pues, señor? Estar con vos.
¿A solas?
Podemos salir al jardín.
Hace una noche demasiado fresca.
¿No hay un lugar en todo el palacio donde podamos hablar tranquilamente?
Tal vez mis aposentos.
Me parece un sitio perfecto.
¿Qué me queríais decir?
Que estoy encantado de comprobar vuestra belleza.
Sin duda ha merecido la pena el viaje.
Nos atacaron unos ladrones.
Habéis debido pasarlo muy mal hasta llegar aquí.
La verdad, ha habido de todo.
Gracias por el esfuerzo de venir.
Era mi obligación... y mi deseo.
Por las exigencias de vuestras últimas cartas
imaginé que seríais una mujer...
más arisca y fría.
Lamento haberos dado esa impresión.
No se conoce a una persona hasta que se la mira a los ojos.
Así que esta va a ser nuestra alcoba.
Sí, majestad.
Pues si estos van a ser nuestros aposentos
y vos mi esposa,
llamadme Fernando.
Recuerdo vuestra primera carta
cuando me dijisteis que como esposa mía que ibais a ser
haríais lo que os pidiera.
¿Seguís pensándolo?
Sí.
En ese caso,
volvamos a la fiesta.
¿Qué estará sucediendo ahí dentro?
Fernando ya está aquí y se van a casar,
lo demás no me importa.
Me habéis mandado llamar, santidad, ¿en qué puedo serviros?
Es sobre vuestra bula.
¿Habéis decidido ya?
He estado meditando largas horas vuestra petición
y he pedido al Señor que le ilumine.
¿Sabéis?
En lo más profundo de mi corazón nada me complace más
que el matrimonio de dos príncipes como Isabel y Fernando,
pero no puedo perder el favor del rey de Castilla.
Enrique es un aliado imprescindible para Roma.
Lo siento, no hay bula.
No hay bula.
¡Sabía que no se la darían, lo sabía!
Véneris ha fracasado. ¿Se lo vais a decir a Isabel?
Por Dios, ¿qué hace ese hombre aquí?
Carrillo le ha encargado que escriba sobre la boda,
los reyes necesitan cronistas para que el pueblo sepa sus hazañas.
Esta es la bula que le dije a Isabel que teníamos
y que iba a ser validada por el papa actual.
Es mi hijo Diego.
Dentro de nada será vuestro esposo y algún día tendréis que complacerle.
¿Quién es esa mujer que os ha llegado tanto al corazón?
Voy a escribir una carta de mi puño y letra a Isabel
y os suplico que se la hagáis llegar a Valladolid.
Tenemos que hablar de cosas importantes.
¿Y si son tan importantes, por qué no está aquí Chacón?
Porque es algo que solo nos concierne a nosotros.
La única solución es Francia. -¿Francia?
Casar a la hija del rey con el duque de Guyena.
¿Qué cargo queréis cuando lleguemos al poder?
Pensaba que vuestro problema más importante
es que madre se está muriendo.
Juro que os seré leal, que vuestras causas serán las mías
y que nunca me temblará el pulso en luchar por Castilla.
Tenemos que llevar esta boda a buen puerto, como sea.
Piensa casarse sin bula.
El rey cree que no se atreverá.
Necesito que dejéis nuestros asuntos en Toledo
en manos de gente de confianza y os quedéis conmigo.
Todos vuestros planes solo han servido
para que hagamos el ridículo con Portugal y con Francia.
Veo que es cierta la fama que tenéis de tener éxito con las mujeres.
(Grita de dolor).
¡Se va a casar!
Isabel va a atreverse a casarse sin bula.
(Gruñe).
Gracias a Antonio Jacobo de Véneris hemos logrado que Roma avale la bula
concedida por Pio II al príncipe Fernando.
Isabel, ¿queréis ser esposa y mujer de don Fernando,
rey de Sicilia y príncipe de Aragón?
Subtitulación realizada por Cristina Rivero. 
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NOTE STORICHE.
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PERSONAGGI.

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