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Transcripción completa.
Isabel
Isabel - Capítulo 7
Isabel, atemorizada y hundida por las
amenazas recibidas, no sabe con quién casarse: el Duque de Guyena o
Fernando de Aragón. Los dos son de la misma edad. El francés le
garantiza evitar más tensiones con su hermano el rey, que la
responsabilizaría, en caso de negarse, de una nueva guerra. Mientras
tanto, Gonzalo Fernández de Córdoba sigue suspirando por ella y Pacheco
trama nuevas conspiraciones para seguir manejando monarcas y nobles a su
antojo.
Por ello pide a Cárdenas que viaje a Zaragoza y París, conozca a fondo a ambos pretendientes y le informe con pelos y señales de cómo son. Y luego, decidirá ella¿
Cárdenas cumple la orden de Isabel¿ pero, como Chacón y Carrillo su apuesta es clara: Fernando de Aragón. La apuesta de Juan II, rey de Aragón, también es clara: Aragón, en guerra con Francia, necesita apoyos. Su situación financiera es complicada¿ Y esta boda puede ser una buena opción de futuro, al unir los intereses de su reino con los de Castilla.
Por ello pide a Cárdenas que viaje a Zaragoza y París, conozca a fondo a ambos pretendientes y le informe con pelos y señales de cómo son. Y luego, decidirá ella¿
Cárdenas cumple la orden de Isabel¿ pero, como Chacón y Carrillo su apuesta es clara: Fernando de Aragón. La apuesta de Juan II, rey de Aragón, también es clara: Aragón, en guerra con Francia, necesita apoyos. Su situación financiera es complicada¿ Y esta boda puede ser una buena opción de futuro, al unir los intereses de su reino con los de Castilla.
Transcripción completa.
¿Qué sabéis, Isabel, qué?
Que vuestra esposa
está embarazada de otro hombre.
Necesitamos
a Castilla de nuestro lado,
y para eso es preciso que os caséis.
¿Quién es la elegida?
Su nombre es Beatriz,
es hija de Juan Pacheco.
¿Qué queréis?
En los acuerdos que firmemos los dos
constará que soy
princesa de Asturias,
y como tal,
vuestra heredera directa.
Enhorabuena,
es un niño muy fuerte.
Tengo a bien
comunicar a los presentes
la propuesta de casar a doña Isabel
con su majestad el rey,
don Alfonso de Portugal.
No, no me casaré
y explicaré al pueblo lo sucedido.
¡Cárdenas!
Alteza.
Escribid una carta al rey
dejándole claro
que no aceptaré la boda,
de acuerdo a los Pactos de Guisando.
El rey de Portugal dice
que si volvemos a faltar a su honor
la próxima vez que vuelva a Castilla
lo hará con su ejército.
Convocad a Chacón y a Cárdenas.
No hay tiempo
para negociaciones, Pacheco.
Y no las habrá.
Cuando lleguen a Segovia,
ordenad que les arresten.
¿Qué está pasando aquí?
No me hagáis esto más difícil,
excelencia.
¿Sois consciente
de que utilizaré la fuerza
si es necesario?
Haced lo que tengáis que hacer.
¡Alto, guardias!
Marchaos, Isabel os necesita.
¡Firmad el consentimiento
a vuestra boda!
Ni lo soñéis.
No me iré sin vuestra firma.
(Grita): ¿Firmaréis o no firmaréis?
No, no firmaré.
Ni se os ocurra,
o sois hombres muertos.
El rey de Francia
busca esposa para su hermano,
el duque de Guyena.
El rey Luis estaría encantado
de que su cuñada fuera castellana.
Podéis creer en lo que os digo,
o no creer y seguir luchando,
pero Francia es un reino fuerte,
que me ayudaría a ganar la guerra
que surgiera de vuestra negativa.
Vos ayudáis a mi causa
y yo a la vuestra,
y pronto Castilla y Aragón
compartirán reyes,
como siempre hemos soñado.
Isabel es el futuro.
Subtitulado por Teletexto- iRTVE.
¿Proponéis que me case
con Fernando de Aragón?
Así es, señora.
Sabéis que el rey Enrique
me quiere casar
con el conde de Guyena,
hermano del rey de Francia.
Sí, lo sé, pero Fernando
es el candidato ideal.
Tiene vuestra edad
y no solo es príncipe de Aragón,
sino también rey de Sicilia.
Además, con Aragón nos unen
costumbres, vecindad, la lengua,
y la sangre;
vos misma sois prima de Fernando.
En cambio,
¿qué nos une con Francia?
Carrillo tiene razón,
la mejor opción es Fernando.
El rey de Castilla
quiere casar a Isabel
con el hermano de Luis de Francia.
¿Cómo lo sabéis?
Si voy a ser rey, mal asunto
si no me entero de ciertas cosas.
Ese es el motivo
por el que os he hecho llamar.
Si Castilla y Francia
se unen en ese matrimonio,
nos aplastarán,
como un martillo y un yunque.
¿Qué podemos hacer?
Adelantarnos.
Y hacer que quien se case
con Isabel seáis vos.
¿Algún problema?
No.
Prefiero casarme con Isabel
que con la hija de Pacheco.
Pero, ¿cómo pensáis conseguir
que se case conmigo?
Os aseguro que si Isabel
decide casar con vos,
nadie la podrá convencer
de lo contrario.
Y de eso se encarga Carrillo.
Sí, es cierto, el duque de Guyena
es también de vuestra edad,
pero casaros con él
supondría alejaros de Castilla.
¿Y si caso con Fernando, no?
Son muchas
las necesidades de Aragón,
podemos apretar en ese tema
cuando negociemos la boda.
No sé...,
puede que obedecer al rey
sea lo mejor
para Castilla y para mí.
Tal vez, si no me opongo,
con el tiempo acabe cumpliendo
todo lo firmado en Guisando
y respete que yo sea su heredera.
¿Os vais a volver a fiar de él?
Isabel, ahora no podemos
abandonar nuestras ideas,
no después de tantos años de lucha.
Y en tantos años de lucha,
respondedme,
¿cuántos hombres han muerto?
¿Cuántos más van a morir
si decido casarme con uno
en vez de con el otro?
No puedo cargar con más muertes,
al final los difuntos se me van
a acabar apareciendo por las noches
como a mi madre.
Alteza, siempre ha habido
y habrá guerras,
lo importante no es la guerra
sino que la causa sea justa,
y la vuestra lo es.
¿Vos también creéis
que debo casar con Fernando?
Sí, señora.
Qué coincidencia,
creí que solo Enrique
podía decidir mis pretendientes
y por lo que veo
tengo a los casamenteros
en mi propia casa.
¿Y qué hacemos con Pacheco?
Haceros el sorprendido
cuando os de la noticia
del plan de boda de Isabel
con el duque de Guyena,
mostraros decepcionado.
Pero que siga creyendo
que queremos casar
a Fernando con su hija.
Eso nos ayudará a que no sepa
de nuestros verdaderos planes.
Así lo haré, majestad.
Partid para Castilla de inmediato
y cuando Carrillo os avise
que es la hora, id a ver a Isabel.
Majestad.
Hijo, tenéis un don
con las mujeres.
Por Aragón os lo pido,
ganaos a esa mujer.
Sabéis que siempre
intento complaceros,
no os preocupéis,
Isabel será mi esposa.
Y yo que lo vea.
¿Qué decidís, señora?
Que antes de escoger
quién será mi esposo,
necesito saberlo todo sobre él.
Cárdenas, tengo una misión para vos.
Sí, alteza.
Partid de inmediato
a Aragón y Francia.
¿Con qué propósito?
Averiguadlo todo
tanto de Fernando de Aragón
como del duque de Guyena.
Enteraos de cuales son sus hábitos,
de si gustan de la caza,
los juegos de envite, del vino,
si son buenos cristianos.
Traedme informe de todo
y yo decidiré quién será mi esposo.
Descuidad, así lo haré señora.
Miradme.
Sois mis ojos.
Recordad que sois sus ojos
y que esos ojos
han de preferir al aragonés.
Tengo entendido
que el duque de Guyena
y el rey de Francia
no se llevan como hermanos.
¿Qué queréis decir con eso?
Que tal vez su boda con Isabel
no ayude a que ella se vaya a Francia
sino a que el duque
se tenga que venir a Catilla.
¿Es eso cierto?
Mendoza, nuestro interés
es que Isabel se vaya
cuanto más lejos, mejor.
No hagáis caso a los rumores,
mis contactos indican
que no es como lo cuenta Pacheco.
Vuestros contactos
no nos han ayudado mucho últimamente.
Y vuestra manera de negociar
las cosas del reino, tampoco.
Calma, caballeros, calma.
Pacheco, casaremos a Isabel
con el duque de Guyena,
no se hable más.
Como gustéis.
¿Puedo retirarme, majestad?
Sí.
No parece muy contento.
No hagáis sangre, Mendoza.
Nunca se sabe
cuándo podemos necesitar a Pacheco.
Buenos días, excelencia.
-Lo serán para vos.
Espero que allá donde esté
cuiden de él como él cuidó de vos.
Siempre le estaré agradecida,
arriesgó su vida
por salvar la mía.
Y lo consiguió,
cada día vengo aquí a recordarle
que su muerte no fue en vano.
¿Qué os sucede, alteza?
¿Y si me estoy equivocando?
¿Y si toda mi vida no me he guiado
por la razón sino por el orgullo.
Llevo luchando desde niña
y hasta ahora lo único
que he conseguido
ha sido ver morir a mi hermano,
ver cómo mi madre perdía la razón.
Señora.
Y ver cómo hay quienes
siguen muriendo por mí.
¿Y si al final pierdo
por apostar tan alto?
Nunca conocí a alguien
con tan buen juicio como vos.
Decidáis lo que decidáis,
seguro que es lo mejor para Castilla.
No es solo Castilla, soy yo.
Todo el mundo
quiere escoger al hombre
con el que tendré
que compartir mi vida,
las decisiones de palacio,
las noches de alcoba.
Cómo puedo escoger
a un hombre de por vida
al que ni siquiera conozco.
Porque a los que conocéis,
no los consideráis dignos de vos.
Gonzalo.
Os repito que hagáis lo que hagáis,
estará bien hecho.
Y ahora si me disculpáis,
me gustaría estar solo.
Alteza.
Os juro que no he tenido
nada que ver.
Tengáis que ver o no,
no puedo enterarme por mis contactos.
Si estamos juntos
hemos de estarlo para todo,
¿a qué esperabas para informarnos?
-A tener todo controlado.
Ya podéis tenerlo,
una boda entre Castilla y Francia
pone a Aragón al borde del abismo.
Lo sé, ¿qué creéis, que quiero
que mi hija reine en un avispero?
Mal me conocéis, Peralta.
¿Seguís queriendo casar
a mi hija con Fernando?
Sí,
y ahí están las condiciones
para que la boda se celebre.
Y se celebrará,
dejadlo todo de mi cuenta.
He de saber vuestros planes.
Mantendremos
nuestro acuerdo en secreto.
Diego Mendoza
quiere utilizar la boda de Isabel
para apartarme de Enrique,
pero no lo conseguirá.
¿Y después?
-Regresad a Aragón.
Si no consigo parar esa boda,
haré lo que tenga que hacer
para que media Castilla
se levante en armas contra el rey.
Mi hija será reina de Aragón,
pero no de un Aragón derrotado
y cautivo de Francia.
Mal padre sería si lo permitiese.
Llaman a la puerta
Pasad.
Os presento a mi esposa,
María de Portocarrero.
Encantada, señor.
Os hemos preparado
una cena en vuestro honor.
Desgraciadamente
acabo de informar a vuestro padre
que debo partir para Aragón,
la salud del rey es débil.
El rey Juan es un hombre fuerte,
se recuperará.
Es fuerte, pero los años no perdonan.
Llevadle nuestros mejores deseos.
Señor, señoras.
El viejo rey no ha de durar mucho
y entonces mi hija será reina.
¿Qué podéis hacer por mis ojos, rabí?
-Puedo vaciar esa catarata.
¿Y podría volver a ver?
-Sí.
Pues, hacedlo cuanto antes.
Dejadme que consulte con los astros.
Acercaos, hijo.
Veros no os puedo ver,
pero conoceros...
como si os hubiera parido yo
y no vuestra madre.
A ver, ¿qué os pasa?
Estáis poniendo vuestra salud
en manos de un judío supersticioso.
¿Y qué pretendéis que haga,
quedarme ciego?
Padre, habéis de asumir
que una larga vida
conlleva los achaques propios
de la edad.
Soy un hombre, ¡un rey!
Y me aferraré a un clavo ardiendo
para seguir siéndolo.
Si ese hombre me devuelve al vista,
me da igual que sea judío, moro o...
o navarro.
Los astros están de nuestro lado,
la primera semana del próximo mes
se dará la confluencia propicia
para la operación.
Vendré con tiempo para prepararos.
Gracias, rabí, en vos confío.
(Acento extranjero): Su alteza.
(Cuchichea).
Ya está aquí
ese tal Gutierre de Cárdenas.
Pues salid vos y hablad con él,
que todo lo que tenía que hablar
ya lo hablé con Carrillo.
Y os aviso: ese Cárdenas
es sobrino político de Chacón,
y Chacón es como un padre
para Isabel,
así que hijo, os lo ruego,
debéis causarle la mejor impresión.
¿No os parece humillante
que Isabel envíe a alguien
para que me de el visto bueno?
El objetivo es demasiado importante
para tener en cuenta ese detalle.
Acercarme
ese documento y la lente.
¡Uuuh!
Mi mandato consiste en recabar
toda la información posible sobre vos
para mi señora.
El mío pareceros educado,
encantador y el esposo perfecto.
Os pido disculpas por esta situación.
Tranquilo, Cárdenas,
entiendo que es vuestra obligación.
Preguntadme lo que os plazca.
Os seré sincero.
Todos los que cuidamos de la princesa
deseamos que seáis vos el elegido,
así que pocas preguntas
os puedo hacer.
Ya que vos no preguntáis,
¿puedo hacerlo yo?
¿Cómo es?
¿La infanta?
Pues..., no sé qué deciros.
Empezaremos por lo más sencillo,
¿rubia o morena?
Solo quiero saber
cómo es mi futura esposa,
exactamente igual que Isabel
quiere saber cómo soy yo.
Es rubia, de ojos azules,
como son los Trastámara,
es elegante, pero modesta;
es austera,
poco amiga de lujos ni de joyas;
muy cristiana y devota;
nunca habla por hablar.
Es muy consciente de los deberes
que por cuna le corresponden
y es fuerte.
¿Fuerte?
De carácter.
No he conocido a ninguna mujer
y apenas conozco algún hombre
que tengan su fortaleza.
Creedme, es una mujer excepcional.
¿Deseáis hacerme alguna pregunta más?
No, no, es suficiente.
Bien, porque de aquí parto a París
a entrevistar al otro candidato.
¿Al duque de Guyena?
(Asiente).
Creedme, podéis ahorraros el viaje.
¿No le conocéis?
No.
Cuando le veáis, acordaros de mí.
(En francés): Su alteza,
el duque de Guyena.
Carrillo.
-Peralta.
Gracias por vuestra hospitalidad.
-No se merecen.
Sentaos, sentaos.
Ahora lo importante es que nadie sepa
que seguís en Castilla,
y menos mi sobrino.
Tranquilo, Pacheco sigue creyendo
que queremos casar a Fernando
con su hija Beatriz.
Me gustaría verle la cara
cuando se entere de que la favorita
es Isabel.
Si es que ella acepta.
Lo hará, es inteligente
y sabrá que es la mejor opción.
Entonces, ¿por qué tanta duda?
Ha tenido que soportar
muchas adversidades:
dejar a su madre enferma,
la muerte de su hermano,
las traiciones de Enrique
y las amenazas de Pacheco.
Pero es fuerte y se recuperará.
¿Y no podría ayudar
que hablara con ella personalmente?
Pensad que si los franceses
mueven pieza...
Ya pueden mover París
de sitio si quieren,
Isabel no decidirá nada
hasta que llegue Cárdenas.
¿Y Roma?
Isabel y Fernando son primos,
habrá que contar
con la aprobación del papa.
Paso a paso, Peralta,
de momento esperemos el sí de Isabel.
Y para obtenerlo,
lo peor que podemos hacer
es forzarla.
Con ella no es ese el camino,
además, bastante nerviosa está ya.
Ilumíname Dios Padre, todopoderoso
para que tome la decisión correcta.
Haced que mi decisión
no acarree más muerte y más dolor.
Os prometo que a cambio,
si algún día llego a ser reina,
trabajaré para hacer
de vuestro reino en la Tierra
más grande
de lo que nunca jamás fue.
Sé que soy egoísta,
no busco solo un buen rey,
sino un buen marido
y padre para mis hijos.
No querré nunca
a otro que no sea él.
Y cumpliré todos los mandamientos
de la Santa Madre Iglesia.
Y mis hijos os servirán,
como yo os serviré.
¿Y ahora qué tripa
se les ha roto a los andaluces
para no querer pagar?
Señor, los nobles andaluces
se quejan de que pagan impuestos
para financiar la guerra
contra el infiel, pero no hay guerra.
Pero sí hay infiel.
(Hastiado): Mil veces más fácil
sería tratar con los moros
que con todos esos
lechuginos andaluces.
Majestad, si en el sur
supieran cómo pensáis
entenderían perfectamente
por qué no hay guerra.
Me importa un comino.
Los moros serán moros,
pero al menos están civilizados.
Si no es por una acequia,
es por dos arrobas de aceite,
si no por tres fanegas de trigo;
el caso es ¡pelear, pelear!
Pelear por tonterías,
nunca estarán en paz.
Con mi hermano Pedro Girón
sí lo estaban.
Es que vuestro hermano
parecía el rey de Andalucía,
y no yo.
Enviad mensajeros reales,
que dejen claro que o pagan
o la siguiente vez quien se presente
en Andalucía seré yo en persona,
y con un ejército.
¿Se sabe algo de los franceses?
Todavía no.
Pero tal vez Mendoza sepa algo,
ya que él inició el asunto.
No empecemos, Pacheco.
Estamos a tiempo
de evitar ese error, majestad.
No lo será,
mandaremos a Isabel a Francia
y todos tan contentos.
¡Por el duque de Guyena!
El hombre que finalmente
me va a quitar un dolor de muelas.
(Ríe): No le digáis esto
a vuestra esposa,
seguro que no le gustaría
oír hablar así de Isabel.
Descuidad, señor.
Venga, decidme qué pensamiento
nubla vuestra cabeza.
Os temo cuando estáis callada.
Me da pena Isabel,
primero un portugués,
ahora un francés...
parece una mercancía.
La vi tan ilusionada
creyendo que todo iba a cambiar.
¿Por qué no me dijisteis la verdad?
No podía decíroslo,
juré guardar secreto al rey
y eso está por encima de todo.
Además, si lo hubierais sabido,
¿no se lo habríais contado a Isabel?
Si me hubierais pedido
que guardara el secreto,
nunca se lo habría dicho.
Sois mi esposo y os debo lealtad.
Perdonadme, no os enfadéis.
Definitivamente no puede haber
otra elección que Fernando.
Eso ya lo sabemos,
el problema es convencer a Isabel.
¿Podréis hacerlo?
Decid, ¿qué os preocupa?
Que, como Santo Tomás,
hay que ver para creer.
Explicaos.
Ha dado Dios tan pocas gracias
al duque de Guyena
que si las cuento,
Isabel no me creerá.
Haced lo que tengáis que hacer,
pero convencedla.
Os está esperando en su alcoba
para veros en privado.
Sí, excelencia.
Y cambiad de cara,
que parece que vais a un velorio.
Salgamos un momento.
Templanza, Cárdenas,
sé que es un momento
de gran responsabilidad para vos,
pero os tengo una confianza ciega.
Lo siento,
Carrillo me saca de quicio.
Ahora le toca llevar
la voz cantante,
sin él Isabel estaría encerrada
en una torre o algo peor.
Sí, pero vos tenéis un nuevo proyecto
de Castilla en vuestra cabeza
y él es más de lo mismo.
Carrillo será a Isabel
lo que Pacheco a Enrique.
¿Creéis que no lo sé?
Ahora toca callar y observar,
apoyar las ideas
que tenemos en común;
luego será nuestra hora.
Pero ahora sois vos
quien tiene que actuar,
no falléis;
tiene que elegir a Fernando.
Si ella hubiera visto lo que yo
os aseguro que no tendría dudas,
pero la estamos presionando tanto
que creerá que exagero.
¿Os pasa algo?
¿Quién es ese hombre?
Un nuevo sirviente, ¿por qué?
¡Voilá!
El hombro derecho más alto
y la pierna izquierda más inclinada,
así, un poquito más,
por favor, más.
Esperad.
Coged la espada,
buen hombre, no caigáis.
Un poquito más inclinada.
¡Voilá!
Alteza, así es
el duque de Guyena en persona.
Estáis exagerando.
No, os juro que este buen hombre
es mucho más lustroso que él.
Puede que Francia
sea grande y poderosa,
pero os aseguro
que el duque de Guyena no lo es.
Es más, incluso me quedo corto:
las piernas son más deformes
y los brazos
como unos alambres sin lustre
y los ojos...,
los ojos de este buen hombre
son rayos de luz
en comparación con los ojos
perdidos y llorosos del duque.
Gracias, buen hombre,
podéis retiraros.
Os estaré eternamente agradecido.
Creedme, alteza,
al duque de Guyena
le cuadra más un lazarillo
que un escudero.
Claro, y seguro que Fernando
es todo lo contrario.
No hay comparación.
Fernando es un hombre joven,
de buena presencia,
templado, discreto.
¿Estáis bien?
Por Dios, no se puede estar mejor.
Espero que disfrutéis
tanto con Isabel como conmigo.
¿Cómo sabéis que es ella?
Por favor, Fernando,
en la Corte todo se sabe.
Todos tenemos amigos,
y los amigos tienen orejas.
Y algunas orejas
habría que arrancarlas.
¿Por qué no me habéis
dicho nada de Isabel
cuando me contaste
vuestro enfado y temores
de casaros con Beatriz Pacheco?
No quería enredaros
con líos de palacio.
No es por eso
porque no me habéis dicho
la verdad.
Es porque la tal Beatriz Pacheco
no tiene sangre real,
como no la tengo yo.
Porque no podías entender perderme
por alguien igual a mí.
Pero con Isabel es distinto,
¿verdad?
No podéis ocultarme nada,
os leo los pensamientos.
Lo siento.
Los dos sabíamos
que esto pasaría,
vos gustáis de las mujeres...
mucho.
Pero hay algo que os gusta
lo mismo o más:
el poder.
¿O me lo vais a negar?
Ojalá seas feliz
con tu infanta de Castilla.
Y bien, ¿qué decidís?
Voy a rezar para que Dios
me ayude a elegir.
Esperad,
¿puedo hablaros con franqueza?
Os lo ruego.
Sé que lleváis días rezando a Dios
para que os ayude a elegir esposo,
¿no creéis que deberíais
dejarle ya en paz?
Todo lo que había de iluminaros,
sin duda ya lo ha hecho
y cuanto más dilatéis
vuestra respuesta en el fondo,
menos estaréis
haciendo caso de su consejo.
Queda de ser escoger a Fernando.
Y escogerle ya,
no tenemos mucho tiempo.
Alteza, vos me pedisteis
que fuera vuestros ojos
y yo os cuento lo que he visto:
Fernando en un príncipe notable,
ingenioso, discreto
y de edad igual a la vuestra.
Y que tiene un hijo
fuera del matrimonio.
Como veis, no os he ocultado nada.
Y os lo agradezco,
porque es un dato
de un cristiano poco virtuoso.
Sí, no lo es,
pero hasta el más virtuoso peca.
Alteza, en los tiempos que corren,
hasta los obispos tienen hijos.
Carrillo, sin ir más lejos tiene uno.
Además, eso es prueba
de salud y de fertilidad
y como visteis con el rey Enrique,
eso es algo que necesita la Corona.
¿Y debo perdonar
su falta de virtud?
Vos ya sois suficientemente virtuosa.
Es seguro que los hijos que concibáis
serán de vuestro esposo,
y no de amantes.
Vos no sois como Juana de Avis.
Señora, para poder ser recta,
habéis de permitir que otros tuerzan.
¿Y no he de preocuparme
por la reacción de Enrique?
Decidid sin temor.
Jamás, oídme, jamás estaréis sola;
Carrillo, Chacón, Gonzalo, yo mismo,
sabéis que daríamos la vida por vos.
El rey, vuestro hermano,
solo desea casaros
con quien a él le plazca,
sin tener en cuenta
si os place a vos.
Solo desea alejaros de la Corte.
El rey, vuestro hermano,
os apartó de vuestra madre,
ha firmado pactos que no ha cumplido
y ha permitido que Pacheco
utilizara la fuerza contra vos.
Y ahora, ¿vais a hacer caso
a quien tanto daño os ha hecho?
Isabel,
¿aceptáis que sea Fernando
vuestro esposo?
Mucho tarda Cárdenas.
No tiene
una tarea fácil de resolver.
Peor la tendrá conmigo
como no la resuelva.
A veces creo que no sois conscientes
de que estamos en el mismo bando.
Sé lo que habéis hecho
por Isabel y lo respeto,
pero no menospreciéis mi consejo.
Antes de conoceros,
cuando Isabel y Alfonso
apenas dejaron el pecho,
yo les preparé para esto.
Nunca olvidéis
que vos y yo estamos juntos.
(Suspira).
Habrá boda.
No sabe Castilla
el favor que os deberá siempre,
y el rey de Aragón también.
(Habla en árabe).
¿Podríais hablar en cristiano?
Le estaba diciendo
que acercara la silla a la ventana,
necesito luz
para la operación.
Hijo, dejadles trabajar.
No me fío de ellos, padre.
Pues yo sí,
y soy el que le van a meter
una aguja por el ojo.
Sigo pensando
que corréis un riesgo innecesario.
No puedo entrar en batalla ciego.
Quizá ya no tengáis edad
de entrar en batalla.
Soy el rey, y todavía decido
qué puedo o no puedo hacer.
Ya está todo preparado, majestad.
Llevadme hasta la silla, hijo.
¿Podéis apartaros, señor?
(Habla en árabe).
Le he dicho que le sujete la cabeza.
¿Ya?
-Aún no, padre.
¿Ya?
Ya, ¿os gusta, padre?
¿Padre?
Estás preciosa.
Todo lo que he hecho en la vida
habrá valido la pena
solo por verte convertida en reina.
Cuando lo sea.
-Lo será.
Yo solo digo que es muy complicado
jugar a ser rey sin serlo,
porque al final
siempre son ellos los que ganan
y quienes casan a sus hijos
con los de otros reyes.
Madre, ¿por qué siempre
tenéis que aguar la fiesta?
¿Han llegado buenas nuevas de Aragón?
-Llegarán.
No la hagáis caso.
Nunca me lo hace, es igual que vos.
Tormenta
Se cierra puerta
Espero que el agua que os empapa
sea de la lluvia
y no que hayáis tenido un percance
con vuestro bote en el río.
Descuidad, el bote llegó
sano y salvo... y en silencio.
Pasad y acomodaos,
estáis en vuestra casa.
Gracias por vuestro esfuerzo
y vuestra paciencia, señor Peralta,
veo que ni siquiera el mal tiempo
impide que cumpláis vuestra misión.
Tranquila, alteza,
uno se puede ocultar
de Pacheco y el rey,
pero con la lluvia no hay manera.
Tomad, secaros.
Permitid que lo guarde como prenda
el primer día que entre en batalla,
y no para secarme la lluvia, alteza.
Creedme si os digo
lo feliz que hacéis al rey de Aragón
aceptando a Fernando como esposo,
su difunta madre
anhelaba este enlace, vos lo sabéis.
El Señor escribe derecho
con renglones torcidos.
Este enlace no puede traer
sino bondades a nuestros reinos,
Aragón y Castilla serán más fuertes
juntos que separados.
Os he hecho venir para daros mi sí,
pero antes debo mostraros
mi preocupación.
Fernando y yo somos primos segundos,
necesitaríamos que el Santo Padre
nos concediera una bula
para poder casarnos.
Ni qué decir tiene que sin la bula,
nada de lo aquí hablado
tendría validez alguna.
Tranquila, esa bula existe.
¿Existe?
Pero vos me dijisteis
que el rey de Aragón
la pidió cuando yo tenía tres años,
y se la negó.
La volvió a pedir después.
¿Y por qué no me lo dijisteis?
Por tacto,
no era una bula
solo para casarlo con vos,
sino para permitir
que Fernando pudiera tomar esposa
entre cualquiera
de los miembros de su familia.
Y el difunto Pío II la concedió.
¿El papa Paulo
daría por buena dicha bula?
Un papa nunca discute
lo firmado por otro.
Véneris se encargará
de traerla de Roma.
No sabéis el peso
que me quitáis de encima,
ahora mi elección
no tiene "pero" ninguno.
Tomad, comunicadle a vuestro rey
con esta carta mis mejores deseos
y decidle a mi futuro esposo
que ansío conocerle cuanto antes.
Pronto enviaré a Chacón
con los detalles del enlace.
Que tengáis un buen viaje, Peralta.
Gracias, alteza.
Eminencia.
Amigo, dad recuerdos a vuestro rey
y decidle que espero
que se recupere pronto.
Que lo decidido aquí
sea lo mejor para Castilla.
Vuelvo a mis aposentos.
¿Esa bula de la que habéis hablado?
El documento existe,
pero su santidad
murió antes de firmarlo.
¿Y qué vamos a hacer?
Negociar con Roma,
sobornaremos a quien haga falta.
Isabel ha aceptado así,
que no habrá fuerza
en la tierra ni en el cielo
que impida que esa boda se celebre.
Llaman a la puerta
Adelante.
Gonzalo, ¿qué hacéis aquí?
Quería pediros disculpas
por mi comportamiento del otro día.
Debería ser yo
quien os las pidiera a vos,
no debí hablar de mis tribulaciones
en la tumba de vuestro amigo.
Vos vais a ser reina,
no debéis pedir disculpas a nadie.
Aún no lo soy,
y aún cuando llegue a serlo
siempre pediré perdón a Dios,
y como mujer
a las personas que aprecio
si es que las he fallado.
¿Habéis hablado con Peralta?
Sí.
¿Y qué habéis decidido?
Casarme con Fernando.
¿Podré seguir contando
con vos a mi lado?
Eso solo la muerte podría evitarlo,
y parece
que no se me da mal esquivarla.
Alteza.
¿Han apresado a mis mensajeros?
(Grita): ¿Quiénes se creen
que son estos andaluces?
Primero no pagan,
y luego quieren humillarme;
esto no puede continuar así,
se me ha acabado la paciencia.
Voy a ir allí yo mismo,
a ver si se atreven
a decirme a la cara que no pagan,
¡a la cara del rey!
No es necesario que emprendáis
tan incómodo viaje, majestad,
yo me encargaré.
¡Voy a ir yo mismo,
y vos me acompañaréis!
¿No confiáis en mi capacidad
para solucionar el problema, señor?
Sí, pero cuatro ojos
ven más que dos.
Partimos mañana.
Se abre la puerta
¡Don Diego!
Me alegra veros,
decidme que traéis buenas noticias.
Las traigo:
la legación francesa pone fecha
para negociar la boda de Isabel.
¿Cuándo?
En tres semanas estarán aquí.
¿Tres semanas?
Entonces, habrá que pasar por Ocaña
antes de ir a Andalucía.
¿Tres semanas?
-Sí.
Tengo que ir a ver a Isabel.
-Ni hablar.
En vuestro estado
no estáis para hacer viaje alguno.
Tengo que ir a verla,
porque luego se irá a Francia, ¿no?
Muy probablemente.
Entonces es posible
que no la vuelva a ver...
nunca.
Lo siento, pero iré a verla.
Padre.
Padre, ¿me veis?
Como no os podía ver
desde hace dos años, hijo mío.
Por favor, majestad,
no hagáis movimientos bruscos.
Sois prodigioso, rabí,
ahora el otro ojo, venga.
No es tan sencillo.
Habría que buscar un día
en el que los astros
sean tan propicios como hoy,
dejadme que mire.
Mirad, mirad.
¡Ay, hijo mío!
Cuánto habéis cambiado.
El día adecuado, según los astros,
no será hasta dentro de doce años.
¿Doce años?
Vamos, hombre,
dejaos de tonterías,
el mes que viene a más tardar.
Majestad,
vuestra falta de respeto a mi fe
me resulta ofensiva.
¿Falta de respeto?
Si fuerais cristiano y me dijerais
que no me operabais hasta el Jacobeo
os diría lo mismo.
Además, como rey os lo ordeno,
y no se hable más.
Se hará como ordenéis, majestad.
Desde luego, hay que ver
cómo son esos judíos,
no hay nadie
tan preparado como ellos,
pero mira que son susceptibles.
Padre, ahora que podéis ver...
Y mejor que veré.
Tengo algo para vos.
¡Peralta!
Pasad.
Majestad, me alegra
veros tan recuperado.
Más me alegro yo de veros a vos,
os lo aseguro.
Traigo una carta para vuestro hijo.
Ahora que podéis, leedla vos.
¡Felicidades, hijo,
lo habréis logrado!
En breve nos enviarán
sus condiciones para el enlace.
Eso ahora no me preocupa.
"Mandadme lo que quisierais
que haga ahora,
pues es mi deber hacerlo".
¿Veis como os preocupabais
en vano por su orgullo?
Esta carta demuestra que Isabel
es una mujer humilde
que sabe cuál es su sitio
en el matrimonio.
¿No son condiciones un poco excesivas
las que queréis imponer
a vuestro esposo?
Ninguna que no sea
pro lo que hemos luchado siempre.
Todos me dijisteis
que lo importante era mi causa,
porque era justa,
y justo es lo que pido.
Escribid:
Fernando vivirá en Castilla
y no saldrá de ahí
sin mi consentimiento.
La educación de nuestros hijos
se realizará en Castilla,
así podré controlar este matrimonio.
Reconocerá a mi hermano Enrique
como rey de Castilla.
Pero, señora, si ni siquiera
tenemos la seguridad
de que Enrique
os considere su heredera.
Lo hará, no quiero
más conflictos de los necesarios.
La heredera al trono seré yo,
Isabel, no mi esposo.
Tal vez no convenga
presionar tanto al principio.
Ya que nos la jugamos,
por lo menos que merezca la pena.
De acuerdo, lo que no sé
es cómo podremos negociarlo todo.
Aragón nos necesita contra Francia,
lo aceptará.
Alteza.
¿Qué ocurre?
El rey Enrique envía mensaje
de que viene a veros.
Hay que darse prisa,
eso significa que las negociaciones
con Francia han culminado.
¿Qué hacemos?
Mostrar normalidad,
hacerle creer que le obedeceréis.
¿Qué os preocupa, Carrillo?
Disculpad señora, pero vos
no tenéis práctica en mentir.
Estad tranquilo,
sé que mentir es pecado,
pero espero que cuando me confiese,
vos como sacerdote me deis el perdón
sin gran penitencia.
Asuntos importantes
me llevan a Andalucía,
pero antes de irme
quiero concretar ciertos temas.
Hablad.
Antes de tres semanas
llegará la delegación francesa
para proponeros condiciones de boda
con el duque de Guyena.
La encabeza el cardenal Jouffroy,
obispo de Albi.
Serán bien recibidos,
si es eso lo que os preocupa.
Señora...
Carrillo, basta.
En las negociaciones de Guisando
prometí paz y obediencia,
y voy a cumplir
con mi parte del trato.
Perfecto.
En nuestra ausencia se encargará
de mediar en vuestros asuntos
don Luis de Acuña y Osorio,
obispo de Burgos.
Lo haré con mucho gusto, majestad.
No veo necesaria
su presencia aquí.
Yo entiendo menos la vuestra,
¿no tenéis nada que hacer en Toledo?
Para ser su arzobispo,
tenéis a vuestros feligreses
muy abandonados.
Confío en resolver
mis asuntos en Andalucía
a tiempo de llegar aquí,
aunque sea
para despedirme de los franceses.
Hasta entonces,
Acuña es mi representante
y encargado de hacer
que todo llegue a buen puerto.
Así será.
¿Juráis por Dios que os casaréis
con el duque de Guyena?
Lo juro por Dios.
Me alegra oír vuestras palabras.
Nada más, entonces.
Que tengáis un buen viaje, majestad.
Os he visto muy callado, Pacheco.
Demasiada amabilidad.
Isabel ha jurado por Dios,
mi hermana nunca lo haría en vano,
os lo aseguro.
Majestad,
¿os pidió permiso Cabrera
para que su esposa
pudiera venir a ver a Isabel?
(Asiente): ¿Ocurre algo?
Nada, majestad.
Vigiladla, Acuña.
Beatriz de Bobadilla
es la mejor amiga de Isabel,
a ella la dirá
la verdad de lo que piensa.
Jurar por Dios en vano
y engañar a su mejor amiga,
son dos cosas
que Isabel no es capaz de hacer,
no sin pensar
que va a arder en el infierno.
Tal vez hayáis estado
demasiado condescendiente,
¿creéis que no sospecharán?
Tranquilo, ya me ganaré a Acuña.
Vos encargaos de que Aragón
acepte las condiciones de boda
y hacedme saber
dónde puede celebrarse.
La plaza más segura es Valladolid,
la defiende Enríquez, es leal
y familia del propio Fernando.
Allí iré en cuanto pueda.
¿Y qué excusa daréis
para abandonar Ocaña?
Dejadlo de mi cuenta,
pero os aseguro que ni Acuña
ni el rey en persona lo impedirán,
no he jurado por Dios en vano
para seguir presa de Enrique.
Se asignarán a Isabel de Castilla
señoríos y rentas en Aragón
y si fuera menester,
también soldados.
Se aportará una dote para la novia,
el novio no podrá adueñarse
de propiedades
de la Corona de Castilla
ni hacer designaciones
sin el consentimiento de Isabel.
Señor...
Todos los decretos
se firmarán conjuntamente
excepto los de carácter eclesiástico
que serán firmados solo por Isabel.
Nos urge vuestra respuesta,
los enviados del duque de Guyena
visitarán próximamente a Isabel.
¿Quién se ha creído
que es esa mujer?
¿Cómo se atreve a exigir todo eso?
Al final,
sí que es una mujer de carácter,
como lo era vuestra madre.
No comparéis, padre, por favor.
Vuestra madre tampoco se arrugaba,
se presentaba
en Cataluña o en Navarra
cuando peor estaban las cosas;
las dos son Trastámara,
las dos querían unir ambas Coronas.
Vuestra madre siempre
quiso casaros con Isabel.
Si estuviera aquí
y hubiese escuchado las condiciones,
no pensaría lo mismo.
Acercaos.
¿Veis este collar?
Está hecho de rubíes y perlas.
Es precioso.
Se lo regalé a vuestra madre
cuando nos casamos
y ahora se lo regalaré
a Isabel como dote.
Padre, por favor...
¡Dejadme hablar!
¡Se lo daré a Carrillo
porque no tengo otra cosa que darle!
¿Y sabéis lo mejor?
Que lo tenía empeñado
a unos usureros valencianos,
lo he tenido que recuperar
casi por la fuerza.
Lo teníais empeñado.
Sois el rey de Aragón.
Soy el rey de un reino pobre, hijo,
por eso necesitamos esta boda.
Prometo mucho,
pero no tengo ni un florín
para darle ahora mismo a Isabel.
Solo este collar...
y a mi hijo.
Lleváoslo, y cuidad de él.
Entendedlo bien, hijo,
tenedlo claro.
Si vuestra madre estuviera aquí
y viera cómo necesitamos esta boda,
ella hubiera hecho lo mismo
y os diría lo que yo os digo.
Aceptadlo todo, hijo.
No sin que ella acepte
alguna condición que impongamos.
Isabel sabe la fuerza
que ganará en Castilla
con mi presencia a su lado.
Pondremos condiciones,
pero aceptad las suyas, Fernando.
Y otra cosa: os vais a casar,
así que resolved
lo que tengáis que resolver.
No os preocupéis,
esto iba a pasar, ya lo sabía.
No he sido la primera
ni seré la última,
de hecho,
vos tenéis un hijo.
Y también sé que cuidáis de él.
Si fuera campesino
nunca habría de faltarle
un trozo de pan a un hijo mío;
ya que soy rey,
con menos razón aún.
No pongáis esa cara,
no son malas noticias.
Todo lo contrario,
casáis con la princesa de Castilla.
Cuando llegue el día
ya nos despediremos.
Animad esa cara,
porque el día de la boda
no os lo quita nadie.
Ha costado.
-Y todavía nos ha de costar.
No pensaríais
que todo iba a ser decir que sí.
En toda negociación
ambas partes han de ceder.
Y todo contrato cambia
con la realidad del día a día.
Yo solo aviso: no soy manso.
Lo sabemos,
y nos alegramos de ello, majestad.
Poco a poco las torres van cayendo,
vos también habéis logrado
curar vuestra ceguera.
Es milagroso
lo que ha conseguido este rabí.
Ya, pero debo advertiros
que corren rumores.
Se dice que los judíos
gozan en vuestra Corte
de excesivos favores.
Cuando un cirujano cristiano
sepa hacer eso..., hablaremos.
No es incompatible disfrutar
del buen hacer de los judíos
y evitar su mala fama.
Sois un hombre de fe,
¿cómo podéis estar seguro
de que el Señor no ha tenido
nada que ver con vuestra curación?
Bien, el Señor tiene que ver
con todas las cosas, moneñor.
Pues si es así,
dadle ese mérito ante vuestro pueblo.
Ya está todo firmado.
Queda por resolver
dónde será el enlace.
Valladolid es una plaza segura
y la protege Enríquez,
almirante de Castilla
y familiar vuestro.
Hay que pensar que Isabel
tendrá difícil dejar Castilla,
ya le será difícil abandonar Ocaña.
Yo la corresponderé
yendo a Valladolid.
Será un viaje difícil.
Lo haré.
Por mucho carácter
que demuestre mi futura esposa,
el hombre sigo siendo yo.
Si hay que correr un riesgo
seré yo quien lo haga.
Y ha de ser pronto,
Enrique y Pacheco
han partido a Andalucía
a apaciguar los ánimos.
Ahora es el momento, entonces.
Lo es, pero Isabel
necesitará protección
y la protección cuesta dinero.
Partid con doscientos
de mis mejores hombres
y dejaros de tanto dinero.
Necesitaremos veinte mil florines
y armas.
Cárdenas, avisad a Isabel.
-Sí.
Y dadle este anillo
como prueba de mi compromiso,
es humilde en comparación
a todo lo que exige Castilla,
pero decidle que...
se lo doy con todo mi corazón.
Y que aguante, que todo saldrá bien.
Así lo haré.
Y dice San Jerónimo:
"Una mujer, y más si está casada,
ha de lavarse todas las mañanas
manos, brazos y cara".
¿Podemos dejar un momento
a San Jerónimo?
Debo pediros un favor,
hay algo que me duele en el alma.
Contadme.
Vos sabéis que justo ahora
se cumple el aniversario
por la muerte de mi hermano.
Que el Señor tenga en su gloria.
Me gustaría darle una misa
con presencia de mi madre.
La mujer está mayor y delicada
y no puede desplazarse.
¿En Arévalo?
No sé si no debería comunicarle
su viaje a su majestad...,
o al menos al marqués de Villena.
¿No podríais posponer vuestro viaje?
¿Vuestro?
Nuestro, querréis decir,
he pensado que vos oficiéis la misa.
Gracias, pero...
En una semana estaremos de vuelta.
Bueno, bueno, dejadme pensarlo,
y ahora sigamos escuchando
a San Jerónimo.
"Una mujer, y más si está casada,
ha de lavarse todas las mañanas
manos, brazos y cara.
Ha de cuidar también
sus uñas, dientes y cabello".
Es sabido que en Francia
son bastante relajados
con las cuestiones higiénicas,
pero eso no ha de servir de excusa.
No se preocupe, monseñor,
ya verá como obliga a los franceses
a adoptar costumbres castellanas.
¡Beatriz!
¿Pero qué hacéis aquí?
Venir a veros, que si me descuido
no os veo hasta después de la boda.
Monseñor, Beatriz de Bobadilla,
esposa de don Andrés Cabrera
y mi mejor amiga,
mi hermana diría yo.
Monseñor.
-Encantado de conoceros.
Y, por lo que veo,
si llegáis un poco más tarde
también conocería a vuestro hijo.
Excusadnos, ella ya está casada
y hay asuntos de mujeres
que debemos hablar.
Hablad, hablad pues.
¿La boda dónde va a ser
en Francia o en Castilla?
Después dónde viviréis,
en Francia, ¿no?
Aunque he oído
que el duque y su hermano el rey...,
así que igual hay suerte
y os venís a vivir aquí.
Beatriz, tengo que contaros algo:
tengo miedo.
¿De qué, señora?
Vos sabéis lo importante que es
el sacramento del matrimonio para mí
y no sé si voy a estar
a la altura de lo que se me pida.
Isabel, sabréis estarlo,
vuestra madre os educó para ello.
Espero tener la misma maña que vos.
¿Por qué sonreís?
Me habíais alarmado,
creía que me ibais a confesar
que no os pensabais casar.
No, Beatriz, obedeceré al rey.
Hasta ahora todo han sido
penas y lágrimas,
quiero ser feliz, tener hijos
en Castilla o en Francia.
Quiero ser mujer y madre
antes que reina.
Ojalá seáis feliz,
pero tenéis que obligar
a ese francés a lavarse, ¡eh!
¿Estáis seguro de lo que decís?
-Sí, monseñor.
Gracias, podéis retiraros.
Habrá que dar misa en Arévalo.
Alteza, ¿estáis preparada?
Sí.
Ya he enviado mensaje a Carrillo
para que os recoja en Arévalo.
Gracias,
que tengáis suerte.
Cuando todo esto se sepa...
No os preocupéis por mi,
estoy en mi casa, en mi tierra;
si es necesario sabré desaparecer.
¡Madre, soy Isabel!
¿Dónde está mi madre?
Señora.
¿Qué ha pasado,
dónde está mi madre?
El rey entregó la villa
a los duques de Plasencia
y ellos obligaron a vuestra madre
a marcharse de aquí.
¿Dónde está?
(Grita): ¿Dónde se la han llevado?
A Madrigal.
Monseñor.
No tenía ni idea,
nadie me había dicho nada.
¡Vámonos a Madrigal ya!
Santa Engracia,
virgen y mártir local.
Esta imagen estará
en le retablo de la basílica
que levantaremos como agradecimiento
al milagro de curación de mi ceguera,
fue tocar el clavo
y empezar a disiparse las tinieblas.
¿Obrará la Santa también
el milagro de la bula papal?
La que tenemos, valer no vale.
Esperemos que Véneris
consiga convencer a Paulo
que nos de una de nuevo,
aunque difícil lo va a tener;
Enrique tiene bien agarrado al papa.
Si no hay bula,
celebraremos una boda ilegal.
Ilegal, pero necesaria.
Estamos engañando a Isabel.
Por su bien.
Decidle la verdad,
y solo le haréis daño.
No querrá casarse con Fernando
y dirá que sí al duque de Guyena;
se irá a París
y no volverá nunca a Castilla.
Ni vos ni yo queremos eso, ¿verdad?
Verdad.
Tranquilo, Chacón,
sé que es duro para vos,
pero si una cosa
he aprendido como rey
es que el tiempo y el dinero
pueden hacer legal lo ilegal,
y convertir en verdad la mentira.
Ojalá consigamos esta bula,
encargaré a Véneris
que pague lo que sea
para conseguirla inmediatamente,
os lo juro.
De acuerdo.
Perfecto,
y ya que estamos todos de acuerdo,
quisiera daros algo muy especial
para doña Isabel.
Fue de mi esposa,
a la que tanto amaba.
Yo mismo se lo llevaré,
a estas horas debe estar
viendo a su madre en Arévalo.
Dios sabe que este regalo
le levantará el ánimo.
Eso espero.
Y hablando de santos,
que todos ellos os guíen
para que Isabel llegue a ser reina,
porque si no,
todo nuestro esfuerzo será en vano
y no quisiera haber apostado
tan fuerte para nada.
Os lleváis a mi hijo, Carrillo.
Y vuestro hijo, la mejor esposa.
Os lo advierto, señora,
vuestra madre no está bien.
¿Madre?
Madre.
Madre, soy Isabel, vuestra hija.
Isabel, mi niña.
No es necesario que trabajéis,
podemos llamar
a una criada que haga esto.
No hace falta, yo me basto.
Pero vos sois princesa.
No,
soy su hija.
Señora, tenéis visita...,
pero, ¿qué hacéis?
Ya lo haré yo.
¿Quién viene?
Unos caballeros preguntan por vos,
son extranjeros,
franceses.
El cardenal Jouffroy,
vendrá a cerrar los detalles
de vuestro enlace con el duque.
¿Pero no venían la semana que viene?
Hacedles pasar,
pero que esperen un momento,
para ellos
sí que soy una princesa.
Ha sido bastante difícil encontraros,
señora.
Venimos siguiendo
vuestros pasos desde Ocaña.
Lamento las molestias,
es el aniversario
de la muerte de mi hermano
y quería pasarlo con mi madre.
Creí que vuestra madre
estaba en Arévalo.
Eso también creía yo.
Hubo un malentendido.
Pero lo que importa
es que estamos aquí.
Y lo que importa sobre todo
es vuestra boda con mi señor,
el duque de Guyena.
Es motivo de gran alegría
la inmensa felicidad y satisfacción
que en el cielo habrá de experimentar
vuestro señor padre,
el rey Juan de Castilla.
Él hubiera sido feliz
viendo cómo nuestros dos
grandes reinos cristianos
se unían por el Santo Sacramento.
Sin duda.
Una boda de tan alta alcurnia
requiere largos
y cuidadosos preparativos,
capitulaciones,
detalles respecto a la dote,
el establecimiento de la casa...
En efecto,
son muchos los aspectos
a tener en cuenta.
Lamento no poder
entrar a valorarlos ahora.
Según las leyes de Castilla,
como heredera, debo consultar
con nobles y consejeros
antes de tomar cualquier decisión.
Y mi señor, el duque,
respeta las leyes de Castilla.
Gracias.
Pero, quizás sí pudiéramos avanzar
respecto a la fecha de la boda,
de aquí a entonces habría tiempo
para consultas y negociaciones.
Sí, eso sí.
Lamento no poder complaceros
tampoco en ese aspecto.
Ya..., las leyes de Castilla.
Bien, creo que lo mejor será hablar
con vuestro hermano, el rey Enrique.
Haced como gustéis,
igual que él ha hecho
lo que le ha parecido con mi madre.
Vengo de luchar en Andalucía,
¡me encuentro mi reino
manga por hombro!
¿Qué demonios hace Isabel
fuera de Ocaña?
Decía de una misa con su madre,
por su hermano.
¿Y Acuña, dónde está Acuña?
Estaba con ella en Madrigal.
Majestad,
no dudo de vuestra buena fe,
pero por lo que yo he visto
Isabel no tiene ninguna intención
de casar con mi señor,
el duque de Guyena.
No hubo manera de sacar de ella
el más mínimo compromiso,
ni tan siquiera
sobre el lugar de la boda.
Incluso, se negó
a hablar sobre ello.
¿Para esto me habéis hecho hacer
un viaje tan largo?
Llego a Ocaña
y no estáis ni vos ni la novia,
tengo que ir de pueblo en pueblo
hasta encontrarla:
Ocaña, Arévalo, Madrigal...
He venido a casar
al hermano del rey de Francia,
no de peregrino.
Arévalo,
no debió sentarle bien a mi hermana
ver a su madre expulsada de allí.
¿Quién iba a pensar que iba a ir?
¿No os dije
que no nos interrumpieran?
Lo siento, majestad,
pero han llegado noticias
de nuestros vigías
en la frontera con Aragón.
Y dejadme adivinar:
no son buenas noticias.
Viniendo de Aragón,
no pueden serlo.
Se han visto hace dos días
unas tropas entrar en Castilla,
entre ellos estaban
Chacón y Carrillo.
Nos han engañado, a todos.
Fernando e Isabel, ese es el plan.
Es una cría, por el amor de Dios,
¡es una maldita niña
y está haciendo con nosotros
lo que quiere!
Solicito una orden
para detenerla en Madrigal.
Concedida.
¿Vuestra esposa es amiga de Isabel?
Muy amiga.
¿No sabe nada de todo esto?
Me mintió,
Isabel me mintió.
¿Por qué nadie me dice la verdad?
Isabel se está equivocando.
Rechazar al hermano
del rey de Francia,
volver a enfrentarse a Enrique.
¿Y qué va a hacer?
El rey, digo.
Come.
Ha emitido una orden de detención.
Esta vez Isabel...
ha ido demasiado lejos.
Padre.
Decidme, hija.
¿Sabéis algo de Fernando?
No, no hay noticias ni las habrá;
nos han engañado.
Te juro por lo más sagrado
que Isabel pagará por esto.
Te lo juro.
¿Dónde has estado
todo este tiempo, hija?
En Ocaña.
Nadie viene a verme,
¿y tu hermano?
Está muerto, madre.
Él sí vino a verme hace poco.
Señora, el alcalde quiere veros.
¿Qué sucede?
Señora, la Corte ha emitido
una orden de detención contra vos.
No os preocupéis,
no pienso detener a la princesa;
el pueblo no lo permitiría,
os adora.
Y yo os debo un respeto
por vuestro padre y vuestra madre,
que siempre me trataron tan bien.
Hay que salir de aquí de inmediato.
-No es seguro.
Hay un convento extramuros,
muy cerca de aquí.
Allí seguro que nadie entra
a detener a la princesa.
Chacón y Carrillo
deben estar volviendo de Aragón,
encontradlos
y decidles que necesito ayuda.
No os preocupéis por ella,
yo respondo de su seguridad.
Madre.
Es tarde ya, ¿no?
Sí, es muy tarde.
Señora, cuanto antes salgamos
antes podré responder
por vuestra seguridad.
Clara, despertad al obispo Acuña
y decidle
que ha de acompañarme al convento,
que necesito consejo espiritual.
Mejor tenerle cerca y aislado
antes de que se entere
de la orden de detención.
¡Un segundo, Clara!
Vos y la comitiva
que me ha acompañado, marchad.
Sois la esposa de Chacón,
podría haber represalias.
Lo siento, tendrían que matarme
para separarme de vuestra madre.
(Susurra): Vamos.
Eso significa que Pacheco y el rey
saben lo de la boda con Fernando.
¿Isabel estará segura
en el convento?
No lo estaría ni en el Vaticano.
¿Creéis que a mi sobrino le detendrá
que esté en un convento
después
de lo que le ha hecho a su hija?
Pacheco y sus hombres
están más cerca,
llegarán a Madrigal
antes que nosotros.
O no, si apretamos la marcha.
Si apretamos la marcha
y los encontramos,
será una lucha a campo abierto;
no nos interesa.
Un solo jinete podría llegar antes,
y además evitaríamos ese problema.
Es cierto, tengo ese hombre:
¡Mejías!
No, monseñor creo
que he de hacerlo yo.
Pero estáis agotado.
Sí, pero soy el único
que sabe dónde está el convento
y no tenemos tiempo que perder.
Necesito un caballo
que sea rápido y que esté fresco.
¡Mejías!
Cambiad vuestro caballo
con el de este hombre.
Llevadla a Valladolid.
Así lo haré, señor.
Un momento, Gonzalo.
Decidle a Isabel
que el rey de Aragón le envía esto.
Sí, monseñor.
¡Hia!
Cambio de destino,
vamos a Valladolid.
Como dice San Pedro Apóstol,
"A Dios le es de mayor estima
el ornato incorruptible
de un espíritu afable y apacible
que el de peinados ostentosos
o vestidos lujosos".
¿Me escucháis, señora?
Sí, padre.
Las mujeres de aquellos tiempos
esperaban a Dios
estando sujetas a sus esposos.
Así Sara obedecía a Abraham,
llamándole "señor".
Relincho
Y vosotras, sus hijas,...
Señora.
Un presente del rey de Aragón
y de su hijo Fernando.
¿Qué sucede, dónde vais?
No debo daros ninguna explicación,
soy libre de elegir mi vida
y libre de elegir mi boda,
decídselo
a quien se lo tengáis que decir.
(Grita): ¿Dónde está?
Se fue.
¿Se fue, adonde?
¡Necio!
Vuestro tío es arzobispo,
pero la bula
que necesitan para la boda
solo la puede dar el papa,
y no la dará nunca.
No podéis reuniros
con Fernando en Aragón.
Imposible,
dudo que pueda cruzar la frontera
sin llamar la atención.
Si yo no puedo ir a Aragón
y él no puede venir a Castilla,
¿cuál es la solución?
Siento tener que hablar con vos
de esta manera,
pero vuestro rey parece tener
ojos y oídos en nuestra Corte.
Esos ojos y oídos son de Pacheco.
El mismo que ha puesto hombres
en todos los pasos fronterizos
para impedir
que entre en Castilla.
¡Pacheco no es rey,
y vos tampoco, eminencia!
Hasta ahora habéis sido el guardián
que la defendió de otros hombres,
¿sabréis seguir siéndolo
cuando otro hombre ocupe su alcoba?
Pese a lo que dijeron
nuestros espías a Fernando,
no se le vio en Cataluña.
¿Dónde está entonces?
No tengo suerte yo con Roma,
nada de lo que pido se me concede
pero en esta ocasión tenéis que hacer
que se firme esta bula.
Hay que evitar esa boda como sea,
¡hay que matar a la alimaña antes
que crezca y nos saque los ojos!
Como nos descubran aquí
lo vamos a pasar muy mal.
Tenéis razón,
hasta que no lleguemos
a una villa afín a Carrillo
no estaremos a salvo.
¡No habrá bula de Roma!
Y sin bula no hay boda.
Conozco a Isabel, jamás haría nada
en contra de la Iglesia.
Necesito consejo, padre.
Próximamente
voy a contraer matrimonio.
Enhorabuena, hija.
Temo la consumación, padre.
Preparaos, partimos para Trujillo.
¿Ahora?
Ahora.
No se puede reinar
teniendo miedo a las guerras.
Y tampoco provocarlas con la alegría
de una justa entre caballeros:
la gente muere,
el país se empobrece.
No pienso heredar un país en ruinas.
Tiene ojos y no ve, no escucha,
cuando se quiera dar cuenta
le habrán quitado el trono,
¿queréis hacer más corta la espera?
Es sobre vuestra bula.
-¿Habéis decidido ya?
Subtitulación realizada
por Cristina Rivero
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