domenica 24 maggio 2020

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Sommario:

Isabel - Capítulo 34


Todas las esperanzas de Isabel están puestas en su nieto, Miguel de la Paz, a quien la reina dedica las mayores atenciones. La sucesión de Castilla y Aragón pasa por él. Su repentina desaparición desata la alarma en los reinos Católicos, y tanta ambición en el corazón del archiduque Felipe como dolor y desesperación en el de Isabel. La única opción válida para los reyes es hacer venir a Juana y a su esposo para que las Cortes los juren como herederos, a pesar de todos los inconvenientes conocidos.
En Granada, la revuelta de los musulmanes es tan virulenta que ni el propio Gonzalo Fernández de Córdoba es capaz de sofocarla en el tiempo requerido. Fernando acude y es implacable contra los alzados.

Temporada 3 - Capítulo 8


"A ISABEL LE SUPERA LA TRAGEDIA"

Muere Miguel de la Paz y la reina se viene abajo. La desgracia no abandona la corte...Felipe es el nuevo Príncipe de Asturias
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    No recomendado para menores de 12 años
    Transcripción completa
    Vuestro distanciamiento de la infanta crea un gran problema,
    necesitáis un heredero.
    La petición de la archiduquesa pidiendo un obispado en Castilla.
    No volveréis a tener queja de mi esposa,
    y espero que en breve la corte tampoco.
    Necesito el apoyo de su santidad, bien lo sabéis.
    Vos aún habréis de encontrar vuestro lugar en esta corte.
    Si el papa vela por los intereses de Francia,
    estará velando por los de su hijo.
    El ducado de Milán será francés.
    ¡Nunca tendréis un dominio para poner a los pies del rey Luis!
    ¡Dudáis de mi lealtad!
    Los reyes están preocupados por los sucesos de la ciudad.
    Hacen bien,
    Granada puede estallar en cualquier momento.
    ¿Creéis que los reyes van a cerrar los ojos?
    Tanto como creo en Alá
    creo en la palabra del buen alfaquí.
    ¿Eran ciertas las promesas que hicisteis a los moros?
    La revuelta ha terminado.
    Debéis salir de Granada.
    Si mi hija Isabel pare varón, se educará en nuestros reinos.
    Nada me va a separar de ese niño.
    ¿Qué estáis proponiendo? -Que se eduque en Castilla
    hasta que tengáis descendencia y aseguréis la dinastía.
    Para ello,
    obtened de los reyes el compromiso de nueva esposa:
    la infanta María.
    ¿No os gusta más así, mi señor? Servirá de doncella y paje.
    Volvéis a Castilla.
    Aprovechad los últimos días para despediros de vuestra hija,
    ¡no nos volveréis a ver!
    No contento con el ducado,
    su santidad pide la mano de una princesa para su bastardo.
    Los Borja han jugado bien la baza de la ofensa,
    sabían que jamás se lo concederíamos.
    ¿Su santidad es un vasallo más del francés?
    ¿Pedís que vuelva a Castilla?
    Pensad en la reacción del archiduque al saber que su descendencia
    ha ido a nacer en Castilla.
    Señor,
    hay algo importante que debéis de saber.
    Me arrepiento de mis palabras, y os pido perdón por ellas.
    ¡En todo estaba de acuerdo la infanta,
    y ha vuelto a ponerse a merced de su esposo!
    ¿Hemos de temer por la suerte de nuestra hija?
    Tranquilizaos, majestad.
    El señor de Belmonte cuidará de ella.
    Subtitulado por TVE.
    Cuando nazca nuestro hijo,
    habré de reprocharle
    que me haya obligado a guardar reposo.
    Pronto asistiréis a las fiestas de la corte.
    Ojalá no se alargue mucho y pueda regresar pronto junto a vos.
    Decepcionaréis a vuestros invitados.
    No soy el que era antes, y lo saben.
    Ahora me despido pronto y soy desdeñoso con las damas.
    Menos con una.
    Descansad.
    Música cortesana
    Cesa la música
    Sed bienvenidos.
    Y sabed que nadie ha de abandonar la fiesta antes que yo.
    Que el alba nos acoja.
    Música cortesana
    (Gime): Ayuda...
    ¡Ayuda!
    No se me debe mirar con tal descaro.
    ¿Desconocéis la etiqueta?
    ¡Mi señora!
    ¡Mi señora!
    (Grita Juana).
    ¡Mi señora!
    (Llanto de bebé).
    ¡Un varón, es un varón!
    ¡Es un varón, un varón!
    Un varón.
    Llanto del bebé
    Os dije que os daría un varón.
    ¿Cómo lo llamaréis?
    Juan,
    en honor a a mis abuelos.
    Dame.
    Os presento a mi heredero:
    Carlos.
    Noticias de Flandes:
    Juana ha dado a luz a un varón.
    ¿Nuestra hija se encuentra bien? Así es.
    Y también el niño.
    (Balbucea el niño).
    Sé cuánto os complace cuidarle pero...,
    ¿no pasáis excesivo tiempo con él?
    Nada hay más valioso que él, Fernando.
    Es el heredero de tres reinos.
    Pero la Corona es vuestra hoy.
    Miguel crecerá solo, nada va a pasarle.
    La Providencia ha sido cruel con nos.
    Se abre la puerta
    Quién sabe cuándo estará satisfecha.
    Majestades.
    Decid.
    Los enemigos del rey de Portugal están buscando nuevos apoyos.
    Su soledad le debilita.
    Aún no tendrán noticia
    de que va a desposar con nuestra hija María.
    Sus algaradas cesarán cuanto sepan que Castilla le respalda.
    Alteza.
    No negaré que me ha sorprendido vuestra invitación.
    ¿Por qué, mi querido duque?
    ¿No es momento de zanjar disputas?
    ¿De darle a Portugal la paz que necesita?
    Os tiendo la mano,
    y doy por olvidada la deslealtad mostrada hasta hoy.
    Alabo vuestras buenas intenciones,
    aunque dudo que sea suficiente.
    Por supuesto,
    por supuesto.
    Volveréis a la corte,
    y recuperaréis los bienes que mi padre le arrebató
    al ducado de Braganza.
    Todo a cambio de jurar vuestra lealtad al rey.
    No es parca vuestra generosidad.
    El vicio del rencor corresponde a los débiles,
    y mi reinado es ahora más sólido y próspero que nunca.
    Estaréis al corriente de los descubrimientos en las Indias.
    Todo un continente, inmenso y de gran riqueza.
    Así es.
    Compartid la gloria de la Corona de Portugal.
    En vez de unir vuestra voluntad a las de quienes intentan socavarla.
    He de anunciaros, además,
    mi inminente matrimonio con la infanta María.
    Castilla y Aragón están a nuestro lado,
    haced vos lo mismo.
    Regresad a la corte junto a mí.
    Vuestro compromiso representa la influencia de Castilla,
    contra la que nos rebelamos.
    ¿Os inclináis por rechazar mi oferta?
    ¿Vais a renunciar a recuperar vuestra posición y vuestros bienes?
    No he dicho tal cosa.
    Mas no esperéis
    que mis convicciones cambien de un día para otro.
    Por ahora espero que cambien vuestras intenciones.
    Por leal que fuera hacia vos,
    mal consejero sería si no meditara mis decisiones,
    alteza.
    Ha visto que no le queda opción.
    Si con su orgullo no me ha replicado,
    mi corona está a salvo.
    Decid, ¿a qué debo vuestra visita?
    Solamente al agradecimiento.
    Vuestra neutralidad en Milán favoreció sin duda
    la caída del ducado en manos francesas.
    No os lo puedo negar; bien podría haberlo impedido.
    Que no lo hayáis hecho nos obliga a recompensaros.
    Sabemos que habéis encargado a vuestro hijo César
    que amplíe los dominios de los Estados Pontificios.
    Al frente de su ejército se encuentra con ese fin.
    Francia le proporcionará hombres y materiales para dicha campaña.
    Nada podría complacerme más.
    Mi hijo es ambicioso y buen estratega,
    pero su dotación es escasa.
    Tened por seguro que las tropas francesas
    harán posible su victoria en la Romaña.
    Mucha es vuestra generosidad,
    entiendo que esperáis algo a cambio.
    A día de hoy, nada os pedimos.
    Pero el tiempo suele dar ocasión para que los favores sean devueltos.
    ¡Aquí está la espada que mejor me defiende!
    Merecido tenéis descansar un tiempo en vuestra tierra.
    Gracias, mi señor.
    Mas reposaréis luego, ahora nos ocupa el deber.
    El despacho es un descanso
    para mi costumbre al campo de batalla.
    Mi sentir es justo el contrario.
    Don Gonzalo.
    Confiamos en que no os hayáis hartado de Nápoles,
    pues la amenaza no ha cesado.
    La toma de Milán es un primer aviso de las intenciones de Francia,
    sin duda puestas en el sur de Italia.
    Hemos de elaborar una estrategia
    para responder a ese ataque cuando se produzca.
    Creedme, majestad,
    la ambición de Francia será su ruina.
    El caos impera en las finanzas de Nápoles.
    Quien asuma el reino, asumirá también la carga.
    ¿Acaso proponéis permitir que Francia se haga con ella?
    No ha lugar para cebos envenenados.
    Tomo en cuenta los problemas que mencionáis,
    pero no renunciaré a Nápoles en favor de Francia.
    Así lo asumo, majestad.
    Comenzaré desde hoy a trazar una estrategia
    para frenar el ataque francés.
    Si me lo permitís, antes de ponerme a ello,
    me gustaría rendir visita a su majestad la reina.
    Majestad.
    Mi querido Gonzalo.
    No quisiera importunaros.
    Descuidad,
    duerme como un bendito.
    Celebro que el rey os haya dado un descanso.
    Me temo que no será por mucho tiempo.
    Culpad a lo mucho que dependemos de vuestra maestría en la batalla.
    Os bendigo por ello.
    Veros siempre me devuelve a tiempos que quedaron atrás;
    quién pudiera revivirlos.
    Nadie escapa a la nostalgia de la juventud.
    Aunque...
    mucho mayores son ahora vuestra gloria y sabiduría.
    Lo son,
    pero he pagado alto precio por ellas.
    Solo los que a nada aspiran salen ilesos del paso del tiempo.
    Ruego para que Dios no os reserve castigos
    como los que yo he sufrido.
    Majestad.
    A vos no puedo mentiros, Gonzalo.
    Mi señora.
    Isabel.
    Esa reina fuerte de la que todos hablan,
    no soy yo.
    Ya no.
    Sobrevivo a las desgracias, mas no las resisto.
    Nadie saldría con bien de los golpes que vos habéis soportado.
    Y aún estáis en pie.
    ¿Por cuánto tiempo?
    Mi alma es ahora vulnerable.
    Si acaeciera otra desdicha, moriría en vida.
    No.
    No,
    os volveríais a levantar.
    Os he visto hacerlo tantas veces...
    Así lo quiero creer,
    aunque solo sea para estar a la altura
    del alto concepto que tenéis de mí.
    Mi señora,
    vos sois fuerte.
    Lo queráis o no.
    Dios os hizo así y eso nada puede cambiarlo.
    Nunca tanta grandeza se guardó en un cuerpo tan pequeño.
    Un futuro emperador.
    Y quién sabe si más.
    ¿Más?
    La política enfría el lecho.
    Olvidemos ese tema.
    O mejor,
    no hablemos.
    Estoy en cuarentena, amor mío.
    Decidme que no anheláis mis caricias y frenaré.
    Pero los físicos me prohíben... -Escuchad.
    Echadme de vuestro lado.
    Mas...,
    sed dulce,
    como nunca.
    ¡Granada fue entregada a los cristianos
    a cambio de indulgencia!
    ¡Mas ahora ya no se esconden!
    ¡Nuestra fe les repugna,
    y harán lo posible para acabar con ella!
    ¡Ya veis cuán poco vale la palabra del infiel!
    ¡Nos quieren conversos o fuera de nuestras tierras!
    ¿Vamos a dejar que nos sometan?
    (Todos): ¡No, no!
    ¿Vamos a permitir que nos arrebaten nuestras tierras
    si no besamos su maldita cruz?
    (Todos): ¡No, no!
    ¡Hagamos de nuestros pueblos fortines!
    ¡Reductos de la fe de Alá!
    ¡Resistencia o muerte, hermanos!
    (Todos): ¡Resistencia!
    ¡Resistencia o muerte, hermanos! (Todos): ¡Resistencia!
    (Catalina a Isabel): ¡Mi señora!
    ¡Majestad! ¡Majestad!
    Unas fiebres mortíferas, nada se ha podido hacer.
    ¡Isabel!
    Ordenad al físico que busque en el cuerpo del príncipe
    causas más allá de las fiebres.
    ¿Sospecháis que hay alguien tras esta desgracia?
    Prefiero despejar mis recelos.
    La discreción ha de ser máxima, Chacón.
    Y ninguna la noticia que de esta cuestión tenga la reina.
    Como mandéis.
    ¿Por qué?
    ¿Por qué este castigo tras tantos otros?
    Dios nos pone a prueba sin clemencia.
    (Grita): ¿Qué más pruebas necesita?
    ¿Qué quiere de nosotros?
    ¡Le rezo con fervor,
    nadie como yo ha extendido su palabra por toda la cristiandad!
    ¿Y así me recompensa?
    ¡No!
    ¡Veo libres de castigo a infames y descreídos!
    ¿Qué sentido tiene entregar mi fe a un Dios injusto?
    Vuestro dolor es el mío,
    y ojalá pudiésemos dejarnos llevar por él,
    como el resto de los hombres, que así curan las heridas.
    Pero hemos de recluir el pesar en nuestros corazones,
    pues la muerte del príncipe
    nos deja sin heredero y nos aleja de Portugal.
    En nada me afectan esos asuntos. Mas han de hacerlo.
    Recemos y lloremos,
    maldigamos,
    pero cuando salgamos de esta alcoba,
    seamos reyes.
    Llaman a la puerta
    Majestad.
    ¿Qué ocurre?
    Se han producido nuevos levantamientos en Granada,
    la calma fue tan solo un espejismo.
    Dadme licencia para ocuparme de ello.
    Vuestra carga es intolerable.
    Reunid a don Gonzalo y a Cabrera.
    Aguardad en el despacho.
    Mi señor,
    sabed que sentimos vuestro dolor como propio.
    ¿Dónde se han producido los levantamientos?
    Por ahora, tan solo en Güéjar.
    Se han atrincherado y se niegan a vivir bajo ordenamiento real.
    El tiempo de los sermones ha quedado atrás.
    Será el ejército quien resuelva la situación.
    De nada sirve la palabra para quien no quiere oírla.
    Majestad,
    es evidente que mi labor nunca podrá ser contemplada
    sin la contundencia de las armas.
    Habrá que actuar lo antes posible,
    para que la rebelión no se extienda a otros pueblos.
    Os encargaréis de ello.
    Que el castigo sea ejemplar: esclavizad a los supervivientes.
    De los aprietos en los que se ve la Corona,
    este se puede zanjar de un tajo.
    De los demás nos ocuparemos hoy en consejo.
    Ahora el tiempo es un enemigo más.
    Lo lamento, eminencia reverendísima,
    pero os ausentareis de las celebraciones
    por el nacimiento de Carlos.
    ¿Por qué motivo?
    Viajaréis a Francia.
    Tendréis el honor de conseguir para mi hijo
    el mejor regalo que pudiera desear.
    Pero he de advertiros:
    mi esposa no debe tener noticia de esta cuestión,
    por ahora.
    Majestad, está aquí don Francisco de Busleyden.
    Hacedle pasar.
    Querido amigo, celebro vuestra visita.
    Como sabéis, vuestra corte me es tan grata como la mía.
    Para vuestro señor.
    O, mejor dicho,
    para su hijo, el pequeño Carlos.
    Le armo sin temor,
    tan seguro estoy
    de que nuestra alianza será la misma
    cuando pueda empuñarla.
    Hacéis bien.
    Puede incluso que estéis armando a vuestro propio heredero.
    Mi señor, el archiduque,
    os propone un matrimonio entre vuestros respectivos hijos.
    ¿Casar a Carlos y a Claudia?
    Carlos heredará en su día el imperio germánico.
    En una sola generación, podrían estar bajo la misma Corona.
    ¿Y qué opina Castilla?
    Dudo que Fernando dé el visto bueno a que su nieto case con Francia.
    Carlos es hijo del archiduque antes que nieto de los Católicos.
    A su padre corresponde decidir su futuro.
    Aunque suya sea la potestad, dar tal paso tendría consecuencias.
    Que no os intimide la sombra de los Católicos.
    Como rivales vuestros,
    debería complaceros apoderaros de su línea de sucesión.
    Vuestra propuesta es tentadora pero lleva implícita una ofensa.
    Dais por hecho que no tendré hijo varón.
    No, mas bien os ofrecemos la oportunidad de aseguraros uno.
    Lo que dejaría la Corona de Francia en manos de un extranjero.
    De un aliado,
    que lo sería en cuerpo y alma, si me lo permitís.
    No rechazo vuestra oferta,
    pero os ruego me deis tiempo para valorarla.
    La alianza con Portugal parece asegurada
    con el compromiso de la infanta María y Manuel.
    Hemos de solicitar a Roma la dispensa para ese enlace.
    Así se hará.
    La sucesión de nuestros reinos es el problema.
    El título de princesa de Asturias corresponde ahora a doña Juana.
    Y con ella a ese borgoñón.
    Lo que no haría por evitarlo.
    ¿Acaso hay manera?
    Negar a Juana la sucesión a favor de María sería caprichoso,
    y ella no merece tal desprecio.
    La legítima heredera es ella y no Felipe.
    Desengañaos.
    Felipe reinará y ella ejercerá de consorte,
    aunque el derecho diga lo contrario.
    Lo que tanto nos ha costado construir,
    en manos de familia que nos trata como enemigos.
    Asumámoslo como inevitable,
    mas tratemos de suavizar el daño.
    ¿De qué forma?
    Han de jurar las leyes de Castilla y Aragón cuanto antes.
    Durante su estancia aquí haremos lo posible
    para librar a Juana de la influencia de su esposo.
    Enviaremos una misiva de inmediato.
    Os recomiendo que en la misma aprovechéis
    para recordar a Felipe
    que el legítimo heredero no es él.
    O por el camino crecerán sus ambiciones
    y será más difícil frenarlas.
    Estáis delante
    de los nuevos herederos de Aragón y Castilla.
    Pobre Miguel.
    Dios le tendrá en su gloria.
    No renunciemos nosotros a disfrutar de la nuestra.
    Amor mío,
    vuestros reinos nunca han sido tan nuestros como ahora.
    Los de ella, para ser precisos.
    Isabel y Fernando insisten en que vos seréis consorte y no rey.
    Que el brillo de las buenas noticias no os impida ver las malas.
    ¿Consorte?
    Es humillante.
    No os soliviantéis.
    Son las leyes de Castilla, donde la mujer puede reinar.
    Vos no permitiréis que se me ofenda,
    ¿no es cierto?
    Qué puede hacer frente a la ley, o, más bien,
    frente a la voluntad de los reyes.
    Negarse a aceptar la sucesión si no se modifica mi título.
    Así cederán.
    Sería una muestra de respeto y lealtad hacia vuestro esposo.
    Haré cuanto esté en mi mano,
    ¿cuándo partiremos?
    Deberías hacerlo sin demora.
    Castilla y Aragón necesitan de vuestro juramento.
    No nos apresuremos,
    antes han de resolverse otras cuestiones.
    Qué gran servicio nos ha hecho Dios con la muerte de este pequeño.
    Todo son beneficios para Francia.
    Ya no hay amenaza de que Castilla, Aragón y Portugal
    estén bajo un solo soberano.
    No solo eso.
    Ahora los herederos de Castilla serán Juana y Felipe.
    Y tras ellos el pequeño Carlos.
    Heredero del Imperio Romano Germánico
    y un día también dueño y señor de Castilla y Aragón.
    Sin duda,
    casar al hijo del archiduque con Claudia
    es ahora una oportunidad inmejorable.
    Que las ventajas, tan evidentes,
    no os hagan olvidar el escollo que tan bien supisteis ver.
    Que cuando llegue al trono, Francia será regida por un extranjero
    mas mi esposa no me ha dado varón, y quién sabe si lo hará.
    Necesito un heredero.
    Pondré como condición
    que Carlos se eduque en esta corte desde la firma del pacto.
    Yo me encargaré de que acabe siendo tan francés como vos y yo.
    No hay que desdeñar la reacción de los Reyes Católicos,
    ahora más que antes.
    Mi señor,
    un noble portugués desea veros.
    No se rendirán.
    ¿De qué fuerza disponen?
    No son sus armas lo que debe preocuparnos,
    sino su fe.
    Prefieren morir que claudicar.
    Habremos de ir casa por casa.
    Están locos...,
    provocarnos así.
    Si es el martirio lo que quieren...
    Señores, disculpad que no haya anunciado mi llegada.
    Lo que aquí me trae requiere de discreción.
    Reveladlo;
    la incertidumbre nunca fue de mi agrado.
    Voy a arrebatarle el trono a Manuel de Portugal.
    Y desearía contar con el respaldo de Francia en mi cruzada.
    Nos pedís que intriguemos contra un rey legítimo.
    ¿En qué beneficiaría a Francia vuestro triunfo?
    Cuando llegue al trono,
    será el fin de la alianza entre Castilla y Portugal.
    Un enemigo más débil da ventaja a sus rivales.
    Ya es un hecho el fin de la unión castellano-portuguesa,
    dada la muerte del pequeño Miguel.
    Mas el rey Manuel se ha comprometido de nuevo
    con una infanta de los Católicos.
    ¿Y si tienen hijo varón? Todo podría quedar como estaba.
    Por suerte, deben recibir una bula papal para desposarse.
    Hasta ese momento, el trono de Manuel será vulnerable.
    Y la sucesión me corresponde por derecho.
    Se necesita algo más que derecho para derrocar a un rey.
    ¿Con qué apoyos contáis?
    He recuperado mis bienes, y con ellos mi poder.
    Muchos darían la vida por una Portugal soberana.
    ¿Qué buscáis de nosotros?
    Que hagáis lo que esté en vuestra mano
    porque yo sea pronto el rey de Portugal.
    ¡Cuando mi señor decida vuestro castigo, os lo haremos saber!
    ¡Hasta entonces, sois prisioneros de Castilla!
    Habrán de esperar el juicio.
    Me encargaré de organizar el traslado.
    ¡Dadles agua!
    ¡Güejar ha sido solo el primero de muchos!
    No creo que en otros lugares envidien a vuestros muertos,
    ni vuestra libertad perdida.
    ¿Tan mal conocéis a los míos?
    Les avergonzará no seguir nuestro ejemplo.
    ¿Quién no prefiere el martirio a la sumisión?
    El rey Manuel ha anunciado su presencia
    en el funeral de Miguel.
    No podía ser de otra manera,
    era su hijo.
    Es un hombre recto y amable,
    será un buen esposo para vos.
    Vuestra hermana Isabel fue dichosa con él.
    No ansío el amor, madre,
    pues si lo hiciera no podría soportar mis deberes.
    Pronto voy a perderos,
    me consolaría que fuese por una unión feliz.
    Cumpliré mi cometido, con la ayuda de Dios.
    Nada espero,
    salvo ser una buena hija y una buena esposa.
    La felicidad...,
    vos bien lo sabéis, madre,
    es demasiado pedir.
    (Réquiem): "Domine, Iesu Christe,
    Rex gloriae,
    libera animas omnium fidelium defunctorum
    de poenis inferni et de profundo lacu.
    Libera eas de ore leonis, ne absorbeat eas tartarus,
    ne cadant in obscurum;
    sed signifer sanctus Michael repraesentet eas in lucem sanctam..."
    El físico ha dado ya su dictamen:
    ningún signo extraño le encontró, su muerte fue natural.
    Vuestra futura esposa.
    Alteza.
    Sabed lo mucho que lamento la muerte de vuestro hijo,
    mi sobrino.
    Os lo agradezco.
    Siento que nuestro primer encuentro como prometidos sea tan sombrío.
    También lo ha sido la causa de nuestra unión,
    pues sin la muerte de mi hermana nunca habría tenido lugar.
    He de saludar a vuestros padres.
    Os ha de consolar saber que recuperareis la ilusión,
    y más hijos vendrán.
    Vuestro matrimonio refrenda la alianza entre nuestros reinos.
    Me consuela oíros,
    pues mis enemigos insisten
    en que mis días en el trono están contados.
    ¿La noticia del compromiso no les ha desalentado?
    Más bien todo lo contrario.
    (Asombrada): El duque de Braganza.
    Y aquí tenéis la muestra.
    ¡Cómo osa!
    Creedme si os digo que no ha sido invitado.
    Tampoco a sentarse en el trono, y es su intención.
    Majestades.
    Lamento profundamente vuestra pérdida.
    Sabréis aliviar este golpe
    sirviendo a vuestro rey en horas tan lúgubres.
    Haré lo que mi deber con Portugal me exija.
    María.
    Si venís a que os pida disculpas, tenéis razón:
    han sido palabras crueles,
    y me arrepiento de ellas.
    Lo que me aflige
    es que aunque vayáis a hacerlo,
    no deseéis ser mi esposa.
    ¿Acaso vos lo deseáis?
    Me rechazasteis en su día,
    ¿por qué ibais a haber cambiado de opinión?
    Si casé con vuestra hermana Isabel es porque urgía un heredero.
    Vos aún eráis tan niña...
    E Isabel era ya princesa de Portugal.
    Las razones políticas eligieron por mí.
    Como lo hacen ahora.
    Sé que esta boda es precipitada
    y que la empaña el dolor por tantas muertes.
    Pero sí,
    quiero ser vuestro esposo.
    Sois hermosa,
    dulce y despierta.
    El destino nos ha unido,
    pero siento que conmigo está siendo muy generoso.
    Tened un viaje tranquilo.
    Más sereno partiría si mi futuro se aclarase pronto.
    ¿Tanto teméis al duque de Braganza?
    No os deberían imponer sus bravatas, el rey sois vos.
    Su osadía puede pareceros ridícula,
    pero evidencia su falta de escrúpulos.
    Si mi casamiento con María fuese inmediato,
    sus manejos perderían importancia.
    Siendo Braganza el problema,
    ¿no habéis pensado en tomar
    medidas drásticas?
    El derecho ampara al rey.
    ¿Por qué habría de manchar sus manos de sangre un soberano
    para retener lo que ya le pertenece?
    Me temo que acabar con él alimentaría a los que le respaldan
    y daría alas a su rebelión. No lo discuto,
    pero no tardaríais en aplastar una rebelión descabezada
    y sin los recursos económicos del duque.
    La mejor solución a la amenaza que se cierne sobre mi trono,
    la única posible,
    es que la boda con vuestra hija sea inmediata.
    Sabéis que es necesaria la dispensa papal,
    al ir a casar con la hermana de vuestra anterior esposa.
    Ya ha sido solicitada.
    ¿Y?
    Nuestras relaciones no pasan por su mejor momento.
    Si las compensaciones que ofrecéis a cambio de la dispensa
    estuvieran a la altura de vuestros desencuentros,
    pronto se resolvería el problema.
    No pienso comprar el favor de quien osó llamarme usurpadora.
    Entiendo.
    ¿Pero creéis que es momento de anteponer rencillas
    a la solución de problema tan grave?
    Concederá la dispensa antes o después.
    Ahora no podemos humillarnos ante el papa.
    O a sus ojos perderemos autoridad para siempre.
    Ya veo.
    Así que me dejáis por tiempo indefinido vulnerable.
    Solo.
    Y no puedo sino resignarme.
    Los avances de mi hijo César están siendo lentos, pero exitosos.
    Sin duda, gracias a vuestras tropas.
    Me alegro de que os sean útiles, pues os animará a compensarme.
    Poco ha tardado en llegar la factura por vuestra generosidad.
    Decid, ¿qué deseáis?
    ¿Habéis concedido la dispensa
    para la boda del rey portugués con la infanta castellana?
    Aún no. -No lo hagáis.
    Dar órdenes al santo padre roza la blasfemia.
    "Quid pro quo", santidad.
    Vuestra negativa a esa dispensa
    a cambio de tropas y pertrechos para haceros con la Romaña.
    ¿Este súbito interés de Francia por la boda del portugués?
    La desunión entre Castilla y Portugal nos conviene a todos,
    en tanto que debilita a los Católicos,
    ¿no es así?
    Sois poco claro en vuestros objetivos.
    Si he de complaceros, dadme todos los detalles.
    Os doy cuanto debéis saber:
    lo que el rey Luis desea
    y lo que vos obtendríais.
    La bula que concedí a vuestro soberano
    para desposar con Ana de Bretaña
    agotó mis escrúpulos en materia de enlaces.
    Tras semejante dislate,
    ¿qué podría objetar para impedir la boda
    entre el portugués y su cuñada?
    Sois el santo padre,
    no necesitáis respaldaros en argumentos.
    Los argumentos emanan de vos.
    Mas mis decisiones han de someterse a voluntades ajenas.
    Es posible que estén contados los días del rey Manuel en el trono.
    No tendréis que justificaros por largo tiempo.
    Sea.
    Virtuosas manos han forjado esta espada en Francia.
    Allí habrá de forjarse también el destino del futuro emperador.
    Entiendo que no debe ser fácil para vos,
    pero era de esperar que el rey Luis pusiera alguna condición.
    Cómo negarme.
    Mi hijo Carlos será el hombre más poderoso
    de toda la cristiandad.
    Hay... que sortear una última traba.
    Luis de Francia exige el consentimiento de vuestra esposa.
    Desea evitar el previsible conflicto con vuestros suegros.
    De nada podrán acusaros
    si la propia madre de Carlos ha accedido.
    La voluntad de Juana me pertenece.
    (Histérica): ¿Cómo habéis osado
    a decidir el futuro de nuestro hijo sin consultarme?
    Le he conseguido la mayor grandeza a la que un hombre pueda aspirar.
    ¡No crecerá en una corte extraña!
    ¡Jamás me separaréis de él!
    Vuestra rebeldía es en vano.
    No saldréis de este palacio sin firmar ese acuerdo,
    no tendré escrúpulos.
    ¡Atreveos!
    Antes de desgraciarme,
    sabed que llevo otro hijo vuestro en mi vientre.
    Será el bálsamo que os alivie cuando Carlos parta.
    ¡No es mi amor de madre lo único que está en juego!
    ¡Ese acuerdo es una traición a mis padres!
    ¿Sois más leal a ellos que a mí?
    Su dignidad gana en mucho a la vuestra.
    ¡Dejad de pensar como madre y como hija,
    y pensad como una reina!
    Pospondré el viaje a Castilla hasta que cambiéis de opinión.
    Y mandaré a Busleyden
    para que dé cuenta a vuestros padres del futuro de Carlos.
    Sin mi firma,
    sus palabras se las llevará el viento.
    Hecho el anuncio,
    vuestra negativa no tendrá sentido.
    Nunca firmaré.
    ¡Maldigo el día en que os elegí como madre de mis hijos!
    Han pasado semanas y Roma sigue sin pronunciarse.
    Su silencio es en sí una respuesta.
    Es insufrible que nuestros intereses dependan de ese papa.
    ¿No ha llegado el momento de influir
    para que la cabeza de la Iglesia sea otra?
    En nada le estimo,
    pero nuestra fe nos obliga a respetar su reinado.
    ¿Son sus decisiones fruto de esa fe, o de justicia alguna?
    Tras ellas solo hay rencor, cuando no ambición.
    ¿Y qué haremos si no la concede?
    Puede que nos veamos obligados a aceptar a Braganza como rey.
    Me niego a reconocer a ese arribista.
    No desposeímos de sus privilegios a los nobles castellanos
    para obrar de modo diferente en Portugal.
    Entonces quizá Manuel tenga razón.
    Habremos de humillarnos ante Roma para conseguir su favor.
    Aún confío en no tener que hacerlo.
    Majestades.
    La delegación de Flandes ha llegado a la corte.
    ¿Juana está aquí?
    Me temo que no.
    ¿Qué agravio es este?
    Fuimos claros al ordenar la presencia de Juana y Felipe.
    Su ausencia no es fruto de desdén, sino de la buena fortuna:
    vuestra hija está de nuevo embarazada.
    Como comprenderéis,
    una travesía tan larga sería una amenaza para su salud
    y la de su próximo hijo.
    Os agradecemos tan largo viaje para informarnos.
    No es la única noticia feliz que os traigo.
    Mi señor ha conseguido para vuestro nieto Carlos
    un destino inmejorable.
    (Iracundo): ¿Por quién se tiene ese malnacido de Felipe
    para decidir el futuro de nuestro nieto?
    ¡Si tan solo fuese nuestro nieto y no quien herede nuestros reinos!
    ¡Será un francés!
    ¡No habléis como si fuésemos a permitirlo!
    Dejad que la rabia me abandone
    y encontraré la forma de deshacer ese acuerdo.
    Malas noticias de Granada.
    Más villas se han atrincherado.
    ¡Maldita sea!
    ¡Le pedí brío a Gonzalo para evitarlo!
    Las rebeliones no son lo más preocupante.
    Se sospecha que intentan crear un puente con África
    para recibir refuerzos.
    Quién sabe qué consecuencias podría tener su entrada.
    Ya no solo para Granada, para el reino entero;
    para la cristiandad.
    Desde este momento, yo mismo asumo la campaña.
    Ha de zanjarse de una vez.
    O conversos o muertos, ¿no era eso lo que queríais?
    Alteza,
    es mal momento para abandonar la corte.
    El problema sucesorio... También lo resolveré en Granada.
    Que un emisario parta hacia Francia de inmediato.
    ¿Con qué mensaje?
    Fernando de Aragón propone el reparto del reino de Nápoles.
    ¿En qué condiciones?
    En unas difícilmente mejorables.
    Mío sería el título de rey y el dominio de zonas importantes.
    Roma se opondrá a ese acuerdo.
    El aragonés ha pensado en ello:
    lo excusaríamos por la necesidad de defender la zona
    frente al avance del turco.
    Mas hay una condición para la firma.
    La ruptura del acuerdo matrimonial entre mi hija y el vástago de Felipe.
    Aceptad.
    Ese compromiso me asegura un heredero que no tengo,
    y un futuro imperial para Francia.
    ¿Hacerse con la mitad de Nápoles no os compensa
    sin gasto militar ni derramamiento de sangre?
    Una vez asentada Francia en Nápoles,
    la invasión de la zona aragonesa solo cuestión de tiempo.
    Por supuesto,
    mas el pacto matrimonial,
    era prometedor.
    Apenas son dos criaturas.
    Tiempo habrá para acordar su enlace de nuevo,
    en un futuro.
    Cierto.
    Disgustaréis al archiduque, eso sí.
    Flandes es vasallo de Francia.
    Siempre se plegará a nuestra voluntad.
    Mi señora,
    vuestro esposo ha partido esta mañana.
    ¿Y mis hijos?
    Con él.
    Vuestra presencia aquí está de más.
    Considerad un gesto de lealtad
    que os informe de mi reciente matrimonio.
    He desposado a la hija del duque de Medina Sidonia.
    Casad con la dama que gustéis,
    no hace sombra a mi enlace con la infanta María.
    Temo que ese matrimonio nunca tendrá lugar.
    La dispensa papal no os será concedida.
    No tenéis influencia suficiente en Roma para impedirlo.
    ¿Creéis que estoy solo en este empeño?
    Sois vos quien lo está.
    Así pues sed sensato y levantaos de ese trono.
    Os prometo buen trato si lo hacéis sin demora ni resistencia.
    ¡No os atreváis a dar órdenes a vuestro rey!
    Aprovechad mi ofrecimiento.
    O dejaréis el trono igualmente,
    pero de manera mucho menos agradable.
    ¿Osáis amenazarme de muerte?
    Podría ordenar que acabaran con vos.
    Pero no lo haréis,
    pues también vos os condenaríais.
    Fuera de mi presencia.
    ¡Marchaos!
    He ordenado a cien soldados que guarden mis estancias,
    he cancelado mis salidas.
    Soy el rey y habré de vivir como un recluso,
    temiendo la muerte a manos de ese traidor.
    Y todo por el maldito orgullo de los Católicos.
    Vuestra boda daría al traste con sus ambiciones.
    Y aunque él esté impidiendo que se conceda la dispensa,
    está en manos de Castilla resolverlo.
    En sus manos, mas no en su ánimo.
    Poco les importa que mi vida esté en juego.
    Han de presionar a Roma con urgencia.
    Se lo rogué y me ignoraron.
    Quizá rogar no sea apropiado.
    Dadles a entender
    que necesitan ese enlace tanto como vos.
    ¿De qué forma?
    ¿Qué podría causarles inquietud igual a la mía?
    Hay un nombre ante el que la reina tiembla.
    Un nombre que hace resurgir sus peores fantasmas.
    Juana la Beltraneja.
    Ha de ser una chanza.
    ¿Y esa misiva viene sellada por el rey portugués?
    Así es, majestad.
    ¿Cómo osa a amenazarme con desposar a la Beltraneja?
    ¡Respaldamos a Manuel como rey, le entregamos a nuestra hija,
    y responde con esta bajeza!
    Para que cedamos ante Roma; no creo que pretendan
    que renazcan conflictos resueltos hace tantos años.
    Poco importa lo que pretendan.
    ¡El agravio es intolerable! Calmaos.
    Yo iré a la corte portuguesa para zanjar este absurdo.
    ¡Sin piedad!
    Llanto de bebé
    Proclamad la victoria, mi señor,
    aunque ningún enemigo pueda oíros ya.
    ¿Estáis seguros de lo que decís?
    ¿Habéis buscado en cada rincón?
    Ninguno, señor.
    Solo mujeres y niños.
    Pueden dar gracias a su dios por no hallarse el conde de Lerín.
    ¿Qué queréis decir?
    El navarro hizo estallar en Lauxar una mezquita.
    Servía de refugio a las mujeres y los niños de la villa.
    ¿Y qué justifica tal barbarie?
    Nada quizá.
    Mas habrá quienes, conociendo la matanza,
    no querrán un final tan cruel; correrán a bautizarse.
    Erráis, mi señor.
    Mirad a vuestro alrededor;
    a esto conduce el odio y la rabia.
    Erráis vos.
    Donde el catecismo fracasa, el terror hace brotar la fe.
    Incluso en las almas más impías.
    No os culpéis por ignorarlo; sois un soldado,
    y yo un rey que ha de gobernar.
    Y, en ocasiones,
    hacer pasar por justo aquello que no es.
    De nuevo somos una familia.
    Dad por hecho que soy y seré la única heredera de Castilla.
    Nunca intercederé por vos en esa cuestión.
    Sé lo que valen vuestras bravatas.
    Lo justo para que mi amenaza de abandonaros
    logre sofocarlas.
    Que Luis de Francia venga a Granada para el reparto de Nápoles
    revela que la propuesta le complace, ¿no os parece?
    No lo niego.
    Mas, ¿no creéis que su intención, una vez coronado,
    sea hacerse con vuestra parte?
    Querido amigo, como si mi plan fuese otro.
    Nápoles será el campo de batalla
    donde nos mediremos con los franceses.
    Además, el acuerdo nos da prestigio a ambos;
    y bien que lo necesito.
    Causaréis sorpresa en Flandes.
    Que aprenda el archiduque los límites de su poder.
    Majestad.
    Siento haberos obligado a desplazaros hasta aquí.
    No veo perjuicio en conocer tan bello lugar.
    Y menos si he de salir de aquí convertido en rey de Nápoles.
    No esperemos más.
    Os lo ruego, leed las condiciones.
    Por el presente acuerdo,
    el reino de Nápoles quedará bajo dominio de Aragón y de Francia,
    en los siguientes términos.
    "Don Fernando quedará con las provincias del sur:
    Apulia y Calabria, con el título de ducados.
    Mientras que don Luis controlará las provincias de Abruzzo
    y Tierra de Labor,
    y con ellas la ciudad de Nápoles.
    Los impuestos serán repartidos equitativamente.
    El título de rey de Nápoles será propiedad
    de su majestad el rey Luis, aquí presente.
    Las condiciones me complacen.
    Tanto como para renunciar al casamiento de vuestra hija
    con mi nieto Carlos, ¿no es así?
    Tenéis aquí el documento que atestigua
    que ese proyecto ha quedado en nada.
    Una copia ha sido enviada a Flandes para hacerlo saber.
    Al fin, paz.
    Al fin.
    ¿No deberíais estar en Roma y no aquí?
    No elevaré el tono, acatando la voluntad de mi señora.
    Creo adivinar que vuestra intención no es amenazar a Castilla,
    sino forzarla a obtener la bula por cualquier medio a su alcance.
    Cierto es que prefiero desposar a María que a Juana,
    mas la espera se hace insoportable y Portugal necesita un heredero.
    Nada obtendréis de mi señora intentando amedrentarla,
    pues es tarea imposible.
    Ya que vuestra idea ha sido tan ofensiva como inconsciente,
    os haré saber las consecuencias de vuestro matrimonio con Juana.
    Os escucho.
    El primer conflicto lo tendríais con Roma,
    que decidió la reclusión de aquella a la que pretendéis desposar.
    Pero el enojo que causaríais en el Vaticano
    sería mínimo frente a la ira de Castilla.
    Ese matrimonio sería respondido con algo más que palabras.
    ¿Estáis amenazando a Portugal con una guerra?
    Doña Juana no ha de concebir hijo alguno
    que pueda reclamar un día el trono.
    Jamás permitiremos que pueda traer al mundo
    a un vástago con sangre real.
    ¿Hasta dónde estáis dispuestos a llegar para impedirlo?
    Esa mujer erró hace veinticinco años y provocó una guerra.
    Hoy mi señora no dudaría en responder del mismo modo.
    Los reinos de Castilla y Aragón, hasta ahora vuestros aliados,
    se tornarían enemigos.
    Y como tales, apoyarían a vuestro rival.
    Vuestros señores en nada comulgan con el duque de Braganza.
    En tales circunstancias,
    el duque sería mejor opción que un aliado
    que devino en traidor.
    Retractaos en este preciso instante
    o asumid las consecuencias.
    ¿Y de hacerlo?
    Vuestro compromiso con la infanta seguiría vigente,
    y el respaldo de Castilla con él.
    Olvidaremos esta ofensa tan pronto lo hagáis vos.
    Tenéis mi palabra.
    Esperaré lo necesario a desposar con María.
    Confiemos en que la dispensa llegue antes que el duque al trono.
    Os agradezco el convite.
    Que la travesía os sea propicia.
    Mi señor.
    Los alzados han aceptado vuestras condiciones.
    Pocos se niegan a la conversión.
    ¿Cómo os sienta el título de rey de Nápoles?
    Tan bien que no quisiera verlo amenazado por nada,
    y menos por alianzas de tan escaso fuste.
    "Véase así cancelado nuestro apoyo económico,
    y de igual modo el respaldo político del reino de Francia
    a vuestras pretensiones".
    ¡Dios maldiga Francia!
    ¿Cuál es la noticia que queríais darme?
    Luis de Francia y Fernando de Aragón han acordado repartirse Nápoles.
    ¿Y habéis dado vuestro consentimiento?
    Ni siquiera se han dignado a consultarme.
    Un desprecio de Aragón era de esperar,
    pero, ¿de Francia?
    Sabéis que no hay amante más ramera que la política.
    Seré igualmente infiel entonces.
    Aligeraré mi amistad con Francia
    tanto como mi enfrentamiento con los Católicos.
    En tierra de nadie, poco se pierde.
    ¿Perderé a las tropas francesas para mi campaña?
    Ni siquiera con ellas pudisteis someter Faenza.
    De poco sirve su ayuda en vuestra manos.
    Cómo os atrevéis... -¡Estoy cansado!,
    de que mis decisiones dependan del sentir de otros,
    ¡sea de Francia o de vos!
    Si todos los reinos me son desleales,
    mi aprecio será parejo.
    Haced venir a mi secretario,
    tengo una dispensa que dictar.
    "In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen"...
    ¡Muerte al infiel! ¡Muerte al infiel!
    Alá es grande.
    ¡Malnacido ese suegro mío!
    Y poco ha tardado el francés en darme la espalda.
    ¿Es mi amistad tan poco valiosa?
    No tanto como la mitad de Nápoles, al parecer.
    Una vez más,
    Fernando ha querido haceros ver cual es su poder frente al vuestro.
    Partimos hacia Castilla.
    Ha llegado el momento
    en que nuestras contiendas se libren cara a cara.
    Lo que os confieso me avergüenza como pecado alguno ha hecho.
    Sois dada a exagerar vuestras faltas, que luego lo son menos.
    Renegué de Dios.
    Fue solo por un momento.
    La muerte de mi nieto Miguel me hirió en lo más profundo.
    Dios me pareció caprichoso,
    injusto, cruel.
    No hemos de interpretar a nuestra conveniencia.
    La voluntad del Señor es inasible para nuestro humilde entendimiento.
    No sigáis.
    Me arrepiento de mi ira hacia quien tanto amo.
    Renegar de él no ha traído bonanza alguna.
    Tan solo ha envilecido mi alma.
    El amor a Dios no difiere mucho del amor humano.
    El dolor y la rabia pueden amenazarlo.
    Pero si es lo bastante fuerte,
    seguirá firme en nuestros corazones.
    Así sigue en el mío.
    "Ego te absolvo a peccatis tuis,
    in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti".
    Eminencia reverendísma.
    Para vos, de Roma.
    La dispensa.
    Vuestra hija puede desposar a don Manuel.
    Dios me ha perdonado.
    Catalina,
    sois la única hija que nos queda en Castilla,
    ¿no os apena separaros de vuestros padres?
    Fadrique ha acudido al turco en busca de ayuda.
    ¿Estáis seguro?
    ¿Pretendéis que Juana rompa con sus padres?
    Si no la alejo de su influencia, seré su consorte.
    Colón ha desembarcado por fin en Cádiz.
    ¿Cuándo nos honrará con su presencia en la corte?
    ¿Qué queréis de mí, fray Hernando?
    Que intercedáis para acabar con las alcabalas.
    Estáis aquí por orden del juez pesquisidor de la Corona.
    En mi nombre,
    Bobadilla os ha despojado de los títulos de virrey
    y gobernador de los nuevos territorios.
    Mantengamos a flote a Catalina, naufragando los planes de Felipe.
    Pronto viajaréis a Castilla.
    El rey Luis os invita a hacerlo por Francia,
    visitando la corte.
    O cedemos a las pretensiones de Francia,
    o nos arriesgamos a otra guerra.
    Soy la heredera de Castilla,
    no una de vuestras damas.
    Mucho ha sufrido vuestra soberana con la pérdida de sus hijos,
    no quisiéramos causarle más dolor.
    ¿Nos os parece que ya es suficiente?
    ¡No voy a poner en riesgo a nuestra hija!
    Si no dais la orden, la daré yo.
    Dirigíos hacia Amberes,
    y ordenad el secuestro del hijo de Juana.
    Subtitulación realizada por Cristina Rivero. 
    ___________________________________
    NOTIZIE STORICHE.

     

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