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Los pazos de Ulloa
Los pazos de Ulloa - Capítulo 1
En un pazo recóndito viven unos
personajes violentos, amorales. A este ambiente llega un cura joven y
puro que intenta reconducirlos al buen camino, pero su intervención
resultará nefasta. Don Pedro, Marqués de Ulloa, por consejo de Don
Julián, se casa con su primera Nucha, pero al nacer su hija vuelve a
tener relaciones con su criada, Sabel.
– No disparen, no disparen.
(Ladridos)
– No disparen, no disparen. Soy hombre de paz
y no llevo bolsa. ¿Voy bien hacia la casa
del marqués de Ulloa?
– ¿Oíste, Ratón? Así que es usted el recomendado
del señor del halaje.
– Servidor y capellán.
– ¿Oíste Primitivo?
– ¿Y no será usted por un casual
el señor marqués de Ulloa?
– Ulloa, Ulloa... Dime, ¿quién soy yo, señor abad?
(RÍE)
– El mismo, sí, señor,
soy yo en persona.
(RÍEN)
– Pues, permítame
que le entregue en mano una carta de su señor tío
de Santiago, el señor del halaje,
que me encomendó con sumo cuidado
para usted.
– Gracias.
– Mi tío.
(Mugido)
– Creo que sus primas
le mandan recuerdos también.
– Siempre tan bromista mi tío. Dice aquí que me manda un santo. Para redimirme, como si yo estuviese
lleno de pecados. Dime, ¿tengo muchos, señor abad?
– Ninguno, aquí todos conservamos
la inocencia bautismal.
– Muy bien, señor abad.
– ¿Ha visto?
– ¿Ha visto?
– Así que usted se llama...,
¿cómo dice aquí?
– Julián,
– Julián.
– Para servirle a usted muchos años.
– Julián.
– Para servirle a usted muchos años.
– Bien, entonces,
bienvenido, Julián. Vámonos.
– ¿Qué le parece, señor abad?
– Que ahora ordenan, mequetrefe.
– Que ahora ordenan, mequetrefe.
– Oh, perejilillos con escarola.
Y con guantes.
– Y con guantes, señor abad,
y con guantes.
– Un día llegó un viajero
en un burro viejo y brotón.
Ligero llegó de equipaje,
cargado su corazón.
Mira los pazos de Ulloa,
lejos del mundo y de Dios.
Mira los pazos de Ulloa,
cargado su corazón.
(Música)
– El escudo de mi casa.
(Música)
– Bueno, ya estamos aquí.
– ¿Ha visto, don Julián?
Mire, mire. Mire la panza que tiene
el señor abad. Aquí se come muy bien,
¿verdad que sí, Ratón? Venga, daos prisa,
los perros están muertos de hambre. ¡Sabel! Prepara la cena. Primitivo, no te entretengas, vamos,
vamos. Ocúpate del equipaje del señor cura,
hombre, échale una mano.
– Sí, señor.
– ¡Sabel!
Corre.
– ¡Sabel!
– Escóndete.
– ¡Sabel!
– Señor.
– Coge las maletas del cura
y prepara la cena, ¡vamos!
– El silencio de la mesa es más
sagrado que el de la misa, abad.
(RÍEN)
Estate quieto, Hocico.
Con su permiso, señor abad.
No, no, no, por favor.
Ya basta, gracias.
(RÍEN)
Esto está bueno, ¿eh?
¡Ay! ¡Ay!
Vamos a ver.
No es nada.
Toma.
Oiga, que le va a hacer daño.
No, está acostumbrado.
Es capaz de beberse
dos o tres de estos.
Lo chupa, lo chupa.
(RÍE)
Pero el vino
es veneno para las criaturas.
Vete con tu madre.
Ahora va usted a probar
el mejor tostado de toda Galicia.
Molende del 59.
Sin perder
todo el gusto de la pasa,
no empalaga
y se parece al mejor Jerez.
Es como el Jerez.
Vamos, don Julián, pruébelo.
¿Qué, te gusta?
Bueno.
Yo poco entiendo de vinos,
como no tengo costumbre.
Fuera de la misa, quiero decir.
Miento, alguna vez
tomo un anisete,
pero siempre después del café.
(RÍEN)
El que no bebe no es hombre.
¿Qué quieres, hijo?
¿Me lo da?
¿El qué?
El vino.
Ah, no, no, no,
el vino no.
Para ti
si te lo bebes de un trago.
Por favor.
No seas bárbaro, Primitivo.
¿Pero qué están haciendo?
Te lo has bebido, ¿eh?
Lo van a matar.
En vista de que ni bebe ni come,
le acompañaré a su habitación.
Vamos.
Como quiera, señor marqués.
(RÍEN)
(Ladridos)
Vamos, hombre, vamos.
(Ladridos)
Mañana hablaremos tranquilamente,
que descanse.
(Ladridos)
(Ventana)
(Viento)
(Música)
(Risas)
(Música)
Bendita tú eres
entre todas las mujeres
y bendito es
el fruto de tu vientre.
Atiende, Sabel.
¿Esta soy yo?
No, no eres tú.
Pero todo será tuyo
al morir el amo.
Todo tuyo.
Pongo al cielo por testigo.
Calla, Satán.
¿Cuando será?
Aquí está tu suerte, aquí.
(Música)
Virgen María,
divina intercesora.
Acompáñame en esta hora.
(Música)
¡Que venga el señor
con su pata de palo!
(Música)
(RÍEN)
(GRITA)
(Música)
(Gallo)
Don Julián, el chocolate.
Sabel.
Oiga, otra vez dé dos golpes
en la puerta antes de entrar.
Me estaba peinando
y sentí que me llamaba, señor.
Aunque la llamase,
aunque la llamase,
no me gusta, no me gusta.
Usted perdone, no sabía.
El que no sabe
es como el que no ve.
Está bien,
por esta vez pase.
Oiga, Sabel,
yo acostumbro a decir misa
siempre antes del chocolate.
Hoy no podrá.
¿Por qué?
Porque tiene la llave de la capilla
el señor abad
y entre que se va al pueblo
y se le despierta...
Hoy no podrá.
Vaya por Dios.
¿Y es este el cuarto
donde se queda el señor abad
cuando llega al Pazo?
Sí, señor.
Pero hará mucho tiempo
que no duerme aquí, ¿verdad?
Sí, mucho tiempo.
Porque si es así, habría
que sacudir un poquito el polvo
y pasar la escoba de vez en cuando,
¿no le parece?
El señor abad
nunca me mandó barrer el cuarto.
Sí, pero a mí
me gusta la limpieza, Sabel.
Bueno, pues no se preocupe,
que yo se lo arreglaré todo
muy arregladito.
Gracias.
Sabel,
por favor, no deje
que emborrachen al chiquillo.
Además, ese tal Primitivo
no me gusta nada.
Es mi señor padre.
Pues, eso que le he dicho que quede
entre usted y yo, ¿no le parece?
(LLORA)
¿Qué le pasa ahora?
Sabel, ¿por qué llora usted?
Sabel.
Bueno, bueno,
pues a veces es bueno llorar.
(LLORA)
(RÍE)
¡Fuera!
¡Márchese!
¡Haga el favor
de salir de este cuarto
y no vuelva a entrar aquí!
Y no me traiga nunca más ni el agua,
ni el desayuno ni nada.
Si me quiero lavar,
ya buscaré la fofaina
y si no, ¡prefiero estar sucio!
(RÍE)
Perucho, ponlo a secar.
¿Pero qué hace usted?
Tengo razones para atender
a mi propia limpieza, señor abad.
Don Eugenio, de la parroquia
de al lado, de Naia.
¿Qué tal, don Eugenio?
¿Cómo está usted?
Muy bien.
Me parece
que se le va a perder la ropa.
¡Perucho!
(RÍEN)
Este don Julián se lava mucho,
¿sabe?
No fuma, tampoco bebe.
-Son mortificaciones,
señor abad.
-Mortificaciones, no,
afeminaciones.
(RÍE)
Se ha descuidado mucho la educación
de este niño, señor abad.
Don Julián, me gustaría invitarle a
la fiesta del patrón de Naia.
Ah, con mucho gusto.
(Música misterio)
¿Quién es ese?
El Tuerto de Castrodorna.
Viene de Portugal,
es de los nuestros.
(ESTORNUDA)
(Música)
(Pájaros)
Ahí está.
(Gruñidos)
Venga, sacarle, rápido.
Venga, hombre,
daros prisa.
Ay, Perucho, ¿qué tal?
Bien.
Venga conmigo, voy a enseñarle algo
que le gustará.
El archivo de la casa,
está un poco descuidado.
El antiguo administrador
era un verdadero desastre.
Un título de nobleza.
Pero si esto es una maravilla,
señor marqués.
¿Verdad?
La historia de su casa.
Pero es una pena, señorito,
si le parece arreglemos esto
como Dios manda.
Lo podemos hacer los dos juntos.
¿Hacer qué?
Sí, podemos separar
lo antiguo de lo moderno
y de lo que esté estropeado
pues se hace una copia.
Lo que esté roto se pega.
Ah, sí, se pega, se pega.
Tengo una cita con dos perdices.
Oiga.
(RÍE)
Perucho.
A ver, Perucho, ¿te gustaría
que esta moneda fuera para ti?
¿Y el vino?
Que no quiero
que bebas vino, mil hombre.
Bueno.
¿Tú te sabes las letras?
Sí.
Bueno, pues si me aciertas qué letra
es esta, te doy la moneda.
¿Qué letra es?
La A.
¿A? Muy bien, A.
¿Y esta?
A.
Esta no es la A, es la O.
O.
O.
¿Y esta?
A.
No, hombre, no, esta es la I.
I.
¿Y esta?
Esta, esta.
Ummm.
I.
A.
No, esta es la I.
A, E, I.
¡Perucho!
Perucho.
Perucho, ven aquí.
Más respeto al señor cura.
Con esto no tenemos
ni para empezar.
Mira, Perucho,
ahora lo están despellejando.
Después lo cortan y nos lo comemos.
Vamos, acércate, no tengas miedo,
que no te va a comer,
acércate.
Vamos.
Perucho, vamos a bebernos la bota
tú y yo. ¿Qué te parece?
Atraco por disparo
y luego a dormir la casa.
¿Cuánto vino tiene una bota?
¿Que cuánto vino tiene?
Ya lo sabrás
cuando nos la bebamos.
Venga, Manuel, venga.
(Música)
Ahora me toca a mí.
Pinto, pinto, gorgorito,
quien se queda es un borrico. ¡Ya!
Uno, dos, tres, cuatro, cinco,
seis, siete.
-Anda, ocúpate de ese pintamonas
que me está haciendo un retrato.
(CANTA)
Este cacique,
este cacique de Barbacana
que anda amenazando al personal
con partidas y matones
para ganar las elecciones.
Pero está listo, porque aquí la gente
no se deja amedrentar.
-Aquí la gente lo que está
es más que harta de los liberales.
Han prometido mucho,
pero les cuesta otorgar.
-Pues yo creo que lo importante
en el hombre es la libertad
y luego ya viene todo lo demás.
¿No crees, Hocico, tú qué piensas?
-Pensar, pensar,
lo que se dice pensar.
-Mira, por ejemplo,
gracias a los liberales
tú puedes pensar lo que quieras.
Y lo que es más importante,
incluso puedes decirlo.
-Pues yo, como un hombre
como todos nosotros,
para mí lo importante
es poder comer.
-Claro, claro, exactamente,
tiene razón.
-El que más y el que menos
está enojado con el poder,
que no hace nada.
Lo que la gente quiere
es paz y orden.
-Cierto, muy cierto,
ese era el tema de mi sermón
en la misa de hoy,
la paz y el orden.
-Pues como ganen
los conservadores carlistas,
habrá paz y orden.
Vaya si la habrá.
Nada más ordenado y pacífico
que los cementerios.
Diga usted que sí,
señor Trampeta,
que al personal lo que de verdad,
lo que de verdad quiere
es lo malo conocido
que somos ustedes,
a lo bueno por conocer que son los
señoritos y los curas mandando.
-Hocico, cuando tengas que hacer
sentencias de orden político,
me consultas antes.
-¿Pero es verdad o no es verdad?
-Que te calles, leñe.
-Todos los males le vienen al hombre
por no saber estarse quietecito.
-Bueno, hasta luego.
(TODOS) -Hasta luego.
-Miren, mire cómo corre, como si Dios
se le fuese al campanario.
-Andaba yo detrás de una perdiz
agachadito, agachadito,
sin perro que me llevase y estaba
por montar a caballo de un vallado
cuando oigo: "Tris, tras, tras, tris,
tipidí, tipidá".
El andar de una liebre
más lista que las centellas
y con perdón de las barbas.
De repente, "bum",
una cosa del otro mundo
me pasa por encima de la cabeza
y me tira del vallado abajo.
(RÍEN)
-Sería una alma en pena.
-Que no, que no era una alma en pena.
Era la maldita liebre
que pasa por encima de mí
y me tira patas arriba.
Bueno, vamos allá.
¿Por qué no convence a don Julián
para que venga con nosotros
a la cacería?
Excelente idea.
(RÍEN)
Andaba yo agachadito,
agachadito.
Detrás de una perdiz
cuando...
¡Qué cosa más guapa!
(CANTAN) "Tris tras tras tris,
tipidí, tipidá".
Están cerca, las huelo.
(RÍEN)
Buen día, ¿eh?
Ánimo, don Julián,
la escopeta ya está cargada.
Solo tiene que apretar el gatillo.
Aquí, ¿eh?
Silencio.
Apunte.
¿Dónde?
No veo nada.
Sin miedo.
Pero si ahí está el perro.
Ahora, dispare.
Está el perro.
Dispare.
(DISPARA)
Vámonos, no tiene ni idea.
Buen tiro.
No se aprende en un día.
Es don Julián, el gatillo flojo.
(Gaita)
(RÍE)
(Música)
(Disparo)
Bueno, Perucho, pero tú de esto no
digas nada a nadie, es un secreto.
Y además, de ahora en adelante
lo tienes que hacer todos los días,
porque los niños, vamos a ver,
los niños si no se lavan
cuando son chicos,
no crecen, ¿sabes?
Pues el abuelo no se lava.
Sí, es verdad, pero cuando era chico
se lavaba, seguro,
por eso está tan grande.
Bueno.
¿Cuántos años hace que no te lavas?
¿20?
40.
40, no sabía que fueras tan viejo.
Por aquí, por aquí no has visto
el estropajo en tu vida.
(RÍEN)
La otra también.
Y ahora el agüita,
el agüita que viene del cielo,
el agüita, el agüita.
Yo te bautizo, don Pelucho.
(Mugido)
Sí, pero el señor marqués
me ha dicho que a dos reales.
-El señor marqués puede decir misa,
el que lleva las cuentas soy yo.
-No, no, no.
-No ni no ni mierdas.
Perdono el préstamo del año pasado,
que yo perdono, pero no olvido.
-Es usted un mal hombre
y algún día le puede ocurrir algo.
-Vete al carajo.
-Venga usted, padre,
y arrime el hombro.
Que vive usted
como un cura.
Cada uno tiene su cruz, Primitivo,
cada uno tiene su cruz.
No sé qué cruz llevará
su paternidad,
todo el día paseando y rezando.
Primitivo, eso que hace usted con
los campesinos se llama usura.
Además, está prohibido por la ley,
usura.
Lo que debería estar prohibido
es que alguien meta las narices
donde no le han llamado, digo yo.
Usura, usura.
Usura, usura, usura.
(Música misterio)
Barbacana te espera, vamos.
(Música)
(CANTAN EN GALLEGO)
Don Eugenio, mire.
(Mugido)
Qué alegría estar todos juntos.
Es una alegría, sí.
Mariano.
-Hola, ¿qué tal?
(Música)
¿Vieron qué bonito está el valle?
Está precioso, precioso.
-Diciéndose por la cabeza
tiene usted que estar
por el feudalismo y teocracia.
¿A qué sí?
Si yo no entiendo de política,
don Máximo.
A otro perro con ese hueso,
padre Julián.
Todos los pájaros de pluma negra
vuelan hacia atrás.
Y si no, ¿está usted conforme
con la libertad de cultos?
¿Cómo voy a estar yo conforme
con esa barbaridad?
Todos los curas están de acuerdo
con ese bandido de Barbacana,
que se trajo de Portugal
al asesino de Castrodorna, El Tuerto,
uno que cosió a puñaladas a su mujer.
Barbacana y los curas
lo sacaron de la cárcel
para meterlo en política.
-Dile que se vaya.
-Eh, Tuerto.
-Señor.
-Márchate, vete.
No me gusta que se deje ver por aquí.
-Hasta que le necesitemos.
-No le haga caso, Julián,
aquí el peor cacique
es el tal Trampeta, que chupa
la médula de los pobres paisanos
y se dice liberal.
-No esté de acuerdo en absoluto,
no estoy de acuerdo.
(GRITA)
-¿Qué es eso?
Esto es un atentado la razón,
un atentado a la autoridad.
-Lo siento, señor.
-Este es Trampeta.
-Es delicioso.
Vamos, Primitivo,
nos esperan las perdices.
Marqués, quédense
con nosotros un rato.
-Quédese, marqués.
-Las perdices pueden esperar.
No tengo tiempo, vamos, Primitivo.
Don...
-Parece que prefiere las perdices.
(Música alegre)
¿Pero hay más platos?
26.
Hay que dejar bien al santo.
-En mi parroquia se sirven 52.
-Sí, pero porque
cuenta los postres.
-Representa las 52 semanas del año.
Dios mío.
(Música alegre)
Hoy en día es difícil encontrar
buenas criadas,
y esta parece muy dispuesta.
Perdone, no entiendo lo que quiere
decir, señor arcipreste.
Es mucha hembra para usted,
don Julián.
Déjame, ya basta, ya basta,
señor abad.
Se ha enfadado el curita.
(Música)
Perdonen usted el enfado,
don Eugenio.
Yo no soy una persona de genio vivo,
pero hay desvergüenzas
que me sacan de tino.
Póngase usted en mi caso.
Hay que tomarse las cosas con
filosofía, una guasa es una guasa.
(Trueno)
Don Eugenio, no solo tenemos
el deber de ser de gentes,
sino de parecerlo también.
Lo importante es tener
la conciencia tranquila.
Sí, pero yo no puedo soportar
que hablen de mí
como si tuviera algo que ver
con esa muchacha.
Es que ni la miro a la cara.
(RÍE) No, si a la cara
se le puede mirar.
Además, no iba a tener la desfachatez
de pegársela al marqués
con el capellán de la casa.
¿Y que tiene que ver
el señor marqués?
(RÍE)
¿Pero está usted seguro?
(RÍE)
Eugenio.
¿Se hace usted el bobo?
Entonces, el chiquillo Peruchinio.
¿Pero está usted ciego?
Es que me da tanta pena ese niño.
Pero, hombre, parece mentira.
Estos hijos de nadie luego
son como cada cual.
No se me enfurruñe, Julián,
no se me enfurruñe.
No, don Eugenio.
(Trueno)
(Música alegre)
Qué buen mozo es el gaitero, ¿eh?
(Música alegre)
(Ladridos)
¿Qué te pasa, Peruchinio?
Ven aquí, ven.
¿Quién te ha hecho eso, quién?
(GRITA)
Ven aquí, zorra,
ven aquí, zorra.
Yo te enseñaré a bailar,
yo te enseñaré a bailar.
(LLORA)
Te vas a acordar de mí,
zorra, zorra.
Zorra, zorra,
te voy a dar, te voy a matar.
Don Pedro, don Pedro.
¡Don Pedro!
¿Pero es que no me has oído, Sabel?
¡Levántate y vete a hacerme la cena!
Busque quien le haga la cena
y que se quede aquí.
Yo me voy, me voy,
me voy, me voy.
(LLORA)
¿Qué has dicho?
Yo me voy, me voy.
Madre mía de mi alma,
¿por qué vine aquí?
(TOSE)
¿No has oído
lo que dijo el señorito?
Sí, he oído, señor padre,
he oído.
Pues venga, no le hagas esperar.
Señor marqués, ¿no quiere
que tomemos un poco el aire?
(Pájaro)
Dios mío de mi alma,
dame fuerzas para poder decirle
que yo también me voy a ir.
Señor marqués,
siento tener que decirle...
No, no malgaste
la saliva inútilmente.
Me coge en un momento en que un
hombre no es dueño de sí mismo.
Ya sé, ya sé
que no se debe pegar a las mujeres.
No, si no se trata de eso,
señor marqués.
Pero depende de la mujer que sea.
Bien, pero tampoco se puede ir
por el mundo pegando a la gente,
porque la cena llegue tarde, ¿no?
Por favor.
Pero si no ha sido por la cena.
Lo que he debido hacer
es romperle una pierna.
Así, al menos durante algún tiempo,
no podría ir al baile.
Mire usted, señor marqués,
perdóneme la libertad que me tomo,
pero yo no puedo seguir
bajo el mismo techo
donde un cristiano
vive con duunvirato,
yo no puede ser cómplice,
don Pedro, por favor.
No hace falta que me perdigue, ¿eh?
Y no me pida cosas imposibles.
Soy todavía joven
y además soy un hombre.
Y yo también.
Y además soy un pecador.
Don Pedro, pero, cómo,
¿cómo le puede pegar usted
a esa cosa tan inferior a su
categoría y a su nacimiento
como esa criada de cocina?
¿La criada? Una zorra, una puta.
Esa mujer, Primitivo,
La Bruja y el resto de la familia
me están comiendo vivo.
Ya.
Son capaces de hasta envenenarme.
¿Y por qué se preocupa usted
por una cosa tan fácil de arreglar?
Póngala en la calle.
Como si no hubiese probado.
Pero Primitivo amenazó con pegarle
un tiro en las nalgas
a la que se presentase
para sustituirla.
Tuve que hacerme la cama solo,
así que acabé pidiéndole a Sabel
que volviera.
Pues cambie de mayordomo.
¿Primitivo?
Sí.
Primitivo no sabrá casi leer,
pero es listo como una centella.
Usted lo ha visto, ¿no?
¿Ha podido usted con él?
No.
Oiga, don Pedro, ¿y no ha pensado
usted en irse de aquí?
¿Irme?
Sí.
¿Adónde voy a ir?
Aquí soy el rey.
Estoy acostumbrado a pisar
tierra mía y andar entre árboles.
Que corto si quiero.
Ya, pero yo no digo
que fuera para siempre,
sino por una temporada.
A lo mejor puede usted encontrar
una señorita que fuera de su agrado.
Usted, don Pedro,
no es mal parecido.
¿Piensa usted
que no se me ha ocurrido eso?
¿Cree que no sueño todas las noches
con un chiquillo
que se me parezca?
Y no sea hijo
de una bribona como esa.
¿Eso qué es? ¿Un zorro?
Sí, el peor zorro de los contornos,
Primitivo.
(Ladridos)
(Gallo)
Señor, yo es que no me quedo aquí
ni aunque me lo mande el obispo.
Ya, ya sé señor que un pastor
no abandona nunca sus ovejas,
pero es que aquí de ovejas, nada.
Son lobos, lobos.
Quiero que me acompañó usted
a Santiago.
¿Ah sí? Precisamente...
Pues, venga, ya puede darse prisa,
necesitemos llegar a Cebre
antes del mediodía
para coger la diligencia.
Quiero darle una sorpresa a mi tío
y, de paso, a conocer a las primas.
Ay, don Pedro,
qué alegría me da usted.
No sabe qué alegría me da.
La yegua no sirve para el camino.
¿Qué le pasa?
Pues que está sin herrar.
¿Sin herrar?
No importa, yo iré a pie
y usted y el equipaje en la burra.
Eso es.
No hay burra.
¿Qué le pasa?
Es que le han metido
dos puñaladas.
Pues vamos a pie y en paz
y tú nos acompañes.
No puedo.
Han venido los leñadores y solo yo sé
los árboles que tienen que cortar.
Entonces,
busca un mozo para las maletas
y tráeme la escopeta.
¿No me has oído?
Sí, señor marqués.
Muy bien, don Pedro, muy bien.
(RÍE)
Vamos allá.
Gracias, Dios mío.
(Pájaros)
Aquí mataron a un hombre,
era un hijo de la gran puta.
Que Dios lo tenga en su gloria.
¿Ah sí?
Sí.
¿Y por qué fue, señorito?
¿Por alguna venganza o qué?
Una pendencia de borrachos
al volver de la feria.
(Música misterio)
¿Que pasa?
¿Qué pasa, don Pedro?
Nada, nada,
que creía haber visto una liebre.
Ah, Primitivo, vaya,
se decidió a acompañarnos a Cebre.
Sí, ya dije los árboles que el señor
quería talar.
Muy bien.
(DISPARA)
Maldita sea, he fallado,
se me ha escapado esa perdiz.
Bueno, andando, que se hace tarde.
Tú, Primitivo, ve delante, que
conoces mejor que nadie el camino.
¿No lo conoce el señorito?
Sí, lo conozco, lo conozco.
Pero es que a veces me distraigo.
Mamá, ¿te ayudo?
No, hijo, no.
Ana, no me des guerra.
Rita, Carmen, Marujita y Marcelina.
Cuatro hijas tiene
el señor del halaje,
que espera que den Santiagos
como lo vas.
Pero aún no se ha dicho
la última palabra.
Mientras Perucho sea el único hijo,
es también el único heredero.
(RÍEN)
-Corre, que te cojo,
que te cojo.
Venga, que te cojo.
Te cogí.
(Música)
Érase una vez un rey
muy malo, muy malo,
que se comía a la gente
y tenía una hija muy bonita,
muy bonita y pequeñita.
Quería comerla
porque era el coco
y tenía una cara muy fea, muy fea.
Dijo el rey: "Me voy a comer
a mi niña, así, así".
Le vio un pajarito y le dijo:
"Si no te la comes y me la regalas,
te doy un hijo".
Va y dice el rey: "Bueno".
Va y se casó el pajarito
con la niña
y le cantaba cosas muy bonitas,
muy bonitas tocando la gaita.
(Campanas)
Como siempre, tarde.
-Yo no veo nada.
-Hola, niños, soy mamá.
Tengo caramelos para todos, a ver.
¿No me conocéis?
¿No me conocéis de verdad?
Soy vuestra madre,
con las ganas que tenía yo de veros.
Ven, ven aquí.
Este sí que pesa,
cómo ha crecido, por Dios.
Qué guapo está.
Precioso.
(Música)
Es grande,
es grande Santiago,
pero no más grande que una montaña
ni más largo que un río.
(RÍE)
(Timbre)
¿Habitaciones?
Julián, Julián, escuche, Julián.
Yo creo que esta noche
no voy a poder dormir
si antes no me cuenta
cómo son mis primas.
(Música)
Yo no me atrevería a definirlas
por separado, señor marqués.
Todas mantienen el porte
y la educación propia de su familia.
Siendo de carácter diferente,
eso sí,
tienen en común
un comportamiento virtuoso.
(HABLA EN FRANCÉS)
¿Cómo es?
-¿El marques?
-¿Gordo? ¿Alto?
-No, como guapo es guapo,
un poco bruto, pero distinguido.
A mí me gusta más el cura.
-¿Los ojos? ¿Son castaños?
-Guapo, brutito, distinguido.
Guapísimo.
Viene un hombre
y la casa se desbarata.
-No saliste Moscoso
ni Cabreira, chico.
Saliste pardo por los cuatro costados
como yo.
De haber nacido en otro tiempo,
habríamos hecho grandes cosas,
hijo mío.
¡Dios! Qué grandes vasallos
si hubiera buen señor.
Todavía quedan
grandes cosas por hacer.
Además, no crea que es pequeña cosa
cazar perdices, tío.
Si conociera Los Pazos,
todo montaña, bosque.
A don Julián le ha gustado,
¿verdad, Julián?
Todo es grande y pequeño,
porque todo es obra del señor.
(RÍEN)
Todos, señor, todos.
-Todos, Bibiana, todos.
(RÍEN)
Estos curas con sus cosas.
¿Y dónde están mis primas?
Apuesto a que no vas a reconocerlas.
(RÍEN)
Y tú no le digas nada.
Mira, ahí tienes una.
(Música)
No, no,
no me digas nada.
Tú eres, eres Rita.
Soy Manolita,
hola, primo.
(RÍEN)
(Música)
A ver si sabes quién es esta.
Claro que lo sé, es, es,
lo sé, lo sé.
Tú eres Marcelina.
No, ella es Carmen,
yo soy Marcelina.
Marcelinucha,
pero me llaman Nucha.
Buenos días, Julián.
¿Cómo está su madre?
Bien, bien, la pobre
hace mucho tiempo que no la veo.
Buenos días, papá.
Oye, Nucha,
¿y a mí no me das un beso?
¿Es verdad que has venido a Santiago
para buscar novia?
(RÍEN)
Sí.
Pues entonces no te beso.
Uy, el pavo,
estás echando humo.
Si te quemas, te mato.
Un chorrito para ti y otro...
Vamos.
(GRITA)
Un adorno,
venga, que nos vamos.
Nos esperan, a ti sobre todo, vamos.
¿A dónde me llevas?
¿A donde voy?
A mí gusta mucho esa parte.
Pues yo creo que es más campo
que El Pasaje.
Depende de lo que llueva.
Dame, Bibiana, dame.
Dame, mujer.
Perdone,
se me ha ido el santo al cielo.
(RÍEN)
Puñeta.
Estos cuchillos no.
Hay que decirle a Bibiana
que llame al afilador.
-Es que papá siempre se empeña
en cortar el pavo por el esternón.
-Manolita, deja a papá
que lo corte por donde quiera.
-Pero si no lo corta.
-Él lo hace así.
-¿Por qué no pruebas tú, primo?
¿Me permite?
Cedo gustoso el honor
a nuestro invitado, adelante.
(RÍEN)
Maldita sea,
mira cómo me ha puesto.
Le ha puesto perdido.
Estos pavos de ciudad
solo comen y duermen.
Son todo grasa.
Y estos pavos de aldea
son algo torpes y groseros.
Mira, este es mi niño.
¿Quién?
Mi niño Gabrieliño.
Ah, tu hermano Gabriel.
Gabrieliño. ¿Traigo el te?
No, un cenicero.
Julián.
Sí.
Componiendo una palabra
con la primera sílaba
de cada uno de los nombres
de los elementos
que componen la base ática,
esa palabra sería "citociescitova".
"Citociescitova".
Ya lo sé, metopa el espacio
que medie entre los triglifos
en el friso dórico.
(Campanas)
Primo, ¿sabes lo que es metopa?
(Campanas)
Ven conmigo, primo.
-¿Y Carmen?
Que Santiago no es solo Santiago.
Qué ganas tengo de ver a Gabrieliño.
Yo también.
¿Te acuerdas cuando le hicieron
este retrato?
Mira qué rico está.
(Campanas)
¿Lo ves? Desde aquí se ve
la catedral, pero también...
(Campanas)
Vamos, primo, ven conmigo.
Ven.
(Música)
Nucha, ¿qué te parece
si le decimos a Bibiana
que prepare unas empanadas
para nuestro invitado?
Seguro que le gustará.
Sí.
(Música)
Vamos, señorita, venga.
Venga, señorita.
(Música)
Vamos, a volar.
(Música)
Desde que murió mi mujer, ella ha
velado por sus hermanas y por mí.
Dios la bendiga.
(Música)
Oye, tonto, ven aquí.
Vete a la puerta de la iglesia
y pregúntale a la señorita Carmen
cuándo cae en martes
el Viernes Santo.
-¿Cuándo cae en martes
el Viernes Santo?
-Pues cae donde cae.
-¿Cuándo cae en martes
el Viernes Santo?
-Estos arcos de la derecha
son muy armónicos
y yo creo que le dan un gran realce
a este ala de la Iglesia,
¿sabes, sobrino?
Sí, lo veo, lo veo.
¿Cuándo cae en martes
el Viernes Santo?
-¿Sabéis lo que dice el tonto?
Que cuándo cae en martes
el Viernes Santo.
Primo, ¿sabes lo que dice el tonto?
Que cuándo cae en martes
el Viernes Santo.
Cada día está más tonto.
Dice Bibiana que los tontos
son santos.
-Volvamos.
-¿Sabes cuando cae en martes
el Viernes Santo?
Depende,
creo que cambia cada año.
(RÍEN)
(Campanas)
Carmen, te quiero.
-Que viene mi padre,
vete.
-Apártate, mequetrefe.
¿Como se atreve? ¡Largo de aquí!
Calma, calma.
Calma, tío, calma.
Váyase, hágame caso.
Sin duda, mi tío
le ha tomado por otro,
pero ya veo que se ha equivocado.
Parece usted todo un caballero.
Váyase
y aquí no ha pasado nada.
Eso, circule, circule.
Gracias, primo.
(Campanas)
Gracias.
No hay de qué.
(Ladridos)
Rita, está muy bien,
pero que muy bien.
¿No le parece usted?
De eso, el señor marqués
sabe más que yo,
pero depende, ya verá usted.
¿Depende? ¿De qué?
Su carácter, sus virtudes,
su ingenio.
Parece una hembra sana
y tendrá hijos sanos.
Más fuertes aún que Perucho,
el de Sabel.
La casta de los señores del halaje
es muy saludable gracias a Dios.
No, no, no.
Beba, beba.
Es que no tengo costumbre.
Una vez al año nunca hace daño.
¿Sabe lo que estoy pensando, Julián?
No, no lo sé.
Bien sabe Dios que no lo sé.
Cuando la he visto sobre el caballo
he pensado que...
Vaya, no sé.
Era un arrebato, señor marqués.
Es joven.
Sí, sí, pero no es eso.
Sí, sí, que es joven, es joven
y un poco... ¿cómo se dice?
Yo juraría que se deja.
¿Que se deja qué?
Sí, hombre, sí,
que toma varas.
Para casarse no es cosa
de que la mujer no sea segura.
La prenda más esencial de una mujer
es la honestidad.
Lo que pasa es que la señorita Rita
tiene el genio así, franco y alegre.
Vamos, no me venga con disimulos.
Usted conoce bien mis primas.
Además, usted de los sacerdotes
tienen trato,
aconsejan, escuchan,
así es que, Julián,
dígame lo que sabe.
Pues, mire, yo creo que estas bodas
entre primo y prima
me parece muy bien.
Clases iguales,
no hay desproporción...
Bueno, bueno, Julián,
déjese de rodeos, al grano.
Si he de casarme,
quiero saber con quien me caso.
Las señoritas son buenas.
De todos modos,
aunque yo supiese algo,
me guardaría muy mucho
de propagarlo, ¿comprende?
O sea que para usted son perfectas.
Perfecto, perfecto,
no hay nadie, señor marqués.
Ya ha visto usted a Carmen,
tiene un novio estudiante
y, además, materialista.
Pues la verdad es que mucha materia
no parece tener.
¿Y Manolita?
¡No me hables de Manolita!
Hábleme de Rita.
Rita es una muchacha
de primer orden.
Solo que aquí difícilmente
le iba a salir novio.
Las jóvenes como Rita
siempre terminan casándose
con algún forastero.
Don Pedro, yo,
puesto a escoger,
no lo dudaría,
me quedaría
con la señorita Marcelino.
Nucha.
La señorita Marcelino.
(RÍE)
Nucha, pero si Nucha
es una cosa insignificante.
(Trueno)
Es un tesoro, señor marqués,
un tesoro.
(Música créditos)
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