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Isabel - Capítulo 4
01h 06 min
Transcripción completa.
(Grita).
Hay que acabar ya con esta guerra,
nuestra gente
no puede soportarlo más.
Os toca.
Es de mi padre.
¿Qué nuevas cuenta?
Las de mi casamiento.
Es vuestro sí el que quiero,
no el de vuestro padre.
Tomaros el tiempo que necesitéis.
La historia está llena
de reyes que conducen a sus tropas,
reyes guerreros.
-Y vos, sin duda, algún día lo seréis
pero, por el momento,
no tenéis formación con las armas.
Pues formadme.
¿En qué consiste
ese ungüento mágico, eminencia?
En lograr que el marqués de Villena
vuelva a nuestro bando.
¿Cómo?
Ofreciéndole casar a su hermano,
Pedro Girón,
con la infanta Isabel.
Nunca me casaré
con quien yo no elija.
¿Vais a perder la oportunidad
de ser familia de la Corona?
A lo mejor quien la pierde
es vuestra majestad.
Nuestro ejército es fuerte,
nuestras arcas están llenas,
no tenemos ninguna prisa.
¿Pedro Girón?
Maestre de la orden de Calatrava,
señor de Belmonte, Flechilla,
Morón de la Frontera...
Le conozco, majestad,
intentó violentar a mi madre,
os intentó secuestrar,
puso en peligro la vida
de la reina y de vuestra hija.
¿Y para esto hemos luchado?
Tenemos al rey puto
en nuestras manos,
¿por qué hemos de aceptar
ahora un pacto?
Ahora le tenemos
comiendo de nuestra mano,
¿no os dais cuenta?
¿Os molesta que sea vuestro rey
con su ayuda?
No, majestad,
solo quiero obedeceros.
Pues obedecedme.
La mitad de la mitad
de lo que os lleváis
puede acabar con un caballo.
¡Soy Isabel de Trastámara,
hija del rey Juan,
hermana del rey Enrique
y del rey Alfonso!
(Grita).
Ahora sí que parecéis una novia,
preparada para entregaros
a vuestro marido.
¡Abrid la boca y tomaos el resto!
Ya, ya, ya...
Y recordad esto en el infierno:
no es Dios quien os quita la vida,
soy yo,
¡hijo de las mil putas!
La muerte negra
sobrevoló a sus hombres
y solo se lo llevó a él,
al mejor de todos.
No hay boda, Girón ha muerto.
Pero es un milagro.
Nunca el rey pensó
en cumplir su parte del pacto
ni iba a permitir la boda.
¿Sabéis qué significa eso?
Me temo que sí.
Cabrera, aseguraos
que Isabel vuelve a su casa
y que nadie
pueda contactar con ella.
Preparad a vuestros hombres,
pero enviad emisarios
a donde pueda haber
un noble en Castilla
que esté con su rey,
y que piense...
que su rey soy yo.
Subtitulado por Teletexto-iRTVE.
Tras recuperar Valladolid,
don Enrique partió hacia Portillo
con 400 hombres a caballo
con intención
de aprehender a don Alfonso.
Los nobles de Castilla se levantan
hartos de quien ni es rey...
ni es hombre.
Tras la muerte de Pedro Girón
su hermano, Juan Pacheco,
marqués de Villena,
intentó rehacer su dominio.
Pero los muchos daños sufridos
llevaron a las villas
a solicitar treguas a ambos bandos.
Un poco de entusiasmo
no estaría de sobra.
Id a hablarles de entusiasmo
a las mujeres que perdieron
a sus maridos en batalla,
a las familias que pasan hambre
al quedarse sin cosechas,
pedidles entusiasmo a ellos.
Mientras,
los leales ejércitos del joven rey
arrollan en su marcha
por el valle del Duero
camino de Olmedo.
Seguros de que el Señor Todopoderoso
desea su victoria.
Magníficas noticias.
Lo serían si fueran ciertas.
-Entonces, ¿es mentira?
Siempre es mejor
una mentira favorable
que una verdad contraria.
¿Y cuál es la verdad?
Que vamos a jugarnos
la vida en Olmedo
y que echamos en falta
a Pacheco y sus tropas;
sin él estaremos en desventaja.
Yo ocuparé su lugar.
Majestad, a buen seguro
que eso animará a nuestras tropas,
pero tenemos que recuperar a Pacheco.
Hay que recuperarlo
antes de ir a Olmedo.
¿Y cómo lo haréis?
Vos sabéis
dónde están los vuestros, sobrino:
vuestra gente, vuestra familia.
Sé dónde está mi hermano:
bajo tierra
cuando debía estar en palacio.
Hay que mirar al futuro, por Dios.
-No quiero mirar al futuro.
Los tenía a todos
comiendo de mi mano:
a Enrique, a Isabel,
Alfonso, a todos.
No pienso salir de Segovia
hasta que no sepa quién dio la orden
de asesinar a mi hermano.
Los médicos dicen...
-Sí, anginas ulcerosas,
qué oportunas,
justo cuando iba a entrar
en la familia real.
No seamos ingenuos, Carrillo.
Bien, de acuerdo, no lo seamos.
Si alguien mató a Pedro Girón
no penséis en la mano
que vertió el veneno,
sino en quién le mandó envenenar.
Pensad en quién
se beneficia de esa muerte.
¿Permitiría la reina una boda así
cuando se duda
de si su hija es hija del rey?
¿Creéis que a Beltrán de la Cueva
le gustaría ver a vuestro hermano
como uno más en la familia real
si se casa con Isabel?
Decidme,
¿quién está al lado de Enrique?
Juana y Beltrán.
Pensad, además, que Enrique
no hace más que incumplir pactos
y dilatar la guerra con trucos
como la boda de vuestro hermano.
Estamos en guerra, Pacheco,
y en una guerra se intenta vencer
de cualquier manera al enemigo.
¿No lo entendéis?
Si sospecháis,
yo acabaré con vuestra sospecha:
fueron ellos.
Volved con los vuestros.
Hacedlo por vuestro hermano,
hacedlo por Pedro.
¿Y servir a Alfonso?
Un niño que se cree rey de algo.
No me fío de él.
¿Aunque os ofrezca
la cruz de la Orden de Santiago?
¿Estaría dispuesto a concedérmela?
Eso me dijo.
Puede que sea un niño,
pero sabe que sin vuestro ejército
perderemos en Olmedo,
y que si perdemos en Olmedo,
perderemos la guerra.
Esa cruz era de mi padre,
durante años
estuvo en el poder de Beltrán
y ahora que por fin vuelve a mí
queréis que se lo entregue
a quien me traicionó.
No, quiero que la entreguéis
a quien puede ayudarnos
a ganar la guerra.
(Suspira).
Está bien,
firmaré un documento otorgándosela.
Es una sabia decisión, majestad.
Estoy de acuerdo con vos,
ese traidor
no debería llevar la cruz.
Y no la tendrá.
Pero le habéis dicho...
-No tendrá la cruz mientras yo viva.
De Cuéllar a Medina del Campo,
lo más seguro
es que intente cortarnos aquí,
en Olmedo.
¿Presentarán batalla?
La presentarán,
no se han alzado para rendirse.
Pero me habéis dicho
que en sus últimos combates
sus tropas retroceden
en vez de enfrentarse a las vuestras.
Puede ser una estrategia.
Nunca hay que menospreciar
a los ejércitos de Carrillo.
Ni los de Pacheco,
ha vuelto al bando rebelde.
La serpiente
vuelve a mudarse de piel.
¿Y acaso lo dudabais?
(Suspira): Esto cambia las cosas.
Pero si ha de ser en Olmedo,
que sea en Olmedo.
Beltrán, Mendoza,
os confío la estrategia a seguir.
Majestad, os sugiero
que durante la batalla
vigilen de cerca a la infanta Isabel.
Podrían aprovechar
un descuido de nuestros hombres
para llevarla junto a su hermano.
Y si tienen ya una baja,
mejor que no tengan dos.
¿Se atreverán a atacar la Corte?
Pacheco ya sabe de eso;
lo hizo con mi padre...
y a mi favor.
Hablaré con Cabrera,
que refuerce la guardia día y noche.
Bien, pero por si acaso,
yo misma vigilaré a Isabel de cerca.
Vigiladla, pero no la importunéis,
os lo ruego.
El futuro puede disponer de alianzas
y no conviene derribar puentes.
¿Alianzas?
Vos ganad la guerra y no tendremos
que aliarnos con traidores.
Señores.
(Suspira).
A veces pienso
si no tengo que mandarle
a mi esposa dirigir tropas.
¿Algo más que decir?
Sí, y se refiere a vos, Beltrán.
Pacheco ha puesto precio
a vuestra cabeza,
jura que os buscará
en el campo de batalla.
Entonces..., no tengo nada que temer.
Sabéis que no será él
quien se enfrente a vos.
Ha prometido pagar buen precio
a quien os de muerte.
En Olmedo muchos de sus hombres
estarán más pendientes
de acabar con vos
que de ganar la batalla.
¿Y qué queréis que haga, don Diego?
No aportéis
vuestros escudos familiares,
pasad desapercibido.
Os lo ruego.
Majestad,
no seré yo el que se oculte;
el cobarde es él, no yo.
(Iracundo):
¿Qué clase de burla es esta?
¿A su muerte?
¿Heredar la cruz
de la orden de Santiago a su muerte?
¡No, no lo hagáis!
Es el testamento de un rey.
¿De qué rey?
-Del rey por el que luchamos.
¡No luchamos por él!
Si no defendemos un rey
no habrá nada por lo que luchar.
Muchos nobles, el pueblo, yo mismo
no entenderíamos una nueva Castilla
sin un nuevo rey.
Y ese es Alfonso, no lo olvidéis.
Podríais haberme dado esa homilía
cuando me rogasteis
que volviera con mi ejército.
¿Queréis volver a cambiar de bando?
-Sabéis que podría hacerlo.
No es eso lo que hablamos:
¡la cruz era ahora, no en herencia!
¿Es que no tenéis conciencia,
solo tenéis ojos para mirar por vos?
Limpiad eso.
Tenéis razón, nos ha engañado,
pero ya no hay vuelta atrás.
No la habría
si retirara a mi ejército
y volviera con Enrique,
en eso tenéis razón:
perderíais sin duda Olmedo.
¿Estáis de nuestro lado o no?
Lo estoy.
Seré leal a Alfonso mientras viva.
¿Mientras viva el rey
o mientras viváis vos?
Yo siempre sobrevivo a los reyes.
Será porque tengo la misma sangre
que el arzobispo de Toledo.
Será.
Canta el gallo
Está amaneciendo,
deberíais estar con vuestro marido.
No os preocupéis por eso,
él apoya mis decisiones.
¿Cabrera os apoya
o no tiene más remedio
que aceptar vuestro parecer?
¿Y qué es el amor
si no aceptar los deseos de la amada?
Vuestra boda fue preciosa.
Gracias a vos,
que me ayudasteis en todo.
No fue preciosa por eso,
sino porque bastaba
con veros a los dos
para saber lo mucho que os amáis.
Llaman a la puerta
¡Adelante!
Señora, la reina os reclama.
Majestad.
¿Sabemos algo?
Las fuerzas están parejas.
Majestad, os pido
que no os expongáis demasiado.
Soy el rey,
y debo hacerme respetar
como rey y como hombre.
Yo estaré a vuestro lado.
Fragor de batalla
Majestad, mis hombres
están a punto de entrar en combate,
os ruego me dejéis unirme a ellos.
Id, Beltrán, pero cuidaos
y no llaméis la atención;
os recuerdo que os están buscando.
¡Hia!
¡Por Enrique!
Iré con él.
Cuidad de vuestro yerno.
A mi edad,
más necesidad habrá
de que él cuide de mí, que yo de él.
Le atontará algo,
¡sujetádselo en la cara!
(Grita).
¿Qué hacéis,
le vais a cortar la pierna?
O corto ahora,
o la sangre le envenenará
por todo el cuerpo.
¡Sujeto, lo quiero sujeto!
¿No le vais a dar nada
para aliviar el dolor?
Como no corte ahora,
solo le daremos la extremaunción.
¡Ayudad a sujetadlo o cerrad la boca!
Cuidado con lo que dices, judío,
y con cómo lo dices.
Estás hablando con el rey.
Pues él será el rey,
pero yo soy el cirujano.
(Grita).
¡Majestad!
El miedo es amigo de la sensatez,
un rey sensato es un buen rey.
¿Estáis bien, majestad?
¿Qué hacéis?
Gonzalo, ¿qué hacéis?
No salgáis de la tienda
ni dejéis que nadie entre
hasta que yo vuelva.
(Canta).
(Canta).
¿Dónde vais?
A mi alcoba a rezar.
Hacedlo aquí.
Es un sitio tan bueno para rezar
como cualquier otro.
(Reza en latín).
¿Es que nunca habéis visto
rezar el rosario?
Me preguntaba por quién lo hacíais,
supongo que pensáis
en vuestro hermano y no en mi esposo.
Rezo por ambos
y rezo por Castilla.
(Reza el Padre Nuestro en latín).
(Grita).
¡Señor!
Beltrán, ¿os encontráis bien?
No he encontrado a Pacheco.
-Pero a él sí le han encontrado,
cuando llegué
estaba rodeado por tres hombres.
Y ahora son tres hombres muertos.
¿Y esa herida?
Nada grave.
Majestad,
la victoria es casi nuestra.
Si se le puede llamar victoria
a esta carnicería.
¿En esta batalla a cuántos hombres
he llevado a la muerte?
¿Quinientos, mil?
La historia dirá que estos hombres
murieron por una buena causa.
Los juglares
compondrán canciones a estos héroes.
Pero ellos no las oirán,
y sus hijos cada vez que las oigan
recordarán el día
en que perdieron a sus padres
en una guerra absurda.
Vámonos de aquí,
no quiero ver un muerto más.
Señor, debéis proclamar la victoria.
Vámonos de aquí.
Señor, por Dios,
¡no abandonéis la plaza!
(Grita): ¡Majestad!
¡Majestad!
Ponéoslo.
Enrique ha abandonado
el campo de batalla,
tenéis que salir
a proclamar la victoria.
Salid.
(Todos): ¡Viva el rey!
¡Viva Alfonso!
Vítores
¿Traéis noticias?
Pues no sabría deciros, señora.
Me cuentan
que el combate fue igualado
pero que nuestras tropas
fueron superiores.
¿Entonces..., hemos vencido?
Para vencer en el campo de batalla,
el rey debe proclamar su victoria,
y vuestro esposo no lo ha hecho.
¿Por qué?
¿Por qué no lo ha hecho?
No se sabe, señora.
Abandonó Olmedo con sus hombres
y se marchó a Medina del Campo.
Perdonad,
¿mi hermano,
sabéis algo de él?
Alfonso sí proclamó la victoria,
se quedó en Olmedo.
Entonces, está vivo.
Sí.
Gracias, Señor, gracias.
(Recita):
Las fuerzas estaban parejas,
la sangre teñía de rojo
los dorados campos de Olmedo,
pero entonces,
fue cuando el joven rey
entró en combate.
Sin temor a la muerte,
no rehuyó al enemigo
e hizo huir al usurpador.
Aplauso
Quién iba a pensar
que este rey no iba a cagarse encima,
yo que esperaba
que no volviera vivo.
Quiero proponer un brindis
por nuestro joven y valeroso rey.
¡Por nuestro rey!
(Todos): ¡Por el rey!
Me sorprendió
no veros en Olmedo, marqués.
Estaban mis tropas,
que era lo importante,
y estaba mi tío, monseñor Carrillo,
que es mejor estratega en batalla.
A mí la estrategia
se me da mejor en los despachos,
y a eso dediqué mi tiempo.
¿Y cual es la estrategia ahora, pues?
Segovia, señor, tomemos Segovia.
Ya es hora de que os encontréis
con vuestra hermana.
Nada me haría más feliz,
así sea.
Vos y monseñor prepararlo todo.
Disculpadme, estoy cansado.
¡Gonzalo, esperad!
Señor.
Gonzalo, ayer en Olmedo...
Ayer en Olmedo
estuve a vuestro servicio,
como es mi obligación, señor.
Pero ellos...,
todos creen...
Todos están con vos,
y eso es lo único importante.
Ahora hay que pensar en Segovia,
solo en Segovia,
como dice el marqués de Villena.
Isabel.
Isabel estará deseando
que la liberéis de la reina,
cuanto antes.
Y ahora, si me disculpáis.
Podéis marchar.
¿Exige la custodia
de Isabel y de vuestra hija?
O de lo contrario tomarán Segovia.
¿Pueden tomar Segovia?
Sus tropas están más cerca,
pero Cabrera
tiene hombres para resistir,
y el alcázar es inexpugnable.
Majestad,
el problema no ha de ser Segovia,
el problema ha sido Olmedo.
El enemigo tiene ahora la moral alta.
Señor, no podemos perder Segovia,
allí están vuestra esposa,
vuestra hija, vuestra hermana.
Y el tesoro real.
Su majestad sabe que los Mendoza
siempre somos leales al rey,
pero...
Hablad.
Pero desde esa lealtad os digo
que os estáis equivocando.
El bando rebelde va siempre
un paso por delante de nosotros,
tiene la iniciativa
que nosotros no tenemos.
Y con las tropas de Pacheco
han igualado las nuestras.
Si no las han superado.
Entonces, ¿qué sugerís?
Que actuéis como un rey:
tomad el mando de la situación,
tomad la iniciativa,
tomad decisiones.
Para eso sois el rey
y por eso os obedecemos.
Señora, ¿me buscabais?
-Sí.
¿Habéis almacenado alimentos
para aguantar el asedio?
Os aseguro
que la ciudad está bien defendida
y el palacio está protegido.
Las tropas de Carrillo
están a las puertas de la ciudad.
No podrán entrar.
-¡No me digáis que no van a entrar!
Pacheco está ahí fuera
y mi esposo dirige nuestras tropas,
así que no me digáis
que no van a entrar.
Os ordeno que tengáis todo previsto
para cuando suceda.
Así será, majestad.
¿Dónde está Isabel?
En su casa.
¿Qué hace allí?
Traedla inmediatamente.
¡No voy a ir!
¿Qué es lo que debo temer,
que mi propio hermano
me haga prisionera?
Si sus tropas llegaran a entrar,
Dios no lo quiera.
Cuando un ejército asalta una ciudad
puede haber desmanes, pillajes.
La soldadesca no distingue
entre amigo o enemigo.
Señora, deberíais hacerle caso.
Decidle a Juana
que si quiere llevarme allí,
que venga ella a pedírmelo.
Cuando lleguen,
me encontrarán en mi casa.
En ese caso, me quedaré con vos.
No, Beatriz,
vuestro lugar está
junto a vuestro marido.
No insistáis, es mi deber:
estoy a vuestro servicio.
Lo entendéis, ¿verdad?
Vos tomáis vuestras decisiones.
Tened mucho cuidado, os lo ruego.
Cuidádmela.
No os preocupéis, estaremos bien.
Conozco esta ciudad,
es infranqueable.
Yo conozco sus murallas
y opino lo mismo.
Os puedo asegurar que esta noche
cenaréis en palacio con Isabel.
Dios os oiga,
estamos impacientes por verla,
¿verdad Gonzalo?
Por supuesto, majestad.
Perded cuidado,
descansad en vuestra tienda,
os mandaré llamar
cuando llegue el momento.
Muy bien, allí estaré.
Gonzalo.
Alfonso tiene razón.
La ciudad está preparada
para resistir el asedio de meses
y las tropas de Enrique
estarán aquí en días.
Las ciudades las vigilan los hombres,
es cuestión de buscar el adecuado.
Esas puertas se abrirán desde dentro,
no desde fuera.
Sobrino, a veces me dais miedo.
No hay razón,
siempre que estéis a mi lado.
Lucha con espadas
Señora,
os comunico que el ejército enemigo
ha entrado en la ciudad.
Esas eran las tropas
que jamás podrían entrar,
esas las murallas
que jamás iban a franquear.
No sé cómo ha podido suceder.
Seguro que Pacheco sí lo sabe.
Las tropas de vuestro esposo
no pueden tardar.
¿No hay suficiente botín en la ciudad
como para que tengas
que saquear el palacio, miserable?
¡Abrid esa puerta!
¡Chacón!
Monseñor.
¿Y Alfonso?
¡Señor, aquí!
¿Siguen la reina y su hija
en el alcázar?
Os aviso que es inútil entrar ahí.
Lo sé, como ella debe saber
que es inútil que intente salir.
¿Qué va a pasar con la gente
que está dentro del alcázar?
Mandaremos recado a Enrique,
hay mucho de qué hablar.
¡Hermano!
Majestad.
Isabel, levántate, por favor.
Te he echado tanto de menos.
Y yo a ti.
Estás más delgado.
Vamos, salgamos de aquí.
Gonzalo.
Señora.
Gracias.
Esta mañana Pacheco me prometió
que estaría ahora cenando contigo,
y yo no lo creí.
Mejor, no me gusta Pacheco.
A mí tampoco,
pero gracias a él estamos juntos.
No me fío de Pacheco
y tampoco de Carrillo,
ellos no me gustan
y yo no les gusto a ellos.
Solo puedo confiar en ti y en Chacón,
y a ninguno de los dos
os tenía al lado.
Estaba Gonzalo.
Sí, estaba Gonzalo.
Y tú, ¿contenta por haberte librado
de esa bruja portuguesa?
No sabéis cuánto,
ella era deshonesta para mi persona
y peligrosa para mi vida.
Pero ya pasó.
Prométeme que seguiremos juntos.
Prometido,
y es una promesa de rey.
¿Sabes qué me gustaría?
Que lo celebrásemos con madre
y que te pudiera ver como rey.
Pues vayamos a Arévalo a verla.
¿De verdad, seguro?
El camino está bajo nuestro control,
podemos ir sin peligro.
Además, soy rey,
puedo hacer lo que me plazca.
En sus escritos,
este traidor se refiere a vos
como un usurpador,
a los leales nobles de Castilla
como traidores,
y a las tropas que os siguen
como rebeldes.
Es por ello que solicito
que sea condenado a muerte.
Diego Enríquez,
quedáis condenado
a muerte en el cadalso
por delito de traición.
La pena será ejecutada
mañana al alba.
Esperad un momento,
¿este hombre ha cometido
delito de sangre alguno?
No, pero sus escritos...
¿Ha empuñado arma
contra nuestros hombres?
Mi señor, su pluma.
No me parece motivo suficiente
como para quitarle la vida.
Ya hemos visto
demasiadas muertes en esta ciudad.
Diego Enríquez os llamáis.
Sí, señor.
Quedáis libre.
¿Le dejáis libre?
-Sí.
Supongo que querremos hacerle llegar
algún mensaje a Enrique.
Sí, pero...
-¡Pues quién mejor que él!
¡Soltadle!
Es el rey.
Vuestro equipaje
ya está preparado,
ahora solo queda hacer el mío.
No va a hacer falta, Beatriz.
Vos no venís a Arévalo.
Pero señora,
mi lugar está junto a vos.
No, vuestro lugar
está junto a vuestro marido.
Ya os he separado bastante,
no debéis permanecer
más tiempo alejada de él.
Pero él está en el alcázar,
rodeado de soldados...
Mi hermano ha ordenado
que os escolten hasta allí.
Además, sus tropas
no podrán entrar en el alcázar.
Cuando empiecen las negociaciones
podréis salir sin peligro.
Señora, yo...
siento como si os traicionara.
No digáis tonterías,
y no lloréis, por favor.
Desde ahora estaremos
en bandos enemigos.
¿Volveremos
a estar juntas alguna vez?
Seguro.
Fue cosa de Alfonso,
si dependiera
de Palencia o de Pacheco
estaría colgando
desde esta mañana en la plaza.
¿Cayó toda la ciudad?
Toda, menos el alcázar.
Allí está vuestra esposa e hija.
¿Quién les protege?
Cabrera y algunos de sus hombres.
Están a salvo, Carrillo sabe
que no podrá tomar el alcázar
antes de que lleguéis
con vuestras tropas.
Hay que partir de inmediato.
Hay que cercar la ciudad
y volver a tomarla,
todavía tenemos partidarios dentro.
-Me temo que la mayoría han muerto.
Y los que queden vivos
no serán demasiado partidarios
después de lo ocurrido.
No, solo podemos confiar
en nuestras fuerzas.
Beltrán,
¿qué más tropas podemos llamar
para que se nos unan en Segovia?
No, iremos nosotros a negociar.
Pero majestad...
Beltrán.
No voy a poner a mi mujer e hija
en más peligro del que ya corren.
Enríquez, siento pediros
que volváis a Segovia
a anunciar que pedimos hablar.
Señor.
Mendoza, hay que hablar con Fonseca,
necesitamos la mediación de Roma.
Como gustéis, señor.
Llaman a la puerta
Madre.
¿Sabéis quiénes somos?
(Admirada): Isabel, Alfonso.
¡Mis hijos!
¿Dónde está tu hermana, hijo?
Se lo va a perder.
Ahí la tenéis.
Música
Por divino misterio trascendió
adonde mueren las musas,
que en Arévalo
se celebraban fiestas
por el aniversario de don Alfonso.
Las hijas de Júpiter
sabemos cuán grandes infortunios,
peligros y trabajos
probaron al rey los dioses.
Y por ello,
decidimos venir a la fiesta.
Pero como el viaje desde el Parnaso
está lleno de peligros,
pedimos que nos transformaran
en aves de vistoso plumaje.
Que empiece la fiesta,
y que las dichas y venturas
obedezcan tu deseo.
Dios te quiere hacer tan bueno
que excedas a los pasados
en triunfos y victorias.
Y en grandeza temporal
tu reinado sea tal
que merezcas ambas glorias:
la terrena y celestial.
Gracias por vuestros deseos, hermana.
En agradecimiento
por este espectáculo,
os hago entrega
de la villa de Medina del Campo.
¿Contenta?
Disculpadme.
¿Se puede saber qué te ocurre?
¿Es que no os dais cuenta?
No os dais cuenta de nada.
No, me doy cuenta
de que hasta en privado
me llamáis de vos.
Soy tu hermano, Isabel.
Por eso precisamente
organicé esta fiesta,
porque eres mi hermano,
porque quería celebrar tu cumpleaños
todos juntos, con madre.
No para que me regalaras
las rentas de la ciudad,
como un caballero
que te ha servido bien.
No lo hice porque seas rey,
lo hice porque eres mi hermano
y como tal te quiero.
Y yo.
Yo también te quiero.
¡Pues a veces se te olvida!
¿Acaso pensabas en mí
como tu hermana
cuando aceptaste
mi boda con Girón?
¿O pensabas en ti,
o en los intereses de Pacheco?
Ni siquiera se te pasa
un instante por la cabeza
lo que podía querer yo.
Sabes que tengo obligaciones, Isabel.
Me debo a la Corona, a Castilla.
Pues te equivocaste,
como hermano y como rey.
Por fortuna,
Dios está por encima del rey,
y él se encargó
de corregir vuestro error.
El Santo Padre sufre al saber
que cristianos
luchan contra cristianos,
y no contra los enemigos de la fe.
Confiamos que vuestra presencia aquí
nos ilumine para encontrar el camino.
Con la ayuda del Señor.
Hemos venido a hablar.
En ese caso, hablemos caballeros.
Antes quiero ver
a mi mujer y a mi hija.
Creo que no habéis
entendido bien la situación,
ya no estáis capacitado
para dar órdenes.
Habéis perdido Segovia
y nosotros ponemos las condiciones.
Si habéis de pedir algo,
os lo ruego, hacedlo con educación.
Quiero verlas, por favor.
¡Pero cómo has crecido!
Te prometo que pronto
volveremos a estar todos juntos.
Juanita, ve a jugar.
No prometáis
aquello que no podéis cumplir.
Sois mi esposa,
me gustaría
que tuvierais más fe en mí.
¿Fe?
¿Qué fe voy a tener en vos?
Decidme...,
sois incapaz de imponeros,
incapaz de tomar decisiones.
No os comportáis como un hombre
ni en el campo de batalla,
ni en palacio..., ni en la alcoba.
Sabía que Segovia caería
como una fruta madura.
Y lo más triste es que,
ni por un momento tuve la esperanza
de que mi esposo, el rey,
fuera a impedirlo.
Os lo pido, confiad en mí,
pronto estará todo solucionado
y volveremos
a estar juntos los tres.
(Grita): ¡No, no, jamás!
Habéis pedido
una tregua de seis meses
para sacar el tesoro del alcázar.
Algo tendréis que ofrecer a cambio.
No permitiré
que separéis a mi hija de su madre.
Comprenderéis
que la familia real es innegociable.
¡Soy el rey!
¡El mío no!
Además, ¿por qué os quejáis?
Es lo mismo que hicisteis vos
con los infantes:
Isabel ha sido vuestro rehén
todo este tiempo.
Quedaos con vuestro tesoro,
vuestra esposa y vuestra hija
estarán sitiadas
hasta que no tengan que comer.
Sabéis que somos capaces de eso,
¿tan difícil es entender
que ellas no pueden sucederos?
¿Vale más una corona
que sus vidas?
¡No consentiré
que se hable así de mi rey!
¿Os ofende eso o ver en peligro
a vuestra amante y a vuestra hija?
¡Ya basta!
El Santo Padre me envía con la misión
de haceros llegar a un acuerdo;
sois caballeros cristianos,
tenéis que cumplir sus mandatos.
Si no colaboráis,
seréis excomulgados.
¿Vos, nos excomulgaríais vos?
Si no nos dejáis otra opción.
Caballeros, será mejor
hacer un alto en la negociación.
No puedo aceptarlo,
se lo prometí a Juana.
Paciencia, señor, paciencia.
Creo que no entendéis
lo que está pasando.
Los excomulgados
no suelen dar limosna, excelencia.
¿Qué queréis decir?
El Santo Padre
querrá la paz para Castilla,
pero supongo que también querrá
dinero para las cruzadas.
¿Qué os diría
si volvierais con las manos vacías?
¿Cómo osáis a amenazarme?
Soy el legado del Santo Padre.
Y esto es Castilla,
y los castellanos
no solemos aguantar impertinencias.
Cuidad vuestras palabras
si no queréis sufrir un accidente.
¿Qué ocurre?
-Problemas en Toledo.
Nuestros aliados
se han enfrentado a los judíos
y Alfonso se ha puesto en su contra,
en contra de los que tomaron
la ciudad en su nombre.
Señora, necesito vuestra ayuda.
¿Es por el asunto de Toledo?
Los nobles han asesinado
a conversos rezando en Iglesias,
se han apoderado de bienes judíos
sin el permiso del rey.
Mi hermano ha actuado bien
apresando a los asesinos.
Hay un matiz que debéis comprender:
en Toledo
los judíos apoyan a Enrique,
y esos nobles
han ganado la ciudad para nosotros.
Alfonso debe rectificar
o perderemos la ciudad,
y, quién sabe,
si a partir de ella la guerra.
Pero es la ley de Dios la que...
Dios mandará en las Iglesias,
pero en la guerra
hay que apoyar a nuestros aliados.
Y a veces ser justo
no es la decisión correcta.
Os lo ruego,
no me llevéis la contraria en esto,
penséis en conciencia
lo que penséis.
Ahora más que nunca...
el fin justifica los medios.
Nunca me enseñasteis esto
en vuestras clases.
Porque una cosa es la teoría
y otra la realidad, Isabel.
¿Me pedís que permita el castigo
a los que practiquen oficios
de otras creencias?
Eso no es justo.
Pero...
ha de primar la fe verdadera.
Si ha de primar la fe verdadera,
¿por qué he de permitir
que se maten a conversos
en iglesias mientras rezan?
Una iglesia es un santuario,
Chacón, vos me lo enseñasteis.
Y aprovechándose de su poder
han matado
a familias judías indefensas
y se han hecho con sus propiedades.
Eso no es un problema de fe,
son negocios.
No estoy con Pacheco,
así que, por favor,
no actuéis como él.
No vistáis de justicia
lo que son intereses.
Esos hombres pelearon por vos,
os dieron Toledo.
¿Y por eso he de permitir
toda clase de abusos?
No seáis ingenuo.
Cuando tengáis el poder,
podréis poner orden.
Ahora perder Toledo supone...,
Si queréis ser rey,
deberíais aprender
a comportaros como tal.
¡Soy rey! ¡Soy el rey!
Y todos quieren decirme
cómo ser un buen rey,
cuando lo único que quieren
es que haga lo que les conviene,
lo que favorece a sus intereses.
Pacheco, Carrillo...,
¿y ahora vosotros?
Las musas de la fiesta me desearon
que fuera un rey bondadoso y justo,
¿no recordáis?
Una se parecía mucho a vos.
¡Gonzalo, vámonos!
Habiendo estudiado
la situación con detenimiento,
creo de justicia
conceder la petición
de que doña Juana de Avis y su hija
sean separadas la una de la otra,
y mantenidas en custodia
para garantizar el cumplimiento
de la tregua solicitada por Enrique.
Esta decisión viene sancionada
por el Santo Padre de Roma
y es de obligado cumplimiento.
Como parte imparcial del acuerdo,
os ofrezco mi palacio, majestad,
para acoger bajo custodia
a vuestra esposa.
¿Es necesario separarlas?
No empecemos otra vez,
os lo ruego.
¿Aceptáis?
Aceptamos.
Solicito que la infanta doña Juana
se aloje en casa de los Mendoza.
Yo la llevaré.
(Susurra): Qué apropiado.
Aceptamos, aceptamos.
(Canta).
Señora.
Cabrera, ¿qué os pasa?
Beltrán, ¿qué hacéis aquí?
¿Qué hacen aquí esos soldados?
Mi señora,
en vista de los acuerdos entre
vuestro esposo y el bando de Alfonso,
habéis de partir de inmediato
bajo la custodia de monseñor Fonseca.
¿Me vais a acompañar vos?
¡No!
Os prometo que cuidaré de ella,
será por poco tiempo.
Os juro que no le pasará nada.
-No...
(Grita): Decidle a vuestro señor
que me ha mentido,
que me lo prometió.
Señora.
No ha firmado el decreto
que devuelve el poder
a los nobles en Toledo,
pero quién se cree que es.
El rey.
-El rey, ¿qué rey?
Un rey cristiano no protege judíos,
es el rey porque nosotros queremos.
Calmaos.
Marchad a Toledo
con vuestros hombres
y no os preocupéis
por las negociaciones,
ya me encargo yo.
¿Y actuar contra sus órdenes?
No, sobrino, hay un límite.
¿Cuál es el límite?
Podemos conseguir
que un rey acabe haciendo
lo que nos convenga,
lo que no debemos
es actuar a sus espaldas.
Iremos a Arévalo, le convenceremos,
y firmará lo que le digamos.
Pero ni vos ni yo
desobedeceremos al rey,
le debemos respeto.
Respeto...
Sí, nos parece bien
el palacio de Alaejos.
Partiremos mañana mismo,
os aseguro que doña Juana
se sentirá allí como en su casa,
yo me encargaré de ello.
Sabéis que si siguiera
de vuestro lado
nada de esto
estaría pasando.
No fui yo quien os echó de mi lado,
os fuisteis vos.
Después de lo que le hicisteis
a mi hermano.
Os puedo jurar
que ni yo ni ninguno de mis hombres
tuvo nada que ver con su muerte.
Pero ya es tarde.
Nunca es tarde.
Nunca es tarde
para recuperar Segovia
ni para que Alfonso
deje de ser un obstáculo.
Marqués, no os ofendáis,
pero ya hemos pasado por esto,
son muchas las veces
que habéis cambiado de bando,
¿cómo podría estar seguro
ahora de vuestra lealtad?
¿Qué os parece recuperar Toledo?
Sin batallas.
¿Cómo podréis conseguir eso?
Señora,
toda mi casa
está ahora a vuestro servicio.
Gracias.
Permitidme.
Veréis cómo el tiempo que pasáis aquí
os sentiréis en ella
como en vuestro propio hogar.
Monseñor, mi hogar está
donde esté mi hija.
Permitidme que os presente a alguien:
don Pedro de Castilla,
uno de mis hombres de confianza,
biznieto de rey.
Señora.
¿Es cierto que sois familia de rey?
Hijo de María de Castilla,
nieto de Catalina de Castilla,
biznieto de Pedro I.
-Pedro I, "el Cruel".
En mi familia
preferimos llamarle "el Justiciero".
Los reyes y reinas
no somos dueños de nuestras vidas
y mucho menos de lo que la historia
diga de nosotros.
Si me disculpáis, quisiera retirarme.
Por supuesto,
acompañad a doña Juana
a sus aposentos.
Señores.
Qué mujer más triste.
Y más hermosa.
Hemos perdido Toledo.
Monseñor,
sois arzobispo de esa ciudad,
¿qué posibilidades hay
de recuperarla?
Ahora mismo, pocas.
¿Qué sugerís?
Necesitamos reclutar más tropas.
Sugiero que partamos todos
inmediatamente para Ávila,
es una ciudad segura
para el rey y para vos.
Lo correcto hubiera sido
apoyar a los nuestros,
no darles la espalda
cuando nos necesitaban.
Confiaba en que el rey
estuviese mejor aconsejado.
¿Toledo ha caído
por arte de magia, marqués?
¿Por arte de magia cayó Segovia?
No sé de qué me habláis, majestad.
Ni yo sé qué negocios
tendréis en Toledo,
pero seguro que se han beneficiado
con lo ocurrido.
Y no me extrañaría
que Segovia volviera a Enrique,
si existe una buena oferta.
Alfonso.
Me estáis ofendiendo, señor.
¿Que os estoy ofendiendo?
¿Yo a vos?
¡Soy vuestro rey
y no consiento que me deis
lecciones de dignidad!
Seguro que no es su intención,
majestad.
¿Os acordáis de Diego Enríquez,
el cronista
que quisisteis ahorcar en Segovia?
¡Maldita sea,
responded a vuestro rey!
¡Os acordáis o no!
Sí.
Leí las crónicas
que le confiscasteis,
y hablaban de vos.
¿Sabéis qué decían?
No.
Decían que nos rodeabais
a mí y a Enrique
de los grandes del reino,
que hacéis
que unos le llamen rey a él,
otros a mí.
Y mientras vos
plantáis un pie en mi hombro,
otro en el de Enrique,
y nos regáis a ambos
con vuestra orina.
Un hombre inteligente ese cronista,
¿no creéis, marqués?
Debería ser yo
quien se postrara ante vos,
majestad.
Por favor, madre.
Cuida bien de tu hermano.
No hace falta, ya es un hombre.
Aún no, pero lo intento.
Y vos,
buscadle un buen marido a Isabel.
El mejor, os lo prometo.
Madre, deme su bendición.
Sois un buen hijo,
Dios os haga buen hombre
y buen rey.
Traed paz a Castilla.
Estoy tan orgullosa de mis hijos.
Marchad.
¡Chacón!
Señora.
Seguid siendo su familia.
Así lo haré.
Dios os bendiga.
Monseñor, vámonos a Ávila.
Majestad,
quisiera hablaros de mi sobrino,
el marqués de Villena, su valía...
-¡Carrillo!
Una vez hayamos recuperado Toledo.
¿Sí, majestad?
Quiero a Pacheco fuera de mi Corte.
Alfonso,
ya sois un hombre.
Debéis comer, señora.
Gracias, monseñor,
pero mi estómago está cerrado.
Probad al menos el vino,
abre el apetito,
lo dicen los cirujanos.
Gracias.
Y no insistáis,
no volveré a decir que sí
delante vuestro.
Ya lo hice una vez
cuando me casasteis con Enrique.
Si entonces me hubiera negado,
no estaría viviendo esta tortura.
Por favor,
permitidme que insista,
no penséis más en el pasado
y brindemos por el futuro.
¿Acaso hay motivos?
-Siempre los hay.
Porque acabe esta guerra,
porque vuelva la paz a Castilla,
para que volváis
a ver a vuestra hija,
pronto a vuestro lado.
Así sea.
Y para que ambos disfrutemos
de vuestra estancia en esta casa.
¡Monseñor, por favor!
No os hagáis la recatada,
todos sabemos de vuestra fama;
la de vuestras damas portuguesas,
como perras en celo...
por las alcobas de palacio...
-¡Soltadme, por favor!
y vos sin poder saciaros
con un esposo
que rechaza vuestro lecho.
¡Soltadme, os lo ordeno!
-Ya no sois quién para dar órdenes.
¡Por favor!
¡No os metáis
en lo que no os concierne!
No sabéis lo que habéis hecho.
Espero que seáis vos
el que no sabe lo que hace,
y espero
que no lo volváis a intentar.
Si lleváis esta casa,
es porque sois mi sobrino.
Porque si no,
estaríais pidiendo limosna.
No lo volváis a intentar,
¿os queda claro?
Es solo un crío,
hablaremos durante la cena;
lo arreglaremos todo.
No hace falta,
está todo muy claro.
Él me necesita más a mí
que yo a él.
Gonzalo, podéis retiraros,
tengo muchas cosas
que hablar con mi hermana.
Majestad, señora.
Buenas noches, Gonzalo.
Tenéis suerte
de tenerlo a vuestro servicio.
Creo que él preferiría
estar al vuestro.
Él sabe que eso no es posible.
Hermana,
Gonzalo hizo algo por mí.
¿Qué fue?
No me enorgullece contarlo,
seguro que a él tampoco le gustaría.
Digamos que en Olmedo...
Cuidó de vos.
Sí,
algo así.
Necesitáis descansar, señora.
Buenas noches.
¡No os vayáis!
Si queréis,
estaré a la puerta toda la noche.
No creo que vuelva a intentarlo...
-¡No me dejéis sola, por favor!
Estaré fuera.
¿Quién sois?
Soy un bastardo,
un bastardo
con sangre real en mis venas,
un don nadie.
No sois un don nadie.
Sois la primera persona
que me ha protegido
desde que llegué a Castilla.
Hay cartas importantes que firmar,
asuntos en ciudades aliadas.
No deben sentirse desatendidas,
no podemos permitirnos
que se repita lo de Toledo.
Es raro que no esté ya aquí,
mi hermano nunca fue
de mucho dormir.
Gonzalo, decidle al rey
que..., ¿qué ocurre?
Hablad, por Dios.
Es el rey,
está ardiendo, alteza.
Delira.
(Angustiada): Alfonso.
Alfonso.
Alfonso.
Te quiero.
Tranquilo, te vas a poner bien.
Tranquilo.
Tenéis que luchar,
como luchasteis en Olmedo.
¿Recordáis?
Me lo han contado,
que luchasteis como un héroe,
sin miedo.
¿Verdad, Gonzalo, que fue así?
Así fue, como un héroe, yo lo vi.
El cirujano no puede sacarle sangre,
la fiebre no baja.
No puede ser,
buscad a otro cirujano.
Es el mejor de Ávila,
y uno de los mejores de Castilla.
Pero, ¿qué tiene?
Probablemente, algo que ha comido.
Alteza,
lamento tener que seguir con esto,
pero las cartas no pueden esperar.
Y no sabemos cuándo podrá firmarlas
o si podrá hacerlo.
Firmadlas vos.
No.
Es vuestro deber.
Señora,
comprendo vuestro dolor, es el mío,
pero por encima de todo
está Castilla, lo sabéis.
Si Alfonso no supera...
¡He dicho que no!
Mi hermano no va a morir.
Es la realidad, Isabel.
Si a vuestro hermano
le sucede lo que no deseamos,
vos sois su heredera.
(Llora): Chacón.
Y si Alfonso estuviera consciente,
él mismo os haría firmar como tal.
Pero no...
El destino siempre nos pone pruebas
que hay que superar,
responsabilidades
que hay que asumir.
Ser reina es ahora la vuestra.
Gracias, majestad.
Isabel.
Isabel.
Alfonso.
Alfonso, cómo estás.
Chacón y Gonzalo, Isabel.
No confiéis en nadie más.
No.
Chacón y Gonzalo, prometedlo.
Os lo prometo.
Hermana,
¿creéis que hubiera sido un buen rey?
El mejor de los reyes.
Alfonso.
¡Alfonso!
¡Alfonso!
(Lora): Alfonso, Alfonso, Alfonso.
He perdido a un hermano
y con el que me queda
estoy en guerra.
¿Es la penitencia
que debo cumplir por ser reina?
Alfonso de Trastámara
falleció hace unos días.
¿De qué dijeron los médicos
que murió mi hermano Pedro Girón?
De muerte natural.
¿Y qué han dicho
de la muerte de Alfonso?
Majestad, el bando rebelde
está debilitado sin Alfonso,
si avanzamos ahora podríamos tener
la victoria definitiva.
¡No! Estamos de duelo,
ha muerto mi hermano.
¿A qué viene
tanto duelo por su hermano?
Cuando estaba vivo
ni le dirigía la palabra.
A rey muerto, rey puesto, ¿no?
-Es ley de vida,
Isabel tiene que empezar
a asumir sus responsabilidades.
Juro que os serviré como reina,
igual que os sirvo
como católica que soy,
pero no me pongáis más a prueba.
Es nuestra reina,
dijisteis que estaba preparada
para esta responsabilidad.
Vos la conocéis bien,
¿dudáis de ello?
Hasta hoy no,
pero debe dar un paso adelante.
Os amo como no he amado nunca.
-No hagáis esto más difícil, Juana.
¡Juana!
Bien empezamos,
la reina antepone
su interés personal al común.
Esa muchacha como reina de Castilla,
¡qué barbaridad!
Nadie en su sano juicio
la tomará en serio.
Monseñor no puede saberlo,
si lo sabe él, lo sabrá el rey.
Seré una tumba.
La muerte evitó su boda
con Pedro Girón
y la muerte le ha puesto en bandeja
la Corona de su hermano Alfonso.
¿Qué insinuáis?
Aún no se os nota nada el embarazo.
Soy Gutierre de Cárdenas.
¡Cárdenas!
Os presento a mi sobrino.
Su futuro y el de Castilla
estará en vuestras manos,
ese es vuestro destino.
Y está por encima de todo, Isabel.
Aguanta, aguanta, amigo.
¡Ayuda!
¡Ayudaaa!
Subtitulación realizada
por Cristina Rivero.
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NOTE STORICHE
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