domenica 24 maggio 2020

tr47

B. Home  Serie Televisive Spagnole: ⇉  Cap. 46° ↔ Cap. 48°.
Sommario:

Isabel - Capítulo 32

Tras la muerte prematura del príncipe Juan, los reyes se apresuran a jurar como herederos a Isabel y Manuel, aunque les esperan problemas con las Cortes de Aragón. El archiduque Felipe, que ya acecha el trono de Castilla y Aragón, empieza a perfilarse como un enemigo en lugar del aliado que buscaban y busca el apoyo del rey de Francia para hacer realidad sus pretensiones.
Años después de su conquista, Granada sigue siendo mayoritariamente musulmana. Isabel y Fernando envían a Cisneros para agilizar las conversiones. Este, en contra del criterio de Talavera, impone la cristianización por las buenas y por las malas.

Temporada 3 - Capítulo 6


"Reina de toda la península"

Isabel, la primogénita, se convierte tras la muerte de su hermano en la nueva Princesa de Asturias... Pero la corona le va a costar cara
  • Avance del próximo capítulo

  • Todos los capítulos de Isabel

    2797797
    No recomendado para menores de 12 años
    Transcripción completa
    Soy Margarita de Habsburgo,
    y ante vuestra corte digo con júbilo
    que voy a ser vuestra esposa.
    ¡Padre!
    Los vigías informan que han atracado varios navíos sin bandera.
    ¿A qué debo el honor?
    Roma os reclama, capitán.
    No es sensato dejar al ejército sin sus hombres indefinidamente.
    No, solo durante diez días.
    Vengo a rogaros que otorguéis la gracia real a un preso.
    Hermano mío.
    Vuestra benevolencia es infinita.
    ¡Habéis presionado al juez para que le declare inocente!
    Puede que os desatendiera en el pasado,
    pero esa culpa ya está expiada.
    La vuestra aún no.
    Puesto que para Roma parece que soy su única esperanza,
    ruego vuestra bendición.
    ¿Cómo llevar la palabra de Dios a quienes solo hablan esa lengua?
    Quizá debiéramos enseñarles el castellano.
    ¿Estáis interesados en encontrar indios?
    El mismo.
    ¿Conocéis el paradero de alguno?
    En buena hora gasté mis ducados en esos salvajes.
    Denunciadme, si eso aligera vuestra conciencia,
    pero viviréis con la carga de haber echado por tierra
    la salvación de miles de almas.
    (Silba).
    Os entrego la Rosa de Oro,
    con la que una vez al año Roma reconoce
    al mejor de sus servidores.
    Personaos en Flandes con un envío de dinero
    y hacedle ver que no vuelva a ser suspicaz.
    No conozco los usos en Castilla,
    pero aquí el marido administra la fortuna familiar.
    Los hombres del séquito no fallecieron por unas plagas,
    como os conté,
    sino por la desatención del esposo de Juana.
    Tened buen viaje, hermana, y que seáis feliz casada.
    Me conformaría con la mitad de vuestra dicha.
    Margarita está encinta.
    Este presente apenas expresa mi felicidad por casar con vos.
    ¡Socorro! ¡Ayuda!
    Su último pensamiento fue para vos.
    Mi ángel, mi ángel...
    Subtitulado por TVE.
    Señor,
    Dios del cielo,
    te rogamos por Juan,
    que fue hijo bien amado,
    orgullo y felicidad de sus padres,
    gentil,
    piadoso
    y de limpio corazón.
    y protege a su hijo,
    mi nieto,
    para que sea esperanza de Castilla,
    como lo fue su padre.
    Que cuando llegue el día,
    traiga a sus reinos la paz y prosperidad
    que nos deseamos para ellos.
    Así sea.
    Mi muy amada Juana,
    mucho tiempo ha desde que dejasteis Castilla
    y ni una palabra ha llegado a vuestra madre
    de vuestro puño y letra.
    Ni siquiera tras la muerte de vuestro hermano.
    Conozco el amor que os unía.
    Quizás ese pesar os impide mandarnos noticias.
    Sé de vos a través de terceros y no me basta.
    Deseo que en la lejana corte de Flandes
    hayáis encontrado la felicidad,
    pues de que cumplís con el deber estoy tan convencida
    como antes de que partierais.
    Dios os proteja y os guarde.
    Vuestra madre, Isabel.
    ¿Qué tenéis, mi señora?
    Deseo de veros.
    Apenas hace media jornada que nos separamos.
    Demasiado tiempo para vuestra cautiva,
    la que estima más vuestra vida que la suya misma.
    Este niño será más grande que su padre y su abuelo.
    ¿Cómo sabéis que será varón?
    No puede ser de otro modo.
    Venid.
    Vuestro embarazo es lo único en lo que debéis pensar
    en estos momentos.
    Me encuentro perfectamente.
    Pero nada puede ponerlo en riesgo.
    Bastante desgracia ha sido
    la enfermedad que ha privado a las Españas de su heredero,
    vuestro hermano Juan.
    He pensado que es conveniente que no comparta lecho con vos
    hasta que se produzca el nacimiento.
    Pero es que yo me encuentro perfec...
    ¿Pensáis que no es un sacrificio para mí?
    Tanto como para vos.
    Pero os juro que os compensaré.
    Solo quiero procurar el bien de nuestro hijo.
    Será como queréis.
    Dios me ha quitado a mi único hijo.
    ¿Por qué, Fray Hernando?
    ¿Por qué?
    Mi señora, comprendo vuestro dolor,
    pero no podéis reprochar al Altísimo que haga su voluntad.
    Siempre me ha sometido a duras pruebas, bien lo sabéis.
    Y las he aceptado.
    Pero me pregunto qué pecado cometí para merecer este castigo.
    Tenéis cuatro hijas y un reino que gobernar.
    Es preciso que os sobrepongáis.
    Perded cuidado, mi reino nunca quedará a la deriva.
    Decid, ¿qué nuevas traéis de Granada?
    Algunos sacerdotes escogidos han aprendido árabe
    para llevar la palabra de Dios a todos los musulmanes.
    Las conversiones son numerosas.
    ¿Y los elches, eminencia?
    Los cristianos que abrazaron la fe de Mahoma
    son más difíciles de convertir, mi señora.
    Son los primeros que deberíamos haber recuperado
    para la fe.
    Con el tiempo,
    conseguiremos convertir a todos los granadinos.
    Tened paciencia. No tenemos ese tiempo.
    Hace seis años que reconquistamos la ciudad.
    Señora, vivo entregado a esta misión.
    No es posible cambiar las cosas en un día.
    Por ello, vais a recibir ayuda.
    El arzobispo de Toledo, Francisco de Cisneros,
    pronto os visitará.
    Si lo creéis necesario.
    Lo es.
    Dios espera que le ofrezca una Granada cristiana.
    ¿Y las capitulaciones, mi señora?
    ¿Se van a respetar?
    No os apuréis, Cisneros hará lo justo.
    Tal vez así, el Altísimo perdone mis pecados.
    Cuatro hijos y a los cuatro he enterrado.
    ¿Cuántas veces más engendraré
    un fruto que se malogra antes de madurar?
    No os agotéis con tales pensamientos, majestad.
    Todavía no os habéis recuperado.
    ¿Cómo hacerlo?
    La muerte del delfín me ha sumido en la desesperación.
    ¿Y si por mi causa Francia no tiene el heredero que espera?
    Tal vez no seáis vos la causa, mi señora.
    Lo sea o no, seré siempre culpable.
    ¿Qué ha sido?
    Mi señor, ¿estáis bien?
    Sí, sí.
    ¡Fuera! ¡Apartaos!
    ¡Me quitáis el aire!
    Explicadnos, por Dios.
    Un golpe, solo un golpe;
    di con mi cabeza en el dintel de la puerta.
    ¡Avisad al cirujano! -No, no es necesario.
    Pero majestad...
    No he guerreado en tantas batallas para ser vencido por una puerta.
    (Despectivo): Dejadme.
    Mis contrincantes esperan ser derrotados.
    ¿No preferís que os conduzcan a vuestros aposentos?
    Tal vez queráis descansar un poco.
    Os repito que me encuentro bien.
    (Lloriquea): Una puerta...,
    vencido por una puerta.
    ¿Estáis seguro, mi señor?
    Los reyes Isabel y Fernando no verán con buenos ojos
    que reclaméis el título de príncipe de Asturias.
    Vos me aconsejasteis que casara con Juana
    por la oportunidad que se me brindaba.
    Mayor es la que brinda la muerte del príncipe Juan.
    Pero su hermana Isabel vive.
    Y no debéis olvidar a su esposo, el rey Manuel,
    que no aceptará que atropelléis los derechos de su esposa.
    ¿Pero qué tenéis hoy?
    Parecéis uno de esos castellanos cargado de malos agüeros y recelo.
    ¿Y qué opinará vuestro padre?
    No estará de acuerdo, como tantas otras veces.
    ¿Y vuestra esposa?
    Mi esposa piensa lo que yo deseo que piense.
    Es el momento de aprovechar las ventajas de mi matrimonio,
    y vuestros reparos no han de detenerme.
    Pasad.
    Me habéis mandado llamar, alteza.
    Preparaos para partir.
    Esta carta ha de llegar a Castilla cuanto antes.
    ¿Puedo saber de qué se trata?
    Como veis, es un sobre cerrado.
    Lo que a sus majestades debo exponer,
    solo a ellos corresponde.
    No me gustaría dejar sola a la archiduquesa Juana
    en estos momentos, teniendo en cuenta su estado.
    Señor, no temáis, la archiduquesa no está sola.
    Los que la rodeamos procuramos su bienestar.
    Permitid al menos que me despida de ella.
    Mi esposa no desea ser molestada.
    Dados sus antecedentes maternos,
    le preocupa que su embarazo llegue a buen puerto.
    Preocupaos de vuestro viaje.
    Vuestro esposo parece disfrutar del juego.
    Tanto como vos en el campo de batalla.
    O yo con mis lecturas.
    ¿Pensáis que mi señor podría repudiarme
    si no le doy un heredero?
    ¡Mi señor!
    ¡Carlos! ¡Carlos!
    Así que el rey Carlos ha muerto.
    Ante el Altísimo tendrá que rendir cuentas
    de todos sus desmanes.
    A todos nos llegará ese momento.
    ¿Qué se sabe de la sucesión?
    No hay herederos.
    Todo apunta a que su primo, Luis de Orléans, ocupará el trono.
    Al menos es hombre con mayor entendimiento.
    Eso no hace al enemigo menos temible.
    ¿Y la reina Ana?
    ¿Qué será de ella ahora?
    Es difícil hacer conjeturas.
    Ana está obligada a desposar al nuevo rey,
    pero Luis ya está casado con su prima Juana.
    El papa no consentirá que se rompa ese matrimonio.
    El papa sabe más de negociar que de religión, señora.
    Y Luis no querrá perder los dominios sobre Bretaña.
    Tampoco sabemos que será del consejero de Carlos.
    Él y Luis de Orleans fueron enemigos en el campo de batalla.
    Mal consejero puede ser para el rey
    quien quiso poner su cabeza en una pica.
    Augurar lo que el futuro nos traerá de Francia
    no es tarea fácil.
    Son muchos los asuntos a ocuparse para el nuevo rey.
    Esperemos que no le quede tiempo para confabular contra nosotros.
    Así lo quiera Dios.
    Pero no lo dejemos todo en sus manos.
    Chacón,
    que los ejércitos en la frontera estén alerta.
    Y estad al tanto de cualquier noticia de Francia.
    Se os comunicará de inmediato.
    Eminencia reverendísima, disculpad que no haya salido a recibiros.
    Llegáis una jornada antes de lo que me anunciasteis.
    La marcha a paso vivo ayuda a soportar los rigores del tiempo.
    Ya tenéis vuestros aposentos preparados.
    Si queréis descansar... -No, no es necesario.
    Tenemos asuntos que tratar.
    Como ya dije a la reina,
    de buen grado os ayudaré en todo lo que pueda.
    ¿Es cierto que habéis traducido un catecismo
    a la lengua del infiel?
    Así es,
    y muchos en Granada han abrazado la fe verdadera
    después de tenerlo en sus manos.
    La palabra de Dios es poderosa.
    Con fe y paciencia llegaremos a ver una Granada cristiana.
    Y estoy seguro de que vuestra presencia aquí
    será beneficiosa para esa misión.
    ¿Conocéis a los sabios de la comunidad?
    ¿Esos a los que llaman alfaquíes?
    Si,
    en más de una ocasión me he reunido con ellos.
    Preparad otro encuentro a la mayor brevedad.
    ¿No es la conversión de los elches lo que os ha traído hasta aquí?
    Congraciarnos con las mejores cabezas de entre los musulmanes
    siempre nos ayudará en nuestros fines.
    ¿Cuándo llegasteis a Castilla, capitán Ojeda?
    Una semana hace que arribamos al puerto de Cádiz, monseñor.
    La travesía fue más larga de lo calculado.
    Contad, ¿qué nuevas traéis de las Indias?
    Como ya se comenta,
    el almirante ha encontrado tierra continental.
    ¿Vos la visteis con vuestros propios ojos?
    Tras varios de días de navegación, alcanzamos una gran bahía.
    Y en ella, una extensa corriente de agua rugiente dulce.
    La boca de un gran río, pues.
    Sí, y más grande que el Ebro o Guadalquivir,
    o cualquiera de las que hay en Castilla.
    Y tierras más verdes y ricas que las de Valencia.
    ¿Estáis seguro de que es continente?
    Apostaría mi vida, monseñor.
    No conozco isla
    cuyas dimensiones alberguen semejante río.
    Y puedo jurar que no hemos tocado tierras de Catay ni de Zipango.
    Eso no es novedad, amigo mío.
    Muchos dudan ya
    de lo que el almirante insiste en afirmar.
    Monseñor,
    estas nuevas tierras pudieran traer nuevas riquezas.
    Y yo me pregunto,
    ¿por qué él ha de ser el único que las disfrute?
    No sois el único que se hace esa pregunta.
    Pero mientras a Colón no se le despoje de sus privilegios.
    ¿Tan difícil es conseguirlo? -Paciencia, Ojeda.
    Paciencia.
    La voluntad existe.
    Solo he de encontrar el modo.
    ¿Y por qué escuchar la llamada de Dios?
    Porque Dios es todo misericordia.
    Siempre encontramos sus puertas abiertas.
    Es el refugio, el amparo el perdón de todos los pecados.
    Bajo su manto, nada podéis temer.
    El pecador más infame, postrado ante él, obtendrá el perdón.
    Ved
    la grandeza de Cristo.
    A vosotros,
    sabios y justos,
    esta es la nueva que os traigo:
    igual que Dios perdona en los cielos, yo os ofrezco el perdón en la Tierra.
    Los reyes de Castilla otorgan el indulto
    a todo aquel que tenga cuentas pendientes con la justicia
    y abrace la fe verdadera.
    Nobles señores,
    confío...,
    en que así lo hagáis saber a vuestro pueblo.
    Y ahora,
    permitid que os brinde unos presentes.
    Quisiera preguntaros:
    ¿qué hace vuestro señor Jesucristo cuando se reniega de él?
    Eso conduce a la perdición de nuestra alma.
    Entiendo, ¿por qué, entonces,
    intentáis convencernos de que abandonemos al profeta Mahoma?
    Solo trato de mostraros lo errado de vuestro culto.
    Mas vuestros reyes prometieron respetarlo.
    Yo solo os muestro la puerta, nadie os obligará a cruzarla.
    Habéis escuchado hermosas y lisonjeras palabras,
    pero no seré yo quien venda mi fe por una bagatela.
    Os noto inquieta, mi señora.
    ¿No lo estáis vos?
    El futuro de ambos pende de un hilo.
    Si os soy sincero,
    no lamentaría abandonar las intrigas de la corte.
    Compartimos el mismo deseo, excelencia.
    ¡Su majestad, Luis rey de Francia!
    Pronto saldremos de dudas, mi señora.
    Así que Luis de Orléans ha conseguido por fin
    la corona de Francia.
    ¿Qué opinión tenéis de él?
    Vos, que sois experto cazador, me entenderéis si os digo
    que Carlos era un jabalí,
    y Luis..., un zorro.
    Debo admitir que teníais razón.
    La carta que ha de entregar Fuensalida
    no agradará a mis suegros.
    Lo pensaba entonces y lo pienso ahora.
    Me temo que habréis de viajar.
    No os inquietéis,
    apaciguaré los ánimos de los españoles.
    Les explicaré que vos, en realidad... -No, excelencia.
    Iréis a Francia.
    Un zorro habrá de entender sin dificultad
    asuntos que requieren astucia.
    Majestad,
    espero que os encontréis todo lo bien que os permiten las circunstancias.
    Francia entera llora la pérdida de un rey
    y se regocija por vuestra subida al trono.
    Yo, además, he perdido a mi esposo.
    He creído necesario no demorar esta entrevista.
    Y que fuese entre los tres.
    Imagino que haréis cábalas sobre vuestro destino.
    Mentiría si dijera lo contrario.
    Pues bien, mi deseo es que permanezcáis a mi lado.
    No abandonaréis vuestro cargo.
    El pasado ha de plegarse
    a lo que es más conveniente para Francia.
    No ha de ser obstáculo en mi reinado.
    Os lo agradezco, majestad.
    En cuanto a vos, sabéis del contrato.
    Cómo no.
    De morir mi esposo Carlos antes que yo,
    sin haberle dado un varón,
    habré de casar con quien herede la Corona.
    Pero el caso es que vos ya estáis casado.
    En ocasiones como esta,
    las razones de Estado están por encima de otras razones.
    No veo cómo podríais romper lo que Nuestro Señor ha unido.
    No lo haré yo,
    sino el vicario de Cristo en la Tierra: el papa Alejandro.
    El contrato también asegura
    que conservaré mis derechos sobre el ducado de Bretaña.
    Así es, mi señora.
    Tan cierto es lo segundo como lo primero.
    Entonces, que hable primero el papa,
    y luego,
    vos y yo hablaremos de matrimonio.
    Mi querido amigo.
    Tierra continental.
    ¿Son nuevas dignas de crédito?
    Así lo pienso, majestad.
    ¿Qué interés tiene ahora que Vasco de Gama
    ha arribado al puerto de Lisboa con un cargamento de especias?
    Portugal ha abierto la ruta a las Indias hacia el este,
    circunnavegando África.
    Entonces, ¿por qué seguir adelante?
    Porque ni las islas ni el continente al que han arribado sus naves
    son las Indias.
    Majestad,
    hemos de ver nuestra empresa de otro modo.
    Tomar un puñado de islas no es comparable
    a conquistar tierra continental.
    ¿Quién sabe qué se hallará en esos parajes ignotos?
    Pudieran ser cosas que ni imaginar cabe.
    No os falta razón en eso.
    Castilla se halla ante una gran oportunidad.
    Permitid pues que insista.
    Siendo la empresa de tales dimensiones,
    cuán provechoso sería para la Corona
    que otros navegantes exploraran esas tierras.
    Sabéis que hubo quejas cuando regresó el almirante,
    y la reina le aseguró sus privilegios.
    Pero la real cédula que firmó la reina hace tres años
    nunca se anuló.
    Monseñor,
    por beneficioso que pudiera ser abrir la puerta a otros navegantes,
    esa puerta está cerrada y bien cerrada.
    Majestad, yo podría...
    Son muchos los asuntos que nos afligen, Fonseca.
    No insistáis con uno que no tiene remedio.
    He de ver a los reyes de inmediato.
    ¿Ha ocurrido algo?
    Traigo un mensaje del archiduque Felipe.
    Y temo que dé lugar a una agria disputa.
    Bellaco...
    ¡En mala hora concertamos ese matrimonio!
    ¡Cómo se atreve a reclamar el título de príncipe de Asturias!
    Majestad, ¿no sería prudente saber
    si el emperador Maximiliano apoya las aspiraciones de su hijo?
    Tenéis razón.
    Esa idea no puede haber sido cocinada
    por una sola mente.
    Preparaos para partir.
    Advertiréis al archiduque
    de que no vamos a consentir en tal empeño.
    Chacón, redactaréis conmigo una misiva.
    ¡Pidamos razones de todo esto a Maximiliano!
    ¿No habéis traído carta de nuestra hija?
    No, majestad.
    La archiduquesa, debido a su estado, guarda reposo.
    Dios la proteja, a ella y a mi nieto.
    ¿Y cómo está?
    ¿Es feliz junto a Felipe?
    Así es, mi señora.
    Vuestra misiva no llegó a la corte.
    Entonces, es evidente
    quevuestras cartas y las de vuestra hija
    caen en otras manos antes de llegar a sus destinatarios.
    No digáis nada de esto a la reina, no está en disposición.
    No pensaba hacerlo, majestad, por eso me he dirigido a vos.
    Temo que Felipe quiera volver a Juana contra nosotros.
    Y que negarle el principado le dé argumentos.
    Regresad a Flandes en cuanto os hayáis entrevistado
    con el emperador Maximiliano.
    Aseguraos que Juana no está sola.
    Y evitad que Felipe la mantenga aislada.
    Así lo haré, mi señor.
    Sed bienvenido, eminencia.
    Aunque debo deciros que no esperábamos vuestra visita.
    Mi señor, el archiduque me envía con sus mejores deseos
    para vos y vuestro reinado.
    ¿Habéis atravesado el lodazal que nos separa tan solo para esto?
    A decir verdad,
    traigo una petición que podría ser de vuestro interés.
    Escuchémosla primero.
    Debéis saber que el archiduque quiere hacer valer
    sus títulos en Castilla.
    Si es así, vuestros pasos os han traído al lugar equivocado.
    Son los reyes Isabel y Fernando quienes deberían escucharos.
    No, excelencia, sé a qué puertas debo tocar.
    Y conozco de antemano la respuesta que me aguarda en Castilla.
    Buscáis entonces el respaldo de Francia
    a las pretensiones de vuestro señor.
    ¿Y qué ganaría el rey Luis, mi señor,
    aparte de renovar la enemistad con Isabel y Fernando?
    El juramento del archiduque Felipe,
    que se convertiría en vuestro vasallo, majestad.
    ¿Estáis bien así, mi señora?
    Sí, Catalina.
    Estáis muy pálida.
    ¿Acaso no habéis dormido esta noche?
    Apenas unas horas.
    Si el reposo no basta, tendremos que buscar otros remedios.
    No hay remedio que alivie el peso de mi corazón.
    Margarita,
    sois para mí como una hija
    y comparto vuestro dolor.
    Pero vuestro hijo ha de ser lo más preciado para vos,
    como lo es para nosotros.
    Ojalá pudiera apartar la tristeza de mi corazón, mi señora.
    Pero no puedo.
    Recemos juntas, hija mía.
    Busquemos consuelo en Dios.
    (Grita).
    ¿Qué ocurre?
    ¡Ah, ah, ah! ¡Margarita! ¿Qué ocurre?
    ¡Corred, avisad a la partera!
    Tranquila, tranquila.
    Por tu inmensa piedad, te ruego que no nos abandones.
    No olvidaré mis promesas,
    ni mudaré lo que ha salido de mis labios.
    Te lo suplico, Santísima Virgen María,
    no permitas que otra desgracia caiga sobre nosotros.
    Mira que en la culpa ya nací, pecadora me concibió mi madre.
    Mas si te he ofendido, libra a los míos del mal.
    y caiga sobre mí tu castigo.
    Majestades, la archiduquesa.
    ¿Vive?
    Sí,
    pero su embarazo no.
    Ojeda, sabía de vuestro regreso, pero no os esperaba.
    Os traigo nuevas de vuestro padre, el almirante.
    ¿Qué os ha sucedido?
    Esta carta ha de salir a la mayor brevedad.
    Los reyes de Portugal,
    mi hija y su esposo han de venir con urgencia a Castilla.
    ¿Estáis pensando en la sucesión?
    Así es.
    Han de ser nombrados herederos de nuestros reinos sin tardanza.
    Parecéis exhausta, mi señora.
    Apuraos, Chacón.
    Castilla y Aragón han de demostrar a Felipe
    cuán erradas son sus pretensiones.
    Descuidad, así habrá de entenderlo.
    Majestades, antes de retirarme,
    quisiera manifestaros
    cuán dolorosa me resulta vuestra pérdida.
    Siempre estáis a mi lado,
    en la ventura y en la desgracia.
    Roguemos a Dios
    para que no hayáis de acompañarme en más infortunios
    y podamos olvidar estos lutos.
    Al parecer, el hijo del almirante fue en busca de un comerciante
    con la intención de venderle un objeto de valor.
    Pero no llegaron a acuerdo alguno.
    ¿Así os lo contó Diego Colón?
    Sin embargo, días más después,
    unos hombres embozados entraron en su casa y le robaron.
    Y el joven Diego Colón cree
    que los ladrones fueron enviados por el comerciante.
    Así es.
    ¿Y cuál fue el objeto robado?
    Eso no logré que me lo dijera.
    ¿Por qué pensáis que tales hechos son de nuestro interés?
    Porque a duras penas conseguí que se sincerase conmigo,
    como si guardara un gran secreto.
    Ni siquiera aceptó mi ayuda para recuperar lo sustraído.
    Entiendo.
    Todo secreto de los Colón nos interesa.
    ¿Podéis averiguar algo más de este asunto?
    Estad seguro, monseñor.
    Y del resultado de mis pesquisas seréis el primero en ser informado.
    Dos mil musulmanes han contado mis oficiales
    en el bautismo de esta mañana.
    Convendréis conmigo en que son muchas conversiones.
    Nadie habrá de negarlo.
    ¿Sabéis cómo os llaman en Granada?
    No.
    El alfaquí de las campanas.
    Por todas las mezquitas que habéis convertido en iglesias.
    Sin embargo,
    tal número de bautismos quizá no represente
    un número parejo de conversiones.
    Recordad lo que sucedió con los judíos:
    no convertidos de corazón,
    persistieron en sus creencias y cayeron en la herejía.
    Eso...,
    no sucederá en Granada.
    Convenceré a los recalcitrantes, ya lo veréis.
    Por la fuerza
    nada bueno conseguiréis. -Confiad en mí.
    Sé lo que ha de hacerse.
    Mi señor,
    el rey de Nápoles reclama la devolución de los territorios
    que nos entregó por nuestra ayuda.
    ¡Maldito Fadrique!
    ¿Por qué ahora? No acierto a comprender.
    Porque Luis le habrá asegurado que respaldará sus demandas.
    De lo contrario, Fadrique no se atrevería.
    No es suposición descabellada.
    Hay algo que podemos hacer antes de que hablen las armas.
    El rey Luis necesita la anulación de su matrimonio
    para conservar Bretaña.
    Así se lo ha pedido al papa.
    Con ello nos señala dónde está su debilidad.
    Escribid al papa expresando cuánto nos escandalizaría
    la anulación del matrimonio de Luis.
    La carta saldrá a la mayor brevedad.
    En cuanto a Nápoles,
    enviad mensaje a Fernández de Córdoba,
    que negocie con los napolitanos y que no ceda ni un ápice.
    Cambian las tornas para nosotros. Eso parece.
    Pero no lo conseguirá sin que presentemos batalla.
    Siete años ha que Luis desposó a su prima Juana.
    ¿Y ahora aduce que es deforme
    para solicitar la nulidad del matrimonio?
    Así me lo hizo saber.
    Al parecer,
    el rey Luis no ha encontrado argumento más contundente.
    Pero según ella,
    eso no le ha impedido visitar su lecho.
    "Luis ha presumido en ocasiones
    de montarme hasta tres veces en una noche".
    Al parecer,
    la lujuria fue más poderosa que la aprensión.
    Si hubo o no consumación, debéis juzgarlo vos,
    según os interese.
    No es la tal Juana la única que desea preservar este matrimonio.
    Esta mañana ha llegado carta de los Reyes Católicos.
    En su opinión,
    la anulación iría contra las reglas de la Iglesia.
    ¿Han de daros lecciones de teología, por católicos que sean?
    El asunto es que, contentar a uno, significa contrariar al otro.
    ¿Qué ofrecen Isabel y Fernando a cambio?
    ¿Teneros presente en sus oraciones?
    Yo traigo una propuesta firme del francés.
    El ducado de Valentinois y la Orden de San Miguel para mí,
    vuestro hijo.
    ¿Vais a privarme de tales honores?
    Os alegrará saber, eminencia,
    que el rey Luis ve con buenos ojos las aspiraciones del archiduque.
    ¿Cuenta entonces con el respaldo de Francia?
    Así podéis hacérselo saber a su alteza.
    La espera ha dado frutos, entonces.
    ¿Acaso ha inspirado su decisión
    que los castellanos intenten impedir la anulación de su matrimonio?
    No sería discreto que os respondiera a esa cuestión.
    Sin embargo, sí debo aclararos
    que es deseo de mi señor reflejar el acuerdo en un tratado.
    Entiendo,
    la negociación será más larga de lo previsto.
    Debéis aconsejar paciencia, por tanto,
    al joven y ambicioso Felipe.
    Ha de entender que reclaman al rey muchos asuntos
    en estos primeros tiempos de su reinado.
    Señor,
    el rey Luis ha decidido apoyaros.
    Está dispuesto a aceptaros como vasallo.
    ¡Gracias, monseñor!
    Dios quiera que sea para bien.
    Con el respaldo del francés, Isabel y Fernando han de claudicar.
    No están con ánimo para reavivar la contienda.
    Se abre la puerta
    Mi señora, ¿cómo os encontráis?
    Llegaron rumores a Portugal de que os hallabais enferma.
    La muerte de vuestro hermano fue un puñal
    que se clavó hondo en mi pecho.
    Ambas sabemos bien cuán despiadada parece a veces la voluntad de Dios.
    Mas hemos de acatarla.
    Margarita...
    Pobre Margarita.
    Padre.
    Alteza.
    Castilla da la bienvenida a su futura reina.
    Señores,
    ha sido voluntad de Dios mudar nuestros destinos.
    Ante Él y ante nuestros reinos daremos cumplimiento a su dictado
    con fe y con honra.
    Os lo agradecemos, alteza.
    El camino es duro,
    pero quizás al final aguarden días de gloria.
    ¿Cuándo debemos acudir a Cortes, padre?
    Pronto, ya se ha cursado la convocatoria.
    Madre, desearía rezar
    por el alma de mi hermano ante su tumba.
    Y también por la de vuestro hijo.
    Rezaremos juntas.
    ¿Qué ocurre?
    El papa ha concedido la nulidad al francés.
    ¡Magnífico!
    Dad las gracias al santo padre en mi nombre y en el de la reina.
    A fe mía, que no era asunto fácil de resolver.
    No negaré que el ducado de Valentinois
    ha pesado más que los argumentos de Juana.
    Honraremos entonces el compromiso adquirido por el rey Carlos.
    Pero decidme,
    ¿por qué este empeño en desposarme?
    Ni siquiera pude darle un heredero.
    Sois mujer culta,
    inteligente,
    y muy hermosa.
    Cualquier rey anhelaría teneros a su lado en el trono.
    También lo es Juana,
    pero dudo que su dote pudiera compararse a la Bretaña.
    Ahora que lo mencionáis,
    os anuncio un regalo de bodas que tengo para vos.
    Cuando seamos marido y mujer,
    podréis ostentar de nuevo el título de duquesa,
    si así os place.
    Os lo agradezco, majestad,
    pero hay además otros asuntos que me gustaría tratar con vos.
    ¡Perlas!
    Esto es lo que Diego Colón pretendía vender.
    El joven estaba en lo cierto: el comerciante se las robó.
    ¿Así os lo ha confesado? -Con él he sido mucho más persuasivo.
    Me ha detallado su origen mejor que el hijo del almirante.
    ¿Pensáis que las trajo Colón?
    No figuraba en el último viaje ningún cargamento de perlas.
    ¿Y quién si no?
    Hubo rumores entre la tripulación.
    ¿Qué clase de rumores?
    Se decía que el almirante había encontrado un gran tesoro
    en una de sus expediciones tierra adentro.
    Contrabando de perlas.
    A la reina no le va a gustar nada este asunto, os lo aseguro.
    De momento, solo es un puñado de perlas.
    Cuya procedencia Diego Colón habrá de explicar.
    Vais a viajar a Aragón.
    Hay voluntades que es preciso domeñar
    antes de reunir a las Cortes.
    ¿Teméis que se nieguen a jurar a vuestra hija
    como princesa de Gerona?
    Temo que en esas tierras pesen más
    la tradición y los intereses particulares
    que el sentido común.
    Delego en vos el poder para persuadir y negociar
    lo que sea necesario.
    Así lo atestiguaré por escrito.
    (Reza).
    ¿Por qué me habéis encerrado?
    Sois un mal ejemplo para los vuestros, Azaator.
    ¿Y preso lo soy bueno?
    ¿O tenéis otros planes?
    Sois hombre sagaz, no cabe duda.
    Vuestros reyes prometieron respetar nuestra religión y costumbres.
    Sin embargo,
    tengo su permiso para cumplir la misión que me han encomendado.
    Y vos no impediréis que lo consiga.
    Convertíos.
    No insistáis:
    no me convencen ni vuestra fe ni vuestros argumentos.
    Entonces, rezaré para que Él os ilumine.
    Y vuestro oficial me mostrará el camino.
    León os acompañará mientras reflexionáis.
    Se cuentan por decenas las conversiones que ha logrado.
    Perseverad,
    acabará doblegándose.
    (Reza).
    Carne chamuscada (Grita).
    ¿Tenéis noticias de Fuensalida?
    ¿No ha advertido de su regreso?
    No, mi señora.
    El mismo silencio que marchó con él acompañará su vuelta,
    si tal cosa llega a suceder.
    Fue su voluntad quedarse a mi lado... -Sosegaos.
    Pronto vendrá con instrucciones para intrigar contra mí.
    ¿Cómo os atrevéis?
    Corren rumores en Flandes de que vuestros amados padres
    no son ajenos a la terrible pérdida de mi hermana Margarita.
    ¿Cómo prestáis oídos a tales infundios?
    Ni siquiera os responden a vuestras cartas,
    ¿y, aún así, seguís confiando en ellos?
    (Suspira).
    Sois adorablemente cándida, Juana.
    ¡Ah!
    Quieren separarme de vos.
    Pero, ¿por qué desearían tal cosa?
    ¿No lo veis?
    Muerto el príncipe Juan, muerto su hijo,
    el camino queda libre para que Castilla, Aragón y Portugal
    estén bajo el mismo reino en el futuro.
    Vos y yo no contamos en sus planes, salvo como estorbo.
    Sobre todo si estamos juntos, y enamorados.
    Os juro que el más poderoso rey de reyes
    no podría arrancaros de mi lado, mi amor.
    Os adoro.
    Y lo hacéis con vehemencia.
    Los galenos están preocupados por vuestra salud.
    Han recomendado que paséis unos días en el campo.
    ¿Poseen ellos mejores remedios que vuestros besos y caricias?
    Obedeced.
    Unos días en el campo os harán bien.
    No quiero separarme de vos.
    Ni yo de vos, amor mío,
    pero debemos pensar en nuestro pequeño heredero.
    No usaréis el título de príncipe de Asturias.
    Sus Católicas Majestades desean
    que este asunto os quede meridianamente claro.
    ¿Y qué piensan hacer para impedírmelo?
    Únicamente el heredero al trono de Castilla
    puede ostentar ese título.
    Y vos no lo sois.
    ¿Ignoran los reyes que cuento con el apoyo del rey de Francia?
    El emperador Maximiliano, vuestro padre,
    tuvo a bien informarme.
    ¿Le habéis consultado?
    Mis señores querían comprobar si respaldaba vuestras pretensiones.
    No ven con buenos ojos vuestra amistad con el francés,
    os lo advierto.
    ¿Acaso deciden ellos quiénes son nuestros amigos?
    La paz con Francia aún no se ha firmado.
    Y vuestro matrimonio con Juana os obliga
    a no traicionar a vuestra familia.
    Yo decidiré a qué me obliga mi matrimonio.
    Decídselo a sus majestades.
    Deseo ver a la infanta Juana.
    No va a ser posible.
    ¡Señor, no podéis impedirme, una y otra vez...!
    La infanta Juana os presenta sus excusas
    por no poder recibiros, señor.
    ¿Se encuentra bien?
    Los galenos han recomendado una vida más sosegada
    a causa de su preñez.
    La infanta está pasando una temporada en el campo.
    Así, damos fe y prestamos la obediencia,
    reverencia y fidelidad
    que por las leyes y fueros de este reino
    le son debidas a su alteza doña Isabel de Castilla y Aragón
    como princesa heredera de Castilla,
    y a su esposo don Manuel, rey de Portugal, como consorte.
    (Todos): Así lo juramos. ¡Amén!
    Vuestra alteza, doña Isabel,
    ¿juráis de guardar y cumplir todo lo contenido
    en la escritura de juramento que aquí ha sido leída?
    Sí, juro.
    Así Dios os ayude y los Santos Evangelios.
    Ya solo falta Aragón.
    ¿Quién os acompaña?
    Don Juan Manuel de Villena, señor de Belmonte.
    Permanecerá en Flandes a vuestra disposición
    durante mi ausencia; confiad en él.
    Me cuesta creer lo que me referís, Fuensalida.
    Mi esposo haciendo tratos con los franceses...
    Señora, no me presentaría ante vos con infundios.
    Fue vuestro suegro, el emperador, quien nos informó del asunto.
    Felipe es un caballero, temperamental a veces,
    pero jamás traicionaría a mis padres.
    Alteza,
    el archiduque ha revisando vuestra correspondencia.
    Y la que venía de Castilla, con sello real.
    Solo han llegado a sus destinatarios
    las misivas que no interferían con sus intereses.
    Si todavía sostenéis la lealtad de vuestro esposo,
    solo hay una manera de que salgáis de dudas.
    Los acuerdos de paz son siempre una bendición.
    Ojalá nuestra amistad sirva también
    para mejorar las relaciones con el emperador Maximiliano.
    Así lo deseo yo también.
    Pero mi padre no acostumbra a festejar mis decisiones.
    No cejéis en vuestro empeño, señor.
    Vasallos como vos son los que hacen de Francia
    una nación cada vez más poderosa.
    Así que es cierto.
    Os habéis aliado con los franceses...
    ¡Conspiráis contra los intereses de Castilla y Aragón!
    ¡Contra mis padres!
    ¡Cómo os atrevéis!
    ¿Cómo os atrevéis vos a presentaros en la corte sin mi permiso?
    ¡Para esto me queríais en el campo!
    ¿Para apuñalar a mi familia por la espalda sin testigos?
    ¡Os exijo que rompáis relaciones con Francia!
    ¡Soy vuestra esposa y me debéis lealtad!
    Os lo dije y os lo repito.
    En Flandes y en vos mando yo.
    ¡Señor, soltadla!
    ¡Deteneos!
    Yo resolveré este asunto con mi esposo.
    ¡Extraño modo de discutir tenéis los españoles!
    ¡Soltadme, miserable, traidor!
    ¡Escuchadme!
    Los intereses de vuestros padres y los míos no siempre coinciden,
    aceptadlo; sois mi esposa.
    Queráis o no, caminaremos juntos.
    ¿Pretendéis que me pliegue a vuestros designios?
    ¡Que traicione a mis padres!
    ¡Antes me arrancaría los ojos que aceptar tal indignidad!
    Acatad mis decisiones o me perderéis para siempre.
    Si volvéis a interponeros,
    no dudaré en enviaros de vuelta a Castilla.
    ¡Sola!
    Pensadlo bien.
    Veo que habéis recuperado la salud.
    Me alegro. -Gracias.
    ¿Querías verme, monseñor? -(Asiente).
    Venid, hablemos lejos de oídos indiscretos.
    ¡Majestad!
    Sosegaos, Diego,
    yo he llamado a la reina.
    Creo que esto os pertenece.
    Esas perlas no son mías.
    Hay testigos que aseguran lo contrario.
    Os digo que no son mías.
    Diego,
    soy vuestra reina;
    a mí no debéis mentirme.
    Perdonadme.
    Perdonadme, majestad.
    Mi padre...
    Hube de obedecer.
    Contadnos lo que sabéis.
    Cuando retornó de su segundo viaje,
    mi padre me habló
    de una bahía escondida repleta de perlas.
    Me confió la bolsa
    y, poco después, me ordenó que la vendiera.
    Suficiente,
    conocemos el resto.
    Retiraos.
    Avisad al rey.
    Por fin habéis entrado en razón.
    El profeta Mahoma me ha hablado en sueños, eminencia.
    Por eso he pedido veros.
    Os ruego que no nos hagáis perder el tiempo, señor.
    Aún hemos de bregar en Granada.
    Quiero convertirme a vuestra fe.
    Mi decisión es sincera.
    Ya he elegido un nombre cristiano.
    ¿Y cómo os llamaréis, si puede saberse?
    Gonzalo Fernández de Córdoba.
    Bravo soldado y mejor cristiano.
    Magnífico.
    Vuestro bautismo será público,
    no se me ocurre mejor modo de animar a los vuestros
    a seguiros por el buen camino.
    Eminencia reverendísima,
    si queréis multiplicar el número de conversos,
    dejadlos en manos de vuestro oficial León.
    Nunca nadie hizo tanto honor a su nombre.
    Hemos revisado los registros de mercaderías
    y no hemos hallado décimo ni parte correspondiente a las perlas.
    ¿No le bastan las prebendas concedidas?
    ¡Cuánta codicia!
    Que Dios le perdone, porque en este, mi reino,
    solo le aguardan penas.
    Quizá deberíamos esperar la vuelta del almirante.
    Colón ha traicionado nuestra confianza.
    Bendita sea la paciencia que hemos tenido con él,
    pero se acabó.
    Que las perlas adornen el fin de sus privilegios.
    Buscad las cédulas.
    Supongo que estaréis impaciente por volver a Castilla,
    para dar cuenta de lo visto y oído.
    No dudéis que lo haré, señor. -Así lo espero.
    Nuestra alianza con Francia es un hecho,
    os agradeceré que los reyes sean avisados.
    ¿Me habéis hecho llamar para alardear de vuestro vasallaje?
    No.
    Tengo un par de demandas para mis suegros.
    Busleyden, proceded.
    Deseamos que Margarita vuelva a Flandes.
    Ya no tiene sentido su permanencia en Castilla.
    ¿Qué más?
    El archiduque desea que los reyes provean un documento
    que reconozca su derecho al trono
    si la reina de Portugal no tuviera un hijo varón.
    ¿Está vuestra esposa al corriente de esta petición?
    No os inquietéis, yo velo por sus intereses.
    También nosotros.
    Don Juan de Belmonte permanecerá en Flandes
    al servicio de doña Juana durante mi ausencia.
    Si no tenéis inconveniente.
    ¿Se niegan a reconocer a nuestra hija como heredera?
    ¡Cómo se atreven!
    Las Cortes se amparan en la tradición aragonesa,
    que niega a las mujeres el derecho a heredar el trono.
    Más nos valdría conquistar Aragón y doblegar voluntades por las armas.
    No es tiempo de guerra, sino de política, mi señora,
    ¿No están las Cortes en disposición de negociar?
    No me lo ha parecido, majestad.
    Esta es la propuesta que llevaréis a Aragón:
    Isabel renunciará al principado.
    Respetaremos la tradición.
    Si se nos garantiza
    que heredará la Corona su primer vástago varón.
    ¿Y si rechazan vuestra propuesta?
    Hacedles saber que no permitiremos que desbaraten nuestros planes.
    Hemos querido negociar.
    Que no nos obliguen a imponer nuestra voluntad,
    porque lo haremos.
    Rezad para que Manuel preñe pronto a nuestra hija.
    Aragón está en juego.
    ¿Decís que además de aspirar al trono,
    Felipe ha buscado la alianza con el francés?
    Así es, majestad.
    ¿Visteis a Juana? ¿Cómo está?
    Encinta, y en el campo,
    lejos de los asuntos de la corte con la excusa de su preñez.
    ¿Por qué no responde a nuestras cartas?
    Eso mismo preguntó la infanta, majestad.
    Supongo que Felipe desea evitar
    que el contacto entre Juana y su familia
    perjudique sus intrigas.
    ¿Y a qué tanta premura porque retorne Margarita?
    No lo han dicho,
    pero temo que pretendan ofrecerla a Arturo de Inglaterra
    para impedir la boda con la infanta Catalina.
    Dios mío,
    hemos enviado a Juana a la boca del lobo.
    Majestades,
    el propio emperador quiso preveniros contra Felipe:
    "No debéis fiaros de un hombre capaz de traicionar a su propio padre".
    Esas fueron sus palabras.
    Flandes se entrega a nuestro mayor enemigo.
    En Italia apenas nos quedan aliados leales,
    e Inglaterra podría ser favorable a Felipe.
    De la Liga Santa apenas queda el nombre.
    Al menos contamos con la lealtad de Portugal.
    Ni siquiera tenemos asegurado el futuro en Aragón.
    Quieren aislar a Castilla,
    y lo están consiguiendo.
    Solo queda una salida:
    negociar con Francia.
    Deberíais alegraros, Talavera.
    Desde que hicimos público el bautismo del Zegrí,
    las conversiones se han multiplicado.
    La conversión sin catequesis solo trae falsos cristianos.
    Tal vez, pero en dos generaciones serán verdaderos, os lo aseguro.
    Eminencia reverendísima,
    ¿no entendéis que esto es mucho más
    que una campaña de evangelización?
    Es voluntad de los reyes, nuestros señores,
    impedir que los musulmanes de Granada apoyen un ataque del turco,
    o de los piratas de Berbería.
    ¿Tal cosa es posible? -Quizá,
    mientras Granada sea más mora que castellana.
    Como veis,
    mi misión aquí dista mucho de haber acabado.
    Los aragoneses no se saldrán con la suya.
    Dios no lo permitirá.
    Decidme,
    ¿os hace feliz vuestro esposo?
    Sí, madre.
    ¿También en el lecho?
    Madre...
    Disculpadme, como todavía no habéis concebido.
    ¿Lo estáis?
    Pero, ¿por qué no me dicho nada?
    Por respeto a vuestro duelo.
    ¿Lo sabe vuestro padre?
    ¡Gracias, Dios mío!
    (Juana grita).
    (Contracciones).
    Rezad para que sea un varón, Busleyden.
    Rezad.
    Todo Flandes reza por ello, mi señor.
    (Llanto de bebé).
    Es una niña.
    Vuestra esposa está bien, señor.
    Que el diablo se la lleve.
    "Amados padres:
    temo que mi esposo no es el hombre que vos y yo esperábamos.
    Pero, ¿qué hace una mujer cuando el ser amado
    es a la vez el puñal que le desgarra las entrañas?
    Amo al esposo con la misma furia que detesto al príncipe
    y ambos son la misma persona, ¿es tal cosa posible?
    Sabed, mis señores, que esta hija vuestra
    os lleva a vos y a vuestros reinos siempre en el corazón.
    Juana, infanta de Castilla y Aragón"
    Teníais razón,
    las conversiones no sirven de nada si sigue la fuente del culto.
    Os lo ruego, mi señor,
    esos libros son muy valiosos.
    ¿Qué vais a hacer con ellos?
    He ordenado que aparten los tratados de medicina,
    para mi universidad en Alcalá.
    El resto...
    Estáis reduciendo a cenizas siglos de conocimiento.
    Cuánta barbarie.
    Que Dios os perdone.
    Lo hará.
    No soy más que su instrumento para que se haga su voluntad.
    Ha corrido demasiada sangre en Italia.
    No nos opondremos a Fadrique, bien está así.
    Nada placería tanto a mi rey como firmar una paz duradera con vos,
    os lo aseguro.
    Pero entendemos que vos obtendréis cierta ganancia.
    ¿Aparte de la paz?
    Tenéis razón.
    Vuestro vasallo borgoñón,
    mi yerno,
    tiene más ambición que huestes y redaños.
    Es mi intención que nuestro acuerdo sea para él una lección de humildad.
    Y Francia, ¿qué obtiene?
    Una paz duradera, y una alianza en caso de guerra.
    No se volverá a derramar una gota de sangre en Italia,
    tenéis mi palabra.
    ¿Por qué estáis tan seguro?
    Porque nos vamos a repartir el reino de Nápoles.
    ¡Al infierno!
    ¡Malditos sean todos! -Sosegaos, señor, os lo ruego.
    Me han humillado, ¿no lo veis?
    Han llegado a un acuerdo para humillarme.
    El acuerdo es para pacificar Nápoles,
    no afecta a vuestra alianza con Francia.
    Han firmado a mis espaldas,
    pretenden hacerme ver mi insignificancia.
    Y la perra de Portugal preñada. ¡Maldita sea!
    Si al menos Juana hubiera parido un varón.
    Ni para eso sirve esa furcia castellana.
    Me equivoqué al juzgar a Fernando.
    Es más dañino que mil serpientes venenosas.
    Pero juro que acabaré con él.
    ¿Partís?
    ¿Por qué?
    ¿Adónde?
    De caza,
    estaré fuera una semana. -No me mintáis.
    ¡No me mintáis!
    Ciertamente, voy de caza.
    Esta vez sí.
    Señor, no me abandonéis, os lo ruego.
    Os apoyaré siempre, en todo.
    Renunciaré a mis padres si vos me lo pedís,
    pero no me dejéis, no me dejéis.
    Juana, soltadme.
    ¿Es porque no he parido varón?
    Perdonadme.
    Perdonadme, señor.
    Perdonadme, os lo pido por lo que más queráis.
    ¡Apartad, perra castellana!
    Preñadme de nuevo.
    Preñadme ahora.
    ¡Esta vez será varón, os lo juro!
    ¡Rezaré cada día para que así sea!
    Os lo juro, será varón, os lo juro.
    Os lo juro que sí...
    Los reyes están preocupados por los sucesos de la ciudad.
    Hacen bien,
    Granada puede estallar en cualquier momento.
    Si mi hija Isabel pare varón, se educará en nuestros reinos.
    ¡Estad preparados!
    "In nomine Patris, et Filii,
    et Spiritus...".
    ¡Nunca tendréis un dominio para poner a los pies del rey Luis!
    ¿Dudáis de mi lealtad?
    ¿Tan sometida está a los deseos de su esposo?
    Pobre Juana,
    a qué situación la hemos llevado.
    No volveréis a tener queja de mi esposa,
    y espero que en breve, la corte tampoco.
    El ducado de Milán será francés.
    No contento con el ducado, su santidad pide ahora
    la mano de una princesa para su bastardo.
    No le falta razón,
    ahí yace el enemigo de los míos y de mi fe.
    Habéis descuidado vuestro deber, y con él a la infanta.
    ¿Y qué hace en su cámara?
    ¡Abrid!
    ¡En nombre de la reina!
    Acompañadnos.
    Este es mi lugar,
    y de aquí no va a moverme nadie.
    "¡Exaltate Dominum Deum nostrum!"
    No consentiré poner en peligro al heredero
    para afianzaros en vuestro trono.
    Tan soberano soy como vos,
    y Portugal en nada es menos que Castilla.
    Mi señor,
    hay algo importante que debéis de saber.
    ¡Volvéis a Castilla!
    ¡Aprovechad los últimos días para despediros de vuestra hija,
    porque no volveréis a vernos!
    Subtitulación realizada por Cristina Rivero. 
    ____________________________________
    NOTIZIE STORICHE.

     

Bottom. Top.↑

Nessun commento: