sabato 23 maggio 2020

tr20: Isabella di Castilglia- Capitúlo 5.

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Isabel - Capítulo 5


La muerte de Alfonso ha cambiado completamente el panorama. Ahora Isabel tendrá que elegir entre ser reina u obedecer a Enrique IV, que por otra parte, cada vez está más debilitado ¿Echará de menos Juana al rey mientras permanece alejada de la corte? ¿Qué escándalo sacudirá la corte? ¿Se atreverá por fin Gonzalo a decirle a Isabel lo que siente por ella?

Tras la muerte de su hermano Alfonso, Isabel está profundamente apenada¿ Y hundida moralmente¿ Su vida se ha convertido en una sucesión de pérdidas. En su entorno, Carrillo tiene claro que la guerra ha de continuar y que Isabel ha de suceder como reina en el bando antes encabezado por Alfonso. Chacón, no lo está tanto¿ Y Pacheco sigue jugando entre dos aguas.

Aún así, Isabel asume en un primer momento el relevo y firma como reina en las cartas que avisan a villas y ciudades de la muerte de su hermano. Pero Isabel tiene la necesidad de ver a su madre¿ De informarle de lo ocurrido en persona. Y se dirige a Arévalo junto con Gonzalo Fernández de Córdoba. Allí, triste por ver empeorar más a su madre por la noticia, añorante de otros tiempos¿ encuentra refugio en la amistad de Gonzalo.

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Transcripción completa.
¿Y cuál es la verdad?
Que vamos a jugarnos la vida en Olmedo
y que echamos en falta a Pacheco y sus tropas.
Yo ocuparé su lugar.
Nunca hay que menospreciar a los ejércitos de Carrillo.
Ni los de Pacheco; ha vuelto al bando rebelde.
No salgáis de la tienda ni dejéis que nadie entre
hasta que yo vuelva.
Vámonos de aquí, no quiero ver ni un muerto más.
Señor, debéis proclamar la victoria. Vámonos de aquí.
¿Hemos vencido?
Para vencer en el campo de batalla,
el rey debe proclamar su victoria, y vuestro esposo no lo ha hecho.
(Todos): Viva.
¿Mi hermano, sabéis algo de él?
Alfonso sí proclamó la victoria.
Exige la custodia de Isabel y de vuestra hija.
O de lo contrario tomarán Segovia.
Conozco esta ciudad, es infranqueable.
Esas puertas se abrirán desde dentro, no desde fuera.
Majestad. Isabel, levántate, por favor.
No me fío de Pacheco y tampoco de Carrillo,
ellos no me gustan y yo no les gusto a ellos.
Solo puedo confiar en ti y en Chacón.
Hay que cercar la ciudad y volver a tomarla,
todavía tenemos partidarios dentro. -Me temo que la mayoría ha muerto.
Iremos a negociar.
Creo que justicia conceder la petición
de que doña Juana de Avis y su hija sean separadas
la una de la otra y mantenidas en custodia
para garantizar el cumplimiento de la tregua
solicitada por Enrique.
Permitidme que os presente a don Pedro de Castilla,
uno de mis hombres de confianza.
¿Toledo ha caído por arte de magia, marqués?
No sé de qué me habláis, majestad. -Ni yo sé qué negocios tenéis allí,
pero seguro que han salido beneficiados con lo ocurrido.
Y no me extrañaría que Segovia volviera a Enrique,
si existe una buena oferta.
No os hagáis la recatada, todos sabemos de vuestra fama.
¡No os metáis en lo que no os concierne!
El rey... está ardiendo.
¡Alfonso, Alfonso!
(Llora): Alfonso, Alfonso, Alfonso.
Subtitulado por Teletexto-iRTVE.
(Reza en latín).
Isabel no quiere que se la moleste.
Pues algo habrá que hacer:
tenemos que enviar cartas a las villas, a nuestros aliados.
Tienen que comprender que no nos rendimos todavía.
A rey muerto, rey puesto.
Es ley de vida, Isabel debe empezar a asumir sus responsabilidades.
Y lo hará, pero dejadla en su dolor, dadle un poco de tiempo.
(Reza en latín).
¿Por qué os habéis llevado a mi hermano?
¿No os he rezado miles de oraciones?
¿De qué me ha servido?
Me apartaron de mi madre y ahora me quitáis a Alfonso.
¿Es la penitencia que debo cumplir por ser reina?
¿Queréis que mi corona sea de espinas como la vuestra?
¡Decídmelo vos que estáis en todas partes!
Juro que os serviré como reina
igual que os sirvo como católica que soy.
Pero no me pongáis más a prueba.
Haced conmigo lo que queráis, pero cuidad de los míos.
Si no entráis vos, entraré yo. No entraremos ninguno de los dos.
Es nuestra reina,
dijisteis que estaba preparada para esta responsabilidad.
Vos la conocéis bien, ¿dudáis de ello?
Hasta hoy no, pero ahora debe dar un paso adelante.
Cuando tomamos Segovia, la victoria era nuestra.
Debimos haberla rematado
y no perder el tiempo en pactos y negociaciones.
Es hora de reaccionar.
Venía a presentarle mis respetos y a darle el pésame.
No haría falta pésames si no hubiera habido un muerto.
Malas consecuencias trae el discutir con vos, marqués.
Calma, Gonzalo. -Dejad, ya me defiendo yo solo.
¿Qué insinuáis?
Lo que ya sabéis.
Comprendo que sintáis la pérdida de un ser querido,
cuanto más repentina es la muerte, más fuerte nos golpea.
No finjáis, por favor.
Si de verdad sintierais pena o dolor,
no os habríais dado más prisa en lucir la cruz de Santiago
que en dar el pésame.
Callaos de una vez, ¿quién os creéis que sois?
Tenéis razón,
solo soy un doncel que se ha quedado sin señor.
Sin señor y sin dignidad. -Dignidad, la que a vos os falta.
Estas no son maneras, retiraos.
Estáis cruzando una línea que jamás deberíais traspasar.
Sí, por favor, desenvainad, Pacheco.
Será la última cosa que hagáis en vuestra vida.
¿Tan complicado es dejar vuestras discusiones
en un momento como este?
Ni siquiera podéis esperar unas horas.
Perdonad, majestad. ¡Os ordeno que os retiréis!
A todos.
No debemos perder de vista nuestro objetivo:
salimos en busca de nuevos ejércitos para recuperar Toledo
y llevamos aquí días parados.
Por una causa mayor. -Lo sé, lo sé.
Pero Alfonso, que Dios guarde en su gloria,
entendería lo que estoy diciendo.
¿Tenéis algo que decir?
Líbreme Dios,
cada vez que abro la boca se arma la gresca.
Nuestros ejércitos deben avanzar,
hacer un alto nos debilitaría ante el enemigo.
¿Cuál es vuestra opinión, Isabel?
Quiero viajar a Arévalo.
He perdido un hermano
y con el que me queda estoy en guerra,
solo tengo a mi madre y quiero verla.
Los caminos son peligrosos.
Iremos Gonzalo y yo, solos.
Cuanto menos boato, menos llamaremos la atención.
Pero, majestad, tal vez no sea el momento.
Lo es.
¿No he firmado como reina? Pues como reina lo ordeno.
Bien empezamos;
la reina antepone su interés personal al común.
Mal la habéis enseñado, Chacón. Tenéis razón.
¿Reconocéis ser un mal maestro?
No, me refería a que siempre que abrís la boca
es para armar gresca.
Si seguimos a este paso,
le va a contagiar la pena a los caballos.
¿Y qué proponéis hacer para evitarlo?
Dicen que sois una buena jinete.
Ponedme a prueba.
Estoy seguro de que llego al otro lado del lago antes que vos.
Lo dudo.
Estaréis contento,
ya tenéis la Orden de Santiago en vuestras manos.
Gracias a vos que la negociasteis.
Y a la muerte de Alfonso.
A veces pienso que tenéis un pacto con la de la guadaña,
siempre os beneficia.
En eso debo parecerme a Isabel. -¿Qué estáis diciendo?
La muerte evitó su boda con Pedro Girón,
y la muerte le ha puesto en bandeja
la corona que era de su hermano Alfonso.
¿Qué insinuáis?
Nada, ¿y vos?
Parece que os fiais más de la palabra de un doncel
que de la mía.
Estamos juntos en esto, somos familia.
Juradme que no habéis tenido nada que ver.
¿De qué dijeron los médicos que murió mi hermano, Pedro Girón?
De muerte natural.
¿Y qué han dicho de la muerte de Alfonso?
Muerte natural.
Pues si los que saben dicen eso,
por qué íbamos a llevarles la contraria?
Vayamos a comer, celebremos que estamos vivos.
No dejáis de pensar en vuestra hija, ¿verdad?
Sí.
Todos los días pienso en ela.
Me pregunto si me echa de menos, si...
si se esmera en sus labores,
o qué nombre le habrá puesto a su nueva muñeca.
Llaman a la puerta
¡Adelante!
Buenas noches, majestad. -Buenas noches.
Retiraos.
Traigo noticias buenas para vos.
Alfonso de Trastámara falleció hace unos días.
Tanta gloria tenga como paz nos deja.
Esto allana el camino de vuestra hija al trono.
Majestad, la suerte está de nuestra parte.
Por fin podré verla.
Dios quiera que todo vuelva a ser como antes.
¿Se sabe ya qué hará el rey? -Atacará, seguro que atacará.
No insistáis, no atacaremos.
Pero majestad es nuestro momento: hemos recuperado Toledo y Burgos,
y ellos están aturdidos por la muerte de Alfonso.
Isabel ya firma como su heredera.
Esa muchacha como reina de Castilla, ¡qué barbaridad!
Nadie en su sano juicio la tomará en serio,
el pueblo sabrá de qué lado ponerse. ¿Queréis saber qué piensa el pueblo?
Leed esto, Cabrera.
"No veis cuán desbaratado está todo lo sembrado.
Las ovejas esparcidas,
las mestas todas perdidas que no saben dar recaudo,
Porque en tiempo de división el rey, que es cabeza, no es acatado
y lo de la Corona real está todo disipado".
Eso es lo que piensa el pueblo, Mendoza.
¿Y vais a hacer caso a unas coplillas populares?
Si dicen la verdad, por qué no.
Majestad, el bando rebelde está debilitado sin Alfonso,
si avanzamos ahora podríamos tener la victoria definitiva.
No, estamos de duelo: ha muerto mi hermano.
Era un niño. Un niño que os traicionó.
Un niño.
Y quiero que los Castellanos sepan
que igual que ellos lloran por sus muertos,
yo lloro por los míos.
Excelencias. -Señora.
Por sus caras, la reunión no ha debido de ir muy bien.
Para ellos, no.
El rey ha ordenado duelo para Alfonso.
¿Y de eso se quejan? -No.
Se quejan de que el rey no aprovecha y ataca al enemigo ahora.
Y tú qué opinas.
No lo sé, Beatriz,
¿a qué viene tanto duelo por su hermano?
Cuando vivía, ni le dirigía la palabra.
Alfonso e Isabel iban por palacio como dos extraños.
Pobres.
Me gustaría ahora tanto estar al lado de Isabel.
Y a mí ayudaros a ello, pero sabéis que no es posible.
Lo sé, amor mío, lo sé.
Coser vuestra propia mortaja, ¿a quién se le ocurre tal idea?
Si no queréis bordar conmigo, no bordéis.
Sí quiero, pero dispensadme de ver cómo os la probáis.
Tarde o temprano me tendréis que ver con ella.
Eso será si el Señor no me llama antes.
En ese caso, podríamos también bordar la vuestra.
Francamente, prefiero coser manteles.
Madre.
¡Isabel!
¡Mi niña!
Lleváis luto.
Sí, madre.
Vos sois el doncel de mi hijo.
¿Y Alfonso?
¿Dónde está Alfonso?
Alfonso ha muerto.
¿Cómo fue?
¿En el campo de batalla?
Sí, así fue.
Murió luchando.
Dejadme sola, os lo ruego.
Recemos juntas, madre. No, no.
No quiero rezar, solo quiero estar sola.
Pedro, por fin os encuentro.
¿Qué os pasa?
¿De verdad deseáis que todo vuelva a ser como antes?
¿Escuchasteis lo que hablé con Fonseca?
Sí, lo escuché.
Y hay cosas que no entiendo.
¿Cómo era ese "antes" que tanto echáis de menos?
Explicadme.
Tranquila, yo os diré cómo era ese pasado al que queréis volver:
un marido que no os ha amado, que no ha sabido defenderos
y que os tiene abandonadas a vos y a vuestra hija.
Pero, ¿cómo podéis añorar todo eso?
Traje a mi hija al mundo para que fuera reina,
eso está por encima de todo, Pedro.
Solo una pregunta,
¿me amáis?
Os amo como no he amado nunca,
pase lo que pase, recordad estas palabras.
Vos me defendisteis con valentía, sin importaros lo que podíais perder.
Me miráis como mujer, no como una reina.
No hagáis esto más difícil, Juana.
¡Juana, Juana! ¿Qué os pasa?
¡Juana!
Clara, ¿cenaréis con nosotros? No, alteza.
¿Entonces?
Tu hermano Alfonso siempre se retrasa, ya lo conoces.
No hay calentura.
¿Y los mareos? -Por las mañanas.
Bascas y desfallecimientos.
Me aflige tener a mi hija lejos. -Y a otro mucho más cerca.
¿Cómo?
¿Qué habláis?
Del hijo que lleváis en las entrañas.
¿Qué? No puede ser.
No manchasteis la primera luna y pronto se cumplirá la segunda,
veremos quién lleva razón.
No os marchéis, por favor.
Por favor.
Monseñor no puede saberlo, si lo sabe, lo sabrá el rey.
Y eso no puede ser.
Seré una tumba, sé que sois generosa.
Lo seré.
Y más si... me ayudáis a deshacerme de él.
Si eso es lo que queréis, cuanto antes, mejor.
Así sea.
No puedo dejarla sola.
No podéis abandonar la lucha ahora.
Vuestra madre tiene a Clara y a sus sirvientes.
No le faltará de nada, majestad.
Le faltarán sus hijos, ¿qué más le puede faltar?
¿Y si me estoy equivocando?
¿Y si todo lo que estoy haciendo es para acabar como ella?
¿De qué me servirá todo lo que haya logrado entre medias?
No os dejéis llevar por el sufrimiento, majestad.
Gonzalo, gracias.
Gracias por haber estado siempre al lado de Alfonso y de mí.
No ha sido fácil.
¿Os acordáis cuando me obligabais a estar a 20 pasos de distancia?
Perdón, perdón.
Yo...
Será mejor que me retire.
Juana. -¿Sí?
Perdonadme por lo del otro día.
No hay nada que perdonar a quien tanto me ama.
Prometo no daros más disgustos,
sabré estar en mi lugar y no soñar con futuros imposibles.
¿Queréis dejar de hacer la cama, que ya me encargo yo?
Es la cama de mi madre.
Está bien, pero a cambio contadme cómo se encuentra mi esposo.
¿Otra vez? Si os lo he contado muchas veces.
Mejor, así es como si le viera y estuviera aquí conmigo.
Le echáis de menos.
Tanto como él a vos.
Seguro que no tiene ni tiempo para eso.
En cambio aquí pasan las horas tan despacio.
Pero no debo quejarme, ya sabía con quién me casaba.
Hay deberes que están por encima del amor, Isabel.
Tenéis razón.
Pero a veces dudo
de si tanto sufrimiento merece la pena.
No podéis hablar como si fuerais una vieja amargada,
tenéis toda la vida por delante.
A mi edad, cualquier muchacha está casada
y yo no soy capaz de entender el afecto de quienes me rodean.
Cualquier hija de campesina podría darme lecciones de vida.
Escuchadme, Isabel.
Cualquier hija de campesina, de panadero o de noble
y sus hijos, y los hijos de sus hijos
jamás os podrán dar lecciones de nada.
Las lecciones se las daréis vos a todos ellos
porque seréis su reina.
Y su futuro y el de Castilla estará en vuestras manos.
Ese es vuestro destino. Está por encima de todo, Isabel.
¿Duele mucho? -Si todo va bien, no.
Al menos, ¿es rápido?
¿Os sabéis el romance del rey moro que perdió Valencia?
Pues empezad a recitarlo.
Con un poco de suerte,
solo hará falta que lo repitáis un par de veces.
(Susurra).
¿Qué estáis haciendo?
¡Salid! -No.
¡Salid, hija de puta!
¡Salid! ¡Ya!
¿Por qué, Juana?
Porque sería la deshonra del rey. -¿Del rey?
Sí. -¿Qué rey?
Porque por aquí no se ha dejado ver nunca.
¿Cuántas cartas os ha escrito vuestro rey
desde que estáis lejos?
¿De verdad creéis que os echa de menos?
Pero Pedro, tengo que pensar en mi hija.
Me he jugado mi honor,
y daría mi vida por vos si fuera necesario.
Ya lo sé.
Lo sé, lo sé, lo sé.
Quiero al hijo que lleváis en vuestro vientre.
Él no es menos que vuestra hija porque yo no sea rey,
él no tiene la culpa de nada.
Si es verdad que me amáis,
si es verdad que nadie nunca os quiso como yo,
os lo suplico, dejad que nuestro hijo nazca.
Clara. ¿Qué haces aquí?
¿Me echabas de menos? ¿No se me nota?
No traerás malas noticias. No, vengo a buscar a Isabel.
Partes de nuevo a Ávila. Sí, mañana con las primeras luces.
Lo siento, Clara, es necesario.
Hay asuntos graves que tratar e Isabel tiene que volver.
Pobre, se resiste a dejar sola a su madre,
es una buena hija.
Sí, pero ahora Isabel debe ser una buena reina.
¿Cómo está su madre?
Mal, lo de Alfonso ha sido un golpe muy duro.
Pero ahora me preocupa más la hija que la madre.
¿Hay temor de un ataque de Enrique?
Eso se teme Carrillo, pero no ha dado señales de vida.
Por si acaso, debemos volver cuanto antes a Ávila,
allí estaréis protegida.
Partiremos al amanecer. Así se hará.
Don Gonzalo. Decidme, majestad.
¿Podría acompañarnos mi madre? No me gustaría dejarla aquí sola.
Aquí está acompañada y protegida, necesita tranquilidad y sosiego;
justo lo que no tendrá viniendo con nosotros.
Lo siento, Isabel. Un poco más de agua, por favor.
Vaya, por fin decís algo.
Estáis en Castilla y aquí se come con vino; servidle.
No, prefiero agua, gracias.
¿Os encontráis mal?
Si es así, mañana no podréis partir a Ávila,
traigo soldados suficientes de escolta.
Muy mal tendría que encontrarme para no cumplir con mi obligación.
Permitidme que os ayude. -Ni se os ocurra.
No entiendo por qué tengo que estar yo sentado
y vos sirviendo.
Aquí sois invitado, y alguien se tiene que encargar de servirles.
Pastel de cabrito.
Voy a ir a ver a la señora, a ver si puedo hacer que coma algo.
Os acompaño, así os echo una mano.
Qué manía tiene todo el mundo hoy de ayudarme.
Come tranquila. Clara, dejad que os acompañe.
Venid, pues.
Tenéis mucho aprecio a doña Isabel, ¿verdad?
El mismo que tenía por don Alfonso, que en paz descanse.
El problema del aprecio
es que se pueda confundir con otras cosas.
No entiendo qué queréis decir. Bien lo sabéis.
Y yo también.
Isabel está destinada a reinar en Castilla
y hay afectos que una Corona no se puede permitir,
ni ciertas distracciones.
Si realmente queréis servir a la reina,
abandonad su séquito cuando lleguemos a Ávila.
Aún se necesitan hombres como vos en el campo de batalla.
Pero excelencia... Si queréis a Isabel es lo mejor.
Así lo haré, excelencia.
Procurad que lo dicho aquí quede entre los dos.
Por mi honor que así será.
En ese caso quedo tranquilo, de vuestro honor jamás dudaré.
Señora, deberíais comer algo, por favor.
No tengo ganas,
y menos cuando es hora de despedidas.
No puedes mentirme, lo veo en tus ojos.
Marchas, ¿verdad?
Antes de que despertéis por la mañana.
No te preocupes por eso, últimamente duermo muy poco.
Esta es mi vida:
despedirme continuamente de las personas que amo.
Os prometo que nos volveremos a ver pronto.
No prometas lo que no sabes si puedes cumplir.
Acércate y dame un abrazo.
Que Dios te acompañe y te dé fuerzas.
Rezaré por ti todos los días.
Debo prepararme para el viaje.
Adiós, hija mía.
Isabel.
Sí, madre.
Cuida bien de tu hermano, aún es un niño.
No os preocupéis, así lo haré.
Ya has hablado con Gonzalo, ¿qué te preocupa ahora?
A veces pienso que vamos muy deprisa con Isabel.
Es fuerte.
Sí, pero hay que serlo demasiado
para soportar lo que está viviendo ella
y para aguantar la presión del poder.
Los nobles solo ven la Corona como un instrumento a su servicio.
Es Pacheco quien te preocupa. Sí.
¿Quién me iba a decir
que acabaría siendo el aliado del asesino de mi mejor amigo?
¿Qué diría don Álvaro si levantara la cabeza?
Te felicitaría. ¿Estás segura de ello?
Él era capaz de pactar con el diablo por defender al rey,
y con Pacheco lo hizo muchas veces.
Hasta que le costó la vida, como a Alfonso.
¿Qué quieres decir, que Pacheco...?
No puedo decir nada porque no tengo pruebas.
A veces pienso que no le protegí como debiera.
Haces lo que puedes.
Sí, pero me siento muy solo, necesito a alguien que me ayude.
He pensado en tu sobrino, Gutierre de Cárdenas:
sabe de leyes, vivo de palabra
y sabe manejar la espada si es necesario, y es leal.
Necesito tener más ojos para que no se me escape nada.
Si perdiera a Isabel, no me lo perdonaría.
No solo por Castilla,
son como nuestros hijos; ya hemos perdido uno.
Hablaré con él para que parta a Ávila cuanto antes,
que vuele con su caballo si es necesario.
Marchad tranquilo,
no pasarán dos noches sin que esté allí mi sobrino.
Le diré que sea tu sombra, tus ojos, tus manos
y que te proteja de cualquiera que pueda hacerte daño.
A ti o a Isabel. Perdón.
Perdonadme vos, majestad.
Veo que no me reconocéis: soy Gutierre de Cárdenas.
Soy el sobrino de doña Clara y, por tanto, también de...
¡Cárdenas!
Os presento a mi sobrino. Ya nos hemos presentado.
Don Gonzalo me habló de vos durante el viaje,
perdonad que no os haya reconocido.
Es normal,
la última vez que nos vimos erais una niña.
Es buen negociador y experto en leyes;
cuantos más ojos, mejor veremos.
Bienvenido.
Si Chacón os ha elegido es porque sois valioso,
no me cabe duda. Gracias, majestad.
¿Sabéis algo de Gonzalo? Anda desaparecido esta mañana.
Aún tengo que poner en orden mis enseres, ¿puedo retirarme?
Contadme.
Gonzalo continuó el viaje, se alistó voluntario.
¿Por qué nadie me ha informado?
Él mismo dijo que no quería despedidas.
No lo entiendo, ¿no era feliz aquí?
Gonzalo es un soldado
y su misión es luchar en el campo de batalla.
Del mismo modo que la vuestra es gobernar.
Todos tenemos que responder a nuestro destino.
Hay noticias: carta de Enrique.
¿Carta del rey? -Sí.
Ha enviado a mensajeros con ella
a todas las villas y ciudades de Castilla.
Por vuestra cara, no parece que sean buenas noticias.
No lo son.
Últimamente nunca hay buenas noticias en Castilla.
"Estimada Isabel.
Os hago saber que estando en el villa de Madrid
me llegó la nueva de la muerte de nuestro hermano.
Ruego a nuestro Señor que le guarde y proteja.
Mi dolor es grande tanto por ser mi hermano
como por morir en tan tierna e inocente edad.
Suplico que por encima de nuestros desencuentros
entendáis que mi dolor es tan grande como el vuestro.
Y para que el pueblo de Castilla lo sepa,
esta carta ha sido enviada a todas sus villas y ciudades".
Conociéndoos, esperaba una reacción más airada, majestad.
Se está poniendo en duda el futuro de vuestra hija.
Enrique nunca defendió bien a mi hija,
no me sorprende que no lo haga ahora.
Podéis retiraros.
Aún queda carta por leer. -Es suficiente.
"He enviado este mensaje a todos los rincones
para que todo castellano sepa que su anhelo de paz es el mío,
como me gustaría que fuera el vuestro.
Firmado: Yo, el rey".
Ahora quiere dialogar,
parece que Enrique ha perdido la euforia en la batalla.
Normal en Enrique.
Y para qué quiere dialogar, ¿para seguir engañándonos?
Debemos aprovechar este momento de flaqueza.
Debo advertiros que su flaqueza no es tal.
Explicaos.
Muchos nobles, después de la muerte de Alfonso,
han decidido cambiar de bando.
Y tras Toledo, han recuperado Burgos.
Estamos en desventaja. Clara y evidente.
Enrique promete paz a todo con el que habla
y Castilla está cansada de guerras.
Si él tiene tanta ventaja por qué iba a querer negociar,
seguro que son rumores. -No, no lo son, os lo aseguro.
¿Y vos quién creéis que sois para llegar nuevo y tomar la palabra?
Sí, tal vez sean rumores, pero se pueden cambiar las tornas,
¿verdad Pacheco?
Usaremos el factor sorpresa: atacaremos Burgos,
iremos a Alaejos y raptaremos a su esposa.
Quien importa a Enrique es su hija,
y ella es inaccesible; está bajo el cuidado de los Mendoza.
¡No podemos rendirnos!
¡Acepto vuestra opinión, eminencia, pero no vuestras órdenes!
Yo dispongo el rumbo que tomaremos
y quiero que sea respetado hasta las últimas consecuencias.
¿Y qué disponéis?
Negociar con Enrique.
Castilla no puede tener dos reyes,
y vos ya habéis firmado cartas como reina.
Rectificar es de sabios, renuncio a serlo.
Se enviarán cartas a todos los lugares
para que lo sepan.
Cometéis un inmenso error.
El error sería manchar de sangre la Corona.
Castilla necesita tranquilidad, dejaré que reine Enrique
y cuando muera, Dios le dé muchos años,
heredaré yo su Corona.
Los partidarios de Enrique no os aceptarán,
querrán ver a su hija Juana en el trono.
Yo puedo evitar que eso ocurra, si vos lo ordenáis, por supuesto.
Hacedlo en mi nombre, Pacheco.
Iréis a ver a Enrique,
le llevaréis una carta que escribiré con mi propia letra.
Ya es hora de salvar a Castilla del caos en que está sumida.
No quiero que ningún soldado mío muera en el campo de batalla.
¡Aaag!
(Respira fatigado).
Dios os guarde, me acabáis de salvar la vida.
Me llamo Álvaro Yáñez.
Gonzalo Fernández.
Vos habríais hecho lo mismo.
¿Yo? Permitidme que lo dude: eran cuatro y acabasteis con tres.
¡Estáis sangrando! -No es nada.
(Quejido).
Vos lucháis sin temor,
como si no tuvierais que perder, ni siquiera la vida.
Salgamos de aquí, va a caer la noche.
Chacón, me habéis engañado.
Gracias a vuestra influencia,
todo el esfuerzo de la guerra ha sido en vano.
¿Me acusáis de manipularla?
Ella es joven y os escucha siempre. Os juro que no ha sido el caso.
Os seré claro, Carrillo.
Vos habéis cuidado y protegido a Isabel como nadie
y nunca habéis faltado a vuestra palabra.
Ellos son como mis hijos y os estaré agradecido de por vida.
Podemos discrepar, pero siempre os seré leal;
nunca os mentiría.
Entonces, Isabel... Ha decidido ella sola.
Y estoy casi tan sorprendido como vos.
Agradezco vuestra carta
y creo que es momento de parar esta guerra
que a nadie beneficia.
Os respeto como rey y juro no hacer nada contra vos.
Siento molestaros, majestad.
De momento, con alteza es suficiente.
¿Se os ofrece algo? El señor Chacón me ha informado
que estabais redactando la carta de respuesta al rey.
Si necesitáis ayuda.
¿Tenéis experiencia en escribir este tipo de cartas?
Ciertamente.
Esa suerte tenéis, yo no tengo ninguna.
Pero no os preocupéis,
tengo muy claro lo que quiero decir y mi caligrafía es clara.
Podéis ir a dormir tranquilo.
Como ordenéis, buenas noches.
Sí os pido una condición: que lleguemos a acuerdos
para que los nobles no utilicen la Corona
como si fuera suya, y no ellos sus fieles servidores.
¿Satisfecho? Es la respuesta que esperaba.
Lo sabía, en cuanto leí vuestra carta
de condolencia por la muerte de Alfonso,
sabía lo que queríais, majestad.
¿Es cosa vuestra? Aconsejé a Isabel dar este paso.
Me costó más convencer a Carrillo,
ya sabéis que le gusta más la batalla que el dinero a un judío.
No sé cómo no se hizo soldado en vez de cura, ¿y Chacón?
Chacón no es nadie, como todos sabemos.
Todo está bajo control, como os prometí,
pero tenemos que dar una respuesta a Isabel.
Yo mismo, de mi puño y letra la convocaré
para negociar todos los puntos de su carta.
Organizaremos un encuentro en Guisando,
cerca de Ávila, donde reside, de aquí a un mes.
¿Tanto tiempo?
He de mandar mensaje a Roma,
quiero que el papa medie en los acuerdos
como testigo imparcial y respetado por todos.
Llamaré a monseñor de Véneris,
nadie en Roma conoce Castilla mejor que él.
Y nadie recibe más lisonjas y regalos de vuestra parte.
Como me decíais de joven: "el que algo quiere, algo le cuesta"
Veo que lo tenéis todo muy bien pensado,
pero en estas negociaciones todavía hay mucho traje que coser.
Isabel ofrece la paz,
pero a condición de ser vuestra heredera.
¿En qué posición queda vuestra hija?
¿Ya creéis que verdaderamente lo es?
Creo en lo que me haga falta, si me favorece.
Pero si queréis un consejo como prueba de mi lealtad...
¿Cuál es? Ir a Guisando con vuestra esposa.
Sin ella vuestra posición es más frágil.
Pero Isabel...
Isabel no tiene nuestra experiencia negociando.
Conseguiremos la paz, pero no a cualquier precio.
Dejadme llevar los hilos, ¿de acuerdo?
De acuerdo.
¿Sabéis una cosa, mi querido Pacheco?
Siempre seréis el mismo intrigante, no tenéis remedio.
Ni vos tampoco.
¡Beltrán!
¿Qué hacéis aquí?
¿Acaso debo concertar cita siendo el valido del rey?
Y vos, ¿qué hacéis esperando en la puerta?
Esperando a que acabe la reunión. -¿Qué reunión?
Veo que no sabéis nada.
Buenos días, señores.
Pues ya sabéis lo mismo que yo.
¿Aviso de vuestra llegada al rey?
No hace falta, supongo que hay confianza.
Quieta, quieta, por favor.
Entre que pinto fatal, y con tanto movimiento...
Juana no te muevas. -No, si te lo digo a ti, hija.
¡Es indignante!
Ve con la niña a jugar.
Quiero saber lo que le pasa a mi marido.
Luego te lo contará, anda, ve con la niña, por favor.
Ven conmigo, cariño.
Contadme.
El rey se ha reunido con Pacheco para pactar las negociaciones de paz.
Serán en Guisando, el 18 de septiembre.
¿Os lo ha dicho él mismo? -Sí.
Y me ha dado orden de informaros a vos.
A veces, con este rey,
me da la sensación de pasar días de viaje para no moverme.
Sentaos, sentaos, por favor.
Y bebed un poco de agua.
Estoy harto de serle fiel, de jugarme la vida por él
y ver cómo otros que le traicionan reciben a cambio premios y lisonjas.
Vos siempre me habéis pedido serle fiel al rey.
Os ruego por Dios que esta vez no me lo pidáis,
no quiero volver a palacio.
Volveréis a palacio, Beltrán, y lo harás porque yo te lo ordeno.
Por favor, don Diego.
Volveréis a palacio a darle al rey un mensaje
de parte de la familia Mendoza, de la que sois uno más.
Le diréis a Enrique que nuestra lealtad se acabó.
Los Mendoza hemos jurado por nuestro honor
defender y proteger a su hija y heredera,
y lo hacemos porque lo es y se lo merece.
Para mí ya es como una nieta, lo sabéis.
Pero la lealtad de los Mendoza tiene un límite: nuestro honor,
y el rey se ha burlado de nuestro juramento.
Ninguno de nosotros irá a Guisando, Beltrán.
Quiero dejar la Corte.
Cuando os plazca.
¿El rey quiere que le acompañe al pacto de Guisando?
Sí, majestad.
Contad 30 días, solo 30.
Ese el el tiempo que tardaréis en volver a la Corte,
a vuestra casa.
Mi casa.
Ya casi me había olvidado de ella.
¿Qué os sucede?
Pensé que la noticia os alegraría. -Claro.
Sí, lo siento, solo que...
estoy tan sorprendida que me cuesta expresar...
la alegría.
Creía que al negociar con Isabel
mi hija y yo quedaríamos fuera del pacto.
Si Enrique os anticipa la noticia con tanta previsión
es que quiere levantaros el ánimo,
es que no se ha olvidado de vos, ni de vuestra hija.
Sin duda, este es un día grande para Castilla.
Os dejo que descanséis, majestad.
¿Lo ves?
Para entonces ya...
¿Qué voy a hacer ahora?
¿Enrique quiere negociar?
Sí, y nos ha citado en Guisando, luego veremos en qué queda todo.
Habrá que ir bien preparados y sabiendo la lección al dedillo.
Son buenas noticias, sin duda. Sin duda lo son.
Decid a Carrillo
que ordene la vuelta a casa de las tropas hasta nueva orden.
Vendrá bien mantener un retén por si cambian las tornas.
Injusto, la negociaciones llegarán a buen puerto,
ya lo veréis.
Ahora, si no os importa, me gustaría estar sola.
¿Os encontráis bien? Sí, de verdad.
Solo que necesito pensar en todo lo que ha pasado.
Han sido tantas cosas y han pasado tan deprisa.
Por supuesto, alteza.
Don Gonzalo,
dejad los tratamientos pomposos para cuando tengamos público.
Para vos soy Isabel simplemente.
Como gustéis.
¿No está demasiado melancólica para tan buena noticia?
La entiendo,
negociar con Enrique es complicado, os lo aseguro.
Agotaría la paciencia del santo Job. Si es eso...
¿Pensáis en otra cosa?
No sé, vos la conocéis mejor, pero...
¿seguro que está preparada para todo lo que se le viene encima?
Ni se os ocurra dudar de eso.
¡Gonzalo, Gonzalo!
¡Gonzalo!
¡Gonzalo, por fin te encuentro!
¡La guerra ha terminado, ya no hay guerra!
¡Despierta!
Despierta.
Aguanta, aguanta, amigo,
no te vayas a ir ahora que todo ha terminado.
(Grita): Ayuda, ayudaaa.
¿Has acabado? -Sí, majestad.
Con esto disimularéis.
Además, aún no se os nota nada el embarazo.
Pero de aquí a que llegue Enrique, sí.
Con este trasto no voy a poder ni montar a caballo.
Así que ni vos ni don Diego me acompañaréis a Guisando.
No, majestad.
Y también os comunico que dejo la Corte.
¿Me abandonáis? No dejáis otra opción.
Dejadnos solos, por favor. No.
Es mi deseo que se quede
y sea testigo de mi marcha y mis palabras.
¿Pero cómo puede creer Diego de Mendoza
que voy a traicionar a mi propia hija?
Negociar con Isabel es traicionar a vuestra hija y esposa.
Cabrera, explicadle:
voy a buscar a mi esposa, a Alaejos, para ir con ella a Guisando.
Así es, yo mismo he preparado el viaje.
¿Veis, lo veis?
Simplemente, ahora cedo unas cosas, pero lo arreglaré, como siempre.
Con ayuda de Pacheco, supongo.
Por Castilla
soy capaz de pedirle ayuda a él y al diablo, si hace falta.
Cuidado,
no sean los dos la misma cosa y os acabéis quemando.
¿Por qué premiáis la traición y el deshonor, majestad?
Los Mendoza hablan mucho del honor,
se os ha acabado pegando, por lo que veo.
Y a mucha honra.
¿Y de qué sirve el honor si hay tanta muerte y miseria?
Es muy fácil hablar del honor para un noble,
y hasta para un rey, como yo, ¿sabéis por qué?
Porque el hambre no llega a mansiones ni a palacios.
A veces pienso que la peste es el único invento de Dios
que nos hace iguales a todos los hombres,
porque no hay dinero para sobornarla ni yugo con qué someterla.
Os queréis marchar, hacedlo, no os apreciaré menos por eso,
pero decidle a los Mendoza que no consiento
que nadie le dé al rey lecciones de honor.
Porque no me importa arrastrar
el mío y el de mi familia por los suelos
si es por la paz de mi pueblo.
Parece que es hora de despedirnos.
No queda otra, amigo mío.
Sois un buen hombre, Beltrán.
Lo mismo opino de vos.
Solo espero que nunca tengáis que dejar la Corte
de la misma forma que yo.
¿Y Carrillo?
No quiere saber nada de negociaciones con Enrique.
Es tan leal como testarudo.
Si os parece, podemos comenzar a estudiar nuestra estrategia.
Comencemos.
¿Hay respuesta de Enrique a nuestras condiciones?
No, alteza, solo nos han comunicado que mañana nos visita
monseñor de Véneris, el mediador papal.
Podía mediar en que nos contestaran,
hace días que mandamos nuestras cartas.
Sí, y dejamos las cosas bien claras,
sobre todo en los relacionado a los derechos de sucesión,
que serían vuestros,
y lo que se supone para su hija, doña Juana.
Y en que yo no casaría con nadie que no fuera de mi agrado.
También.
Al no responder y no anular la cita de Guisando,
es de suponer que todo les parece perfecto.
Entonces, es que no lo es, ¿verdad?
En absoluto, ya sabéis cómo negocia Enrique:
cara a cara hasta el agotamiento.
Aprendió de Pacheco.
Hasta pienso que está preparando con él
el encuentro de Guisando.
Con Pacheco, ¿pero no es de los nuestros?
Pacheco no es de nadie, Cárdenas.
Deberías hablar con Carrillo, lo necesitamos a nuestro lado.
Mañana viene monseñor de Véneris, espero que me ayude a convencerlo.
¡No insistáis más!
No cederé.
Isabel, sabéis que os aprecio y os admiro por vuestra entereza,
pero no me pidáis lo que no puedo cumplir.
Ni siquiera por el bien de Castilla. -¡El bien de Castilla!
Enrique no puede traer más que desgracia
por su blandura y su falta de mando.
No lo necesitamos. -¡Enrique es el rey!
¡Callaos!
Ya os debí dar un buen mandoble la última vez que nos vimos.
Seguid interrumpiéndome y os lo daré ahora.
Si quisierais,
juntos podríamos conseguir que el rey nos recuperara glorias pasadas.
¿De qué glorias pasadas me habláis?
¿Acaso no es Castilla la ubre de la que maman los nobles
hasta dejarla exhausta?
Todo eso tiene que cambiar. Enrique no lo permitirá.
Pues habrá que obligarle a hacerlo, por eso os necesito.
Desde que os conocí sois mi protector y fuerza armada.
Nuestro viaje no terminará en Guisando,
sino que comenzará ahí.
Si pactáis con el rey, ya se encargará él
de que yo no pueda continuar ese viaje.
¿Creéis que no se vengará de mis afrentas?
Enrique sabe que nunca volveré con él,
que no soy hombre de pactos, ni me gusta hacer pasillos.
Tengo las manos manchadas de sangre por esta guerra.
Le será fácil encontrar excusas para acabar con mi vida,
si es necesario.
Os lo juro por los clavos de Cristo que eso no ocurrirá.
Traigo poderes del papa para perdonar todos los pecados y faltas
a los que han participado en esta contienda.
Vos no tenéis porqué ser menos,
yo mismo escribiré un documento garantizando vuestra seguridad
y vuestra hacienda.
¿Llevaríais ese documento a Roma para que el papa lo avalase?
Si es vuestra voluntad, así lo haré.
¿Me acompañaréis ahora a Guisando?
Os acompañaré.
Alteza, venid de inmediato. ¿Qué ocurre?
Gonzalo.
Gonzalo.
No os oirá, lleva días dormido. ¿Qué le pasa?
Le hirieron por salvarme la vida.
Avisaré a un médico, llevadle a las alcobas de invitados.
¡No! A la habitación de Alfonso.
¿A la habitación de Alfonso? Era su mejor amigo.
Nadie mejor que él para ocupar su alcoba.
Seguidme.
¿Se recuperará?
Ha perdido demasiada sangre y la herida del costado está mal.
Está muy débil.
Volveré esta noche, para limpiarle la herida.
¿No puede hacer nada más por él?
Rezar, alteza, rezar.
Siempre ha sido un luchador,
se recuperará.
¿Qué hacéis que no dormís? ¿Y vos, por qué no dormís?
Veo que seguís fielmente las órdenes de mi esposa.
Sí, pero no necesito órdenes para preocuparme por vos.
¿Isabel sigue al lado de Gonzalo? Sí.
¿Teméis que ese muchacho pueda distraerla de sus tareas?
Así es.
Gonzalo juró que no volvería, pero no le puedo recriminar eso.
Ni sabe que está aquí, al lado de su amada.
Y probablemente... nunca lo sabrá.
Gracias a Dios.
Llevo demasiado tiempo en política, Cárdenas.
¿Por qué decís eso?
Porque nunca la recuperación de un buen hombre
me había alegrado tan poco.
El bien general está por encima del particular.
Así es, y por eso lucho.
Pero he visto morir a demasiada gente que quiero.
Quiero que seáis testigo de lo que voy a decir
y recordármelo si no lo cumplo.
Juro que cuando Isabel sea reina lo dejaré todo,
ya habré cumplido mi misión y vos me sustituiréis.
No, gracias. Me sustituiréis.
Yo volveré con mi esposa a vivir los días que me quedan feliz,
sin desear la muerte de un hombre de bien
como lo estoy haciendo hoy
por el futuro de Castilla.
¡Juana! -¿Qué?
Debemos salir esta noche.
Fonseca ha recibido carta confirmando que el rey llegará mañana.
¿Qué os pasa? -Que no sé qué hacer.
¿Qué charlas son estas?
Y a esta hora de la noche.
¿Estáis embarazada?
¿De vos?
(Grita): ¿Vos? -(Grita).
¿Deseáis algo más?
Vuestro testimonio ha sido de gran ayuda, marchaos.
¿Qué clase de sirvientes tenéis que no os informan de nada?
Las despediré inmediatamente, os lo aseguro.
Eso.. eso es lo que debería hacer yo con vos,
despediros de la Corte ¡y quitaros vuestros cargos!
¿Cómo es posible que no supierais
lo que estaba pasando delante de vuestras narices?
(Rabioso): Mi esposa embarazada.
Vino aquí para ser cuidada y vigilada por vos
y resulta que la jode vuestro propio sobrino.
Perdonadme, majestad, lo siento profundamente.
Lo que yo siento es que no os dieran en la nuca,
como a los conejos.
Fuera.
¿Queréis que avise...? (Grita): Fuera.
Me abandonan los Mendoza,
y ahora descubro que mi esposa va a tener un hijo de otro.
Hasta ahora,
bastante tenía con defender que mi hija era mía.
Tranquilizaos, majestad.
Quiero que enviéis soldados a buscar a Juana y a ese cabrón.
Que los encierren en palacio. Así será, majestad.
No quiero que nadie sepa de mis vergüenzas.
Si alguien descubre esto,
no tendré argumentos que defender en Guisando.
¿No tenéis nada más que decir?
No, alteza, con lo hablado podemos afrontar las negociaciones.
Perfecto.
Chacón, quiero pediros algo. Decidme.
Deseo que cuando Gonzalo se recupere sea nombrado jefe de mi guardia.
Pero... Procurad que así sea.
Isabel, Gonzalo lleva tiempo sin conocimiento,
lo extraño es que no nos haya dejado ya.
El médico... No me importa lo que diga el médico.
Dios no me fallará, no esta vez.
Alteza, esta madrugada partiremos hacia Guisando.
Debéis estar centrada en todo lo que hemos estudiado,
nos jugamos el futuro en ello. Lo sé.
¿Acaso dudáis de mí?
Yo solo digo que si queréis ser reina
no podéis pensar en nada más que eso.
Gracias.
Es Gonzalo, ha vuelto en sí.
Gracias a Dios.
Buenos días, Gonzalo.
Habéis dormido una larga noche.
Creía que ya no iba a volver a veros, alteza.
Empeño habéis puesto en que pasara eso.
Vuestro amigo Álvaro me dijo que luchabais
como si quisierais encontrar la muerte.
No,
yo no quiero morir.
Yo solo quiero serviros.
Pues mal podréis servirme si sois tan temerario.
Isabel. Dime, Gonzalo.
¿Qué sentís por mí?
Respeto y cariño.
Quiero teneros junto a mí siempre,
como amigo y como soldado.
Sobre todo cuando sea reina.
Serviros...
Ahora tenéis que descansar,
hablaremos cuando os hayáis recuperado.
Nunca dudéis de mí.
Comed algo más, Beltrán.
Sí, comed y dejad de pensar en Enrique,
por lo menos cuando estemos en familia.
No puedo, lo siento.
Pensar que pronto se reunirá en Guisando con los rebeldes,
con Pacheco.
Castilla es fuerte, sobrevivirá a este golpe
y nosotros ayudaremos a ello, tranquilo.
Dios os oiga.
Me conformo con que me oigáis vos lo que os voy a decir.
Hay lugares para hablar de ciertas cosas,
y este ahora no es uno de ellos.
Excelencia, tenéis visita.
¿A la hora de cenar? ¿Quién es el maleducado?
Majestad.
Soy yo, don Diego.
¿Qué hacéis aquí?
¡Mamá!
Necesitamos vuestra protección.
Nunca veréis a una reina rogaros como os ruego vuestra ayuda.
¡Oh!
No diréis que no os trato como a una reina.
La verdad es que nunca había dormido en una alcoba real
hasta esta noche.
Ventajas de que el palacio ahora esté vacío.
Me gustaría tanto estar ahora al lado de Isabel.
Si todo va bien, pronto la veréis.
Estupendo, así podré darle la noticia.
¿Qué noticia?
Voy a ser madre.
¿Qué Castilla le tocará vivir a nuestro hijo, Andrés?
Por su bien y el nuestro, espero que en Guisando...
todo vaya bien.
Cambiad el gesto, majestad, se os ve preocupado.
Es que lo estoy.
Pero ellos no tienen porqué saberlo.
Recordad, Isabel: si Enrique está serio, vos también.
Si sonríe, sonreíd,
y si os mira fijamente... Mantendré la mirada.
No os preocupéis, me sé la lección.
¿Está bien así?
Mejor.
Vayamos a su encuentro.
Tomad la palabra, de Véneris. Sí, majestad.
Como legado papal declaro anulados todos los juramentos de cada bando
en cuanto a la sucesión de la Corona.
Motivo: la negociación que hoy comienza.
Es hora de mostrar respeto al rey.
Poneos en pie, poneos en pie; no os postréis.
Sois casi la única familia que me queda.
Que nunca volvamos a estar en disputa, Isabel.
No lo estaremos más, majestad.
Abrazadme como a un igual.
Castilla, está llena de estos pasquines.
Apresad a todo hombre que esté armado.
¿De quién la están protegiendo?
Del rey.
¿Sois consciente de que utilizaré la fuerza
si es necesario?
Haced lo que tengáis que hacer.
Sois el capitán de mis ejércitos,
¿por qué lucháis como un soldado?
Porque un buen capitán lucha junto a sus hombres.
No volveremos a entrar en guerra.
Mi familia ha hecho más porque vuestra hija sea reina
que vos con vuestra conducta indecente.
Para ganar la guerra hará falta tiempo y dinero.
Necesitamos a Castilla como aliada.
Quisiera que las negociaciones de la boda fueran secretas.
Nadie guarda un secreto como yo.
Enrique paga por el silencio,
y Roma hace palacios con el oro de Castilla.
Os avisé de que os equivocabais y no me hicisteis caso,
pese a eso os fui leal hasta que negociasteis con Isabel
tras hacernos jurar defender a vuestra hija,
y un Mendoza nunca jura en vano.
Perdonad las formas, alteza,
pero vuestra boda es cuestión de Estado
y responsabilidad del rey.
Recordad: siete días.
¡Coged vuestra espada, rápido!
Necesitamos a Castilla de nuestro lado,
y para eso es preciso que os caséis.
Ya os lo dije, es hora de convocar las Cortes.
Los Pactos de Guisando los firmó el rey
y tiene que cumplir con su palabra,
con Pacheco o sin él.
¡Malditos Pactos de Guisando, en qué hora los firmé!
¡Un rey manda, no cede!
Subtitulación realizada por Cristina Rivero.
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NOTE STORICHE.
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