¡Felipe!
Permitidme que os ayude.
¿Cómo que el rey de Inglaterra
desposará a la Beltraneja?
Esos rumores
han de ser falsos.
Marqués, un rumor
siempre lleva un poso de verdad.
¿Pacheco no ha sido
el promotor de la idea?
El problema sois vos.
Ni el marqués
ni nobles castellanos aceptarían
que gobernarais
en lugar de vuestro hijo.
No hay discusión posible;
Juana subirá al trono
cuando llegue el momento.
Sea cual sea
su capacidad para gobernar.
Está con ella...
Felipe está con ella.
Juana, ¿qué os pasa?
He ordenado que se registre
cada uno de sus desvaríos.
Nada os descubro sobre mi suegro
si os digo
que en él se unen
codicia y testarudez.
Funestas consecuencias augura
la unión con "la excelente señora".
¿Sabrán vuestros señores compensar
retirada tan prudente?
Ya que también servisteis
al archiduque en Inglaterra,
ayudadme a convencerle
de que envíe al infante a Castilla.
¡Alteza!
Alteza, vuestro hijo.
¡Soltadme!
¡Maldito seáis,
haré que os ejecuten!
Está bien,
vuestro hijo está bien.
Con la firma de su majestad,
queda ratificado
lo acordado en Lyon.
La paz entre los reinos
de Aragón y Francia
en los términos
aceptados por ambos.
Fernando pretende apartar a Juana
y sentarse en el trono
hasta que Carlos reine.
¿Puede hacerlo?
No sin el beneplácito de las Cortes.
Puede que mi hija esté loca,
pero no es tonta.
Jamás renunciará a reinar
en favor de Felipe.
Carlos se dirige hacia Malinas
en compañía de Margarita.
¡Isabel, Isabel!
Han llegado nuevas de Castilla,
dicen que pronto morirá.
Mentís.
Dicen también
que nada la atormenta más
que no abrazar por última vez
a su queridísima hija Juana.
¡No, no podéis hacerme esto,
Felipe!
Tengo que ver a mi madre,
tengo que verla.
Tan pronto como reciban
noticia del fallecimiento
deberán viajar a Castilla.
Esta vez no admitiremos
excusas ni retrasos.
Partiréis de inmediato
hacia Castilla,
quiero saber
si los planes de Fernando
son los que barruntamos.
Subtitulado por TVE.
¿Queda algo por tratar?
Reposad, majestad.
Algunos de los negocios del reino
veis que caminan por sí solos.
Mucho me descansa que Castilla
goce de la salud
que el Señor
no concede a su reina.
Pronto os recuperaréis.
Yo mismo sufrí estas fiebres
y hace ya dos días
que pude abandonar el lecho.
Lo que tan buenos remedios
han hecho por vuestro esposo
no harán menos por vos.
En esta hora, más segura estoy
de la voluntad de Dios
que de la ciencia de los galenos.
Entonces, majestad,
aliviad vuestra preocupación.
Sabe Nuestro Señor
que vuestra salud y la del reino
son una y la misma cosa.
Todas las iglesias
celebran misas diarias
por vuestra pronta recuperación.
Más valdría
dejar de importunar a Dios
pidiendo por mi cuerpo
y empezar a rogar por mi alma.
Muero.
Y no haremos ningún bien al reino
ocultando tal verdad.
He de prepararme
para presentarme ante el Señor,
pero antes he de dejar aquí
todo bien dispuesto.
No hay tiempo para lamentos.
Es mucho el trabajo por hacer
y pocas las fuerzas para ello.
Solo con vuestra ayuda
podré llevarlo a cabo.
¿Tan mal está, entonces?
Sin duda,
el estado de la reina
se agrava día a día.
Señor de Belmonte,
esperaba ansioso vuestra venida,
pues nuevas alarmantes han llegado
antes que vos desde Flandes.
¿Algo que yo desconozca, majestad?
Tal pregunta nos hacemos.
¿Es habitual que don Felipe
alce la mano contra mi hija,
como nos cuenta Fuensalida?
Sin duda,
no obró como debiera, pero...
¡Alzó la mano
contra la futura reina de Castilla!
Tenéis motivo para enojaros,
mi señor.
Mas habéis de saber que la princesa
puede ser más fiera
que la más brava leona.
Tal excusa esgrime para negarse
a enviarnos a nuestro nieto Carlos.
¿Cómo se atreve?
Majestad,
para evitarlo,
se aferraría a cualquier argumento,
así se lo advertí a Fuensalida.
¿Acaso piensa que necesita rehenes
para asegurarse la Corona?
¡Al contrario!
Está convencido de que le basta
haber desposado a vuestra hija
para tener derecho a ella.
De momento, ya le he escrito
con muy recias palabras.
¡Más le valdrá
atender mis advertencias!
¿Cuándo llegarán a Castilla?
Ese es el motivo
de mi presencia aquí:
informar de que podría
retrasarse el viaje.
¡Por qué razón!
¿Acaso no ven cuán urgente
es que comparezcan?
Mi señor,
la princesa
vuelve a sentirse indispuesta.
¿Otra argucia del archiduque?
No.
Don Felipe ha barajado la posibilidad
de iniciar camino él solo.
Sin Juana
en modo alguno será recibido.
Descansad ahora, don Juan Manuel,
ya habrá ocasión de hablar
con más detenimiento.
Sois un hombre leal.
Apreciamos el servicio que cumplís
con la princesa en corte ingrata.
Belmonte.
Temo que los escritos de Fuensalida,
incluso vuestras palabras,
vengan dictadas por el ánimo
de sosegar a sus majestades.
No sugiero que estéis mintiendo,
sino que tal vez...,
no contéis toda la verdad.
No os falta razón.
¿Cuál es el estado de doña Juana?
¿No ha recobrado la paz
al volver junto a su esposo,
como todos deseábamos?
¿Sigue alienada?
Loca, don Gonzalo,
cada día más.
Sin duda alguna,
y a los ojos
de todos los que la rodean.
Ver así a quien está llamada
a reinar en estas tierras...
En su estado nada podrá impedir
que la Corona de Castilla
caiga en manos de un traidor.
Perded cuidado.
Sus majestades conocen
las pretensiones del archiduque.
Castilla no habrá de sufrir
tal infamia.
Grande es el alivio
que me produce oíros.
Pero...,
¿cuánto ha
que no come doña Juana?
¡No lo sé!
¿Acaso también me culpáis de ello?
¿Como de que no quiera dormir,
de que no se asee,
de que no hable,
de que se revuelva como una fiera?
(Grita): ¿Es todo culpa mía?
¡Es vuestra esposa!
¡Necesita cuidados,
no que se la mantenga
encerrada y abandonada!
¡Leed, hermana!
Leed cuántos han sido sus desvaríos
en el tiempo que ha durado
vuestro viaje a Malinas.
En vez de cuidar de vuestra esposa,
os dedicáis
a recopilar sus arrebatos.
No son pocos quienes dicen
que no soy tan buen esposo
como debiera.
Habrán de callar
cuando sepan la verdad.
Los primeros,
sus Católicas Majestades.
Después, vos.
Señor.
-¡Qué!
La archiduquesa.
Iré yo.
Doña Juana está loca,
es imposible que gobierne.
Alguien habrá de hacerlo
en su nombre.
¿Su esposo?
¿Quién si no?
No lo hará
sin la bendición de las Cortes.
Los nobles de Castilla
forman una gruesa cadena
de la que vos sois
su eslabón más importante.
Vuestro apoyo
traerá el de otros muchos.
¿Y qué ganaría yo en ello?
Volver a ocupar el lugar
que ya perteneció a vuestro padre
y que os fue
injustamente arrebatado.
Castilla nunca aceptará
un rey extranjero,
decídselo a don Felipe.
¿Preferís seguir
bajo el yugo del aragonés?
Don Fernando solo será rey
mientras viva la reina,
os lo aseguro.
Tan extranjero es él
como el borgoñón.
Haced ver a don Felipe
que solo si doña Juana es reina,
él podrá ser rey.
Tal es la ley de Castilla.
¡Pero eso es imposible!
¡Doña Juana está loca!
¿No me habéis escuchado?
Demostrar que no puede reinar
solo facilitará
que Fernando siga gobernando.
A todos conviene que la archiduquesa
parezca capaz de asumir
lo que por derecho le pertenece.
Sea.
Mas una vez coronada,
doña Juana necesitará ayuda
para la gobernanza del reino.
Y la buscará en su esposo
o en su padre.
¿Dónde hallaréis vos
mayor beneficio?
Prometéis ganancias
que no podéis asegurar.
Además,
se dice
que la reina piensa restablecer
los patrimonios
que enajenó a los grandes.
Escucharemos qué nos ofrece
antes de tomar partido.
¿Cómo habéis podido permitir
tal atrocidad?
Hace más de diez días
que no la visito.
¡Está más muerta que viva!
Por culpa de su insania
y de su tozudez.
Estúpido.
Ya que no tenéis humanidad,
que sea vuestra ambición
la que os obligue a salvarla.
Si muere,
¿qué será de vuestros derechos?
Quizá nada,
pero mientras nuestro hijo...
¿Acaso creéis que doña Isabel
os nombrará regente en su testamento?
¡Sois tan iluso como desalmado!
Si no podemos educar
a nuestro nieto Carlos,
nos quedamos
sin la mejor baza que teníamos
para asegurar
el porvenir de nuestros reinos.
Lo sé.
De nuevo,
solo nos queda Juana.
Teniendo motivos
para dudar de su cordura,
¿no teméis además, como yo,
la ambición de su esposo?
Nada inquietará mi ánimo
en estas horas
porque estoy segura de vos.
Juana ha sido jurada por las Cortes.
Apoyadla y aconsejadla en todo,
velad por la Corona.
Majestad,
¿y si eso no basta?
Bastará.
Vos haréis posible
que se cumpla nuestro sueño
y nuestros reinos
sean finalmente uno.
Sabéis que no es
el único modo de lograrlo.
Debemos respetar la ley.
Es lo principal
para que todo acabe bien.
Mi señora,
¿qué os habéis hecho?
Yo os salvaré,
por nuestro hijo que lo haré.
¡Entrad!
(Belmonte escribe):
"Declarar incapaz a vuestra esposa
más obraría a favor
de los intereses del aragonés
que de los vuestros propios.
Por tanto, destruid el diario
que testimonia su enajenación.
Que no caiga en otras manos.
Contad que para ser vos rey
necesitáis que vuestra esposa
sea coronada reina.
Y para que así sea,
la princesa ha de parecer cuerda
a ojos de todos".
Cabalgad sin descanso
y dad en mano esta carta
al príncipe de Asturias.
Y solo a él.
Cumplid mis órdenes
y no tendréis queja
de vuestra recompensa.
Hermana,
haced por restableceros.
Si no es por vos,
pensad en vuestros hijos
y en los que os queremos bien.
No he de presentarme ante el Señor
con deudas sin saldar.
Cuento con vos para ello.
Haré lo que me pidáis, majestad.
Haréis relación de todo lo que debo
y daréis cumplida satisfacción.
Disponed para ello de mis bienes,
vended lo que sea preciso.
Aun así,
sé que no será suficiente.
Seguro que algunas
serán condonadas con gusto.
Voy a revocar títulos y privilegios
que pondrán rentas
al servicio de lo que os encargo.
Beatriz,
acercaos vos también.
Mis más fieles amigos.
Vos no os veréis perjudicados,
pues por escrito confirmaré
el marquesado de Moya
que os concedí.
¿Qué importan ahora los dineros
y los marquesados?
Flaco favor hacéis a vuestra salud
con tal abandono.
¿Qué hacemos aquí luchando
cuando vos misma
todo lo dais todo por perdido?
He de partir
sin cargos de conciencia.
Disculpadla, mi señora.
¿Cumpliréis
lo que os he encomendado?
Os lo juro por mi vida,
majestad.
Ahora id con vuestra esposa,
no yerra en sus reproches.
La cercanía de la muerte
nos vuelve muy egoístas.
¡Tenemos más hijas, Chacón!
Doña Juana
es la princesa de Asturias,
y tiene hijos fuertes y sanos.
¿Proponéis apartar a sus herederos,
que son los vuestros, de su destino?
Nombremos heredera a María.
Uniríamos así
nuestros reinos al de Portugal.
El emperador no permitiría
que su linaje fuese privado
de su justa herencia.
Y a Felipe no le faltaría
el apoyo de Francia.
Podríamos con ellos.
Majestad,
ocupaos de garantizar
la paz para vuestros estados,
en vez de provocar una guerra
de impredecibles consecuencias.
Podemos mantener
la línea de sucesión
y desbaratar
los planes de Felipe,
que parece olvidar
que aquí está su otro hijo,
Fernando.
No pocos aprobarían
que este fuera nuestro heredero.
La reina ya se opuso.
Acaso solo yo soy consciente
de lo que nos aguarda.
Juana le cederá el poder
y Felipe reinará.
Vos señalasteis el peligro, Chacón.
Tanto esfuerzo durante tantos años
para acabar así.
¡Yo debería gobernar en Castilla
y no un extranjero!
Os recuerdo que la reina
aún descansa en vuestra alcoba.
Y los castellanos hemos de cumplir
fielmente su voluntad.
¿Para que gobierne un traidor?
Bien sabéis que no,
pero si no respetáis la ley,
llevaréis al reino
a una guerra civil.
Esperaba más de vos, Chacón.
Isabel es mi esposa
y Juana mi propia hija,
¿acaso las amáis más que yo?
Gobernando con los sentimientos
y no con la razón,
no podremos cumplir
con lo que Dios nos ha encomendado.
Majestad,
si la razón os guía,
que vuestra propuesta
sea razonable.
No os llevéis a engaño:
Juana no está ya en esta partida.
O gana Felipe,
o gano yo.
Su Católica Majestad
parece muy enojado.
Como rey y padre lo está,
y así os lo advierte.
Sabed que quien ofende a la princesa
ofende a Castilla entera.
¿Qué le habéis contado?
Nada que no haya visto
con mis propios ojos.
¿Y han visto algo más allá
del intento de un esposo desesperado
por evitar las consecuencias
del desvarío que sufre su esposa?
Procurad evitar las causas
y no tendréis que preocuparos
por las consecuencias.
¿Me acusáis de agravar
el trastorno de la princesa?
En este diario
se han recogido puntualmente
los actos delirantes de doña Juana.
Ved cuánto ha de amar
un hombre a su esposa
para soportar semejante calvario.
Leedlo,
vos y vuestro señor.
Y juzgadme después.
Señora.
Ayudadme.
¿No oísteis al físico?
Habéis de guardar reposo.
Ayudadme os digo.
Ayer pensaba
que nunca podría abandonar el lecho.
Pero hoy me encuentro
con algún brío.
Vos siempre tan testaruda.
Y vos siempre
la mejor amiga
que Dios pudo darme.
Beatriz,
os necesito cerca,
pero también fuerte y animosa.
Veo que os encontráis mejor,
majestad.
Hoy no me confesaréis postrada.
Lo celebro.
Eso me anima a elevaros la petición
hecha por el marqués de Villena.
Solicita una audiencia,
para presentaros sus respetos
e interesarse por vuestra salud.
Mucho tardaban
los cuervos en asomarse.
Don Diego ha entregado
un importante donativo
para la dote
de las novicias pobres.
Es un gesto a tener en cuenta.
Decid al marqués que le recibiré.
Pero, ¿por qué aceptáis un encuentro
que puede restaros fuerzas y sosiego?
Porque, como os dije,
quiero dejar saldadas mis cuentas.
¿Estáis seguro de que es él?
Sí, señor.
Hacedle pasar.
¡No!
¡Esperad!
Habéis vuelto.
¿Tan poca atención merezco
que me recibís en un pasillo?
Veo que ha cambiado vuestro aspecto
pero no vuestro carácter.
Cuán viejo y cansado
volvéis de vuestro viaje.
Más que los infortunios
y enfermedades,
afectan a mi cuerpo las humillaciones
que sin necesidad he de padecer.
Y no solo aquí.
No es de justicia que para mi regreso
de las tierras que conquisté
haya tenido que pagar pasaje.
¿Acudís para que la Corona
os devuelva su importe?
Vengo a solicitar audiencia
con su majestad.
Don Cristóbal,
la reina se muere.
-Lo sé,
de ahí mi urgencia.
No permitiré
que en sus últimas horas
la importunéis
con lamentos y exigencias.
Solo quiero despedirme de ella.
Os lo ruego.
Estáis asustado.
Así ha de ser, puesto que se muere
vuestra única valedora.
Sin ella no habrá más viajes,
ni más honores.
Para vos todo termina aquí.
Oro.
He encontrado oro.
Montañas,
montañas de las que se podría extraer
excavando solo con las manos.
Permitidme ver a la reina.
Dejad que muera sabiendo
que nuestra empresa culmina
cumpliendo todo
lo que de ella se esperaba.
Enfermaréis si no descansáis.
Estar junto a vos
es mi único reposo.
Seguís preocupado
por la suerte del reino.
No.
Tampoco vos debéis temer por ello,
pues todo quedará bien dispuesto.
Así habrá de ser,
nos queda tan poco tiempo.
No habléis así.
Estas son las joyas
que más aprecio.
Y no por su valor,
hay algunas de mi madre.
Están vuestros primeros regalos,
es mi deseo que os las quedéis.
Corresponde guardarlas
a nuestras hijas.
Quiero que cuando las veáis
os acordéis de mí.
¿Creéis que necesito de joya alguna
para recordaros?
Otro deseo tengo:
por encima de todos,
y llegado el momento,
vos podréis cumplirlo.
Os juro que lo haré.
He dispuesto
que me entierren en Granada.
Pero quiero reposar
donde vos lo hagáis,
donde dispongáis.
Vuestro deseo y el mío son uno.
Siempre juntos, Isabel.
En la vida y en la muerte.
De todo lo que el Señor me ha dado,
vos sois su mejor regalo.
Es manjar blanco,
sé que os gustará.
No os asustéis,
soy vuestro esposo.
Dejad que os ayude.
Nada ha de hacerse a la fuerza
entre marido y mujer.
Todo va a ser distinto
a partir de ahora, Juana.
Os lo juro.
Sois mi bien,
sabéis que os necesito a mi lado.
Debéis recuperaros.
¡Salid, hermano! Salid.
Dejadme a solas con su alteza.
Majestad,
hay alguien a quien bien queréis
que aguarda a ser recibido.
No será entonces
el marqués de Villena.
Podéis pasar.
Eminencia reverendísima.
Rogaba a Dios todos los días
para que me permitiese
despedirme de vos.
Yo aún le rogaré
para que no haya motivo
para despedida alguna.
Aceptemos los designios del Señor.
Él nunca se equivoca.
No os vayáis aún.
Hay algo que he de decir a ambos
y que juntos debéis oír.
Sois los dos pilares
sobre los que descansa
la Iglesia de Castilla,
¿puedo confiar
en vuestro entendimiento?
Muchos son los peligros
que aún acechan a nuestra fe.
Por ello, a vos,
fray Hernando,
hay algo que debo pediros.
En todo trataré de complaceros.
Venced vuestras reservas
y apoyad a la Santa Inquisición.
Solo ella garantiza
la unidad de la fe,
y con ello se asegura
el porvenir de Castilla.
Siempre estaré del lado
de la justicia de Dios.
No son esas palabras
las que quiero oír.
A veces hemos de tolerar
lo que nos disgusta
para obtener un bien mayor que,
de lo contrario, sería inalcanzable.
Sabéis que no soy
un hombre de gobierno.
Por eso os suplico
que confiéis en mí.
Eminencia reverendísima,
un emisario ha traído
una carta para vos.
Ha dicho que era urgente,
que espera respuesta.
¿Son malas noticias?
Mi hermano se muere.
Lo lamento.
Reclama mi presencia.
¿Dispongo
que preparen vuestro equipaje?
No, no, no.
Es a la reina a quien me debo
en estos momentos.
Pero...
Nada más ha de hablarse
sobre esta cuestión.
Todo irá bien, Fray Hernando.
Disculpad, majestad,
ignoraba que estabais ocupada.
Entrad.
Deseaba hablaros,
y de todo ello puede participar
el arzobispo de Granada.
¿Recordáis, fray Hernando,
cómo empezó
la aventura de las Indias?
La fe os movió a emprenderla.
Un tesoro de almas
para la cristiandad,
esa ha sido la mayor ganancia
que hemos obtenido.
Sin duda una gran riqueza.
De la que he decidido cuidar
en mi testamento,
pues los habitantes de las Indias
son tan súbditos míos
como los aquí nacidos.
Por ello, como tales,
con los mismos derechos de vida
y propiedad han de ser tratados.
Sé cómo pensáis, majestad.
Y a quien me suceda
al frente de estos asuntos
le haré ver la importancia
de cumplir vuestros mandatos.
¿Y quién habría de sucederos?
He dispuesto que todo
haya de continuar como hasta ahora.
Me llegó noticia
del regreso del almirante.
¿Vos sabéis algo?
No.
Solo los mismos rumores
de su eminencia reverendísima.
Ojalá sean ciertos
y haya regresado con bien.
Ojalá.
(Juana hace ruidos guturales).
¿Qué hacéis?
¿Qué hacéis? Deteneos.
¡Tratáis a la princesa
como a una bestia
que engordarais para la feria!
¿Cómo os atrevéis? ¡Fuera!
¡Salid inmediatamente!
Mi señora,
en qué estado os encuentro.
Si vuestra madre os viera...
Reaccionad, mi señora,
así dais cumplimiento a los planes
de los enemigos de Castilla.
Alteza, vuestra madre se muere.
Debéis recordad quién sois
y a qué os debéis.
¿No lo entendéis, mi señora?
¡Quieren veros enajenada
para arrebataros
la corona de vuestra madre!
¡La corona
que solo a vos os pertenece!
Que este sea el fruto
de los desvelos de vuestros padres...
Pronto partiré hacia Castilla.
¿Deseáis que lleve algún mensaje
a sus majestades?
No, no, ¡No!
¡No podéis marchar!
¡Mi esposo es un monstruo!
¡No podéis dejarme aquí, sola!
Poco podré hacer por vos
si os empecináis en abandonaros.
Ayudadme.
Ayudadme y os juro
que haré cuanto esté en mi mano.
Señora, señora, señora;
no os dejaré en este estado.
Se lo juro.
Mucho agradecemos vuestra donación
para las novicias pobres.
Y así que veo que os ha complacido,
no será la única
que haga en su beneficio.
No siempre han sido fáciles
las relaciones de la Corona
con vuestra familia.
Y mucho pesar nos han causado,
majestad.
¿Habéis oído de mi voluntad
de restituir ciertas propiedades
a las grandes familias de Castilla?
Os mentiría si me hiciese de nuevas.
Vos también seréis beneficiado,
ya que en esta hora
tanta generosidad mostráis.
Sin embargo, he dispuesto
que el marquesado de Villena
permanezca anexionado
a la Corona y al Patrimonio real.
Majestad,
Villena siempre fue
la perla de nuestro linaje.
Tal será el precio
que vuestra familia tendrá que pagar
por la deslealtad
que en otro tiempo me mostró.
Alto precio que posteriores servicios
deberían haber cubierto,
¡y que a otros,
que tanto o más hicieron contra vos,
no vais a demandar!
Toda la vida he dormido
con un ojo abierto
cuidándome de los Pacheco.
Ninguna familia ha sido
tan peligrosa para la Corona.
Si padecisteis tales temores,
fue por estar en proporción
con nuestra importancia.
Como mi decisión en consonancia
con vuestro delito.
Restituyéndoos todo vuestro poder,
yo misma alentaría
una amenaza para Castilla.
Humillándome no la esquivaréis.
Cierto.
Sin embargo,
viendo llegada mi hora,
es mi deseo que todos sepan
que morí igual que viví:
plantando cara a mis enemigos.
Id, marqués.
Recordad que os he permitido
vivir en mi reino
cuando otro no hubiese dudado
en cortaros la cabeza.
¡Ni muerta dejará de buscar mi mal!
Sosegaos, señor,
los muertos poco pueden disponer
de los asuntos de los vivos.
No es otra cosa
lo que la señora intenta.
¡Maldita sea!
¡Maldita ella y toda su estirpe!
¡Calmaos os digo!
Eminencia reverendísima,
¿a qué debo el honor?
Colón está en Segovia,
él mismo me ha escrito.
¿Por qué no dijisteis a la reina
que deseaba verla?
Por desgracia, es cuestión de días
que su majestad nos deje.
Muchos solicitan audiencia
y a todos les es negada.
Pero ella tiene a Colón
en gran estima.
Os aseguro que su majestad
se ha sentido muy decepcionada
por nuestro almirante.
Aun así,
que ella decida
si quiere verle.
¡Es la reina!
Es una moribunda.
¿Consideráis
propio de buen cristiano
permitir que ese aventurero la agote
con sus quejas y reclamaciones?
No es eso lo que pretende,
según me ha escrito.
¿Sabéis que le trajo a mi despacho?
Recuperar el dinero
del pasaje que hubo de pagar
para volver de las Indias.
Siempre fue hombre
de escaso contentamiento,
pero leal a su majestad.
No, amigo mío, hace tiempo
que se siente agraviado
por el trato
que le ha dado la Corona,
lo que ha tornado su lealtad
en mezquindad y rencor.
Eminencia reverendísima,
hacedme caso.
No entréis en este asunto
del que tan poco al tanto estáis.
Quizá estáis siendo
demasiado suspicaz.
Eso mismo llegué a pensar,
por ello he tratado de averiguar
algo más sobre señor de Belmonte.
Por un criado he sabido
que no es la primera vez
que se ve con López Pacheco.
Y que, días atrás,
el señor de Belmonte
mandó con urgencia y gran secreto
un emisario a Flandes.
En este momento,
quizá sea mejor pecar de suspicaces
que de confiados.
Nuestros enemigos no parecen
tan dispuestos como nosotros
a respetar la ley.
Nos han tomado ventaja.
¿Pensáis que el señor de Belmonte
es un traidor?
Arrestémosle,
y juro por Dios que lo sabremos.
Aún no.
Sepamos primero qué traman.
"Ego te absolvo a peccatis tuis
in nomine Patris et Filii
et Spiritu Sancti. Amen".
Vuestra dedicación y afecto
me han acompañado durante años.
Os estoy muy agradecida.
La Iglesia de Castilla
siempre estará en deuda con vos.
Tomad,
guarda madera de la Santa Cruz.
Durante muchos años
ha estado cerca de mi corazón.
Señora,
parece que os estéis despidiendo.
Mañana estaréis aquí.
Pero vos no.
Haced vuestro equipaje y partid
a auxiliar a vuestro hermano,
pues más os necesita él que yo.
No voy a abandonaros, majestad.
¿Hasta el último momento
me vais a contradecir?
No es mi hermano
quien merece mis servicios,
ni siquiera mi afecto.
Si no le asistís
en sus últimas horas,
viviréis con ese pesar
toda vuestra vida.
Os agradezco el interés,
pero no iré.
Siempre habéis sido terco,
pero tampoco en esta hora
voy a consentir
que lo seáis más que yo:
partid.
Majestad.
Permitid que os lo ruegue
y no haya de ordenároslo.
Solo así me alejarais de vos.
Sea pues.
Iré
y cumpliré vuestro mandato,
pero volveré
lo más rápido que pueda.
Contad con que
no os estáis despidiendo de mí.
No caben despedidas entre nosotros.
Donde esté,
siempre estaréis conmigo.
Más reliquia es aún
por ser vuestra.
Siempre la llevaré conmigo.
Entonces,
hasta pronto.
Hasta pronto,
eminencia reverendísima.
¿Qué ocurre?
¿A qué viene tanta urgencia?
Una misiva
del señor de Belmonte.
Necesitamos a Juana cuerda
para reinar en Castilla.
¡Y ese maldito diario no deja lugar
a dudas sobre su estado!
Echadlo al fuego.
Demasiado tarde;
lo entregué a Fuensalida.
Debéis ayudadme a recuperarlo.
¿Qué tengo yo que ver? ¡Pedídselo!
Fuensalida recelará
de cualquier cosa que le pida.
Él sabe de vuestra buena relación
con Juana,
quizás en vos aún confíe.
Decid a don Felipe que entrará
con paso seguro en Castilla.
¿Vuestro apoyo está acompañado
por el de algún otro señor?
Los Guzmán, los Manrique,
los Pimentel y los Zúñiga
se ponen a disposición de Castilla
para impedir la tiranía de Fernando.
Con tan buena compañía
no podemos fracasar.
Don Felipe
ha de venir con doña Juana.
Será proclamada reina
como la ley de Castilla exige.
Después,
obraremos según las circunstancias.
Así se hará.
Vuestro padre
estaría orgulloso de vos.
Una cosa más ha de saber.
Un rey de Castilla nunca podrá ser
vasallo del rey de Francia,
mi padre se revolvería en su tumba
si lo permitiese.
Apreciado embajador, estoy feliz.
Al parecer, gracias a vos,
la princesa se aviene a alimentarse.
Una excelente noticia, alteza,
aunque el mérito solo es de ella.
Mi esposa aún rechaza mi presencia.
No la culpo, me equivoqué,
y, tal como lo asumo,
deseo rectificar.
Mi hermana, y vos con ella,
me habéis abierto los ojos.
Con paciencia y la ayuda de Dios
confío en que nuestra unión
pueda rehacerse.
Mas ahora,
lo único importante es su bienestar.
La dicha que me producen
vuestras palabras
será la misma que sientan
sus Católicas Majestades
cuando dé cuenta de ellas,
os lo aseguro.
Señor,
mi hermano me ha hablado de un diario
que ha puesto en vuestras manos.
Si de mí se pudiesen saber cosas
de tan íntima naturaleza,
solo querría dejarme morir
o vivir encerrada.
Por el honor de la princesa
he de pediros que no lo leáis,
ni permitáis que nadie lo haga.
Nunca debí haber ordenado
que se escribiera,
lo lamento.
Os ruego me permitáis
que lo destruya.
Mucho me alegra vuestra decisión,
y mayor aún es mi desolación
por no poder satisfaceros.
Envié ese diario a Castilla,
entendí que ese era vuestro deseo.
Recuperadlo.
Haced lo que sea,
pero recuperadlo.
Temo que eso ya no sea posible.
Señor embajador,
haced cuanto podáis
para proteger a la princesa
y evitar trance tan amargo
a sus padres.
Escribiré...,
o mejor aún, viajaré a las Españas
para tratar de aminorar
las consecuencias de su lectura.
Hay que detener al emisario,
como sea.
¿Aún lo creéis posible?
-¡Enviaré a mis hombres!
Que revienten
cuantos caballos sean necesarios,
pero ese diario
no ha de llegar a Castilla.
Después de lo visto y oído, majestad,
no tengo duda alguna.
Felipe intenta hacerse
con la Corona de Castilla,
y busca apoyos entre quienes
pueden inclinar
la balanza a su favor.
Es necesario
que conozcamos su plan.
Quizá pretenda que las Cortes
declaren incapaz a Juana
y proclamarse rey
con el beneplácito de los grandes.
Siendo extranjero
y vasallo del francés,
mucho habrá de invertir
para lograrlo.
O tal vez sea otra la táctica:
asegurarse una buena acogida
cuando Juana le ceda voluntariamente
sus derechos.
Igual necesitaría apoyos,
e igual de caros le costarían.
Sea cual sea el plan,
Belmonte es el lazo
entre los nobles y el archiduque.
¡Buscadle!
¡Traedle a mi presencia,
vivo o muerto!
Castilla en manos
de extranjeros y traidores.
Peor que en los tiempos de Enrique.
¿Esta catástrofe ha de suceder
al reinado de mi esposa?
Cuánto tiempo ha pasado.
Y cuán severo ha sido,
eminencia reverendísima.
Vuestra petición
para ver a la reina
ha sido denegada.
Temen que la importunéis
con nuevas demandas.
Solo quiero despedirme de ella,
os lo juro.
¿Cómo se encuentra?
Por desgracia,
le queda poco tiempo.
También yo siento
que me fallan las fuerzas.
Hay un pensamiento no me abandona:
todas las empresas humanas
son cenizas
cuando llega nuestro final.
Así es.
Sé que mi aventura ha terminado
y ya no lucho
por privilegios ni prebendas.
Amigo mío,
siempre habéis sido
un mago de las palabras.
¿Cómo saber que ahora son sinceras?
Vos habréis de decidirlo.
Solo deseo
mirar a los ojos a la reina,
ella leerá en los míos
lo que las palabras mejor escogidas
no podrían expresar con su magia.
Yo también leo en vuestros ojos,
almirante.
Y creo en lo que me dicen.
Vuestro rostro ha recuperado
algo de su color.
Y al contemplarlo,
yo recupero un poco de calma.
Estos días
en los que os habéis negado a verme
han sido para mí
la peor de las torturas.
He sentido
lo que sería perderos y...
Esposa mía,
cuánto he temido por vos.
¿Han llegado noticias de Castilla?
Su majestad,
vuestra madre, no mejora.
Sabéis que lo que suceda
será voluntad de Dios.
Sí, sí lo sé.
Por eso solo debéis pensar
en recuperaros.
Debéis estar preparada
para cumplir vuestras obligaciones.
Pronto seréis reina,
pero nada debéis temer.
Al igual que vuestro destino
es reinar en Castilla,
el mío es estar junto a vos
para ayudaros en la misión
que el Señor os ha encomendado.
Os agradezco vuestra visita,
pero estoy fatigada
y necesito reposar.
Bien,
me retiro entonces.
Descansad y recordad:
siempre estaré junto a vos,
esposa mía.
Siempre.
Estáis aquí.
Tengo tanto que agradeceros,
que no existen las palabras justas.
No las necesito, majestad.
Con haberos servido
doy mi vida por bien vivida.
Triste partida de ajedrez
afronta Castilla,
con su reina confinada
entre estas cuatro paredes.
No siempre fue así,
al contrario.
No hice sino
lo que vos me enseñasteis.
Me llena de paz saber
que estaréis aquí, con mi hija.
Mi reino precisará
manos firmes como la vuestra.
Los tiempos que se avecinan
serán tumultuosos
y nada podré hacer ya.
Habéis hecho más que suficiente.
No más que vos.
Pero no deis un paso atrás
cuando no esté, os lo ruego.
Mi esposo y mi hija
os necesitan.
Nadie malogrará
lo que vos habéis construido.
¿Puedo partir con esa certeza?
Serviré a vuestra hija
y a vuestro esposo.
Felipe no llegará al trono,
os lo juro.
¡Atrás!
-Quieto.
Estos hombres son míos,
pero la guardia real viene en camino.
¿Me han descubierto?
-Eso parece.
El rey os busca.
Señor, os ofrezco mi protección,
en mi castillo estaréis a salvo.
Partamos pues.
Marchad.
Marchad cuanto antes
pues permita Dios que lleguéis
antes de llevarse a mi madre.
Decidle que habría deseado
estar con ella.
Y que Castilla tendrá una reina
que velará por los suyos
en su memoria.
No quisiera fatigaros.
No.
Vuestra compañía siempre es
un bálsamo para mí.
El almirante está de vuelta
en Castilla, majestad.
Le he visto.
Doy gracias a Dios.
Ha solicitado permiso para veros,
pero le ha sido denegado.
Nadie quiere que se os perturbe.
Pero vos
habéis venido hasta aquí
para pedírmelo.
Solo quiere veros,
por última vez.
Compartimos tantos sueños.
Decid a mi almirante
que le recibiré.
Mi señor.
Decidme que habéis tenido éxito.
¿Es ese el libro
que os envié a buscar?
Así es, señor; aquí lo tenéis.
¿Qué es esto que me traéis?
¡Maldito bastardo, inútil!
¡No culpéis a este hombre, hermano!
Fuensalida nos ha burlado,
es evidente.
¿De qué estáis hablando?
Vos que sois buen cazador
deberíais entenderlo.
Envío ese hombre a Castilla
para que lanzarais
a vuestros perros a por él.
Traed al embajador.
¡Rápido!
-Sí, mi señor.
¡Vamos, en marcha!
Me dicen que traéis
nuevas importantes.
Contadme,
no deseo estar mucho tiempo
lejos del lecho de la reina.
Aquí tenéis el relato exacto
de sus actos insensatos.
Su esposo ordenó
llevar registro de todos ellos.
¿Cómo habéis conseguido
este documento?
Es largo de contar, majestad.
Lo importante es que,
en cuanto supe de su existencia,
entendí que debía estar
en buenas manos.
Debo agradeceros vuestra decisión,
embajador.
No sabéis cuán beneficiosa
puede ser para nosotros.
¿Y cómo se encuentra la princesa
en estos momentos?
Encerrada en sus habitaciones.
Sola,
y sometida
a la tiranía del archiduque.
Su mal empeora cada día.
Yo hice lo posible
por ser su sostén hasta mi partida.
Pero ahora temo por ella
y por el futuro.
Con razón.
En manos de Felipe
mi hija es solo un títere.
Si no hacemos por evitarlo,
conseguirá lo que tanto ansía.
La reina ha de conocer todo esto.
Majestad,
sus fuerzas ya la han abandonado.
Ahora su alma lucha
para desprenderse de su cuerpo.
Dejemos que se vaya en paz.
La reina aún puede atajar la amenaza
que se cierne sobre nosotros;
está en sus manos,
y en las páginas de este diario.
Carta de Belmonte desde Castilla.
La nobleza castellana nos apoya,
hermana.
¿Estáis seguro?
Tanto como de la ambición
de esos nobles.
El rey Fernando pierde apoyos,
y yo con ello gano ventaja.
¿Y vuestra esposa?
Nada os servirán
si no tenéis su voluntad.
Mi esposa hará lo que yo desee.
Os aseguro que todo resultará
de acuerdo con mis planes.
¿Lo habéis leído?
Duele comprobar
cuán perdida está nuestra hija.
Su desgracia es nuestra desgracia.
Todo por lo que tanto hemos luchado
desaparecerá a manos de un traidor
que no tiene honor ni piedad.
¿Qué podemos hacer?
Asegurarnos de que aunque Juana
ceda a sus pretensiones,
Felipe nunca pueda gobernar.
¿Cómo?
Ponedlo por escrito,
en vuestro testamento.
Vuestra voluntad es ley.
Solo os pido que dejéis dispuesto
un antídoto para la desgracia.
Aún podéis impedir
que Felipe se haga con la Corona.
Pobre Juana,
¿y qué será de ella?
Y si no es Juana,
entonces solo podéis ser vos.
Sois la única persona
a la que puedo confiar el futuro.
Nuestro sueño
no ha de desvanecerse,
está en vuestra mano ordenarlo.
Y en mi ánimo
que vuestra voluntad se cumpla.
Llamad a mi secretario.
"Ordeno y mando
que si la princesa Juana
no estuviera en mis reinos,
o no pudiera o quisiera gobernar,
el rey, mi señor, rija,
administre y gobierne dichos reinos
por la dicha princesa mi hija,
hasta que el infante Carlos,
mi nieto,
tenga la edad legítima,
al menos veinte años cumplidos,
para regir y gobernar.
Y suplico al rey, mi señor,
quiera aceptar
dicho cargo de la gobernación
y a todos mis súbditos,
de cualquier estado
y condición que sean,
obedezcan a su señoría
y cumplan sus mandamientos".
Ahora sí, esposo mío.
Puedo ir en paz.
Los galenos me dicen
que coméis con buen apetito.
Sí, tantos días de ayuno
hacen delicioso
hasta el plato más sencillo.
También habéis recuperado el humor.
A mí, estos días de angustia
me han hecho reflexionar.
¿Y qué ha tenido tan ocupado
vuestro pensamiento?
Nos unen lazos más profundos
que la propia vida.
Dios tejió nuestros destinos
como uno.
Esa verdad
se me ha hecho clara como el agua.
Por eso he ordenado
redactar este documento.
Si yo muriera antes que vos,
así lo quiera Dios,
todos mis títulos serán vuestros.
¿Entendéis lo que eso significa?
Sí, por supuesto.
Bien.
Creo que si vos
hicierais lo mismo,
el resto de nuestro camino
sería también uno.
Yo para vos,
vos para mí.
¿Qué decís?
Veo, mi señor,
que me creéis aún más loca
de lo que todos piensan.
Al parecer, esperáis
que os entregue de buen grado
el trono que solo a mí corresponde.
¿A esto obedecen
todos vuestros cuidados?
¿Vuestras dulces palabras?
Sabed que soportaría el martirio
antes que firmar tal documento.
¡Id con vuestras atenciones
a otra parte,
donde sean mejor recibidas!
Perra...
Habéis impedido que acuda
al lecho de muerte de mi madre,
y eso,
¡jamás os lo perdonaré!
Majestad,
nada más podemos hacer.
Aliviad su trance
cuanto sea posible.
¿No os ha llegado mi mensaje?
No.
No sé de qué me habláis.
Mandé recado urgente para vos,
pero temo
que os cruzasteis con el mensajero.
El estado de la reina ha empeorado,
es imposible que la veáis.
Esperaré.
Esperaré.
Mi señor.
Rezos
Nada de cuento hemos logrado juntos
se perderá, os lo juro.
Pues velando por vuestros logros
guardaré memoria
del inmenso amor
que siempre he sentido por vos.
(Expira).
La reina
ha muerto.
"Hoy,
día de la fecha de esta,
ha placido a Nuestro Señor
llevar para sí
a la serenísima reina doña Isabel,
mi muy estimada
y muy amada mujer.
Y aunque su muerte es para mí
el mayor trabajo
que en esta vida me pudiera venir,
y por lo que en perderla perdí yo
y perdieron todos estos reinos,
viendo que ella murió
tan católicamente como vivió,
es de esperar que nuestro Señor
la tenga en su gloria,
que para ella es mejor
y más perpetuo reino
que los que aquí tenía.
Pues que a Nuestro Señor
así le place,
es razón de conformarnos
con su voluntad
y darle gracias
por todo lo que hace".
¡Castilla por la reina Juana,
nuestra señora!
(Todos): ¡Por Castilla!
¡Por Castilla! ¡Por Castilla!
Subtitulación realizada
por Cristina Rivero.
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