↓B. Serie Televisive Spagnole: Home Cap. 15° ↔ Cap. 17°.
Isabel ← Pagina Ufficiale. Mappe storiche. - Sommario: 1. Sintesi. - 2. Trascrizione completa: 2.1 Prologo. - 2.2 Frontera franco-aragonesa. - 2.3 Don Rodrigo de Ulloa. - 2.4 Arévalo, unos anos antes. - 2.5 Segovia. - 2.6 Perdonad que os importune, señora. - 2.7 ¡Qué pequeño era Arévalo! - 2.8 Niña, majestad. - 2.9 Por la presente declaro. - 2.10 Pero antes os pediré un favor. - 2.11 El proximo capitúlo. - – 3. Note storiche: 3.1. ¿Es real la cánula con la que intentan fecundar a la reina? Testo. ↓ 3.2 ¿Qué era la Orden de Santiago? Testo. ↓ - 4. Personaggi: 4.1 Enrique IV. - 4.2 Isabel I de Castilla. - 4.3 Isabel de Portugal. 4.3a Juan II de Castilla. - 4.4 Gonzalo Chacón. - 4.5 Diego de Mendoza. - 4.6 Juana la Beltraneja. - 4.7 Alonso de Palencia. - 4.8 Alfonso Carrillo. - 4.9 Álvaro de Luna. -
2. Transcripción completa.
2.1 Prologo. -↓B. ↓ Top.↑
(Agoniza). Majestad, majestad. ¡El rey ha muerto! ¡El rey ha muerto! ¿Qué ha ocurrido? ¿A qué viene tanta prisa, caballeros? Lo siento, alcaide, traemos un mensaje para doña Isabel, infanta de Castilla. ¿Sabéis si antes de morir mi hermano dijo algo o firmó algún documento sobre quién heredaría su corona? No, alteza. ¿Daréis fe de vuestras palabras? No tengáis duda de ello. No hay tiempo que perder; Chacón, preparadlo todo. Perdón, alteza, hay algo que debéis saber. Diego Hurtado de Mendoza ha convocado una junta para dilucidar quién es heredera de la corona: vos o doña Juana, la hija del difunto rey Enrique. No hay nada que dilucidar. Se acabó tener paciencia; ya he tenido bastante. Alteza, tal vez deberíais esperar la decisión de esa junta. Al contario, razón de más para darse prisa. Muchas cosas hemos pedido los Mendoza y apenas nos dieron migajas. Pero... No esperaré, Cabrera. Os ruego que deis a estos caballeros ropa secay comida caliente. Luego, convocad al comendador, a jueces y a regidores. Ese es el protocolo, ¿no es cierto? Portazo ¿Qué os preocupa? Vuestro marido, ¿qué opinará de no estar presente en la proclamación? Fernando lo entenderá, él también ha luchado para que llegara este momento. ¿Y si no lo entiende? ¿No tiene menos carácter que vos? Entonces, aprenderá algo importante: él mandará en Aragón, pero quien manda en Castilla soy yo.
2.2 Frontera franco-aragonesa. - ↓B. ↓. Top.↑
¿Malas noticias? El rey Enrique ha muerto. ¿Y a qué viene tanta seriedad? Todo va con nuestros planes. Hemos ganado la batalla y vos seréis rey de Castilla, como lo seréis de Aragón. ¿Qué más os cuenta vuestra esposa? La carta no me la envía Isabel, sino su cronista, mi amigo Alonso de Palencia. Ya, ¿y qué os preocupa? Que quiera proclamarse reina sin mí a su lado. Dios quiera que no cometa ese error.
2.3 Don Rodrigo de Ulloa, ↓B. ↓. Top.↑
(Agoniza). Majestad, majestad. ¡El rey ha muerto! ¡El rey ha muerto! ¿Qué ha ocurrido? ¿A qué viene tanta prisa, caballeros? Lo siento, alcaide, traemos un mensaje para doña Isabel, infanta de Castilla. ¿Sabéis si antes de morir mi hermano dijo algo o firmó algún documento sobre quién heredaría su corona? No, alteza. ¿Daréis fe de vuestras palabras? No tengáis duda de ello. No hay tiempo que perder; Chacón, preparadlo todo. Perdón, alteza, hay algo que debéis saber. Diego Hurtado de Mendoza ha convocado una junta para dilucidar quién es heredera de la corona: vos o doña Juana, la hija del difunto rey Enrique. No hay nada que dilucidar. Se acabó tener paciencia; ya he tenido bastante. Alteza, tal vez deberíais esperar la decisión de esa junta. Al contario, razón de más para darse prisa. Muchas cosas hemos pedido los Mendoza y apenas nos dieron migajas. Pero... No esperaré, Cabrera. Os ruego que deis a estos caballeros ropa secay comida caliente. Luego, convocad al comendador, a jueces y a regidores. Ese es el protocolo, ¿no es cierto? Portazo ¿Qué os preocupa? Vuestro marido, ¿qué opinará de no estar presente en la proclamación? Fernando lo entenderá, él también ha luchado para que llegara este momento. ¿Y si no lo entiende? ¿No tiene menos carácter que vos? Entonces, aprenderá algo importante: él mandará en Aragón, pero quien manda en Castilla soy yo.
2.2 Frontera franco-aragonesa. - ↓B. ↓. Top.↑
¿Malas noticias? El rey Enrique ha muerto. ¿Y a qué viene tanta seriedad? Todo va con nuestros planes. Hemos ganado la batalla y vos seréis rey de Castilla, como lo seréis de Aragón. ¿Qué más os cuenta vuestra esposa? La carta no me la envía Isabel, sino su cronista, mi amigo Alonso de Palencia. Ya, ¿y qué os preocupa? Que quiera proclamarse reina sin mí a su lado. Dios quiera que no cometa ese error.
2.3 Don Rodrigo de Ulloa, ↓B. ↓. Top.↑
contador mayor del reino. Don Garci Franco,
miembro del Consejo Real. ¿Juráis por Dios
que el rey, don Enrique, ha fallecido,
que estuvisteis allí para saberlo. (Los dos): Juro. ¿Dijo el rey en sus últimas palabras,
o dejó escrito alguno que fijara legítimo heredero
que reinase en estos reinos? Juro que ni habló
ni escribió sobre el tema. Así también lo juro. Apelo al derecho
de la infanta Isabel a suceder en la Corona
al rey Enrique como hermana legítima y heredera universal que es
por los Pactos de Guisando. Y puesto que aquí se halla su alteza aquí debe ser proclamada,
según las leyes de estos reinos. ¿Alguien se opone a ello? Que así sea. Bullicio ¡Viva la reina!
-(Todos): ¡Viva! ¿Está todo preparado? Sí, majestad. Vos id a mi lado,
que bien merecido lo tenéis. Por fin vais a tener vuestra Corona.
Y vos vuestra venganza. ¿En que pensáis? En una niña
con la que jugaba al ajedrez.
↓ . Top.↑2.4 Arévalo, unos anos antes. - ↓B. ↓. Top.↑
Isabel, Isabel, os toca mover pieza. Pero hay algo que no entiendo de este juego. ¿El qué? Ser reina es algo muy importante, ¿verdad? Lo es. Entonces, ¿por qué solo se mueve de cuadro en cuadro, si hasta los alfiles y las torres tienen más lustre y movimiento? Buena pregunta. ¡Mamá! Hola preciosa. ¿Mi hija juega bien al ajedrez, don Gonzalo? Aprende rápido, alteza. Ojalá hiciera lo mismo con el latín. Es hora de ir a rezar. ¿Qué tal ha pasado la noche? Bien, aunque con ella nunca se sabe. Está tan feliz, y de repente... De repente, llama a don Álvaro. Sí, es como si le viera, como si pudiera hablar con él. La gente del pueblo ya lo comenta en la plaza. ¿Puedo preguntaros una cosa? ¿Por qué recuerda a don Álvaro y no a su marido? En todos estos años no la he oído nombrar al rey Juan, que en paz descanse. Es una larga historia. ¿Se puede saber qué haces cosiendo? Porque no hay dinero ni para costureras. El rey Enrique ni responde a mis cartas, acabo de mandar mensaje de ello al arzobispo Carrillo, a ver si consigue algo con su influencia. Pero si Isabel y Alfonso son sus hermanos. Será que tiene cosas más importantes que hacer.
2.5 Segovia. - ↓B. ↓. Top.↑
¿Estáis seguro que este artilugio puede funcionar? Tendréis un hijo, ya lo veréis, majestad, he rezado para que así sea. Mal asunto que la ciencia necesite de oraciones. No os desaniméis, majestad. Vuestro problema es el ayuntamiento, nada más. Si fuese otro, esta cánula no tendría vuestra semilla. Ahora solo se trata de simular la... -¡Queréis dejar de hablar y hacer lo que tengáis que hacer, por Dios! Sí, majestad. Tranquila, Juana. Bien parece que dedicáis más tiempo al combate que a los rezos. Y vos más tiempo a las intrigas que a la espada. Bien sé que os basta con la palabra para manejar las cosas a vuestro antojo. No creáis, ya no tanto, todo va de mal en peor en palacio. Enrique solo tiene ojos para el advenedizo de Beltrán, y aún no ha nacido heredero. Eso me preocupa más, Pacheco. Si con la segunda esposa tampoco puede, ya no podrá decir que es víctima de un embrujo. Hasta la gente del pueblo hace chanzas con eso. Dicen que es cien veces más fácil estafar a un judío que el rey tenga un hijo. Y si no tiene hijos, ya sabemos quién heredaría la Corona. El infante don Alfonso. Por supuesto, no iba a ser su hermana Isabel. ¿Una mujer reina de Castilla? Ruego a Dios que no permita tal barbaridad. Las mujeres no están hechas para gobernar reinos, sino para casarse y tener hijos. Cuando Isabel crezca la casaremos con un príncipe o rey extranjero, como es costumbre. Don Alfonso será el heredero. ¿A cazar a Madrid? ¿No podéis hacerme compañía en momentos tan difíciles? (Alterada): No, claro, preferís ir a vuestra reserva a hacer compañía a vuestros animales. Calma, el médico recomendó reposo. (Grita): No hago más que reposar, Enrique. Por favor, no quiero estar sola. No lo estaréis: están vuestras damas. Y cualquier cosa que necesitéis, Juana, cualquier cosa, llamad a don Beltrán, que como mayordomo de la casa real os la conseguirá. Hay asuntos en los que solo puede ayudar un esposo. ¡No me sigáis, no quiero más sombra que la mía! Disfrutad de vuestros animales, parece que os place más que yo. Lo siento, majestad, no os merecéis esas palabras. Bueno, no le falta razón. ¿Sabéis por qué me gustan más los animales que las personas? Porque son leales cuando acompañan y nobles cuando luchan; ellos jamás te traicionan ni te exigen nada. (Gemidos). ¡Seguid! Llaman a la puerta Podéis pasar. Buenas noches, majestad. Estáis sola. Sois muy perspicaz, Beltrán. Me habéis hecho llamar, ¿en qué puedo serviros? Majestad, por favor. El rey ha ordenado que os llamara si necesitaba algo. ¿Me rechazáis? Jamás haré nada que el rey no me ordene. Buenas noches, majestad. ¡Qué flores tan bonitas, cómo huelen! Pues no se hable más. Beatriz, ¿qué hacéis arrancándolas? Para vos, majestad. No me deis ese trato, ya no soy reina. Para mi lo seréis siempre, señora. -Y para la gente de Arévalo. Yo no debí ser reina nunca, ¡entendéis! ¡Nunca! ¿Qué le pasa? (Alucina): Don Álvaro..., por favor..., tenéis que perdonarme. (Susurra): Don Álvaro. (Las dos): Señora, ¿estáis bien? ¡Señora! Yo solo he cazado uno. No te quejes, que de latín sabes más que yo. Pues en la Corte es más útil el latín que cazar conejos. Ya me gustaría conocer la Corte. ¿Es verdad que ahí se escucha música a todas horas? ¿Y se representan obras de teatro y los poetas leen sus rimas? Cierto, vuestro hermano en eso es igual que vuestro padre. Podría invitarnos a visitarla. Todo a su tiempo, Isabel. ¡Mirad! Esperad aquí. ¿Qué habrá pasado, hermana? No lo sé. Tenemos que volver a palacio. ¿Qué ocurre? Nada, pero quiero que cuando lleguemos os quedéis en vuestros aposentos. Habéis hecho lo que teníais que hacer. Estábamos tan asustadas... (Llora): Hablaba con don Álvaro, como si lo tuviera delante y nosotras no veíamos a nadie..., de repente se desmayó. Tranquila, Beatriz, tranquila. Isabel, ¿qué haces aquí? Es mi madre. Señora, ahora está descansando... Quiero estar con ella. Haced lo que os he dicho. Pero... ¡Ahora mismo! Las órdenes son para obedecerlas. Pasad, pasad. Por favor, don Juan, comed con nosotros. Gracias, señor. Sabéis que no soy de costumbres morunas. ¿Qué queréis? Hablar con vos. A solas. Quieto. (Suspira): Pacheco, si tenéis que decir algo, decidlo delante de don Beltrán de la Cueva. No hablaré delante de este advenedizo. ¿Os atrevéis a insultarme? -¿Acaso no lo sois? Ocupáis cargos que por linaje, otros merecerían más que vos. Retiraos, retiraos, retiraos. Desnudad el torso. Majestad. Obedeced a vuestro rey. ¿Veis... esta cicatriz? Sí, la veo. Pero no visteis el espadazo que la causó, no estabais allí. Yo sí, a punto de morir en la frontera mora y ningún noble hizo nada por evitar mi muerte segura. Solo Beltrán lo hizo y estuvo a punto de perder la suya. Miradla bien, Pacheco, miradla bien, miradla bien. Y cada vez que no entendáis porqué le quiero a mi lado, recordadla. La recordaré, pero vos recordad otras muchas cosas. Hum. ¿Puedo retirarme, majestad? Por supuesto. Y vos podéis vestiros. Con vuestro permiso, majestad. Sabéis que Pacheco no es santo de mi devoción, ni yo de la suya, pero toda Castilla sabe que os ha acompañado hasta el trono. Pero no sé si lo ha hecho para quedarse con él. Es una época nueva, Beltrán, y Castilla necesita hombres nuevos y leales. Los necesita tanto como yo un hijo, para que cesen rumores y chanzas. (Indignado): ¿Cómo se atreve a faltarme así? Y más delante de ese afeminado, seguro que le gusta más que su esposa, por eso no la preña. No os creáis los rumores que vos mismo lanzáis. Recordad que vuestros enemigos decían lo mismo de vos y el rey. ¡No me cambiéis de tema! He educado a Enrique y he eliminado a todo aquel que se interponía entre él y la Corona. (Grita): ¿Y ahora así me paga? Calmaos, os lo ruego. -¿Por qué habría de hacerlo? Maldita la necesidad que tenemos de reyes si son como este. No le gusta su cargo, todo lo tengo que hacer yo porque el señor prefiere tocar el laúd, hablar con poetas y poblar sus reservas de animales exóticos. ¿Sabéis que le ha regalado el embajador de la India? ¿Oro, especias? No, para qué. Un leopardo. -¿Un qué? (Grita): Un leopardo, una especie de lince pero con menos bigotes. ¿Esto se hunde y a vos os da por reíros? Tranquilo, aún nos queda una baza importante. ¿Recordáis cuando hablamos de su posible heredero, el infante Alfonso? -Perfectamente. He recibido una carta de su tutor, don Gonzalo Chacón, al que conocéis. De ella se deduce que el rey Enrique no cumple con la retribución pactada a la muerte de su padre, Juan II, y que tiene a su madrastra y a sus hermanos Isabel y Alfonso a dos velas. Por si algo le pasara a nuestro rey, tal vez deberíamos ir pensado en el siguiente. ¿Qué planeáis? He pensado que si vos colaborarais con algún dinero que añadir al mío, el infante Alfonso y su preceptor Chacón nos lo agradecerían cara al futuro. Me parece buena idea. Yo mismo se lo llevaré. -Preferiría hacerlo yo, vuestras relaciones con Chacón no son buenas; no se habrá olvidado de lo que le hicisteis a su buen amigo don Álvaro de Luna. El tiempo lo cura casi todo, y lo que no, lo cura el dinero. Sí, pero... Vos sois experto en rezos y con la espada, dejadme a mí las negociaciones. Gracias por vuestras atenciones, hacéis que nuestro viaje sea doblemente agradable. Primero, porque es grato encontrar a personas tan queridas. No tenéis nada que agradecer, excelencia, en esta casa se atiende bien hasta a los mendigos. ¿Qué no íbamos a hacer con quien viene de la Corte? Gracias, alteza. Veo que vuestra hija es digna heredera de la belleza de su madre. Y vuestro hijo guarda los modales exigidos a todo maestre de la Orden de Santiago. Así lo quiso su padre, el rey, en su lecho de muerte. Y Alfonso hará honor a tal cargo. Un cargo de riquezas inigualables. Lástima que esas riquezas tengan que pasar antes por la Corte, porque aquí no nos llega ninguna. Me ha informado el arzobispo Carrillo. He venido a solucionar el problema. Muy bien, pues sabiendo ya la buena nueva, creo que será mejor que negocien los hombres. Hijos, es hora de ir a dormir. Don Gonzalo, ya sabéis que gozáis de toda mi confianza. Creo que yo también os dejaré; soy hombre de acción y las palabras me marean más que el vino. La de vueltas que da la vida; otra vez frente a frente. Espero llevarme mejor recuerdo de esta ocasión que de la última vez que nos vimos. Seré sincero con vos: sé que hay cosas que jamás me perdonaréis. Es difícil perdonar a quien instigó la muerte de don Álvaro de Luna, mi maestro y amigo. ¿Habéis disfrutado del poder que conseguisteis con ello? El pasado es como la leche derramada, ya no se puede recoger. Hay que pensar en el presente, en el bien de Castilla. Para mí lo primero es el bien de los infantes y lucharé por ellos, sin que me duela el pasado. Me alegra oír esas palabras, puede que nuestros intereses sean pronto los mismos.
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2.6 Perdonad que os importune, señora. -↓B. ↓. Top.↑
¿Qué hacéis vos aquí? -Solo quería hablar con vos. Sé de vuestros problemas económicos, sé que yo no soy de sangre regia como vos... Os ruego me dejéis entrar a mi alcoba. Escuchadme: yo os podría ofrecer seguridad, no os faltaría de nada, ni a vos ni a vuestros hijos. Sois tan hermosa... -¡Os ordeno que os retiréis! ¿Por qué chilláis? No os voy a hacer ningún mal. (Forcejeos). Retiraos. Mi tío, el arzobispo de Toledo, y yo hemos dispuesto adelantaros todo lo que os debe el rey. Espero que sea suficiente. Lo es, y sobra. ¿Queréis decir que este dinero no viene del rey Enrique? No, el rey tiene otras tribulaciones que espero no perjudiquen al reino. Supongo que querréis algo a cambio. Que sigáis cuidando de los infantes y que les hagáis saber a ellos y a su madre quién les defiende en la Corte. (Angustiada): Ayuda, ayuda, por favor. Ya no sois reina, y si lo fuisteis fue porque os metieron en la cama de un rey como una furcia. ¡Dejadla en paz! Vaya, la infanta ha salido mandona. Hija, vuelve a tus aposentos, por favor. No hasta que se vaya. ¿Y me vas a obligar tú? No, os voy a obligar yo. ¿Qué hacéis, malnacido? Nadie que me haya dicho eso ha seguido viviendo. ¡Deteneos! Guardad la espada, hermano. Ahora mismo. Señora, siento esta afrenta. Será mejor que descanséis, señora. Y vosotros retiraos, os lo ruego. Si queréis que colaboremos, atad bien corto a vuestro mastín. ¡Se puede saber qué intentabas! Nada, lo juro, solo estaba siendo amable. Pero me despreció, me miraba con asco. ¿Quién se cree esta gente que es, Juan? No son mejores que tú ni que yo. Tienes que hacer solo que yo te diga. ¿Entiendes, hermano? Solo lo que yo te diga. ¿Tres faltas ya? Mi artilugio ha funcionado. ¿Es verdad lo que decís? Que caiga muerto ahora mismo si no es así, majestad. La reina está embarazada. Esto abre un nuevo camino para la medicina y nadie podrá decir que lo ha conseguido un médico judío. Podéis marcharos, os aseguro que seréis pagado con creces. Gracias, majestad. (Emocionado): Vamos a tener un hijo. ¿No os alegráis? Claro, tanto como vos. Fue la razón por la que me trajisteis a Castilla y jamás hubiera sido feliz si no os hubiera ayudado él. Gracias, Juana. Por eso, me atrevo a pediros un deseo. ¿Cual es? El futuro de Castilla lo llevo en mi vientre y nada ha de interponerse entre nuestro hijo y la Corona. Os he convocado con urgencia, como mis principales que sois, porque quiero que seáis los primeros en saber la noticia: la reina está embarazada. Murmullos Maravillosa noticia, majestad. Vuestra felicidad es la nuestra, señor. Deberíamos festejarlo con el pueblo. No, ya habrá tiempo cuando nazca. Pero encargaos de difundir la noticia, estoy harto de rumores e intrigas. Así se hará. También ordeno otra cosa: quiero que los infantes Alfonso e Isabel sean traídos de inmediato; mi esposa así lo desea, y yo también. Pero, majestad, la salud de su madre es débil y apartarles de ella podría traer consecuencias funestas. Peores consecuencias para ellos y para mi hijo serían que alguien les quisiera utilizar contra mi persona... y mi reino. Me parece una sabia decisión, majestad. ¿Opináis vos lo mismo, Beltrán? No opino sobre lo que dice mi rey: obedezco. Curiosa manera de ocultar vuestra falta de ideas. Rogaría al marqués de Villena que delante de un Mendoza nadie sea vilipendiado por su fidelidad al rey. Seguro que no lo ha hecho con esa intención, ¿verdad, Pacheco? Por supuesto que no, majestad. Menos mal. Por un momento he llegado a pensar que ni en días tan felices como este iba a librarme de vuestras disputas. Os pido la palabra, majestad. Hablad. Me gustaría ser yo quien traiga a los infantes doña Isabel y don Alfonso. Concedido. Señora. No os llevéis a mis hijos, eminencia, el rey va a tener el hijo que quería, ¿por qué me quita a mí los míos? Poneos en pie, señora, os lo ruego, poneos en pie. Ya está todo preparado. No estés triste, madre. Solo es un viaje, y por fin vamos a conocer la Corte. ¿Y si no queremos ir? Si el rey lo manda, tendremos que ir. Las órdenes hay que obedecerlas, Alfonso. Estad tranquila, madre. No sé que va a ser de mí sin vosotros, hija. Vendremos a veros. Tenéis que estar contenta; por fin se acuerdan de nosotros. Si no les importáramos, ¿nos llamarían? Eso es lo que me preocupa: que les importéis demasiado. No os preocupéis, seremos cuidadosos y educados y nunca dejaremos que nadie nos falte a la dignidad y al orgullo porque somos hijos de reyes y porque vos nos habéis educado para serlo. Y dejad de llorar, os lo ruego. Que no quiero acordarme de mi madre llorando por sus hijos. Juradme que cuidaréis de ellos. Con mi vida si fuera necesario, creedme. Música y bullicio
¿Qué hacéis vos aquí? -Solo quería hablar con vos. Sé de vuestros problemas económicos, sé que yo no soy de sangre regia como vos... Os ruego me dejéis entrar a mi alcoba. Escuchadme: yo os podría ofrecer seguridad, no os faltaría de nada, ni a vos ni a vuestros hijos. Sois tan hermosa... -¡Os ordeno que os retiréis! ¿Por qué chilláis? No os voy a hacer ningún mal. (Forcejeos). Retiraos. Mi tío, el arzobispo de Toledo, y yo hemos dispuesto adelantaros todo lo que os debe el rey. Espero que sea suficiente. Lo es, y sobra. ¿Queréis decir que este dinero no viene del rey Enrique? No, el rey tiene otras tribulaciones que espero no perjudiquen al reino. Supongo que querréis algo a cambio. Que sigáis cuidando de los infantes y que les hagáis saber a ellos y a su madre quién les defiende en la Corte. (Angustiada): Ayuda, ayuda, por favor. Ya no sois reina, y si lo fuisteis fue porque os metieron en la cama de un rey como una furcia. ¡Dejadla en paz! Vaya, la infanta ha salido mandona. Hija, vuelve a tus aposentos, por favor. No hasta que se vaya. ¿Y me vas a obligar tú? No, os voy a obligar yo. ¿Qué hacéis, malnacido? Nadie que me haya dicho eso ha seguido viviendo. ¡Deteneos! Guardad la espada, hermano. Ahora mismo. Señora, siento esta afrenta. Será mejor que descanséis, señora. Y vosotros retiraos, os lo ruego. Si queréis que colaboremos, atad bien corto a vuestro mastín. ¡Se puede saber qué intentabas! Nada, lo juro, solo estaba siendo amable. Pero me despreció, me miraba con asco. ¿Quién se cree esta gente que es, Juan? No son mejores que tú ni que yo. Tienes que hacer solo que yo te diga. ¿Entiendes, hermano? Solo lo que yo te diga. ¿Tres faltas ya? Mi artilugio ha funcionado. ¿Es verdad lo que decís? Que caiga muerto ahora mismo si no es así, majestad. La reina está embarazada. Esto abre un nuevo camino para la medicina y nadie podrá decir que lo ha conseguido un médico judío. Podéis marcharos, os aseguro que seréis pagado con creces. Gracias, majestad. (Emocionado): Vamos a tener un hijo. ¿No os alegráis? Claro, tanto como vos. Fue la razón por la que me trajisteis a Castilla y jamás hubiera sido feliz si no os hubiera ayudado él. Gracias, Juana. Por eso, me atrevo a pediros un deseo. ¿Cual es? El futuro de Castilla lo llevo en mi vientre y nada ha de interponerse entre nuestro hijo y la Corona. Os he convocado con urgencia, como mis principales que sois, porque quiero que seáis los primeros en saber la noticia: la reina está embarazada. Murmullos Maravillosa noticia, majestad. Vuestra felicidad es la nuestra, señor. Deberíamos festejarlo con el pueblo. No, ya habrá tiempo cuando nazca. Pero encargaos de difundir la noticia, estoy harto de rumores e intrigas. Así se hará. También ordeno otra cosa: quiero que los infantes Alfonso e Isabel sean traídos de inmediato; mi esposa así lo desea, y yo también. Pero, majestad, la salud de su madre es débil y apartarles de ella podría traer consecuencias funestas. Peores consecuencias para ellos y para mi hijo serían que alguien les quisiera utilizar contra mi persona... y mi reino. Me parece una sabia decisión, majestad. ¿Opináis vos lo mismo, Beltrán? No opino sobre lo que dice mi rey: obedezco. Curiosa manera de ocultar vuestra falta de ideas. Rogaría al marqués de Villena que delante de un Mendoza nadie sea vilipendiado por su fidelidad al rey. Seguro que no lo ha hecho con esa intención, ¿verdad, Pacheco? Por supuesto que no, majestad. Menos mal. Por un momento he llegado a pensar que ni en días tan felices como este iba a librarme de vuestras disputas. Os pido la palabra, majestad. Hablad. Me gustaría ser yo quien traiga a los infantes doña Isabel y don Alfonso. Concedido. Señora. No os llevéis a mis hijos, eminencia, el rey va a tener el hijo que quería, ¿por qué me quita a mí los míos? Poneos en pie, señora, os lo ruego, poneos en pie. Ya está todo preparado. No estés triste, madre. Solo es un viaje, y por fin vamos a conocer la Corte. ¿Y si no queremos ir? Si el rey lo manda, tendremos que ir. Las órdenes hay que obedecerlas, Alfonso. Estad tranquila, madre. No sé que va a ser de mí sin vosotros, hija. Vendremos a veros. Tenéis que estar contenta; por fin se acuerdan de nosotros. Si no les importáramos, ¿nos llamarían? Eso es lo que me preocupa: que les importéis demasiado. No os preocupéis, seremos cuidadosos y educados y nunca dejaremos que nadie nos falte a la dignidad y al orgullo porque somos hijos de reyes y porque vos nos habéis educado para serlo. Y dejad de llorar, os lo ruego. Que no quiero acordarme de mi madre llorando por sus hijos. Juradme que cuidaréis de ellos. Con mi vida si fuera necesario, creedme. Música y bullicio
2.7 ¡Qué pequeño era Arévalo! - ↓B. ↓. Top.↑
Aquí están. Isabel, Alfonso, bienvenidos a la Corte. Gracias, majestad. Gracias, majestad. Os presento a don Beltrán de la Cueva, mayordomo de la casa real, estará atento a vuestras peticiones. Será un placer serviros, altezas. ¿Dónde está mi hermano, el rey? ¿No viene a recibirnos? Seguro que su majestad está atendiendo asuntos de gobierno que no pueden esperar. -Así es, en efecto. Me han dicho que eres muy piadosa. Me he permitido colocar un pequeño altar y un reclinatorio en tu alcoba. Os lo agradezco de corazón, así podré rezar por mi madre y me sentiré menos sola. Estad tranquila, vuestra alcoba no está lejos de la mía, por si necesitáis algo a cualquier hora. Pues, no hay más que decir: Beltrán, vamos a enseñarles sus aposentos. Por supuesto, majestad. Aunque antes pasaremos por la cocina, seguros que estáis hambrientos del viaje; por aquí. Golpes Gemidos Gemidos (Reza): "Pater Noster, qui es in caelis, sanctificétur nomen Tuum, fiat volúntas tua, sicut in caelo et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie, et dimitte nobis débita nostra". Gemidos Gemidos ¡Eminencia! Eminencia, por favor, abridme. ¡Eminencia! ¿Qué sucede, alteza? ¡Isabel, esperad! (Solloza). Isabel, querida, tienes mala cara, ¿dormiste mal anoche? Me costó un poco al principio, pero luego pude dormir sin problema. Buenos días, majestad, ¿puedo pasar? ¿No tenéis que oficiar misa, eminencia? Venía precisamente para invitar a los infantes a ella. Señora. Perdón. ¡No! Que lo limpie él. Ni se te ocurra hacerlo, Alfonso. Recuerda lo que nos han enseñado. ¡Limpia lo que has tirado! Somos hijos de reyes, y mi hermano no va a limpiar nada. Gracias, pero no es la limpieza tarea de un arzobispo. Pido permiso para salir de la sala. Lo que gustes. Así me evitas tener que aguantarte, niña insolente. Vamos, Alfonso. ¿Sabéis dónde está el rey? Llevadme donde esté, os lo ruego. Esperadme fuera. Comprendo vuestra impaciencia por tener un hijo, majestad, pero todo esto es innecesario. ¿Quién sois vos para decirme lo que es necesario o no, eminencia? La historia da muchas vueltas, majestad, y no conviene sembrar vientos porque se recogen tempestades. ¡Ja! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Vino! Mirad, el rey está practicando con arco. Sí, estos deben de ser los asuntos de Estado que le impedían recibirnos. Ruego perdón por interrumpir vuestra tarea, majestad. ¡Hermanos, qué alegría me da el veros! No, perdonadme vosotros a mí por no haberos recibido personalmente ayer tuve un día muy atareado y hoy..., hoy iba a saludaros... después de tirar con arco. ¿Qué tal vuestra estancia en la Corte? Precisamente de eso quería hablaros. Pues hacedlo con toda confianza, Isabel. Ruego nos deis permiso para volver a Arévalo con nuestra madre. No..., no es tan fácil, hermana. Entonces, dejad que ella venga a la Corte. Ella ya reinó la Corte; no es su sitio, Isabel. ¿Por qué nos habéis hecho venir? Isabel, un rey no tiene por qué dar razones de sus órdenes. Tranquilo, es mi hermana quien me lo pregunta. Estáis aquí por vuestra propia seguridad. Son tiempos convulsos y cualquier noble sin escrúpulos puede utilizaros de bandera para intereses mezquinos en contra de la Corona. Pero nosotros siempre os seremos leales. Sois muy joven para explicaros todo con detalle, con el tiempo entenderéis lo que hago. Y cuando nazca mi hijo podréis volver tranquilos a Arévalo. ¿De verdad? Por supuesto. Ejercer el poder es muy complicado, tiene sus responsabilidades y vosotros, como familia del rey, tenéis que empezar a aprender las vuestras. Vos, Isabel, sin ir más lejos, pronto deberéis casaros con quien se os proponga. Perdonadme, pero yo me casaré con quien quiera. Cuando llegue ese día, Isabel, tendréis que mirar por el bien de Castilla antes que por el vuestro. Tranquilo, dejadla soñar ahora que puede. Os voy a proponer algo que creo os gustará. ¿Queréis ser la madrina de mi hijo? ¿Yo la madrina? Será un honor, Enrique. Y vos, por la cara que ponéis mirando las dianas, seguro que estáis deseoso de probar con el arco. ¿Puedo? ¡Por fin habló! (Ríe). Empezaba a temer que fuerais mudo; claro que podéis. Tomad. ¡Arco! Este Enrique nunca dejará de sorprenderme, es como si fuera dos personas en una. No recibe a sus hermanos, permite que la reina les humille y luego les trata con un cariño que emociona verlo. El rey es capaz de no saludaros un lunes y acordarse del cumpleaños de vuestros hijos el miércoles siguiente. Es peligroso, a veces pienso que algo le falla en su cabeza. Es el rey. Esperemos que ahora, con la descendencia, todo se calme. Por cierto, vos que tenéis tratos con Dios, preguntadle si el Espíritu Santo ha obrado el milagro de que se le pusiera dura. Porque que lo haya logrado un viejo médico castellano con su ciencia..., ¿quién va a creerse eso? Prefiero cree en milagros que en los rumores que por ahí circulan. Supongo que los conocéis. -¿Que el padre es Beltrán? Los conozco bien. Los he propagado yo, ¿quién si no puede haber sido? Viaja con la reina, la visita en sus aposentos... Es su obligación: es mayordomo de palacio. Y al parecer, también el semental. Y bien pagado. El rey le ha duplicado sus bienes desde el embarazo de la reina. Vos seguid de cerca a Alfonso, protegedle. A él y a su hermana, que sepan que estamos a su lado. ¿Seguís pensando en Alfonso como futuro heredero? Nunca se sabe. Si el rey no cambia; algo tendremos que hacer. (Suspira): Pobres, solo piensan en volver a Arévalo con su madre. El rey les ha prometido que les dejará partir en cuanto nazca su hijo. Exacto: su hijo. Porque como sea niña, que Alfonso e Isabel salgan de esta Corte será otro milagro. Tranquila, un poco más. Un poco más. Llanto de niño ¿Qué ha sido?
Aquí están. Isabel, Alfonso, bienvenidos a la Corte. Gracias, majestad. Gracias, majestad. Os presento a don Beltrán de la Cueva, mayordomo de la casa real, estará atento a vuestras peticiones. Será un placer serviros, altezas. ¿Dónde está mi hermano, el rey? ¿No viene a recibirnos? Seguro que su majestad está atendiendo asuntos de gobierno que no pueden esperar. -Así es, en efecto. Me han dicho que eres muy piadosa. Me he permitido colocar un pequeño altar y un reclinatorio en tu alcoba. Os lo agradezco de corazón, así podré rezar por mi madre y me sentiré menos sola. Estad tranquila, vuestra alcoba no está lejos de la mía, por si necesitáis algo a cualquier hora. Pues, no hay más que decir: Beltrán, vamos a enseñarles sus aposentos. Por supuesto, majestad. Aunque antes pasaremos por la cocina, seguros que estáis hambrientos del viaje; por aquí. Golpes Gemidos Gemidos (Reza): "Pater Noster, qui es in caelis, sanctificétur nomen Tuum, fiat volúntas tua, sicut in caelo et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie, et dimitte nobis débita nostra". Gemidos Gemidos ¡Eminencia! Eminencia, por favor, abridme. ¡Eminencia! ¿Qué sucede, alteza? ¡Isabel, esperad! (Solloza). Isabel, querida, tienes mala cara, ¿dormiste mal anoche? Me costó un poco al principio, pero luego pude dormir sin problema. Buenos días, majestad, ¿puedo pasar? ¿No tenéis que oficiar misa, eminencia? Venía precisamente para invitar a los infantes a ella. Señora. Perdón. ¡No! Que lo limpie él. Ni se te ocurra hacerlo, Alfonso. Recuerda lo que nos han enseñado. ¡Limpia lo que has tirado! Somos hijos de reyes, y mi hermano no va a limpiar nada. Gracias, pero no es la limpieza tarea de un arzobispo. Pido permiso para salir de la sala. Lo que gustes. Así me evitas tener que aguantarte, niña insolente. Vamos, Alfonso. ¿Sabéis dónde está el rey? Llevadme donde esté, os lo ruego. Esperadme fuera. Comprendo vuestra impaciencia por tener un hijo, majestad, pero todo esto es innecesario. ¿Quién sois vos para decirme lo que es necesario o no, eminencia? La historia da muchas vueltas, majestad, y no conviene sembrar vientos porque se recogen tempestades. ¡Ja! ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Vino! Mirad, el rey está practicando con arco. Sí, estos deben de ser los asuntos de Estado que le impedían recibirnos. Ruego perdón por interrumpir vuestra tarea, majestad. ¡Hermanos, qué alegría me da el veros! No, perdonadme vosotros a mí por no haberos recibido personalmente ayer tuve un día muy atareado y hoy..., hoy iba a saludaros... después de tirar con arco. ¿Qué tal vuestra estancia en la Corte? Precisamente de eso quería hablaros. Pues hacedlo con toda confianza, Isabel. Ruego nos deis permiso para volver a Arévalo con nuestra madre. No..., no es tan fácil, hermana. Entonces, dejad que ella venga a la Corte. Ella ya reinó la Corte; no es su sitio, Isabel. ¿Por qué nos habéis hecho venir? Isabel, un rey no tiene por qué dar razones de sus órdenes. Tranquilo, es mi hermana quien me lo pregunta. Estáis aquí por vuestra propia seguridad. Son tiempos convulsos y cualquier noble sin escrúpulos puede utilizaros de bandera para intereses mezquinos en contra de la Corona. Pero nosotros siempre os seremos leales. Sois muy joven para explicaros todo con detalle, con el tiempo entenderéis lo que hago. Y cuando nazca mi hijo podréis volver tranquilos a Arévalo. ¿De verdad? Por supuesto. Ejercer el poder es muy complicado, tiene sus responsabilidades y vosotros, como familia del rey, tenéis que empezar a aprender las vuestras. Vos, Isabel, sin ir más lejos, pronto deberéis casaros con quien se os proponga. Perdonadme, pero yo me casaré con quien quiera. Cuando llegue ese día, Isabel, tendréis que mirar por el bien de Castilla antes que por el vuestro. Tranquilo, dejadla soñar ahora que puede. Os voy a proponer algo que creo os gustará. ¿Queréis ser la madrina de mi hijo? ¿Yo la madrina? Será un honor, Enrique. Y vos, por la cara que ponéis mirando las dianas, seguro que estáis deseoso de probar con el arco. ¿Puedo? ¡Por fin habló! (Ríe). Empezaba a temer que fuerais mudo; claro que podéis. Tomad. ¡Arco! Este Enrique nunca dejará de sorprenderme, es como si fuera dos personas en una. No recibe a sus hermanos, permite que la reina les humille y luego les trata con un cariño que emociona verlo. El rey es capaz de no saludaros un lunes y acordarse del cumpleaños de vuestros hijos el miércoles siguiente. Es peligroso, a veces pienso que algo le falla en su cabeza. Es el rey. Esperemos que ahora, con la descendencia, todo se calme. Por cierto, vos que tenéis tratos con Dios, preguntadle si el Espíritu Santo ha obrado el milagro de que se le pusiera dura. Porque que lo haya logrado un viejo médico castellano con su ciencia..., ¿quién va a creerse eso? Prefiero cree en milagros que en los rumores que por ahí circulan. Supongo que los conocéis. -¿Que el padre es Beltrán? Los conozco bien. Los he propagado yo, ¿quién si no puede haber sido? Viaja con la reina, la visita en sus aposentos... Es su obligación: es mayordomo de palacio. Y al parecer, también el semental. Y bien pagado. El rey le ha duplicado sus bienes desde el embarazo de la reina. Vos seguid de cerca a Alfonso, protegedle. A él y a su hermana, que sepan que estamos a su lado. ¿Seguís pensando en Alfonso como futuro heredero? Nunca se sabe. Si el rey no cambia; algo tendremos que hacer. (Suspira): Pobres, solo piensan en volver a Arévalo con su madre. El rey les ha prometido que les dejará partir en cuanto nazca su hijo. Exacto: su hijo. Porque como sea niña, que Alfonso e Isabel salgan de esta Corte será otro milagro. Tranquila, un poco más. Un poco más. Llanto de niño ¿Qué ha sido?
2.8 Niña, majestad. -↓B. ↓. Top.↑
Dejadme que la vea, dejádmela. Mi niña. Hola, mi amor. ¿No os acercáis? ¿Acaso la vais a querer menos por ser una niña? Ya tenéis lo que tanto queríais, ¿podremos volver ahora con nuestra madre? No es momento de hablar de eso, Isabel. Laman a la Puerta Podéis pasar. ¡Hermana! Tenemos que hablar con Enrique, tenemos que recordarle su promesa de que en cuanto fuera padre... ¿Qué ocurre? Que no volveremos a casa, Alfonso. Pero..., ¿por qué? Porque es una niña, don Gonzalo, por eso mis hijos no volverán. Y vos lo sabéis tan bien como yo: un hijo habríaasegurado la sucesión. Una hija casada con un rey extranjero pondría Castilla en manos extrañas. La vida de mis hijos ya no será la misma con el nacimiento de esa niña. No os preocupéis: moveré Roma con Santiago para protegerles. Sé que lo haréis, y que lucharéis, aún sabiendo que tenéis la batalla perdida. Tengo tanto que agradeceros, don Gonzalo... Por favor, señora. Dejadme hablar, por si mañana no puedo. Vos en vez de odiarme por promover la muerte de don Álvaro, vuestro maestro, habéis educado a mis hijos como si fueran vuestros. Vos no firmasteis su sentencia. Pero yo... intrigué para que el rey la firmara. Lo siento tanto. Por eso... Dios me castiga, don Gonzalo, lo sé. Por eso hace que me visite el espíritu de don Álvaro, para recordarme mi pecado. ¿Puedo pediros un favor? Visitad a mis hijos. Hacedles saber que su madre los quiere y los querrá siempre. Y volved con noticias suyas. Os juro que lo haré, alteza, pero antes haré lo que pueda para que vengan a visitaros. ¿Y cómo lo vais a conseguir? Hablaré con los Mendoza. Solo ellos pueden convencer al rey de que les deje volver. ¿Os gusta? Temo hablar de arte con su excelencia; sabéis mucho más que yo. Siempre tan prudente, Chacón, y hacéis bien porque esta pintura es peor que el estiércol en una ensalada. ¿Sabéis quién la ha pintado? No, excelencia. Yo mismo. Dios mío, soy un pintor desastroso. Probablemente por eso pago a los buenos pintores, para que ellos trabajen a su libre albedrío. Es una forma de equilibrar la balanza, supongo. Ya sabéis que los Mendoza siempre buscamos el equilibrio. Y la justicia: el honor de vuestra familia no admite duda en el reino. Por eso he acudido a vos. Gracias por vuestras palabras, pero vuestro esfuerzo es en vano. ¿No vais a hacer nada por los infantes? No debo. Vos sois un buen cristiano y tenéis que saber que su madre está gravemente enferma. No insistáis, el rey ha decidido y nuestra misión es obedecer. No soy un intrigante como Pacheco, que se mueve como una veleta. Ni queremos ser más reyes que el propio rey, como quiso serlo vuestro amigo, don Álvaro de Luna. Nosotros, los Mendoza, debemos ser estables y no admitimos otras influencias que las del rey. Y más ahora, que ha tenido a bien casar a don Beltrán de la Cueva con mi hija Mencía. Lo siento, don Gonzalo. Bien, solo me queda daros las gracias por vuestro tiempo. No hay de qué, siempre es un placer hablar con alguien tan culto como vos. Por cierto, en unas horas salgo para la Corte a jurar lealtad a la princesa Juana: si queréis acompañarme... Iría, pero solo para ver a Isabel y Alfonso y sé que eso no es posible. Ya he escrito al rey varias veces sin respuesta. Eso le pierde a veces a nuestro querido rey: su falta de elegancia y de cuidado por el detalle. No os preocupéis, venid conmigo, yo me encargaré de que les veáis. Os doy mi palabra. Eso me es suficiente, nada vale más que la palabra de un Mendoza. Reunión de nobles con el rey, empieza el teatro. No hagáis bromas. -¿No veis que todo es una farsa? Mirad a Beltrán. ¿Qué hace del lado de los Mendoza? ¿No sabéis las últimas noticias? La hija de don Diego Hurtado de Mendoza se casará con nuestro amigo Beltrán. ¿Beltrán va a entroncar con los Mendoza? Y recibirá el condado de Ledesma; nunca un puto fue pagado tan generosamente. ¿Necesitáis más pruebas? Bastón de mando ¡Sus majestades los reyes! Miradlos detrás, como perrillos falderos. Por fin os dais cuenta de la situación. ¡Tiene la palabra el rey! Bienvenidos, damas y caballeros. Estamos hoy aquí reunidos por una sola razón: jurar lealtad a mi hija Juana como heredera de la Corona. Podéis comenzar. Los presentes, según sean nombrados, jurarán lealtad a la princesa doña Juana postrándose ante ella. Doña Isabel de Castilla, infanta del reino. Don Alfonso de Castilla, infante del reino y excelentísmo maestre de la Orden de Santiago. Don Alonso Enrique... -¿Vos queréis? ¡Jurar! No tengo alma de mártir. Pero, si lo que decís es cierto, algo habrá que hacer. Y se hará: venid a verme esta tarde y lo sabréis. Su excelencia don Alfonso Carrillo de Acuña, arzobispo de Toledo. Os toca, mirad la cara de la niña; es igual que su padre. (Susurra): La llamaremos la Beltraneja. Tal vez tengamos suerte y nos dejen volver ahora. No te hagas ilusiones, Alfonso. Llaman a la Puerta ¡Pasad! ¡Don Gonzalo! Alfonso. Isabel. Muchas gracias, excelencia. No hay de qué, lo que prometo lo cumplo. Contadnos, ¿cómo está nuestra madre? Con muchas ganas de veros. Por eso me ha enviado, para que le de noticias vuestras. Pero, ¿está bien? Muy bien, ha vuelto a coger el gusto de los paseos por el campo. Le faltáis vosotros, es lo único que le apena. ¿Qué tal vuestra vida en la Corte? Mal. No exageres, Alfonso. Mal, mal, no, nos cuidan. Echamos de menos vuestras clases y las de nuestra madre pero no tenemos queja. Pero si acabamos de hablar... ¡Tonterías! Un día malo lo tiene cualquiera, Alfonso. Decidle a nuestra madre que estamos bien y que no tenemos queja de nada. A veces no te entiendo, hermana. ¿Por qué no nos damos un paseo por el jardín? Hace un día precioso. Por mí, encantado. Alfonso, ¿me dejas un minuto con don Gonzalo? Quiero darle un mensaje para Beatriz. Os espero fuera. Vos diréis. ¿Me concedéis unos minutos para escribirle una carta a Beatriz? No tardo nada, y así podréis llevarla a Arévalo. Por supuesto, os espero fuera. No os dejéis marear por las quejas de mi hermano. Gracias por el consejo. Isabel, ¿habéis sido sincera en vuestras palabras? ¿Es verdad que estáis bien en la Corte? ¿Es verdad que mi madre está bien? Claro, ¿por qué os habría de mentir? ¿Y por qué habría de mentiros yo a vos? Soy hija de reyes, no mentiría nunca. Ya veo que os manejáis con la responsabilidad que debe tener una reina. Si Dios quiere que llegue a serlo, no dudéis de que estaré preparada y será gracias a vos.
Dejadme que la vea, dejádmela. Mi niña. Hola, mi amor. ¿No os acercáis? ¿Acaso la vais a querer menos por ser una niña? Ya tenéis lo que tanto queríais, ¿podremos volver ahora con nuestra madre? No es momento de hablar de eso, Isabel. Laman a la Puerta Podéis pasar. ¡Hermana! Tenemos que hablar con Enrique, tenemos que recordarle su promesa de que en cuanto fuera padre... ¿Qué ocurre? Que no volveremos a casa, Alfonso. Pero..., ¿por qué? Porque es una niña, don Gonzalo, por eso mis hijos no volverán. Y vos lo sabéis tan bien como yo: un hijo habríaasegurado la sucesión. Una hija casada con un rey extranjero pondría Castilla en manos extrañas. La vida de mis hijos ya no será la misma con el nacimiento de esa niña. No os preocupéis: moveré Roma con Santiago para protegerles. Sé que lo haréis, y que lucharéis, aún sabiendo que tenéis la batalla perdida. Tengo tanto que agradeceros, don Gonzalo... Por favor, señora. Dejadme hablar, por si mañana no puedo. Vos en vez de odiarme por promover la muerte de don Álvaro, vuestro maestro, habéis educado a mis hijos como si fueran vuestros. Vos no firmasteis su sentencia. Pero yo... intrigué para que el rey la firmara. Lo siento tanto. Por eso... Dios me castiga, don Gonzalo, lo sé. Por eso hace que me visite el espíritu de don Álvaro, para recordarme mi pecado. ¿Puedo pediros un favor? Visitad a mis hijos. Hacedles saber que su madre los quiere y los querrá siempre. Y volved con noticias suyas. Os juro que lo haré, alteza, pero antes haré lo que pueda para que vengan a visitaros. ¿Y cómo lo vais a conseguir? Hablaré con los Mendoza. Solo ellos pueden convencer al rey de que les deje volver. ¿Os gusta? Temo hablar de arte con su excelencia; sabéis mucho más que yo. Siempre tan prudente, Chacón, y hacéis bien porque esta pintura es peor que el estiércol en una ensalada. ¿Sabéis quién la ha pintado? No, excelencia. Yo mismo. Dios mío, soy un pintor desastroso. Probablemente por eso pago a los buenos pintores, para que ellos trabajen a su libre albedrío. Es una forma de equilibrar la balanza, supongo. Ya sabéis que los Mendoza siempre buscamos el equilibrio. Y la justicia: el honor de vuestra familia no admite duda en el reino. Por eso he acudido a vos. Gracias por vuestras palabras, pero vuestro esfuerzo es en vano. ¿No vais a hacer nada por los infantes? No debo. Vos sois un buen cristiano y tenéis que saber que su madre está gravemente enferma. No insistáis, el rey ha decidido y nuestra misión es obedecer. No soy un intrigante como Pacheco, que se mueve como una veleta. Ni queremos ser más reyes que el propio rey, como quiso serlo vuestro amigo, don Álvaro de Luna. Nosotros, los Mendoza, debemos ser estables y no admitimos otras influencias que las del rey. Y más ahora, que ha tenido a bien casar a don Beltrán de la Cueva con mi hija Mencía. Lo siento, don Gonzalo. Bien, solo me queda daros las gracias por vuestro tiempo. No hay de qué, siempre es un placer hablar con alguien tan culto como vos. Por cierto, en unas horas salgo para la Corte a jurar lealtad a la princesa Juana: si queréis acompañarme... Iría, pero solo para ver a Isabel y Alfonso y sé que eso no es posible. Ya he escrito al rey varias veces sin respuesta. Eso le pierde a veces a nuestro querido rey: su falta de elegancia y de cuidado por el detalle. No os preocupéis, venid conmigo, yo me encargaré de que les veáis. Os doy mi palabra. Eso me es suficiente, nada vale más que la palabra de un Mendoza. Reunión de nobles con el rey, empieza el teatro. No hagáis bromas. -¿No veis que todo es una farsa? Mirad a Beltrán. ¿Qué hace del lado de los Mendoza? ¿No sabéis las últimas noticias? La hija de don Diego Hurtado de Mendoza se casará con nuestro amigo Beltrán. ¿Beltrán va a entroncar con los Mendoza? Y recibirá el condado de Ledesma; nunca un puto fue pagado tan generosamente. ¿Necesitáis más pruebas? Bastón de mando ¡Sus majestades los reyes! Miradlos detrás, como perrillos falderos. Por fin os dais cuenta de la situación. ¡Tiene la palabra el rey! Bienvenidos, damas y caballeros. Estamos hoy aquí reunidos por una sola razón: jurar lealtad a mi hija Juana como heredera de la Corona. Podéis comenzar. Los presentes, según sean nombrados, jurarán lealtad a la princesa doña Juana postrándose ante ella. Doña Isabel de Castilla, infanta del reino. Don Alfonso de Castilla, infante del reino y excelentísmo maestre de la Orden de Santiago. Don Alonso Enrique... -¿Vos queréis? ¡Jurar! No tengo alma de mártir. Pero, si lo que decís es cierto, algo habrá que hacer. Y se hará: venid a verme esta tarde y lo sabréis. Su excelencia don Alfonso Carrillo de Acuña, arzobispo de Toledo. Os toca, mirad la cara de la niña; es igual que su padre. (Susurra): La llamaremos la Beltraneja. Tal vez tengamos suerte y nos dejen volver ahora. No te hagas ilusiones, Alfonso. Llaman a la Puerta ¡Pasad! ¡Don Gonzalo! Alfonso. Isabel. Muchas gracias, excelencia. No hay de qué, lo que prometo lo cumplo. Contadnos, ¿cómo está nuestra madre? Con muchas ganas de veros. Por eso me ha enviado, para que le de noticias vuestras. Pero, ¿está bien? Muy bien, ha vuelto a coger el gusto de los paseos por el campo. Le faltáis vosotros, es lo único que le apena. ¿Qué tal vuestra vida en la Corte? Mal. No exageres, Alfonso. Mal, mal, no, nos cuidan. Echamos de menos vuestras clases y las de nuestra madre pero no tenemos queja. Pero si acabamos de hablar... ¡Tonterías! Un día malo lo tiene cualquiera, Alfonso. Decidle a nuestra madre que estamos bien y que no tenemos queja de nada. A veces no te entiendo, hermana. ¿Por qué no nos damos un paseo por el jardín? Hace un día precioso. Por mí, encantado. Alfonso, ¿me dejas un minuto con don Gonzalo? Quiero darle un mensaje para Beatriz. Os espero fuera. Vos diréis. ¿Me concedéis unos minutos para escribirle una carta a Beatriz? No tardo nada, y así podréis llevarla a Arévalo. Por supuesto, os espero fuera. No os dejéis marear por las quejas de mi hermano. Gracias por el consejo. Isabel, ¿habéis sido sincera en vuestras palabras? ¿Es verdad que estáis bien en la Corte? ¿Es verdad que mi madre está bien? Claro, ¿por qué os habría de mentir? ¿Y por qué habría de mentiros yo a vos? Soy hija de reyes, no mentiría nunca. Ya veo que os manejáis con la responsabilidad que debe tener una reina. Si Dios quiere que llegue a serlo, no dudéis de que estaré preparada y será gracias a vos.
2.9 Por la presente declaro ↓B. ↓. Top.↑
que se me ha hecho jurar forzado y contra mi voluntad lealtad a la princesa Juana, que es hija de la reina, pero no del rey. ¿Estáis seguro de lo que afirmáis? ¿Estáis seguro que queréis seguir trabajando de notario? Sí, excelencia. -Pues escribid, necio. ¿Queréis también dar fe de este asunto? No, con vuestro juramento basta. (Os escribo esta carta a vos, Beatriz, pero quiero que la leáis en alto delante de don Gonzalo y doña Clara, a mi madre no, que no quiero que sufra). Perdonad, don Gonzalo, por no haber sido clara con vos delante de Alfonso. Aún no entiende ciertas responsabilidades que, como familia de reyes, tenemos que asumir. A veces con pena. (Decid a mi madre que cada día sus hijos la quieren más y siempre tenemos presente el día de nuestra despedida). A vos, don Gonzalo, agradeceros vuestros cuidados y atenciones que más que las de un tutor han sido las de un padre, pues padre os podemos llamar. Porque de los pechos de vuestra esposa, mi querida Clara, me amamanté. A vos, Beatriz, mi mejor amiga, mi hermana, deciros que os echo de menos porque aquí no puedo hablar con nadie ni divertirme, como lo hacía con vos. Juro que si algún día Dios me lo permite... (Haré pagar a quienes me están haciendo vivir este infierno, porque no pondré la otra mejilla, sino que cobraré ojo por ojo, diente por diente. Porque no puedo entender verme aquí presa, lejos de mi familia, que lo sois. Os quiere, Isabel). Isabel. Isabel. Perdona, Alfonso, se me había ido el santo al cielo. Está refrescando, deberíamos volver a palacio. ¿Para qué? No hay nadie allí a quien quiera ver. ¿Sabes por qué vengo aquí? Miro al cielo y me imagino que estoy en Arévalo y recuerdo a la gente que quiero y no me dejan ver desde hace cuatro largos años. No te vengas abajo, hermana. Enrique ha ordenado celebrar fiesta por tu mayoría de edad. Sí, pero en esa fiesta no estará madre. (Suspira): Yo también la echo de menos. Mucho. Pero hay cosas que mejor no pensar todo el rato en ellas. Te equivocas, hay que hacerlo. Yo no olvido, ni olvidaré nunca. (Suspira): Vamos a palacio. Si no te importa, preferiría seguir un rato aquí sola. Me sorprende que pongáis tanta confianza en mí. Sé que solo vos podéis interceder por nosotros ante el rey, majestad. Hmm..., me lo pensaré. Os lo ruego, es solo una visita a nuestra madre. Son años los que llevamos años aquí, desde que se nos trajo de Arévalo. No sabemos nada de ella, y su salud ya era delicada cuando nos fuimos. Pensad en ella vos, que sois madre. ¿Qué sentiríais si os apartaran de vuestra hija? Os lo suplico. Por mi hermana y por mí. Dejadnos a solas. Levantaos, por favor, sois el maestre de la Orden de Santiago. Hablaré con mi esposo, el rey. ¡Gracias, majestad!
que se me ha hecho jurar forzado y contra mi voluntad lealtad a la princesa Juana, que es hija de la reina, pero no del rey. ¿Estáis seguro de lo que afirmáis? ¿Estáis seguro que queréis seguir trabajando de notario? Sí, excelencia. -Pues escribid, necio. ¿Queréis también dar fe de este asunto? No, con vuestro juramento basta. (Os escribo esta carta a vos, Beatriz, pero quiero que la leáis en alto delante de don Gonzalo y doña Clara, a mi madre no, que no quiero que sufra). Perdonad, don Gonzalo, por no haber sido clara con vos delante de Alfonso. Aún no entiende ciertas responsabilidades que, como familia de reyes, tenemos que asumir. A veces con pena. (Decid a mi madre que cada día sus hijos la quieren más y siempre tenemos presente el día de nuestra despedida). A vos, don Gonzalo, agradeceros vuestros cuidados y atenciones que más que las de un tutor han sido las de un padre, pues padre os podemos llamar. Porque de los pechos de vuestra esposa, mi querida Clara, me amamanté. A vos, Beatriz, mi mejor amiga, mi hermana, deciros que os echo de menos porque aquí no puedo hablar con nadie ni divertirme, como lo hacía con vos. Juro que si algún día Dios me lo permite... (Haré pagar a quienes me están haciendo vivir este infierno, porque no pondré la otra mejilla, sino que cobraré ojo por ojo, diente por diente. Porque no puedo entender verme aquí presa, lejos de mi familia, que lo sois. Os quiere, Isabel). Isabel. Isabel. Perdona, Alfonso, se me había ido el santo al cielo. Está refrescando, deberíamos volver a palacio. ¿Para qué? No hay nadie allí a quien quiera ver. ¿Sabes por qué vengo aquí? Miro al cielo y me imagino que estoy en Arévalo y recuerdo a la gente que quiero y no me dejan ver desde hace cuatro largos años. No te vengas abajo, hermana. Enrique ha ordenado celebrar fiesta por tu mayoría de edad. Sí, pero en esa fiesta no estará madre. (Suspira): Yo también la echo de menos. Mucho. Pero hay cosas que mejor no pensar todo el rato en ellas. Te equivocas, hay que hacerlo. Yo no olvido, ni olvidaré nunca. (Suspira): Vamos a palacio. Si no te importa, preferiría seguir un rato aquí sola. Me sorprende que pongáis tanta confianza en mí. Sé que solo vos podéis interceder por nosotros ante el rey, majestad. Hmm..., me lo pensaré. Os lo ruego, es solo una visita a nuestra madre. Son años los que llevamos años aquí, desde que se nos trajo de Arévalo. No sabemos nada de ella, y su salud ya era delicada cuando nos fuimos. Pensad en ella vos, que sois madre. ¿Qué sentiríais si os apartaran de vuestra hija? Os lo suplico. Por mi hermana y por mí. Dejadnos a solas. Levantaos, por favor, sois el maestre de la Orden de Santiago. Hablaré con mi esposo, el rey. ¡Gracias, majestad!
2.10 Pero antes os pediré un favor. ↓B. ↓. Top.↑
En la celebración del cumpleaños de vuestra hermana lo sabréis. Y si queréis volver a vuestra madre, lo aceptaréis sin queja alguna. ¿Os queda claro? Sí, majestad. Música cortesana Perdonadme, tengo asuntos importantes que tratar. Vuestro hermano tiene claros sus objetivos. A veces pienso que Dios dispuso que tuviera el cerebro en la entrepierna. Mirad a Alfonso, ¿no le veis muy triste? Muy triste y muy solo, sí. Parece que en vez del cumpleaños de su hermana estuviera en un funeral. ¡Atención! ¡Su majestad la reina y la infanta doña Isabel de Castilla! Hermano, seguid con la dama de antes, ya tuvimos problemas con la madre, no los tengamos también con la hija. Estáis bellísima, Isabel. ¿No es cierto, Alfonso? El vestido es precioso, hermana. Un poco escotado para mi gusto, pero cuando a la reina se le mete algo entre ceja y ceja... Todos sabéis que no me gustan las celebraciones y que más de dos personas son multitud para mí. Pero hoy es un gran día: mi hija, la princesa Juana, crece sana y feliz y hoy cumple mi querida hermana su mayoría de edad. Felicidades, Isabel. Como regalo de cumpleaños os concedo algo que esperáis hace tiempo y que os habéis ganado por vuestra perseverancia: podéis visitar a vuestra madre en Arévalo. ¡Gracias, majestad! ¿Has oído, hermano? Pero tengo otro motivo más para estar alegre: os anuncio el próximo nombramiento de mi fiel Beltrán de la Cueva como maestre de la Orden de Santiago. Pero si ese es el título que te dejó padre en testamento. ¿Qué has hecho, Alfonso? ¿Has oído eso? (Iracundo): No estamos sordos, no aguanto más, es hora de hacer valer mi juramento. ¿Me seguís? -Sin duda. ¡Aaay! ¡Qué alegría poder volver a veros! Isabel, estáis hecha una mujer. Sí, pero recordad que sigo siendo vuestra hermana mayor. ¡Beatriz! ¡Alfonso! ¡Qué alegría! ¿Y mi madre? ¿Dónde está nuestra madre? Os acompañaré a verla. El almirante don Fadrique, el conde de Benavente, el conde Manrique; conde de Paredes, Diego Estuña; conde de Miranda, el arzobispo Carrillo. ¿Estáis seguro, don Diego? Lo estoy, señor. Todos preparan algo contra vuestra majestad bajo el mando de Pacheco. Y aún... hay más. Ahorradme la lectura, os lo ruego. Es un acta notarial, tiene la misma fecha que cuando firmamos lealtad a vuestra hija doña Juana. En ella Pacheco da fe de que juró lealtad por la fuerza y de que... Es tan grande la infamia, que me cuesta decirla. ¿De qué da fe ese traidor? De que vuestra hija es hija de la reina, pero no vuestra, sino de don Beltrán de la Cueva. (Grita indignado): Hijo de puta. Ha estado preparando esto durante todo este tiempo. Alfonso e Isabel serán sus próximas piezas si no lo evitamos. Beltrán... ¡Beltrán! Hay que traerlos a la Corte de inmediato. (Susurra): Madre, somos nosotros. ¿Vosotros? Sí, Isabel y yo, Alfonso. No..., tu no eres mi hijo. ¿Dónde están mis hijos? (Llora): ¿Dónde están mis hijos? Para esto he regalado la Orden de Santiago, para ver a una madre que ni me reconoce ya. ¿Dónde están mis hijos? Madre. Portazo Madre, tranquila. Tranquila, tranquila. Vamos, por favor, comed algo, que sin comer no se llega a ninguna parte. Gracias, Clara, pero no tenemos mucha hambre. Yo también voy a tomar el aire. Os ruego que os quedéis, Alfonso. ¿Para qué, Chacón? ¿Vais a decirme la verdad? ¿Vais a decirme que mi madre ya estaba enferma la última vez que nos visteis en la Corte? ¿Qué hubierais ganado sabiendo la verdad? ¿Tú lo sabías? Lo supe desde el instante que le vi la cara a don Gonzalo. ¡Me tomáis todos por tonto! ¿Por qué no me lo dijiste? Porque a veces es más importante la responsabilidad que la verdad. Siempre tienes palabras para todo, hermana, pero a veces las palabras no bastan. ¿Qué está pasando, don Gonzalo? ¿Sigue mi madre en sueños llamando a don Álvaro de Luna? Sí. Es hora de que me expliquéis todo lo que tenga que saber. Era mi maestro y mi mejor amigo. Nunca nadie defendió a vuestro padre como él. Luchó contra los nobles que hacen de Castilla un avispero y eso fue su perdición: Pacheco logró que el rey firmara su sentencia de muerte. No lo entiendo, si eran tan amigos... A veces los reyes son débiles y aceptan cosas terribles para conservar el poder. Pero el rey Juan no pudo soportar la pena por lo que había hecho y murió en un año; vos teníais apenas tres. Y mi madre empezó con sus delirios. ¿Y por qué quiso mi padre que fuerais vos mi tutor, el mejor amigo de don Álvaro? Por mala conciencia y porque sabía que os sería siempre leal, y quizá porque yo no tengo la ambición de poder de don Álvaro; no lo sé. Me limito a cumplir el honor que me concedió. Y si no tenéis ambición, ¿qué os mueve a seguir luchando? Quiero que Castilla se quite de encima los nobles que le chupan la sangre y que no dudan en asesinar cuando les viene en gana. Quiero una Castilla con un rey que mande y no se deje mandar. Sueño con eso todas las noches. ¿Me permitís compartir ese sueño? Nada me haría más feliz. Señor, lo siento, pero traigo órdenes del rey de llevar a los infantes a la Corte. Alfonso ya está fuera con mis hombres. ¿Qué ocurre? No es momento para explicaciones, alteza debemos partir de inmediato. No sin antes despedirnos de nuestra madre. Algún día haré pagar a Enrique por todo esto. Cálmate, Alfonso, hay que mantener la calma. Debemos evitar mostrar dolor o pena porque eso nos hará más débiles. Ya llegará el día en el que los que nos alejan de nuestra madre se arrepientan de haberlo hecho. ¿Y si no llega el día en el que pase eso? Juro por Dios que llegará; no haré otra cosa en la vida que luchar por eso.
En la celebración del cumpleaños de vuestra hermana lo sabréis. Y si queréis volver a vuestra madre, lo aceptaréis sin queja alguna. ¿Os queda claro? Sí, majestad. Música cortesana Perdonadme, tengo asuntos importantes que tratar. Vuestro hermano tiene claros sus objetivos. A veces pienso que Dios dispuso que tuviera el cerebro en la entrepierna. Mirad a Alfonso, ¿no le veis muy triste? Muy triste y muy solo, sí. Parece que en vez del cumpleaños de su hermana estuviera en un funeral. ¡Atención! ¡Su majestad la reina y la infanta doña Isabel de Castilla! Hermano, seguid con la dama de antes, ya tuvimos problemas con la madre, no los tengamos también con la hija. Estáis bellísima, Isabel. ¿No es cierto, Alfonso? El vestido es precioso, hermana. Un poco escotado para mi gusto, pero cuando a la reina se le mete algo entre ceja y ceja... Todos sabéis que no me gustan las celebraciones y que más de dos personas son multitud para mí. Pero hoy es un gran día: mi hija, la princesa Juana, crece sana y feliz y hoy cumple mi querida hermana su mayoría de edad. Felicidades, Isabel. Como regalo de cumpleaños os concedo algo que esperáis hace tiempo y que os habéis ganado por vuestra perseverancia: podéis visitar a vuestra madre en Arévalo. ¡Gracias, majestad! ¿Has oído, hermano? Pero tengo otro motivo más para estar alegre: os anuncio el próximo nombramiento de mi fiel Beltrán de la Cueva como maestre de la Orden de Santiago. Pero si ese es el título que te dejó padre en testamento. ¿Qué has hecho, Alfonso? ¿Has oído eso? (Iracundo): No estamos sordos, no aguanto más, es hora de hacer valer mi juramento. ¿Me seguís? -Sin duda. ¡Aaay! ¡Qué alegría poder volver a veros! Isabel, estáis hecha una mujer. Sí, pero recordad que sigo siendo vuestra hermana mayor. ¡Beatriz! ¡Alfonso! ¡Qué alegría! ¿Y mi madre? ¿Dónde está nuestra madre? Os acompañaré a verla. El almirante don Fadrique, el conde de Benavente, el conde Manrique; conde de Paredes, Diego Estuña; conde de Miranda, el arzobispo Carrillo. ¿Estáis seguro, don Diego? Lo estoy, señor. Todos preparan algo contra vuestra majestad bajo el mando de Pacheco. Y aún... hay más. Ahorradme la lectura, os lo ruego. Es un acta notarial, tiene la misma fecha que cuando firmamos lealtad a vuestra hija doña Juana. En ella Pacheco da fe de que juró lealtad por la fuerza y de que... Es tan grande la infamia, que me cuesta decirla. ¿De qué da fe ese traidor? De que vuestra hija es hija de la reina, pero no vuestra, sino de don Beltrán de la Cueva. (Grita indignado): Hijo de puta. Ha estado preparando esto durante todo este tiempo. Alfonso e Isabel serán sus próximas piezas si no lo evitamos. Beltrán... ¡Beltrán! Hay que traerlos a la Corte de inmediato. (Susurra): Madre, somos nosotros. ¿Vosotros? Sí, Isabel y yo, Alfonso. No..., tu no eres mi hijo. ¿Dónde están mis hijos? (Llora): ¿Dónde están mis hijos? Para esto he regalado la Orden de Santiago, para ver a una madre que ni me reconoce ya. ¿Dónde están mis hijos? Madre. Portazo Madre, tranquila. Tranquila, tranquila. Vamos, por favor, comed algo, que sin comer no se llega a ninguna parte. Gracias, Clara, pero no tenemos mucha hambre. Yo también voy a tomar el aire. Os ruego que os quedéis, Alfonso. ¿Para qué, Chacón? ¿Vais a decirme la verdad? ¿Vais a decirme que mi madre ya estaba enferma la última vez que nos visteis en la Corte? ¿Qué hubierais ganado sabiendo la verdad? ¿Tú lo sabías? Lo supe desde el instante que le vi la cara a don Gonzalo. ¡Me tomáis todos por tonto! ¿Por qué no me lo dijiste? Porque a veces es más importante la responsabilidad que la verdad. Siempre tienes palabras para todo, hermana, pero a veces las palabras no bastan. ¿Qué está pasando, don Gonzalo? ¿Sigue mi madre en sueños llamando a don Álvaro de Luna? Sí. Es hora de que me expliquéis todo lo que tenga que saber. Era mi maestro y mi mejor amigo. Nunca nadie defendió a vuestro padre como él. Luchó contra los nobles que hacen de Castilla un avispero y eso fue su perdición: Pacheco logró que el rey firmara su sentencia de muerte. No lo entiendo, si eran tan amigos... A veces los reyes son débiles y aceptan cosas terribles para conservar el poder. Pero el rey Juan no pudo soportar la pena por lo que había hecho y murió en un año; vos teníais apenas tres. Y mi madre empezó con sus delirios. ¿Y por qué quiso mi padre que fuerais vos mi tutor, el mejor amigo de don Álvaro? Por mala conciencia y porque sabía que os sería siempre leal, y quizá porque yo no tengo la ambición de poder de don Álvaro; no lo sé. Me limito a cumplir el honor que me concedió. Y si no tenéis ambición, ¿qué os mueve a seguir luchando? Quiero que Castilla se quite de encima los nobles que le chupan la sangre y que no dudan en asesinar cuando les viene en gana. Quiero una Castilla con un rey que mande y no se deje mandar. Sueño con eso todas las noches. ¿Me permitís compartir ese sueño? Nada me haría más feliz. Señor, lo siento, pero traigo órdenes del rey de llevar a los infantes a la Corte. Alfonso ya está fuera con mis hombres. ¿Qué ocurre? No es momento para explicaciones, alteza debemos partir de inmediato. No sin antes despedirnos de nuestra madre. Algún día haré pagar a Enrique por todo esto. Cálmate, Alfonso, hay que mantener la calma. Debemos evitar mostrar dolor o pena porque eso nos hará más débiles. Ya llegará el día en el que los que nos alejan de nuestra madre se arrepientan de haberlo hecho. ¿Y si no llega el día en el que pase eso? Juro por Dios que llegará; no haré otra cosa en la vida que luchar por eso.
Niegan que nuestra hija
tenga derecho a heredar el trono, ¿qué más tenéis que pensar? ¡Aquí están nuestras exigencias!
¡Habrán de ser aceptadas! Un Mendoza nunca traiciona a su rey,
ni siquiera cuando se equivoca. El rey negociará,
ha convocado una reunión en la Corte. Para vivir así,
no merece la pena ser hijo de rey, mejor haber nacido campesino. Castilla está dividida en dos
y Alfonso e Isabel están en medio. No queremos a nadie a nuestro lado.
Será el doncel de vuestro hermano. ¿Doncel?
Espía, querréis decir. Aceptaré todas vuestras condiciones,
todas excepto una: no desheredaré a mi hija. ¡Ni se os ocurra! No os quiero ver cerca de mi hija o volveré a prohibiros
que paseéis libremente por palacio. Debemos convencer a los nobles
que todavía están indecisos: ofrecerles cargos en el futuro,
sobornarles si es preciso. Si vais a seguirnos,
no os acerquéis más de veinte pasos. Tienen que pensar
que negociamos de buena fe, darles algo importante. ¿El qué?
A Beltrán de la Cueva. ¿Cómo es posible
que no lo veáis? Matadme, y la guerra
que tanto queréis evitar empezará mañana mismo. ¿Por qué nos hacen esto? ¡No sabéis lo que se espera
de una mujer de la familia real! Que tenga más dignidad
que la vos tenéis. Todo está preparado, el arzobispo Carrillo
os espera en las caballerizas. ¡Basta!
Quieren que el rey firme, ¿verdad? Si no, nos matarán. Yo cumplo con mi obligación.
-Tenéis un gran futuro, Gonzalo. Sois el rey, ¿no?,
nacisteis para mandar. Algún día le diré a la reina
lo mucho que la odio. Por Castilla.
(Todos): Por Castilla. Tengo que evitar la guerra. ¿Calculáis las consecuencias
de esa decisión? ¡Viva el rey Alfonso!
(Todos): ¡Viva! ¿Qué le daremos a cambio?
A Isabel. Hay que evitar esa boda como sea, si el rey de Portugal pone sus tropas
al servicio de Enrique, todo lo que hemos hecho
no servirá para nada. Los nobles se están dividiendo,
sin Pacheco no son nada. No voy a negociar con el rey,
voy a sacarle de palacio y traerle. ¿Pretendéis secuestrarlo? Si realmente está pasando algo,
cuanto menos ruido hagamos, mejor. ¿Qué está pasando aquí?
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Subtitulación realizada
por Cristina Rivero.
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NOTE STORICHE. ↓B. ↓ . Top.↑
1.
¿Es real la cánula con la que intentan fecundar a la reina?
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NOTE STORICHE. ↓B. ↓ . Top.↑
1.
¿Es real la cánula con la que intentan fecundar a la reina?
Muchos reyes han pasado a la historia con algún tipo de sobrenombre
que ensalzaba su valentía o sabiduría. Enrique IV siempre será recordado
como 'El impotente' ¿Eran ciertos los rumores que circulaban sobre su
hombría? ¿Tenía problemas para mantener relaciones sexuales? ¿Era
homosexual, como se llegó a afirmar?
En varios documentos, queda demostrado que médicos judíos y
castellanos intentaron ayudar al monarca para que tuviera un heredero.
Gregorio Marañón estudió el caso en Ensayo biológico sobre Enrique IV
de Castilla y su tiempo. El médico e historiador afirma en su escrito
que el primer caso de inseminación artificial se da en la corte de
Castilla. Con una cánula de oro fino introdujeron esperma de Enrique IV
en la vagina de la Reina Juana de Avis. ¿Funcionó?
Javier Olivares, guionista de Isabel además de historiador,
lo duda. "La Historia va dejando a cada uno en su lugar. A Enrique le
cuesta siete años engendrar un hijo y además con la ayuda de médicos. A
lo largo de la serie veremos que apartan a Enrique de la Reina y esta,
en una situación muy complicada, tiene una nueva relación. En apenas un
mes o dos, queda embarazada. Te das cuenta de que la fertilidad no es un
problema de Juana de Avis".
2.
¿Qué era la Orden de Santiago?
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PERSONAGGI. ↓↓B. Top.↑
1 Enrique I. Rey de Castilla. | → Personaggi. Capitúlo.
Fue rey de Castilla desde 1454, tras la muerte de su padre Juan II de Castilla. Nacido en Valladolid en 1425, era hijo de la primera esposa de Juan II, María de Aragón. Casado en primeras nupcias con Blanca de Navarra, finalmente la repudió y pidió la nulidad matrimonial aduciendo que un encantamiento le impedía consumar el matrimonio, no teniendo tal problema con otras mujeres. En 1455 contrajo matrimonio con Juana de Avis, que perdió un hijo varón, estando embarazada de seis meses. Después nació una hija: Juana de Castilla. Pero las dudas sobre su legitimidad y el ascenso político del noble Beltrán de la Cueva, hicieron pensar que Juana no era hija del rey, sino de Beltrán. Sus hermanastros Isabel y Alfonso sufrieron el maltrato de Juana de Avis, temerosa de que su hija no tuviera opciones de alcanzar la corona a causa de sus hermanastros. Su madrastra, Isabel de Portugal, vivió recluida en Arévalo durante su reinado. Enrique IV valoraba y respetaba a Isabel, además de sentir cariño por el infante Alfonso pero no llegó a defenderlos ante las intromisiones de Juana de Avis, según relatan los cronistas de la época. De perfil psicológico complejo y melancólico, en su época también se dijo de él que la compañía de muy pocos le placía. Era tímido y toda intervención en público le daba vergüenza. Era gran cazador y gran jinete, aunque no gustaba de insignias ni ceremonias reales. Huía de los negocios y los despachaba muy tarde. Indeciso, poco constante, abandonaba sus obligaciones a menudo y no cumplía con las cosas pactadas. Enrique tuvo a lo largo de todo su reinado el conflicto de su sucesión. Fueron varios los aspirantes al trono. Primero su hermanastro Alfonso, que contó con el apoyo de Carrillo y Juan Pacheco. Tras la precipitada muerte del joven, fue su hermana Isabel la que se postuló como sucesora ante los rumores de que la infanta Juana, la hija de Enrique IV, no era legítima. Tras años de conflicto, en 1468, Enrique e Isabel firmaron el Tratado de los Toros de Guisando, por el que Enrique declaraba heredera a Isabel, reservándose el derecho de acordar su matrimonio, y las distintas facciones de la nobleza renovaban su lealtad al rey. Entre otras cuestiones, Enrique acordó el matrimonio de Isabel con Alfonso V, rey de Portugal, y decidió el matrimonio de la infanta Juana con algún hijo de Alfonso. Pero Isabel se casó en 1469 en secreto en Valladolid, con Fernando de Aragón, hijo del rey de Aragón, con lo que el rey Enrique consideró violado el tratado y proclamó a su hija Juana como heredera al trono en Val de Lozoya, jurando públicamente que era hija legítima, que retornó al rango de princesa y a la que se debía buscar un matrimonio en consecuencia. Enrique murió en diciembre de 1474, poco después de que falleciese Juan Pacheco. A su muerte comenzó la Guerra de Sucesión Castellana entre los partidarios de Isabel y los de Juana la Beltraneja.
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VOCABOLARIO STORICO.
1. Alcaide:
2. Infante de España:
3. Caballero:
4: Valido: «El valido fue una figura política propia del Antiguo Régimen en la Monarquía Hispánica, que alcanzó su plenitud bajo los llamados Austrias menores en el siglo XVII. No puede considerarse como una institución, ya que en ningún momento se trató de un cargo oficial, puesto que únicamente servía al rey mientras este tenía confianza en la persona escogida. No fue algo exclusivo de España, siendo similar el ejercicio del poder por los cardenales Richelieu y Mazarino en el Reino de Francia o por Cecil y Buckingham en el Reino de Inglaterra.Aunque no es un cargo con nombramiento formal, el de valido era el puesto de mayor confianza del monarca en cuestiones temporales. Es importante el matiz, porque las cuestiones espirituales eran competencia del confesor real, figura de importancia política nada desdeñable. Las funciones que ejercía un valido eran las de máximo nivel en la toma de decisiones políticas, no limitadas a las de consejero sino al control y coordinación de la Administración, con lo que en la práctica gobernaba en nombre del rey, en un momento en el que las monarquías autoritarias han concentrado un enorme poder en su figura. Si el rey no puede o no quiere gobernar por sí mismo, es imprescindible el valido.» (Wikies)
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GEOGRAFIA STORICA:
1. Aragón:
2. Castilla:
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TRATTATI:
1. Los pactos de Guisando:
2.
¿Qué era la Orden de Santiago?
Juan II deja en herencia el maestrazgo de la Orden de Santiago a su hijo pequeño, al Infante Alfonso. Por la cara que pone cuando su hermanastro Enrique se lo otorga a su querido Beltrán, nos damos cuenta de que el cargo debía de ser importante y que la pérdida ha sido muy grave. ¿Qué
era esa Orden? ¿A qué se dedicaban? Cunillera nos cuenta que "nació
para proteger a los peregrinos que se dirigían a Santiago. Y aunque
había ya muchas órdenes, esta tenía una particularidad: sus miembros se podían casar. Entonces, tuvo bastante éxito". "Eso
sí, tenían que tener su castidad dentro del matrimonio, no podían tener
aventuras extraconyugales y si no estaban casados, tampoco podían tener
una vida disoluta. Esto atrajo a muchos y por eso se hizo muy poderosa.
Tenía en sus filas a miembros muy importantes de la aristocracia", Y es que no cualquiera podía formar parte de esta orden, "se miraban los antepasados, que no fueran judíos o musulmanes y que no hubieran trabajado en labores manuales ni físicas". Además
detrás de toda esta organización de poder, había una especie de
sentimiento de respeto y admiración por esta orden. Cunillera nos cuenta
que "también estaba ese ideal del 'caballero' que respondía a un ideario que era todo virtudes: nobleza, honor y bondad. Luego en realidad no fue así y se fue desvirtuando"
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PERSONAGGI. ↓↓B. Top.↑
1 Enrique I. Rey de Castilla. | → Personaggi. Capitúlo.
Fue rey de Castilla desde 1454, tras la muerte de su padre Juan II de Castilla. Nacido en Valladolid en 1425, era hijo de la primera esposa de Juan II, María de Aragón. Casado en primeras nupcias con Blanca de Navarra, finalmente la repudió y pidió la nulidad matrimonial aduciendo que un encantamiento le impedía consumar el matrimonio, no teniendo tal problema con otras mujeres. En 1455 contrajo matrimonio con Juana de Avis, que perdió un hijo varón, estando embarazada de seis meses. Después nació una hija: Juana de Castilla. Pero las dudas sobre su legitimidad y el ascenso político del noble Beltrán de la Cueva, hicieron pensar que Juana no era hija del rey, sino de Beltrán. Sus hermanastros Isabel y Alfonso sufrieron el maltrato de Juana de Avis, temerosa de que su hija no tuviera opciones de alcanzar la corona a causa de sus hermanastros. Su madrastra, Isabel de Portugal, vivió recluida en Arévalo durante su reinado. Enrique IV valoraba y respetaba a Isabel, además de sentir cariño por el infante Alfonso pero no llegó a defenderlos ante las intromisiones de Juana de Avis, según relatan los cronistas de la época. De perfil psicológico complejo y melancólico, en su época también se dijo de él que la compañía de muy pocos le placía. Era tímido y toda intervención en público le daba vergüenza. Era gran cazador y gran jinete, aunque no gustaba de insignias ni ceremonias reales. Huía de los negocios y los despachaba muy tarde. Indeciso, poco constante, abandonaba sus obligaciones a menudo y no cumplía con las cosas pactadas. Enrique tuvo a lo largo de todo su reinado el conflicto de su sucesión. Fueron varios los aspirantes al trono. Primero su hermanastro Alfonso, que contó con el apoyo de Carrillo y Juan Pacheco. Tras la precipitada muerte del joven, fue su hermana Isabel la que se postuló como sucesora ante los rumores de que la infanta Juana, la hija de Enrique IV, no era legítima. Tras años de conflicto, en 1468, Enrique e Isabel firmaron el Tratado de los Toros de Guisando, por el que Enrique declaraba heredera a Isabel, reservándose el derecho de acordar su matrimonio, y las distintas facciones de la nobleza renovaban su lealtad al rey. Entre otras cuestiones, Enrique acordó el matrimonio de Isabel con Alfonso V, rey de Portugal, y decidió el matrimonio de la infanta Juana con algún hijo de Alfonso. Pero Isabel se casó en 1469 en secreto en Valladolid, con Fernando de Aragón, hijo del rey de Aragón, con lo que el rey Enrique consideró violado el tratado y proclamó a su hija Juana como heredera al trono en Val de Lozoya, jurando públicamente que era hija legítima, que retornó al rango de princesa y a la que se debía buscar un matrimonio en consecuencia. Enrique murió en diciembre de 1474, poco después de que falleciese Juan Pacheco. A su muerte comenzó la Guerra de Sucesión Castellana entre los partidarios de Isabel y los de Juana la Beltraneja.
2. Isabel I de Castilla. Reina de Castilla | → Personaggi. Capitúlo.
Isabel
la Católica fue reina de Castilla junto a su esposo Fernando, rey de
Aragón. Nacida en 1451 en Madrigal de las Altas Torres (Ávila), fue hija
de Juan II de Castilla e Isabel de Portugal. Estaba muy unida a
su hermano pequeño Alfonso de Castilla, y al morir su padre, cuando ella
tenía solo tres años, ascendió al trono su hermanastro Enrique IV, con
quien tuvo durante años una relación ambivalente de cariño y odio. Al
morir Enrique IV, luchó por hacerse con la corona - bajo el título de
Isabel I de Castilla - en detrimento su sobrina Juana La Beltraneja. Su
reinado, que duró de 1474 a 1504, dio importantes frutos: unificó los
reinos de Castilla y Aragón, reconquistó Granada y expulsó a los
musulmanes de Castilla y sufragó a Cristobal Colón en el descubrimiento
de América. Los cronistas afines a Isabel coinciden en remarcar
seis de sus cualidades: la bondad, la fortaleza, el espíritu religioso,
la inteligencia, la elocuencia y el autodominio. Fue ella quien decidió
con quién debía casarse, algo totalmente insólito para una mujer en
aquellos tiempos. En las distancias cortas la Reina podía ser
tierna y compasiva con aquellos que la querían o estaban en su entorno.
Pero a gran escala, Isabel no se doblegaba ante nada ni nadie que
obstaculizase sus objetivos monárquicos. Era religiosa y defensora de
unos valores morales que muchas veces no veía reflejados en los
representantes de la Iglesia. Tras su coronación, Isabel se
convierte en una reina decidida, fiel a sus obligaciones, que se embarca
en la empresa de la reconquista de Granada sabiendo que su papel será
lograr la financiación que esta guerra necesita. Afrontó las
aventuras amorosas de Fernando desde el papel de reina, sintiéndose
traicionada como mujer pero sabiendo que su compromiso con la corona le
obligaba a actuar con pragmatismo y diligencia. Quizás uno de sus
aspectos más contradictorios fue el hecho de que quiso para ella la
libertad que no permitió a sus hijas: no consintió que nadie eligiera a
su marido, pero ella sí impuso los consortes a sus descendientes, como
cuando acordó el matrimonio de su primogénita Isabel con Alfonso V de
Portugal.
3. Isabel de Portugal. Reina consorte de España y emperatriz consorte del Sacro Imperio Romano Germánico. | → Personaggi. Capitúlo.
3. Isabel de Portugal. Reina consorte de España y emperatriz consorte del Sacro Imperio Romano Germánico. | → Personaggi. Capitúlo.
Isabel
de Portugal fue la segunda esposa del rey Juan II de Castilla y madre
de los infantes Isabel y Alfonso. Fue Infanta de Portugal y reina
consorte de Castilla. El valido de Juan II, Álvaro de Luna, la
eligió como segunda esposa del rey de Castilla no solo por su juventud y
su belleza, sino también porque volviendo la mirada a Portugal se
castigaba a Aragón por sus continuas intromisiones en la política
castellana. Como regalo de bodas, Isabel recibió el señorío de las
villas de Arévalo y Madrigal. Isabel de Portugal era una madre
entregada con elevados valores morales y grandes expectativas para sus
hijos, a los que cuidó personalmente a pesar de la magnitud de la casa.
La Reina Isabel se ocupaba de enseñar prácticas piadosas a sus hijos ya
que profesaba una sincera fe cristiana. Probablemente instigada
por los nobles, Isabel fue esencial para que Juan II permitiera detener y
ejecutar sumariamente a don Álvaro de Luna, el hombre que la hizo
reina. Isabel quería desplazar al valido del favor del rey, para
ser la única que mandase sobre Juan II. Más tarde, enloquecida de
remordimientos y dolor, buscó en Arévalo refugio apacible, llevándose
allí a sus hijos. El empujón definitivo hacia su locura lo recibió
cuando Isabel y Alfonso le fueron arrebatados por orden de su hijastro,
Enrique IV, pero por mandato de Juana de Avis. Isabel de Portugal
tuvo muy poca relación con el hermanastro de sus hijos. Su historia, a
partir de la separación de sus hijos, fue un continuo empeoramiento de
su enfermedad. Falleció en Arévalo el día 15 de agosto de 1496 y fue
sepultada en la Cartuja de Miraflores junto a su esposo, Juan II de
Castilla, y su hijo, el infante Alfonso de Castilla.
3a. Juan II de Castilla. Rey de Castilla. | → Personaggi. Capitúlo.
Nació en Toro en 1405 y fue padre de Enrique IV y los infantes Isabel y Alfonso, estos dos últimos hijos de su segunda esposa Isabel de Portugal. Juan II era un rey poco apegado a su oficio. Tanto él como su hijo Enrique IV, fruto de su matrimonio con su primera mujer María de Aragón, eran más amantes de tertulias, conciertos, poesía y caza que de ejercer su poder. La situación en Castilla que se encontró Juan II era la siguiente: Por un lado, se estaba iniciando la conquista de Canarias y los contactos con el lejano oriente, aunque había cesado la Reconquista del sur de la península. Además, el reparto de la riqueza establecía que la Corona, la nobleza y la Iglesia se divisiesen a partes iguales los tributos. La nobleza de aquel tiempo tenía la capacidad de quitar o dotar de poder al rey a cambio de sus mercedes. Algunos nobles llegaron a instigar el asesinato de Pedro I el Cruel que propició el ascenso al poder de la dinastía Trastámara, a la que pertenece Juan II además de sus hijos Enrique IV e Isabel. La política interior se basaba en matrimonios, esencialmente con Portugal. El clero estaba formado por poderosos señores feudales, con tierras, integrados en la nobleza. Algunos poseían hasta ejército propio. Su reinado fue una continua muestra de debilidad en relación a los nobles, de quienes era protegido, aunque no siempre con éxito, dados sus destierros y su final. Traicionó a su valido instigado por su esposa y los nobles y la ejeccución de don Álvaro de Luna le obsesionó y hundió. Falleció apenas un año después de la muerte de Álvaro de Luna y en su lecho de muerte se le oyó decir: 'Naciera yo hijo de un labrador para ser fraile del Abrojo y no rey de Castilla'. Al morir dejó un testamento minucioso. A Isabel y Alfonso los dejó bajo la tutela de dos grandes hombres de Iglesia: Fray Lope Barrientos, obispo de Cuenca, y Gonzalo de Illescas, prior de Guadalupe. Mucho nombre y oropel, pero poca presencia. Ya antes, por ello, había colocado al lado de Isabel a Gonzalo Chacón, mano derecha de Álvaro de Luna, como persona más cercana a la infanta y luego a Alfonso.
– Juan II de Castilla: «Toro, 6 de marzo de 1405-Valladolid, 22 de julio de 1454) fue rey de Castilla entre 1406 y 1454, hijo del rey Enrique III «el Doliente» y de la reina Catalina de Lancáster. Durante su minoría de edad se reanudó la guerra contra el reino nazarí de Granada (de 1410 a 1411) y hubo acercamientos a Inglaterra en 1410 y con Portugal en el año 1411.Tras el Compromiso de Caspe (1412), el regente Fernando abandonó Castilla, pasando a ser rey de la Corona de Aragón con el nombre de Fernando I, dejando en su lugar a cuatro lugartenientes: el obispo Juan de Sigüenza, el obispo Pablo de Santa María de Cartagena, Enrique Manuel de Villena, conde de Montealegre de Campos, y Per Afán de Ribera el Viejo, adelantado mayor de Andalucía.» (Wiki.es)
4. Gonzalo Chacón, Político e historiador castellano, hombre de confianza de Isabel la Católica.
3a. Juan II de Castilla. Rey de Castilla. | → Personaggi. Capitúlo.
Nació en Toro en 1405 y fue padre de Enrique IV y los infantes Isabel y Alfonso, estos dos últimos hijos de su segunda esposa Isabel de Portugal. Juan II era un rey poco apegado a su oficio. Tanto él como su hijo Enrique IV, fruto de su matrimonio con su primera mujer María de Aragón, eran más amantes de tertulias, conciertos, poesía y caza que de ejercer su poder. La situación en Castilla que se encontró Juan II era la siguiente: Por un lado, se estaba iniciando la conquista de Canarias y los contactos con el lejano oriente, aunque había cesado la Reconquista del sur de la península. Además, el reparto de la riqueza establecía que la Corona, la nobleza y la Iglesia se divisiesen a partes iguales los tributos. La nobleza de aquel tiempo tenía la capacidad de quitar o dotar de poder al rey a cambio de sus mercedes. Algunos nobles llegaron a instigar el asesinato de Pedro I el Cruel que propició el ascenso al poder de la dinastía Trastámara, a la que pertenece Juan II además de sus hijos Enrique IV e Isabel. La política interior se basaba en matrimonios, esencialmente con Portugal. El clero estaba formado por poderosos señores feudales, con tierras, integrados en la nobleza. Algunos poseían hasta ejército propio. Su reinado fue una continua muestra de debilidad en relación a los nobles, de quienes era protegido, aunque no siempre con éxito, dados sus destierros y su final. Traicionó a su valido instigado por su esposa y los nobles y la ejeccución de don Álvaro de Luna le obsesionó y hundió. Falleció apenas un año después de la muerte de Álvaro de Luna y en su lecho de muerte se le oyó decir: 'Naciera yo hijo de un labrador para ser fraile del Abrojo y no rey de Castilla'. Al morir dejó un testamento minucioso. A Isabel y Alfonso los dejó bajo la tutela de dos grandes hombres de Iglesia: Fray Lope Barrientos, obispo de Cuenca, y Gonzalo de Illescas, prior de Guadalupe. Mucho nombre y oropel, pero poca presencia. Ya antes, por ello, había colocado al lado de Isabel a Gonzalo Chacón, mano derecha de Álvaro de Luna, como persona más cercana a la infanta y luego a Alfonso.
– Juan II de Castilla: «Toro, 6 de marzo de 1405-Valladolid, 22 de julio de 1454) fue rey de Castilla entre 1406 y 1454, hijo del rey Enrique III «el Doliente» y de la reina Catalina de Lancáster. Durante su minoría de edad se reanudó la guerra contra el reino nazarí de Granada (de 1410 a 1411) y hubo acercamientos a Inglaterra en 1410 y con Portugal en el año 1411.Tras el Compromiso de Caspe (1412), el regente Fernando abandonó Castilla, pasando a ser rey de la Corona de Aragón con el nombre de Fernando I, dejando en su lugar a cuatro lugartenientes: el obispo Juan de Sigüenza, el obispo Pablo de Santa María de Cartagena, Enrique Manuel de Villena, conde de Montealegre de Campos, y Per Afán de Ribera el Viejo, adelantado mayor de Andalucía.» (Wiki.es)
4. Gonzalo Chacón, Político e historiador castellano, hombre de confianza de Isabel la Católica.
Mentor
de Isabel. Tío político de Gutiérrez de Cárdenas, estuvo a las órdenes
del valido de Juan II, Álvaro de Luna. A Chacón se le atribuye la
'Crónica de don Álvaro de Luna' (ia). Cuando empezó a trabajar al lado
de la niña Isabel era comendador de Montiel y estaba casado con la dama
portuguesa Clara Alvarnáez, del séquito de Isabel de Portugal. Chacón
y Alvarnáez formaban una pareja muy unida, compañeros y apoyo de la
niña hasta el extremo de que Isabel ni de princesa ni de reina quiso que
la abandonaran. Tras la muerte de Juan II, Isabel de Portugal y
sus hijos se instalaron en Arévalo con un pequeño séquito. Entre ellos
se encontraban Chacón y esposa. él tenía la función de mayordomo y
tesorero. Gestionó la renta de Isabel de Portugal con mucha eficacia. El rey Enrique IV incumplió lo pactado y dejó de asignar a los infantes las rentas de diversas villas que les correspondían. Chacón
instruyó a los infantes Isabel y Alfonso en conceptos como la defensa
del poder de la Corona, la restricción del papel de los nobles, además
de la necesidad de hacer una nueva política que lleve a Castilla hacia
nuevos objetivos. Gonzalo Chacón era adorado por Isabel y Alfonso
desde niños. Con el tiempo, su papel al lado de Isabel era tan
importante que Juan II de Aragón no dudó en colmar de mercedes a Chacón
para que defendiesen a su hijo Fernando, como el candidato perfecto para
ser marido de la futura reina. Tras la coronación de la reina,
consiguió la culminación de su venganza respecto a la recuperación del
legado de Álvaro de Luna, en contra de las ambiciones nobiliarias
encabezadas por Juan Pacheco, responsable último de la muerte de su
maestro.
5. Diego de Mendoza, Noble de Castilla.
5. Diego de Mendoza, Noble de Castilla.
Fue
el segundo Marqués de Santillana. Nacido en Guadalajara en 1417, era
primogénito de íñigo López de Mendoza y Catalina Suárez de Figueroa y
hermano entre otros de Pedro González de Mendoza e íñigo López de
Mendoza y Figueroa. Los cronistas le mencionan como mecenas de las bellas artes y patrocinó la construcción de castillos y palacios. Era
enemigo de Juan Pacheco y alentó el ascenso dentro de la Corte de
Beltrán de la Cueva, con el que finalmente casó a su hija en 1462. Leales
a Enrique IV, él y su familia no intervieron ni en la rebelión
nobiliaria ni en la Farsa de ávila. Y durante la guerra civil, entre
1465 y 1469, combatieron en el bando partidario de Juana en contra del
bando alfonsino, que posteriormente pasaría a llamarse isabelino. La
postura familiar cambió cuando su hermano Pedro González de Mendoza fue
nombrado cardenal gracias a las gestiones de Borja y los príncipes
Fernando e Isabel. Tras entrevistarse con la pareja, Mendoza hizo todo
lo posible para acercar a la princesa y su hermanastro Enrique IV, una
vez más yendo contra los intereses de Pacheco. La aparición de
Rodrigo Borja y su decisión de otorgar a un Mendoza (Pedro) el capelo
cardenalicio con el apoyo de Aragón, hará –gracias a la gestión de
Fernando- que pasen a apoyar a Isabel. De carácter frío y
calculador, sus modales (cultos y exquisitos) distan de los de un Juan
Pacheco o, sobre todo, Pedro Girón. Es un aristócrata dentro de la
nobleza. Sabe el poder que tiene y no quiere más: ya le es suficiente.
Sabe que la estabilidad de Castilla es buena para la economía en
general. Y la suya en particular. Es el político de la familia.
6. Juana la Beltraneja, Infanta de Castilla.
6. Juana la Beltraneja, Infanta de Castilla.
Hija
de Juana de Portugal y Enrique IV, su nacimiento abrió una brecha entre
el rey y sus hermanos Isabel y Alfonso por las aspiraciones a la
corona. Nació, de difícil parto, del vientre de Juana de Avis y
legalmente tuvo como padre a Enrique IV, aunque fue apodada la
Beltraneja por los rumores existente de que su padre pudo ser el valido
Beltran de la Cueva. Para muchos era la heredera legal de la Corona,
aunque una parte de la nobleza castellana no la aceptó como hija
biológica del rey. Se dijo que Enrique IV, llamado el impotente,
había obligado a su mujer a tener un hijo con Beltrán de la Cueva, su
favorito, aunque ambos juraron solemnemente que no había sido así. Juana
fue bautizada e Isabel la Católica fue su madrina y Juan Pacheco su
padrino. Precisamente ambos jugaron un papel determinante en contra de
Juana a lo largo de su vida. Pocos meses después fue jurada en las
Cortes de Madrid como princesa de Asturias y heredera del reino, aunque
Juan Pacheco ya entonces renegó de su juramento ante un notario.
7. Alonso de Palencia (1424-1492), humanista y literato espaõl.
«Humanista y literato español, nacido en la población soriana de Burgo de Osma (otras fuentes indican que en Palencia) el 21 de julio de 1424 y fallecido en Sevilla a finales de marzo de 1492. Educado en las cortes eclesiásticas de destacados eruditos religiosos, Palencia residió la mayor parte de su vida en Sevilla al servicio de varios señores laicos y eclesiásticos. Asimismo, fue cronista y secretario de cartas latinas de Enrique IV el Impotente y del hermano de éste, el conocido como Alfonso el Inocente, mostrándose siempre como detractor del primero y partidario del segundo. Su obra, amplísima y muy notable, puede ser clasificada de humanista y representa una de las cumbres de la literatura castellana del siglo XV, en especial lo que se refiere a las Décadas, fuente historiográfica fundamental para el conocimiento de los sucesos peninsulares en la segunda mitad del Cuatrocientos...» (Biografías).
8. Alfonso Carrillo, Obispo de Sigüenza y Arzobispo de Toledo.
7. Alonso de Palencia (1424-1492), humanista y literato espaõl.
«Humanista y literato español, nacido en la población soriana de Burgo de Osma (otras fuentes indican que en Palencia) el 21 de julio de 1424 y fallecido en Sevilla a finales de marzo de 1492. Educado en las cortes eclesiásticas de destacados eruditos religiosos, Palencia residió la mayor parte de su vida en Sevilla al servicio de varios señores laicos y eclesiásticos. Asimismo, fue cronista y secretario de cartas latinas de Enrique IV el Impotente y del hermano de éste, el conocido como Alfonso el Inocente, mostrándose siempre como detractor del primero y partidario del segundo. Su obra, amplísima y muy notable, puede ser clasificada de humanista y representa una de las cumbres de la literatura castellana del siglo XV, en especial lo que se refiere a las Décadas, fuente historiográfica fundamental para el conocimiento de los sucesos peninsulares en la segunda mitad del Cuatrocientos...» (Biografías).
8. Alfonso Carrillo, Obispo de Sigüenza y Arzobispo de Toledo.
Religioso
castellano y jerarca de la iglesia, era tío de Juan Pacheco y Pedro
Girón. Fue nombrado obispo de Sigüenza en 1436 y arzobispo de Toledo en
1446. Era hijo de nobles y sobrino del cardenal obispo de Sigüenza,
quien lo tuvo a su vera desde los 11 años. Alfonso heredó al tío en el
obispado en tiempos de Juan II.
Hombre de gran cultura, cordial y ambicioso, soñaba en 'la nación hispánica' y siempre se mostró partidario de la unión de Aragón y Castilla. Su influencia en la vida política del reino de Castilla, en los reinados de Juan II, Enrique IV y con los Reyes Católicos fue enorme; su opinión fue muy variable, acomodándose a las circunstancias. De él decían que era intrigante, astuto y que olfateaba las tormentas políticas. Era tenaz, ambicioso, orgulloso e impulsivo, un hombre de acción que adoraba entrar en batalla galopando al frente de sus mesnadas. Carrillo apoyaba a su sobrino Juan Pacheco, cuando éste era el favorito del nuevo rey Enrique IV. Su codicia y ambición le llevaron a enfrentarse al rey, a partir del momento en que éste prefirió a Beltrán de la Cueva como su valido. A partir de 1462, Carrillo fue el principal instigador de un bando de nobles castellanos que querían destronar a Enrique IV y sustituirle por su hermanastro, el infante Alfonso. Pero al morir el rey, se alineó en el bando de Juana la Beltraneja y se opuso firmemente a la coronación de Isabel y Fernando. Pero al sucumbir los Portugueses, Carrillo se vio obligado a someterse y aceptar tropas de la reina en todas las fortalezas que controlaba para no perder su cargo como arzobispo de Toledo. Desde entonces, prefirió vivir aislado, fuera de la corte y murió en soledad en el Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares en julio de 1482.
9. Álvaro de Luna. - Luna, Álvaro de, Condestable de Castilla (¿-1453).
Aristócrata castellano de raíces aragonesas fallecido el tres de junio de 1453, una de las personalidades más importantes en el confuso panorama de la Historia peninsular del siglo XV. Álvaro de Luna fue hijo ilegítimo de un noble aragonés del mismo nombre, señor de los territorios de Cañete, Jubera y Cornado. La familia Luna siempre tuvo buenas relaciones con la nobleza castellana, en especial con Fernando de Antequera, hecho que proporcionó a Álvaro la posibilidad de engrandecerse en los ambientes políticos de dicho reino; antes de ello, ya había sido objeto de una notable educación caballeresca, donde demostró su valía tanto en las armas como en las letras, bajo la admonición de un gran protector: Pedro Martínez de Luna, su tío-abuelo, coronado Papa en Avignon bajo el nombre de Benedicto XIII. (Biografías).
Hombre de gran cultura, cordial y ambicioso, soñaba en 'la nación hispánica' y siempre se mostró partidario de la unión de Aragón y Castilla. Su influencia en la vida política del reino de Castilla, en los reinados de Juan II, Enrique IV y con los Reyes Católicos fue enorme; su opinión fue muy variable, acomodándose a las circunstancias. De él decían que era intrigante, astuto y que olfateaba las tormentas políticas. Era tenaz, ambicioso, orgulloso e impulsivo, un hombre de acción que adoraba entrar en batalla galopando al frente de sus mesnadas. Carrillo apoyaba a su sobrino Juan Pacheco, cuando éste era el favorito del nuevo rey Enrique IV. Su codicia y ambición le llevaron a enfrentarse al rey, a partir del momento en que éste prefirió a Beltrán de la Cueva como su valido. A partir de 1462, Carrillo fue el principal instigador de un bando de nobles castellanos que querían destronar a Enrique IV y sustituirle por su hermanastro, el infante Alfonso. Pero al morir el rey, se alineó en el bando de Juana la Beltraneja y se opuso firmemente a la coronación de Isabel y Fernando. Pero al sucumbir los Portugueses, Carrillo se vio obligado a someterse y aceptar tropas de la reina en todas las fortalezas que controlaba para no perder su cargo como arzobispo de Toledo. Desde entonces, prefirió vivir aislado, fuera de la corte y murió en soledad en el Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares en julio de 1482.
9. Álvaro de Luna. - Luna, Álvaro de, Condestable de Castilla (¿-1453).
Aristócrata castellano de raíces aragonesas fallecido el tres de junio de 1453, una de las personalidades más importantes en el confuso panorama de la Historia peninsular del siglo XV. Álvaro de Luna fue hijo ilegítimo de un noble aragonés del mismo nombre, señor de los territorios de Cañete, Jubera y Cornado. La familia Luna siempre tuvo buenas relaciones con la nobleza castellana, en especial con Fernando de Antequera, hecho que proporcionó a Álvaro la posibilidad de engrandecerse en los ambientes políticos de dicho reino; antes de ello, ya había sido objeto de una notable educación caballeresca, donde demostró su valía tanto en las armas como en las letras, bajo la admonición de un gran protector: Pedro Martínez de Luna, su tío-abuelo, coronado Papa en Avignon bajo el nombre de Benedicto XIII. (Biografías).
VOCABOLARIO STORICO.
1. Alcaide:
2. Infante de España:
3. Caballero:
4: Valido: «El valido fue una figura política propia del Antiguo Régimen en la Monarquía Hispánica, que alcanzó su plenitud bajo los llamados Austrias menores en el siglo XVII. No puede considerarse como una institución, ya que en ningún momento se trató de un cargo oficial, puesto que únicamente servía al rey mientras este tenía confianza en la persona escogida. No fue algo exclusivo de España, siendo similar el ejercicio del poder por los cardenales Richelieu y Mazarino en el Reino de Francia o por Cecil y Buckingham en el Reino de Inglaterra.Aunque no es un cargo con nombramiento formal, el de valido era el puesto de mayor confianza del monarca en cuestiones temporales. Es importante el matiz, porque las cuestiones espirituales eran competencia del confesor real, figura de importancia política nada desdeñable. Las funciones que ejercía un valido eran las de máximo nivel en la toma de decisiones políticas, no limitadas a las de consejero sino al control y coordinación de la Administración, con lo que en la práctica gobernaba en nombre del rey, en un momento en el que las monarquías autoritarias han concentrado un enorme poder en su figura. Si el rey no puede o no quiere gobernar por sí mismo, es imprescindible el valido.» (Wikies)
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GEOGRAFIA STORICA:
1. Aragón:
2. Castilla:
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TRATTATI:
1. Los pactos de Guisando:
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