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Isabel - Capítulo 3
Isabel y Beatriz crecen y ya es hora de
casarse. El problema es que no son ellas las que eligen marido ¿Podrá
resistirse Isabel de nuevo a ir al altar con un hombre al que ni
siquiera conoce? ¿Y su amiga? ¿Qué tramará en esta entrega Pacheco?
La guerra civil provoca el caos y la anarquía
en una ya de por sí revuelta Castilla. El ejército rebelde, encabezado
por Carrillo y Pedro Girón como brazos armados de Pacheco toman la
iniciativa en la contienda.
Isabel sufre por su hermano Alfonso y por las ganas de éste de convertirse en lo que nunca fue: un soldado. Sólo el saber que junto a Alfonso se encuentra Gonzalo de Córdoba le da cierta tranquilidad. Mientras, en la Corte sigue el curso de la vida, a pesar de la guerra. Y Beatriz de Bobadilla es prometida en boda, sin su consentimiento a don Andrés Cabrera, mayordomo de Palacio.
Pronto Isabel sabrá que ella va a correr la misma suerte. Porque Enrique IV, rey poco amigo de las guerras, intenta llegar a un pacto para evitar un mayor derramamiento de sangre.
Isabel sufre por su hermano Alfonso y por las ganas de éste de convertirse en lo que nunca fue: un soldado. Sólo el saber que junto a Alfonso se encuentra Gonzalo de Córdoba le da cierta tranquilidad. Mientras, en la Corte sigue el curso de la vida, a pesar de la guerra. Y Beatriz de Bobadilla es prometida en boda, sin su consentimiento a don Andrés Cabrera, mayordomo de Palacio.
Pronto Isabel sabrá que ella va a correr la misma suerte. Porque Enrique IV, rey poco amigo de las guerras, intenta llegar a un pacto para evitar un mayor derramamiento de sangre.
01h 08 min
Transcripción completa.
¡Aquí están nuestras exigencias,
habrán de ser aceptadas!
¿Y si el rey se niega?
¡Entonces, tendremos derecho a decir
que Enrique no es nuestro rey!
El pueblo espera de su rey
autoridad y mando, majestad.
Y yo mando que habrá negociación.
El rey negociará;
ha convocado una reunión en la Corte.
Aceptaré todas vuestras condiciones,
todas excepto una:
Juana es mi hija y mi heredera.
Esto es innegociable.
Entonces, no hay más que hablar.
No queremos a nadie a nuestro lado.
Será el doncel de vuestro hermano.
¿Doncel? Espía querréis decir.
He convencido al rey
para que no os vigilaran por palacio
a cambio de que tengáis el doncel.
Si vais a seguirnos,
nunca os acerquéis más de 20 pasos.
No habéis venido a negociar,
¿verdad, Pacheco?
¿Dónde está vuestro hermano?
Su majestad.
¡Guardia! ¡Gua...!
¿Qué le habéis hecho a mi hija?
Nada, y nada le haremos
a ella ni a vuestra esposa
si venís con nosotros
de inmediato a Ávila.
Quieren que el rey firme, ¿verdad?
¿Si no, nos matarán?
Cabrera, retiraos, os lo ruego,
la vida de mi hija y esposa peligra.
Ya no.
Matadme, y mis cronistas
se encargarán de decir
que aprovechasteis
reuniros conmigo para darme muerte.
Pacheco y Girón:
el rey les ha dejado marchar.
Traigo buenas noticias.
¿Qué pasa?
El rey nos deja ir a ver a madre,
nos vamos mañana al amanecer.
Expulsad a Beltrán de la Corte,
quitadle el cargo de maestre
de la Orden de Santiago y os creerán.
Supongo que no será el único;
no creo que vuestro hermano
traiga su ejército por nada,
¿qué le daremos a cambio?
A Isabel.
Para garantizar la paz futura
proponemos la boda
del infante Alfonso
con la princesa Juana.
¿Alfonso pasa a estar
bajo nuestra custodia?
No habrá problema.
De acuerdo, entonces.
En cuanto a Isabel, solicitamos
que tenga casa propia en Segovia,
lejos de vuestra esposa.
¡Beatriz!
¡Vais a vivir conmigo!
Si la infanta se niega a casarse
el rey de Portugal
no traerá su ejército a Castilla
y será el momento
de dar el siguiente paso.
¿Habláis... de derrocar al rey?
Vuestro hermano y la liga de nobles
os hacen saber
que no apoyarán vuestra boda
al suponer un incumplimiento
de lo pactado con el rey.
Os quiero presentar a su alteza real,
don Alfonso de Portugal.
Lamento que hayáis hecho
un viaje tan largo para nada.
No está en mi ánimo
casarme con vos.
¡Cómo os atrevéis
a rechazar al rey de Portugal!
¿Qué os duele más
que no quiera a un rey como marido
o que no quiera
desposar a vuestro hermano?
¡No sabéis lo que se espera
de una mujer de la familia real!
Que tenga más dignidad
que la que vos tenéis.
¡Viva el rey Alfonso!
-(Todos): ¡Viva!
Vienen tiempos difíciles,
Beltrán, habrá guerra.
Ya me han informado
sobre "la farsa de Ávila".
¿Puedo volver a contar con vos?
Siempre, majestad.
Subtitulado por Teletexto-iRTVE.
Perdimos Ávila a manos de Carrillo,
Plasencia, Cáceres,
y Osma, que es de los Zúñiga.
Y Sevilla.
¿Sevilla? ¿Cayó el Alcázar?
Toda la Andalucía cristiana,
majestad.
¿Qué apoyos nos quedan?
Santillana, Tendilla, Buitrago,
Cuellar, Ledesma...
No es suficiente.
No, no lo es.
Podemos permitirnos más armas,
más caballos, más hombres.
Las arcas menguan cada día,
sale mucho más que entra.
La guerra está acabando
con las cosechas,
con la lana,
con los hombres.
Un rey no es un rey
si no tiene nada que ofrecer,
y Enrique ya solo
puede ofrecer su culo.
Y lo hace gustoso.
Pero eso no os interesa
a los nobles de Castilla.
Solo al puto de Beltrán.
No le queda ya
ni roña en las tripas.
Los Zúñiga sois señores
de nuestra Andalucía,
vuestro ejército, monseñor,
no tiene parangón en el reino
y mi hermano, Pedro Girón,
no encuentra rival donde va.
"Ego te absolvo in nomine Patris
et Filii et Spiritus Sancti".
(Grita).
¡La victoria es nuestra!
Fonseca, mandad comunicación
al Santo Padre
y pedirle
que obligue a los traidores
a deponer las armas.
Pero señor...
Que despoje a Carrillo
del arzobispado de Toledo,
que le retire el obispado de Burgos,
el maestrazgo de Calatrava,
el de Alcántara.
¡Quiero que los excomulgue!
No creo que eso...
(Grita):
Haced lo que os mando, Fonseca.
Hay que acabar ya con esta guerra.
Nuestra gente
no puede soportarlo más.
El humo venía del claro.
-Las batallas son en campo abierto.
Por eso hay que evitar los claros.
-¿Cuánto durará, padre?
¿La guerra?
-Sí.
Lo que quieran los señores,
por eso no podemos más
que escondernos y aguantar.
Y rezar.
-Si eso sirviera de algo...
todos viviríamos en paz.
¿Cree que por San Isidro
podríamos celebrar la romería?
¿Habrá acabado todo?
-Ojalá, hija, ojalá.
Madre me está preparando
un vestido suyo para las fiestas:
el rojo.
-Habrá que verte.
Yo, personalmente, me muero de ganas.
Pero por San Isidro
ya no estaremos aquí,
va a ser una pena.
Por favor,
si necesitáis hombres llevadme a mí.
Créeme, hombres nos sobran,
lo que nos faltan son mujeres.
Por... ¡Ah!
-¡Padre!
(Grita): No, no, papá.
¡Papá! ¡Papá! ¡Papá!
(Reza en latín).
(Gemidos y llanto).
Os toca.
Por favor, por favor.
Vaya, salió brava.
¿Qué pretendes,
tú contra los cuatro?
Mi daga.
¡Venga, vámonos!
¿Cuántas vidas le quedan a ese brial?
Más que un gato, me temo.
A quien se lo cuente...
Hija y hermana de rey.
Debí perderme
los buenos tiempos de las princesas.
Beatriz, os trajeron esto.
Es de mi padre.
¿Qué nuevas cuenta?
Las de mi casamiento.
Pero...
¿Cómo? ¿Con quién?
(Sorprendida): ¿Cabrera?
Os doy la enhorabuena,
es un buen partido:
mayordomo de palacio,
tesorero del rey;
a mí siempre me ha parecido
una buena persona.
No digo que no lo sea,
pero apenas le conozco.
Os he escuchado decir mil veces
que os casaríais con quien eligierais
y soy de la misma opinión.
Pues decídselo a vuestro padre.
Si queréis,
os acompaño y hablo con él.
No, no quiero desobedecerle,
se lo debo.
Además,
de compromisos y deberes
también os he escuchado muchas veces.
¿Hay fecha?
No.
Cabrera quiere hablar conmigo
antes de hacerlo oficial.
Campanas
Así que su santidad no quiere
ensuciarse las manos en Castilla,
¿no es así, eminencia?
Así es.
Piensa que su deber
es mantenerse neutral.
Su deber.
Su deber es no equivocarse
en la apuesta.
Se puede llegar a Roma sin ser santo
pero nunca siendo tonto.
Continuar esta guerra no hace más
que adelantar las deudas de la Corte
y el dolor de mis súbditos.
Majestad, la otra opción
sería admitir la derrota
y esa nunca debe ser una opción.
Quizás sí haya otra opción,
una opción que no pasa
por el campo de batalla.
Me sorprende de vos
que ya no seáis tan guerrero.
Cada momento tiene su estrategia,
majestad,
y el saber reconocer los errores.
De lo primero sabe mucho la Iglesia,
de lo segundo no tanto.
¿En qué consiste
ese ungüento mágico, eminencia?
En lograr que el marqués de Villena
vuelva a nuestro bando.
Pacheco, en nuestro bando
después de haber organizado
esta guerra.
Depende lo que saque de ello,
siempre se mueve
por su propio beneficio.
Y no es el único por estos lares.
Con Pacheco siempre hay un precio,
pero mucho habría que ofrecerle.
Emparentar con la familia real.
-¿Cómo?
Ofreciéndole casar
a su hermano, Pedro Girón,
con la infanta Isabel.
Eso es imposible.
Majestad, no puede
estar hablando en serio.
Juan Pacheco es el gozne
que hace girar a nuestros rivales,
y su hermano el martillo
que golpea nuestras tropas.
Si conseguimos atraerlos,
majestad, no habrá más guerras.
Eso es cierto,
siempre lo he tenido claro,
y vos me lo recriminabais
cuando quería negociar.
¿A qué viene este cambio, Fonseca?
¿Teméis por vuestras posesiones
en Sevilla, ahora que ha caído?
Queríais una solución;
yo os he dado una.
Y nada descabellada, por cierto.
Majestad, qué lealtad cabe esperar
de quien solo es fiel a sí mismo,
de quién ya os ha traicionado.
Beltrán, ya sé que Pacheco
no es santo de vuestra devoción,
ni de la vuestra, supongo, Cabrera.
Tampoco lo es de la mía,
pero el bien de Castilla
está por encima de todos nosotros.
Y pactaría con el mismo diablo
por conseguir la paz.
Haced lo que tengáis que hacer,
Fonseca.
¿Como en Sevilla?
-Como en Sevilla.
Entre un converso
y un cristiano viejo no lo dudéis:
el cristiano.
Que sepan que estamos con ellos,
que no les vamos a dejar
en manos de los usureros.
Señores, ¿cómo va la campaña?
Mejor no podría ir, majestad.
¿Qué planes hay,
qué villas se van a unir a nosotros?
Eso estábamos hablando.
-Entonces, llego en el momento justo.
¿Puedo opinar
sobre nuestra estrategia?
(Carraspea):
Disculpad, alt..., majestad.
¿Qué órdenes le damos
a vuestro hermano don Pedro?
¿Dónde está?
-Volviendo de Jaén.
Muy bien,
¿y vuestro ejército, arzobispo?
Listo para partir a Simancas,
majestad.
No os preocupéis,
tenemos buenos capitanes
que saben lo que se hacen.
Ya, pero yo soy su rey, ¿no?
Por supuesto,
y es por vos por quien combatimos,
¿no es así?
¿Por quién si no?
Continuaremos en otro momento.
Señores.
Majestad.
¿Quién se ha creído
este pelele que es?
De momento, nuestro rey.
-¡Eminencia!
Ahí os dejo con vuestro rey.
Eminencia, quería pediros algo.
-Lo que deseéis, majestad.
Quiero unirme
a vuestras tropas en Simancas.
Disculpadme, majestad,
pero no creo que sea buena idea.
¿Acaso no me veis capaz?
Si algo os sucediera,
perderíamos a nuestro rey.
Hombres para luchar hay muchos,
pero rey solo uno.
Y vos no habéis entrado
nunca en batalla.
La historia está llena de reyes
que conducen a sus tropas;
reyes guerreros.
Y vos, sin duda,
algún día lo seréis;
pero, por el momento,
no tenéis formación con las armas.
¡Pues formadme!
¿Creéis que no me doy cuenta?
Vos, Pacheco, Zúñiga;
todos me veis como un niño inútil.
Si me proclamáis rey,
si lucháis por mí como rey,
¿por qué no me tratáis como un rey?
¿Por qué me tratáis
siquiera como un hombre?
Majestad, sois mi señor,
pedidme cualquier cosa, pero no esto.
No me perdonaría que algo os pasara.
Disculpad.
¿Aún no llegó?
Estáis espléndida,
don Andrés Cabrera
es un hombre con suerte.
Sí.
Ya está aquí.
En fin, allá vamos.
¿Queréis que os acompañe?
No, ya que he de ir al matadero,
prefiero hacerlo sola.
Cabrera es un buen hombre:
es sabio y odia las injusticias.
No digo lo contrario,
pero ¿cómo se puede pedir
que se ame a quien apenas se conoce?
Su padre es muy sensato;
pensará que es lo mejor para ella.
Lo mejor para ella, sus intereses
y negocios en la Corte.
Un matrimonio
es un asunto demasiado serio
como para dejarlo en manos
de una joven sin experiencia.
Sí, pero esa joven sin experiencia
es la que luego compartirá votos,
vida y cama con el marido.
(Alza la voz): No será su padre
el que se acueste con Cabrera
y de a luz a sus hijos;
será Beatriz quien lo haga.
Y a ella nadie le ha consultado.
Ya lo demostré una vez:
nunca me casaré con quien no elija.
No quiero pecar de pretencioso,
pero aunque vivimos
tiempos difíciles,
puedo aseguraros
que no os faltará de nada.
Soy mayordomo de su majestad, además
de tesorero de Segovia y Cuenca.
Aunque supongo que eso ya lo sabréis.
-Lo sabe mi padre, y con eso basta.
Sé lo unida que estáis a doña Isabel,
y no pretendo separaros de ella.
Podéis seguir siendo
su dama de confianza.
Como vos deseéis, mi señor.
¿Puedo?
Gracias.
En cuanto a nuestra casa,
si vos me aceptáis como esposo,
debéis saber que seréis...
-Mirad, don Andrés.
No tiene sentido
seguir mareando la perdiz.
"Si vos me aceptáis";
llegasteis a un acuerdo con mi padre.
Yo no tengo nada que aceptar
o dejar de aceptar.
Señora, me dirigí a vuestro padre
porque pienso en vos
desde la primera vez que os vi.
Llevabais ropas menos lujosas,
pero estabais tan hermosa como hoy.
Y teníais hambre.
Me... me pueden los dulces;
es un defecto que no puedo evitar.
Vuestros defectos
deben de ser maravillosos,
y no hay nada que más desee
que disfrutarlos a vuestro lado.
Pero es vuestro sí el que quiero,
no el de vuestro padre.
Tomaros el tiempo que necesitéis.
Y tanto si es un sí como un no,
yo lo escucharé...
y lo aceptaré.
Tened clara una cosa:
no iréis obligada al altar.
Conmigo no.
Señora.
Pacheco, bienvenido.
Señor.
Me alegra teneros
de nuevo en la Corte.
Vos me llamasteis;
vengo a escucharos.
Creo que su eminencia
os ha informado
de nuestro propósito.
Sí, pero aún quedan cosas por hablar.
Hablad, pues.
En privado, señor.
Os dejaré solos a los hombres.
No era por vos
por quien hablaba, señora.
De todos modos
no sería de ayuda.
Señora.
Majestad.
Y bien.
(Grita): Maldito sea.
Ruego me disculpéis, majestad.
No os disculpéis
por tener sangre en las venas,
sois un hombre, reaccionáis como tal;
es mi marido quien no lo hace.
Lo que el rey haga, bien hecho está.
Pobre Beltrán;
sois tan leal como ingenuo.
O tal vez las riquezas
que os ha dado el rey
os compensan con creces
vuestros desvelos.
Beltrán.
-Hablando de las cosas
que os ha dado el rey,
¿sois feliz con ella?
Señora.
Amor.
¿Acabó ya vuestra audiencia?
Aún no, espero, Pacheco está dentro.
Ya veo.
Mencía, dejémoslos solos.
¿Qué tal, querida, la vida de casada?
-Maravillosa, señora.
Hum, no me cabe duda.
¿Os contaba la reina
algo que yo deba saber?
No.
Pactamos que lo que supiera el uno
lo sabría el otro;
sabéis que siempre cumplo mis pactos.
-Sabéis que yo también.
¿No os parece suficiente mi oferta?
Vuestro hermano
casaría con mi hermana,
por Dios,
os estoy ofreciendo ser mi cuñado.
¿Qué más queréis?
Quiero a Beltrán de la Cueva fuera.
Lo vuestro no acabará nunca.
Cuando él esté fuera de la Corte.
No.
En ese caso, no hay trato.
¿Vais a perder la oportunidad
de ser familia de la Corona?
A lo mejor quien pierde la Corona
es vuestra majestad.
Nuestro ejército es fuerte,
nuestras arcas están llenas;
no tenemos ninguna prisa.
La guerra puede continuar.
Os estoy ofreciendo
el final de la guerra,
la vuelta a la tranquilidad.
¿Y vais a decir que no
por ese advenedizo?
¿Por él vais a dejar
que la pobreza y la muerte
sigan arrasando Castilla?
¿Y qué hay de Alfonso?
Dejadlo de mi cuenta.
De acuerdo.
Yo se lo diré a Beltrán.
Sé que nada
os daría más placer, pero no.
Vos encargaos de Alfonso
y de vuestra gente,
yo me encargaré de la mía.
¿Ya tenéis fecha para vuestra boda?
Aún no sabemos si hay boda.
-¿Por qué?
Pacheco acepta la oferta.
La guerra ha terminado.
Fonseca, enviad recado a Chacón
que venga con Isabel.
Como mandéis.
¿Y si doña Isabel no acepta la boda?
Ya rechazó a vuestro cuñado,
el rey de Portugal.
¡Cabrera!
No es el mismo caso.
Está su hermano Alfonso implicado
y no tiene otra opción;
tiene unos deberes.
Majestad.
Sí.
¿Pacheco no ha pedido nada más?
No.
Parece que renta ser traidor.
Hijo, si el rey lo ordena,
solo queda obedecer.
Por aquí.
Casado y con hija de rey.
-Y heredera.
Si a su hermano Alfonso
le pasara algo,
Dios no lo quiera,
Isabel sucedería a Enrique,
y con Isabel, tú.
Esto no nos lo han regalado,
hermano, no nos viene de cuna.
Lo hemos logrado nosotros:
tú con esto y yo con esto.
No proclames la noticia
hasta que haya hablado
con los nobles de la Liga.
Ten cuidado.
No bajes la guardia.
Tranquilo,
estos vienen conmigo a todas partes:
al campo de batalla
o a pedir la mano de esa niña.
¿Te van a acompañar
también a su cama?
No, ahí no.
Ahí con mi lanza,
me basta y me sobra.
¿Y vais a saber siquiera
sostener una espada?
Tú, cógela.
¿Ni uno solo va a servir para luchar?
¡Yo!
¿Has empuñado arma?
-He combatido.
¿Y dónde, si puede saberse?
En el bando equivocado,
por eso estoy aquí.
¿No será que saliste corriendo?
Te estoy hablando, destripaterrones.
¿Por qué no le pruebas, Yago?
Así veremos si es verdad lo que dice.
Cuando acabe con él
solo va a servir a Pedro Botero.
Dejadlo, no tengo muchos como él.
Él hubiera acabado conmigo.
-Ni lo dudes.
¿Y le hubierais parado a él
igual que me habéis parado a mí?
¿Te llamas...?
Juan.
-Como mi hermano.
Buena señal.
¿Por qué te cambias de bando?
Prefiero estar en el que gana.
-Es de los nuestros.
A este quiero tenerle cerca.
En vez de servir a Pedro Botero
vas a servir a Pedro Girón.
(Incrédula): Pedro Girón.
Maestre de la Orden de Calatrava,
señor de Belmonte, Ureña, Osuna,
Briones, Flechilla,
Morón de la Frontera...
Le conozco, majestad.
No por sus cargos
sino por sus desmanes:
intentó violentar a mi madre.
A veces es mejor mirar al futuro
y olvidar el pasado.
Os intentó secuestrar.
Puso en peligro la vida
de la reina y de vuestra hija.
¿Vos también lo habéis olvidado?
Pero, majestad,
como vos acabáis de recordar,
es maestre de la Orden de Calatrava
y ese maestrazgo exige castidad.
Ya; ha pedido la bula papal.
Veo que lo tenía todo preparado.
¡Chacón!
Por favor.
Esta boda acabará
con el derramamiento
de sangre en Castilla.
Alfonso e Isabel entrarán
en mi línea de sucesión.
Pero mi hermano
debe dar su consentimiento.
Lo dará, Isabel, lo dará;
no os preocupéis por eso.
La pedida oficial
se realizará en Ocaña,
no es seguro que Girón y su gente
vengan a Segovia.
Hermana.
Recibid mi enhorabuena.
Mirad quién está aquí.
Mi niña.
Hola, ¿cómo estáis?
Vamos a la ventana
que es bueno que os de el sol.
Majestad, pensadlo bien.
Esta boda es una condena
para don Alfonso.
¿Condena?
¡Le nombro mi sucesor!
Rechazasteis a mi hermano,
rey de Portugal.
Un rey os pareció poca cosa,
¿verdad?
Pues si hubierais aceptado entonces,
ahora no tendríais esa cara.
(Llora): No puedo, no puedo dejar
que ese hombre me toque.
Calma, mi niña, calma.
Ya veréis cómo se soluciona.
¡No, no se va a solucionar!
Vos os casaréis
con alguien a quien no amáis
y yo tendré hijos con el hombre
que intentó violentar a mi madre.
Yo lo impedí entonces
y lo impediré ahora.
Confiad en mí.
¿Veis? Todo se va a solucionar.
Perdonadme, pero creo
que el arzobispo Carrillo tiene razón
es experto en el arte de la guerra,
deberíais de hacerle caso.
Y vos sois mi doncel,
debéis obedecedme a mí.
Yo solo quiero
protegeros ante todo, majestad.
¿Por qué no me queréis enseñar?
Sabéis de espada, puñal y lanza.
Y sé de vuestra maestría
cuando salvasteis a mi hermana.
Sí, de quienes ahora
son precisamente vuestros aliados.
¿Os molesta
que sea vuestro rey con su ayuda?
No, majestad, solo quiero obedeceros.
-Pues obedecedme.
¡Marqués!
Majestad, tengo prisa;
me esperan en una reunión.
Creo que es mi obligación como rey
entrar en combate.
Os honra ese pensamiento,
es digno de un rey como vos.
Debéis preparaos para combatir.
El arzobispo Carrillo
cree que es demasiado arriesgado.
Mi tío es de otra generación,
no cree a los jóvenes
capaces de tomar sus decisiones.
Y vos debéis tomar las vuestras,
por algo sois rey.
Pero nunca empuñó un arma.
-Pues entrenadle.
Sois su servidor
y vuestra obligación es obedecerle.
Me enorgullece
que os comportéis como un rey
y como un hombre sin miedo.
Ahora, si me perdonáis.
-Marchad.
¿Empezamos?
-Cuando gustéis.
Y para esto hemos luchado.
Tenemos al rey puto
en nuestras manos,
¿por qué hemos de aceptar
ahora un pacto?
Porque ahora sí que le tenemos
comiendo de nuestra mano,
¿no os dais cuenta?
Beltrán está fuera de la Corte;
fuera Beltrán, se acabó la rabia.
Volveremos a ser
los que decidan en Segovia.
Nuestros ejércitos
son los más fuertes:
los de Carrillo, Zúñiga,
el de mi hermano;
tenemos lo que queremos
sin necesidad de gastar más dinero
en armas ni hombres.
No perderemos más cosechas
y más impuestos,
¿qué más queremos?
Pero Enrique seguirá siendo rey.
-¡Qué más nos da quién sea rey!
No me digáis ahora
que luchabais por Alfonso.
La sucesión es nuestra:
Alfonso,
Isabel casada con mi hermano,
uno de los nuestros en el trono,
¿qué más se puede pedir?
¿Y los Mendoza?
Paso a paso.
¿Cuento con vos?
No.
Señor, creo que no os dais cuenta
de lo que hacéis.
Pensad en don Alfonso:
si se permite esta boda,
no será más que un obstáculo
en el camino de Girón al trono,
y Pacheco lo tendrá todo pensado;
no da puntada sin hilo.
No.
Por Dios.
¿No veis que Alfonso
está en peligro de muerte?
Pacheco no va a permitir que viva,
pudiendo ser rey su hermano
al casarse con Isabel...
¡He dicho que no!
Bien, basta por hoy.
Todavía me valgo yo solo.
Se suponía que un Mendoza
solo se arrodilla ante Dios
y ante el rey;
ahora también ante los pintores.
¿Creéis que me place
ver al intrigante de Pacheco
por la Corte?
Os aseguro que tan poco como a vos,
pero los Mendoza obedecemos al rey,
y es necesario,
por la paz de Castilla.
Os recomiendo que hagáis lo mismo.
Disculpadme, hago esto
por proteger a don Alfonso.
Cualquier daño
que se encuentre don Alfonso,
se lo habrá buscado él,
por jugar a los reyes.
Pero si es un niño.
No soy hombre de pedir favores
y jamás los pido para mí.
Me consta.
Pero hoy es la segunda vez
que vengo a pedir vuestra ayuda
y las dos salgo igual que entré.
Algún día cambiarán las tornas.
Golpee con fuerza, alteza.
Arriba, majestad,
golpee con fuerza.
Ya estoy golpeando, Gonzalo.
-¡Pues más fuerte!
¡Más fuerte!
¡Vamos!
¡Atento al fondo y desarme!
¡Sí!
Renunciar al maestrazgo de Calatrava
en favor de tu hijo,
qué valor tienes, hermano.
Quién mejor que en el propio hijo.
Y qué dicen los caballeros
de que el nuevo maestre tenga 8 años.
No sé,
estarán contentos, supongo.
Al menos saben
que el voto de castidad lo cumplirá.
No como su padre.
Deja el vino,
que todavía queda noche.
Yo ya exprimí la teta de la Orden
todo lo que pude y más.
Les hemos sacado 200.000 fanegas,
y ya seguiremos con Rodrigo.
Hemos llegado lejos, hermano;
padre sería feliz.
Al final, no les ha quedado
más remedio que aceptarnos,
han tenido que aceptarnos,
han tenido que tragar con nosotros.
Por eso no tenemos que descuidarnos,
hay gente
que no nos quiere en la Corte
y como no se atreven a ir de frente,
nos pueden atacar por la espalda.
Disfruta y deja de preocuparte,
que hoy estamos de celebración.
Ten cuidado, Pedro, en las casas,
en los burdeles, en el campo abierto.
¿Y quién va a atreverse? ¿Alfonso?
Chacón, Beltrán,
aunque ya no esté en la Corte.
Descuida, Juan,
mis hombres están siempre conmigo.
Me los llevo a Ocaña
a la pedida de mano.
¿Y qué tal será Isabel en la cama?
¿Será más dispuesta
que la loca de su madre?
Muy caliente no se la ve.
Pues que vaya calentándose.
En el castillo tengo un calabozo
cerca del dormitorio,
para que recapacite.
Me marcho,
mañana tengo asuntos temprano
y veo que vos
los vais a tener ahora.
Buenas noches, hermano.
-Buenas noches.
No sabes cuánto me alegro
de que acabe mi voto de castidad.
(Chista).
¿Qué pasa, qué hacéis vestida?
Voy a ver a mi hermano Alfonso.
¿Qué?
Voy a hablar con él,
es el único que se puede oponer
a mi boda con Girón.
¿Estáis loca?
Cómo vais a ir hasta Ávila.
Hay bandidos, soldados
y batallas de ambos bandos,
y lobos.
¿Y Chacón?
Dijo que él se encargaría.
Chacón no puede hacer nada.
Esto es una locura.
Beatriz: locura o no, voy a ir.
¿Venís o no?
Ya lo tenéis.
No huele a nada.
-Ni sabe, ahí está su mérito.
¿Pero funciona?
La mitad de la mitad
de lo que os lleváis
puede acabar con un caballo.
Pero si queréis pasar desapercibido,
os recomiendo usarlo poco a poco.
¿No lo descubrirán los cirujanos?
-¿Cirujanos cristianos?
Aunque matarais a un hombre
de un hachazo en la cabeza,
un cirujano cristiano sería incapaz
de averiguar la causa de la muerte.
Espero no tener que volver a veros.
Yo, de hecho, no recuerdo
haberos visto nunca.
¡Alto! ¿Quién va?
Señora.
Os alistasteis para luchar
y ha sido venir vos
y acabar la guerra.
Ya veis, traigo buena suerte.
No creáis, depende de donde estéis,
la guerra no es tan mala.
Lo que yo he visto
no es que sea de mucha alegría.
Porque no estabais junto a don Pedro.
Tenéis en alta estima
a vuestro señor.
Es el mejor de los señores,
siempre cuida de sus hombres
y cuando hay ganancia,
la hay para todos.
Ya ves por qué
siempre le tengo a mano:
me gusta que me adulen.
Tú, campesino,
quiero tenerte cerca.
Yago, que tenga siempre
una arma en la mano
y que no se aleje 10 pasos de mí.
¿Veis?
Aun cuando vuestro hermano
quiera impedir la boda,
¿podrá hacerlo?
Pacheco y Girón le tienen como rey,
por lo menos le escucharán.
Y si él se niega al acuerdo...
¡Alto!
¡Qué hacéis! ¡Qué queréis!
Por de pronto, los caballos.
(Grita): Ni se os ocurra.
Soltadme, soltadme.
(Llora): Señora.
Soy Isabel de Trastámara,
hija del rey Juan,
hermana del rey Enrique
y del rey Alfonso.
¡Dejadnos marchar
antes que sea demasiado tarde!
(Llora): No.
-¡Eh! Sus ropas son buenas.
Quitádselas, no las van a necesitar.
Soltadme.
-¿Qué haces?
¡No!
Ay, señora.
No serás hija de rey,
pero eres igual de orgullosa.
¡Quítale la ropa!
(Grita).
¡Tirad vuestras armas!
Señora.
Gracias, Cabrera.
No hay por qué.
Subid a vuestras monturas
y permitidme
que os acompañe de nuevo a casa.
¿No os parece una buena noticia
el fin de la guerra?
Sí, claro que sí.
Pero ya no seré rey.
-Lo seréis.
Don Enrique
os ha nombrado su heredero,
él mismo lo ha firmado
de su puño y letra.
Por delante de su hija Juana
estaréis vos y vuestra hermana.
¿Isabel también?
-Detrás de vos.
Y además se casará
con mi hermano, Pedro Girón,
uno de los mejores partidos
de Castilla.
Vos debéis dar
vuestro consentimiento.
No sé si debo hacerlo.
Don Pedro es señor de varias villas,
y renuncia a ser maestre
de la Orden de Calatrava
para casarse con vuestra hermana.
-No es eso, Pacheco, es...
que ya no seré rey.
Sois joven,
tendréis
tiempo suficiente para reinar.
De momento os formaréis,
como estáis haciendo ahora,
conoceréis la Corte
y gobernaréis un reino en paz,
no dividido como ahora.
No penséis que dais un paso atrás.
No.
-No.
Y os lo voy a demostrar.
Es...
Vuestra.
La Orden de Santiago,
y vuelve a vos como maestre.
Como quiso vuestro padre.
¿Consentís, pues, el acuerdo y boda?
Sigamos luchando.
Dejadla, no la toquéis.
Gonzalo, hoy tendréis el honor
de ser derrotado
por el gran maestre
de la Orden de Santiago.
¿Qué hacéis?
Pelead.
¿No queríais pelear como un hombre?
Pues hacedlo.
Es por mi hermana, ¿no?
(Grita): ¿Es por Isabel?
¿Es que seguís sin saber
cuál es vuestro sitio?
¡Dejadme!
No sé cómo agradeceros
lo que habéis hecho por nosotras,
pero queríamos pediros otro favor.
No os preocupéis.
No diré ni una palabra
de los sucedido a nadie.
Pero, a cambio debo pediros
también algo.
¿Me aseguráis que no volveréis
a hacer una locura así?
Prometido.
De todos modos,
veo que vos tenéis cien ojos.
No se puede tener menos
estos días en Castilla.
Y ahora si me disculpáis, señoras.
Don Andrés.
-Señora.
Disculpad que no
os haya dado respuesta aún.
No, no tengo prisa.
Prefiero de vos
un sí tardío y sincero
que un sí pronto y forzado.
¿Creéis que lo dirá en la Corte?
Creo que podéis confiar en él,
señora.
¿Y vos, empezáis también
a confiar en él?
Yo...
¡Aaag!
¿No se os pasa
la molestia en la garganta?
Voy a tener que pedirle
la mano a Isabel por señas.
Señora, quisiera pedir su mano,
ya sabéis vos para qué.
Maldita garganta,
es como si me quemara.
Es el polvo del camino, señor,
que hace meses que no llueve.
Probad con el caldo,
siempre vino bien para la garganta.
Yo os lo traigo.
Mirad, mirad.
Cigüeñas.
¡Ya basta!
¡Basta de cuentos de viejas!
¿Qué mal presagio
puede haber para la batalla?
¡Si no hay batalla!
(Grita):
No hay nada que temer, ¿me oís?
¡En marcha!
¡Se acabó el descanso, arriba!
¡Joder!
¿Y tú no crees en presagios?
A mí no ha de matarme una cigüeña.
¡En marcha!
Debéis escoger
una fecha de luna llena para la boda.
La luna llena favorece la fertilidad
y eso, creedme, es fundamental.
Bueno, ahora que lo pienso,
vos no vais a tener
ese problema con vuestro marido.
Él ya tiene cuatro hijos...
¿Cuatro hijos?
Sí, ¿no sabíais?
Alfonso, Rodrigo, Juan y María,
la madre es una dama encantadora,
doña Inés.
Pero la orden de Calatrava
exige castidad a su maestre.
Querida, en Castilla las reglas
se hicieron para incumplirlas.
Eso es porque no hay quien
que las haga cumplir.
Deberíais conocer a doña Inés,
a lo mejor os puede dar algún consejo
sobre los gustos de don Pedro.
Aunque quizás,
él prefiera tenerla como hasta ahora:
en casa, con los niños.
Hay hombres vigorosos,
tenéis la suerte de llevaros a uno.
¡Ay! tengo algo para vos,
probádselo.
No es necesario.
Probádselo.
Ahora sí.
Ahora sí que parecéis una novia,
preparada
para entregaros a vuestro marido.
Os deseo que este velo os de
la misma suerte en vuestro matrimonio
que me está dando a mí en el mío.
(Admirado): Hermana,
estáis preciosa.
Majestad,
¿podríais concederme un momento?
Claro, Isabel, acompañadme.
Y bien, ¿de qué queréis hablarme?
Majestad, debéis permitirme
ir a hablar con mi hermano.
¿Por qué, algún problema?
No puedo casarme
sin su consentimiento,
eso podría ocasionar
un problema más adelante,
necesito hablar con él.
No, no será necesario.
Como veis, está al tanto de todo.
¿Y está conforme?
Ahí está su firma.
(Reza en latín).
Dormid, señora, yo no puedo.
¿Rezáis para que todo se arregle?
No hay arreglo posible.
Dios me perdone.
¿Y por qué ha de perdonaros Dios?
Porque le rezo
para que me haga morir.
No digáis eso.
Que permita que yo muera
ya que Girón no lo hace,
que muera yo antes
de que me toque un cabello.
No está Dios
para permitir una maldad tan grande.
No mientras yo viva.
Os juro que con este puñal
le quitaré la vida
en cuanto llegue a Ocaña.
Despertad, deprisa.
Guardad eso.
¿Qué sucede?
El señor está muy enfermo:
tiene fiebres altas.
Hay que llevarle sin tardar
a ver a un cirujano.
¿Un cirujano dónde?
A Villarrubia, es lo más cercano
y es tierra de Calatrava.
Apurad, por todos los diablos.
(Grita).
Abrid la boca, señor.
Tengo que llegar a Ocaña.
-¡Sujetadle!
¡Tengo que llegar a Ocaña!
-Sujetadle.
¡Soltadme, hijos de Satanás!
-Abridle la boca.
Abridle la boca.
Tiene la peste negra.
Dios santo,
¿cómo va a ser la peste negra
si somos muchos
los que le acompañamos?
¿Solo la tiene él?
Tiene abscesos en la garganta,
no hay duda.
Villarrubia es tierra plagada
de conversos y marranos,
¿vos sois de fiar,
sois cristiano de sangre limpia?
Hasta donde recuerdan
mis familiares más viejos,
todos nuestros antepasados
fueron cristianos.
Disculpad,
si sois cirujano cristiano,
me vale.
(Grita): Me cago en Dios.
-Ruego le disculpéis.
Es el delirio propio
de la enfermedad.
Cuarenta y tres años,
cuarenta y tres;
¿y no podéis esperar cuarenta días?
Cuarenta días solo
a que cumpla mi cometido:
que case con la infanta.
¡Toda una vida luchando
para morir como un grande
y me vais a dejar en las puertas!
(Grita): En mil cruces más
deberían haberte clavado,
judío hijo de ramera.
(Tose).
Si baja la fiebre
y pasa la noche, puede que viva.
Avísenme si empeora.
Yo me quedo con él.
Y yo con vos,
compañero, y yo con vos.
(Rezan en latín).
(Susurra): Yago, Yago.
Señor.
Si muero...
-No digáis eso.
Tomad mis alhajas y monedas
y repartidlas entre vos
y mis caballeros.
Bastantes riquezas
dejo ya a mi familia.
Aguante, señor,
que ya pronto despuntará el alba.
¡Yago, despertad!
(Tose).
¡Se ahoga!
¡Corred a por el cirujano!
¡Corred,
yo me quedo con él, corred!
No culpéis a Dios, señor,
él no tiene nada que ver con esto.
La mitad de esto
está dentro de vos.
(Estertor).
-Tomaos el resto.
Abrid la boca, tomaos el resto.
Ya, ya, ya...
Y recordad esto en el infierno:
no es Dios quien os quita la vida,
soy yo, hijo de las mil putas.
(Grita): Ayuda, no respira,
don Pedro no respira.
¡Ayuda!
¡No respira!
Yo, Juan Pacheco,
hago saber a la Orden de Calatrava
que ante la pérdida
de don Pedro Girón,
actuaré como tutor de su hijo,
el maestre don Rodrigo Téllez Girón.
Que preparen mi guardia
para ir a la Corte en Segovia,
quiero ver sus caras,
quiero ver la cara
del asesino de mi hermano.
Dejadme solo.
Y vos, ¿habéis decidido ya
qué vais a contestar a Cabrera?
No puedo abandonaros, no ahora.
Os lo agradezco,
pero no debo arrastraros en esto.
Disculpad.
Ah, don Gonzalo.
¿Vais para Ocaña?
Sí.
Algo ha debido ocurrir,
nos llaman a la Corte con urgencia.
Señor, don Pedro Girón,
señor de Belmonte,
señor de Ureña,
maestre de la Orden de Calatrava,
y hermano mío,
ha muerto.
(Tartamudea): ¿Cómo sucedió?
Peste negra.
-¿Peste negra?
Marchaba camino de Ocaña
para pedir la mano de la infanta,
la muerte negra
sobrevoló a sus hombres
y solo se lo llevó a él.
Al mejor de todos.
Era un gran hombre
y un gran castellano.
Os acompaño en vuestro dolor.
Gracias, señor.
Toda la noche,
toda la noche recé a Dios
para que impidiera la boda.
Pues esta vez os ha escuchado.
¿Qué sucede?
No hay boda.
Girón ha muerto.
¡Es un milagro!
¿Qué ha ocurrido?
Contádselo vos, Chacón,
que lo sabréis de primera mano.
No sé de qué habláis,
dijisteis que fue la muerte negra.
No os riais de mí.
¿Solo a él? Qué oportuno.
Un milagro, sin duda,
solo que yo no creo en milagros.
Quizá deberíais.
Yo avisé a mi hermano:
"hay gente
que no nos quiere en la Corte
y como no se atreven
a ir de frente, atacan a traición".
¿Por qué lo hicisteis, por ella?
¿Por su hermano,
un niño que se empeña
en ser un rey de retablo?
Os confundís, marqués,
yo no soy como vos.
No, no lo sois;
vos sois como los putos,
que les gustan dar por detrás
y no dan la cara...
si no les obligan.
(Grita).
¡Marqués!
No os amparéis en una niña,
sed un hombre
por una vez en vuestra vida.
No puedo decir que lo sienta.
-No sois el único.
¿Y ahora, qué?
Si esa boda era
para acabar con esta guerra,
ahora que no hay boda...
Que alguien ayude, por Dios.
-¿Qué os ocurre?
Pacheco quiere matar a Chacón.
¿Qué tengo que hacer
para que deis la cara?
Empezad por bajar esa espada.
Puede que la muerte negra
hiciera la justicia
que los hombres no se atrevieron
a hacer con vuestro hermano.
¡Marqués, os ordeno
que depongáis el arma!
(Grita): Bajad el arma, Pacheco.
¿Qué hacéis vos aquí?
Esta es mi casa.
-Estáis expulsado de la Corte.
Solo el rey puede expulsarme
y si no lo ha hecho,
no vais a ser vos quien lo haga.
Nunca,
nunca el rey pensó
en cumplir su parte del pacto.
Nunca pensó cumplir su palabra,
nunca iba a echaros de la Corte
ni iba a permitir la boda.
Mintió.
-No consiento que se dude del rey.
No tengo nada que cumplir
con quien no cumple su palabra.
¿Sabéis qué significa eso?
Me temo que sí.
Para nada,
todo esto no ha servido para nada.
¿Es que este reino
nunca podrá vivir en paz?
Cabrera, aseguraos
de que Isabel vuelve a su casa
y de que nadie
pueda contactar con ella.
Beltrán.
Majestad.
Volved a preparar
a vuestros hombres,
hablad con vuestro suegro
y que prepare también sus tropas.
Como ordenéis.
Y... sé que será difícil,
pero enviad emisarios
adonde pueda haber
un noble en Castilla
que esté con su rey.
Y... que piense que su rey soy yo.
Majestad.
¿Sí, Beltrán?
¿Confiáis en mí, majestad?
En nadie confío más.
Al final os van a obligar
a comportaos como un rey.
Pacheco sospecha que Chacón
está tras la muerte de su hermano,
y Alfonso está en sus manos.
Pero Alfonso consintió vuestra boda,
estuvo de cuerdo con Pacheco en eso.
Además, recordad
vuestros miedos ante la boda.
Alfonso era el único obstáculo
entre Girón y el trono,
eso era su sentencia de muerte.
Tenéis razón.
¿Y vos?
¿Qué?
¿Cuándo vais a darle
el sí a Cabrera?
El pobre hombre está en ascuas,
sufriendo sin razón.
¿Y por qué pensáis
que será un sí lo que le de?
Pues porque os ponéis
roja como la grana
cada vez que se toca el tema.
Es vuestro.
(Ríe): Muchas gracias.
Señora,
¿creéis que fue la peste negra
la que se llevó a Girón?
No.
Entonces, ¿quién fue?
Bien, pues ya está.
Sí, ya está.
Él ahora también está muerto,
pero eso
no nos devuelve a tu hermana.
No.
¿Te sientes mejor?
No.
Pero lo volvería a hacer mil veces.
¿Qué vas a hacer ahora?
Vuelvo a Segovia,
la guerra empieza otra vez.
Hace calor.
Ya pronto será San Isidro.
Ande, traiga padre.
De Cuellar a Medina del Campo
lo más seguro
es intente cortarnos aquí, en Olmedo.
(Grita).
Pacheco está ahí fuera
y mi esposo dirige nuestras tropas,
así que no me digáis
que no van a entrar.
No pienso salir de Segovia
sin saber quién dio la orden
de matar a mi hermano.
No penséis en la mano
que vertió el veneno,
sino en quién le mandó envenenar.
¿Y esa herida?
Nada grave.
Soy el rey,
y debo hacerme respetar
como rey y como hombre.
¡A su muerte!
¡Heredar la cruz
en la Orden de Santiago a su muerte!
Nunca hay que menospreciar
a los ejércitos de Carrillo.
Ni los de Pacheco,
ha vuelto al bando rebelde.
¿Estáis de nuestro lado o no?
Lo estoy.
¡Chacón!
Monseñor.
¿Y Alfonso?
Tenéis que salir
a proclamar la victoria.
Me cuentan
que el combate fue igualado,
pero que nuestras tropas
fueron superiores.
Exige la custodia
de Isabel y de vuestra hija.
Ya eres casi un hombre.
Madre, soy un hombre,
soy el rey.
¡No, no, jamás!
¿Y cuál es la estrategia ahora, pues?
Segovia, señor.
Tu, mi niña, ¿casaste ya?
Supongo que pensáis
en vuestro hermano
y no en mi esposo.
Rezo por ambos,
y rezo por Castilla.
Me gustaría
que tuvierais más fe en mí.
¿Qué fe voy a tener en vos?
¡Decidle a vuestro señor
que me ha mentido,
que me lo prometió!
¿Cómo osáis amenazarme?
Soy el legado del Santo Padre.
Y esto es Castilla,
y los castellanos no solemos
aguantar impertinencias.
¿Pueden tomar Segovia?
No voy a ir,
¿qué es lo que debo temer,
que mi hermano me haga prisionera?
Hay que cercar la ciudad
y volver a tomarla,
todavía tenemos partidarios dentro.
Me temo que la mayoría
de ellos han muerto.
Me debo a la Corona,
a Castilla.
Pues te equivocaste,
como hermano y como rey.
Quiero proponer un brindis
por nuestro joven y valeroso rey.
Por nuestro rey.
-¡Por el rey!
Tomad el mando de la situación,
tomad la iniciativa,
tomad decisiones.
¡Majestad!
Subtitulación realizada
por Cristina Rivero.
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