↓B. Home Serie Televisive Spagnole: ⇉ Cap. 16° ↔ Cap. 18°.
01h 11 min
Transcripción completa.
– Tendréis un hijo,
ya lo veréis, majestad. Y si no tiene hijos,
ya sabemos quién heredaría la corona. El infante don Alfonso.
– No iba a ser su hermana Isabel.
– No iba a ser su hermana Isabel.
– ¿Una mujer reina de Castilla?
– Ruego a Dios
que no permita tal barbaridad. Para vos, majestad. Yo no debí ser reina nunca,
¿entendéis? ¡Nunca! Es mi madre.
– Señora, ahora está descansando...
Quiero estar con ella. He recibido una carta de su tutor,
don Gonzalo Chacón, al que bien conocéis. De ella se deduce que el rey Enrique
no cumple con la retribución pactada a la muerte de su padre, Juan II, y que tiene a su madrastra
y a sus hermanos Isabel y Alfonso a dos velas.
(Emocionado):
– Vamos a tener un hijo.
– Vamos a tener un hijo.
Quiero que los infantes
Alfonso e Isabel
sean traídos
de inmediato a la Corte,
mi esposa así lo desea.
No os llevéis a mis hijos, eminencia.
El rey va a tener el hijo que quería,
¿por qué me quita a mí los míos?
Isabel, Alfonso,
bienvenidos a la Corte.
Estáis aquí
por vuestra propia seguridad.
Con el tiempo
entenderéis lo que hago
y cuando nazca mi hijo
podréis volver tranquilos a Arévalo.
Su hijo;
porque como sea niña,
que Alfonso e Isabel
salgan de esta Corte
será otro milagro.
¿Qué ha sido?
Niña, majestad.
¿Qué ocurre?
Que no volveremos a casa, Alfonso.
La vida de mis hijos no será la misma
con el nacimiento de esa niña.
No os preocupéis;
moveré Roma con Santiago
para protegerles.
Por la presente declaro
que se me ha hecho jurar forzado
y contra mi voluntad
lealtad a la princesa Juana.
Es solo una visita a nuestra madre,
son años los que llevamos aquí
desde que se nos trajo de Arévalo.
Hablaré con mi esposo, el rey.
Os anuncio el próximo nombramiento
de mi fiel Beltrán de la Cueva
como maestre
de la Orden de Santiago.
Pero si ese es el título
que te dejó padre en testamento.
¿Qué has hecho, Alfonso?
¿Dónde está nuestra madre?
Tú no eres mi hijo.
¿Dónde están mis hijos?
Todos preparan algo
contra vuestra majestad
bajo el mando de Pacheco.
¿Qué da fe ese traidor?
De que vuestra hija
es hija de la reina
pero no vuestra,
sino de don Beltrán de la Cueva.
(Grita iracundo): Hijo de puta.
Alfonso e Isabel
serán sus próximas piezas
si no lo evitamos.
Beltrán, ¡Beltrán!
Hay que traerlos a la Corte
de inmediato.
Ya llegará el día en el que
los que nos alejan de nuestra madre
se arrepientan de haberlo hecho.
Subtitulado por Teletexto-iRTVE.
¿Por qué nos han traído a la Corte?
El rey nos dio permiso
para ir a Arévalo con nuestra madre.
Es por vuestra seguridad, alteza.
¿Puedo quedarme con mi hermana?
-Sí.
Montad guardia en la puerta
hasta nueva orden.
¿Por qué nos hacen esto?
No lo sé, Alfonso.
No lo sé.
(Grita todo el rato):
Es hora de decir ¡basta!
Estamos hartos de un rey
que en vez de hacer
la guerra a los moros
se viste como ellos.
Murmullos
Un rey que come en el suelo
como los infieles.
Ese es Enrique, no os engañéis:
un rey que permite a los judíos
robar nuestra riqueza.
Que permite a los conversos
llegar a cargos de poder.
¿Es esa la Castilla
por la que tanto hemos luchado?
(Todos gritan): No.
Aquí están nuestras exigencias,
habrán de ser aceptadas.
Sí, señor, se tiene que hacer.
-¿Y si el rey se niega?
Entonces tendremos derecho a decir
que Enrique no es nuestro rey,
un rey es más
que cualquiera de nosotros
pero no es más
que todos nosotros juntos.
¡Nunca!
-Porque nosotros somos Castilla.
¡Sí, somos Castilla!
-¡Castilla es nuestra tierra!
No podéis consentir esta osadía.
No chilléis, eminencia,
no estoy sordo.
Dejadme pensar.
Miedo, aunque nuestra hija tenga
derecho legítimo a heredar el trono,
¿qué más tenéis que pensar?
Es preciso una respuesta inmediata.
Si permitís que os ofendan una vez
sin castigo, ya nada les detendrá.
(Suspira): Creo
que debería hablar con ellos.
¿Vais a negociar?
El pueblo espera de su rey
autoridad y mando, majestad.
Y yo mando que habrá negociación.
Convocad a Pacheco, le conozco bien,
sabré llevar la situación.
No podéis negociar, majestad,
quedaréis como el más cobarde
de los reyes.
Hay que ir a la guerra.
¿Y vos, iréis a la guerra?
Ah no, estaréis en vuestra iglesia,
rezando.
Qué fácil os resulta
enviar a los hijos de los demás
a morir en el campo de batalla.
Necesito estar solo,
iré a cazar.
Decid a Cabrera
que venga a verme a mi despacho.
¿Os puedo servir yo?
Vos sois conde de Ledesma
y maestre de la Orden de Santiago.
Mi buen Beltrán,
dejad que lo haga un mayordomo:
es su trabajo.
No convoquéis todavía a Pacheco.
Voy a ver si puedo convencer al rey
de que esto es una locura.
Con los problemas que hay
y quiere ir de caza.
Sí, ya os iréis haciendo
a sus costumbres,
el rey ha elegido bien
nombrándoos mi sustituto.
Hay quien no le perdona
que un judío como yo
llegue a tan alto rango.
En palacio, para muchos,
soy un advenedizo.
Si os sirve de ayuda,
lo mismo me pasaba a mí
sin ser judío.
En la Corte lo nuevo
siempre resulta sospechoso.
(¡Pasa la infanta!).
¿Es necesario
que vayan tan vigilados?
Son dos muchachos.
-Opino lo que vos,
pero guardadme el secreto,
no se vaya a enterar la reina.
Excelencia, este joven
desea hablar con vos,
trae carta de los señores de Aguilar,
de Córdoba.
Una buena referencia, sin duda.
Podéis retiraros.
-Os dejo con la visita.
Mal momento habéis elegido
para venir aquí;
son tiempos difíciles.
En la frontera mora
no hay muchos días tranquilos.
¿Cómo os llamáis?
-Gonzalo Fernández.
¿Manejáis bien la espada, cordobés?
Hago lo que puedo.
Vamos a ver si es verdad.
¿Para qué queréis
hablar conmigo a solas?
Hay asuntos en los que la discreción
y el tacto son importantes, majestad.
(Ríe): Siempre tan diplomáticos
los Mendoza.
Tomad asiento y explicaos.
Hay datos que debéis tener en cuenta
antes de decidir negociar.
El pueblo ha perdido la cosecha
por el mal tiempo...
¿También tengo yo
la culpa del granizo?
No, no, majestad,
pero el pueblo está hambriento
y necesita descargar su ira,
y ve cómo los judíos
son cada vez más ricos
y ellos más pobres.
Los judíos compran tierras baldías
y las hacen productivas
y contratan campesinos sin trabajo.
El pueblo sueña
con reconquistar Granada
y se escandaliza
de que vuestra guardia sea mora.
No conozco
mejores guerreros que ellos
y me son leales hasta la muerte.
Majestad, no dudo
de que lo que decís sea verdad,
pero en política valen más
las apariencias que la verdad.
Y los rebeldes se aprovechan de ello,
hasta para decir
que no sois padre de vuestra hija.
¡Es mentira!
Hice traer a los mejores médicos.
Eso es tan cierto
como que cuando os volvisteis a casar
prohibisteis
que hubiera testigos en la alcoba
y disteis orden de no mostrar
la sábana manchada
de la sangre de vuestra esposa.
¡Son costumbres bárbaras!
¡Pero de haberlas cumplido,
ahora serían de gran ayuda!
Lo siento, majestad,
pero tenía que decirlo.
¿También vos
dudáis de mi paternidad?
Yo nunca dudo
de lo que me diga mi rey.
Entonces, ¿a dónde queréis llegar
con tanta palabrería?
La táctica de Pacheco
es la de contar mil mentiras
para que alguna
acabe pareciendo verdad.
Si negociáis con él,
acabará pareciendo
que dice mil verdades.
¿Y qué proponéis?
Que uséis la fuerza.
Un rey fuerte
siempre es respetado.
El pueblo verá
que vuestra indignación
es justa ante tanta calumnia.
Lo siento, pero negociaré.
Tengo que evitar la guerra.
¿Calculáis las consecuencias
de esa decisión?
¿Y vos, podríais calcular
cuántos hombres morirían
en el campo de batalla?
¿Podéis siquiera imaginar
cuántos niños y mujeres
morirían de hambre
al perderse sus cosechas?
Mendoza, mi dignidad
vale mucho menos que todo eso.
Como gustéis.
Yo ya no tengo nada más que decir.
¡Mendoza!
Cuento con vuestra lealtad.
Un Mendoza nunca traiciona a su rey,
ni siquiera cuando se equivoca.
¿Hoy se ha levantado bien?
Lleva unos días así,
aunque de repente le da un ataque,
pero es fuerte como un roble.
Y se niega a rendirse
antes de volver a ver a sus hijos.
Todos los días me pregunta por ellos;
ya no sé qué decirle.
Decidle que están bien,
que viene alguna vez
un mensajero de la Corte
y nos da noticia de ello.
Mentir se me da muy mal.
¿Sabéis algo de ellos?
Si lo supiera os lo habría dicho.
¿Aunque fueran malas noticias?
Castilla está dividida en dos
y Alfonso e Isabel
están justo en medio.
No sé si podría haber
peores noticias, Beatriz.
Estoy harto, no aguanto más.
Deja de quejarte, Alfonso,
o quieres que toda la Corte
sepa de nuestra amargura.
¿Y qué importa eso?
Importa, y mucho.
La reina nos quiere ver infelices,
y es un placer que no voy a darle.
Siempre estás mostrando fortaleza,
pero en el fondo
estás igual de atemorizada que yo.
Alfonso, por favor.
¡Lo hemos perdido todo, Isabel!
Lo de padre y a nuestra madre: todo.
Para vivir así,
no merece la pena ser hijo de rey;
mejor haber nacido campesino.
¿Qué haces?
Lo que debía.
Somos quienes somos,
nunca podemos perder
nuestra dignidad,
y menos delante de nadie.
¡Aaag!
Sois difícil de doblegar.
-Gracias.
¿Podré quedarme en la Corte?
Me recordáis a mí
cuando llegué por primera vez.
Como vos, vine asustado y sin amigos,
dispuesto a todo por quedarme.
Y aquí estoy.
Aunque amigos,
la verdad es que no he hecho muchos.
Amigos, los justos,
ya lo decía mi madre.
Vuestra madre
tenía más razón que un santo.
Está bien.
Buscad a Cabrera
que os de alcoba y ropa nueva,
creo que ya sé
qué trabajo os voy a encomendar.
Puerta
¿A qué se debe el honor?
Os imaginaba de caza.
He anulado la partida.
Creo que será bueno
que os visite más a menudo.
Para acallar las malas lenguas.
Ya.
Pues, como gustéis,
sois el rey;
nacisteis para mandar.
Es una lástima
que lo hagáis tan pocas veces.
¿Vos también
vais a dudar de mis decisiones?
Más que nadie:
soy la madre de vuestra hija
y no voy a permitir
que duden de sus derechos.
Ni yo tampoco: ni de los suyos,
ni de los vuestros.
Sois mi esposa.
Sí,
pero no sería la primera vez
que falláis a una esposa.
Vuestra primera mujer, Blanca,
vos la repudiasteis.
La acusasteis de hechicera,
su familia la encerró
en un castillo como a una apestada.
¿Quién me asegura
que no puede pasarme a mí lo mismo?
¿Eh?
Imaginaos que Enrique
no quisiera negociar.
Negociará.
Yo inventé a Enrique, le hice rey
y conozco sus debilidades;
es pan comido.
También os inventaréis a Alfonso,
supongo.
Por eso queremos su custodia;
para que sea nuestro rey.
Algún día la historia
dejará de ser de los reyes,
esos mediocres que se creen más
por haber nacido en un palacio.
A veces pienso
que luchamos por intereses distintos.
¿Queréis ganar esta partida?
Sí.
Pues, jugadla conmigo y ganaréis.
No hagáis nunca nada que yo no sepa.
Sabéis que guardo
vuestras espaldas como nadie.
Os dejo el protagonismo, sí,
pero esta canción
se canta a coro o no se canta.
El rey negociará, nos han convocado
una reunión en la Corte.
¡Ni hablar!
No queremos a nadie a nuestro lado.
Será el doncel de vuestro amo.
¿Doncel?
Espía querréis decir.
Alteza, creo que vuestro hermano
tendrá alguna cosa que decir;
es su doncel, no el vuestro.
Y Alfonso es mi hermano,
no el vuestro.
He convencido al rey
para que no os vigilaran por palacio
a cambio de que tuvierais
un doncel, y lo tendréis.
No conseguiréis
hacerme quedar en ridículo.
Es vuestro problema.
¡Alfonso, vamos!
¿Y ahora?
Ganaos su confianza.
Ya tenéis vuestra tarea, cumplirla.
Como ordenéis, excelencia.
Difícil lo tiene el cordobés.
Si vais a seguirnos,
nunca os acerquéis más de 20 pasos.
¿Entendido?
Entendido, alteza.
Buenos días, señora.
¿Qué queréis?
Ya han llegado para negociar.
¿Habéis venido
solo a darme la noticia?
No.
He venido a ver a mi hija.
Para recordar
que no le puedo fallar.
Toma, para ti.
Brilla como el sol,
pero mucho menos que tus ojos.
Majestad,
ruego me disculpéis,
pero os están esperando.
Que esperen.
Mucho tarda.
Para ponernos nerviosos;
se lo enseñé yo, y funciona.
Por lo menos con vos.
¡Su majestad el rey!
Cuando el rey entra,
todo el mundo se levanta.
Nuevos tiempos, nuevas costumbres.
Algún día...
alguien os pondrá en vuestro sitio.
No seréis vos, desde luego.
Calma, caballeros.
Calma.
Hemos venido
a negociar civilizadamente,
y así lo haremos.
Bien,
¿cuál es el primer tema a tratar?
La moneda, la acuñación
de vuestra nueva moneda
ha traído consigo
problemas de economía que afectan...
¡Aceptada vuestra proposición!
¿Aceptada?
Aceptada.
Haremos
lo que consideréis conveniente.
Siguiente tema.
Proponemos eliminar los privilegios
de los judíos usureros.
Acepto vuestra petición.
Proponemos que musulmanes y judíos
vivan en zonas restringidas
y que se les distingan
con marcas en su ropaje.
Acepto.
Proponemos...
Ahorremos tiempo, caballeros.
Pacheco sabe que...
me aburren las reuniones largas.
En vuestras... algaradas decís
que os rebeláis
por el bien de Castilla,
y por el bien de Castilla
debemos llegar a un acuerdo
para que las espadas
no sustituyan a las palabras.
Estáis de acuerdo en ello, supongo.
Por supuesto.
No tan rápido;
las palabras suelen guardar
dobles discursos.
Vos sois maestro en ese juego;
pero mis palabras buscan un acuerdo
que impida que nuestros campos
se tiñan de sangre.
¿Qué proponéis para evitarlo?
Aceptaré todas vuestras condiciones.
Todas, excepto una:
no desheredaré a mi hija.
¿Vuestra hija, la Beltraneja?
¡Salgamos fuera
a ver si sois tan atrevido
con vuestra espada
como con vuestra lengua!
Calma, Beltrán, dejad hablar al rey.
Escuchadme bien
porque no lo repetiré dos veces:
Juana es mi hija y mi heredera.
Esto es innegociable.
Entonces, no hay más que hablar.
Señores, se acabó la función.
Menos mal que era pan comido.
-Callaos de una puñetera vez.
Podéis retiraros.
¿Ya estáis aquí?
Quería esperaros despierto.
Ha sido una jornada agotadora.
Lo sé.
Dormid, majestad,
dormid tranquilo.
Hoy estoy muy orgullosa de vos.
¿Queréis volver a negociar, vos?
-Sí, personalmente.
Os levantasteis de la negociación,
le habéis llamado "cornudo";
no aceptará.
-Lo hará.
Pensará que quiero
sacar beneficios de la situación,
incluso,
que quiero volver a su bando.
¿Y no será ese el motivo
por el que queréis verle?
¡Devolvedme la carta!
Confiad en mí.
-Mucho me pedís,
cuando no escucháis nunca
mis consejos.
Seré sincero con vos:
no voy a negociar con el rey;
voy a sacarle de palacio
y a traerle aquí.
Firmará todo lo que tenga que firmar,
incluso su abdicación,
si es necesario.
¿Pretendéis secuestrarlo?
Intentasteis lo mismo con su padre
y no salió bien.
Porque Álvaro de Luna lo impidió.
Tengo que reconocer
que el hijo de puta
era un rival respetable.
Pero el Alcázar es inexpugnable
hasta para un ejército.
Vos lo habéis dicho:
"Para un ejército".
Yo solo necesito a mi hermano,
dos soldados y dinero para sobornos.
Ya está todo listo, Juan.
¿Es que vuestro hermano no puede
dejar de pensar siempre en lo mismo?
Por el amor de Dios, son unas niñas.
¿No lo sabe?
-¿Qué he de saber?
Os dije que necesitaba dos soldados,
dos soldados
dispuestos a dar su vida,
y la darán.
Si cumplen como deben,
a sus familias
se les pagará con generosidad.
Si no, sus hijas
pagarán su cobardía.
¡Encerradlas!
-Andando.
Dios nunca nos perdonará esto.
Si el rey no cede, habrá una guerra;
morirá mucha más gente
que esas dos muchachas o sus padres.
Dios hará sus cuentas
y nos perdonará.
Mandadle al infierno.
Le conozco bien;
habrá visto que le conviene
volver a estar conmigo.
Y le aceptaríais.
Un desleal
que os ha traicionado a vos
y a su propia causa.
Sería una guerra ganada
sin batallas; es lo que importa.
Enviad mi respuesta inmediata:
mañana mismo nos reuniremos.
Como ordenéis.
Estaba orgullosa
de cómo defendisteis a nuestra hija.
Y lo seguiréis estando,
no tengáis duda.
Los nobles se están dividiendo;
sin Pacheco no son nada.
¿Dónde está vuestro hermano?
Me avisaron que venía con vos.
Vendrá en breve,
tenía las tripas revueltas,
como Castilla, pero podemos comenzar.
¿Qué queréis, Pacheco?
Llegar a un acuerdo, como vos.
Leed, os lo ruego.
Poca maña se da.
Por mí, como si se traga la peonza.
Todos nuestros males se deben a ella.
No digas eso, Alfonso,
es solo una niña.
¿Dónde vas?
A enseñar a mi sobrina
cómo se tira una peonza.
¿Ocurre algo?
¿Me dejas?
Sí.
Mira, hay que cogerla
con estos deditos, ¿vale?
La ponemos en el medio,
y hay que darle muy...
(Grita): Ni se os ocurra.
No os quiero ver cerca de mi hija
o volveré a prohibiros
pasear libremente por palacio.
Traed a la niña,
el rey quiere verme en mi alcoba.
Hermana.
Algún día le diré a la reina
lo mucho que la odio.
Y ese día va a ser hoy.
¡Isabel!
¡Tenemos que avisar a Cabrera!
Su majestad.
-(Grita): Guardia, gua...
Quiero ver a la reina.
¿No me habéis oído?
Soy Isabel, hermana del rey.
Tengo órdenes
de no dejar pasar a nadie, alteza.
Solo quiero darle
esta peonza a la niña.
¡Callad a vuestra hija, por Dios!
Juro que si no me dejáis pasar
haré llamar al propio rey.
¿Queréis entrar?
¡Pues pasad!
(Grita).
(Chista).
¿Qué está pasando aquí?
Nada, si os calláis.
Eh, no llores,
mira lo que te he traído.
Dadme esa peonza.
Tomad si queréis algo mío.
La peonza.
Si recibís esta prenda de vuelta,
las liberáis;
si no, ya sabéis qué hacer,
si queréis ver
a vuestra hija con vida.
No entiendo nada, Pacheco,
son las mismas peticiones
que me hicisteis la primera vez.
¿Vais a seguir leyendo
tanta infamia sobre vuestra majestad?
También hay un apartado
para vos, Beltrán.
Leed, por favor.
No hace falta,
ya se lo cuento yo.
¿La reina ha dicho
que el rey la llamaba con urgencia?
Sí, excelencia.
El rey está reunido
con el marqués de Villena
y ha dado orden de no molestarle.
-Quizás haya cambiado de opinión.
Si el rey hubiera querido
dar un mensaje a la reina,
el primero en saberlo sería yo.
Hay que llamar a la guardia.
-No tan deprisa, excelencia.
¿Desde cuándo dais vos
las órdenes en la Corte?
Yo no sé mucho de cosas de palacio,
pero sí de escaramuzas.
Si realmente está pasando algo,
cuanto menos ruido hagamos, mejor.
Mejor para la reina,
para su hija y para Isabel.
Llevadme a la alcoba de la reina.
-Yo también voy.
No, será mejor
que esperéis en vuestros aposentos.
Tiene razón.
¡Guardia, acompañadle!
Seguidme.
¿Qué deseáis?
Que abandone la Corte;
ya lo imaginaba.
¡Pero no permitirme acercarme
a 14 leguas de palacio...!
¡La envidia os ciega, Pacheco!
-Y a vos os ha cegado la ambición.
(Indignado):
¿Cómo habéis osado aceptar
el maestrazgo
de la Orden de Santiago?
Lo heredó Alfonso de su padre,
el rey, en testamento.
(Grita): Basta, basta.
¡Basta!
No habéis venido a negociar,
¿verdad, Pacheco?
¿Dónde está vuestro hermano?
Puerta
Aquí está.
Puerta
¿Qué le habéis hecho a mi hija?
Nada.
Y nada le haremos
a ella ni a vuestra esposa
si venís con nosotros
de inmediato a Ávila.
Queréis secuestrar al rey.
Calma, Beltrán, calma.
Ordenad a vuestro lacayo que salga
y que avise que no queremos
cruzarnos con nadie.
Obedeced, Beltrán.
Pero, majestad...
(Grita): ¡Obedeced!
Quieren que el rey firme, ¿verdad?
Si no, ¿nos matarán?
No seréis capaz
de asesinar a una niña.
¿Lo conocéis?
-No.
(Susurra): Llamad a los monteros.
No queremos ver un guardia
de aquí a que nos de la luz del sol.
Y no veréis ninguno.
-¡Vamos!
¿Y mi mujer y mi hija?
Cuando hayamos salido
entregaréis esta prenda
a un soldado que tengo en la puerta.
Las dejarán libres.
¿Confiáis en él, majestad?
¿Tengo otra posibilidad?
¡Venga, rápido!
Hay que darse prisa.
Venid con nosotros.
¡Alto!
¡Dejad libre al rey!
Prometisteis
que retiraríais a vuestra guardia.
Y juro que así lo he hecho.
-Explicad a este judío la situación.
Cabrera, retiraos, os lo ruego.
La vida de mi hija
y de mi esposa corren peligro.
Ya no.
Ahora no, Pedro.
¡Llevadlos al calabozo!
Gracias.
Es mi obligación defenderos,
pero mal puedo hacerlo
a veinte pasos de distancia.
Olvidaos de eso, Gonzalo.
¿Por qué?
Porque era necesario.
En un tiempo fuisteis...
mi mejor amigo.
Y no sé qué pasó
para dejar de serlo.
No dejo de preguntarme
qué haría mi padre en mi lugar.
No lo sé,
porque yo os ayudé a luchar contra él
para quitarle el trono.
Como ahora intentáis
quitarme el mío.
No se trata de quitaros el trono,
se trata de que volváis
al camino recto.
¿Y el camino recto es el vuestro?
Ya veis,
toda la gente que me rodea me dice
que debo mataros
a vos y vuestro hermano.
No lo haréis.
¿Por qué?
Porque sois más inteligente que ellos
y miráis por vuestro futuro.
Matadme,
y mis cronistas
se encargarán de decir
que aprovechasteis reuniros conmigo
para darme muerte.
El pueblo lo verá como una traición;
no sabrán nada del secuestro.
Yo se lo haré saber.
Tenéis el poder,
pero no el convencimiento.
Habéis logrado grandes cosas
para Castilla con mi ayuda;
nadie se acuerda de eso ahora.
Ahora el pueblo piensa que cuidáis
más a los judíos y a los moros
que a ellos;
que vuestra hija no es vuestra hija.
El pueblo me cree a mí, no a vos.
Cuentan mil mentiras
y harás que alguna parezca verdad.
Sabéis que no todo son mentiras,
y que me necesitáis;
que sin mí
Castilla os resulta ingobernable.
Matadme,
y la guerra que tanto queréis evitar
empezará mañana mismo.
Cabrera.
Majestad.
Acompañad al marqués de Villena
y a su hermano
hasta las afueras de la ciudad.
Campanas
Son libres.
Como ordenéis.
Estoy orgulloso de vos,
Cabrera me lo contó todo.
Había que actuar deprisa.
-Deprisa y bien,
y vos lo hicisteis.
Quiero que entréis en la Guardia Real
como lugarteniente del subcapitán.
¿Aceptáis la oferta?
Vos me nombrasteis doncel
del infante Alfonso,
le debo lealtad a él.
¿Se la debéis a él
o a su hermana Isabel?
¿Por qué decís eso?
Yo solo cumplo con mi obligación.
-Tenéis un gran futuro por delante,
no lo echéis a perder
enamorándoos de quien no debéis.
¡En guardia!
¡Excelencia!
Pacheco y Girón:
el rey les ha dejado marchar.
Ánimo, hermano,
hemos vivido para contarlo.
Sí, pero no los soldados
que reclutasteis;
¿habéis liberado a sus hijas?
Y pagado lo prometido a sus familias,
así quien lucha por nosotros
sabrá que su causa merece recompensa.
¿Qué causa?
¿La que habéis dejado por los suelos
con esta ridícula escaramuza?
¿Qué haremos ahora?
Más vino.
Debemos convencer
a los nobles que están indecisos,
ofrecerles cargos en el futuro;
sobornarles si es preciso.
Tenemos que duplicar
nuestro ejército.
Quemaremos las cosechas
que el buen tiempo haya germinado.
Castilla le resultará ingobernable.
A Enrique no le bastará
con tener a Mendoza a su lado,
y cederá.
¿Estáis dispuesto?
-Lo estoy.
Entonces, no recordemos
este suceso como un fracaso;
sino como el inicio
de nuestro éxito final.
Brindemos.
Por Castilla.
-Por Castilla.
¿Disteis muerte a un hombre?
Era necesario,
si no, no lo hubiera hecho.
¿Y habéis matado a muchos más?
-Algunos.
¿Qué se siente?
Al principio piensas que ese hombre
tendrá mujer e hijos,
luego te das cuenta
que si no lo hubieras hecho tú,
él te habría matado a ti.
¡Alfonso!
Traigo buenas noticias.
¿Qué pasa?
El rey nos deja ir a ver a madre,
nos vamos mañana al amanecer.
El doncel viene también.
Campanas
¡Ay, qué alegría
veros tan mejorada, madre!
Creía que no vendríais nunca;
a veces pienso
que os habéis olvidado de mí.
¿Os tratan bien en la Corte, hija?
Muy bien.
¿Y este joven?
Es Gonzalo, mi doncel.
Me gustáis, tenéis la mirada clara.
Contadme.
A mí también me gusta ese joven.
-¡Beatriz! No seáis descarada.
Volver a verles juntos
me parece un milagro.
Con todo lo que ha pasado...
El problema no es lo que ha pasado,
es lo que queda por pasar.
Pacheco ha doblado sus adhesiones
en villas y ciudades
y su ejército
es ya superior al nuestro.
Poco me falta
para ser un rey sin apoyos.
Os lo habéis ganado
por no actuar a tiempo.
¿A qué habéis venido?
A reprocharme mis errores.
No,
a evitar que cometáis ninguno más.
Negociad.
¿Vos me pedís... que negocie ahora?
Sí, sí, sí, negociad.
Asegurad el futuro de mi hija
ofreciéndola como esposa de Alfonso.
Si mis planes salen mal,
al menos tendremos eso.
¿De qué planes habláis?
De ganar tiempo
para conseguir un ejército
que doblegue al de Pacheco:
el de mi hermano,
don Alfonso, rey de Portugal.
Enrique, tendréis que ser hábil.
Tienen que pensar
que negociamos de buena fe;
tenéis que darles algo importante.
¿El qué?
A Beltrán de la Cueva.
Pacheco lo odia
sobre todas las cosas,
expulsarle de la Corte,
quitarle el cargo de maestre
de la Orden de Santiago
y os creerán.
Beltrán siempre me ha sido leal.
No hay triunfo sin sacrificio.
Y supongo que no será el único;
no creo que vuestro hermano
traiga su ejército por nada,
¿qué le daremos a cambio?
A Isabel.
Estoy asombrado
de vuestras estrategias;
la almohada os ha dado
muchas ideas esta noche.
No es cosa de una noche,
llevo pensando una solución
desde que perdonasteis a Pacheco.
¿Lo habéis hecho vos, majestad?
Pasos
¿Cómo ha ido, majestad?
Bien.
-Perfecto.
Sabéis que es
la única solución posible.
Lo sé.
¿Cómo reaccionará Beltrán?
-Mal.
Aunque, si supiera
que yo estoy detrás de esto,
sería todavía peor.
Lo siento.
Nadie me ha sido tan leal como vos,
pero no tengo otra salida.
Decid algo, por Dios,
no hagáis esto todavía más difícil.
Gracias a vos soy conde de Ledesma
y maestre de Santiago,
me he casado con una Mendoza;
pocos en Castilla tienen más que yo.
Pero lo daría todo,
mi vida,
por una sola cosa:
que nunca hubiera llegado este día.
Mi renuncia
al maestrazgo de Santiago,
prefiero renunciar
antes que ser desposeído de él.
Despedidme de Pacheco.
Parece que fue ayer.
Precisamente por lo reciente
de vuestra indignante última visita,
os rogaría que abandonáramos ironías
y cuestiones personales.
Bien, estamos aquí reunidos
para poner fin a nuestra disputa.
Y para ello es necesario que todos,
todos, cedamos un poco.
Como muestra de buena voluntad,
aquí tenéis:
es la carta de renuncia
de don Beltrán de la Cueva
como maestre
de la Orden de Santiago,
y este es un edicto
redactado ante notario,
que restituye a mi hermano Alfonso
como poseedor de tal título.
Es una buena oferta, sin duda.
-Ahora os toca ceder a vos.
¿Qué queréis?
Solo son dos asuntos:
limitar la expulsión
de moros y judíos.
Serán excluidos de esa norma
los que se hayan convertido
al cristianismo.
Estamos de acuerdo,
¿cuál es la otra condición?
Salvaguardar la dignidad
del rey y de su hija.
No es posible la convivencia
con un rey humillado e insultado.
Están en lo cierto.
-Gracias, eminencia.
Por ello,
para garantizar la paz futura,
proponemos la boda
del infante Alfonso
con la princesa Juana.
¿Alfonso pasa a estar
bajo nuestra custodia?
No habrá problema.
De acuerdo, entonces.
En cuanto a Isabel,
solicitamos que tenga
casa propia en Segovia,
lejos de vuestra esposa.
Y que su futura boda
sea consensuada por todos nosotros.
Aceptamos.
Redactar los acuerdos,
y de aquí a treinta días
con sus noches,
nos reunimos y firmamos
que se hagan oficiales.
Elegid lugar neutral.
En Medina del Campo,
a la hora del ángelus.
Que así sea.
Señores, hasta ese día.
Hasta ese día.
Agradezco vuestra
voluntad de diálogo,
ya podíais haberla tenido antes,
nos hubiéramos ahorrado disgustos...
y nosotros dinero.
Todo ha ido como queríamos, majestad.
Sí, solo falta que no nos falle
la baza portuguesa.
(Habla con la boca llena):
Nos llena de alegría
vuestra propuesta de unión
con vuestra excelentísima hermana,
la infanta Isabel.
Por nuestra parte,
pondremos a vuestra disposición
mil quinientos hombres a caballo
y tres mil peones,
en caso de que los necesitarais.
Me han dicho que esa Isabel
es tan hermosa como su madre,
y está en la línea de sucesión.
No es la primera,
pero en Castilla nunca se sabe.
¿Sabéis qué es esto?
Un invento de los italianos
para pinchar la comida
y llevarla a la boca.
Nada más veros
supe que había noticias.
No parecéis muy alegre.
No sé si estarlo.
En esta Corte
gustan dar un plato frío
después de una sopa caliente.
Debéis estar contentos,
vuestro futuro es excelente.
Pero yo no quiero
casarme con esa niña.
No siempre será una niña.
Pensad, además,
que vos seréis rey de Castilla.
Si voy a ser rey,
¿no puedo decidir dónde vivimos?
Porque preferimos vivir
con nuestra madre
antes que con Pacheco.
Hay algo más que debéis saber.
Ahora viene el plato frío.
Isabel no irá con vos.
El rey y la liga de nobles
hemos llegado a este acuerdo
por el futuro del reino.
Y yo, ¿podré vivir con mi madre
o tendré que seguir aquí?
No, vos abriréis
casa propia en Segovia.
¿Mi propia casa?
Sí, no tendréis
que vivir más con la reina.
Para eso he venido;
para quedarme con vos.
Y no he venido solo, ¡pasad!
¡Beatriz!
¿Vais a vivir conmigo?
Sí, alteza.
Vuestra madre
insistió en que viniera,
a mí y, sobre todo, a Chacón.
¿Y yo tendré que irme solo
con Pacheco?
No, Gonzalo irá con vos,
partiréis esta misma tarde.
Es la primera vez
que nos decimos adiós.
Piensa en las ganas
con que nos diremos hola
la próxima vez que nos veamos.
No sé si me voy a acostumbrar
a tener tus regañinas, la verdad.
Dentro de poco podrás regañar
a quien tú quieras.
¿Cuando sea rey?
Cuando seas rey.
No sé si seré rey,
pero lo que sí seré siempre
es tu hermano.
Y yo tu hermana.
Se te ha metido una cosa en el ojo.
Sí, eso será.
Prometedme que cuidaréis de él.
Sabéis bien que lo haré.
Todo está preparado;
el arzobispo Carrillo
os espera en las caballerizas.
Tened cuidado;
ya conocéis a Pacheco.
Yo no me meto donde no me llaman.
Os marcháis sin que os pague
la deuda que os debo.
Quién sabe si algún día
me la podréis pagar.
Buena suerte, cordobés.
Gracias, excelencia.
Lo siento,
pensaréis que soy un niño.
No, alteza.
Un hombre debe llorar por lo que ama,
si no lo hace,
no es hombre..., o no ama.
Y no sé qué cosa es peor.
¿Os gusta?
Sí, mucho.
Me alegro.
Ahora, a ver si encuentro
todo lo que don Gonzalo me pide.
No es cosa mía,
su madre fue quien hizo la lista;
como reina que fue,
cuida hasta el más mínimo detalle.
No os importe
si no cumplís con todo,
no soy de muchos lujos.
Pero yo sí,
y voy a vivir con vos.
Huuum, ¡Cristo bendito!
(Inspira): ¿No lo notáis?
¡Hum! Ese olor a mantecados
que viene del horno de la esquina...
¿Creéis que estaría fuera de lugar
comprar unos dulces
para celebrar la inauguración
de la casa de la infanta?
No estaría fuera de lugar,
en absoluto.
Permitidme que yo mismo os invite.
Podéis ir, no hay problema.
Y bien, contadme.
Os pasa algo; os conozco
como si fuera vuestro padre.
(Suspira).
Durante todo este tiempo
he tenido que sostener a Alfonso
y apoyarle
como hermana mayor que soy.
Ni siquiera he podido llorar mi pena
porque solo he tenido tiempo
para enjugar sus lágrimas.
Y ahora estoy aquí,
montando una casa de muñecas,
esperando a que alguien
decida cuál es mi destino,
rezando todas las noches
porque nadie me imponga
casarme con alguien
a quien ni siquiera conozco.
¿Por qué una mujer
ha de ser menos que un varón?
Es la tradición;
cada uno ha de cumplir
con sus obligaciones.
Y las cumpliré,
mi madre y vos
me habéis educado para ello.
Y apoyaré a Alfonso
en todo lo que sea necesario.
Pero,
¿tengo permiso para estar triste,
aunque solo sea hoy?
¿Puedo elegir una?
No tenéis que elegir,
son todas para vos.
Un heredero de la Corona
debe vestir como tal.
¿Habéis oído, Gonzalo?
Todas, puedo hacerme mil trajes.
Aquí sí os pediré que elijáis una
para que mi orfebre
os la engarce en una anilla.
¿Qué decís, os gusta?
Lo mayor
no es necesariamente lo mejor.
Y vos qué sabréis.
-Si al príncipe le place,
nosotros no somos nadie
para contradecirle.
Sea.
¿Qué sucede?
-Malas noticias, vienen de Portugal.
¿Ya ha salido
vuestro hermano de Portugal?
Sí, llegará en un par de días,
y un mensajero se ha adelantado.
Nos ofrece mil quinientos caballeros
y una infantería de tres mil hombres.
Suficiente para parar los pies
a Pacheco y los suyos.
Sí, sabía que no nos fallaría.
Solo os pido una cosa:
dejadme a mí la negociación
de las capitulaciones matrimoniales,
conozco bien
la forma de pensar de mi hermano.
¿Y quién se lo dirá a Isabel?
Yo me he encargado de mi hermano,
encargaos vos de la vuestra.
Avisad urgentemente
a don Gonzalo Chacón
de que quiero verle.
¡No, no y no!
Os dije que no me casaré
con quien yo no quiera.
Señora, lo ordena el rey.
¿Otra vez vais a hablarme
de tradiciones?
No, os lo juro y os entiendo.
Pero queréis dar
muchos pasos a la vez
y hemos de ir de uno en uno.
Pocos pasos daré en Castilla
si vivo en Sintra, ¿no lo veis?
A su hija la casa con Alfonso
para que sea la reina de Castilla
y a mí me casa
con el rey de Portugal,
que me saca veinte años.
Y si no tenemos hijos,
¿quién heredará
el trono de Portugal?
Su hija Juana,
¿cómo es posible que no lo veáis?
Lo veo, Isabel, lo veo.
Lo que me sorprende
es que vos os hayáis dado cuenta.
¿Por qué decís eso,
porque soy mujer?
No, porque sois muy joven.
Enrique ha pactado la boda
de la infanta con el rey de Portugal
mientras negociaba con nosotros.
Que Isabel no se casaría con nadie
sin contar con nuestra aprobación;
Enrique nos ha engañado.
Hay que evitar esa boda como sea.
Si el rey de Portugal pone sus tropas
al servicio de Enrique,
todo lo que hemos hecho hasta ahora
no servirá para nada.
Esa es la idea, sin duda.
Mucho habrá tenido
que ver en ella la reina.
¿Qué hacemos?
Estoy seguro
que mi hermana no sabe nada,
y dudo que acepte
el matrimonio con gusto.
Da igual, la forzarán a que acepte.
Tal vez deberíamos apoyar a Isabel,
hacerle ver que estaríamos de su lado
si no acepta la boda.
¿Y a quién enviamos?
Será difícil llegar a ella.
Con vuestro permiso,
yo podría hacerlo.
Partid de inmediato.
Pedro, dale el mejor caballo.
Id a desear suerte a vuestro doncel.
Si la infanta se niega a casarse,
el rey de Portugal
no traerá a su ejército a Castilla
y será el momento
de dar el siguiente paso.
¿En qué estáis pensando?
Enrique no puede
seguir siendo nuestro rey.
¿Habláis... de derrocar al rey?
¿Por qué no?
Conversaciones
¡Su alteza real,
don Alfonso V de Portugal!
¡Menina!
-Alfonso.
Bienvenido a Segovia, majestad,
es un honor recibiros aquí.
El honor es mío, majestad.
Espero que este encuentro sirva
para acercar nuestros reinos.
Y bien, ¿dónde está mi futura reina?
Todavía no ha llegado, majestad,
pero seguramente está en camino.
Ir a buscarla, os lo ruego.
Aunque sea a rastras.
Nunca adivinaríais
para qué sirve esto.
¿Qué pensáis hacer?
No lo sé,
mi alma me pide decir
que no me caso, pero...
Pero tenéis miedo.
Puerta
¡Pasad!
Tenemos visita.
¡Gonzalo!
Alteza.
¿Qué hacéis aquí?
Os traigo un mensaje.
Es un mensaje privado.
Lo que tengáis que decir,
lo pueden escuchar ellos.
Sí, y daros prisa;
no es bueno hacer esperar a un rey,
y menos a dos.
Vuestro hermano y la liga de nobles
os hacen saber
que no apoyarán vuestra boda
al suponer un incumplimiento
de lo pactado con el rey.
No sabéis la alegría que me dais,
ahora me siento más fuerte.
Estoy seguro que no seréis
la única que esté contenta.
Puerta
¡Alteza!
Soy Cabrera.
Ya voy.
¿Estaréis aquí a mi vuelta?
No, alteza, he de partir
de inmediato para Ávila.
Antes debo daros algo.
Este abrazo que os doy,
dádselo vos a mi hermano.
(Señora, por favor,
no podemos tardar más).
Conversaciones
¡Doña Isabel de Castilla,
infanta del reino!
¡Llevamos un buen rato esperándoos!
Disculpadme, majestad.
Os quiero presentar a su alteza real,
don Alfonso de Portugal.
Lamento que hayáis hecho
un viaje tan largo para nada.
No está en mi ánimo
casarme con vos.
¡Isabel, Isabel!
Os casaréis con quien yo diga.
No, me casaré con quien yo quiera.
¡Soltadme!
(Histérica): ¿Cómo os atrevéis
a rechazar al rey de Portugal?
¿Qué os duele más?
¿Que no quiera a un rey como marido
o que no quiera desposar
a vuestro hermano?
¿Pero qué creéis, que ser infanta
no incluye obligaciones?
¿Es que no sabéis lo que se espera
de una mujer de la familia real?
Que tenga más dignidad
de la que vos tenéis.
¡Ya está bien, majestad!
Estáis loca.
Como vuestra madre: loca.
¡Isabel, calma!
¡Calma!
¿Qué pasará ahora?
Hay que prepararse para lo peor.
¡Castellanos!
Aclaman
(Grita): Es doloroso anunciar
la traición de nuestro monarca.
Abucheos
Nuestro antes bienamado
no ha sabido hacer honor a su cargo.
(Todos): ¡Fuera!
-¡Deja de ser nuestro rey!
Risas y aplausos
(Todos): ¡Sí!
(Grita).
Abucheos
(Grita).
Aplausos
¡Al suelo, puto!
-¡Al suelo!
¡Castilla!
-(Todos): ¡Castilla!
¡Castilla!
-(Todos): ¡Castilla!
¡Castilla por el rey Alfonso!
-¡Viva el rey Alfonso!
(Todos): ¡Viva el rey Alfonso!
Vítores y aplausos
¡Viva el rey Alfonso!
-(Todos): ¡Viva!
Vítores y aplausos
Puerta
Os estaba esperando.
He venido en cuanto he recibido
vuestro mensaje.
Vienen tiempos difíciles, Beltrán.
Habrá guerra.
Lo sé.
Ya me han informado
sobre "la farsa de Ávila".
¿Puedo volver a contar con vos?
Siempre, majestad.
Siempre.
¡La victoria es nuestra!
Hay que acabar ya con esta guerra,
nuestra gente
no puede soportarlo más.
¡Ah!
-¡Padre!
La historia está llena
de reyes que conducen a sus tropas;
reyes guerreros.
¡Qué más nos da quién sea rey!
No digáis ahora
que luchabais por Alfonso.
Es de mi padre.
¿Qué nuevas cuenta?
Las de mi casamiento.
Así que su santidad no quiere
ensuciarse las manos en Castilla.
Así es, piensa que su deber
es mantenerse neutral.
Un matrimonio
es un asunto demasiado serio
como para dejarlo en manos
de una joven sin experiencia.
Nunca me casaré
con quien yo no elija.
¡Os toca!
¿Vais a perder la oportunidad
de ser familia de la Corona?
A lo mejor quien pierde la Corona
es vuestra majestad.
(Gritan): Alto.
¡Qué hacéis, qué queréis!
¿Por qué hemos de aceptar
ahora un pacto?
Ahora sí que le tenemos
comiendo en nuestra mano,
¿no os dais cuenta?
Por el momento,
no tenéis formación con las armas.
¡Pues formadme!
¡Sí!
Ya llegasteis
a un acuerdo con mi padre;
yo no tengo nada que aceptar
o dejar de aceptar.
Esta boda acabará
con el derramamiento de sangre
en Castilla;
Alfonso e Isabel entrarán
en mi línea de sucesión.
Con este puñal le quitaré la vida
en cuanto llegue a Ocaña.
Sois un hombre, reaccionáis así;
es mi marido
quien no actúa como tal.
Lo que el rey haga
bien hecho está.
¿Os molesta
que sea vuestro rey con su ayuda?
No, majestad.
Solo quiero obedeceros.
-Pues obedecedme.
La mitad de la mitad
de lo que os lleváis
puede acabar con un caballo.
¿Al final os van a obligar
a comportaos como un rey?
¡Soy Isabel de Trastamara,
hija del rey Juan,
hermana del rey Enrique
y del rey Alfonso!
¿Y qué hay de Alfonso?
Dejadlo de mi cuenta.
(Grita).
Subtitulación realizada
por Cristina Rivero.
____________________________________
NOTE STORICHE
1.
____________________________________
NOTE STORICHE
1.
¿Quién fue la primera mujer de Enrique IV y por qué fue declarado nulo su matrimonio?
La triste historia de Blanca II de Navarra, primera mujer de Enrique
IV de Castilla, está tan llena de intrigas como las de muchas mujeres de
familias reales de esa época.
Era hija de Blanca I de Navarra y de Juan I de Navarra, que luego
sería Juan II de Aragón, padre a su vez de Fernando de Aragón, con el
que luego se casaría nuestra Isabel. Como se puede ver, las ramas de la
genealogía real en los reinos de la Península Ibérica estaban muy
entrelazadas.
El Tratado de Toledo, en 1436, estableció la paz entre Castilla y
Navarra y selló el matrimonio entre Blanca y el infante Enrique, que
acabaría reinando como Enrique IV. El matrimonio se celebró el 15 de
septiembre de 1440, una vez cumplida la mayoría de edad de los
contrayentes. Desde muy pronto, los rumores de impotencia de Enrique se
extendieron por el reino.
En 1453, Enrique repudió a Blanca con la aprobación de las
autoridades eclesiásticas. El argumento utilizado fue que Enrique tenía
impotencia permanente, pero solo con Blanca, se supone que debido a un
hechizo o maleficio. En la investigación, se afirmó que había
prostitutas de Segovia que aseguraban haber tenido relaciones con
Enrique, lo cual confirmaría que la impotencia del rey se adscribía
exclusivamente a sus relaciones con Blanca. Dos años después del
repudió, él se casaba con Juana de Avis.
Blanca acabó desheredada por su padre y encerrada en una prisión en los Pirineos, donde murió a los 40 años.
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